Moscovici, S. Psicologia de Las Minorias Activas

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CAPITULO IV \ f(

MINORIAS Y MA Y ORlAS

Podemos esperar que las cuestiones suscitadas puedan resolverse a base de paciencia; pero de igual modo que cada pregunta presupone que se entrevé una posible respuesta, cada respuesta suscita inevitablemente nuevas preguntas. Volvemos, pues, a partir de cero en el terreno de la influen­cia social.

No se puede esperar que las proposiciones que voy <\ ex­poner sean tan precisas y posean una base tan sólida como las que he presentado en los tres primeros capítulos; son de fecha demasiado reciente para esto. Derivan de tres pre­guntas:

-¿Por qué y cómo la mayoría y la minoría son capaces de ejercer una influencia?

-¿En qué condiciones tomará la influencia la forma de innovación o la de conformidad?

-¿Cuáles son las cualidades que en un individuo facili­tan la aparición del cambio en el grupo o en la sociedad?

PRIMERA PROPOSICION

Cada miembro del grupo, independientemente de su rango, es una fuente y un receptor potenciales de influencia

El punto más importante aquí es que debemos adoptar una perspectiva diferente de la habitual. Una total compren­sión de los fenómenos de influencia exige que consideremos la minoría, el individuo y el subgrupo en función del im­pacto que pueden tener en la opinión del grupo. Hasta aho-

· :1Q · ·_::: ; :·: .: :·<;~~~;;:~-~~::.~;: :1:~ i-~:::; .. ; :: ~::: _: -;. -.: ; .:·. -: .. ·.: . . : ~: ~ ; ;:::.::~~{:;:~;~~:;: :·: ~ ::r :.r:{:: .. :: ~ :-ú.~~;~.: :: ~- ~i:_;.-; ~:~ :.·: .. ; ~ ~ :: ~: :~~t~;:~~~;~ ~ . . "-~ ... _, . ~-.::.~

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ra se les ha considerado tan sólo como receptores de in­fluencia o como desviantes; ahora debemos mirarlos también como emisores de influencia y creadores de normas en po­tencia. La naturaleza de la vida social es tal que «la herejía de una generación se convierte en lugar común de la si­guiente»._

Si aceptáramos tal punto de vista, el sesgo de conformis­mo quedaría corregido. Pero yo no me propongo simple­mente corregir el sesgo, sino ante todo poner de relieve dos ideas que están estrechamente unidas. La primera es que la influencia se ejerce en dos direcciones: de la mayoría hacia la minoría y de la minoría hacia la mayoría. En otros términos, la influencia, lejos de ser un efecto unilateral de la {Qente sobre el blanco, es un proceso recíproco que im­plica acción y reacción tanto de la fuente como del blanco. Si imaginamos cada miembro del grupo, bien sea en posi­ción de autoridad o bien sea desviante, perteneciendo a la mayoría. o perteneciendo a la minoría, siendo a la vez un emisor_ y un receptor de influencia, podemos ver mejor lo que ocurre en una verdadera interacción social. Esto impli­ca la búsqueda, en todos los casos, de relaciones simétricas.

La segunda idea, subyacente. en la prímera, es que cada parte de un grupo debe ser consideradá ·como emisor y re­ceptor simultáneos de influencia. Más ·concretamente, cuan­do hay influencia, cada individuo y subgrupo, independien­temente de su status, actúan sobre los otros, que ·dl mis­mo tiempo lo hacen sobre ellos. Así, una mayoría que inten­ta imponer sus normas y su punto de vista a una minoría sufre al mismo tiempo la presión que ejerce esta minoría para hacerse comprender y para hacer aceptar sus normas y su punto de vista. Correlativamente, cuando una minoría accede a una posición de mayoría, debe ser capaz de com­prender las motivaciones y las opiniones que va a adoptar, lo que implicará un proceso de adaptación y de modifica­ción de estas motivaciones y estas ideas para que se ajusten en lo posible al marco· de referencia existente de la minoría. Cuando vemos a un gobierno o un partido político modifi­car su línea de conducta, adaptar el contenido de sus argu­mentos en curso de aplicación y de presentación, es preci­samente porque al mismo tiempo diversas partes de la po­blación intentan proponer o imponer otras políticas y otros argumentos. Como se sabe, la táctica habitual en tales casos es integrar ciertas proposiciones de la minoría en el progra-

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La cuestión es ahora saber por qué y cómo un agente social, sobre todo en posición minoritaria, es capaz de ejer­cer influencia. Determinados supuestos pueden ayudarnos a reunir los elementos fundamentales de un análisis teórico que desarrollaremos a continuación.

Las actividades de la sociedad en su conjunto, o de un grupo, conducen siempre al establecimiento de una norma y a la consolidación de una respuesta mayoritaria. Una vez que esta norma y esta respuesta han sido elaboradas, los comportamientos, las opiniones, los medios de satisfacer las necesidades, y en realidad todas las acciones sociales, se di­viden en cuatro categorías: lo que está permitido y lo que está prohibido, lo que está incluido y lo que está excluido. Por ejemplo, el tabú del incesto divide a las mujeres en dos grupos: las .que son accesibles y las que no lo son. Las normas de circulación determinan cuándo debe pararse el conductor (luz roja) y cuándo puede pasar (luz verde), y así sucesivamente. Estas normas o prescripciones, que van de las más graves a las más insignificantes, establecen una se­paración entre, por una parte, un plano positivo (verdadero, bueno, bello, etc.) y, por otra, un plano negativo (falso, malo, feo, etc,), y cada acción reviste un carácter social o desvían­te según el plano donde esté clasificada de antemano.

Los grupos y los individuos son muy diferentes respecto al grado de interiorización de las normas o las respuestas sociales: puede haber compromiso profundo o simplemente adhesión superficial y, en los casos extremos, puede no ser otra cosa que una respuesta automática. Algunos estudios realizados años atrás, mostraban el desfase que puede pro­ducirse en una comunidad entre las opiniones y el compor­tamiento públicos y privados (SCHANK, 1932). Este desfase puede considerarse como un estado de «ignorancia plura­Iista)) de individuos que no tienen conciencia de que sus normas y sus respuestas colectivas han cambiado de hecho.

La existencia de un conflicto interior, o el desfase entre los grados de adhesión a las. normas y a los juicios, crea

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una predisposición para el cambio y un potencial de cambio. Así, la minoría, que representa la opinión o el comporta­miento reprimido o rechazado, revela en público lo que ha ocurrido en privado; la minoría ejerce siempre un cierto influjo sobre la mayoría y puede incitar a modificar su com­portamiento o su actitud, para inducirla a ser más tolerante con lo que antes estaba excluido o prohibido. Aunque no se haya realizado ningún estudio específico sobre este tema, es un hecho conocido que cuando un sujeto adopta abierta­mente un comportamiento que la mayor parte de los indi­viduos asumirían gustosos, sirve de ejemplo y posee un efecto liberador. Evidentemente, cuando una minoría inten­ta influir a la sociedad en relación a normas o respuestas fuertemente interiorizadas, encuentra una mayor resistencia. En la misma perspectiva, diversos estudios han destacado el hecho de que los puntos de vista originales o extremos, que son por definición la expresión de individuos o de mi­norías, tienen muchas más posibilidades de ejercer una fuer­te atracción que de ser rechazados.

La necesidad de llegar a un consenso y el modo habitual de aicanzarlo ofrecen también un vasto campo de influencia a los individuos, a las minorías y a lps no conformistas. La concepción clásica postula un cont_raste entre la realidad física y la realidad social. Recordaré que la primera pide sólo la intervención de un aparato· ·sensorial o técnico para la validación de los juicios y las opiniones, mientJ,"aS que la segunda exige el consenso del grupo. En este punto no estoy de acuerdo.

La diferencia entre la realidad física y la realidad social, si existe efectivamente, no está en la presencia o ausencia de un consenso. Está en el hecho de que, en ciertas circuns­tancias, el consenso desempeña un papel indirecto en el pro­ceso de validación, mientras que, en otras circunstancias, interviene directamente. Cuando medimos una longitud o comparamos dos longitudes, el consenso interviene sólo in­directamente, porque «sabemos)) que existe un metro patrón que define estas medidas sin ambigüedad, y «Sabemos)) tam­bién que cualquier individuo que tenga una vista normal puede advertir la diferencia entre líneas iguales y líneas desiguales. Además, esta igualdad o desigualdad carece para él de importancia. Por otra parte, cuando se trata de eva­luar un rasgo de personalidad, la severidad de un castigo, el nivel de democracia en un país dado, si no confiamos en

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los tests y en los índices estadísticos, el consenso con otros desempeña un papel directo en nuestra evaluación.

La fuerza del consenso, que interviene directa o indirec­tamente, depende del grado de unanimidad que suscita. La minoría, por débil que sea su fuerza numérica o por grande que sea su dependencia, puede siempre rehusar este con­senso, y este poder de rechazo le confiere una fuerza consi­derable. La mayoría desplegará ciertamente una gran canti­dad de energía para intentar protegerse de esta eventualidad. En las experiencias de ScHACHTER (1951) sobre las presio­nes hacia la uniformidad, por ejemplo, el conjunto del grupo pasa cierto tiempo intentando persuadir al desviante para que acepte el punto de vista del grupo y no otorga atención alguna al individuo modal (moda) y ni al individuo fluc­tuante ( slider), cuyas posiciones, después de todo, son más próximas a las del grupo.

Se puede afirmar que si el desviante no cambia, el grupo tiene siempre la posibilidad de excluirlo, lo cual reduce con­siderablemente el peso de la minoría. Es extraño que no se haya considerado la posibilidad para el desviante de aban­donar al grupo y hacerlo estallar, debilitando así el poder

··del consenso y la unanimidad; de hecho, se ha resaltado ·siempre la conformidad.

:Existen sin duda razones suficientes para que la gente permaneza en un grupo y no lo abandone espontáneamente ni siquiera· en circunstancias muy penosas. Este rechazo a cambiar se basa principalmente en una ignorancia de las otras posibilidades y en una inercia psicológica que hace que se prefiera gastar una gran energía para preservar una relación o continuar una tarea, por desesperada que ésta sea, antes que abandonarla. La obediencia a la autoridad, como ha demostrado MILGRAM (1974), constituye una de las razones más importantes. Pero está el reverso de la medalla: las personas tienden también a dejarse arrastrar por ciertos grupos y unirse a éstos porque satisfacen sus necesidades y sus ideales, porque refuerzan ciertos valores y ciertos com­portamiento importantes.

Sin embargo, no olvidemos que en las circunstancias or­dinarias el recurso a la expulsión es absolutamente excep­cional y muchas veces imposible. ¿Pueden los padres expul­sar a sus hijos, las mayorías blancas expulsar a las minorías de color o los capitalistas desembarazarse de los trabajado­res? Evidentemente no, aunque estos grupos dispongan de

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métodos de coerción como la privación de alimentos (casti­go corriente para los niños en la época del «pan duro» y del «cuarto oscuro» de Víctor HuGo ), la negación del derecho de ciudadanía y los salarios de hambre que, en el plano social, son casi equivalentes de la expulsión. Todos conoce­mos ejemplos extremos, como las matanzas de indios por los colonos americanos y la tentativa de Hitler de dar una «solución final» al «problema» judío mediante el exterminio puro y simple.

Pero, en general, la exclusión temporal o definitiva del grupo o la presión para abandonarlo son fenómenos extra­ordinarios. Los psicólogos sociales americanos han conside­rado, no obstante, estas soluciones como posibilidades, fun­damentalmente sobre la base de la experiencia particular de la sociedad americana, en la que parece más fácil o más aceptable abandonar el sistema que sublevarse contra él. Se­gún HIRSCH MAN:

«En la tradición americana se ha otorgado una posición extraordina· riamente privilegiada al hecho de evadirse... Esta preferencia por el gesto limpio representado por la evasión frente al desorden y el des­garramiento que provocan las palabras 'la en~ontramos a lo largo de toda nuestra historia nacional'. La evasión de Europa podía. repetirse en el seno de los Estados Unidos por la progresiva fijación de la fron­tera que Frederick JACKSON TURNER ha denominado 'salida de emer· gencia a la servidumbre del pasado'. Aun después del cierre de fron­teras, la inmensidad del país, aliada con la facilidad de desplazarse, ha hecho que los americanos, más que nadie, hayan buscado resolver sus problemas mediante la 'huida física' antes que por la resignación o la mejora y la lucha in situ contra las condiciones particulares en que se ·ven 'envueltos'. El curioso conformismo de los americanos que los observadores han advertido desde TOCQUEVILLE puede también expli­carse de este modo. ¿Por qué levantar la voz para contradecir y llevarse disgustos, cuando hay siempre la posibilidad de evadirse to­talmente del entorno social si éste resulta demasiado desagradable?» (1970, pp. 106-109) .

En la mayor parte de las sociedades, sin embargo,• la ex­pulsión o la fuga de un individuo o de un subgrupo son casos límite que nunca pueden convertirse en procedimien­to corriente. Casi siempre, la mayoría intenta ceder un poco ante la minoría, por pequeños que puedan ser los pasos da­dos en esta dirección, o se esfuerza en aproximar a la mi­noría hacia sí en la medida de lo posible: la integración de los inmigrantes, la tentativa de rehabilitación de los conde­nados, son otros tantos ejemplos. Todo esto nos lleva a creer que, en todos los casos, el desacuerdo de una minoría tiene

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un efecto de bloqueo que proporciona a las minorías el me­dio de ejercer una influencia.

Sería igualmente útil considerar otros tipos de pruebas. Mediante una serie de afirmaciones indirectas se ha creado la impresión de que los individuos y las minorías que resis­ten están desprovistos de atractivo, gozan de poca estima y son generalmente rechazados por. desviantes. En tal situa­ción, era normal concluir que no podían producir impacto ni hallar gracia a los ojos de la mayoría.

Aunque los psicólogos sociales lo hayan afirmado, no han justificado su opinión. No hace falta realizar un gran esfuerzo de imaginación para ver que un desviante, preci­samente por serlo, puede ejercer un atractivo considerable, muy superior con frecuencia al de la persona que se dice normal. ¿Por qué esa atracción? Hay al menos dos razones.

Las personas normales y los comportamientos normales representan en buena medida la autoridad del super-yo, evo­can los aspectos mecánicos y rígidos de la vida, las secuen­cias ordinarias, previsibles, incluso automáticas, de hechos, palabras y gestos familiares. En cambio, las personas y los comportamientos desviantes sugieren la posibilidad de des­obediencia al super-yo, invitan a la liberación de los movi­mientos impulsivos y sancionan la espontaneidad del com­portamiento; y lo que es más, dan accesq a lo desconocido, a lo original y lo sorprendente. Pero·, sobre todo, el atractivo del desv~ante se funde con el atractivo de lo prohibido que simboliza, y nadie ignora la fuerza de este atractivo.

Llamaré a la segunda razón la culpabilidad social. Mu­chas categorías de desviantes y de· minorías representan a grupos colocados en situación de inferioridad, excluidos de la idea de normalidad de la sociedad mediante diversas for­mas de discriminación: económica, social, racial. Están pri­vados, de modo descarado, directo o hipócrita, de los dere­chos que el sistema social, los valores políticos o los valores religiosos otorgan a los demás individuos. Este contraste entre los principios y la realidad no sólo crea conflictos in­ternos, sino también un sentimiento de culpabilidad. Que el cristiano tenga esclavos, que el demócrata impida a los ne­gros votar mediante maniobras insidiosas, que el igualitario viva entre flagrantes desigualdades, son otras tantas contra­dicciones.

Es verdad que ciertas justificaciones teóricas o religio­sas relativamente satisfactorias, ofrecidas por sacerdotes,

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ideólogos o especialistas de las ciencias sociales que saben realizar muy bien esta tarea, alivian muchas conciencias. Sin embargo, hay ciertas personas que son muy conscientes de la falacia de tales justificaciones y sólo identificándose con estos grupos excluidos, o adaptando su modo de vida y su punto de vista, podrán reducir la tensión que experi­mentan. Por esta razón algunos jóvenes y algunos adultos abandonan sus ventajas sociales y adoptan un estilo de vida sencillo, renunciando por ejemplo a las riquezas y aceptan­do un trabajo manual o, como los frailes de la Edad Media, haciéndose mendicantes y compartiendo la vida de los pobres .

Es evidente que la culpabilidad social no explica por sí sola este tipo de movimiento en favor de los desviantes. El sentimiento de la justicia, las convicciones políticas, las po­siciones. filosóficas, pueden también entrar en juego. Mi aná­lisis no pretende ser exhaustivo, trata sólo de hacer notar que las contradicciones entre lo real y lo ideal en una socie­dad crean condiciones en las que los individuos desplazados a la periferia por la sociedad ejercen una fuerza de atrac­ción.

Además, determinadas experiencias que describiré más adelante comienzan a mostrar que un individuo minoritario, aun cuando no se granjee necesariamente la simpatía, pue­de suscitar admiración por su valor, su sinceridad, su ori­ginalidad, etc., y esto le permitirá desarrollar toda una gama de iniciativas cuando intente actuar sobre la mayoría. La historia de los movimientos de resistencia durante la segun­da guerra mundial ofrece un ejemplo elocuente de este as­pecto de la desviación. Ejemplo diferente es el fenómeno, bien conocido, de simpatía y admiración por ciertos tipos de criminales y delincuentes audaces, que puede a veces provocar una triste emulación de sus actividades. Además, no todos los grupos otorgan la misma importancia al éxito; los desheredados, los oprimidos, los vencidos pueden sus­citar fuertes emociones y simpatías cuando están frente a los poderosos y los afortunados: la causa de los vencedores complacía a los dioses, y la causa de los vencidos a Catón.

No hay nada malo en ser desviante, pero resulta muy penoso. Toda una serie de factores: el conflicto interno, el deseo de un consenso unánime, el hecho de que el desvían­te pueda ser atractivo y visto de modo positivo, muestran que las minorías y los desviantes tienen tantas posibilida-

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des de ejercer influencia como la mayoría. Sobre este pun­to al menos, los dos polos de la relación son interdepen­dientes.

Pero ¿quién es la fuent.e de influencia y quién su blanco, y en qué circunstancias? Los elementos de respuesta que yo puedo aportar no son del todo nuevos, pero me gustaría completar la lista de elementos conocidos cuyas implicacio­nes, desgraciadamente, se han olvidado. Para comodidad del lector, y sin querer ser demasiado pedante, propongo hacer una distinción provisional entre grupos e individuos nómi­cos y grupos e individuos anómicos, según que posean o no un código común, una norma reconocida, una respuesta do­minante o un consenso admitido. Examinemos, a la luz de esta distinción, el sentido de la divergencia o la desviación .

La desviación implica de una parte, para un individuo o un grupo, una carencia de medios psicológicos o sociales que permiten percibir o reconocer la norma o la respuesta domi­nante; y de otra, un rechazo de la norma: o de la respuesta dominante en razón de la existencia de ·una alternativa, de contra-normas o _contra-respuestas que corresponden a las creencias, a his necesidades o a la realidad fáctica de los individuos o de los grupos que las adoptan. Es fácil advertir que el no adaptarse a una nueva moda en el vestir, por no comprenderla o por imposibilidad de comprar nuevos ves­tidos, no es lo mismo -ni tiene el mismo sentido- que preferir otras modas o preferir vestirse de modo personal. Asimismo, en el plano de los problemas sociales, si alguien practica el amor libre, la homosexualidad, la sexualidad de grupo, o se entrega a la droga, simplemente para satisfacer sus deseos personales o su curiosidad, no es lo mismo que adoptar estos comportamientos por ser el sello de una ge­neración o para apoyar la noción teórica de libertad sexual. En el primer caso, la divergencia o la desviación constituye una transgresión y puede considerarse como · anómica; en el segundo deriva de una oposición consciente a una norma y de la afirmación de soluciones de recambio, y puede consi­derarse como nómica.

Por tanto, hay que distinguir también entre las minorías anómicas, individuos o subgrupos definidos por su referen­cia a la norma o a la respuesta del sistema social más am­plio, porque el grupo- al que pertenecen no posee nonnas y respuestas propias, y las minorías nómicas, que adoptan una

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Minorías y mayorías 103

posición distinta por contraste o por oposición al sistema social más amplio.

Podemos clasificar las mayorías del mismo modo. Sabe­mos que existen mayorías que se caracterizan por reglas o códigos comunes fuertemente interiorizados y a las que es aplicable el término de nómicas; por ejemplo, ciertas igle­sias, partidos políticos, movimientos sociales. Existen tam­bién mayorías cuyos códigos y reglas nacen de compromisos precarios entre intereses conflictivos: la célebre «mayoría silenciosa» por ejemplo, las muchedumbres anónimas y soli­tarias, los grupos seriales descritos por Jean-Paul SARTRE y a los que se ajusta mejor el calificativo de anómicos.

Es la posesión o la carencia de tales normas y respues­tas. lo que convierte a tales individuos en elementos activos o pasivos en las relaciones sociales. En realidad, los psicó­logos sociales han utilizado ya implícita-mente este criterio. En sus experiencias han contrapuesto habitualmente una mayoría o un líder en posesión de normas u opiniones bien definidas o estructuradas y una minoría o un individuo que se apartaba simplemente de esa norma y carecía de la se­guridad o de soluciones propias. · Se ha reconocido (¡sólo a veces!) que no todos los des­

·viantes son idénticos ni reaccionan de la misma manera. En · · otros términos, los desviantes oponen a ·veces: una resisten­

cia activa, lo cual se ha explicado diciendo que pueden tener vinculaciones· con grupos exteriores que poseen criterios y valores diferentes. Llevando esta noción a su último extre­mo, algunos autores han descrito a los desviantes única­mente en función de estas vinculaciones externas, dejando de lado la posibilidad de una consistencia o de una autono­mía interna: «En los casos de desviación, es probable que otro grupo provea elementos de refuerzo a los individuos. La desviación resulta, pues, en parte, una cuestión de con­formidad a las normas que prevalecen en un grupo diferen­te.» (McGINNIES, 1970.)

¡Una observación· de aire inocente y de apariencia cien­tífica! Tan científica que nos cuesta reconocer en ·ella la conocida tesis de la conspiración. ¿Por qué vuestro hijo se ha vuelto izquierdista? Porque ha sufrido la influencia de algún profesor o de ciertos amigos melenudos, no porque ha reflexionado o ha hecho una opción política seria. ¿Por qué las naciones se rebelan contra un poder imperial? Por­que otro poder imperial las incita, no porque, en expresión

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104 Psicología de las minorías activas

de Frederick DouGLAS, «la resistencia de los oprimidos opo­ne límites a los tiranos)). Más generalmente, detrás de todo movimiento social concreto o de toda transgresión indivi­dual, tendemos a ver la mano oculta, no de Dios o de la economía, sino de un grupo poderoso y secreto que los con-trola.

Toda la investigación teórica y experimental ha versado esencialmente sobre las mayorías nómicas y las minorías anómicas. La existencia de minorías nómicas cuyo compor­tamiento difiere del de las minorías anómicas se ha estudia­do sólo en una reflexión a posteriori. Además, en el marco de las relaciones asimétricas anteriormente mencionadas del modelo no funcionalista, las minorías nómicas se han con­siderado tan sólo como receptores de influencia menos dóci­les y no como fuentes potenciales de influencia.

Es preciso corregir este desequilibrio, no sólo introdu­ciendo la reciprocidad y la simetría allí donde antes había unilateralidad y asimetría, sino estudiando los casos abando­nados. ¿Cuáles son? Si, utilizando las distinciones que he propuesto, se establece una ma~tiz en la que+ represente los casos estudiados y -los ignorados, es fácil ver el ba­lance ..

TABLA 1

Mayor/a

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Minoría nómica . . . . . . . . . . . . . ..

Minoría anómica ... ... ... ... ... +

Esta tabla muestra que en las obras y manuales se ha analizado la influencia ejercida por una mayoría nómica sobre una minoría anómica y sobre una minoría nómica en la medida en que ésta resiste; se han dejado de lado las otras combinaciones. Con todo, es casi seguro que una mi­noría o un grupo activo, frente a una mayoría anómica, ac­tuará como fuente de influencia. Un razonamiento idéntico parece aplicarse a los otros casos.

Por consiguiente, el primer carácter distintivo de la mi­noría es que aparece, o bien como pasiva (anómica) o bien como activa (nómica). Pero si nosotros estimamos que las

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Minorías y mayorías 105

minorías ~ los desviant~s tienen opiniones, normas y juicios, para segmr la tendencta general deberíamos evaluar su ca­pacidad para influir y para producir cambios en función de su divergencia frente a la mayoría. Conviene también tener en cuenta la dirección de esta divergencia del desviante o de la minoría; en suma, el hecho de que la minoría, es o bien or­todoxa (pro-normativa), o bien heterodoxa (contra-normati­va). La primera pone el énfasis en la norma mayoritaria, mientras que la segunda le opone una norma minoritaria. Esto constituye un segundo carácter distintivo para el aná­lisis de los procesos que aquí nos interesan. A tenor de las proposiciones generalmente aceptadas, sólo la minoría orto­doxa puede ejercer influencia sobre el grupo, ya que preco­niza una norma aceptada socialmente. Pero cabe imaginar que los portavoces de las minorías heterodoxas ofrezcan algo nuevo (información, argumentos, estilos, etc.) al grupo, presenten una perspectiva diferente y, por ello, provoquen un conflicto que puede impulsar al grupo a cambiar. En apoyo de estas especulaciones disponemos ya de algunos in­dicios.

Para comenzar, parece ser que, a medida que se reduce la distancia entre la posición de una minoría heterodoxa y la de la mayoría, la minoría tiene mayores posibilidades de ejercer influencia sobre el grupo, ~ lógica nos lo dicta y el sentido común nos mueve a creerlo; una reciente experien­cia de NEMETH y ENDICOTT (1974) nos induce a pensar que es así en efecto. Aunque no enfrenta directamente una mi­noría y una mayoría, esta experiencia aclara las ideas que aquí nos interesan, porque nos revela la conexión existente entre el contraste y la dirección de las opiniones o de los juicios en el proceso de influencia.

El problema es el siguiente: la mayor parte de las teo­rías se han esforzado en poner en relación la importancia del contraste que separa las posiciones y la importancia del cambio de actitud. De modo más preciso, prevén una rela­ción curvilínea; el cambio aumenta con la distancia entre las posiciones hasta un cierto punto, para después disminuir radicalmente. Pero el problema que nos preocupa no tiene nada que ver con estas teorías ni con estas previsiones, por­que son perfectamente compatibles con nuestras intuiciones más espontáneas. El problema se sitúa al nivel de la diver­sidad de los resultados obtenidos a partir de variadas expe­riencias realizadas gracias a estas teoraís en el curso dcf los

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106 Psicología de las minorías activas

veinte últimos años aproximadamente. En definitiva, parece ser que sus causas son la magnitud del contraste que entra en juego en la experimentación y la confusión entre las po­siciones iniciales y el contraste, de una parte, y las tomas de posición y el contraste, de otra.

A fin de aclarar esta situación, los autores de la expe­riencia que voy a describir supusieron que en todos los jui­cios sociales existe un punto psicosociológico medio que se­para todos los juicios en dos orientaciones fundamentales: el propio campo y el campo opuesto. Además, este punto normativo medio funciona como un ancla, de modo sensi­blemente idéntico a la propia posición del individuo, en la evaluación de un mensaje relativo a un tema de controver­sia así como a la respuesta otorgada. A partir de esta hipó­tesis, los autores predijeron que en general los sujetos ten­derán a asimilar las posiciones que se sitúan en su propio campo y a oponerse a las del campo adverso, aun cuando la importancia del contraste sea constante. Esta tendencia general, sin embargo, debería ser más marcada cuando los contrastes son importantes. La motivación que hace prefe­rir su propio campo al campo opuesto es pertinente, sobre todo cuando el emisor del mensaje adopta una actitud que está muy alejada del ancla, es decir, del punto medio real o de la posición propia del sujeto. En el caso de contrastes débiles, el sujeto reaccionará con un cambio de actitud, sea que el mensaje del emisor venga de su propio campo o del opuesto. Sin embargo, en caso de contrastes importantes, hay más posibilidades de que los sujetos reaccionen con un cambio de actitud en dirección al emisor que toma una po­sición extrema muy diferente en el propio campo del sujeto, mientras que no deberían manifestar cambio alguno de acti­tud si la posición muy diferente se sitúa en el campo opuesto, es decir, al otro lado del punto medio. Así, si usted es ligeramente conservador en ciencia o en política, hay po­sibilidades de que sea influido de igual modo por un radical moderado o por un conservador moderado. Pero tratándose de posiciones extremas, sólo un conservador extremo podrá influirle, pero nunca un radical extremo. Esto presupone que hay una tendencia fundamental a defender siempre una po­sición ortodoxa, sea próxima o lejana, y a veces sólo a defen­der una posición heterodoxa. Y o no estoy de acuerdo con este punto de vista ni con estas implicaciones, y más ade-

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Minorías y mayorías 107

lante explicaré por qué. Pero, hecha esta reserva, veamos si las previsiones se confirmaron y de qué modo.

Los materiales se habían preseleccionado en una serie de nueve situaciones que implicaban un juicio moral. En cada una de ellas se ha deteriorado un objeto (por ejemplo, un balón ha roto los cristales de la ventana en la fachada de una casa) y se ha especificado el valor o el coste de la subs­titución. Este valor de substitución se considera situado en el punto psicológico medio de la escala y puede compararse a otros valores, corno «superior al valor de substitución» o <<inferior al valor de substitución». Se comprende que utili­zaran como valor el dinero, por ser una escala interna cómo­da para individuos que viven en una sociedad donde el dine­ro es la medida de las cosas.

La experiencia se desarrolló del siguiente modo. Los su­jetos supieron, al llegar, que escucharían una entrevista gra­bada entre el experimentador y uno de sus compañeros, un alumno. Se les dijo asimismo que lo graQado era una discu­sión sobre uno de los casos estudiados tr.es semanas atrás, y se les rogó escucharan atentamente, pues el experimenta­dor deseaba saber cómo entendían los sujetos lo que se decía y cuáles eran sus reacciones frente al alumno entrevistado. La entrevista se había realizado con un cómplice, un mucha­cho de catorce años. Se utilizó la misma grabación en todas las condiciones experimentales, ajustando simplemente la posición del <<alumno», a fin de controlar las indicaciones verbales y no verbales durante toda la experiencia. Se previó igualmente una condición testigo en la que los sujetos no escucharon la entrevista registrada. Una vez recibidas las instrucciones, los sujetos escucharon la grabación que co­rrespondía a la condición en la que participaban. Al final, se les pidió que rellenaran un cuestionario donde daban su pro­pia opinión sobre el tema, evaluaban la gama de los juicios (de O a 40 dólares) corno posiciones aceptables, inaceptables o ridículas, y expresaban sus reacciones frente al alumno entrevistado. (Antes de presentar los resultados, es preciso añadir un elemento de información. En este estudio particu­lar, los sujetos tenían una posición inicial de 16 dólares o de 18 dólares en la escala, que iba de O a 40 ·dólares por la com­pensación concedida a una persona por rotura de cristales que costaban 20 dólares. El punto medio es aquí 20 dólares, que representan el valor exacto de substitución.)

¿Qué observarnos? El cambio de actitud es significativo

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108 Psicología de las minorías activas

en los sujetos que escucharon la entrevista correspondiente a la posición de su propio campo, bien sea el contraste débil (t=2,85, p<0,05) o importante (t=2,14, P<0,05), y en los sujetos que escucharon la entrevista correspondiente a lapo­sición del campo contrario,· en la ,que el contraste era débil (t=2,85, P<0,05). Se registró un cambio, pero no significati­vo, cuando la entrevista adoptaba la posición del campo opuesto con un contraste importante (t= 1,44, N.S.). Así, de acuerdo con las previsiones, los sujetos modificaron sus jui­cios cuando se encontraron frente a uno que adoptaba una posición que representaba un contraste débil, concretamente 6 dólares. En cualquier campo donde se situara el contraste débil, los sujetos respondieron modificando sus juicios en dirección a la posición del entrevistado. En cambio, cuando los contrastes eran importantes, los sujetos manifestaron un cambio de su juicio y su aprobación respecto al entrevistado que era de su propio campo, pero no manifestaron cambio alguno en su juicio o su adhesión cuando el entrevistado era del campo contrario.

En suma, vemos que nuestra especulación inicial queda confirmada. Una minoría heterodoxa es más influyente cuan­do la divergencia respecto a la mayoría no sobrepasa un determinado umbral. Cuando esta minoría se vuelve extre­mista, sus posibilidades de influir a la mayoría disminuyen. Pero no hay que pensar que un individuo sea más afortuna­do únicamente porque la minoría extremista a la que sigue sea de su propio campo. NEMETH y ENDICOTT hacen notar que «la relativa eficacia del contraste importante al situarse en el mismo campo no provenía del hecho de ser conside­rado como una posición aceptable, buena o razonable. Se encontraba siempre un efecto estadístico principal debido a la importancia de los contrastes en estas cuestiones. Se con­sideraban los contrastes débiles como mejores, más razona­bles y más justos que los contrastes importantes, indepen­dientemente del campo donde se situaban. Sin embargo, un contraste grande en el propio campo implicaba un senti­miento de incertidumbre en los sujetos. Estos se sentían menos seguros de que su posición fuera justa o de que la gente estuviera de acuerdo con ellos» (p. 19).

No cabe ya dudar por más tiempo de que una minoría heterodoxa ejerce influencia, al menos cuando el contraste es débil. La experiencia que acabamos de describir lo con­firma, aunque sea indirectamente. Pero estaba claro desde

Minorías y mayorfas 109

el principio que . nues~ra ~pótesis. era demasiado prudente. Podemos ahora Ir mas leJOS y afirmar que en ciertas cir­cunstancias el hecho de ser una minoría heterodoxa es en realidad una ventaja, porque esta posición corresponde a ciertas preferencias de la mayoría.

Otra experiencia de NEMETH y WACHTLER (1973) nos per­mite confirmar esta intuición. Los autores mostraron a los sujetos diecinueve diapositivas representando cada una dos cuadros. En cada diapositiva se designó un cuadro, al azar, como «italiano» y el otro como «alemán». Se invitó a los sujetos a indicar sus preferencias. Como de ordinario, no estaban solos, sino en grupo de cinco con un cómplice. Este manifestó una preferencia constante por el cuadro «italiano» o por el cuadro «alemán». En una de las condiciones, se présentó al cómplice como de origen italiano («Angelo Mi­lano»); en la siguiente le presentaron como de origen ale­mán ( «Fritz Mueller» ); en una tercera condición no se hizo alusión alguna a su origen nacional ( «Bob Jones» ). Se efec­tuó una condición testigo con sólo sujetos ingenuos, sin cóm­plice. Este grupo testigo no se: ~ostró neutro en sus opcio­nes, sino que prefirió los cuadros designados como italianos, haciendo ver que la norma mayoritaria era pro-italiana. ¿Qué influencia ejerció la minoría representada por el cómplice? Cuando se le presentó como alemán, los sujetos de los gru­pos experimentales tendían a hacerse más pro-alemanes (o menos pro-italianos) que los sujetos del grupo testigo. Pero no se mostraron menos pro-italianos cuando presentaron al cómplice como italiano. Los autores hacen notar: «Así, en lugar de una situación en que la mayoría de los sujetos adopta una posición de preferencia igual frente a un solo individuo que tenía una inclinación alemana o italiana, nos encontramos en una prueba en que la posición mayorita­ria era ya pro-italiana. En este sentido, un cómplice que adoptaba la posición italiana adoptaba de hecho la posición de la mayoría exagerándola hasta el extremo» (p. 77). La posición alemana, por su parte, siendo contra-normativa y constituyendo una verdadera norma minoritaria, representa una alternativa y ayuda u obliga al grupo a reapreciar sus valores y sus juicios. Los autores de esta experiencia refi­nada explican así las cosas:

«Si tomamos como punto de partida el hecho de que la posición alemana es una posición minoritaria en el sentido clásico, mientras que la posición italiana refuerza hasta el extremo el punto de vista mayo-

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110 Psicología de las minorías activas

ritario, llegamos a una conclusión interesante. Un solo cómplice que adopta una posición minoritaria consistente* distinta de aquella de la mayoría, logra inducir a ésta, con eficacia, a modificar sus juicios en dirección a la minoría. Sin embargo, si adopta una posición mayoritaria de modo exagerado o más extremista que la propia mayoría, se pro­duce un efecto de polarización en los sujetos, quienes, en lugar de ser influidos y abundar en su sentido, se distancian de su posición. El cómplice induce también aquí a un cambio, pero en la dirección con­traria. Es posible que el hecho de que el desviante adopte una contra­posición aporte algo nuevo a la situación, algo que mueve a los sujetos a considerar aspectos de la realidad que no habían considerado antes. Hay en el comportamiento del cómplice un elemento de valor. En cambio, el desviante que adopta la posición de la mayoría exagerándola no ofrece nada nuevo, y su rigidez puede determinar una polarización en sentido inverso a su posición. Otra explicación que puede darse de estos datos es la posibilidad de que todos los sujetos de las situaciones experimentales se hayan desplazado hacia una mayor «imparcialidad» o hacia la manifestación de preferencias más iguales entre las opciones alemana o italiana. Es posible que cuando un cómplice adopta de modo consistente una posición dada, el concepto de nacionalidad y de idea preconcebida resulte un factor esencial y arrastre a los sujetos a re­evaluar sus propias posiciones. Pudiera ser que tal reevaluación tenga por resultado una respuesta fundada en una norma de imparcialidad. Así, mientras que los sujetos eran irresistiblemente pro-italianos al encontrarse en grupos testigos, es posible que la presencia de un cóm­plice cuya elección consistente se fundaba en la nacionalidad, les hi­ciera tomar conciencia de su propia postura sobre la nacionalidad. Puede ser que hayan intentado entonces negar o reducir su propia postura, igualando sus preferencias entre dos nacionalidades» (pági­nas 77-78).

Otro estudio de BIENER (1971) ha ofrec;ido, asimismo, re­sultados sorprendentes. En este estudio, el blanco de influen­cia era la percepción del color por los sujetos. La tarea con­sistía en emitir juicios sobre una serie de veintitrés fichas de color en la gama del azul al verde, asignando a cada ficha un lugar en la escala que partía de la indicación «muy azul» en un extremo y pasaba a «muy verde» en el otro. De las veintitrés fichas, quince tenían el color «crítico» que, obje­tivamente, se situaba más en el lado azul de la gama. La influencia tenía por objetivo hacer creer a los sujetos que el color «crítico» era verde al efectuar la comparación azul­verde. A fin de facilitar la manipulación de las principales variables, se presentó la siguiente justificación: se dijo a los sujetos que el experimentador quería determinar si prefe­rían emitir sus juicios solos o en grupo. Se les informó asi-

* Consistencia.~ Firmeza, especialmente en el sentido de estabilidad. Con esta significación se usa frecuentemente este término en psicolo­gía. (N. del T.)

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Minorías y mayorias 111

mismo sobre que, en varias pruebas, antes de expresar sus propios juicios sobre las fichas de color, se les comunicarían los juicios dicotómicos (azul o verde) de una o dos personas semejantes a las que habían participado en la experiencia anteriormente. Se manipuló la frecuencia de exposición a una respuesta contradictoria (verde), informando a los su­jetos, en seis o en doce pruebas críticas, que un participante anterior había calificado de verdes algunas fichas que eran azules. El autor de la experiencia lanzó la hipótesis de que la resistencia del sujeto a la información contradictoria se­ría tanto mayor cuanto menos expuesto estuviera, y, por otra parte, que sus juicios serían reforzados mediante una infor­mación de apoyo que se le daría antes de haber visto la fi~ha en cuestión. Se manipuló el grado de resistencia va­riando el número de pruebas en las que se presentaba asi­mismo a los sujetos una información de apoyo a su percep­ción, es decir, la respuesta de un segundo participante en una experiencia anterior, que había calificado de azul la fi­cha azulada en cero, seis o doce de las quince pruebas críti­cas. Se equilibró el orden de presentación de la información de apoyo y la información contradictoria, de forma que la mitad. de los sujetos recibiera la información de apoyo del primer participante anterior y la información contradicto­r~a del segundo participante anterior (condición S-D=Sup­portive-Discrepant) y la otra mitad de los sujetos recibiera la información en el orden inverso (condición D-S = Discre-pant-Su pportive).

· La experiencia se desarrolló en dos fases. En la primera fase: 1). se presentaron las fichas de color a los sujetos; 2) se les comunicó un mensaje respecto al juicio del primer participante anterior sobre aquella ficha (o bien un mensaje anunciando que no se les informaría acerca del juicio de este primer participante); 3) se les comunicó un mensaje sobre el juicio del segundo participante anterior acerca de la ficha (o bien un mensaje anunciando «no hay respuesta»); 4) se les presentó una escala sobre la que debían emitir sus propios juicios acerca de la ficha. En la segunda fase de la experiencia se 'invitó a los sujetos a formular juicios dicotómicos (verde o azul) con doce fichas de color. Des­pués de esta segunda tarea, rellenaron un cuestionario don­de expresaban su actitud respecto a los dos participantes anteriores. , __

Se midió el efecto de la información contradictoria: 1) por

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112 Psicología de las minorías activas

la tendencia a juzgar el color crítico conocido como cada vez más verde; 2) por el desplazamiento del umbral para juzgar verdes los colores ambiguos.

Como cabe presumir, y de acuerdo con la opinión co­rriente sobre la influencia social llamada informacional, se predijo que, cuanto más apoyo recibieran los sujetos, menos serían influidos por la información contradictoria. Los re­sultados fueron más bien sorprendentes. Mostraron que fun­cionaba un mecanismo distinto que contradecía la idea ge­neral sobre el desarrollo del proceso. Contrariamente a lo predicho -que la existencia de apoyo social protegía al in­dividuo contra el impacto de la información contradicto­ria- los datos sugieren que, en ciertos casos, la presencia de uiCapoyo social disminuye la resistencia del individuo. Debemos subrayar de paso que el hecho de aumentar la cer­teza de una persona y de reforzar su juicio no lo vuelve necesariamente impermeable a la influencia, ni mucho me­nos. Pero examinemos más de cerca los resultados y los interesantes comentarios de BIENER. El único resultado se­guro, observa BIENER, era debido al orden de presentación de la información. Entre los sujetos a los que se presenta­ron doce respuestas de apoyo de participantes anteriores, los que estaban en la condición S-D fueron más influidos por la información 'contradictoria que los de la condición D-S. Es evidente, sin embargo, que al recibir los sujetos un mensaje de refuerzo que afirma que el color es «azul» antes de recibir el mensaje contradictorio «verde», se sentirán in­clinados a percibir más «verde» en la ficha de color crítico que se les presenta inmediatamente después (p es significa­tivo a un nivel inferior a 0,05 ). Los de la condición S-D ma­nifestaron igualmente una mayor seguridad en la tarea de discriminación de la segunda fase de la experiencia al cali­ficar de verdes los colores ambiguos ( cf. Tabla 2).

Las respuestas al cuestionario postexperimental son aún más convincentes. Cuando el participante anterior que ve supuestamente «verde» habla después del participante ante­rior que ve supuestamente «azul», adoptando así una posi­ción desviante en contradicción manifiesta, recibe más op­ciones sociométricas positivas y suscita más actitudes favora­bles que de otro modo. Algunos extractos de las entrevistas muestran que se beneficia también de una gran estima: «Un individuo interesante que profundiza en las cosas», «Real­mente extravagante, pero brillante». Correlativamente, los

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Minorías y mayorías 113

TABLA 2

Certeza de que las fichas de color ambiguo eran verdes 1

Número de pruebas conteniendo Informaciones contradictorias

6 12

Orden de presentación

S-D D-S

165,7 147,9

61,2 33,9

• Una puntuación de -468 representarla una certeza absoluta de que las fl· chas de color ambiguo eran azules; una puntuación de +468 representarla una cer­teza absoluta de que eran verdes.

sujetos de la condición S-0 escribían a propósito del parti­cipante anterior que mantenía una posición de apoyo: «Por­que decía prácticamente siempre 'azul', me pareció de cor­tos alcances», «Resultaba más bien aburrido, no suscitaba ideas, probablemente porque pensaba muy a menudo como yo».

Escribe BIENER:

«Los presentes resultados no vienen a confirmar la hipótesis de que la presencia de mecanismos externos de resistencia disminuya la ten­dencia a aceptar el punto de vista contradictorio. Hacen suponer, por el contrario, que el hecho de saber que otros individuos están de acuerdo con el sujeto puede, en las mismas condiciones, aumentar la receptivi­dad de este último respecto a la información contradictoria. Habíamos supuesto de entrada que el simple hecho de que un individuo se ex­ponga a una información contraria a la propia convicción suscitaría una motivación para resistir a ella. Esta hipótesis parece habitual en los estudios sobre cambio de actitud. Se considera a menudo la situa­ción de influencia como un conflicto donde el influyente y el influido se tienen por adversarios. En esta óptica es posible manipular el re­sultado del conflicto de actitud variando el poder de cada una de las partes. Así, vemos muchas veces que se atribuye la persuasión al poder de que dispone el comunicante de recompensar o castigar, a la compe­tencia o a la autoridad del comunicante frente al receptor o a sutiles astucias de construcción del mensaje, destinadas a romper el sistema de defensa del sujeto. Es cierto que estas conclusiones y los modelos que de ellas se desprenden son totalmente válidas. Sin embargo, los resultados del presente estudio hacen suponer que, en nuestra preocupa­ción por la orientación competitiva en relación a la situación de in­fluencia, hemos ignorado quizá determinados aspectos del proceso de cambio de actitud» (p. 44).

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114 Psicología de las minorías activas

Pero los fenómenos sociales no son tan simples. Sería absurdo suponer que sólo las minorías heterodoxas ejercen influencia y que las minorías ortodoxas no la efectúan. De­bemos examinar primero el tipo de influencia que ejerce cada clase de minoría y, aun así, desconfiar de las generali­zaciones prematuras, porque necesitamos saber más sobre sus modos de acción. Pero, a la luz de los hechos históricos y políticos, no andaremos muy descaminados al lanzar la hipótesis de que una minoría ortodoxa es a menudo capaz de obligar al grupo a compartir sus actitudes y sus convic­ciones, mientras que, en las mismas condiciones, una mino­ría heterodoxa provoca una ruptura en las actitudes y creen­cias del grupo. También es posible que la minoría hetero­doxa sea totalmente rechazada, que obtenga el resultado inverso al pretendido; pero volveremos más adelante sobre esta cuestión.

Un reciente estudio de PAICHELER (1974) nos permite con­firmar esta hipótesis. El estudio versa sobre la polarización de las actitudes en los grupos, es decir, sobre el hecho de que, durante y después de la interacción . social, los grupos tienden a adoptar posiciones más extremas que las de sus miembros antes de la interacción. Comencemos por descri­bir el material y procedimiento experimental utilizados en las experiencias de PAICHELER. Se presentó primero a los sujetos, individualmente, un cuestionario que comprendía ocho apartados relativos a la actitud respecto a las muje­res. Cada apartado describía un aspecto de la vida y de los problemas femeninos y ofrecía varias respuestas posibles, algunas fundamentalmente profeministas y otras antifemi­nistas radicales. Se pidió a los sujetos que indicaran para cada uno de los ocho apartados su elección preferente (pre­consenso). Una vez cumplimentado el cuestionario, el expe­rimentador los colocó en grupos de cuatro, les entregó un segundo ejemplar del mismo cuestionario y les pidió discu­tieran cada apartado y llegaran en cada uno de ellos a una decisión unánime. Se consignaron en un segundo ejemplar del cuestionario las decisiones acordadas por los grupos (consenso). Se pidió de nuevo a los sujetos que expresaran sus opiniones individuales sobre cada apartado (posconsen­so). La experiencia se dividía, pues, en tres fases: precon­senso, consenso y posconsenso. Si el. grupo no lograba al­canzar un consenso, al cabo de ocho minutos se detenía la

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Minorías y mayorías 115

discusión sobre cada apartado; entonces se pedía a los su­jetos que anotaran su posición individual en aquel momento.

Las condiciones experimentales eran las siguientes: a) Presencia de una persona exterior. Había en cada grupo un cómplice del experimentador. Se le encargó adoptar una posición extrema y mantenerla pese a la presión ejercida por los demás miembros del grupo. Debía adoptar esta po­sición extrema de modo constante durante toda la discusión del grupo, contestando en cada apartado de la misma mane­ra. b) Norma ortodoxa y norma heterodoxa. El cómplice expresaba, bien una actitud profeminista que iba en el sen­tido de la norma para los grupos de estudiantes que parti­cipaban en la experiencia, o bien una actitud antifeminista que iba contra la norma para los grupos de estudiantes. Adoptando constante y uniformemente una posición extrema y por tanto desviante, el cómplice se situaba, ora en el sen­tido de la evolución contemporánea de la norma, ora contra corriente.

He aquí los resultados: cuando hubo en el grupo un cóm­plice extremista y feminista, la polarización de las actitu­des era muy fuerte y correspondía -~n la mayoría de los casos . a un acuerdo con el cómplice sobre las posiciones feministas más extremas. ·En el 94 % de los casos, los su­jetos se adhirieron al punto de vista del cómplice. Es más notable todavía resaltar que los sujetos conservaron estas actitudes extremas en la fase de posconsenso de la expe­riencia, cuando contestaban solos. En suma, la norma se vio considerablemente modificada por la presencia de un individuo minoritario ortodoxo que defendió firmemente su posición. Cuando el cómplice no era consistente, el cambio o la polarización fue mucho más débil que en los grupos donde lo era, y esto tanto en la fase de consenso (F= 13,8, P<0,02) como en la fase de posconsenso (F=7,29, P<0,02).

Pero el cuadro aparece diferente en los grupos donde ha­bía un cómplice antifeminista. Debemos subrayar ante todo, como hizo notar el ·autor de la experiencia, que en el 94% de los casos los miembros del grupo no llegaron a- un con­senso y que la discusión sobre este apartado fue interrum­pida a los ocho minutos. La incapacidad de llegar a un acuerdo derivó en una gran .frustración por parte de los su­jetos, frustración que la rigidez del cómplice no hizo más que acentuar y llevó la discusión a J.lD punto muerto. Sin embargo, no podemos sostener la conclusión según la cual

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116 Psicología de las minorías activas

la presencia del cómplice conduce sólo a un enfrentamiento contra su posición intransigente y extremista, a un rechazo de esta posición o a un acuerdo con esta posición. Los pro­cesos que intervienen son mucho más complicados. En cier­tos aspectos son idénticos a los ll!ecanismos de asimilación y de contraste descritos por SHERIF y HOVLAND (1961)_ Se­gún estos autores, los receptores qe un mensaje modifican su actitud en la dirección que se aproxima a la fuente del mensaje, cuando la posición de la fuente es próxima a la suya: efecto de asimilación, y en dirección opuesta a la ac­titud de la fuente del mensaje, cuando su posición está ale­jada de la actitud de sus receptores: efecto de contraste. Pero en sus estudios, SHERIF y HoVLAND consideran estos efectos como efectos separados que conducen unas veces a la conformidad y otras a la polarización.

En la bipolarización, podemos observar un fenómeno de influencia diferencial. Las opiniones del cómplice minorita­rio tienen por efecto desplazar, en sentido antifeminista, a los sujetos que tenían ya tendencias antifeministas y en sen­tido profeminista a los sujetos con una cierta tendencia pro­feminista; así, la asimilación y el contraste obran simultá­neamente. Es cierto, sin embargo,. que si bien los procesos aquí contemplados implican en principio una simetría de los dos efectos, nuestros resultados muestran una disimetría, porque el efecto de asimilación es en ellos más marcado que el de contraste. De hecho, observamos desplazamientos muy diferentes en los sujetos que se orientaban hacia una posición feminista antes de la discusión del grupo y en aquellos otros cuyo punto de vista era menos feminista. Los primeros volvieron a sus posiciones iniciales o, en algunos casos, a posiciones feministas más marcadas después del in­tercambio de ideas en el grupo. Observamos aquí signos de resistencia a la influencia del cómplice, pero no un claro efecto de contraste. Otros sujetos adoptaron la posición del cómplice durante y después del intercambio. Su débil resis­tencia nos hace suponer que los argumentos antifeministas del cómplice hallaron eco en los suyos propios y desataron un claro efecto de asimilación ( cf. Tabla 3 ).

Así, pues, la expresión consistente de una actitud hetero­doxa tuvo un efecto muy pronunciado de bipolarización; como se esperaba, las posiciones de los miembros tendían a alejarse unas de otras. Aunque no dispongamos todavía de una explicación clara de estos hallazgos, nos encontramos

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Minorías y mayorias 117

TABLA 3

Evolución diferencial media en los grupos con cómplice antifeminista

Fase de experiencia Sujetos

Pre- Pos-consenso Consenso consenso

Los menos feministas . . . .. . . .. 0,02 -0,89 -0,44 Los más feministas . .. . . . . . . .. . 1,46 1,03 1,55

con un efecto importante que rara vez se ha obtenido por vía experimental. Corresponde al tipo de influencia que una persona heterodoxa puede ejercer aumentando la divergen­cias de las opiniones, haciendo nacer conflictos entre los miembros del grupo y bloqueando el consenso entre ellos. Esto muestra que es tan posible acrecentar la influencia de una minoría que está de acuerdo con las normas como ha­cer aparecer simultán~~mente dos influencias opuestas cuan­do la minoría no est~ de acuerdo con las normas.

Vemos que las dos· minorías desviantes, una de manera ortodoxa y la otra ·ae forma heterodoxa, determinan tipos diferentes de cambio y, de momentp, ahí está el punto esen­cial de estos resultados. Una cuestión falta por resolver. Se­gún la primera aserción ya mencionada, sólo las minorías nómicas, que tienen un punto de vista definido, son capaces de influir en el grupo. Hemos afirmado -y espero que de­mostrado- que el carácter ortodoxo o heterodoxo de este punto de vista, es decir, de la norma que representa, deter­mina el grado y particularmente la naturaleza de la influen­cia minoritaria. Con todo, cabe preguntar cómo se relaciona esta influencia con el modo en que la minoría expresa sus propias opiniones. En otros términos, necesitamos saber si la rigidez o la flexibilidad en la presentación de los argu­mentos tienen los mismos efectos cuando las utiliza una mi­noría ortodoxa o una minoría heterodoxa.

MUGNY (1974) ha estudiado este problema, sometiendo a experimento la hipótesis según la cual el punto de vista ortodoxo tendrá más influencia cuando se presenta con ri­gidez que cuando se presenta de modo vacilante, al contra-

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118 Psicología de las minorías activas

rio de lo que ocurrirá con el punto de vista heterodoxo. La razón de ser de esta hipótesis es bastante sencilla: en el primer caso, un mensaje que contiene argumentos cohe­rentes refuerza las actitudes del grupo; en el segundo, ame­naza estas actitudes y provoca un rechazo. En la realidad, la situación es más complicada. El material utilizado en esta experiencia se refería a la actitud respecto a los extran­jeros, establecida mediante un cuestionario con dieciséis items. Cada apartado se componía de una frase que expre­saba un juicio sobre los problemas planteados por la pre­sencia de extranjeros en Suiza. La mitad de los apartados representaban actitudes xenófobas y la otra mitad actitudes xenófilas; versaban sobre problemas de alojamiento, de de­rechos políticos, de cultura y de economía, en la medida que van ligados a la presencia de los extranjeros. Para cada apartado los sujetos debían indicar si consideraban el juicio como «válido» o «no válido» sobre una escala de siete pun­tos. Los sujetos, alumnos suizos de enseñanza media, habían tenido experiencias en sus clases. Se les pidió primero con­testar al cuestionario. Una vez cumplida esta tarea, se dio una hoja para leer a cada uno; se les dijo que había varias hojas diferentes y se les pidió las leyeran solos y en silen­cio. Había, en efecto, cuatro hojas diferentes que seguían un esquema similar: el primer: párrafo exponía el problema suscitado por la presencia de los extranjeros en Suiza e in­dicaba la posición de los autores de la hoja. Los tres párra­fos siguientes presentaban brevemente cuestiones relativas al alojamiento, a los derechos sindicales y a los derechos políticos de los extranjeros. Dos de las cuatro hojas repre­sentaban la posición ortodoxa-pro-normativa, xenófila, y las otras dos la posición heterodoxa, xenófoba. Además, en cada una de las dos categorías de hojas, una presentaba la acti­tud a favor (o en contra) de la presencia de los extranje­ros de modo consistente, mientras que la otra era más «vacilante», menos firme. Cada sujeto leyó sólo una de las hojas, dividiéndose la clase en cuatro subgrupos. Cuando los escolares terminaron de leer las hojas, volvieron a mez­clarse y se les pidió contestaran de nuevo al cuestionario sobre las actitudes frente a los extranjeros. Se justificó la tarea diciendo que el mero hecho de leer un texto permi­tía a veces a las personas aclarar sus pensamientos y sus ideas.

La situación experimental creada en este caso es cierta-

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Minorías y mayorías 119

mente demasiado apremiante. Sin embargo, los resultados nos ofrecen algunas tendencias interesantes. La Tabla 4 presenta el cambio de actitud para todos los apartados en las cuatro condiciones experimentales.

TABLA 4

Indice medio del cambio de actitud para los dieciséis apartados del cuestionario 1

Fuente

Ortodoxa ..... . Heterodoxa

• N= 25 por cada célula.

Tipo de mensaje

Nómico

+ 2,92 + 1,76

Anómico

-1,32 -1,76

Observamos que los sujetos que leyeron las hojas orto­doxas que contenían un punto de vista coherente fueron influidos de modo positivo, mientras que los sujetos que recibieron una hoja ortodoxa relativamente matizada tien­den a ser influidos en sentido opuesto, a hacerse más xenó· fobos en lugar de hacerse más xenófilos. La tendencia no es; sin embargo, significativa desde el punto de vista esta­dístico. ¿Y los sujetos que recibieron una hoja heterodoxa que expresaba un punto de vista xenófobo? Su reacción se situaba casi en el extremo opuesto. Los que leyeron la hoja heterodoxa redactada a propósito para presentar un grupo absolutamente xenófobo manifiestan una tendencia, por fortuna no significativa, a hacerse xenófobos. Al contrario, los sujetos que leyeron la hoja heterodoxa «vacilante» mo­dificaron su actitud ·en un sentido opuesto al mensaje que habían leído, haciéndose más xenófilos que antes (t= 1,77, p<O,OS). '

Un análisis de varianza de los dos factores independien­tes revela una diferencia significativa (F=9,136, p<O,OOS) entre los mensajes «rígidos» y los mensajes «matizados», que muestra que el estilo y la organización de los argumen­tos cumplen un papel importante. No obstante, resulta que

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120 Psicología de las minorías activas

los mensajes «rígidos» provocaron un cambio mayor cuan­do el mensaje era ortodoxo que cuando era heterodoxo (F=5,645, p<O,OS). La ortodoxia tiene, por tanto, un impac­to mucho mayor que la heterodoxia, pero únicamente si las posiciones son presentadas de ,modo coherente.

Se puede objetar, y con razón, que estos resultados no se refieren propiamente a la .influencia de una minoría, puesto que las hojas se presentan a los escolares por un gru­po de adultos en el marco de la clase. Por eso precisamen­te b.e subrayado la naturaleza experimental de estos resul­tados. Recordemos, sin embargo, la experiencia de PAICHE­LER (1974) en la que existe una minoría y donde observamos que el impacto de la minoría sólo es significativo cuando mantiene firmemente una sola posición específica de princi­

. pio a fin de la discusión de grupo, cuando se expresa como minoría nómica. Teniendo en cuenta todas estas reservas, nos inclinamos, sin embargo, a concluir que sólo un grupo nómico, sea a favor o en contra de la norma, es capaz de ejercer influencia en su entorno social.

En resumen, la influencia recíproca de una minoría es concebible en razón de la existencia permanente de conflic­tos internos, en razón de la búsqueda de un consenso unáni­me y porque los individuos son considerados de modo favo­rable cuando no poseen ni estatuto social ni poder particu­lar. Pero el simple hecho de ser una minoría, un desviante, no transforma sin más al individuo o al grupo en blanco o fuente de influencia, en parte pasiva o activa del grupo o de la sociedad. Sólo la ausencia o la presencia de una posición · precisa, de un punto de vista coherente, de una norma pro­pia, determina lo que transforma a la minoría en una fuente o un blanco de influencia. Dicho de otro modo, es el carácter nómico o anómico de un grupo social lo que importa, y no el hecho de ocupar o no una posición de poder o de constituir o no una mayoría. Finalmente, no es la simple distancia entre las posiciones --el contraste entre los juicios o las actitudes mayoritarios y minoritarios- lo que determi­na su impacto respectivo, aunque tales distancias deben to­marse en consideración. Habríamos podido así observar que su influencia depende de las diferentes direcciones que exis­ten entre los dos polos de interacción: ortodoxo, cuando va en el mismo sentido que la norma, y heterodoxo, cuando va en sentido opuesto a la norma.

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Minorías y mayorías 121

En general, la ortodoxia implica una mayor uniformidad de opiniones y de creencias en el grupo, una influencia glo­bal del punto de vista de la minoría. Por otra parte, la hete­rodoxia, al bloquear la comunicación y las interacciones en­tre los miembros del grupo y al hacer imposible el consenso, provoca una diferenciación neta de las opiniones y las creen­cias en el grupo y un desplazamiento en sentido opuesto a la norma del grupo. Unas veces este efecto no es intencio­nal, otras veces corresponde a un objetivo manifiesto, que es aumentar la distancia entre la minoría heterodoxa y la mayoría ortodoxa. En todo caso, las condiciones necesarias para ejercer influencia quedan invariadas: es preciso existir y ser activo.

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CAPITULO VI

LOS ESTILOS DE COMPORTAMIENTO

CUARTA PROPOSICION

Cuando un individuo o un subgrupo influye en un grupo, el principal factor de éxito es el estilo de comportamiento

Como ya he indicado, la influencia social implica nego­ciaciones tácitas, la confrontación de los puntos de vista y la eventual búsqueda de una solución aceptable para todos. Pero ¿cuáles sen :los elementos que determinan sus resul­tados?

En la medida en que consideramos esta cuestión desde el punto de vista de las relaciones de poder, es decir, desde la perspectiva que determina las experiencias y los concep­tos admitidos, la dependencia aparece como el factor de­cisivo.

Esta respuesta no es válida cuando se trata de la inflen­da social que debería estudiarse independientemente de los procesos de poder. El liderazgo, la competencia, la mayoría, pueden desempeñar un cierto papel en tanto que paráme­tros externos de la dependencia, pero este papel no es cru­cial para el proceso de influencia. Lo que es de vital impor­tancia es el estilo de comportamiento de cada compañero social. ¿Por qué debe substituir esta variable a la variable de dependencia? En primer lugar porque, como ya he sub­rayado, el estilo de comportamiento está ligado específica­mente con los fenómenos de influencia, mientras que la dependencia está- vinculada de forma más estrecha a la di­mensión de poder de las relaciones sociales. En segundo

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Los estilos de comportamiento 139

lugar, la dependencia respecto a un individuo o un subgrupo en el proceso de innovación puede ser una consecuencia del proceso de influencia más bien que su causa. Por ejemplo, la necesidad de seguir los consejos de los expertos en lo que concierne a la utilización del video o del ordenador es posterior a la decisión de utilizar el video o el ordenador. En tercer lugar, toda minoría que provoca una auténtica innovación debe lanzarse y continuar durante un cierto tiem­po, sin que de ello resulte para ella ventaja alguna en el plano del poder, del status, de los recursos o de la compe­tencia.

La dependencia no es, pues, una variable independiente o general, susceptible de explicar el tipo de influencia al que .me estoy refiriendo. Creo que la única variable dotada de poder explicativo es el estilo de comportamiento, que es totalmente independiente de la mayoría, de la minoría y de la autoridad en su determinación de influencia.

El estilo de comportamiento es un concepto nuevo y, sin embargo, familiar. Hace referencia a la organiz.~ción de los comportamientos y las opiniones, al desenvolvimiento y a la intensidad de su expresión; en una palabra, a la «re­tórica» del comportamiento y de la opinión. Los comporta­mientos en sí mismos, como los sonidos de una lengua to­mados individualmente, no poseen significación propia. Sólo combinados según las intenciones del individuo o del grupo emisor, o según la interpretación de aquellos a los que van dirigidos, pueden tener un significado y suscitar una reac­ción. La repetición del mismo gesto o de la misma palabra puede en unos casos reflejar la terquedad y la rigidez; en otros puede expresar la certeza. Correlativamente, la terque­dad y la certeza pueden manifestarse de muchos modos di­ferentes: por la repetición, el rechazo o la intensidad de los gestos o las palabras.

¿Qué implica todo esto? Simplemente que toda una se­rie de comportamientos ofrece dos aspectos: el uno, instru­mental, define su objeto y provee informaciones relativas a este objeto; el otro, simbólico, da informaciones sobre el estado del agente, fuente de los comportamientos, y lo de­fine. Así, cuando en el laboratorio un sujeto ingenuo oye a una persona repetir veinte veces que «la línea A tiene la misma longitud que la línea B» o que la diapositiva que él ve azul es en realidad verde, infiere de ello dos órdenes de cosas diferentes: de una parte, que posiblemente la línea A

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hi~ i f:\f ! sea de la misma longitud que la línea B o que la diapositiva í.Ht ·· azul sea verde; y de otra, que la persona que emite estas ;:j( afirmaciones posee una certeza e intenta quizá influirle. W\l Así, pues, los estilos de comportamiento suelen tener a la Y'G vez un aspecto simbólico ·y un aspecto instrumental, que se · · relacionan con el agente por su forma y con el objeto de la 1<· .

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acción por su contenido. Suscitan también deducciones con­cemientes a estos dos aspectos de su significación. A la vez transmiten significaciones y determinan reacciones en fun­ción de estas significaciones. Esta insistencia en la significa­ción del comportamiento parecerá fútil a muchos lectores. Pero es en realidad de gran importancia, porque hasta ahora se ha insistido sólo en su ausencia de significación.

Abordaremos a continuación algunos puntos más concre­tos del estilo de comportamiento. La persona o el grupo que adopta uno de estos estilos deben, si quieren que el estilo sea reconocido e identificado socialmente, cumplir las tres condiciones siguientes:

a) Tener conciencia de la relación que existe entre el estado interior y los signos externos que ellos utilizan. La certeza se manifiesta en el tono afirmativo, confiado; por ejemplo, la intención de no hacer concesiones se expresa en la firmeza del comportamiento adecuado.

· b-) Utilizar señales de modo sistemático y consistente a fin de ·evitar un mal entendido por parte del receptor.

e) Conservar las mismas relaciones entre los comporta­mientos y las significaciones a lo largo de una interacción; en otros términos, asegurar que las palabras no cambien de significado· en el curso de la interacción.

En el intercambio social, estos modos convencionales de organizar el comportamiento tienen por objeto dar al otro grupo o a la otra persona informaciones sobre la posición y la motivación de la persona o del grupo que inicia la in­teracción. Pueden, por ejemplo, dar muestra de un nivel de apertura, de certeza o de compromiso. Pueden también se­ñalar un deseo de influir. Así, los estiios ue "omportamiento son sistemas intencionales de signos verbales y/o no verba­les que expresan la significación del estado presente y la evo­lución futura de quienes hacen uso de ellos.

¿De dónde proviene la eficacia de los estilos de compor­tamiento en la influencia? No he encontrado aún una res-

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puesta satisfactoria a esta cuestión. Se supone que los esti­los de comportamiento suscitan simplemente actitudes po­sitivas o actitudes negativas, pero esto no nos dice mucho. Es posible que determinen campos psicológicos o que orien­ten la atención dando diferente peso a los elementos de información o poniendo el énfasis en hechos y objetos con­cretos del entorno.

La resistencia no violenta, por ejemplo, que opone la fuer­za pacífica de la decisión y demuestra la futilidad de la re­presión física, puede, a la vez, suscitar el interés por la cau­sa que defiende y obligar a un cambio de método respecto a esta causa, porque los métodos convencionales resultan ineficaces contra ella. Asimismo, cuando un niño expresa su deseo de poseer. un juguete concreto llorando y gritando, rechazando otro juguete substitutivo o las frases de consue­lo, sus padres se ven obligados a tomar en consideración su punto de vista y su escala de preferencias. Pero sabemos poco sobre los mecanismos subyacentes al estilo de compor­tamiento; se trata de una noción nueva cuya importancia para la comprensión de los fenómenos en psicología social comienza ahora a ser reconocida. · · ·

Hay cinco. estilos de comportamiento que podemos des­cribir objetivamente: a) el esfuerzo; b) la autonomía; e) la consistencia; d) la rigidez; e) la equidad. La consistencia es el único de los cinco estilos que ha sido objeto de una atención seria y es probablemente el más fundamental.

EL ESFUERZO

Las investigaciones sobre la disonancia cognoscitiva (por ejemplo, FESTINGER, 1957; BREHM y COHEN, 1962; ZIMBARDO, 1960) y el aprendizaje social (por ejemplo, BANDURA y WAL­TERS, 1963) han puesto de relieve el papel que cumple el es­fuerzo psicológico desplegado para justificar o cambiar el comportamiento. Si un individuo o un grupo se sacrifica mucho para llevar a buen término algún plan concreto, los demás sacarán dos conclusiones: 1) que pone una gran con­fianza en la elección que ha hecho; 2) que posee una gran capacidad de autorrefuerzo.

Tomemos un ejemplo imaginario y consideremos una si­tuación en la que se organiza una colecta. Sabemos que la mayoria de los donantes tienden a aportar un donativo «me-

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dio», estableciendo así una norma más o menos adecuada para todos. Cada donante supone probablemente que los de­más hacen un sacrificio comparable al suyo o que el dona­tivo de los otros es, como el suyo propio, proporcional a sus medios. Si ocurre que, en la lista de los donantes anteriores que suelen presentar los organizadores, aparece la informa­ción de que un pobre ha hecho un sacrificio excepcional, cabe esperar que esta información influya en la mayoría de los restantes donantes y los incite a tomar este sacrificio como punto de referencia para determinar lo que deben dar.

HAIN y otros (1956) han estudiado las condiciones que determinan la firma de peticiones. Observaron que el núme­ro de las firmas estampadas no es el factor decisivo. Lo que más importa es la convicción y la urgencia con que se hace el llamamiento a firmar. Escriben: «Los resultados ha­cen dudar de la validez de la información absoluta según la cual cuanto mayor es el número de firmas para una peti­ción, más extendida está la actitud en favor del cambio propuesto» (p. 389) .

En· general, cabe afirmar que influirán en los procesos sociales aquellos estilos de comportamiento que pongan de manifiesto que el grupo o el individuo implicado está fuer­temente comprometido por una libre opción, y que el fin perseguido se tiene en gran estima, hasta el punto de hacer aceptar voluntariamente sacrificios personales.

LA AUTONOMIA

La autonomía es un valor que, cuando se manifiesta, suscita reacciones positivas. Está considerada como una ac­titud ejemplar que favorece la emulación. ¿Cómo podemos definirla? La autonomía implica varios factores. En primer lugar, una independencia de juicio y de actitud que refleja la determinación de obrar según los propios principios. In­terviene también la objetividad, es decir, la capacidad de tener en cuenta todos los factores pertinentes y extraer de ellos las conclusiones de modo riguroso, sin dejarse desviar por intereses subjetivos. El extremismo puede también ser un elemento de la autonomía en la medida en que implica una actitud consistente e intransigente.

DB MON.CHAUX y SHIMMIN (1955) han demostrado el efecto de la· independencia en su análisis de un estudio rea-

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lizado en Gran Bretaña por ScHACHTER. En este estudio se pidió a varios grupos seleccionar un modelo de avión cuya producción debían luego simular. El cómplice del experi­mentador había recibido como instrucción escoger de modo consistente el modelo más rechazado por el grupo; el gru­po, por su parte, debía llegar a una decisión unánime. De los treinta y dos grupos, doce llegaron a un acuerdo que tenía en cuenta la elección del cómplice, seis adoptaron la elección de éste y catorce no lograron ponerse de acuerdo. Los autores concluyen:

«Nuestra hipótesis fue que, a medida que avanzaba la discusión, la necesidad de llegar a una decisión de grupo obligaría a tener en cuenta las actitudes individuales. Pero es posible que el comportamiento del desviante que mantiene tranquilamente y sin agresividad su propia elec­cion hubiera reforzado la firmeza de las opciones individuales. ('Si él no renuncia a su elección, ¿por qué voy a renunciar yo a la mía?') Consideramos, pues, que la presencia del desviante actuaba posible­mente como una presión hacia la individualidad de elección más que a la unanimidad de grupo» (p. 59).

Resulta, según este estudio, que el ·comportamiento vis­to como independiente puede o bien ,influir en la decisión del grupo a su favor (seis grupos optaron por el modelo escogido por el cómplice) o bien promover una actitud de independencia por parte de los miembros del grupo. Uno y otro caso son el reflejo de la influencia ejercida por el cómplice. Un individuo que parece profesar. opiniones y jui­cios autónomos y no es dominador· ni particularmente incli­nado al compromiso será considerado, y probablemente tra­tado, como defensor de un modelo o de un conjunto espe­cial de valores. Dará, en consecuencia, la impresión de ser dueño de su propio comportamiento. En cierto modo, es el iniciador de una serie de acciones. Lo poco que sabemos de la comunicación indirecta y de la causalidad social mues­tra que este individuo (o sub grupo) no sólo se hará escu­char, sino que ejerc:;erá un poder sobre los otros individuos que carecen de ese grado de autonomía. Al parecer, el com­portamiento autóno~o, al igual que el que implica ·esfuerzo psicológico, no se percibe como un comportamiento que ten-ga por meta influir a otros. ·

En un grupo, los individuos desconfían siempre de las intenciones manipuladoras. No se atribuyen ni cabe atribuir tales intenciones a un individuo cuya integridad y ausencia

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144 Psicología de las minorías activas

de reservas mentales se juzgan evidentes. De ahí que ese in­dividuo adquiera ascendiente sobre los demás y sus opinio­nes y juicios tengan mayor peso. Si está presente a la hora de alcanzar un consenso, en el curso de una reunión por ejemplo, o de un trabajo en ,equipo, o cuando hay que ex-

. presar una opinión sobre un tema de controversia, y se com­porta de forma que da la impresión de dominar muchos elementos pertinentes y bien analizados, ejercerá probable­mente una gran influencia sobre el resultado colectivo. Su reflexión y su independencia, según se manifiestan en el comportamiento, inspirarán respeto y encontrarán apoyo.

Esto explica, entre paréntesis, por qué aceptamos fácil­mente, tal vez con excesiva facilidad, las afirmaciones de los científicos, de las autoridades religiosas y de los grupos de expertos. Suponemos, a menudo de forma errónea, que sus opiniones han sido cuidadosamente ponderadas y que no hay intereses personales o motivos ocultos en las soluciones que proponen.

MYERS y GoLDBERG (1970) realizaron un estudio que tien­-. de a apoyar mi análisis. Pidieron a trescientos treinta y sie-. te estudiantes que leyeran un breve «artículo de revista>>

sobre la polución atmosférica. Los sujetos pensaban que este artículo había sido redactado por los experimentadores. La idea expresada en el artículo era que la polución atmos­férica no es peligrosa. Escogieron este problema por suponer que los sujetos compartirían la difundida convicción de que la polución atmosférica constituye realmente un peligro. Existía, pues, la posibilidad de hacer cambiar a los sujetos de opinión en el sentido sugerido por el persuasivo men­saje.

Para nuestro propósito, daremos sólo los resultados de tres de las condiciones experimentales. En una primera con­dición, «grupo de elevada moralidad», se decía a los estu­diantes que la posición expresada en el artículo represen­taba la conclusión a la que llegó un grupo de expertos des­pués de tres horas de discusión. En una segunda condición, «individuos de elevada moralidad», se informaba a los su­jetos de que el artículo se apoyaba en un sondeo efectuado entre un pequeño grupo de científicos importantes. En una tercera condición, «individuo de elevada moralidad», se de­cía a los sujetos que el artíéulo representaba la conclusión a que había llegado uno de los más eminentes científicos de los Estados Unidos.

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Podemos suponer que no había diferencia de prestigio entre los expertos en las tres condiciones. Sin embargo, es en la condición «grupo de elevada moralidad>> donde se ob­servó mayor influencia; los sujetos creían que el artículo representaba el resultado de una deliberación común y pen­saban probablemente que se había examinado la cuestión con un cuidado excepcional.

Pero la deliberación no parece suficiente. Para que la autonomía quede clara, es preciso tener la convicción de que la persona o el grupo que expresa las ideas en cuestión ocupa una situación social particular, conoce a fondo el tema, y ha escogido libremente esta posición. Una experien­cia de NEMETH y WACHTLER (1973) es en este punto particu­l~rmente sugestiva.

Reunieron grupos de cinco personas a fin de constituir tribunales simulados y dieron a leer el estudio de un caso a cada grupo. En un caso particular, un individuo había reclamado compensación de daños y perjuicios por una le­sión sufrida en el curso de su trabajo. Mientras reparaba una lavadora cayó de un escalón produciéndose rotura de un cartílago de la rodilla. La indemnización máxima que auto­rizaba la ley era de 25.000 dólares. Cuando se interrogó a los sujetos, individualmente y en privado, la mayoría pen­saba que debía entregársele una fuerte compensación; la su:m:a media sugerida era de 14.560 dólares.

Sin embargo, en las condiciones de la experiencia, los sujetos estaban expuestos a los argumentos de un cómplice que sugería, de modo constante, la suma de 3.000 dólares. Las cinco personas de cada tribunal (cuatro sujetos y un cómplice) discutían el caso durante cuarenta y cinco minu­tos, en el curso de los cuales el cómplice presentaba siete argumentos que había memorizado previamente. Entre otras cosas, ponía en cuestión la gravedad de la lesión y sugería que el tribunal debía considerar una compensación equita­tiva en lugar de otorgar el máximo únicamente porque la compañía de seguros podía pagarlo, e indicaba que 3.000 dó­lares representaban una suma importante. Se ensayó tam­bién una condición testigo en la que los cinco sujetos deli­beraban sobre el caso sin que ningún cómplice estuviera presente.

Introdujeron, finalmente, una variación que presenta un interés particular. (Algunas investigaciones sobre los tribu­nales han venido a apoyar la convicción de qu,e, en nuestra

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146 Psicologia de las minorías activas

cultura, el sitio ocupado por una persona en una sesión es un reflejo de su status y del poder que tiene para influir. El sentarse en la cabecera de la mesa, en concreto, va ha­bitualmente asociado al poder y al prestigio. Puede ocurrir que una persona que toma este puesto atraiga por este solo hecho la atención de los demás, al afirmar su dominio y competencia y su intención de comportarse como líder. Si el hecho de ocupar la cabecera de la mesa incita a los demás a atribuir a su ocupante características de líder, es posible que un individuo esté mejor situado para ejercer influencia si adopta este estilo de comportamiento). En su experien­cia, NEMETH y WACHTLER utilizaron una mesa donde la dis­posición de los asientos era tal como aparece en la figu­ra 2. La cabecera de la mesa es S y las sillas laterales O y R. El cómplice, según la condición experimental, ocupaba o bien la cabecera o bien uno de los puestos laterales. La variación crucial era que en determinadas condiciones el cómplice escogía él mismo el sitio mientras que en otras se le asig­naba el puesto. En todas estas condiciones, y ahí está el punto importante, el cómplice presentaba exactamente los mismos argumentos (que se reducían a defender UQa posi­ción desviante) en el curso de los cuarenta y cinco minutos que duraba la discusión del caso.

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Fig. 2. Disposición de los asientos en el estudio del tribunal simulado.

La diferencia entre el hecho de escoger un sitio y el he­cho de que éste sea asignado es que lo primero es un signo de autonomía, mientras que lo segundo indica la sumisión

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los estilos de comportamiento 147

a un sistema de reglas y de autoridad. Podemos, pues, es­perar que en igualdad de circunstancias el cómplice ejercerá una gran influencia al escoger su puesto. Los resultados de la experiencia confirman esta expectativa. Los análisis de la eficacia del cómplice muestran que sólo cuando él ha es­cogido el puesto en la cabecera de la mesa ha eiercido una influencia. Cuando se le asignó este puesto o cu~do ocupó un puesto lateral (por elección o por asign~ción), no ejerció influencia alguna {t=l,53; p<0,07).

Los autores observan que «el hecho de ocupar el asiento de cabecera de la mesa, siendo un estilo de comportamiento, podía ser interpretado por los demás como signo de con­fianza en sí mismo. Esto implica que el individuo es efi­ciente. El hecho de ocupar este puesto, si no era resultado de ·una elección, no aportaba información alguna sobre el sujeto respecto a tales rasgos de carácter» (p. 20). Sin em­bargo, el hecho tiene mayor alcance. Reaccionando con fir­meza a. la hostilidad o a la falta de apoyo en los otros, el individuo confiere a su vez credibilidad a las características que lo"s· :otros le atribuyen. NEMETH y WACHTLER informan: «En esta prueba, la mayoría opuso verdadera resistencia a las concepciones del cómplice. En numerosas ocasiones la mayoría mortificó o ridiculizó al cómplice por su posición claramente desviante. Alguien le amenazó incluso con rom­perle la pierna para mostrarle el dolor y el sufrimiento que entraña tal lesión. Está claro, pues, que la mayoría· no dio fácilmente su adhesión; sin embargo, los sujetos fueron in­fluidos por ese mismo cómplice, pese a utilizar los mismos argumentos, cuando por el hecho de tomar asiento en la cabecera de la mesa, es decir, por su estilo de comporta­miento, manifestó confianza en sí mismo» (p. 21).

Es otra manera de ilustrar el efecto de autonomía y de objetividad. La sociedad supone siempre que los individuos tienen intereses y motivos ocultos. Se atribuyen sus juicios y sus opiniones a razones externas (pertenencia a una clase, atmósfera familiar, etc.) o internas (celos, ambición, etc.). En consecuencia, se supone también que el comportamiento no es nunca verdaderamente libre, ni en su contenido ni en· sus fines. Sin embargo, cabe predecir sin riesgo de equivo­carse que cuando una persona parece obrar independiente­mente de los agentes externos o de las fuerzas interiores, su reacción será aceptada con facilidad por la mayoría de los individuos .

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Numerosos estudios emprendidos en el campo de la co­municación se fundan en el paradigma de la dependencia. Tales estudios han logrado probar su postulado, a saber, que el prestigio o la credibilidad del emisor de un mensaje constituye el factor esencial d~ la eficacia de la comunica­.ción. Más exacto: en igualdad de circunstancias, cuanto ma­yor es la credibilidad, más impc;>rtante es el cambio de opi­nión del receptor. Se ha supuesto siempre, además, que el mensaje no tenía relación alguna con los intereses del emi­sor ni del receptor, que la gente no consideraba la posibili­dad de tal relación. WALSTER y otros (1966) intentaron mos­trar que se da percepción de relaciones entre los mensajes y los intereses y que esto repercute en la comunicación y en la formación de las actitudes y los juicios. Tomaron como punto de partida la hipótesis según la cual una persona será considerada como más sincera y más digna de confianza si sostiene un punto de vista que es contrario a su interés per­sonal evidente. En su investigación, los sujetos estaban di­vididos en cuatro grupos experimentales. El primer grupo recibía una comunicación emanada de un individuo posee­dor de un gran prestigio (fiscal del Tribunal Supremo), que defendía una posición favorable a sus propios intereses; el segundo grupo recibía una comunicación emanada de un individuo de débil prestigio (criminal), que defendía una posición favorable a sus propios intereses; el tercer grupo recibía una información emanada de un individuo de gran prestigio que defendía una posición desfavorable a sus in­tereses, y el cuarto grupo recibía una comunicación emana­da de un individuo de débil prestigio que defendía una po­sición desfavorable a sus intereses.

Cuando los dos individuos sostenían puntos de vista opuestos a sus propios intereses, ejercían una mayor in­fluencia, independientemente de su status. En realidad, el individuo de débil prestigio, cuando adoptaba una posición opuesta a sus intereses personales, ejercía mayor influencia que el individuo de gran prestigio. Así, pues, la comunica­ción que aparece desligada de toda idea preconcebida se interpreta como más honesta y mejor informada. Ejerce una mayor influencia. PowELL y MILLER (1967) advirtieron también con toda claridad que una fuente de información resultaba más digna de confianza cuando se suponía que no sacaba provecho alguno del comportamiento del blanco de la experiencia, Se presentaban a los sujetos _mensajes gra-

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bados que recomendaban dar gratuitamente su sangre a la Cruz Roja. Se suponía que un médico conocido y el presi­dente de una sección de reclutamiento de donantes de san­gre de la Cruz Roja, es decir, individuos anónimos, leían los mensajes con ánimo de persuadir a los sujetos. El médico, que actuaba como parte desinteresada, fue considerado como más digno de confianza y ejerció mayor influencia que el presidente de la sección de reclutamiento, quien parecía evidentemente más interesado y más egoísta.

Los políticos tienen conciencia de este hecho, y no dejan pasar ocasión de proclamar que son capaces de elevarse por encima de sus intereses particulares para atender al interés general. Se advierte a menudo que los conservadores tienen menos dificultad en hacer adoptar leyes sociales «de izquier­da~; encuentran una menor resistencia y pueden persuadir de la necesidad de tales leyes. En los Estados Unidos, es corriente que el partido republicano lleve a buen término objetivos políticos defendidos por el partido demócrata.

. Otro tanto se ha observado en Francia en cuanto a la inde­

.. pendencia otorgada a las colonias: la izquierda estuvo siem­. · · pre a favor, pero fue generalmente la derecha quien la hizo

efectiva.

El extremismo no es un tema de estudio preferido, y sólo se ha abordado como éomportamiento desviante. Los teóricos tienden a considerar que el extremismo es mucho menos aceptado y, sobre todo, menos eficaz· que el compor­tamiento moderado. La teoría del equilibrio supone incluso que existe una «actitud sistemática antiextremista». Escribe TAYLOR (1969): «Si la persona focal comunica con otra per­sona a propósito de un problema o de un tema, la persona focal o bien su interlocutor puede afirmar su posición de modo 'moderado' o de modo más 'extremo'. Se admite que la gente prefiere por lo general una comunicación que utili­ce términos moderados a una comunicación hecha en tér­minos enérgicos. Es una actitud preconcebida contra el 'extremismo'. Esto implica que una comunicación moderada, viniendo de la persona focal o de otra persona, tiene más posibilidades de inducir a un cambio de actitud o de senti­miento que una comunicación hecha en términos enérgi­cos» (p. 122). Pese a este postulado, los pocos estudios dis­ponibles ofrecen una imagen menos negativa de las posibi­lidades que tiene un extremista de ejercer influencia, dado

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1.SO Psicología de las minorías activas

su carácter desviante o <<desequilibrado)). Una experiencia poco conocida de MULDER (1960) permite restablecer el equi­librio. Los pequeños comerciantes de una comunidad urba­na fueron convocados para informarles de la futura crea­ción de un supermercado en la zona. Necesitaban defender sus derechos y sus bienes contra la amenaza que represen­taba el supermercado para sus comercios. Uno de los co­merciantes, en realidad un cómplice del experimentador, adoptó una posición dura, rechazando todos los compromi­sos e insistiendo en la necesidad para la comunidad de organizarse y resistir activamente a la construcción del su­permercado. Abogó por la creación de un sindicato local de defensa mutua. Un segundo comerciante, igualmente cóm­plice, adoptó una posición moderada, defendiendo las mis­mas ideas con menos insistencia. Los participantes debían decidir si crear o no un sindicato y eventualmente elegir a los delegados que los representaran y defendieran. Los re­sultados de la experiencia muestran que los participantes adoptaron la línea dura. Eligieron por lo general como re­presentante al cómplice radical, y el cómplice moderado fue a menudo rechazado. Dadas las condiciones de la experien­cia, puede presumirse que los participantes se sentían más implicados que si la tarea hubiera consistido en estimar el número de los puntos contenidos en una #gura. Los comer­ciantes de la experiencia de MULDER estaban polarizados en alternativas netas, coherentes y radicales. La postura firme del cómplice extremista, lejos de ·bloquear la interacción, permitió a los participantes establecer una posición sólida de grupo.

Más recientemente, EISINGER y MILLS (1968) intentaron mostrar que, si un individuo emisor de mensajes es del «mismo campo)) que sus oyentes, será considerado más sin­cero que un emisor del <<campo opuesto)), por la razón apa­rentemente evidente de que será más popular. Los autores postularon asimismo que un emisor de mensaje extremista sería menos popular y considerado menos sincero que un emisor moderado. Sin embargo, los resultados muestran, por lo general, que los individuos extremistas suscitan reac­ciones más favorables que los moderados. Los autores no habían previsto este desenlace, que comentan así: «Es po­sible que la mayor simpatía por el portavoz del mismo cam­po se viera contrarrestada por la constatación de que el portavoz del· campo opuesto afrontaba una mayor desapro-

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bación social» (p. 231). En otros términos, la posición del extremista se encuentra reforzada por el valor de que hace gala afrontando riesgos y, cuando se le compara con un mo­derado del mismo partido, se le otorga la preferencia por­que <<Se le juzga más sincero, más competente, más simpá­tico y más digno de confianza)) (p. 231).

No sólo la virtud no es recompensada, sino que el tipo y el estilo de respuesta que, según ALLPORT, se esperaba suscitasen antipatía, despiertan por el contrario admiración y se estiman como una . nota de seriedad y de credibilidad. Ninguna de estas experiencias constituye una prueba cate­górica; sin embargo, por poco concluyentes que sean, sugie­ren la necesidad de una nueva orientación. Además, cons­ti~uyen un sólido testimonio en favor de que la autonomía en sus diversas manifestaciones sea tratada como estilo re­levante de comportamiento.

LA CONSISTENCIA

La consistencia en el comportamiento se interpr.eta· como una señal de certeza, como la afirmación de la voluntad de atenerse inquebrantablemente a un punto de vista dado y como reflejo del compromiso por una opción coherente e in­flexible. La fuerza de esta fuente de influencia Iio puede atribuirse ni a una diferencia de aptitud ni a una forma explícita de dependencia. Es cierto que <<la consistencia en el· comportamiento)) engloba numerosas formas de compor­tamiento, desde la obstinada repetición de una fórmula, pa­sando por el hecho de evitar los comportamientos contra­dictorios, hasta la elaboración de un sistema de prueba ló­gica. No se trata de un punto importante para nuestro tema; la intuición y la experimentación determinarán el sentido exacto. Me limitaré aquí a analizar las implicacio­nes de la consistencia en la óptica de la influencia social.

Ante todo, reafirmemos la hipótesis según la cual cada individuo o cada grupo trata de imponer una organización al entorno material y social, de confirmar el conocimiento que tiene de él y de reforzar las reglas que ha adoptado para tratar con él. El individuo y el grupo actúan sobre la realidad, hacen previsiones y adquieren sobre ella un con­trol, deslindando los comportamientos y hechos efímeros y variables de sus fundamentos permanentes e invariantes;

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152 Psicología de las minorías activas

introducen una secuencia temporal y causal en una situa­ción en la que todo podría parecer accidental y arbitrario. Cuando dos personas se encuentran, el único modo que tie­nen de comunicarse y de adoptar comportamientos mutua­mente satisfactorios es extraeF algunos rasgos dominantes de la masa de las impresiones rudimentarias: intenciones, sentimientos, aptitudes, etc. Los objetos materiales dan lu­gar a la misma operación de comparación, de clasificación, de selección de los estímulos transmitidos, lo que lleva a una caracterización de las dimensiones del objeto, como el color, la velocidad, etc., y a una determinación de su posible aplicación a algún fin. Lo mismo ante personas que ante las cosas, se desarrolla un proceso de inferencia concernien­te a sus particularidades.

Si llevamos adelante la reflexión en este sentido, resulta claro que la consistencia cumple un papel decisivo en el proceso de adquisición y organización de la información pro­veniente del entorno. Este papel corresponde o bien a una consistencia interna, intraindividual (consistencia en el tiempo y en las modalidades, según la terminología de HEI· DER), o bien a una consistencia interindividual, social (con­senso). Ambas· vienen a coincidir, ya que la consistencia en el tiempo y en las modalidades no es sino una especie de consenso que cada cual establece .interiormente a fin de ar­monizar diferentes series de informaciones y de acciones, rp.ientras que el consenso es una forma de consistencia im­·puesta o buscada por diferentes individuos. Ambas formas de consistencia se traducen en una reducción de la varia­bilidad de las respuestas. Esta reducción es la manifesta­ción habitual y visible de un modelo de acción a través del cual se obtienen los caracteres deseados y se confirman las dimensiones invariantes del mundo social y material, es de­cir, las normas que determinan el comportamiento. Al me­nos, el individuo tiene la impresión de que tal es el efecto de la reducción de la variabilidad de las respuestas y tal resulta ser su significación.

En resumen, está claro por qué la consistencia en el com­portamiento ejerce influencia. De una parte expresa, o bien una muy firme convicción en circunstancias en que las opi­niones son habitualmente menos seguras, o bien una solu­ción de recambio válida a opiniones dominantes. De otra parte, un individuo que sigue un comportamiento consisten­te no sólo parece muy seguro de sí mismo, sino que garan-

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Los estilos de comportamiento 153

tiza también que un acuerdo con él llevará a un consenso sólido y duradero. La consistencia responde además al de­seo general de adoptar opiniones o juicios relativamente claros y simples y de definir sin ambigüedad las realidades a las que un individuo debe ordinariamente hacer frente. Puede parecer que requiere demasiada atención, que entra­ña un comportamiento extremo o extraño, pero puede tam­bién ejercer un atractivo y constituir un punto de conexión para tendencias de grupo latentes. Estas consideraciones iluminan el sentido de la determinación de CATÓN EL VIEJO de concluir siempre sus discursos, cualquiera que fuese el tema, con la célebre frase: «Hay que destruir a Cartago», hasta que el Senado adopta su postura y envía una expedí­ció~ contra la ciudad rival de Roma.

Existen ahora elementos para apoyar las afirmaciones que he hecho sobre la consistencia como estilo de compor­tamiento. Algunas experiencias realizadas por MoscoviCI y FAUCHEUX (1972) dan fe de ello.

PRIMERA EXPERIENCIA

Procedimiento experimental.-La experiencia se presenta a los sujetos como una indagación en torno a un problema de psicología aplicada. Se les explica que con los recientes avances en la transmisión informativa, sobre todo en nave­gación aérea y espacial, los operadores tienen que leer las informaciones proyectadas en pantallas catódicas. Por eso importa determinar las preferencias de la gente por los di­ferentes códigos posibles, a fin de mejorar la legibilidad y la discriminación de la información transmitida. Se ofrece un ejemplo concreto: el de los operadores que, en las torres de control de los aeropuertos, deben seguir y guiar simul­táneamente a un gran número de aparatos que se preparan para aterrizar o despegar. Para la seguridad de los aeropuer­tos, importa simplificar al máximo el trabajo de estos ope­radores. Conviene, pues, que las informaciones que utilizan (altitud, posición, velocidad, prioridad, etc.) les sean presen­tadas del modo más claro posible, mediante los símbolos y señales más apropiados, a fin de que puedan tomar deci­siones rápidas y correctas.

Se explica luego a los sujetos cómo participan en una

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154 Psicología de las minorías activas

experiencia que reproduce en forma simplificada las condi­ciones de la torre de control, pero que necesita el mismo género de atención selectiva y de toma de decisión. Se les muestra una serie de dibujos que difieren en cuatro dimen­siones: el tamaño (son grandes o pequeños); el color (son rojos o verdes), la forma (son redondos o angulosos) y el trazado (son en línea punteada o en línea continua). Se en­seña a los sujetos un modelo de cada uno de estos dibujos. Se les informa que recibirán una larga serie de dibujos y que para cada dibujo habrá siempre cuatro posibles res­puestas correctas. Pero se les pide dar una sola respuesta: la que juzguen, por la razón que sea, más apropiada en un momento dado para un dibujo particular. Las respuestas debían darse o bien oralmente o por escrito. La orden de respuesta debía variar sistemáticamente: el sujeto que había dado la respuesta en primer lugar en la prueba anterior era el último en hablar en la prueba siguiente, y así suce-sivamente. .

La serie de estímulos comprende. $esenta y cuatro dibu­jos que se suceden de forma que sólo ·una dimensión queda invariada .de ·un dibujo a otro; por ejemplo, un dibujo es grande-verde-redondo-punteado y el siguiente grande-rojo­anguloso-continuo, el siguiente pequeño-rojo-redondo-puntea­do, etc. Los sujetos, reunidos en grupos de cuatro o cinco, ocupan tres lados de una mesa rectangular, siendo ocupado el cuarto por el experimentador que presenta los dibujos uno tras otro para el examen. Un cómplice del examinador escoge constantemente la respuesta color durante toda la experiencia. Los grupos testigos incluyen sólo sujetos inge­nuos y ningún cómplice.

Resultados.--'La tabla S muestra que el número de res­puestas «color» aumenta de manera significativa en los gru­pos experimentales comparados con los grupos testigos. Se observa que este aumento del número de respuestas «Color» va acompañado de una disminución significativa del número de respuestas «forma». Sin embargo, no cabe atribuir esta variación a ningún factor determinado. La «forma» no es la dimensión más elegida en los grupos testigos y no parece estar asociada en modo particular al color.

Existe un segundo indicio de la influencia del sujeto mi­noritario. Normalmente, cuando expresan una opción pre­ferencial, los sujetos no la emiten de modo aislado sino,

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tos estilos de comportamiento 155

TABLA 5

Primera experiencia: Media de opciones en cada dimen­sión; comparación entre los grupos experimentales y los

grupos' testigos

Dimensión Color Trazado Tamaño Forma

Grupos experimentales (k=6) 20,86 16,18 16,09 10,88

Grupos testigos (k=6) 15,28 18,93 14,20 15,59

t de Student 2,46 1,67 0,75 2,74

Umbral de significación P<0,2 p>0,10 p>0,10 p>0,2 p>0,05

más bien, mediante una serie de dos o más respuestas su­cesivas. Se observa que en los grupos experimentales los juicios «colon> se emiten más frecuentemente mediante se­rie de dos o más respuestas sucesivas (X2= 17,84, p<O,OOl). Para las otras dimensiones, o no se encuentra diferencia significativa («tamaño») o bien el número de respuestas ais­ladas aumenta («forma»: X2=5,45, 0,05>p)..0,02; «trazado»: X2 =22,397, P>0,001). Así, el comportamiento constante de una minoría determina, no sólo la frecuencia de las respues­tas de la mayoría, sino .también su organización.

SEGUNDA EXPERIENCIA

Procedimiento experimental.-Una norma implícita es una norma que rige nuestro comportamiento sin que tenga­mos clara conciencia de su generalidad o del hecho de que determina la mayor parte de nuestras decisiones. Tales nor­mas son omnipresentes en el campo de la moda, de la alimentación, del gusto, del lenguaje, etc. Por razones de comodidad, utilizamos , para esta experiencia material lin­güístico. Los hábitos verbales pueden definirse como regu­laridades normativas en una colectividad que comparte es­tos hábitos.

Escogimos cuarenta y nueve asociaciones de palabras en una lista establecida por NUNNALLY y HussEK (1958), que

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156 Psicología de las minor~as activas

habían medido la frecuencia de ciertas asociaciones de pa­labras en una población de estudiantes americanos. A cada palabra estímulo (por ejemplo, «naranja») corresponden dos asociaciones, de las que una es un calificativo (por ej., «re­dondo») y la otra un su'pra-ordenado (por ej., «fruto»). Se da al sujeto un fascículo de cinco páginas en el que están impresas las ochenta y nueve asociaciones. Mientras el ex­perimentador lee la palabra estímulo, el sujeto escoge y enuncia aquella de las dos asociaciones, que se encuentran en la misma línea de la palabra estímulo, y que a su juicio está más estrechamente ligada a ésta; el sujeto anota tam­bién sus propias respuestas. Como en la primera experien­cia, el orden de las respuestas está sistemáticamente varia­do. Los sujetos se sientan del mismo modo que en la pri­mera experiencia. Los grupos experimentales se componen de tres sujetos ingenuos y un cómplice. Los grupos testigos únicamente de sujetos ingenuos. En los grupos experimen­tales el cómplice escoge siempre la asociación supra-orde­nada.

Dispusimos las asociacicmes en dos listas diferentes con arreglo a una probabilidad creciente o decreciente de elec-

. ción de la palabra supra-ordenada en la población general.. . En la primera lista (lista A), la probabilidad de asociación al estímulo de las respuestas supra-ordenadas es mayor ~1 principio: así, la asociación «escogida>> por el cómplice para estos estímulos resulta corresponder a la norma. A medida que la probabilidad de sus respuestas disminuye, su com­portamiento aparece como «conservador» y de naturaleza apta para frenar la adaptación al cambio de los hábitos ver­bales. En la segunda lista (lista B ), donde la probabilidad de las asociaciones supra-ordenadas es menor al comienzo, las respuestas del cómplice aparecen como «desviantes» .

Hicimos uso de estas dos listas para mostrar que: a) la verdadera fuente de influencia es la consistencia del com­portamiento en la minoría y no su grado de desviación; b) el conformismo inicial de una minoría, contrariamente a lo que parece inferirse de los trabajos de KELLEY y SHAPIRO (1954) y de HoLLANDER (1960), puede reforzar su influencia, pero no es la causa de ésta.

Resultados.---Cualquiera que sea el orden de utilización de las listas, el aumento del número de respuestas «supra­ordenadas» es significativo en los grupos experimentales

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Los estilos de comportamiento 157

TABLA 6

Media de las respuestas ccsupraordenadas»; comparaclOn de los grupos experimentales y los grupos testigos

Medias de los grupos experimentales (k=6) ............................. .

Medias de los grupos testigos (k=6) .. . t de Student . .. .. . . . . . . . . .. .. . .. . .. . Umbral de significación . . . . . . . .. . .. .. .

Usta A

74,01 75,61 2,24

p<0,05

Lista 8

63,67 53,89

1,91 0,10> p>0,05

wmparados con los grupos testigos. La influencia del cóm­plice sobre las respuestas de la mayoría es innegable, sea que se comporte como «conservador» o como «desviante» de la misma (cf. Tabla 6). Cabe preguntar si el efecto de la elección del individuo minoritario sobre la elección de los individuos mayoritarios se ejerce en toda la lista o sólo en la parte donde está más cerca de la norma. Si la influencia se ejerciera sobre todas las respuestas, habría modificación de la norma mayoritaria respecto a la nonÍla americana original. De hecho, observa:q10_s tal modificación: la propor­ción de las asociaciones supra.:Ordenadas escogidas por los sujetos de los grupos experimentales es significativamente

·más elevada que la proporción de las asociaciones supra­ordenadas escogidas por los sujetos de los grupos testigos en la segunda mitad de la lista A:

(t=3,41, v=34; 0,0l>p>0,001)

y en la primera mitad de la lista B

{t=2,38, v=34; 0,0l>P>0,001).

¿Hay una diferencia entre la influencia del cómplice «des­viante» y la influencia del cómplice «conservador»? Obser­vamo-s que el orden de presentación de las listas no afecta a la dirección de las asociaciones. La proporción de las res­puestas supra-ordenadas en los grupos testigos es la misma, tanto en la lista A como en la B. Toda diferencia que apa­rezca en los grupos experimentales se debe necesariamente a la posición del cómplice. Para la lista A, donde el cómplice

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hace elecciones conservadoras, la frecuencia de respuestas supra-ordenadas es más elevada

(t=l,91, v=10; 0,10>P>0,05)

que para la lista B, donde el cómplice hace elecciones des­viantes. Así, el conformismo inicial de una minoría acre­cienta su influencia, pero no es una condición necesaria de la influencia.

Las dos experiencias descritas fueron las primeras dedi­cadas a estudiar los efectos de la consistencia en el compor­tamiento. Otras experiencias que las repitieron han confir­mado la tendencia general de los primeros hallazgos.

LA RIGIDEZ

Estas experiencias sobre el estilo de comportamiento han suscitado nuevos problemas. Uno de estos problemas es em­barazoso: ¿cómo se expresa la consistencia? ¿por la repeti­ción o por la adopción de un modelo de comportamiento? Más exactamente, el problema que se plantea proviene de que el comportamiento rígido puede ser una causa de la influencia, pero puede ser también a veces un obstáculo. :En primer lugar, la antipatía nace de los comportamientos que carecen, frente a las reacciones ajenas, de finura, flexi­bilidad y sensibilidad. En segundo lugar, el comportamiento rígido es síntoma de conflicto, de negativa a aceptar un compromiso o a hacer concesiones y ·de una voluntad de imponer el propio punto de vista a toda costa. Tal rigidez puede atribuirse a veces a la incapacidad de un individuo o de un grupo para apreciar ciertos aspectos de la realidad o para abandonar los puntos de vista limitados que se ha impuesto. Sin embargo, no olvidemos que el comportamien­to rígido puede ser simple resultado de una situación en la que la concesión y el compromiso son en realidad impo­sibles.

Nos interesa también la cuestión de saber en qué medida el comportamiento consistente debe interpretarse como com­portamiento rígido, y cuál es la significación psicológica de este comportamiento. De momento, sin embargo, quiero ha­cer ver simplemente que tal rigidez no es sólo función del comportamiento de las minorías, sino también función del modo como los otros, a su vez, llegan a categorizar el coro-

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Los estilos de comportamiento 159

portamiento rígido. Es decir, la rigidez no se sitúa sólo a nivel del comportamiento de la persona o del subgrupo, sino también de la percepción del observador.

RICATEAU (1971) reunió a un grupo de tres personas para discutir el caso de un joven criminal, Johnny Rocco, y les pidió decidieran el tipo de castigo o de tratamiento que le era aplicable. En general, la mayoría era más bien indulgen­te; pero la minoría, un cómplice del experimentador, emitía constantemente recomendaciones más severas. La mayoría y la minoría debían confrontar sus puntos de vista antes de tomar decisiones individuales. Las decisiones se apoya­ban en una escala de siete puntos de indulgencia-severidad. Dos decisiones individuales se tomaban en el curso de la exp~riencia. La primera tenía lugar antes del. comienzo de la discusión. La segunda, a los treinta minutos de discusión (que se dividía en tres períodos de diez minutos cada uno). Se habían planeado tres condiciones experimentales a fin de determinar los grados de rigidez.en el «modo de aprehen­sión de los otros», es decir, en la. ·.manera como los miem­bros de un grupo se juzgan y se categorizan. ¿Cómo pode­mos descubrir o manipular estos modos de aprehensión? Obligando a los sujetos a juzgarse a sí mismos o a juzgar a los otros según un número mayor o menor de categorías. En la vida real, por ejemplo, los individuos dogmáticos o racistas se juzgan, y juzgan particularmente a los otros, se­gún un número muy limitado de categorías -habitualmente dos- mientras que los individuos de espíritu más abierto utilizan más categorías.

RICATEAU invitó a sus sujetos a juzgarse y juzgar a los demás miembros del grupo según una escala tomada del di­ferenciador semántico de OsGOOD. Los sujetos debían cate­gorizarse en términos de polaridades, por ejemplo activo/pa­sivo, realista/romántico, etc. Estas polaridades eran los pun­tos extremos en escalas de seis puntos, donde los sujetos indicaban mediante una letra del alfabeto la posición que consideraban más exactamente descriptiva de cada miembro del grupo. En la primera condición experimental (1) sólo se daba a los sujetos dos escalas de polaridad para indicar sus juicios. En la segunda condición experimental (II) utiliza­ban cinco escalas, y en la tercera condición (III) usaban ocho. Llenaban estas escalas a intervalos regulares (cada diez minutos) en el curso de la discusión sóbre el joven de­lincuente, Johnny Rocco.

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160 Psicología de las minorías activas

Como he indicado, esta actividad de juicio sobre dos, cinco y ocho escalas tendía a suministrar a los sujetos un código específico de aprehensión del otro, que variaba de una condición experimental a otra por el número de dimen­siones propuestas. Se trataba, pues, de inducir una cierta preparación a la categorización, de forma que la imagen de la minoría (que se elaboraba en el curso de la discusión) se desprendiera de un número variable de dimensiones. El contenido de las escalas de juicio había sido seleccionado de tal modo que no tuviera relación directa con el conte­nido de la discusión propiamente dicha. Cambiando la es­trechez del código de aprehensión de una condición experi­mental a otra, el experimentador esperaba favorecer un gra­do de diferenciación más o menos importante en la imagen real del comportamiento del otro y modificar así el relieve relativo de ciertas dimensiones y, por tanto, la aptitud influ­yente del individuo desviante. La hipótesis era que éste ejer­cía mucha mayor influencia al ser visto a través de un nú­mero mayor de dimensiones.

RICATEAU confirmó que los sujetos de la condición 1 se desplazaron significativamente menos hacia la norma mino­ritaria que los· sujetos de la condición 11 (X2=4,99, 0,02< <P<0,05) y de la condición Hl (X2 =3,92, P<0,05).

Asimismo, que los sujetos de la condición 11 se despla­zaron menos hacia la norma minoritaria que los sujetos de la condición 111 (X2 =2,72, p<0,10).

Los índices de desplazamiento, una vez ordenados, mos­traron que el grado de influencia ejercida por la minoría era inversamente proporcional al número de categorías uti­lizadas en la inducción de los «modos de aprehensión de los otros» ( cf. Tabla 7). Partiendo de aquí, podemos concluir

TABLA 7

Grado de influencia y amplitud de las decisiones categoriales

Orden establecido en función del grado creciente de uni-formidad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . 111 < 11 < 1

Orden establecido en función del grado creciente de su-misión a la influencia ejercida . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . 1 < 11< 111

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Los estilos de comportamiento 161

que habrá menos posibilidades de que una mayoría acepte las concepciones de una minoría si su interacción se percibe de «modo dogmático», situación en la cual el comportamien­to constante de la minoría se considerará más rígido. Al con­trario, el mismo comportamiento ejercerá una innegable influencia sobre una mayoría menos dogmática.

Un estudio de NEMETH y otros; (1974) ha demostrado que un comportamiento menos <<dogmático», más «flexible», pue­de ser más eficaz mediante la «adopción de un modelo» en sus respuestas que por la repetición de éstas. Los estímulos utilizados en la experiencia eran diapositivas azules. Los gru­pos de seis sujetos se componían de dos cómplices y cuatro sujetos ingenuos. En una parte de la experiencia los cóm­plic;es simulaban ver las diapositivas «verdes» en un 50% de las pruebas, y «verdes y azules» en las demás pruebas. En una primera condición, daban estas respuestas «verdes» y «Verdes y azules» al azar; en una segunda condición, los cóm­plices daban las respuestas «verdes» para las doce diaposi­tivas cuyo efecto era más ·débil, y las respuestas «verdes y azules» para las doce cuyO: efecto era más vivo (condición de correlación 1). En una tercera condición ocurría lo con-

. trario: los cómplices decían ver las diapositivas «verdes y. azules» cuando su tono era más débil, y «verdes» cuando. su tono era más vivo (condición de correlación 11). Así, ~n estas dos últimas condiciones los cómplices adoptaron un modelo de respuestas según el tono de los estímulos. Se efectuó asimismo una condición testigo en la que no había cómplice.

La primera variable dependiente que hacía aparecer la influencia era el promedio de pruebas en las que la respues­ta era «verde». La segunda variable dependiente era la pro­porción de respuestas totales-«verdes». La Tabla 8 muestra la media para estas dos variables en todas las condiciones. Si comparamos la condición «aleatoria» y las condiciones «de correlación» (en las que el 50% de las respuestas de los cómplices eran «verdes» y el 50 % eran ·«verdes y azu­les»), es evidente que la minoría ejerce influencia cuando el conjunto de sus respuestas sigue un modelo, pero no ejerce influencia alguna cuando las respuestas se dan al azar. Las diferencias son todas estadísticamente significativas (t= 1,94, p<O,OS). Además, si comparamos las condiciones en las que los cómplices se comportaban de modo consistente, mediante la repetición, resulta que las condiciones en las que se adop-

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162 Psicología de las minorías activas

TABLA 8

Número medio de pruebas en las que los sujetos respondieron «verde»

Respuestas

Respuestas Respuestas siguiendo

Condición repetitivas un modelo Respuestas repetitivas «Verdes y o en aleatorias testigo •verdes• azules• correlación

(1 y 11)

0,69 4,00 5,84 0,06 0,00

tó un modelo de respuesta eran equivalentes a las condi­ciones de repetición «verde y azul», pero significativa­mente más eficaces que la condición de repetición «verde» (t= 1,883, p<O,OS). Es evidente, según los datos, que las con­diciones de adopción de un modelo (en correlación) hacían aparecer una influencia minoritaria significativa en compa­ración con la condición testigo (en la que no había cómpli­ce). La condición de repetición «verde y azul» era parcial­mente eficaz en comparación con la condición testigo (t= 1,3, p<O,lO). La condición ·de repetición «Verde», por el contra­rio, no tenía eficacia alguna. Los autores concluyen: «Está claro que la respuesta en la que una· minoría adoptaba un modelo era al menos tan eficaz para modificar la opinión de la mayoría como la simple repetición de una posición» (página 15).

¿Qué nos enseña esta experiencia? En primer lugar, que un estilo de comportamiento, eri este caso la consistencia, se define por un cierto grado de rigidez y que, cuando esta rigidez es visible, ejerce una influencia. En teoría, un estilo de comportamiento menos rígido debería tener un efecto mucho mayor que un estilo más rígido. Pero constatamos luego que la rigidez de la minoría es función de la signifi­cación social que le atribuye la mayoría; es una de esas de­ducciones que resulta del comportamiento de la minoría desviante. Si flexibilidad significa compromiso y sumisión ante la presión del grupo, entonces las posibilidades de mo­dificar las opiniones del grupo son ciertamente reducidas. Es lo que han demostrado recientemente KIESLER y PALLAK ( 1975). En su experiencia, que es más compleja y más sutil

Los estilos de comportamiento 163

de lo que yo voy a presentar aquí, los autores invitan a los sujetos a participar en un estudio de toma de decisión de grupo, advirtiéndoles que se daría una opinión conjunta a propósito de un caso de relaciones humanas. Los sujetos leen el informe y comunican en privado sus recomendacio­nes personales. Se trataba del caso de un delincuente de quince años, Johnny Politano. Se contaba la historia del muchacho de forma que el lector sintiera poca simpatía por él. Se le presentaba como perturbador y agresivo, como un tipo egoísta que abusaba de los demás a pesar de la simpa­tía y la indulgencia con que le trataban. Una vez que cada sujeto había dado su recomendación personal, le mostraban una distribución de las opiniones con una mayoría de seis y J.llla minoría de dos. Al ver la distn'bución, cada sujeto podía verse como perteneciente a la mayoría. Se pretextó un error técnico que implicaba una falta de información completa para pedir a los sujetos que votaran de nuevo, y cada sujeto vio cómo cambiaba una parte de la distribución de las opiniones. Había seis condiciones experimentales:

a) Los sujetos de la situación testigo vieron la misma distribución de antes del «error técnico».

b) !Los sujetos de la condición «compromiso minorita­rio» vieron que los dos miembros minoritarios modificaban en dos puntos sus recomendaciones en dirección a la posi­ción mayoritaria.

e) Los sujetos de la «condición reaccionaria» observaron qtie un miembro de la mayoría se volvía más negativo, po­larizándose contra la posición minoritaria.

d) Los sujetos de la «condición mixta» advirtieron un movimiento de polarización contra la minoría al mismo tiempo que un movimiento de compromiso proveniente de la minoría desviante.

e) Los sujetos de la condición «compromiso mayorita­rio» vieron que uno· de los miembros de la mayoría, que sostenía antes la posición mayoritaria modal, había .modifi­cado en dos puntos su recomendación en dirección a la mi­noría desviante.

f) Los sujetos de la «condición desertor mayoritario» observaron, al examinar la nueva distribución de las opinio­nes, que uno de los miembros de la mayoría había deserta­do, adoptando totalmente la posición minoritaria.

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164 Psicología de las minorías activas

Así, en dos condiciones la minoría parece dirigirse hacia la mayoría, en otras dos observamos un movimiento de la mayoría hacia la minoría y en las dos últimas condiciones hay signos de polarización contra la minoría. Además, a fin de determinar un cambio mayor aún, cada sujeto «recibía» una nota de uno de los miembros de la minoría que abogaba en favor de una actitud más abierta y más positiva respecto al joven delincuente, que hacía abrigar esperanzas de mejo­ra durante su período de libertad vigilada. Después de ha­ber leído la nota, los sujetos rellenaban tres clases de esca­las de actitud: a) una, relativa a lo que pensaban que el grupo debía hacer; este juicio debía comunicarse, según su­ponían, a los demás miembros del grupo y se utilizaría como punto de partida para la discusión de grupo; b) otra, relativa a lo que pensaban que sería preciso evitar; e) la última, relativa a lo que sería, a su juicio, la _rec-omendación final del grupo. Se procedió también a otras medidas, pero no nos interesan aquí directamente.

Los resultados muéstran que los miembros de la mayo­ría modificaron sus opiniones cuando la minoría fue capaz de arrastrar a un miembro de la mayoría a aceptar un com­promiso («compromiso mayoritario») o a desertar ( ~<deser­tor mayoritario>;). En ambos casos, el impacto de la minoría desviante es significativamente diferente en comparación con la condiCión testigo (t=2,24 y 5,63 respectivamente; p<O,OOl). Además, la deserción de uno de los miembros de la mayoría debilitó más la· opinión de la mayoría que la condición de compromiso (t=3,39, p<0,0002). Tal como es­perábamos, el compromiso minoritario no produjo cambio alguno en la actitud de la mayoría. Tampoco la «reacción» de la mayoría («condición reaccionaria») tuvo mayor impac­to. En otros términos, una minoría constante (inflexible) puede influir en un grupo, mientras que una minoría in­constante (acomodaticia) no posee este poder. En realidad, las tres medidas de actitudes nos muestran el impacto dife­rencial. La influencia más fuerte, es decir, el movimiento más importante en dirección a la posición minoritaria, fue observada en la previsión de los sujetos sobre la decisión final del grupo, y la influencia más débil en las opiniones personales de los sujetos. El cambio del sujeto en dirección a la opinión expresada por la minoría desviante se situaba entre ambos.

Al tiempo que demuestra . el impacto del estilo de com-

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Los estilos de comportamiento 165

portamiento de la minoría, esta experiencia sugiere que di­cho estilo de comportamiento, aun siendo una condición necesaria, no siempre es condición suficiente. En la condi­ción testigo, la minoría era consistente, pero no provocó mayor cambio que la minoría inconsistente, acomodaticia. Sólo cuando la minoría fue capaz de hacer nacer un movi­miento de opinión por parte de un miembro de la mayoría, el efecto diferencial unido al estilo de comportamiento se dejó notar realmente en su totalidad. Esto no es del todo extraño. Las conversiones han sido siempre utilizadas por las minorías científicas, religiosas o políticas para inferir la verdad de sus puntos de vista, a modo de ejemplo que los demás debieran seguir y como un medio de legitimar su po­sicjón. La innovación exige siempre lo que se ha llamado un «efecto de demostración»: el inicio de la progresión de la minoría y la dislocación de la mayoría por el movimiento de uno de sus miembros hacia una nueva posición. Un he­cho más sorprendente es que la moderación y el compro­miso de la minoría casi nunca sean recompensadas y su actitud «razonable» no la haga más influyente. Pero ¿por qué la mayoría cambia cuando el movimiento de la minoría prueba la verdad de sus propias posiciones? Esto resulta sorprendente para una determinada concepción del sentido común y para toda teoría que quiera acoger los principios de éste. Pero no lo es tanto para una determinada práctica social y política y en la perspectiva que acabo de presentar aquí.

Pero, de momento, la lección básica de esta experiencia es que, al tiempo que hay un límite en la rigidez, hay tam­bién un límite en la flexibilidad, a saber, que no puede aparecer como una concesión o una sumisión a la mayoría. Esta afirmación, sin embargo, es ambigua. En realidad ha­bría que decir que si un individuo o un grupo desea esta­blecer una distancia entre él y otro individuo u otro grupo, o hacerle tomar una posición extrema opuesta a la suya, debe adoptar un estilo rígido de comportamiento. Correla­tivamente, si un individuo o un grupo desea determinar una convergencia con otro individuo u otro grupo, entonces es válida la afirmación teórica: un estilo de comportamien­to menos rígido ejercerá más influencia a condición de que se mantenga una cierta distancia entre las dos partes del grupo -mayoría y minoría- y de que la flexibilidad no parezca ser la consecuencia de una sumisión a la presión

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externa. Esto es, evidentemete, difícil de realizar, aunque deseable a todas luces.

Indudablemente, un estilo rígido de comportamiento pue­de tener varios efectos negativos sobre la influencia di­recta:

1) En primer lugar, puede provocar una actitud de recha­zo, porque se interpreta a veces como una especie de vio­lencia o de coerción inaceptable, sobre todo si la otra per­sona no dispone más que de un número limitado de reac­ciones posibles. Una experiencia de PAICHELER y BouCHET ( 1973) ilustra muy bien esto.

La experiencia tuvo lugar durante el año universitario que siguió a la revuelta de los estudiantes en Francia en mayo de 1968. Los sujetos eran. estudiantes invitados a dis­cutir cuestiones que cubrían diversos aspectos de los proble­mas suscitados por el movimiento estudiantil. Como en to­das las experiencias de este género, expresaron primero sus opiniones individualmente. Luego, reun_idos en grupos de cuatro, debían discutir cada cuestión y llegar a un consen­so. Finalmente, expresaban de nuevo, por separado, sus opi­niones sobre los mismos temas. Hubo tres clases de medi­das: preconsenso, consenso y posconsenso. Algunos grupos contaban entre sus miembros uno o dos extremistas, y otros no.

Si c:Jmparamos estos dos tipos de grupos, los resultados muestran que el consenso de los grupos moderados es más extremo que los juicios individuales de sus miembros y que,

TABLA 9

Comparación de las medidas obtenidas en los grupos más extremos y en los grupos menos extremos

Fases

Grupos Pre- Pos-consenso Consenso consenso

Los m&s extremos . . . . . . . . . . .. 1,37 2,22 1,73 Los menos extremos . .. .. . . .. 0,75 1,17 1,07

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Los estilos de comportamiento 167

una vez alcanzado el consenso, los individuos adoptan la nor­ma del grupo sin ninguna tendencia a volver a su juicio individual anterior. Correlativamente, en los grupos con uno o varios extremistas, al tiempo que se manifiesta un fuerte extremismo en el consenso, hay una clara regresión hacia los juicios-individuales anteriores en la fase posconsenso.

Parece evidente que en este segundo caso la fuerza de la norma del consenso hizo imposible la aparición de una fir­me oposición durante la discusión de grupo. La minoría lo­gró forzar a los demás miembros del grupo a dar, sin que­rerlo, su consentimiento a la norma. Una de las consecuen­cias fue, como muestran los datos, que los extremistas eran más extremos aún después de la interacción de grupo. Para­lelamente, los moderados se volvieron más conservadores (23 %) de lo que eran antes de la discusión. Cabe suponer, pues, que algunos sujetos reaccionaron a la presión bas­tante injustificada que creyeron se ejercía sobre ellos.

2) El segundo efecto negativo que un estilo rígido de comportamiento puede tener sobre su influencia es, pues, un efecto desplazado que interviene donde menos se espera. Esto se debe a que, aun cuando una persona desee ponerse de acuerdo con otro. ~ndividuo u otro sugrupo sobre un tema, la rigidez del ~pmportamiento de este individuo o de este subgrupo puede tener suficiente efecto de repulsión para impedir a esta persona real~zar su deseo. Una expe­riencia de MuGNY (1974 a) muestra que tal es el caso. En el c~rso de un estudio preliminar, MUGNY observó que los alumnos de un liceo consideraban a la industria como res­ponsable en gran medida de la polución del medio ambien­te, pero se mostraban indecisos en el modo de atribuir esta responsabilidad. A partir de este estudio, MuGNY confeccionó un cuestionario para medir la actitud de los sujetos acerca de su atribución de la responsabilidad de la polución. El cuestionario tipo LIKERT se componía de veinte frases, de las que ocho acusaban o defendían a la industria, otras ocho acusaban o defendían a los individuos y a la idea .de que «cada detritus cuenta», y cuatro frases acusaban o defen­dían a la vez a los individuos y a la industria. Se realizó la experiencia en las aulas de los alumnos. Los sujetos respon­dieron primero al cuestionario indicando su postura ·acerca de cada cuestión .. Luego se les pidió leyeran una "hoja que trataba de varias soluciones posibles al problema -de la po-

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168 Psicología de las minorías activas

lución. Había dos clases de hojas; la primera (F) tomaba posición respecto a la polución y proponía soluciones «ra­zonables» (restricciones a la producción industrial, mul­tas, etc.), mientras que la segunda (R) presentaba a los autores como intransigentes y pJ;"econizaba medidas muy se­veras (cierre de fábricas que contaminan el ambiente, pro­hibición de comidas en los parqut;!s naturales, etc.). Se pidió a los sujetos que respondieran al cuestionario una segunda vez después de haber leído una de las hojas. En el análisis de los resultados, MUGNY hizo la distinción entre los cambios producidos en las preguntas que estaban ligadas con la fuente de influencia, es decir, cuyo contenido era tratado en las hojas (D) y los cambios producidos en las preguntas cuyo contenido no era tratado en las hojas (ND). Un análi­sis de varianza muestra que hay más cambio para ·las pre­guntas indirectas (ND) que para las preguntas directas (D). Pero en realidad, como muestra la Tabla 10, cuando se dio a los sujetos un texto coherente sin ser rígido, la influencia estuvo igualmente distribuida entre los dos tipos de pregun­tas; es prácticamente nula para las preguntas directas y muy fuerte, en cambio, para las preguntas indirectas cuan­do se dio a los sujetos un texto que presentaba a sus auto­res como rígidos (F=5,765, p<0,025).

TABLA 10

Cambio en las preguntas directas e indirectas y en el estilo de comportamiento

Estilo de comportamiento

Consistente pero no rígido ... Consistente y rígido . . . . ..

Preguntas

Directas

+ 3,52 -0,84

Indirectas

+ 3,40 + 6,04

Esto muestra que, aun cuando un estilo de comporta­miento rígido produce un cambio, su influencia es indirec­ta. Pero esta rigidez ¿se ve siempre como 11n bloqueo? Podríamos suponer que es así únicamente cuando hay un desacuerdo observado o real entre el emisor y el receptor

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Los estilos de comportamiento 169

de influencia. Desde ese momento, la impresión de que hubo un acuerdo <sobre las actitudes fundamentales tendería a re­bajar la sensación de bloqueo y el rechazo de las tentativas de influencia. En otra experiencia MUGNY (1974 b) utilizó el mismo cuestionario y las mismas hojas que en la experien­cia anterior, modificando sólo el procedimiento de la expe­riencia. Se ·pidió en primer lugar a los sujetos que comple­taran el cuestionario. Después, el experimentador dijo que volvería dentro de una semana y que entretanto mostraría las respuestas de los sujetos a personas competentes que integraban un grupo (ficticio) de especialistas del medio am­biente a los que pediría contestaran a cada sujeto de forma individual. Se había presentado al propio experimentador como formando parte de un grupo de estudios sobre las encuestas de opinión y, por tanto, independiente por com­pleto de la organización interesada en los problemas de la polución. En la segunda fase de la experiencia se distribu­yeron a los sujetos dos hojas. La primera les informaba sobre la concordancia o no de sus respuestas con las opi­niones del equipo ficticio de especialistas del medio ambien­te. La segunda hoja contenía un texto sobre la polución, concretamente. -la hoja (F) o la hoja (R) de la experiencia antes descrita .. Una vez leídos estos documentos, se pedía a los sujeto~ . que contestaran de nuevo al cuestionario. E;n · el análisis de los resultados, MuGNY estableció la distinción, como en la experiencia anterior, entre las preguntas direc­tas (D) y las preguntas indirectas (ND). He aquí los cam­bios observados; en conjunto, los sujetos que recibieron los mensajes del documento «rígido» fueron menos influidos (F=6,745, p<0,025) que los sujetos que recibieron los men­sajes de la otra hoja. El acuerdo o desacuerdo explícito de opinión tuvo aquí un efecto muy claro. Si los sujetos creían que había acuerdo entre ellos y la fuente de influencia, el primer tipo de mensaje (R) implicaba un cambio únicamen­te para las preguntas indirectas (ND), sin producir modifi­cación alguna para las preguntas directas (D), mientras que el segundo tipo de mensaje (F) tenía la misma influencia para las preguntas directas (D) y para las preguntas indi­rectas (ND ). Dicho de otro modo, cuando el sujeto siente una coerción, la resistencia a la fuente de influencia se acompaña de un notable desplazamiento del centro de gra­vedad de las concesiones que está decidido a hacer. Por otra parte, cuando el sujeto está en desacuerdo con la fuente,

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170 Psicología de las minorías activas

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TABLA 11

Cambio de actitud según la percepción d~ la relación con la fuente de influencia

Relación percibida entre el emisor y el receptor

Acuerdo ... Desacuerdo

Estilo de comportamiento

Flexible (F) Rígido (R)

Preguntas Preguntas Preguntas Preguntas directas indirectas directas indirectas

4,07 3,85

4,57 10,39

0,89 1,60

9,14 4,142

Las razones de estos fenómenos aún no están claras, y no debemos aventurar reflexiones antes de saber algo más sobre los mecanismos qq.e sustentan la interacción en estas condiciones. Basta subrayar el hecho de que el impacto y el tipo de impacto de los estilos de comportamiento dependen en gran parte del contexto social en que intervienen.

Hay que admitir que esta conclusión no quiere decir gran cosa. Sin embargo, si tomamos en serio esta depen­dencia respecto al contexto social, entendemos mejor las sutiles operaciones de la «gramática de los comportamien­tos» y el papel que cumplen en los procesos de influencia. Al trazar un conjunto de reglas y de significados, esta gra­mática transforma cada información, cada actitud y cada signo en una acción dirigida hacia (o contra) alguien o algo. A la vista de este hecho, podemos afirmar que la consisten­cia no es la característica o la solución milagro de la inter­acción; su primera función es atraer la atención sobre la existencia de un punto de vista coherente, sobre algo dotado de poder y, evidentemente, sobre una norma. En una pala-

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Los estilos de comportamiento 171

bra, indica claramente la calidad nómica de un individuo 0

de un grupo. Además, sabemos que la consistencia puede manifestarse de mil modos diferentes, unos productivos para el individuo o el grupo y otros, por el contrario, desfavora­bles. Esta observación no es muy sorprendente, pero valía la pena apoyarla en la experiencia. Era necesario poner al­guna restricción a la idea un tanto exagerada de que el esti­lo de comportamiento es siempre eficaz, cualesquiera sean las circunstancias.

LA EQUIDAD

¿Cuál es la consecuencia de un comportamiento rígido, monolítico, repetitivo, cuando dos personas, dos grupos, una mayoría y una minoría, se encuentran frente a frente? Como hemos visto, se llega al fracaso de la comunicación, a igno­rar los intereses, las opiniones y el punto de vista de la otra persona o el otro grupo. Se trata de un problema se-.· .. rio porque, como hemos dado a entender, cada agente · social, aunque piense cambiar en. algún sentido, espera tam­bién ser capaz de operar un cambio en los demás. Las perso­nas pueden muy bien estar dispuestas a reconocer que a veces se equivocan, pero no que se equivocan siempre. Se puede desear que los demás tengan razón, pero es duro te­ner que creer que la razón está siempre en la otra parte. Así, desde un determinado ángulo, el comportamiento autó­nomo, constante, de una minoría parecerá a la mayoría ·fir­me y resuelto, pero desde otro ángulo, este mismo compor­tamiento puede parecer obstinado y alejado de la realidad.

Pero ¿qué estilo de comportamiento escapa a esta sos­pecha de rigidez? Existe uno, que he calificado como un es­tado de «equidad» por dos razones. La primera es que este estilo presenta una cierta solidez, un cierto carácter rele­vante que permite ver con facilidad la posición del agente individual o colectivo en el campo de la acción social. Des­de este punto de vista, este estilo es próximo a la consisten­cia e interpretado como tal. La segunda razón es que el estilo de equidad expresa una preocupación por tener en cuenta la postura de los otros. En la interacción con los demás, produce el efecto de un deseo de reciprocidad y de interdependencia, de una voluntad de entablar un diálogo auténtico. El individuo o el grupo se presenta como una

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172 Psicología de las minorías activas

mente abierta; puede, en cierta medida, sufrir una influen­cia y puede también influir en los demás. La ausencia de acuerdo con ellos no engendra, en este individuo o este gru­po, ni animosidad ni sentido de fracaso, y no excluye otros contactos. No intenta forzar, aunque expresa claramente sus preferencias, sus convicciones y sus opiniones. No es indi­ferente ni busca necesariamente . un compromiso, o no está dispuesto a alcanzarlo; está abierto a todas las posibilida­des. Dicho de otro modo, todos tienen una probabilidad de ser comprendidos y el juego queda abierto hasta cierto punto. En estas condiciones, los individuos están mejor preparados para someterse a una influencia, a cambiar, porque saben que no son los únicos en hacerlo.

El ejemplo más claro de este estilo, en la historia mo­derna, es el del papa Juan XXlH. Sucedió a Pío XII que, en nuestro lenguaje, no estaba abierto al diálogo con los otros grupos cristianos ni con los representantes de otros movi­mientos sociales y políticos. Muchos juzgaban rígida su ac­titud hacia el mundo y consideraban que sus posiciones es­taban determinadas por una estricta, adhesión a los dogmas tradicionales. Juan XXIII no era menos fiel a las enseñan­zas de la Iglesia católica ni menos solícito por sus intereses o por la autoridad del Papa que su predecesor. Pero además -y aquí re$ide su importancia histórica- se declaró dis­puesto a reanudar la discusión, entre los católicos, sobre temas que estaban excluidos desde siglos atrás, dispuesto a escuchar, dispuesto a entablar un diálogo con las otras religiones cristianas, a hacer participar directamente a los obispos en el gobierno de la Iglesia, a reexaminar las rela­ciones de la Iglesia con ·los países socialistas y a tener en cuenta la evolución de las costumbres y de las mentalidades en el mundo occidental y en otras partes. Es decir, sin ne­cesidad de abandonar los poderes y las tradiciones secula­res, se mostraba dispuesto a cambiar y, si fuera preciso, a dejarse convencer de la necesidad de modificar las institu­ciones y las opiniones seculares, mientras esperaba y pedía al mismo tiempo, por parte de los demás, los cambios co­rrespondientes. Finalmente, su meta era sacar a la Iglesia de su posición de aislamiento y extender su influencia con medios más adaptados a las condiciones de la época.

La «equidad» significa simultáneamente la expresión de un punto de vista particular y la preocupación por la reci­procidad en la expresión de ·las opiniones. Las pruebas ex-

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perimentales sobre este estilo de comportamiento son raras, pero existen. MUGNY, HUMBERT y ZUBEL (1973) y MUGNY (1973) han estudiado este estilo con relativa minuciosidad en una serie de experiencias sobre la interacción entre una minoría y una mayoría. El problema por el que comenzaron nos es ya bastante familiar. Adoptando constantemente una actitud de rechazo de las normas de la mayoría, una minoría se coloca en una situación de conflicto respecto a aquélla. De entrada, pues, la mayoría no suele dirigirse hacia las normas de la minoría, aunque tales normas coincidan con sus pro­pios intereses. Rechazar toda idea, toda posibilidad de cam­bio, indica la intención de mantener el conflicto en su paro­xismo, de bloquear toda tentativa de comunicación o de negociación con el resto de la comunidad. Esto tiende a dis­minuir las posibilidades de éxito de la minoría, pues ésta aparecerá como dogmática y hostil.

Los autores supusieron que una forma de comportamien­to tan extrema, acompañada de puntos de vista rígidos y de exigencias excesivas, es un estilo de comportamiento menos eficaz que el estilo equitativo, que da a la mayoría .un cierto margen para influir en la minoría. El estilo equitativo, aun manteniendo la consistenCia del comportamiento, permite concesiones dentro de un espíritu de tolerancia que, a su vez, si la mayoría responde a él, hará más aceptable el com­portamiento consistente de los desviantes. Aun siendo flexi­ble, a fin de influir, una minoría debe ser nómica, evitar la desunión que podría conducir a la anomia. Esto es así, al menos, si la concepción genética es correcta.

Los hechos que debemos examinar se obtuvieron por el siguiente procedimiento experimental. Había tres fases:

Fase pre-test.-En primer lugar se hacía la presentación de los sujetos, reunidos en grupos de tres (dos sujetos inge­nuos y un cómplice). Los sujetos proporcionaban luego in­dividualmente los siguientes datos pre-test:

- Como el tema de la discusión debía ser el servicio militar en Suiza, se pedía a los sujetos que expresaran su opinión sobre este problema, eligiendo una posición sobre una escala de ocho puntos.

- A fin de medir las opiniones subyacentes, se solicitaba a· los sujetos que contestaran a un cuestionario en el que debían poner «SÍ» o «DO» respecto a cuarenta adjetivos se-

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gún que los juzgaran correctos o no para describir al ejér­cito suizo.

En .la página en que se encontraba la escala de ocho puntos (y esto es importante), se informaba a los sujetos que deberían expresar más tarde su opinión oralmente. La segunda página del cuestionario no incluía esta mención. Se disponía, pues, de dos medidas: una medida de las actitudes manifiestas y otra de las opiniones latentes.

Fase de znteracción.-Para comenzar, los sujetos expre­saban su opinión. A fin de acentuar el carácter «público» de esta declaración, se había colocado, muy visible en la es­tancia, un tablón de anuncios donde se inscribía la respues­ta de cada sujeto a cada una de las preguntas del cuestiona­rio por A, B y C (C representaba siempre al cómplice). Se abordaba entonces la discusión. Los sujetos recibían un fas­cículo que contenía seis preguntas del tipo: «En relación con las fuerzas mili~ares y políticas actuales (en el plano internacional), ¿piensa que es preciso modificar el presu­puesto de la Defensa nacional suiza? Su opinión es que se debe: suprimir el presupuesto del ejército, disminuir· mucho el presupuesto del ejército, doblar el presupuesto del ejér­cito ... ». Para cada una de las preguntas, los sujetos· elegían una de las ocho respuestas posibles que expresaban oral­mente. Luego comenzaba la discusión, durante la cual de­bían defender sus posiciones. Los cómplices defendían su posición a base de argumentos preparados de antemano y fundados en las decisiones de los tribunales militares al juz­gar los casos de los objetores de conciencia. Las preguntas que podían ser embarazosas para los sujetos se habían pre­visto a partir de los argumentos presentados por los obje­tores de conciencia ante estos mismos tribunales.

Los cómplices defendían sus posiciones de dos modos. En la primera condición experimental (R) eran rígidos y conservaban la misma posición extrema durante toda la ex­periencia. En la segunda condición (E) adoptaban posicio­nes extremas para las tres primeras preguntas, pero defen­dían posiciones menos extremas en las tres últimas pregun­tas. La posición desviante consistía en ser favorable al Ejér­cito suizo, ya que la mayoría de los estudiantes suizos se opone generalmente a él.

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Fase post-test.-Después de la discusión, los sujetos de­bían contestar de nuevo al cuestionario. Luego se entrevis­taba individualmente a los ingenuos sobre su visión de los demás sujetos, su certeza de opinión, etc.

Estos fueron los resultados de la experiencia. A nivel de la actitud manifiesta no existía diferencia entre las dos con­diciones experimentales. Que el cómplice fuera «rígido>> o «equitativo» no implicaba diferencia alguna. En cambio, ob­tenemos otra imagen cuando consideramos las opiniones la­tentes. Como se esperaba, el cómplice «equitativo» modifica más opiniones en su favor y engendra menos reacciones ne­gativas que el cómplice rígido» (cf. Tabla 12).

TABLA 12

Cambio en la opinión subyacente después de la inter­acción con una minoría ((rígida» o con una minoría

«equitativa» 1

Cambio Ningún Cambio favorable desfavorable

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Condición R . . . . . . . .. 11 28 61 Condición E . . . . . . . .. 39 28 33

1 El test de Mann-Whltney dio un resultado significativo en 0,04.

El resultado más interesante concierne a la relación en­tre los dos tipos de respuestas sobre la base de la condición experimental; plantea claramente el problema de su signifi­cación psicológica. Se hallaron las siguientes relaciones: en la condición (R) había una fuerte correlación negativa entre el cambio a nivel de las actitudes manifiestas y el cambio a nivel de las actitudes latentes. Los sujetos cuyas actitudes latentes divergían más de la minoría tenían actitudes mani­fiestas muy próximas a las de ésta. En la condiciÓn (E), la correlación era positiva. En este caso, los cambios manifies­tos iban en el mismo sentido que los cambios latentes de opinión y eran de igual importancia.

Al principio, una minoría que rehúsa reconocer la posición de la mayoría ejerce una especie de presión sobre los indi-

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viduos, aunque sólo sea porque no parece existir solución de recambio; pero cuanto más se deja arrastrar un sujeto, más hostil se muestra y más se opone su conciencia a ella. Por el contrario, una minoría «equitativa» puede incitar a los individuos a seguirla sin provocar esta reacción retar­dada de hostilidad y de repugnancia. Parece ser, pues, que la 'equidad presenta alguna ventaja.

Sin embargo, las cosas no son üm simples como nosotros desearíamos. Preguntándose en qué medida un estilo de comportamiento podía provocar un efecto idéntico, MuGNY ( 1973) simplificó su procedimiento experimental. En una primera fase, los sujetos rellenaban una serie de cuestiona­rios referentes a su actitud hacia el Ejército suizo y hacia los otros sujetos. En una segunda fase, los sujetos escucha­ban un discurso sobre el Ejército suizo que repre~entaba la posición de un grupo extremista de antimilitaristas de izquierda. En esta población, los sujetos se mostraban más bien favorables al Ejército. El discurso, leído por un cómpli­ce, contenía un ataque a tres niveles:

a) El argl;llnento económico: el Ejército es el apoyo eco­nómico de la· clase en el poder.

b) El argumento ideológico: el Ejército .es la «estaca» ideológica que organiza y refuerza la jerarquía. laboral en la división capitalista del trabajo .

e) El argumento político: el discurso terminaba con una denuncia del Ejército como instrumento de represión de_ las luchas progresistas, controlado por la burguesía. Ejemplos históricos servían de ilustración.

Entre los puntos a) y b), y b) y e) se intercala un breve debate sobre el problema de los objetores de conciencia que, según opinión general, adoptan una posición ideológica con­tra el Ejército. Este debate hacía surgir una actitud de ex­trema izquierda que acepta la objeción de conciencia a título de solución individual, personal, pero no como un método que pueda implicar un cambio fundamental en la naturaleza de las instituciones militares. En este breve debate se intro­ducía una variación que constituía la mayor diferencia en­tre las condiciones experimentales (R) y (E):

1) Entre los puntos a) y b ), el debate era el mismo en las dos condiciones: «Nosotros pensamos que el único modo eficaz de debilitar el Ejército es promover actividades revo-

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lucionarias en el seno del Ejército y contra él. Pensamos que la objeción de conciencia es demasiado individualista para minar al Ejército».

2) Entre los puntos b) y e), los individuos de la condi­ción (R) escuchaban la misma idea, pero expresada con al­guna mayor fuerza: «En la lucha contra la agrupación ideoló­gica, creemos que métodos como la objeción de conciencia carecen de sinceridad, son individualistas, pequeño-burgueses y casi reaccionarios. Debemos luchar en y contra el Ejérci­to». En la condición (E), el cómplice adoptaba una posición ligeramente más conciliatoria entre b) y e). «Me gustaría volver al tema de la objeción de conciencia, que antes no he expuesto bien. Nuestra postura es que la objeción de con­ciencia colectiva, si está bien organizada, es un método de luc.ha útil y válido contra el Ejército. Sin embargo, creemos también que es importante llevar la lucha al interior del Ejército mismo».

En estas dos condiciones, la posición ideológica funda­mental es la misma. Lo que las distingue es que en la con­dición (R) la minoría no tiene en cuenta las posibles opinio­nes del auditorio y mantiene un punto de vista inflexible; en la condición (E), la minoría se esfuerza en reconocer las posibles opiniones del auditorio y parece sobreentender: «Yo conozco· vu~stras opiniones sobre la cuestión y estoy dispuesto a reconocerlas y tomarlas en consideración». Las dos minorías se comportan evidentemente con igual consis­tencia.

En esta experiencia, el estilo de comportamiento califi­cado de «equitativo» resultaba más eficaz para provocar un cambio que el estilo de comportamiento rígido (t= 1,821, p<O,OS). Sin embargo, ninguno de ellos tuvo un impacto propio. Si el 70% de los sujetos de la condición (E) modifi­caron sus opiniones en dirección al cómplice, otro tanto ocurrió con el 57% de los sujetos de la condición (R).

MUGNY obtuvo idénticos resultados en otras dos experien­cias que no se han publicado, utilizando, como método de comunicación, panfletos de extrema izquierda que los suje­tos leían individualmente. Pero observó también que una minoría rígida, dogmática, tiene más posibilidades de incidir en los sujetos cuyas opiniones son ya próximas a las suyas que en aquéllos cuyas posiciones están más alejadas. Por otra parte, una minoría que se presenta de modo «equitati-

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vo» tiene más posibilidades de ejercer una vasta y uniforme influencia sobre todos los sujetos. La diferencia inicial de posiciones entre el emisor y el receptor complica, pues, con­siderablemente el cuadro.

Se trata de un antiguo problema de los estudios sobre la influencia social. Sabemos, por ejemplo, que la influencia es directamente proporcional a las diferencias de posiciones hasta un cierto punto óptimo de divergencia, tras de lo cual disminuye. Se mostró también, de diferentes modos, que un desviante extremista ejerce una influencia muy fuerte o muy débil, mientras que un desviante «moderado» tiene un efec­to más uniforme sobre el conjunto de la población. Por eso, probablemente, tantos partidos revolucionarios e Iglesias echan agua a su vino para hacerse respetar más y para aumentar el número de sus adeptos, esperando el término de la historia o el día del juicio final.

Se ha observado también esta relación entre el tipo del mensaje y el tipo del receptor en estudios sobre el impacto de las comunicaciones. Durante la segunda guerra mundial se presentaron a los hombres de un campo de entrenamien­to militar argumentos que exponían un solo punto de vis­ta, opuestos a otros que exponían un doble punto de vista sobre la previsible duración de la guerra con Japón. Los resultados indicaban que, para los hombres que estaban ya convencidos del punto de vista presentado, los argumen­tos de tesis única modificaban más eficazmente las actitudes que los argumentos .de doble tesis. Para los que en un prin­cipio eran opuestos al punto de vista, los argumentos de doble tesis eran más eficaces (HOVLAND y otros, 1949). Hoy poseemos conocimientos más precisos sobre estos fenóme­nos y sabemos que dependen de ciertos aspectos del estilo de comportamiento bajo los que se presentan, y no simple­mente del grado de diferencia y del número de las alterna­tivas que contiene un mensaje.

Todos estos hallazgos coinciden con la idea de que, com­portándose de modo dogmático, una minoría influye en las opiniones de aquellos cuyas convicciones eran más o menos las mismas que las suyas, pero confirma a los otros en sus posiciones iniciales. Por otra parte, una minoría «equitativa» modifica no sólo las opiniones de aquellos que estaban ya bien dispuestos hacia ellos, sino también de los que le eran inicialmente contrarios.

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Los estilos de comportamiento 179

Como el laboratorio olvida a veces la realidad, más ex­tensa, intentaremos ahora olvidar un instante el laboratorio y volver a realidades más extensas. En lugar de hablar de «condición (R)» y de «condición (E)», hablaremos de «iz­quierdistas» y de comunistas. El observador más ingenuo de la historia contemporánea sabe, al menos en Europa, que estas dos corrientes marxistas tienen más o menos los mismos orígenes intelectuales y hablan el mismo lenguaje, pero difieren en sus métodos y en sus relaciones con el res­to de la sociedad. Los grupos izquierdistas se consideran muy radicales y muy revolucionarios y se muestran descon­fiados frente a todo lo que pueda interpretarse como una sumisión o como un compromiso de su parte. Estiman que la ,«sumisión» y el «Compromiso» constituyen tendencias ne­gativas en los comunistas, a los que consideran como meros reformistas. Estos, por su parte, establecen una distinción entre lo que llaman la táctica y la estrategia. Están dispues­tos a aplazar te1_11poralmente la realización de algunos de sus objetivos polít,icos a fin de poder cerrar alianzas, acuer­dos, etc., que, a· su juicio, acabarán por reforzar sus posi­ciones.

Los. hallazgos de MuGNY tienden a sugerir que los grupos izquierdistas tendrán tanta, si no más, influencia· sobre las personas que son ya simpatizantes hacia las ideas marxistas como puedan tenerlo los comunistas. Pero el reverso de la moneda es que, aun dentro de esta fracción de la población, . habrán suscitado la hostilidad en razón de su dogmatismo y de su negativa, por mala voluntad, a reconocer la posibi­lidad de opiniones diferentes. Más allá de la fracción de personas ya simpatizantes con la izquierda, lós métodos de los comunistas son indudablemente más eficaces. Fue LE­NIN, a comienzos de siglo, el iniciador de estos métodos des­tinados, de hecho, a contrarrestar a .los izquierdistas de la época. Ordenó concretamente apoyar a la clase campesina y testimoniarle solidaridad en su lucha contra el zarismo antes de proceder a una distribución equitativa de la tierra entre los campesinos. Esta última medida iba evidentemen­te en contra de la doctrina ortodoxa de la colectivización inmediata. Escribía LENIN: «La burguesía campesina que quiere la democracia, el proletariado de las ciudades que quiere el socialismo y el bajo campesinado comprenderán mejor esta orden que las frases brillantes pero huecas de los revolucionarios-socialistas populistas».

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No me toca a mí ni a nadie decidir entre diferentes gru­pos o diferentes métodos políticos. Cada cual escoge su pro­pio carn :no, y la aptitud para ganar partidarios no es el úni­co criterio de verdad histórica. Yo he procurado limitarme a la exploración, a la luz de los hallazgos resultantes de estudios experimentales, de las razones por las que ciertos grupos ejercen una influencia mé\s inmediata que otros. Tra­taré de llevar esta exploración un poco más lejos, para com­prender mejor el sentido de estos hallazgos experimen­tales.

MUGNY ha indicado muchas veces que los dos estilos de comportamiento «rígido» y «equitativo» ofrecen el mismo grado de consistencia y que el sujeto es consciente de ello. Es sólo la dinámica de los estilos lo que los diferencia, lo que les confiere significaciones distintas y determina rela­ciones diversas con la audiencia mayoritaria. Extrapolando más, cabe decir que dentro de su propio grupo, si se trata de una minoría, es más conveniente el estilo de comporta­miento dogmático. El estilo «equitativo» sólo resulta impor­tante en caso de contactos entre mayoría y minoría o con otro grupo. Cabe decir también que el primer estilo es com­patible con las relaciones intragrupos y el segundo estilo con las relaciones intergrupos. En suma, dentro de un grupo la rigidez es eficaz: salvo algunas excepciones, cuanto más rígido es el estilo, mayor influencia ejercerá. En las relacio­nes externas, en cambio, el estilo «equitativo», igualmente firme y consistente, debe utilizarse a fin de influir en d en­torno social.

Dicho de· otro· modo, no es posible comportarse de la misma forma dentro que fuera de un grupo. Es algo que los estudiantes y a veces los participantes en al interacción social no siempre han tenido en cuenta. Pero, a fin de que el comportamiento «interno» y el comportamiento «exter­no» sean diferentes, hay que aistinguir entre los entornos sociales interno y externo a nivel de la organización y de las capacidades. En este sentido, un grupo se asemeja a un or­ganismo vivo. Las relaciones entre los grupos están determi­nadas en gran parte por el éxito o el fracaso al establecer esta distinción y por el hecho de que los grupos afectados posean o no un medio social interno.

Podemos ilustrar esta reflexión con el mismo ejemplo histórico de antes: el de los izquierdistas y los comunistas. Los grupos izquierdistas se dirigen al mundo exterior como

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si se tratara de su propio mundo interior. Se comportan con las personas del exterior del mismo modo que con las del interior. Su éxito en una determinada parte de la socie­dad viene precisamente de ahí. Al mismo tiempo, su rigidez hace nacer una latente hostilidad. La coerción y la retórica demasiado firmes engendran focos de oposición.

Véase como ejemplo cómo reaccionaba un lector de la publicación extremista Science for the People (julio 1973, pá­gina 13) ante el estilo de ésta:

« ... He sido testigo de las reacciones de mis colegas (y he reflexio­nado sobre las mías propias) respecto a SftP. Pienso que todos coinci­dimos en decir que la revista es interesante y suscita la reflexión (tam. bién la discusión, y eso está bien). Sin embargo, todas las personas a las que he dejado ejemplares han hecho comentarios sobre su retó­rica" extremista desfasada. Yo pienso igual. Hice mis primeros ensayos en SDS (Students for Democratic Society) cuando era estudiante (1965-1%9) y poco a poco rompí con el grupo (por elevados que fueran sus motivos y sus recriminaciones) porque estaba cansado de escuchar el modo estúpido y exagerado como transmitía su mensaje. Temo reac­cionar de la misma manera frente a SftP. Deseo tengan ustedes un redactor severo que relea los textos a publicar y elimine todas esas palabras cargadas de emoción y que la izquierda extremista ha conta­minado (lamentablemente) para siempre según la opinión de una gran parte del público que SftP trata precisamente de ganar. Poco importa, por ejemplo, que la palabra genocidio sea el término exacto que uste­des quieren emplear, aprobado por el diccionario y por los escritos de las Naciones Unidas. La palabra está contaminada. Cuando veo el tér­mino genocidio en un título me dan náuseas, rió por el presunto acto de genocidio sino porque, nueve de cada diez veces que se utiliza el término, es mal empleado por extremistas rígidos. La palabra suscita fuertes reacciones, en mí al menos, contra el que la emplea, no contra el autor del acto. Es posible que yo sea el único en reaccionar así. .. El contenido de su revista es realmente formidable; pero su coloración emocional la echa a perder.

»No importa. Yo seguiré sosteniendo a su grupo por todos los me­dios a mi alcance.»

La respuesta del redactor jefe no es menos interesante. Donde el lector pide un cambio de retórica, el redactor ve una laguna intelectual a colmar:

« ... Como la acusación de 'retóricos' se lanza con frecuencia contra los extremistas, muchas veces con razón, creemos que se impone una respuesta. Los dirigentes de América y de buena parte del mundo son los autores conscientes de crímenes contra el pueblo; no puede haber en este caso una retórica que pueda exagerar el problema. Además, muchos políticos justifican estas actividades con palabras tales como 'libertad' y 'democracia'. El problema de la retórica se plantea cuando las personas que intentan comunicar su visión de la realidad no logran justificarla ante los demás ni mostrar que existan otras soluciones

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reales, que las situaciones escandalosas no son aspectos inevitables de nuestro mundo esencialmente corrumpido. Si determinadas palabras están 'contaminadas', suele ser porque no hemos hecho lo que era pre­ciso para justificarlas. Esto permite, a las personas que no han vivido hasta el fondo la situación en la que se funda un 'análisis extremista', tomar sus distancias frente a conclusiones que serían escandalosas. Nosotros no debemos permitir que esto ocurra. Muchos de nosotros deberíamos contribuir mediante la lucha, la palabra y la escritura a separar lo que es retórica de lo que es verdad ... »

¿Quién tiene razón? No intentaré decidirlo. Sin embargo, está bastante claro que esas dos personas no se entienden. Cada cual ve el problema a nivel diferente. El lector está de acuerdo con el contenido de la revista y con los objeti­vos del movimiento «extremista», pero quiere un cambio, una reforma de la retórica. Este lector juzga exagerado y rígido el estilo de comportamiento y reacciona contra la coerción que tal estilo representa. Pero el redactor defiende esta retórica, la justifica y no ve razón alguna válida para cambiar. Cree, sin embargo, que una mejora del contenido y un esfuerzo por apoyar las ideas sobre una base real más sólida suprimirán los aspectos negativos y, por ello, arbitra­rios y coercitivos.

En ·realidad, cuando el lector pide al redactor que adap­te el emisor al receptor, el redactor pide al lector que adap­te el· receptor al emisor; el lector considera la ~etórica como importante y modificable a la vez, y el redactor como secundaria e inmutable a la vez. Esta controversia es el re­flejo del proceso observado en el laboratorio y da también una idea de los factores subjetivos que pueden impedir a un estilo de comportamiento rígido ejercer influencia, aun cuan-­do el contenido del mensaje que se transmite goce de una gran simpatía.

Este ejemplo específico aclara también un fenómeno más amplio. Vemos que este tipo de grupo rehúsa absolu­tamente «abrirse», y todas las indicaciones hechas en este sentido dentro del grupo se interpretan como una traición, un abandono o una apostasía, aunque esas indicaciones con­ciernan a problemas que no son esenciales. Lo cual significa que tales grupos no poseen los medios para penetrar en los sectores de la sociedad que le son opuestos, por débil que pueda ser esta oposición.

¿Por qué la «apertura» se considera una amenaza, por qué no es posible la flexibilidad? Se puede contestar que es sobre todo porque estos grupos carecen de un medio social

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los estilos de comportamiento 183

interno; el «repliegue» es la única garantía de unidad, la sola protección contra las disoluciones y los peligros del ambiente externo. Sus concurrentes y adversarios, los comu­nistas, han adoptado dos estilos de comportamiento. El uno trata de mantener la cohesión y la estabilidad del grupo mismo, y el otro se dirige a los otros grupos y clases socia­les. El uno está adaptado al medio interno y el otro al medio externo.

Vemos también que las concesiones políticas y económi­cas van muchas veces a la par con el reforzamiento de la disciplina ideológica y que la noción de coexistencia, y aun de unidad de diferentes grupos sociales, tiende a manifes­tarse al mismo tiempo que la insistencia en la solidaridad de grupo y la fidelidad a los oojetivos y a la ideología tra­dicionales. Esto puede ser paradójico visto desde fuera; y, sin embargo, desde otro punto de vista, esta dualidad se ajusta exactamente a las exigencias psicosociológicas reve­ladas por las experiencias descritas. Dando un paso más, observamos el siguiente modelo de desarrollo: al principio un grupo minoritario, desviante, se comporta de modo rí­gido, lo que le permite consolidarse al.abrigo de una unidad firme. Es su fase de diferenciación. Después de una cierta evolución, es capaz de desarrollar un comportamiento más flexible que deriva del hecho de que su medio ambiente in­terno está constituido y separado de su entorno externo. Su nuevo estilo «equitativo» le permite mantener su consisten­cia aun cerrando alianzas, tener en cuenta puntos de vista opuestos al suyo, ·establecer compromisos, en una palabra, ampliar su esfera de influencia, sin correr por ello el ries­go de deshacerse o de perder consistencia. Si lo ha logrado, se le impone la exigencia de tener cada vez más en cuenta la diversidad del ambiente exterior, de ser cada vez más fle­xible y menos consistente, es decir, sometido a las necesida­des de su medio ambiente interno. Hasta que deje de ser minoritario o realmente desviante, actuando cada vez menos por innovación que· por conformidad. El estudio de los di­versos grupos, movimientos y partidos -sobre todo. del par­tido comunista- permitiría verificar estas conjeturas. Pero la genética de los grupos sociales se encuentra aún en paña­les. El análisis de los estilos de comportamiento contribuirá, a mi juicio, a darle el impulso que le falta.

Por el momento debemos contentamos con describir los estilos y sus efectos. ¿Cuál es el mejor estilo? ¿Cuál es el

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más eficaz? Estas preguntas delatan un modo de abordar el problema que sería mágico y no científico. No existe un arma última ni un método infalible de influencia. Todo de­pende de las circunstancias, de los estados internos de la minoría o de la mayoría y d~ sus relaciones con el medio .ambiente social.

Quiero subrayar, una vez más, la consecuencia del estilo de comportamiento en tanto que fuente de influencia. El sentido común atribuye los efectos de influencia al estatuto social, al liderazgo, a muchas otras formas de dependencia. Yo sostengo que estas diferentes formas de dependencia no son factores decisivos de la influencia social. Una minoría puede modificar las opiniones y las normas de una mayoría independientemente de su poder o de su status relativo en la medida en que, en igualdad de circunstancias, la orga­nización de sus acciones y la expresión de sus opiniones y sus objetivos obedezcan a las condiciones que he expuesto de consistencia, de autonomía, de esfuerzo o de equidad.

Afirmo incluso que la preocupación casi exclusiva por las variables «externas» -status, liderazgo, competencia, et­cétera- ha ocultado los verdaderos problemas planteados

_ _ por los procesos de influencia social y se ha traducido en atención exclusiva a las características más evidentes: pre-

. cisamente las que no requieren expl~c~ción. Así, muchos psicólogos sociales han trabajado afanosamente en edificar un saber científico en torno a fenómenos que no parecen plantear ·preguntas ni esperar respuesta.

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CAPITULO VIl

NORMAS SOCIALES E INFLUENCIA SOCIAL

QUINTA PROPOSICION

El proceso de influencia está determinado por las normas de objetividad, las normas de preferencia y las normas de originalidad

Imaginemos que se enseña el mismo cuadro a tres ·per­sonas diferentes. Es posible que la primera hable de su rea­lismo, la segunda exprese una simple admiración y la ter­cera le encuentre cualidades que susciten su entusiasmo. La primera persona manifiesta una apreciación de la exac­titud con que está tratado el fema; la segunda exterioriza una reacción espontánea de gusto; la tercera expresa una evaluación de la calidad del cuadro en comparación con otros. Si deseamos que estas tres personas lleguen a un acuerdo, debemos decidir en primer lugar la característica del cuadro que debe ser objeto del acuerdo: su realismo, la reacción de gusto que suscita o sus cualidades técnicas y estéticas. Es obvio que el resultado puede ser muy diferente según que se escoja uno u otro de estos tres aspectos. ¿Por qué es así?

De un modo general, el consenso tiene dos funciones psi­cosociológicas. Est&s funciones son, para la persona que emite opiniones y juicios, por una parte, ratificar estas opi­niones y estos juicios y por otra parte reafirmar su propia identidad. No hay duda de que socialmente es importante ser «exactos», situarse del lado de la exactitud objetiva. Pero es igualmente importante «tener razón», ver que los demás

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