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Mujer y Sociedad Año III N˚1

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Mujer y Sociedad

Año III N˚1

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½ Vínculo es editada por Doble Vínculo, revista de estudiantes de Sociología UC.

Cada artículo es responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la opinión de la revista. Esta orga-nización es de carácter autónomo, sin fines de lucro, cuyo objetivo es el análisis y difusión de conocimientos sociológicos.

El Equipo 2012 está conformado por Mariana Calcagni, Amelia del Villar, Bernardo Mackenna, Pedro Pablo Seguel, Natalia López y Matías Valderrama.

Diagramación: Matías EchavarríaDiseño de portada: Matías Echavarría [email protected]

Ilustraciones Pin Up: Gil Elvgren (1914-1980)

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Índice

Editorial

Lo provocador del porno

Mariel Mateo

Posibilidades de género: El acceso a la mujer en los cafés con piernas

Gabriela Cabaña

La belleza como ideología

Fiorella Santis

Liderazgo femenino en el hogar: “Dueñas de casa”. la indiferencia hacia una estructura renuente

Natalia López

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Es gratificante comenzar ya un tercer año de pu-blicaciones del proyecto ½ Vínculo. Siguiendo con la motivación inicial, este número tiene sus fundamentos en el hacer una sociología libre, con un carácter menos tradicional, sin contornos ni lí-mites predefinidos, sin embargo, profundamente exploradora. Este número destaca por ser el pun-tapié inicial hacia la discusión sobre el género en la sociedad actual, centrándose especialmente en el rol femenino.

El diálogo en torno al rol del género lleva consi-go una serie de discusiones en torno a los roles de cuerpo, cánones de comportamientos y tabúes, que cada día están más sometidos a discusión, desnaturalizando así ciertas convenciones socia-les que mantenían a la mujer relegada a ciertos espacios y actividades. Este relego ha dejado en la oscuridad una serie de problemáticas y discusio-nes que son sumamente relevantes para compren-der el concepto de género en la sociedad actual. Vemos que en la actualidad los grupos sociales es-tán cuestionando cada vez más las identidades de género, alzando sus voces por medio de interven-ciones, exigencias y movimientos de liberación sexual o “genérica”. Este número hace patente los intereses por profundizar en este aspecto de la sociología, entrar en la discusión, abracarla desde todas las artistas y medios posibles. Además, da cuenta de que al cuestionar la identidad de gé-nero, cuestionamos también una serie de otros elementos que ordenan nuestro mapa social: la sexualidad, el cuerpo, el trabajo, la maternidad, la estructura de familia, la publicidad, la belleza, etc.

En esta edición podrán acercarse a estas temáticas mediante cuatro artículos que plantean diferentes discusiones que se desprenden de la discusión en torno a la mujer y su identidad de género: En pri-mer lugar, se presenta el articulo “Lo provocador del porno”, escrito por Mariel Mateo, que busca rese-ñar el rol de la pornografía en la discusión social en torno a la sexualidad y al cuerpo. El segundo artículo titulado “El acceso a la mujer en los cafés con piernas”, escrito por Gabriela Cabaña, se es-cribe a partir de una trabajo cualitativo realizado en los cafés con piernas de Santiago, que busca dilucidar qué tipo de relación existe entre el hom-bre y la mujer en un café con piernas. El tercer artículo, escrito por Fiorella Santis: “La belleza como ideología”, entra en la discusión relativa a los cánones de belleza hegemónicos que ejercen cierta presión y definición en torno a la identi-dad femenina impuesta por la industria cultural dominante. Por último, el cuarto artículo escrito por Natalia López “Liderazgo femenino en el ho-gar: “dueñas de casa” la indiferencia hacia una estructura renuente”, se enmarca en al discusión en torno a el rol de la mujer en la Sociedad y el desarrollo que ha tenido en diferentes sociedades. Estos cuatro artículos abarcan 4 temas diversos, desde diferentes perspectivas (prácticas, teorías) que invitan a plantearnos nuevas discusiones en torno a la mujer en la sociedad.

Editorial

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6“(…)la moral civilizada fue movilizada contra el uso del cuerpo como un mero objeto, medio e instrumento de placer; este uso fue converti-do en tabú y permanece como el mal reputado privilegio de las prosti-tutas, los degenerados y los pervertidos”

Marcuse (1983:46)

La pornografía se ha situado por años junto al resto de las perversio-nes, pero a diferencia de las otras, tiene la peculiaridad de ser ambiva-lente: al tiempo que desafía y ruboriza a la moral civilizada, resguarda el mismo orden “decente” al actuar como pedagogía audiovisual que pro-duce y reproduce ciertos roles sexuales de género. Teniendo en cuenta esta doble función es interesante revisar cómo se ha impuesto la mo-ral y las buenas costumbres a través de la censura de la pornografía y qué rol puede tener ésta en la construcción de la identidad de género.

Según algunos, la pornografía es el único fenómeno social que ha sido acu-sado de ser simultáneamente peligroso, repugnante y aburrido, pero en lo que parece existir mayor acuerdo es que ha sido poco tratado por la gran sociología, siempre ocupada de tópicos relevantes que nada tienen que ver con la experiencia “privada”. Quizá es por esta omisión que quienes se atreven a abordar el porno tienen obligadamente, que justificar que es dig-no de ser tratado dada su extensión y difusión en la gran mayoría de los hogares del mundo. Es por esto que- como tantos autores- mencionaré que es un fenómeno mediático ineludible, si consideramos su penetración en todos los medios masivos de comunicación: en libros, revistas, cine, tele-visión, VHS, DVD y sobre todo en Internet, medio que hace dificultoso la

Lo provocador del porno

Mariel Mateo

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contabilidad efectiva de su extendido consumo. Esto hace del género un ne-gocio de la carne, pues los estadounidenses pagan más por porno en un año de lo pagan por ticket de cine “convencional” (Rich, 2001), así también su consumo se extiende a países como Pakistán, Egipto, Irán, Turquía y Ara-bia Saudí, que aun con severas legislaciones en torno a la producción y ac-ceso a la pornografía, son en los que la palabra «sex» es la más solicitada proporcionalmente por sus usuarios, según Google Trends (Barba & Montes, 2007), por lo que el deseo pornográfico parece hacer frente a la condena.

Aunque no pretendo ser exhaustiva en los datos sobre la penetración del géne-ro pornográfico en la sociedad, menciono algunos con la intención de persua-dir al lector sobre lo inexcusable que se vuelve tratar el tema en nuestra disci-plina. Sin duda esta materia alcanza mayor visibilidad de manera paulatina a lo largo del tiempo, saliendo a la superficie de la vida social recién en los años setenta, cuando se despenaliza en la mayor parte de los países occidentales, como resultado de la culminación de un proceso de progresiva permisividad de representaciones sexuales en algunos espacios públicos (Gubern, 1980). Asimismo, en Oriente el registro de las estampas japonesas del siglo XVII de-nominadas ‘makura-e’ (Figura 1) muestran que las representaciones sexuales fueron también censuradas por siglos, mientras eran reservadas sólo para el aprendizaje de algunos en la intimidad (García, 2001). Todavía hoy, Japón es de los países con más altos niveles de censura a nivel mundial1 , pese a que se lleva el título del quinto productor mundial de pornografía (Simon, 2011).

Al referirnos a estos cambios normativos, debemos mencionar la obra de Foucault (1978) “Historia de la sexualidad”, en la que sitúa en el siglo XIX la apari-ción de definiciones legales sobre la representación del cuerpo y la sexualidad, que no tenían que ver tanto con la regulación de su contenido como con su ad-ministración relegada a lo privado, a la vez que suprimida del ámbito público, separación que daría fundamento al pudor burgués. De esta manera, a medida que estas regulaciones se vuelven más difusas durante el siglo XX–época don-de también surge el cine pornográfico-, el individuo empezó a ganar la capa-cidad de negociar ante la tensión entre procreación y placer (Foucault, 1978).

A partir de lo anterior, Beatriz Preciado (2010) afirma que la sexualidad mo-derna no existiría sin la regulación política que propicia “(…) la aparición de un muro regulador que divide los espacios en públicos (es decir vigilados por el ojo moral del Estado) y privados (vigilados únicamente por la conciencia individual o por el silencioso ojo de Dios)” (77). De esta forma, la autora muestra en su estudio que la trans-gresión que «Playboy»- la conocida línea de canal de TV y revistas softporn- suscita durante la guerra fría, es el intento de redefinir o anular la frontera entre ambos espacios, lo que quedaría plasmado, en las palabras de Hefner, creador de Playboy: “Playboy vende una filosofía, una forma de vivir”, con lo que logra hacer público una temática que décadas antes se hablaba a escondidas.

1Prohibiendo mostrar los genitales en todos los medios de comunicación (Simon, 2011)

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Lo provocador del porno es advertido ya en los años noventa por la profesora estadounidense Linda Williams (1989) que luego de publicar el libro “Har-dCore: power, Pleasure, and «the Frenzy of the Visible. HardCore»” funda una nueva disciplina académica, denominada PornStudies. En estos estudios sobre por-nografía, Williams (2004) denuncia una paradoja social dada por la regulari-zación de la sexualidad a lo privado. Pues, nuestra cultura una vez que niega la representación de los cuerpos, el sexo y el placer en el espacio público, sa-cándolos “fuera de escena” (“off scene”/obscene), los trae casi al mismo tiempo, al violar la misma normativa a través de la necesidad de obscenidad u “on/escenidad” (on/scenity), que permite mostrar y llevar nuevamente a lo público lo privado, cada vez que se buscan imágenes pornográficas desde la comodi-dad de los dormitorios.Es por eso que el género pornográfico, bautizado tem-pranamente como “triple equis”2 (XXX) para expresar su error y reprobación moral, tal vez no pueda concebirse sin esa condena y aún más, sea ésta la que lo anima. Pues los criterios de censura han ido variando a través del tiem-po y con ellos también ha cambiado lo que es considerado pornográfico, por-que “Desde siempre, la censura es el instrumento que utilizan los poderes para contro-lar el pensamiento e instaurar una dictadura sobre los espíritus” (Marzano, 2006:75).

En consecuencia, este cuestionamiento en las distintas sociedades no está ce-rrado, sino que se actualiza en distintas épocas, razón por la queme gustaría destacar el caso del senador estadounidense William Hays, quien durante los años treinta formó parte de los grupos religiosos y conservadores que exigie-ron al Estado imponer una normativa para regular el contenido de las pelícu-las exhibidas. Hays, como presidente de la Associantion of Motion picture Producers, redactó la normativa que defendió la moral en las pantallas hasta la década del setenta, conocida como “código Hays”, con lo que se ganó el apodo de “patriar-ca de la legislación antipornográfica en los Estados Unidos” (Barba & Montes, 2007: 28). Dentro de las cosas que Hays prohibió, se encontraba la representación de la esclavitud de blancas, las relaciones interraciales, la homosexualidad, las relaciones sexuales fuera de matrimonio y los ombligos (sí, los ombligos).

Llama la atención que por efecto de esta legislación se consideraran los om-bligos femeninos como obscenos (off-scene) y hayan sido sacados de la pantalla por décadas. Pero lo más interesante de este caso, surge en 1952, tras la separa-ción de Hays, que es cuando su esposa declara ante el tribunal que su marido

“siempre había confundido ombligo y sexo femenino” y que más tarde, tras la muerte del senador, se descubriera la amplia colección de fotografías de ombligos que mantenía en secreto (Barba&Montes, 2007). Pareciera entonces que el til-de de «porno» depende siempre de quienes aplican las sanciones a partir de su propia experiencia pornográfica y de una encubierta intención política de los grupos de poder por establecer un orden sexual que les acomoda3 . Ante esto, nuestro país no es la excepción, pues el Consejo Nacional de Televisión4 es el ente regulador de lo que puede aparecer en televisión abierta, prohibiendo “la trans-misión de programas que contengan violencia excesiva, truculencia, pornografía5 o par-ticipación de niños o adolescentes en actos reñidos con la moral o las buenas costumbres”.

2Fue bautizado de esta manera desde 1975 en EEUU (Marzano, 2006)3Por eso, sin conocer al senador Hays, podría decir que además de conservador, es blanco, heterosexual y

pretendidamente fiel, entre otras cosas.

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Más allá de la aplicación efectiva de esta regulación, en ella se aprecia cómo se articulan los poderes dominantes en su propósito de “normalizar”, orga-nizando lo que se debe observar con la aspiración de encontrar entonces, una forma “correcta” de ser en las audiencias. No obstante, los criterios de censura aplicados en distintos países, parecen responder a la lógica falaz del monkeysee, monkey do (el mono imita lo que ve) bajo el supuesto de que la pornografía sería entonces la antesala de la actuación y una aterradora inspiración para la sociedad (Barba & Montes, 2007), mas esta concepción plantea la discusión por la capacidad que tienen las personas de adoptar una postura crítica frente a los distintos mensajes transmitidos por los medios6.

Por otra parte, no debemos pasar por alto que la censura fáctica de la por-nografía expuesta hasta aquí, está acompañada de una internalización de esas normas impuestas, de una “autocensura” que se evidencia en la búsqueda se-creta y a veces culposa de recursos pornográficos. Según Marcuse (1983) la organización de los instintos funciona más allá de las instituciones, a tra-vés del mecanismo de autocensura que responde a un proceso de “genita-lización” de la sexualidad que es propio de la modernidad, que ha preten-dido reducirla a términos de utilidad y reproducción. Bajo este prisma, el porno podría considerarse provocador por no servir a estos intentos instru-mentales y en cambio, incitar a la satisfacción del placer sin más objeto; o se podría argumentar que la pornografía es más bien peligrosa al restrin-gir la vida sexual una gama acotada de posturas, roles y fantasías sexuales.

Las objeciones a la pornografía que no apelan a la moral, advierten que su producción ha sido dirigida hacia el público masculino, por lo que la críti-ca feminista desde los años 60’ planteó la necesidad de tomar una postura a favor o en contra a este género, pues en él las mujeres quedarían con-finadas a la sumisión. Sin embargo, más tarde, los Estudios Culturales de-mostraron que mujeres y hombres podrían reapropiarse y generar nuevos significados de lo transmitido por los medios. Más tarde, en la década del noventa, el aporte de Williams que abordó el estudio de la pornografía “en cuanto producto cultural importantísimo de las sociedades occidentales” (Barba & Montes, 2007: 12), permitió un avance en la comprensión del fenómeno más allá del tradicional acercamiento polémico-pro/contra-a esta temática. Esta perspectiva muestra que la pornografía interviene en las prácticas eróti-cas de los distintos géneros, cumpliendo un papel “educativo” que regula la construcción de las identidades y difunde determinados modelos erógenos.

En esta misma línea, el trabajo de varios teóricos postfeministas y también parte de la Teoría Queer7 , han contribuido a subrayar que la pornografía puede ser un espacio de disidencia sexual, contrario a la industria porno-gráfica tradicional. A esta nueva propuesta se la ha llamado “pospornogra-fía”, por su intento de producir formas alternativas a la imposición de he-teronormatividad propia de la sexualidad moderna, que en el discurso sobre

4Disponible en : http://www.cntv.cl/prontus_cntv/site/artic/20110217/pags/20110217152006.html5Resaltado en ‘negrita’por la autora.6Temática desarrollada por los Estudios Culturales7Autores como Monique Wittig, Judith Butler, Annie Sprinkle y Beatriz Preciado, entre otros.

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la heterosexualidad como una orientación sexual “natural”, la hace norma y encubre un régimen de poder que produce y normaliza los cuerpos (Wit-tig, 2004). Esta nueva propuesta haría más definitiva la posibilidad de pro-vocación del porno, ya que éste puede devolver agencia visual, discursiva y de auto-representación a los espectadores que cada día más- con el acce-so a Internet- pueden ser actores pornográficos que cuestionan las “bue-nas costumbres” en las formas de practicar sexo y de construir los géneros.

FIGURA 1.Torii Kiyonobu.

Xilografía monocroma del li-

bro ilustrado Onna Shutendoji

Makura Kotoba, 1740.

Tomado de

(Hayashi Yoshikazu, Teihon:

ukiyo-e shungameihinshusei,

Tokio, Kawade Shobo, 1996,

p. 4).

Archivo Fotográfico iie-unam.

FIGURA 2.“El origen el mundo”.

Gustave Courbet (1866).

Esta obra fue censurada por

largos años y originalmente

fue “sin título”, hasta que dejó

de ser considerada pornográ-

fica y entonces como obra de

arte, se la renombró.

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Referencias

BARBA, A. & MONTES, J. (2007). La ceremonia del porno. Editorial Anagrama, Barcelona.FOUCAULT, Michel. (1978). The History of Sexuality. Vol. 1 An Introduction. Pantheon Books.Nueva York.GARCÍA, Amaury. (2001). Desentrañando “lo pornográfico” La xilografía makura-e. Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas, N° 79.GUBERN, Román. (1980). Permisividad sexual y comunicación social. Quaderns de Comunicació i Cultura. http://ddd.uab.cat/pub/analisi/02112175n2p105.txtMARCUSE, Herbert. (1983). Eros y la civilización. Editorial Sarpe, Madrid.MARZANO, Michela. (2006). La pornografía o el agotamiento del deseo. Editorial Manantial, Buenos Aires.RICH, Frank. (2001). “Naked Capitalists: There’s No Business Like Porn Business”. New York Times Magazine.PRECIADO, Beatriz. (2010). Pornotopía, arquitectura y sexualidad en «Playboy» durante la guerra fría. Editorial Anagrama, Barcelona.SIMON, S. (2011, 23 febrero). What’s really at stake in Japan’s revised pornography laws? Japan Today. Recuperado 8 junio, 2012 de: http://www.japantoday.com/category/commentary/view/what%E2%80%99s- really-at-stake-in-japan%E2%80%99s-revised-pornography-lawsWILLIAMS, Linda. (1989). Hard Core: power, Pleasure, and «the Frenzy of the Visible. Hard Core» Londres: University of California Press. 2004). Porn Studies. Durham, NC: Duke University Press.

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12Los cafés con piernas son un fenómeno propio de la escena nacional. Tan-to así que para aproximarse a su estudio es necesario recurrir a investiga-ciones en otros escenarios, como son principalmente las bailarinas exóticas o strippers en países extranjeros como los Estados Unidos, los que parecen responder a la misma dinámica: locales orientados principalmente al pú-blico masculino donde el consumo se acompaña de la compañía y la inte-racción directa con mujeres atractivas con escasa ropa. El estudio de estas bailarinas exóticas ha descrito principalmente desde el proceso de objeti-vación y mercantilización del cuerpo de la mujer, el problema en el ma-nejo de los límites que imponen a sus clientes en el trabajo y la estigmati-zación que sufren las mujeres por el mismo (Wesley, 2003; Chalkley, 2006).

Ya ha sido planteado dentro de las teorías de género que la vivencia de lo sexual es un determinante clave en la identidad de “ser hombre” y “ser mujer”

–la exponente más clásica es Judith Butler– y que en las prácticas que cons-truyen el género se articulan también relaciones sociales (Balbotín, 2008). El objetivo de este artículo es profundizar en el lugar del café con piernas y de la relación hombre-mujer que se da en su interior dentro de un macrocosmos social; y plantear tentativas que expliquen la existencia de este fenómeno.

Por tanto, no se busca describir las particularidades de este fenómeno na-cional, sino mas bien reflexionar en torno al tipo de relaciones de género que se revelan en estas formas altamente sexualizadas de interacción. El tipo de cafés con piernas al que se refiere en este artículo no son prostí-bulos ni permiten (al menos como política) los encuentros sexuales en las dependencias, aunque sí contactos sexuales de diverso grado (exhibicionis-mo, besos, caricias corporales). Funcionan con vidrios polarizados, luz baja

Posibilidades de género:El acceso a la mujer en los cafés con piernas

Gabriela Cabaña

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y con restricción para mayores de 18 años. Para entrar y permanecer dentro del local a los clientes se le exige algún consumo mínimo, pero sobretodo dejar constantemente propinas a las trabajadoras, con las que conversan y tienen contactos sexuales de diversa intensidad; desde el estar ellas vestidas con el mínimo de ropa hasta acordar un baile erótico privado con el cliente.

Los cafés con piernas pueden ser relacionados a primera vista y de forma intuiti-va con una búsqueda de los hombres de un cuerpo femenino altamente atracti-vo; un local que se acerca de facto bastante a un prostíbulo. Parece en un primer vistazo que los hombres van en busca de un café con una “mina” de forma simi-lar a la búsqueda de porno en Internet: un cuerpo-objeto que satisface un deseo.

Pero las implicancias de la relación que se construye entre clientes y cafete-ras es mucho más sutil y compleja para ser reducida a un mero intercambio de manoseos por propinas. Las mujeres –en cuyo testimonio se centran estas ideas– realizan su trabajo sosteniendo una relación con sus clientes que apela en gran medida no sólo a las cualidades estéticas de su cuerpo, sino también a su simpatía y capacidad de entretener y agasajar a los hombres. Esto no signi-fica que el cuerpo no sea relevante; ellas mismas reconocen que esa exigencia está constantemente presente y siempre se demandan ciertos cánones, pero que lo realmente difícil es lograr “ganarse” a los clientes y convencerlos de que se queden, sigan consumiendo y conversando con ellas; y que si vuelven a vi-sitar el local sigan siendo sus clientes. Ellas deben ser encantadoras, escuchar-los, sonreírles. En suma, deben hacer bastante más que mostrar mucha piel.

Por ende, podemos decir que los hombres recurren a los cafés con pier-nas buscando un conjunto de características: no sólo una mujer atrac-tiva que no tenga problemas en exhibir su cuerpo, sino también una mujer dispuesta a atenderlo y dedicarle tiempo a escucharlo, saber de su trabajo y ser cordial y alegre a toda prueba. Las trabajadoras por su lado saben que deben mantener esa actitud para ganarse el dinero. En el con-texto del café con piernas es interesante observar que muchas veces en-tre cliente y cafetera se habla de las parejas de los primeros: muchos son hombres con relaciones formales o de frentón casados, y el reconocer esa situación no es problema para la conversación y los servicios que se inter-cambian dentro del local. Las trabajadoras tienen claro que ellas son algo completamente distinto, no son pareja de nadie ni buscan serlo. En la mis-ma línea, la gran mayoría tiene gran cuidado de involucrarse sentimental-mente con sus clientes, pues creen que eso arruinaría completamente su trabajo y las propinas que reciben (que son su principal fuente de ingresos).

En este contexto, podemos ver que parece una identidad de género que cam-bia según el lugar en el que se encuentra a la mujer: por un lado la mujer que está en la casa, por el otro la cafetera. El hombre parece tener ambas posibilidades a su disposición, ambas pudiendo ofrecer cosas distintas. Al acercarse a un café con piernas el hombre puede acceder – mediante el con-sumo de café y una buena propina – a un servicio complejo y completo de tener la atención de una mujer. Un estudio sobre nuevas formas de mas-culinidad caracterizó la actitud de las cafeteras como una síntesis entre la servicialidad y el erotismo (Da Silva, 2004), que refuerza cierta visión “nor-mal” de lo femenino. A la vez, como espacio de socialidad que se da en-tre pares, también permite reforzar la noción de masculinidad del hombre.

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En estos locales la mayor afluencia de público, las horas en que estos locales presentan más clientes y mayores propinas, es después de las 18:00. Es decir, luego del horario de salida de la oficina muchos hombres están prefiriendo, antes de volver a su casa, pasar un rato a ver a sus “amigas” de los cafés con piernas. Que ésta no es una relación de amistad como comúnmente se plantea es algo claro: el dinero es el único objetivo de las trabajadoras, y lo reconocen abiertamente. Aún así, se llega a dinámicas propias de la amistad, como el buscar siempre a la misma cafetera y contar la vida personal y laboral. Y este híbrido de relación se sustenta en la búsqueda de cierto estereotipo femeni-no, al que los hombres (incluso los que ya están emparejados) buscan acceder.

La espacialidad juega en esto un rol fundamental. Una misma mujer puede jugar el rol de pareja oficial (caso en el que se encontraban, de hecho, mu-chas trabajadoras) de un hombre, lo que significa fidelidad y el estar a cargo de un hogar, pero a la vez ser la “amiga” de un cliente en el café con piernas, escucharlo atentamente durante largo rato y dejarle acceder a su cuerpo, todo por supuesto con una sonrisa y muy buena disposición. Aunque de facto no se necesita renunciar a la una para acceder a la otra, sí es necesario man-tener el secreto y la separación clara entre ambos roles (la mayoría de las tra-bajadoras emparejadas o madres lo ocultan a todo o casi todo su círculo más cercano). Mientras el hombre puede acceder a las dos sin mayores problemas.

¿Qué está tras esta posibilidad? ¿Cómo llega el hombre a tener acceso a dos fi-guras y formas totalmente distintas de interactuar con el género opuesto? La figura de la cafetera se podría conceptualizar como una “moderna cocotte”; donde la mujer a la que se accede por dinero y que juega un rol totalmente distinto a la pareja oficial, la que “está en la casa”.

Es claro que en esta búsqueda se construye un estereotipo machista e hiper-sexualizado de la mujer ideal; la mujer que escucha atentamente los pro-blemas del trabajo, celebra los logros del hombre y a la vez está siempre accesible físicamente Mientras se tenga suficiente dinero, esos atributos es-tán garantizados, y se accede a esta forma de servicio femenino más rica y compleja que la simple prostitución. Frente a esta posibilidad, cabe pregun-tarse ¿Por qué la mujer no puede hacer lo mismo? ¿Qué limita a que las mu-jeres puedan buscar figuras masculinas que les agraden de forma tan directa?

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No existe un mercado tan establecido que apunte a un público femenino.

Un factor social determinante que podría explicar es la aún persistente per-manencia de la mujer al interior del hogar gran parte del día, que le quita la posibilidad de utilizar los tiempos de tránsito del trabajo a la casa para explorar estas otras posibilidades. El estar más limitada físicamente a un lugar concreto – el hogar – le quita la flexibilidad de buscar otros modelos de masculinidad a través de otros medios, como el dinero. El hogar sigue siendo el lugar destinado a la pareja formal – el hombre mismo también respeta este status – y como la mujer está más limitada a este espacio, no puede acceder a estos lugares “ocultos” o marginales a lo abiertamente re-conocido. El mayor poder adquisitivo de los hombres en general también podría considerarse un factor. Es un elemento significativo también el hecho de que el hombre puede circular libremente y sin compromiso por los cafés, pudiendo ir cuando y cuantas veces quiera: no se compromete profunda-mente en la actividad como sucedería por ejemplo con un affaire romántico.

Cabe preguntarse entonces si son sólo estas condiciones estructurales las que determinan que existan cafés con piernas para “ellos”, pero ninguna opción similar tan masificada para “ellas”. ¿El avance hacia una mayor in-serción laboral fuera del hogar en sectores céntricos de la capital cambiaría esta realidad? Si consideramos la noción latinoamericana de la mujer como un contrapunto entre la mujer “chingada” de Octavio Paz (1950) que toma una actitud sufriente y negadora de su propio placer, y la prostituta alta-mente sexualizada, en la que ahonda Sonia Montecino (1991), la reflexión nos lleva a una imposibilidad de distinguir causas de consecuencias. Pue-de ser que esta identidad de género sea la que mantenga aún anclada a la mujer al hogar, negándose a salir de la casa y abandonar a sus hijos; mien-tras por otro lado esta misma situación refuerza y hace fácil su papel. Es decir, la alta vinculación a la esfera doméstica actual de la mujer está en concordancia con una identidad de género particular. Todo parece apun-tar a que la mujer debe mantenerse fiel a una sola de estas imágenes a la vez, siendo incompatibles, mientras que el hombre, sin tener que des-marcarse de sí mismo, puede buscar ambas figuras. El desanclaje del hom-bre del hogar le permite tener una relación más fluida con el sexo opuesto.

La misma trabajadora del café encarna muchas veces esta dualidad mencio-nada por Sonia Montecino; de la madre que debe cobijar a sus hijos, a la vez que su único medio es, tal vez no la prostitución, pero sí un trabajo que se sustenta fuertemente en su sexualidad. Ellas pueden ser también la madre abnegada y pura dentro del hogar, pero son dos papeles excluyentes.

En suma, al parecer el fenómeno de los cafés con piernas revela una identi-dad masculina bastante más unificada y libre de conflictos (el único requisito es mantener la discreción de las visitas a los cafés a sus parejas formales, cuando estas existen). Frente a una identidad femenina que se debe vivir ne-cesariamente desde una sola orilla: la mujer está accesible para el hombre de cierta manera - ya sea en la casa o en el café – pero no tiene esa posibilidad de acceder ella a distintos hombres con la misma facilidad. Esto no significa que fenómenos como la prostitución masculina o la existencia de amantes entre las mujeres no exista, pero no ha generado un negocio tan amplio de los cafés con piernas que eche luces respecto a cuáles serían esos valores, disposiciones y formas de comportarse ideales por el que una mujer estaría dispuesta a pagar.

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Referencias

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Los cafés con piernas no revelan solamente la importancia del cuerpo sexua-do de las mujeres, y lo que constituye la masculindad en los hombres. En el fenómeno se revela también como en distintos espacios y tiempos de la vida en la ciudad se construyen perspectivas y expectativas de géneros de formas totalmente distintas. El género masculino posee libertades y posibilidades que no tienen un equivalente para las mujeres, permitiéndoles a ellos una identidad más libre de rigidez que la mujer.

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17“No está mal ser bella; lo que está mal es la obligación de serlo.”

Susan Sontag

Hoy por hoy la mujer está situada en un escenario donde las luchas y rei-vindicaciones del feminismo parecen haber llegado a un nivel aceptable de logros. Desde el surgimiento de los movimientos feministas y pelea por ac-ceso a derechos negados para el género femenino como el voto y el acceso a la educación, pasando por una etapa posterior más centrada en desigual-dades de hecho y principalmente en los derechos reproductivos, simboliza-dos en la pastilla anticonceptiva, hoy las visiones se han multiplicado y di-versificado, una de los giros que destacan es la visión positiva del sexo y el reconocimiento de las particularidades en los modelos y roles de la mujer.

Pero la realidad es que en todos los frentes que a través del tiempo los movi-mientos feministas han abordado, los éxitos han sido dispares. Las luchas de las mujeres se han desenvuelto desde sus inicios en un escenario ambiguo, por un lado un movimiento que emerge y reclama sus derechos, contrastado fuertemente con el establecimiento y consolidación de unaimagen de mujer fuertemente ligada a la belleza, la moda y el hogar (Valladares, 2009). La consolidación de esta imagen se dio principalmente a través de la prensa y los medio de comunicación masiva, constituyéndose como un importante re-gistro de la imagen social de la mujer. Este registro abarca diversos ámbitos, como los roles de la mujer, su cosificación y la sublimación de esta través de la belleza (Martínez, 2004), es este último aspecto en el que me centraré.

La belleza como ideología

Fiorella Santis

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Desde el comienzo el cuerpo ha sido reconocido como un espacio en disputa, siendo entendido como un espacio de control. Ha existido un gran avance y concientización en torno a la emancipación del cuerpo femenino desde los derechos sexuales y reproductivos. Sin embargo existe otra arista de este control a través de/en el cuerpo, que se ha ejercido a través de la constitución de un discurso en torno a la Belleza, como principal cualidad de valoración social, desplazando a las cualidades domésticas, en parte por la validación del rol de la mujer que trabaja fuera de la casa.

Así adquiere cada vez más importancia el sometimiento del cuerpo femenino, el doblegar su naturaleza. Se crean a través del tiempo procedimiento más o me-nos invasivos para modificar el aspecto inicial del cuerpo de la mujer. Prendas como el corsé evidencian lo antigua que es esta práctica, pero la salida de esta prenda del closet de la mujer aparentemente con un fin liberador solo a dado paso con el tiempo a la instauración de prácticas mucho más invasivas para modelar la figura y alcanzar los prototipos de belleza promovidos por la socie-dad, cuando estos no se condicen con la realidad de las mujeres y sus cuerpos.

Son innumerables los procedimientos a través de los cuales el cuerpo puede ser modificado; es verdad que muchos de estos hoy en día son utilizados por hombres y mujeres, pero es evidente el foco en la mujer que tienen la mayoría de estos, además de la normalización de su uso entre estas. Es que el cuerpo femenino ha sido normalizado a través de la belleza, en palabras de Foucault, se ha hecho dócil: “Es dócil un cuerpo que puede ser sometido, que puede ser utilizado, que puede ser transformado y utilizado” (Foucault, 1984, p.140). La belleza ha encontrado mucha menos resistencias que otras dominaciones anteriores, de rasgos mucho más exteriores. La dominación de la belleza ha sido introyectada en el cuerpo femenino.

Implantes mamarios, liposucción o lipoescultura, rinoplastia, inyecciones de botox, entre otros, como procedimientos invasivos; depilación y tacos, dietas y ejercicio, como disciplinas; maquillaje, lentes de contacto, tinturas, diver-sos masajes reductores, además de cremas para cuerpo y cara, como proce-dimientos cosméticos y hábitos. Es extensa la gama de opciones, y son cada vez más los lugares que ofrecen estos servicios o productos, son cada vez más las personas que acceden a ellos. La belleza se promueve como un bien ad-quirible y transable: la mujer puede comprarla, la mujer puede obtener éxito social con ella. El mismo concepto de lo bello cambia, no solo en sus pará-metros: “en la sociedad de consumo, la noción de lo bello ha ido perdiendo su carácter trascendental para reducirse a lo más material y tangible” (Martínez, 2004, p.4).

Pero esta no es la única transformación que cruza a “lo bello”, más impor-tante que lo anterior es el enmascaramiento que ejerce sobre la dominación de la belleza el desarrollo de la higiene. Este discurso de la salud y lo sano ha introducido una ética del autocuidado, que pasa de verse como obligatoria a sentirse como parte de la satisfacción personal (Lipovetsky, 1994), se ins-tauran como especie de leyes las recomendaciones de la OMS y los hábitos saludables, que se constituyen como el modo de vida correcto, detrás del cual hay un claro discurso de dominación (Britto, 2005). Así “la devaluación de la actitud rigorista significa menos presiones autoritarias, pero simultáneamente más control social a través de las normas «técnicas» del cuerpo sano y logrado, me-nosculpabilización pero más ansiedad narcisista, menos directrices ideales pero más directricidad funcional mediante la información, la moda, los profesionales de la dietética, de la higiene y de la estética del cuerpo.” (Lipovetsky, 1994, p.102-103).

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Este discurso higienista, que se mueve en un terreno entre científico y hedo-nista valida socialmente parámetros para el cuerpo en su aspecto y peso que contribuyen a la dominación del cuerpo femenino en pos de la búsqueda de la belleza y el bienestar individual. Pero también deja espacio al surgimiento de lo no-sano, a través de los trastornos alimenticios, asociados a la obsesión con el peso y el ejercitamiento.

La publicidad también recoge esto al mostrar una dualidad en las motiva-ciones que llevan a buscar la belleza: por un lado una representación más tradicional de mujer, la que cuida de su aspecto para conseguir tener a un hombre a su lado, o bien éxito social, por otro lado surge otro prototipo, la mujer que busca la belleza con un fin narcisista, enfocada en sus sentimien-tos personales (Martínez, 2004).

Aquí belleza se entronca con reconocimiento, tanto propio como social. Es difícil dibujar la línea entre las conductas regidas por la búsqueda del bien-estar propio, y la búsqueda de aceptación social. No obstante es insoslayable que el cumplir ciertos cánones estéticos, que están determinados por el con-texto histórico, social y cultural, adquiere importancia en tanto es un medio de validación. Emerge entonces la Belleza como un ideología, entendiéndola desde la visión de Honneth del reconocimiento: “el hecho de ser oficialmente alabado respecto a determinadas cualidades o capacidades parece haberse convertido en un instrumento de la política simbólica, cuya función subterránea es integrar a in-dividuos o grupos sociales en el orden social dominante, mediante la sugestión de una imagen positiva de si mismos. Lejos de contribuir eficazmente al mejoramiento de las condiciones de la autonomía de los miembros de nuestra sociedad, el reconocimiento social sirve según todas las apariencias solo a la generación de actitudes conformes al sistema” (Honneth, 2006, p.129-130).

Bajo esta prisma la autonomía que aparentemente tiene la mujer en nuestros días queda en entredicho, y esto no es exclusivamente por pa-trones culturales tradicionales a los que los hombres no quieran renun-ciar, si no que también porque las mismas mujeres siguen arraigadas a ciertos comportamientos tradicionales, como por ejemplo el culto a la be-lleza y la feminidad (Britto, 2005), imposibilitando el despliegue de todas sus capacidades, pues la belleza tiene su contracara: se obtiene reconoci-

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miento social, pero a través de una concepción fragmentada de la mujer, donde resalta lo exterior perdiendo importancia cualquier otra cualidad.

Este es el doble filo de la belleza: es un método eficaz de ser validada socialmente, pero se es reconocida en función exclusiva de estas cualidades, invisibilizando otras capacidades. Una vez dentro de este esquema de relación se evidencia el problema que oculta: “La obligación de la belleza tiene una contrapartida muy dolo-rosa, que es quedarse sólo en belleza. Primero le obligan a ser bella, y después es como si le dijeran ‘ya que eres bella, sólo puedes ser bella’” (Martínez, 2004, p.5). Ahí en ese mo-mento es donde se hace nítido lo que explica Honneth, se evidencia como ese reconocimiento muestra su verdadera naturaleza, revelándose como ficticio.

La trampa de la belleza que no permite el reconocimiento por otras cua-lidades objetivamente más importantes, se hace carne en el prejuicio po-pular sobre la incompatibilidad de ser bella y ser inteligente, o su contra-parte de que la inteligencia restaría atractivo a la mujer. Este prejuicio juega como principio de exclusión y también de invalidación. No solo es el no poder salir de la trampa de la belleza: muchas mujeres, pese a cum-plir con los estrictos cánones de lo bello, son cuestionadas cuando ocu-pan puestos de poder con prejuicios del tipo: “llegó ahí solo porque es linda”. Hace sentido entonces lo que dice Foucault cuando apunta a la dualidad del disciplinamiento del cuerpo, en tanto que aumenta unas capacida-des, en este caso estéticas, para reducir las fuerzas políticas de la mujer.

El poder librarse de esta trampa también constituye un trabajo en torno al auto-reconocimiento, no olvidando que el cuerpo envejece y se deteriora con el tiempo. No está mal ser bella o aspirar a serlo, pero la belleza, defini-da a través de los cánones actuales de eterna juventud y esbeltez, no logra ser para siempre. Será el dar protagonismo y promover otras característi-cas, un primer paso dado desde las propias mujeres, para asegurar una real autonomía y empoderamiento, que cree más oportunidades que limitantes.

Referencias

BRITTO, D. (2005) “Esa Boba Chica Nice”: Cuerpos moldeados, mujeres sometidas”. Polis: Revista académica de la Universidad Bolivariana, Nº11.FOUCAULT, M. (1984). “Vigilar y Castigar: El nacimiento de la prisión”. Madrid, Siglo XXI Editores.HONNETH, A. (2006). “El reconocimiento como ideología”. Revista Isegoría, Universidad de Francfurt, N° 35.LIPOVIETSKY, G. (1994). “El Crepúsculo del Deber: La ética indolora de los nuevos tiempos democráticos”. Barcelona, Editorial Anagrama.MARTÍNEZ, S. (2004). “Ambiente, figura y actio en los spots del siglo XX”. Red digital: Revista de Tecnologías de la Información y Comunicación Edu cativas, Nº5.VALLADARES, J. (2009). “Imaginario visual, Cuerpo Femenino y Memoria”. Recuperado de: http://www.cybertesis.cl/tesis/uchile/2009/valladares_j/html/ index-frames.html

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21Las relaciones de género han estado ligadas a una definición del espacio social, la que ha variado dependiendo de las distintas sociedades y culturas a través del tiempo. Durante bastante se concibió a la mujer en relación a un ámbito más bien privado, interior, dedicada a las tareas domésticas, en subordinación a la figura masculina, a veces subyugada a la consideración ínfima de esclavitud.

“La discriminación hacia la mujer se ha dado desde que tenemos historia. El derecho ro-mano no hizo más que reforzar esta realidad, ya que la implantó, junto con la conquista de territorios, por toda Europa y el mundo civilizado. A la mujer no le estaba permitido participar en la vida pública ni administrativa, y existía bajo la patria potestad del padre y luego del marido (…)” (Aguirre, 2006, p.72)

Mujer y hombre, en este sentido asumen roles, con los que conformarán un determinado tipo de familia, donde las tareas se distribuyen de una cierta ma-nera. Ahora bien, es interesante observar cómo se da la constitución de la fa-milia tradicional, cuya organización se remite a patrones que son usados por una sociedad industrial, la idea de una figura masculina que sale a trabajar, y la de una mujer que queda en casa. Es así como lo expone Ulrich Beck (1998):

“La asignación a los caracteres sexuales es la base de la sociedad industrial y no una reli-quia tradicional a la que se pudiera renunciar fácilmente. Sin la separación de los roles femenino y masculino no existiría la familia pequeña tradicional. Sin ésta, no existiría la sociedad industrial en su esquematismo de trabajo y vida. (…) La industrialización total, la comercialización total y la familia en las formas y asignaciones tradicionales no se excluyen. Por una parte, el trabajo retribuido presupone el trabajo doméstico; la producción mediada por la comercialización en el mercado presupone las formas y asignaciones de la familia pequeña.

Liderazgo femenino en el hogar:“Dueñas de casa”. La indiferencia hacia una estructura renuente

Natalia López

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En este sentido, la sociedad industrial está remitida a las situaciones desiguales de hombres y mujeres” (p.141)

En este sentido, promover tal forma de relación entre hombre y mujer, ha de ser aprovechado, claramente a nivel comercial, siendo la publicidad un claro referente de ello.

No obstante, como resultado del dinamismo de la realidad humana y el adve-nimiento de la modernidad, con el consiguiente cambio valórico en relación a la igualdad y la libertad, nos encontramos con una creciente participación fe-menina en el ámbito público. La consideración del sujeto llega hasta una bús-queda por parte de la mujer de develar sus capacidades en un ambiente que hasta hace poco no estaba designado para ella, como producto de un consen-so social, ya que no correspondía a lo que debía ser su naturaleza inmanente. En términos de Beck, en la Sociedad del Riesgo, se trata de un proceso de in-dividualización que aún está en curso. A nivel global se dieron movimientos masivos de este fenómeno, tal es la situación durante la Segunda Guerra Mun-dial, en que muchas mujeres se insertaron al ámbito laboral. La creciente dis-minución de una población masculina enrolada en el ejército, daba espacio a la valoración de la mujer como un nuevo elemento productivo. La posibilidad para ellas de dar un sustento a los hogares, una vez iniciada la Conflagración, quedó sin el soporte económico que el hombre de la familia les otorgaba.

De esta manera, continuos fueron los intentos, las reformas, y las instan-cias en las que se busca plantear y concretar mejores formas de integra-ción para las mujeres. Los movimientos sufragistas, apelaron por años a la consolidación del derecho a voto de la mujer, y sólo se legitiman sus exigencias a partir del siglo XX (Aguirre, 2006). Los movimientos femi-nistas dentro de todas las propuestas que generaron, se dieron postula-dos que abogaban por la incorporación de la mujer al trabajo asalariado.

En Chile, la situación en relación a la mujer no dista de las consideraciones ge-nerales en cuanto a su persona, sus deberes y el ámbito de desarrollo en el que debía participar. Es mas, la participación de la mujer queda marginada de rela-tos históricos, reduciéndose a situaciones anecdóticas o a la apología de este-reotipos femeninos como la “mujer araucana”, la “mujer campesina”, “la mu-jer aristócrata”, todo lo cual se presenta como algo complementario (“Historia, Mujeres y Género en Chile”, 2004). Nunca protagonistas de la historia nacional.

La mujer y su inserción al trabajo asalariado, es un verdadero hito. Se han generado estudios de este fenómeno, y se da cuenta de un proceso que parte con cambios en la economía nacional a fines del siglo XIX, con la realización de labores en establecimientos fabriles y en domicilio. Se da paso al surgi-miento de la mujer obrera:

“Hacia 1907, según datos estadísticos, las mujeres constituían casi un tercio de la población económicamente activa, conformando la mayor parte de la fuerza de trabajo de esas ramas económicas, sin embargo, su salario no era ni la mitad de lo que ganaban los obreros en las dos primeras décadas del siglo XX.”(“Trabajo femenino industrial (1890-1920)”, 2004)

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Este paso a nivel nacional y global, tiene que ver con una transformación en la que la mujer adquiere participación política, pública, oportunidades de estudiar. La posibilidad deque su figura sea fuente de ideas, de cambios y pueda liderar, siendo capaz de originar el desarrollo de procesos de eman-cipación y de obtención de derechos, en determinados contextos históricos.

La creación de espacios, sostenimiento y medidas que se configuren en pos de una inserción, sigue vigente. Y el desafío fundamental tiene que ver con cómo incorporar a la mujer teniendo en cuenta la tarea en la que su presencia es el cimiento más importante. Hablamos de la cons-titución de una familia, del ser madres. Todos pueden ejercer una ocu-pación, a nivel laboral remunerado, pero ha sido la mujer la que por siglos ha constituido el eje fundamental de la conformación del indivi-duo, de la educación valórica de la persona, al cuidar y criar de sus hijos.

En este sentido, a nivel nacional tenemos que los esfuerzos están concentrados en que sean posibles mejores opciones de trabajo fuera de casa, en la búsqueda de dar un mejor soporte a sus familias, en consideración de que logren compa-tibilizarlo con el hogar. Esto aportaría a aquellos grupos familiares más vulne-rables, donde las situaciones monoparentales socavan más hondo la realidad material. Más aún si estamos hablando de mujeres que han llegado a un nivel de formación académica que pocas veces va más allá de la educación media.

Es la tensión trabajo- maternidad, que adquiere terreno. Y que corresponde en efecto, a la tensión trabajo – “jefa de hogar”. El análisis social que efectúa Ulrich Beck (1998), al respecto, aclara cómo se despliega el dilema entre trabajo y hogar:

“Al interés de las mujeres por asegurar su autonomía económica y por llevar a cabo una actividad profesional individualizadora se le sigue contraponien-do el interés por la relación de pareja y por la maternidad, también y precisa-mente en el caso de aquellas mujeres que saben lo que significa esto para sus oportunidades profesionales y para su dependencia económica respecto del marido. La oscilación entre la «vida propia» y la «existencia para otros» con una con-ciencia nueva muestra la indecisión del proceso femenino de individualización.”(p.139)

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24Según lo expuesto por el CENSO 2002, la participación femenina en el mer-cado laboral representaba en el año 1992, un 29,5%. En comparación con el año 2002, en el que se muestra una participación del 35,6%. Por lo de-más, se señala “La fuerza de trabajo -considerando ambos sexos- creció en un 27,2% respecto a 1992. Al analizar su composición de sexo, se observa que el aumento porcentual de la fuerza de trabajo femenina respecto del censo de 1992 fue de un 50,1%, mientras que la de los hombres alcanzó al 17,6%.”

¿Es justo que deban darse las instancias de una integración más equitativa, y una mejora en las condiciones de la mujer en el mercado laboral? Completa-mente justo y cierto. Es fundamental, porque además tiene que ver con un principio de dignidad. En este aspecto, se han propuesto medidas en relación a cómo amparar a través de políticas que exijan a las empresas hacer un aporte para sala cuna por cada trabajador, como medida para promover el ingreso al área laboral, que por cierto aún está en trámite. Por otro lado, es dable señalar el Postnatal de 6 meses, implementado recientemente, que otorga la posibili-dad de que las madres amamanten por más tiempo a sus hijos, protegiendo su vida familiar, el cuidado de sus hijos en los primeros meses, y su trabajo.

Pero deben tenerse en cuenta las estadísticas. Si bien ha aumentado la par-ticipación femenina en relación a períodos anteriores, la encuesta CASEN 2009 muestra datos reveladores al respecto. El porcentaje de mujeres inac-tivas (entendiéndose como tales a “Personas que durante el período de refe-rencia (cuatro semanas) no han realizado esfuerzos concretos ni han estado buscando activamente un empleo.”) era de un 68,8%. Y entre las principales razones para no buscarlo, el mayor porcentaje (26,3%) respondió que “por quehaceres del hogar”.

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Entonces, ¿qué hay de la ocupación al interior del hogar, específicamente en la labor de madres económicamente “inactivas”?

Sea “dueña de casa”, porque no ha tenido otra opción o bien porque así lo ha decidido, en torno a esta figura es posible observar una negligencia. A nivel de políticas públicas es poca la dedicación que existe. Si bien existen medidas como las señaladas, u organizaciones como “Chile crece contigo” que otorga apoyo para el aprendizaje de los niños en sus primeros años, sigue existien-do una falta de atención.

El problema subyacente no es la preocupación en torno a la figura femenina en “transición”, si es que así puede denominarse al proceso de inserción labo-ral, sino la indiferencia hacia aquella que como modo de trabajo ha escogido, o tenido, que permanecer en la estructura tradicional de madre dueña de casa.

En Chile, el último tiempo se ha instaurado a modo de política pública la entrega a las madres de una cantidad de dinero por cada hijo que han tenido. No obstante, se trata de un beneficio que exige como requisito tener 65 años o más, y ser beneficiaria de pensión básica solidaria. Esto, ciertamente apor-ta a aquellas madres que se han esforzado para criar a sus hijos, pero no las apoya en el transcurso de esta dedicación. Por cierto, la limitación que se da en torno a los requisitos que se colocan, como la pertenencia a determinados quintiles, siempre deja un margen de error en torno a realmente cuánta gente logra beneficiarse. Tal es el caso de mujeres de clase media, que caren-tes de este tipo de apoyo continúan en su labor de dueñas de hogar, pese a los posibles inconvenientes económicos. O bien el requisito etario, que deja de lado a mujeres de bajos recursos a las que principalmente va dirigida la política. En este sentido, es interesante lo que expone Hernán Somerville (2006) al respecto:

“(…) En Chile, muchas veces la mujer que trabaja en la casa está desprotegida, porque puede no tener acceso a licencias médicas, subsidios maternales ni pensiones(…) La sociedad no reconoce ni valora el trabajo doméstico de la mujer, pero tampoco lo hacen los mismos protagonistas de esa familia(…)”(p.215)

Por otra parte, hablamos de un soporte que se extienda más allá del ámbi-to plenamente económico material. En este sentido cabe nombrar aspectos como participación ciudadana y recreación, por ejemplo. Y esto que parte de ser imprescindible para quienes son sólo dueñas de casa, hacerlo extensivo para aquellas madres que además reciben ingresos.

Ahora bien, nos introduciremos en el concepto de liderazgo que se produce en torno a la mujer, como resultado de su mayor participación. Al respecto cabe indicar que hay un punto poco recurrente en la observación y análisis que se efectúa en relación a ella. Y es que siempre el avance tiene que ver con una ampliación a espacios de participación antes vedados, usualmen-te ejercidos por figuras masculinas. El progreso ha tenido que ver en cómo igualamos ambas figuras y cómo notamos, que ambos son tan capaces el uno como el otro de ejercer liderazgo. No obstante la idea de éste se ha quedado sólo aquí, articulándose en relación a los valores modernos del esfuerzo, la competitividad y el éxito, asociados claramente a la posibilidad de ampliar la capacidad de adquisición. Esto es correcto, tiene coherencia con la forma de vida actual, y es relativo igualmente a la expansión educativa, que ha al-canzado a mujeres. Pero todo logra confirmar que el liderazgo femenino está

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reforzado en la idea del mercado. Por otra parte, se ha gestado cambios en la figura masculina ante esta nueva realidad, específicamente en lo que refiere al ocaso de la figura de “hombre duro”:

“También por el lado de los hombres se han puesto en movimiento algunas cosas en los últimos diez años. El viejo cliché del «hombre duro» ya no sir-ve. También los hombres quieren mostrar sentimientos y debilidades. Ya no consideran penoso que un hombre llore (Metz-Gockel y Müller, pág. 139). Comienzan a desarrollar una nueva relación con la sexualidad. La sexualidad «ya no aparece como impulso aislado, sino como un componente más de su personalidad. Se trata con deferencia a la compañera»” (Ulrich Beck, 1998, p.139)

Cabe preguntarse, qué correlación efectiva existe entre cambios estructura-les y cambios culturales. En lo que concierne al estudio de la participación femenina, la realización de los primeros es necesaria. Hablamos en ella, de formas, legislaciones, más opciones laborales, de políticas públicas que efec-tivamente conllevan a un cambio en la forma en que se aprecia a la mujer, pero la mujer que se abre a nuevos espacios, en torno a la cual efectivamente se ha progresado culturalmente en la aceptación. El punto es que se genera indiferencia en torno a la institución “dueña de casa”, haciéndose urgente una mirada que carezca de displicencia.

Al cambio cultural en el que se inserta la problemática de la mujer, en cuanto a la búsqueda de su espacio, le hace falta madurez. La valoración del éxito está ligada a un aspecto material, con un arraigo en el ámbito laboral asala-riado. Ello con la consecuente pérdida de interés por aquello que guarda en sí componentes más tradicionales, que estén fuera de lo propiamente com-petitivo, pero que siguen siendo fundamentales.

Es necesario aclarar que una apología a la figura femenina plenamente dedi-cada al hogar, no excluye la importancia de aquella que compatibiliza esta realidad con el trabajo asalariado. Sino que sólo enfatiza en que debe deman-dar una mejor atención que la que recibe.

La comprensión de la transformación de la figura femenina, en este sentido, constituye un desafío en toda su dimensión. Da lugar a la necesidad de poner atención en todos los ámbitos en que ésta se hace presente, y en la forma en que lo hace. Y es esto lo que devela el carácter más interesante del despliegue de todo lo que implica ser mujer: su carácter multifacético.

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Referencias

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