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La crisisde México

…más allá del 2018

Prólogo de José Luis Reyna

Proyecto México Contemporáneo 1970 - 2020

Carlos Ramírez

El lado ocultodel 68

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DirectorioMtro. Carlos Ramírez

Presidente y Director [email protected]

Lic. Armando Reyes ViguerasDirector Gerente

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Lic. José Luis RojasCoordinador General Editorial

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Mtro. Carlos Loeza ManzaneroCoordinador de Análisis Económico

Mauricio Montes de OcaRelaciones Institucionales y ventas

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Dr. Rafael Abascal y MacíasCoordinador de Análisis Político

Wendy Coss y LeónCoordinadora de Relaciones Públicas

Ana Karina SánchezCoordinadora [email protected]

Lic. Alejandra Sánchez AragónDiseño

Raúl UrbinaAsistente de la dirección general

Revista Mexicana La Crisis es una publicación editada por el Centro de Estudios Económicos, Políticos y de Seguridad, S.A. de C.V. Editor responsable:

Carlos Javier Ramírez Hernández. Reserva de derechos de Autor: 04-2016-071312561600-102. Demás registros en trámite. Todos los artículos son de responsabilidad de sus autores. Oficinas: Durango 223,

Col. Roma, Delegación Cuauhtémoc, C. P. 06700, México D.F.

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Índice

El 68 ocultoSe van a cumplir cincuenta años del movimiento estudiantil del 68 y cada día hay más dudas que certezas. Detrás de la protes-

ta reprimida hubo posiciones institucionales y rebeldes que se movieron en las sombras. Para cerrar el expediente y hacerlo pasar ya como hecho histórico, se requiere revisar esas partes.

En este ejemplar de La Crisis tocamos los más importantes: el papel de Porfirio Muñoz Ledo como jilguero de Díaz Ordaz apoyando y justificando la represión y hoy apareciendo como un político de izquierda sin haber, antes, explicado sus conductas.

El 68 fue una crisis del sistema político priísta y el propio sistema tuvo su salida autopoética o de autorreforma para la super-vivencia. La prensa que justificó la represión aprovechó después la apertura crítica del sistema, también sin explicar su institucio-nalismo del pasado.

El caso del rector Barros Sierra es especial. Hoy lo presentan como héroe civil por su posición frente a Díaz Ordaz, pero justa-mente esa conducta política fue la que dejó a la crisis sin espacios de negociación y de intermediación. Un comportamiento más sereno contra su adversario en la sucesión presidencial de 1964 hubiera diluido los radicalismos violentos.

El PRI fue uno de los protagonistas directos, aunque sus siglas no aparecieron en el conflicto. Pero la rebelión estudiantil fue contra el Sistema-PRI que impedía la democratización de la sociedad. Al final, las denuncias estudiantiles contra el abuso de fuerza tenían como escenario el dominio político del PRI.

Los que perdieron calidad moral fueron los ganadores de la crisis del 68: el presidencialismo, el PRI, el sistema político ins-titucional, la prensa como aparato ideológico del régimen priísta. Los líderes estudiantiles fueron aplastados por la represión y muchos trabajan en el Estado priísta.

Así que de nueva cuenta se va a celebrar la derrota.

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3La CrisisSeptiembre-Octubre, 2018

Por Carlos Ramírez

1968: la prensa del 68, Muñoz Ledo corifeo de

Díaz Ordaz y la gran derrota del PRI

La prensa del 68, cómplice de represión I

Las primeras cuarteaduras del sistema priista impactaron en los medios y abrieron espacios para la crítica. La cobertura pe-riodística del movimiento estudiantil del 68 fue un poco —y sólo un poco— más abierta que el silencio periodístico sobre los casos de ferrocarrileros, estudiantes, guerrilla, médicos y campe-sinos. El sociólogo Ramón Ramírez hizo un enorme trabajo de sistematización del movimiento a partir del seguimiento de los medios. Y si bien hubo pocos espacios críticos a los excesos del poder público y contra la represión, los medios se abrieron a las denuncias de los afectados. Su obra El movimiento estudiantil de México, recogió una prensa cuando menos más abierta a la publi-

cación de desplegados estudiantiles.Pero, aun así, los medios escritos no se atrevieron a dar un

paso decisivo hacia adelante. La cobertura periodística del 2 de octubre de 1968 y los días posteriores fue muy limitada en la prensa. Inclusive los comentaristas, que después se convertirían en punta de lanza del periodismo crítico contra el Estado priista, fueron en esos días posteriores de la matanza en Tlatelolco voces tolerantes contra los excesos del poder. Los medios no anali-zaron, no investigaron las causas de la masacre, no indagaron el número real de muertos en la Plaza de las Tres Culturas. Los editores callaron.

Los espacios críticos se concretaron a lamentar las muertes, a convocar a la paz, a exigir comprensión, y sugirieron darle la vuelta a la hoja de la represión. Muchos años después, la prensa escrita fue un pivote fundamental para la denuncia consistente y de investigación de la guerra sucia del Estado contra la guerrilla en la segunda mitad de los años setenta. Pero en 1968 los medios eludieron las razones de fondo del conflicto: la protesta juvenil

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4 La Crisis Septiembre-Octubre, 2018

contra la estructura antidemocrática, autoritaria y represiva del Estado priista.

Las noticias principales de los diarios el 3 de octubre de 1968 fueron en el sentido del poema de Rosario Castellanos:

La Plaza amaneció barrida; los periódicosdieron como noticia principalel estado del tiempo.

Las ocho columnas o noticias principales de los diarios de la ciudad de México fueron las siguientes el 3 de octubre:

Excélsior: “Recio combate al dispersar el ejército un mitin de huelguistas”.

El Universal: “Tlatelolco, campo de batalla”.El Heraldo de México: “Sangriento encuentro en Tlatelolco”.Novedades: “Balacera entre francotiradores y el ejército, en

Ciudad Tlatelolco”.El Día: “Muertos y heridos en grave choque con el ejército

en Tlatelolco”.El Sol de México: “Responden con violencia al cordial llama-

do del Estado. El gobierno abrió las puertas del diálogo”.Y si en los titulares principales había una distancia del con-

flicto o una justificación a la represión —el uso de la palabra francotirador o el titular editorializado de El Sol—, en las notas de importancia de la primera plana se destacó la versión del se-cretario de la Defensa Nacional, general Marcelino García Barra-gán, de que el ejército había sido agredido. Nadie habló en ese momento de las bengalas. Ningún medio investigó el operativo militar de la represión. Años después, en la represión del Jueves

de Corpus de 1971, la prensa indagó el origen de Los Halcones y probó que habían sido entrenados en el Departamento del Dis-trito Federal. El 2 de octubre del 68 sometió a los medios a la información oficial, oficiosa o distante, pero los propios medios no se atrevieron a abrir la concha del ostión autoritario.

En el 68 se magnificaron los hilos de poder del sistema pre-sidencialista priista, como se revela en la investigación heme-rográfica Antología periodística 1968 de Aurora Cano Andaluz, editada por la UNAM. El enfoque editorial de la prensa escrita —tanto el editorial institucional del diario como los comenta-rios editoriales de los colaboradores— se redujo a una visión crítica hacia los estudiantes y a una falta de reflexión profunda sobre las causas reales del conflicto: la ausencia de democracia, la acumulación de protestas sociales, la desigualdad social y el exceso de autoritarismo y violencia del Estado.

El papel de los medios frente al Movimiento Estudiantil del 68 resume, en toda su dimensión, la expresión sublime del pe-riodismo acrítico, objetivo y declarativo. El 28 de septiembre, el editorial de El Día celebraba la decisión del rector Javier Ba-rros Sierra de retirar su renuncia. El 30 de septiembre, Excélsior editorializaba con optimismo el reencauzamiento de las nego-ciaciones pacíficas y celebraba la salida del ejército de Ciudad Universitaria.

El primero de octubre, un día antes de la matanza en Tlate-lolco, los medios ofrecían una visión ajena a la realidad. En su espacio, Francisco Martínez de la Vega —político prestigioso, voz crítica, priista progresista que después pasaría totalmente al terreno de la crítica al poder— analizaba el conflicto desde los extremos: los estudiantes con el afán de derrocar al gobierno y

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el gobierno viendo a los estudiantes como invasores extranjeros. Era la típica visión no comprometida o que tenía que criticar a los estudiantes para hacerlo tibiamente contra el gobierno.

Con timidez, Martínez de la Vega asumía el enfoque crítico pero aún en la lógica del poder: llegó la hora de “comprender, tolerar y concertar, bajo la base de que todo esto —rebeldía y represión— son expresiones de un evidente deterioro social, del que nadie en particular y todos en cierta forma somos respon-sables”. Este enfoque sería común: los estudiantes tenían razón en su protesta pero el Estado tenía más. Y críticas muy tibias al autoritarismo del Estado.

Excélsior —bajo la dirección de Julio Scherer García desde agosto de 1968— llevaría este enfoque de política informativa hasta la confusión. En su editorial del primero de octubre, un día antes de la matanza, celebraba la salida del ejército de CU y se ubicaba en el enfoque oficial: “recordemos las atinadas palabras del secretario de la Defensa Nacional”, de que la ocupación de CU no favorecía ni a los estudiantes ni al ejército. Envuelto en el optimismo oficializado, Excélsior rechazaba tajantemente la pala-bra “militarismo” para México por la intervención militar en el conflicto estudiantil. Era “excesiva suspicacia o retorcimiento”, agregaba.

Para ese diario, que comenzaba a abrir tibios espacios a la realidad pero que no se atrevía aún a ejercer el enfoque crítico contra el poder, México seguía siendo una isla singular. Frente a la denuncia estudiantil de antidemocracia, represión, pobreza y rebeldía, Excélsior hablaba de “la paz de los últimos 40 años, la tranquilidad cívica, el desarrollo industrial y comercial del país”, todo lo que “había borrado al ejército de nuestro horizonte”. El diario olvidaba, ocultaba o justificaba las represiones militares contra estudiantes en provincia antes del 68, las golpizas a maes-tros, ferrocarrileros y médicos y el artero asesinato por un co-mando del ejército del líder campesino Rubén Jaramillo y de su esposa embarazada. Para Excélsior, la intervención del ejército en el movimiento estudiantil y la ocupación castrense de CU había sido “efímera, como correspondía a los intereses de la nación y a la ilustre tradición civilista”.

Días más tarde, Excélsior se vería obligado a editorializar so-bre la matanza de estudiantes por tropas militares en Tlatelolco. Y era el otro lado de la moneda informativa. Desolación, era la palabra que usaba el diario para referirse a ese manotazo au-toritario y represivo. Fue difícil para los medios salirse de los esquemas tradicionales que concebían al periodismo como parte del aparato de control político e ideológico del Estado priista. No hubo en los medios una consistencia crítica al poder y a sus excesos. Y cuando existieron tibias referencias críticas, siempre iban acompañadas de regaños a los estudiantes por sus excesos. Así, los excesos condenables eran de los estudiantes y los excesos necesarios eran del poder.

Editorializó Excélsior: “si bien es cierto que el comportamien-to estudiantil —y el de buen número de maestros— rebasó por momentos los límites de la sensatez y llegó a la insolencia y el reto inconsciente, sobreestimando las propias fuerzas, no es menos verdad que la respuesta a tal desbordamiento no ha sido prudente ni adecuada”. “El desborde de la prepotencia estudian-til” reveló posiciones “adolescentes pueriles y soberbias”. Y fren-te a la magnitud de una matanza que no pudo reportarse con veracidad porque el gobierno controló la información, Excélsior opinó que el derramamiento de sangre “exige, con dramática ve-hemencia, una reconsideración de rumbos”. Los estudiantes se

buscaron la represión, pues.El párrafo final de este editorial del 3 de octubre fue una obra

maestra del periodismo justificatorio de la represión:“El gobierno está formado por adultos, por personas que sa-

ben cómo suele cegar el orgullo, cómo suele resentir el amor pro-pio. Esos adultos saben que el ardor y la pasión juveniles llevan a futiles (sic) y peligrosas insolencias. Sin embargo, tal adultez (sic) tendrá que funcionar en el futuro —y así lo esperamos— en toda su grandeza”.

Nada de exigencia de cuentas, nada de señalamientos de res-ponsabilidades públicas, ninguna condena al exceso de la fuerza militar contra estudiantes. Los medios y su política informativa oculta en la objetividad o las declaraciones fueron, al final de cuentas, la coartada de la represión.

Lo explicitó el editorial de Novedades del 3 de octubre: Tla-telolco fue “un eslabón de la conjura que pretende socavar los cimientos institucionales de México”. O el editorial de El Heral-do de México que atacaba los reportes de las agencias extranjeras con la afirmación de que “México está saliendo limpio y airoso de los atentados que quieren cometer contra su soberanía y su prestigio”. O la decisión de El Sol de México de cancelar el servi-cio de la agencia UPI porque reportó la posibilidad de cancelar las olimpiadas. O el editorial de El Universal del 4 de octubre hablando de la “juventud engañada” y de los estudiantes como “cortina de humo tras de la cual maniobran, arteramente, sórdi-dos intereses al servicio de las intrigas extranjeras”. O el artículo de Jacobo Zabludovsky en Novedades el 24 de octubre celebran-do que el verdadero México, el de la paz, se había impuesto con las olimpiadas.

Al final, la línea informativa de los medios, acotados por el periodismo objetivo y declarativo, fue la que impuso aun a gol-pes —en la sesión en la Cámara de Diputados registraron una lucha a golpes entre el líder juvenil panista Diego Fernández de Cevallos contra un diputado priista— la mayoría del PRI y el PARM en el Congreso: las medidas adoptadas por el presidente Díaz Ordaz fueron del tamaño y la magnitud de la gravedad de los acontecimientos.

II

Pero los diarios fueron, a la postre, sacudidos por el 68 estu-diantil. Inclusive, el mismo 2 de octubre hubo escenas de con-flicto al interior de los medios. Ha contado el periodista Miguel Reyes Razo, reportero de El Heraldo de México el día del tlate-lolcazo, que el dueño del diario, Óscar Alarcón Velásquez, llegó a la redacción gritando: “que los maten a todos”, refiriéndose a los estudiantes. Y ahí dio la orden de que nada saliera de los muertos en la edición del 3 de octubre. Sin embargo, el jefe de información, Mario A. Santoscoy, logró convencerlo para que el diario sacara una tibia nota con referencia ligera a la refriega y a los muertos.

La apertura democrática estimulada por Echeverría, llevó al conflicto con Excélsior en julio de 1976 y al manotazo presiden-cial para echar de la dirección a Julio Scherer García y a decenas de reporteros y colaboradores. La diáspora periodística tuvo dos efectos: generó la fundación de nuevos diarios y revistas, ya con el enfoque de la crítica al poder y al sistema priista, y la apertura

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6 La Crisis Septiembre-Octubre, 2018

de espacios a los grupos disidentes y populares y la experimenta-ción de nuevos géneros de expresión periodística, sobre todo la crónica, el reportaje y la noticia de denuncia.

El camino fue largo y pasó por la crítica. En su crónica “Ra-diografía de una década: 1953-1963”, incluida en su libro Tiem-po mexicano, el escritor Carlos Fuentes se refirió al papel des-movilizador de la prensa escrita. “Los cortesanos supremos del régimen se llaman periodistas”, dijo con severidad. “La prensa, desde luego, no ofrece voz a los campesinos, a los obreros, a los estudiantes, a los intelectuales: se limita a amplificar las posicio-nes de la alta burguesía, del gobierno de los Estados Unidos y del gobierno mexicano cuando éste coincide con aquéllos”. “Prin-cipal arma pública de la derecha y carga onerosa para el Estado que en gran medida los subsidia, los periódicos de México han consagrado la injuria con exclusión del debate, la deformación en demérito de la objetividad —entendiendo por objetividad, en pureza imposible, pluralidad de puntos de vista razonados, diálogos, convicción, debate informado— y la calumnia contra la verdad”.

Agregó:“Durante diez años, la gran prensa ha sido uno de los facto-

res principales de la muerte cívica de México”. “Ha engañado”. “Pero detrás de los encabezados rutilantes que día con día em-blasonan la ruta ascendente de México y detrás de las aparien-cias clásicas y estables del régimen y detrás de todo el mundo del silencio —en boca cerrada no entran moscas— de líderes y diputados y senadores, una realidad tenaz hace mofa de la facha-da tan cuidadosamente construida”.

El debate sobre el periodismo objetivo como práctica de ocultamiento de la realidad había comenzado. Antes de la caí-da del Muro de Berlín, el poeta y ensayista Octavio Paz logró resumir en una imagen la conformación piramidal de la Repú-blica y caracterizar la estructura de funcionamiento de México: el Estado mexicano era un “ogro filantrópico”, es decir, la auto-ridad máxima que subordinaba —mezclando la mano dura con la mano blanda— a grupos, clases e instituciones.

Más racional, Revueltas escribió en 1975, en su prólogo a una nueva edición de México: una democracia bárbara, una ex-plicación más a fondo de su caracterización del Estado mexicano como un “Estado ideológico total y totalizador”. “El secreto de esta dominación total no se encuentra en otra parte que en la total manipulación, por el Estado, del total de las relaciones sociales”. “En suma, éste es el mecanismo con el que funciona la democracia bárbara en México: la democracia ideal, puramente invocativa, como el traje de etiqueta con que se viste al chimpan-cé para su grotesca actuación en el circo de la política mexicana”.

En junio de 1969, el historiador Daniel Cosío Villegas le entró al tema del debate sobre la prensa escrita a propósito del discurso del escritor Martín Luis Guzmán en la celebración del Día de la Libertad de Prensa, consagrado por los editores para “agradecerle” al presidente de la República la gracia de publicar. El esquema exhibía la estructuración filantrópica del Ogro esta-tal: los medios formaban parte de la conformación cuasi monár-quica de las instituciones republicanas.

“Lo importante”, escribió Cosío Villegas en Excélsior, “es re-conocer que no hay termómetro mejor para calibrar la salud de una sociedad democrática que la relación que guardan el gobier-no y la prensa”. Para Cosío Villegas, la libertad de prensa estaba relacionada con otras libertades cívicas y políticas: parlamento libre, radio y TV no como esclavos oficiales, absolutismo presi-

dencial. Al final, el Estado se convirtió en un corsé que limitó la movilidad libre de la prensa escrita.

Así, el periodismo objetivo, al margen del conflicto social, que caracterizó las políticas informativas y editoriales de los me-dios escritos —y luego de los electrónicos— se mantuvo como parte de la conformación autoritaria del Estado y del gobierno mexicanos. Cuando la imagen de solidez de ese Estado se colapsó en 1968, los medios fueron muy sensibles a los gritos de “¡pren-sa vendida!” que animaban a las manifestaciones estudiantiles rumbo al Zócalo y cuando pasaban por los edificios de Excélsior y El Universal en Reforma y Bucareli.

Los espacios que abrió el discurso político de crítica al sis-tema que enarboló el presidente Echeverría como mecanismo de legitimación política —fue el secretario de Gobernación del diazordacismo del 68— fueron ocupados por los medios, pero hasta que chocaron con los intereses del poder. El golpe oficial contra Excélsior para detener su línea crítica reveló las limitacio-nes de los espacios de la libertad de prensa. Pero ese manotazo autoritario permitió la creación de nuevos medios.

En esos nuevos medios hubo un avance en los estilos de re-dacción. Se abandonó el periodismo objetivo y declarativo y las páginas de la prensa, se abrieron a las denuncias y demandas populares y sociales. Frente al daño político provocado por el 68 y por el golpe a Excélsior, la autoridad tuvo que montarse en el discurso de la libertad de prensa. Luego de la experiencia eche-verrista y del surgimiento de la guerrilla en un sistema acotado y cerrado, el presidente López Portillo realizó una reforma política para legalizar al Partido Comunista Mexicano y amnistiar a los presos políticos.

Y de modo natural, el tema de la prensa se introdujo del brazo del “derecho a la información”, una oferta para abrir la información oficial a las demandas de la sociedad. El debate fue duro y sólo pudo agregarse ese nuevo derecho a la Constitución, pero sin reglamentarlo. Hacia el final de su sexenio, López Por-tillo llevó al país a una severa crisis económica que tuvo en la prensa a uno de sus factores esenciales. Y ya sin los mecanismos autoritarios, el “castigo” de López Portillo a los medios —Proce-so en particular, pero también a Crítica Política y otros medios críticos— fue el retiro de la publicidad oficial, como si el presu-puesto fuera propiedad del titular del Ejecutivo y no un recurso del Estado.

Al calor de la reforma política de López Portillo, los medios se abrieron a nuevos géneros: la percepción crítica de la prensa hacia el sistema priista comenzó a difundirse con la proliferación del género de la crónica por sus libertades creativas. Y como en el nuevo periodismo estadounidense, los escritores fueron los pio-neros. Casi en el mismo escenario, varios medios se abrieron a dos géneros olvidados pero de alto contenido de opinión edito-rial reflexiva y crítica: la columna política y el reportaje.

La columna era un género típicamente priista cuyo máximo exponente fue Carlos Denegri, un periodista articulado al en-granaje priista. Ha contado Francisco Galindo Ochoa, jefe de prensa de Díaz Ordaz y López Portillo y priista tradicionalista, que él, en su calidad de secretario de Información y Propagan-da del Comité Ejecutivo Nacional del PRI a mediados de los sesenta, redactaba la columna Desayuno Político de Denegri. Y usaba el espacio para enviar línea política y mensajes del poder. La columna fue reivindicada por Manuel Buendía, cuya Red Privada llegó a convertirse, cuando se publicaba en El Universal y Excélsior, en un espacio de autonomía crítica que llegaba a

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contradecir el mundo idílico de la primera plana de esos medios.El reportaje era poco utilizado por la prensa escrita. Un poco

por la ausencia de periodistas experimentados que pudieran ma-nejar el género periodístico por excelencia, y otro poco porque implicaba la revelación de la realidad que los medios ocultaban en complicidad con el poder político. Hacia mediados de los setenta, el reportaje comenzó a abrirse espacio en la prensa es-crita, pero tuvo su mejor época hasta los ochenta y los noventa. La crónica fue el género más fácil de utilizar porque exigía nada más un manejo más profesional del lenguaje, libertad para el uso de las estructuras narrativas y una visión crítica de la realidad. La crónica, que hasta ese momento se utilizaba sólo como notas descriptivas del color de los actos públicos, asumió así el carácter de difusión crítica —y en ocasiones burlona— de la realidad.

Frente a la liberalización política de algunos espacios y la pre-sión de la sociedad para salirse de los estrechos márgenes de mo-vilidad que le concedía el Estado como el Ogro Filantrópico, la prensa se encontró con canales de libertad que comenzó a usar. Los medios escritos que no quisieron o no pudieron romper las estrecheces del periodismo objetivo o declarativo, a la postre re-sultaron rebasados por la velocidad de los medios electrónicos para difundir la información.

Paulatinamente y casi sin racionalizarlo, la prensa escrita se posicionó de un espacio importante de la lucha política. Parale-lamente, los márgenes de represión del Estado fueron menores por la apertura al exterior y la observación internacional, y por el papel crítico de importantes intelectuales con presencia foránea. Asimismo, contribuyó el hecho de que llegó al poder una gene-ración de tecnócratas que desconocía las formas de cooptación del Ogro Filantrópico estatal.

Muñoz Ledo, corifeo de Díaz Ordaz

La designación de Porfirio Muñoz Ledo como coordinador del FAP significó la definición priísta de la alianza PRD-PT-Convergencia. Pero se trata del mismo Muñoz Ledo que en 1969 exaltó la figura de Gustavo Díaz Ordaz y dijo que la represión de Tlatelolco había sido patriótica.

Muñoz Ledo ha sido el ejemplo tradicional del chapulín po-lítico: PRI, PAN, PARM, PRD y otros. Sin embargo, su pasado no es más que la definición de su presente. Muñoz Ledo carga la corresponsabilidad de la represión de los sexenios de Díaz Or-daz y Echeverría: Tlatelolco, halconazo, la Brigada Blanca. Mu-ñoz Ledo fue precandidato presidencial en 1975 porque repre-sentaba las complicidades de la sangre del docenato GDO-LEA.

Ahora Muñoz Ledo será el líder de la autodenominada iz-quierda, de los tres partidos que también se definen de izquierda y de las corrientes aliadas que antes lucharon contra la represión del Estado. Muñoz Ledo, por ejemplo, era el principal opera-dor político de Echeverría en 1975, cuando el Estado secuestro y desapareció a Jesús Piedra Ibarra. Hoy en el FAP participa la señora Rosario Ibarra de Piedra, piedra angular de la denuncia contra la represión de Díaz Ordaz y Echeverría.

Pero Muñoz Ledo tiene mucho más que simple complicida-des políticas de tiempo histórico. El economista Renward García Medrano recogió en el libro El 2 de octubre de 1968 en sus propias

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8 La Crisis Septiembre-Octubre, 2018

palabras dos discursos que pronunció Muñoz Ledo en 1969 para avalar el uso de la fuerza contra los estudiantes. En ese entonces, Muñoz Ledo era secretario general del Seguro Social y también pieza principal del grupo político de Luis Echeverría, secreta-rio de Gobernación y luego candidato presidencial priísta. Por tanto, se trataría de una complicidad política, no de gabinete. Muñoz Ledo, por tanto, debiera estar entre los indiciados por la represión de Tlatelolco.

Muñoz Ledo pronunció dos discursos en 1969. El más com-prometido fue el el 20 de noviembre de 1969, como orador ofi-cial en la ceremonia del día de la Revolución Mexicana. Muñoz Ledo reconoció el “valor” del “régimen político de la república” para tomar decisiones de fuerza y felicitó al presidente Díaz Or-daz porque “ha obedecido y hecho obedecer los mandatos de la voluntad popular, ha conservado intacta la autoridad del Es-tado y ha defendido, con el derecho, la soberanía de la nación”. Es decir, la represión como definición del Estado.

Se trataría del mismo argumento usado por uno de los re-portes extraoficiales de la fiscalía de Ignacio Carrillo Prieto: “(El gobierno mexicano) se comportó como un Estado terrorista que pervirtió su razón de ser a) al penalizar los derechos de los ciudadanos como manera de ampliar su margen de maniobra para “neutralizar” a los disidentes, b) al criminalizar a las vícti-mas y c) al incurrir en crímenes de Estado actuando contra todo derecho al margen de la ley”.

Tlatelolco no fue, pues, una represión más. Por tanto, los avales políticos e intelectuales a Echeverría y Díaz Ordaz (tam-bién el neoperredista lopezobradorista Enrique González Pedre-ro y el embajador echeverrista Carlos Fuentes) tienen una co-rresponsabilidad moral, pero también política y hasta penal.

¿O cómo asumir esos discursos de Muñoz Ledo de apoyo a la represión de Díaz Ordaz y hoy estar al frente del FAP y sus aliados que fueron víctimas de la represión? Aquí está otra per-la del discurso de Muñoz Ledo para decir que la represión en Tlatelolco fue para servir a la Patria, frase pronunciada en sep-tiembre de 1969, en un acto de exaltación del quinto informe presidencial:

“Como miembro de este partido (el PRI) y como mexicano que confía honestamente en el destino de la nueva generación, nada me ha conmovido más del texto del V informe que el valor moral y la lucidez histórica con la que el presidente de México reitera su confianza en la limpieza de ánimo y en la pasión por la justicia de los jóvenes mexicanos”. En ese infor-me, Díaz Ordaz justificó las cárceles llenas de jóvenes y asumía la responsabilidad total del 2 de octubre.

Para Muñoz Ledo, “Díaz Ordaz no permitió tampoco que se deteriorara la autoridad que el Estado ejerce sobre los intere-ses particulares”. Toda una dialéctica para justificar la represión: Muñoz Ledo consideraba que los jóvenes que protestaban contra la represión y la falta de democracia eran “intereses particula-res”. Y avaló el concepto diazordacista de las “ideologías exóti-cas” en los jóvenes y afirmó que los estudiantes “se oponen a la transformación social y a la autonomía del país”.

Así, la presencia de Muñoz Ledo al frente del FAP —PRD, PT y Convergencia— representa el aval de la izquierda fapista a la represión de Díaz Ordaz y Echeverría y significa el carpetazo de la izquierda al expediente del 68. Bastará que el ex presidente Echeverría cite en tribunales las palabras de Muñoz Ledo para fortalecer su inocencia.

Y por si hiciera falta, en el FAP de López Obrador está Ma-

nuel Camacho, quien como operador salinista en el Departa-mento del Distrito Federal contrató a Miguel Nazar, el temible ex jefe de la Federal de Seguridad que secuestró y desapareció a Jesús Piedra Ibarra, hijo de la senadora fapista Rosario Ibarra de Piedra.

Muñoz Ledo y Camacho representan la amnesia política e histórica del PRD de López Obrador. O la complicidad con la represión de Estado.

El V informe Presidencial (1969)Diálogo y Testimonio

por el Lic. Porfirio Muñoz Ledo

Comentarios al Quinto Informe de Gobierno del Presidente Gustavo Díaz Ordaz, expuestos a nombre del Comité Ejecutivo Nacional del Partido Revolucionario Institucional por el autor en el Teatro Ferrocarrilero “Gudelio Morales”, el 9 de septiembre de 1969.

Diálogo y testimonio, instante e historia, el Quinto Informe de Gobierno del presidente Díaz Ordaz ha empezado ya a cum-plir su tarea en la conciencia publica. El 1o. de septiembre fue presencia viva del jefe de la nación en la comunidad mexicana, ampliada esta vez —gracias al propio esfuerzo del gobierno— por medios de comunicación que solo así, como vehículos de causas nacionales, adquieren plena justificación y sentido. Pero es también —y ésta es la razón que nos convoca— documento destinado a la reflexión y el análisis, en el que se compendia, más que la descripción circunstanciada de una obra adminis-trativa, la explicación de un lapso anual del proceso de nuestro desarrollo, del cual el Estado da cuenta porque es su gestor y su responsable histórico.

Sería injusto emprender este comentario sin felicitar cor-dialmente al Comité Ejecutivo Nacional de nuestro partido y a su Instituto de Estudios Políticos, Económicos y Sociales por haber concebido y realizado la idea de difundir entre nuestros compañeros de todo el país el contenido del Informe del Primer Mandatario, fortaleciendo —con la trasmisión del pensamiento presidencial— los vínculos más profundos de nuestra organiza-ción política.

Dentro del partido, explicar y divulgar el ideario político del Presidente no constituye acto alguno de especulación intelectual, sino antes bien de confrontación y de identificación ideológica. Quienes hemos sido honrados para el desempeño de esta tarea podemos declarar que hemos encontrado en el estudio cuidadoso del mensaje presidencial, un armonioso conjunto de tesis que interpretan por sí solas los actos del poder público y descubren las perspectivas de la comunidad nacional en este tramo de nuestra historia.

Me atrevo a calificar de ejemplares los actos efectuados con este mismo propósito en el interior de la República, porque han representado un espléndido esfuerzo de pedagogía social y por-que han puesto en evidencia la capacidad de diálogo y la avi-dez de orientación revolucionaria de los sectores progresistas de México. Nuestros militantes han mostrado en estas jornadas su aptitud de participación política y el partido su carácter de orga-nismo vivo, capaz de convertir la ideología en acción y de con-

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ducir políticamente las aspiraciones de las mayorías nacionales.

Compañeros:

Nada más ajeno a la rutina afirmar hoy que nos encontra-mos frente a uno de los textos de mayor significación para la vida política del país. Pocas veces como ahora se había visto un gobernante tan claramente decidido a señalar, por sobre las cir-cunstancias del tiempo e incluso por sobre su propia obra, la situación general y las alternativas reales de la nación mexicana.

El jefe del Estado estimó sin duda que nos encontramos en un momento de nuestra evolución en que determinadas coyun-turas —algunas previsibles y otras inesperadas— actuando si-multáneamente colocan al gobernante frente a decisiones excep-cionales que lo obligan a revisar la estrategia global de nuestro desarrollo, a meditar serenamente el marco histórico y la correla-ción de fuerzas internas y externas que informan nuestra realidad y a prever en consecuencia las eventualidades del porvenir. Si el gobernante expusiera únicamente frente a la opinión nacional el contenido y el resultado de sus actos, sin explicitar el conjunto de hechos y de consideraciones que lo llevaron a la toma de sus decisio-nes, haría de su obra un pragmatismo de tono menor o caería en la tentación carismática de quienes consideran justificados sus actos por el sólo hecho de haber emanado de una voluntad suprema. Ra-zonar frente al pueblo, exponer problemas, plantear dudas y deducir certidumbres: he ahí lo propio de la vida democrática.

El texto que hoy comentamos es, en su acepción más cabal, un documento ideológico. Lo es, no sólo porque se inspira en el pro-pósito evidente de orientar políticamente a la ciudadanía y de impartir normas de acción a quienes militamos en este partido: lo es también intrínsecamente, porque establece una relación conse-cuente entre los principios, la realidad y los actos de gobierno. Lejos por igual del lugar común, de la retórica fácil o de la estimulante y encubridora utopía, que nada esclarecen y a nada conducen.

Difícilmente podrán apreciar la riqueza ideológica de este in-forme quienes admiten por comodidad que nuestro régimen po-lítico sustenta su doctrina en la sola reiteración de los principios generales que lo animan o en la exaltación ritual de las figuras históricas que los encarnan; menos aún quienes confunden la ideología con la fabricación de dilemas de laboratorio y con la traducción de esquemas políticos o culturales que son o fueron fruto de otros contextos y menos todavía quienes creen que los graves problemas del país encontrarán solución “automática” si se alienta a los detentadores de la riqueza a fin de que no se interrumpa el proceso de capitalización y aumente sin cesar el “tamaño” de nuestra economía.

El análisis de la realidad formulado por el Presidente en su mensaje nos aleja a la vez de la política de catecismo y compo-nenda del desarrollismo mecánico y de las prédicas milenaristas. Condena desde luego a quienes por conformismo, por interés o por irresponsabilidad social han asumido una beata compla-cencia ante la imagen externa de nuestro progreso. “Acelerar el desarrollo —nos dice en un pasaje— al tiempo”. En otros nos recuerda que todo lo que el obra del mero progreso, resultado del simple paso del tiempo”. En otros nos recuerda que todo lo que el pueblo mexicano ha hecho en el curso de su historia y todo lo que habrá de cumplir en el porvenir no le será dado sino merced a un esfuerzo tenaz y prolongado que haga posible la prosperidad y la

reforma social.En frase que sobrecoge por su franqueza y gravedad afirma:

“Nuestro pueblo ha superado, en las condiciones más precarias y adversas, los mayores peligros que pueden amenazar a una na-ción.” Alude enseguida a los “sistemas de servidumbre y explota-ción” con que iniciamos nuestra vida como nación independien-te, a las “amenazas” que hemos sufrido contra nuestra “integridad territorial, soberanía, subsistencia y patrimonio cultural” y a los “obstáculos, carencias y limitaciones”, determinadas por el reto de nuestra geografía a la que no duda en atribuirle los calificati-vos de “difícil”, “hostil”, “pobre”, “avara” y “despiadada”.

Sustrato Real de Inconformidades ** Subtítulos de la Redacción.

A pesar de que la revolución ha generado la etapa de desa-rrollo más prolongada de nuestra historia, a pesar de que en muchos renglones —como en el agrario— nuestro régimen po-lítico ha logrado aliviar “males de siglos”, a nuestros problemas tradicionales, heredados de las “férreas estructuras del pasado” se han venido a sumar otros, inherentes a la etapa actual de nuestra evolución. A tal punto —y aquí la denuncia, sube de tono— que el resultado doloroso de antiguas y nuevas servidumbres es “una de-fectuosa distribución del ingreso nacional, que va desde la miseria hasta el exceso, y que da lugar a un irritante y ostentoso desperdicio, de cara a una secular pobreza.”

He ahí descrito, sin concesiones, el “sustrato real” de mu-chas inconformidades y de las preocupaciones más hondas del régimen político de la República y de la ciudadanía consciente del país, que “demandan políticas económicas y sociales más am-plias” y que “sugieren profundas transformaciones en todos los órdenes de la vida nacional”. No nos encontramos, sin embargo, frente a ninguna encrucijada; esto es, frente a una incertidumbre que pusiera en duda la validez del camino proseguido hasta ahora y nos colocara frente a la angustia de rectificar el rumbo. No pode-mos tampoco alentar la esperanza de que con la “prédica de un voluntarismo aventurero”, impulsando al país por “entusiasmos intermitentes” o por “euforias momentáneas” será factible ob-tener, al mismo tiempo, la consolidación definitiva de nuestra soberanía, el progreso económico y la justicia social, sin detri-mento de la democracia política.

Ninguna de estas metas pueden ser alcanzadas fuera del or-den constitucional. Así lo estima nuestro pueblo, que rechaza la violencia y lo afirma el gobierno de México, al que le preocupa “resolver lo más a fondo posible nuestros problemas”. La aven-tura romántica “nos está vedada”, asegura enfáticamente el pre-sidente Díaz Ordaz —y añade—, “nuestra responsabilidad nos prohíbe actuar precipitadamente; el destino del país es lo que está en juego”, para finalmente advertir que la temeridad hace en ocasiones que los hombres o las corrientes políticas se colo-quen, “sin darse cuenta, al servicio de causas que precisamente quieren combatir”.

Compañeros de partido:

Durante más de 40 años nuestro instituto político ha venido

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cumpliendo celosamente una misión: asegurar la continuidad del proceso histórico iniciado por la Revolución Mexicana, fortalecer el régimen político con el apoyo mayoritario de la ciudadanía y hacer operar en la realidad los principios que inspiraron al movimiento armado de 1910 y a los constituyentes de 1917. La obra toda de nuestro partido se funda pues, en la convicción expresada, de mane-ra categórica, en su Quinto Informe de Gobierno por el jefe del Po-der Ejecutivo: “lo propio de una auténtica revolución es mantenerse siempre inconclusa”

Nuestro partido ha perdurado y ha acrecentado su poder porque ha triunfado en su propósito de conservar la legitimidad constitucio-nal, la legitimidad histórica y la legitimidad popular de los gobier-nos de la Revolución Mexicana.

La obra de dimensiones excepcionales llevada a cabo por los gobiernos de la República durante varios decenios ha venido a confirmar la razón que asistía a los constituyentes de 1917, cuan-do “una amarga experiencia histórica de injusticias y de frustra-ciones” los decidió a “adjudicar al Estado un papel primordial en la promoción del desarrollo nacional y en la solución de los pro-blemas de nuestro tiempo”. Nuestro régimen político sabe por ello que para continuar realizando su misión habrá de seguir contando con el apoyo de las mayorías y “orientando sus actos en el mandato del pueblo”. Sólo así podrá conservar íntegramente su legitimidad y su capacidad de acción revolucionaria.

Acción revolucionaria, lo reitera el presidente Díaz Ordaz, significa hoy “arrancar a la gran masa nacional de su pobreza”. “Urgencia ante la que no podemos y no debemos responder con la simple consolidación de las estructuras económicas actuales”. Ya que la estabilidad por ellos alcanzada “si no se traduce en más pan para los humildes, en techo, en seguridad social y en oportunidades de formación para sus hijos, es logro totalmente secundario”.

“Estamos proyectando un modelo pro-pio para nuestro futuro”, lo que quiere de-cir que las soluciones de ayer no son las de hoy ni deberán ser necesariamente las de mañana. El Jefe del Ejecutivo nos ofrece una imagen a la vez cíclica y orgánica de nuestro proceso revolucionario cuando afirma que las reformas efectuadas por nuestro movimien-to social hicieron posible la estabilidad y el crecimiento, obteniendo así el consenso de las mayorías nacionales, pero que una vez logrados estos objetivos es indispensable, para cumplir nuestro propósito más alto —que es el bienestar del hombre— implantar nuevas y más profundas reformas. De esta manera, el constante mejoramiento económico, social y cultural del pueblo que nos manda la Cons-titución de la República se vuelve “condición real de progreso a la vez que propósito nor-mativo de la justicia social”.

Las Ideas de los Mexicanos** Subtítulos de la Redacción.

A la luz de estos conceptos la herencia más preciada del régimen de gobierno del

presidente Díaz Ordaz es la consolidación del marco de nuestro desarrollo por la afirmación de la soberanía interna y externa del Estado, por la continuidad de la política social y por la extensión sin precedentes de la obra nacional de infraestructura.

En todo el mundo existe la convicción de que los últimos movimientos de rebeldía y de protesta han dejado como secue-la inmediata el aumento de poder de los enemigos del cambio social. Con la más estricta objetividad podemos afirmar que los conflictos sociales que tuvieron lugar en México y que llegaron a po-ner en peligro la paz pública no dejaron como saldo el más mínimo incremento de poder o de influencia en favor de quienes se oponen a la transformación acelerada y a la autonomía del país.

El Jefe del Estado mexicano ha puesto en este informe especial acento a los actos de su administración que atestiguan la posición soberana de México frente al exterior y que propician vías de de-sarrollo económico cada vez más independientes, Al mismo tiempo subrayó las decisiones que en materia agraria, laboral, económica y de comunicaciones dan testimonio del ejercicio consecuente de las atribuciones que la Constitución ha concedido al gobierno como representante de la voluntad nacional.

Díaz Ordaz dijo, reiteradamente, que ninguna presión obliga-ría al gobierno a “mediatizar la soberanía de la nación” y, podernos añadir con justicia, que no permitió tampoco que se deteriorara la autoridad que el Estado ejerce sobre los intereses particulares que componen la comunidad mexicana. Con esta intención ha dicho que “ningún grupo, ningún sector, ninguna clase tiene el dere-cho de imponerse a los demás. La voluntad mayoritaria del pue-blo mexicano es la que decide”. En ejercicio de ese mandato, el Poder Ejecutivo tomó sus decisiones y la responsabilidad que asume, es —al mismo tiempo— la reafirmación de la soberanía externa del Estado y de la supremacía del poder público en el interior del país.

Las ideas políticas de los mexicanos de hoy a las que alude

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el presidente Díaz Ordaz se compendian en tres direcciones dis-tintas: una la encarnan quienes suponen que “el mañana priva hoy” y piensan que la ruptura de nuestras instituciones jurídi-cas y políticas nos permitirá acceder a otro tipo de sociedad, que algunos han ya prefigurado y cuya imagen otros no aciertan a concretar. Otra tendencia está representada por quiénes han obtenido mayor participación en el progreso y en los frutos del esfuerzo nacional. Estos grupos —que tal vez no excluyan a miem-bros del sector público carentes de vigor revolucionario— esperan que sea preservado el Poder Institucional de la República para con-tinuar promoviendo un desarrollo que solo a largo plazo redundaría en beneficio de las mayorías. En este supuesto, inaceptable también para el Jefe del Ejecutivo, nuestro sistema político se tornaría en una máscara de la injusticia y en cómplice de un régimen de servidumbre social y nacional.

Crecer y Prosperar Unidos ** Subtítulos de la Redacción.

Nuestra meta, según la define el presidente Díaz Ordaz es “crecer y prosperar juntos” ya que “la riqueza producida debe ser compartida por todos”. Para lograrlo, las instituciones políticas mexicanas deben conservar el carácter que las justifica histórica y políticamente: ser instrumentos revolucionarios en acción per-manente.

Entre estas instituciones guarda un papel preeminente el Partido Revolucionario Institucional cuyos principios y programa de acción están ordenados precisamente según el pensamiento que hoy confirma, esclarece y afianza con actos el más distinguido de sus miembros: Gustavo Díaz Ordaz. La función electoral, —ha dicho el Presidente— es la prueba suprema de una democracia. Agregamos nosotros la prueba suprema de los partidos políticos reside en la congruencia ideológica, en la obra realizada y en la aptitud para gobernar de que hayan dado inequívoca prueba los hombres que ha propuesto para el ejercicio de los cargos públi-cos, frente a la soberanía nacional.

La obra de gobierno y los rumbos señalados al país por el Jefe del Ejecutivo Federal constituyen hoy el mejor respaldo y la argu-mentación más concluyente que nuestro partido pueda ofrecer a la ciudadanía en favor de su causa.

El Estado mexicano invita a todos los jóvenes a partici-par activamente en las cuestiones públicas sin que se vulnere el orden constitucional, a fin de que se afirme la democracia junto con el progreso y la justicia. La colaboración entusias-ta de las mayorías nacionales, que no es la aceptación pasiva de las estructuras, son en México el verdadero fundamento de las instituciones de la República. Acrecentar esta participación significa además optimizar la capacidad de acción del Estado revolucionario mexicano.

Por esta razón, el partido ha llamado a todos nuestros compa-triotas, por la voz del presidente de su Comité Ejecutivo Nacional, Alfonso Martínez Domínguez a fortalecer la alianza de las fuerzas mayoritarias de la Nación a fin de continuar impulsando “la trans-formación progresista de la sociedad mexicana”.

Entendamos en todo su alcance esta frase del primer Man-datario, que encierra una advocación: “Los revolucionarios de México no podemos ver con temor a quienes desean ser revo-lucionarios” y digamos a quienes son patrióticamente inconformes

y en particular a la nueva generación que nuestro partido no ha tendido ni tenderá jamás emboscadas políticas a los hombres de con-vicción ni a los sectores ideológicamente más avanzados de nuestro país. Encontrarán siempre la solidaridad de quienes sabemos que las puertas del progreso social no están cerradas, pero que sólo se abren por medio de la unidad y de la acción responsable.

Compañeros:

Como miembro de este partido y como mexicano que confía honestamente en el destino de la nueva generación, nada me ha conmovido mas hondamente en el texto del V Informe que el va-lor moral y la lucidez histórica con que el Presidente de México reitera su confianza en la “limpieza de ánimo y en la pasión de justicia de los jóvenes mexicanos”.

Nuestra Revolución Nacional es obra de sucesivas generaciones y el mexicano de hoy tiene una fe ilimitada en las posibilidades de realización de sus hijos en cuya presencia ve ya el fruto de esfuerzos y sacrificios seculares. No se trata de la prolongación de un egoísmo, ni siquiera de una esperanza de realización transpersonal, por-que admira su aptitud para la novedad y entiende que mejores condiciones de formación y de maduración, los llevarán tal vez a edificar un mundo diferente del nuestro. Por eso nos dolemos ante la expectativa de que nuestros jóvenes naufraguen en la desilusión o frustren sus empeños por no poder o no querer descifrar las estructu-ras de la civilización que están llamados a transformar.

Nunca como ahora la educación ha sido una dimensión de la política. El porvenir que ambicionamos depende en gran medida de las fórmulas que encontramos conjuntamente, las dos generaciones, para preservar la continuidad esencial de nuestra historia y para afirmar un México nuevo fundados en la realidad y en la imagina-ción creadora. Esta es, la última lección que recojo de un informe ejemplar.

A Porfirio Muñoz Ledo

El gobierno de la República, representado por los tres pode-res de la Unión, honró la memoria del creador de nuestras Ins-tituciones políticas general Plutarco Elías Calles, y al depositar sus restos junto a los de Madero y Carranza, dio testimonio de la unidad que vincula a pueblo y gobierno con las corrientes polí-ticas que se entrelazaron en la edificación del México moderno.

Bajo el marco majestuoso del Monumento a la Revolución, y en ocasión del quincuagésimonono aniversario del principio de nuestro movimiento armado, se afirmó que México ha sabido mantener y remodelar el rumbo de una Revolución inconclusa, y que el 20 de noviembre es ahora algo más que el aniversario de una revuelta precursora o el recuerdo de nuestro irrenunciable punto de partida.

El acto se inició en punto de las 10:00. En el presidium, bajo el lema “Revolución Actuante, con la Ley y con la Paz”, el jefe de la nación estuvo acompañado por los representantes del Poder Legislativo, diputado Fernando Suárez del Solar, presidente de la Cámara de Diputados; del representante del Poder Judicial, licenciado Alfonso Guzmán Neyra, presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación; y por los miembros del gabi-nete. En la ceremonia estuvieron familiares del general Calles

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funcionarios gubernamentales, miembros del Ejército Nacional y numeroso público.

Los restos del General Calles, que en ceremonia previa ha-bían sido exhumados en el Panteón Jardín, acto al que asistió el licenciado Mario Moya Palencia con la representación personal del presidente Díaz Ordaz, fueron trasladados escoltados por ca-detes del Heroico Colegio Militar, hasta quedar bajo la bóveda del Monumento a la Revolución.

El único orador, licenciado Porfirio Muñoz Ledo, señaló que el homenaje a Calles se justifica sobradamente a la luz de la his-toria y en función de nuestro presente, y es digno de unirse a las figuras de Madero y Carranza por el limpio servicio que pres-tó en todas sus etapas a la causa revolucionaria: como soldado, como gobernante y como estadista que fundó nuestra paz social y que puso en marcha la era constructiva de nuestro tránsito hacia la modernidad.

Expresó que no se pretende establecer entre ellos alianzas póstumas, sino que el gobierno ha querido subrayar hoy la ar-monía profunda de nuestro ciclo revolucionario al reiterar, si-multáneamente, su admiración reverente a Carranza y al recoger la voz del pueblo que señala a Villa como un vengador auténtico de los agravios y de las servidumbres a que había sido sometido. Apuntó que con orígenes distintos, todos pertenecen a la tradi-ción liberal. “Todos ellos —añadió— habrían combatido al lado de Morelos o Juárez si el tiempo se los hubiese permitido”.

A los acordes de una marcha fúnebre, los cadetes depositaron la urna con los restos de Calles en la cripta ubicada en la colum-na noreste del Monumento a la Revolución. Los representantes de los tres poderes, acompañados por los familiares del general Calles depositaron una ofrenda floral y montaron guardia. En-seguida, el presidente y sus acompañantes hicieron lo mismo en las criptas de Carranza y Madero.

El acto central terminó cuando el presidente y la comitiva se trasladaron al templete instalado al lado sur del monumento para presenciar el paso del desfile deportivo que se inició a las 11:00 y terminó a las 13:00.

Texto del discurso de Muñoz Ledo

Pertenezco a una generación de mexicanos que ha reconocido la obra de sus antepasados, que ha aprendido a respetar la severi-dad del escenario republicano y que aspira a honrar la memoria de los hechos cuyo aniversario hoy nos congrega.

Este día no es sólo ocasión para reverenciar hombres y princi-pios a los que debemos nuestro ser nacional; es también elocuen-te testimonio de la unidad que vincula con su gobierno, a las co-rrientes políticas que se entrelazaron en la edificación del México moderno y a las generaciones que han tenido y que tendrán que asumir la continuidad; de nuestro proceso revolucionario.

Hoy la historia ha vuelto a adquirir los contornos de nuestro presente y a señalarnos líneas del porvenir, porque merced a una obra memorable de gobierno. México ha mantenido y remodela-do el rumbo de una Revolución inconclusa.

De esta manera, el veinte de noviembre es ahora algo más que el aniversario de una revuelta precursora, algo más que el re-cuerdo de nuestro irrenunciable punto de partida, algo más que el homenaje a la iluminada vocación democrática de Madero.

En nuestros días esta fecha incorpora a su ámbito evocador

el régimen constitucional y el régimen político de la República, para convertirse en el símbolo de todo un siglo del acontecer nacional. Desde la perspectiva de nuestro tiempo la Revolución compendia la lucha que el pueblo mexicano ha empeñado du-rante este siglo en favor de su libertad y la estrategia que ha diseñado para acrecentar su independencia.

Al definir nuestra revolución como una larga sucesión de mo-mentos estelares, como un proceso vivo que solicita el recurso de nuevas reformas y de nuevos esfuerzos, ennoblecemos el queha-cer político y otorgamos al trabajo de los mexicanos la relevancia de una obra histórica. De ahí que una vigorosa concepción de nuestra vida pública se haya preocupado celosamente por ubicar a la política en el plano de la historia y haya decidido abrir nue-vamente el panteón n el que moran los grandes conductores de nuestro movimiento social.

En México los héroes del estado lo son también de la nación por que el avance de la comunidad mexicana, e incluso nuestra idea de patria, son consecuencia de la obra política del pueblo y de los poderes que éste ha constituido. Contra quienes sostienen que nuestra evolución política va a la zaga de nuestro desarrollo, el gobierno de la República honra en este acto al creador de nuestras instituciones políticas y reafirma que estas constituyen la síntesis y el instrumento más eficiente de nuestro progreso histórico.

El homenaje que rendimos esta mañana a la memoria del general Plutarco Elías Calles se justifica sobradamente a la luz de la historia y en función de nuestro presente. El decreto que dispuso el traslado de sus restos bajo esta bóveda lo estimó digno de unirse, en la posteridad, a las figuras de Francisco I Madero y de Venustiano Carranza por el limpio servicio que prestó en todas sus etapas a la causa revolucionaria: como soldado, como gobernante, y como estadista que fundó nuestra paz social y que puso en marcha la era constructiva de nuestro tránsito hacia la modernidad.

El gobierno de la República ha querido subrayar hoy la armo-nía profunda de nuestro ciclo revolucionario al reiterar simultá-neamente, en el homenaje al Plan de Guadalupe, su admiración reverente hacia el jefe del Ejército Constitucionalista y al recoger una vez más la voz del pueblo que señala a Francisco Villa como un vengador auténtico de los agravios y de las servidumbres a que había sido sometido.

Respetamos tanto a nuestros muertos que no pretendemos celebrar entre ellos alianzas póstumas. Nuestra conciencia histó-rica es lo bastante sólida para no necesitar engañarnos, borrando piadosamente los rastros sombríos de nuestro pasado. Sabemos que las relaciones entre los personajes que hoy honra la Repúbli-ca transcurrieron frecuentemente en la discordia.

Poco importan, sin embargo, extraviarse en el anecdotario de las pasiones, por más violentas que hayan sido para sus protago-nistas o por más doloroso que haya sido su desenlace. Sabemos que siglos de represiones y decenios de corrupción habían ocul-tado o desfigurado la naturaleza profunda de los mexicanos; la misma que habría de revelarse brutalmente y de afirmar, en un enorme holocausto, su derecho a la dignidad ciudadana.

Sabemos también que los revolucionarios a quienes honra-mos pertenecen, con orígenes distintos y con acentos propios, a la tradición liberal y social que informa la historia de la Repúbli-ca. Todos ellos habrían combatido al lado de Morelos o de Juárez si el tiempo se los hubiese permitido. Todos ellos lucharon, a su manera, por una nación independiente, libre, participante y

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justa. Todos ellos encarnaron, hasta el límite del sacrificio o del martirio, los ideales que animan hoy el impulso ascendente del pueblo mexicano.

La democracia se funda constitucionalmente en la represen-tatividad jurídica de los gobiernos, pero sólo adquiere fuerza y eficacia en la medida que ensancha su representatividad política. Las revoluciones, si lo son en verdad, añaden a esos atributos la imagen igualitaria de su representatividad popular.

El pueblo, el derecho y el poder: He ahí los elementos cons-titutivos y los factores dinámicos de nuestro proceso revolucio-nario. De ahí el legado que finalmente nos dejaron —sin con-tradicción alguna— la presencia y la obra de Francisco Villa, de Venustiano Carranza y de Plutarco Elías Calles.

Nuestra vida como nación es “la hazaña de un gran pueblo mestizo” que —gestado y negado a la vez por la colonia— al cabo de un inmenso y prolongado esfuerzo, ha venido a incorporar su fisonomía y su personalidad al inventario de los pueblos libres.

Para ello ha debido transformarse con el ritmo de profundas convulsiones y darse caudillos extraídos de la gran masa popular. Desde la Independencia, nuestros guías no fueron miembros de una sola clase social que estuviese destinada, por el desarrollo de las ideas y de las fuerzas productivas, a ocupar su turno dentro de la cronología política.

Nuestra Revolución fue el agitado escenario donde apare-cieron, irreverentes, los rostros más típicos del cuerpo social; aquellos que no encontraban sitio, sino disimulados, en los da-guerrotipos de la dictadura, aquellos que ahora transcurren crea-doramente —sin que nos demos cuenta— por el marco de la so-ciedad civil. Aquellos que otorgan a nuestro estilo comunitario, a nuestra cultura, a nuestro régimen constitucional y a nuestra política, modos de ser cuya esencia es incanjeable, a pesar de los nostálgicos y a pesar de los imitadores.

Dotar a nuestros caudillos de biografías artificiales en las que se reflejara una conducta inmaculada, sería insensato. Primero, porque es propio de los débiles atentar contra su historia y se-gundo; porque de nada valdría desnaturalizarlos: acabaríamos despojándolos de los atributos que son su fuerza y que constitu-yen a la postre el elemento más significativo de su obra pública.

Francisco Villa emerge de las rutas perdidas de la exclusión social hasta tomar los perfiles del centauro de la leyenda. Leal, agresivamente leal al dulce recuerdo de Francisco I. Madero, re-corre en fuego un territorio agreste y crea, por las simbiosis del hombre y del pueblo, del combatiente y la naturaleza, la primera imagen contemporánea del guerrillero.

Nada más natural que el pueblo se viera reflejado en sus ha-zañas y que su figura viniese a simbolizar, junto con la del gestor sin tacha de las causas permanentes de México —Emiliano Za-pata— el anuncio y el símbolo de lo que sería durante este siglo la sublevación de todos los pueblos humillados, la gran revancha contra la opresión que ha transformado el concepto de humani-dad y habrá de alterar el curso dxe la historia.

Todas las revoluciones llevan dentro de sí el germen de su propia síntesis. Entre nosotros el Plan de Guadalupe es avanzada contra la dictadura, vértice moderador de la violencia e hilo con-ductor de la causa del pueblo. Enriquecido por el tiempo, por las ideas y aun por las pasiones, terminó resumiendo —como se lo propuso— la soberanía de la República y dando origen a la carta que convierte la fuerza de la Revolución en un nuevo derecho: la Constitución de 1917.

Venustiano Carranza acaudilla la segunda fase de nuestra lu-

cha armada, salvaguarda nuestra tradición liberal y evita, con decisión intransigente, que el desbordamiento anticipado de las reivindicaciones y la acechanza de los intereses, pongan en peli-gro la independencia de la nación.

Nuestra norma suprema es el compendio, ideológico y po-lítico, de las mejores herencias de nuestro pasado y de las aspi-raciones de nuestro presente. Contiene la más amplia carta de garantías individuales porque sabe que el respeto a los derechos del hombre es el ideal más alto de toda civilización y estable-ce los mecanismos de la equidad y del progreso social, sin los cuales la libertad es fórmula vacía. Pero armoniza también las exigencias de la sociedad democrática dentro de un régimen pre-sidencialista que confiere al jefe del Estado la responsabilidad de obedecer el mandato del pueblo y de cumplir los propósitos de la Revolución.

La Constitución es el marco de nuestro desarrollo porque crea los instrumentos políticos para transformar la sociedad en un ámbito de libertad. Carranza es fundador y es vigía.

Nos advierte que nuestra vida está inmersa en la realidad del mundo, que no hay historia sin geografía y que ninguno de nues-tros proyectos —por más noble que sea— sirve a la patria si pone en peligro la integridad territorial, la independencia cultural y la soberanía política de la República. Con Juárez, con Hidalgo, es defensor esclarecido de la existencia autónoma de México.

Las grandes revoluciones contemporáneas se caracterizan por haber concretado su ideología y su derecho en sistemas políticos que desbordan los esquemas formales de la democracia. Apre-suradas por alcanzar la modernidad en un solo impulso o por fundar estructuras económicas radicalmente novedosas, todas sin excepción han elegido su propia identidad política antes que la copia servil e imposible de los modelos que postularon las sociedades industriales surgidas en el siglo XVIII.

Plutarco Elías Calles comprendió que era preciso crear las instituciones políticas que aseguraran a nuestro movimiento revolucionario su continuidad histórica a fin de no reiniciar el ciclo trágico cuyos extremos son la dictadura y la anarquía; a fin de que el antiguo régimen no renaciera entre las fisuras provoca-das por las facciones, por la resaca de los intereses afectados, por las ambiciones del exterior y por el escepticismo de las nuevas generaciones.

El general Calles fue un gobernante atento a los fenómenos históricos que vinieron a precisar —entre dos guerras mundia-les— las ideas de nuestro siglo. Sabía que nuestros gobiernos —desde sus más remotos orígenes— reposaron en la dominación de las armas sobre su territorio. Su experiencia y su agudeza le indicaron que los hábitos políticos de la eclosión revolucionaria deberían modificarse para conducirnos al advenimiento definiti-vo de la sociedad civil.

Emprende y consuma la tarea de resolver las contradicciones del grupo revolucionario y de proteger a la Constitución y al régimen contra la subversión de las corporaciones que aquella había desaforado. Bosqueja e inaugura el Estado moderno mexi-cano con las instituciones básicas para su desarrollo, a las que da sentido e impulso con un gran Partido Nacional que rescata to-das las corrientes del progreso y a las que sostiene con un ejército que reafirma la conciencia de su origen popular y de su destino republicano.

Es, en suma, el hombre que establece la paz entre los mexica-nos, aquel a quien la nación debe que se hayan terminado para siempre sus luchas fratricidas. Aun en el extremo de la soledad,

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antepuso a toda consideración personal la imagen que se había forjado de una patria estable, vigorosa y próspera.

Hace nueve años, en esta misma tribuna, el ciudadano Gus-tavo Díaz Ordaz afirmó que a su generación correspondía buscar la concordia entre quienes pudieran hallarse todavía separados por el recuerdo de la lucha, con el fin de conjugar todos los es-fuerzos en torno a las grandes metas nacionales.

Este propósito, unido a la idea de que ahora la Revolución Mexicana es, más que un simple hecho histórico, norma que inspira la conducta y actitud conciente ante los problemas de México, nos permite comprender cabalmente la actividad nacio-nal de los años más recientes.

La Revolución ha fomentado en una misma etapa, enérgica y reflexiva, la unidad y la vigencia que se manifiestan en esta cere-monia, porque el régimen político de la República ha inspirado sus actos en los valores que hoy reverenciamos. Ha obedecido y hecho obedecer los mandatos de la voluntad popular, ha con-servado intacta la autoridad del Estado y ha defendido, con el derecho, la soberanía de la nación.

Hemos vivido una de las coyunturas más cargadas de sentido dentro de nuestra historia contemporánea: momento que sepa-raba y que ha vinculado finalmente tres decenios de desarrollo con los tres que le faltan a la revolución para cumplir su obra durante este siglo.

Al cabo de un prolongado periodo de crecimiento fuerzas e intereses ajenos a la voluntad del pueblo pretendieron divor-ciarlo de las instituciones de la República y los más antiguos trasfondos reaccionarios vinieron a condensarse en la idea de que el deber más imperioso para los mexicanos es disminuir la au-toridad del Estado e inventar un nuevo régimen constitucional.

La sabiduría de nuestro sistema de gobierno consiste en man-tener y reiniciar todas sus reformas por una estrategia de sucesi-vas consolidaciones políticas. De esta manera nuestro progreso se ha vuelto a la postre irreversible, porque ha cerrado el camino a todo retroceso. Hemos llegado así a un punto sin retorno de la historia mexicana que me atreveré a llamar el momento de nuestra madurez revolucionaria.

Hoy, en pocos países como el nuestro los jóvenes encuentran mejores posibilidades de identificación y de servicio dentro de la sociedad civil. En muy pocos podría escucharse verazmente la promesa que formuló aquí, hace casi dos lustros, el actual jefe de nuestra nación cuando afirmó que a sus contemporáneos co-rrespondía ser el macizo puente por el que habrían de pasar las nuevas generaciones para hacerse cargo de sus responsabilidades con la patria.

A los jóvenes que acepten este legado toca entender que la verdadera fidelidad a los principios de nuestra Constitución es el ejercicio consciente del talento y de la virtud porque sus man-datos contienen todas las expectativas de nuestra transformación social.

La tarea más fecunda de nuestro presente es depositar en las conciencias que nacen las razones de nuestro pasado y las pro-porciones de nuestro tiempo.

La historia ha de ser el alma de una educación para el porve-nir. La imaginación política el mejor reducto de nuestra lealtad.

Así podremos afirmar los perfiles de nuestro ser nacional y avanzar, en la justicia y en la unidad, el tramo que nos aguarda de nuestro largo itinerario hacia la libertad.

La gran derrota del PRI

I

Si la pregunta normal buscaría saber ¿dónde estabas en el 68?, la pregunta provocadora trataría de indagar cuándo te cam-biaste de lado. Los militantes y herederos del 68 mexicano de-ben ver con irritación —¿o complacencia?— que el movimiento de izquierda que nació de la represión del 68 está conducido hacia el poder nada menos que por militantes, simpatizantes y cómplices morales del gobierno priísta, del PRI y de Díaz Or-daz-Echeverría.

El 68 mexicano, por tanto, pasa por una crisis de concien-cia moral y de currículum político. En su investigación sobre el 68 mexicano, el sociólogo Salvador Hernández ilustró desde el título de su libro la dimensión del conflicto; El PRI y el mo-vimiento estudiantil de 1968. Para Hernández, el movimiento estudiantil de 1968 tuvo cuando menos dos objetivos: la des-trucción del sistema político priísta y la construcción de una democracia socialista.

Los datos están a la vista: los dirigentes del Consejo Nacional de Huelga pasaron a la militancia política y otros tomaron ca-minos propios. Gilberto Guevara Niebla, Luis González de Alba, Eduardo Valle Espinosa, Sócrates Amado Campos Lemus, Pablo Gómez, Joel Ortega y muchos otros siguen en la lucha, juntos separados, dentro o no de la institucionalidad.

Sin embargo, el movimiento de izquierda que nació de Tla-telolco está conducido por personajes que en el 68 eran priístas o, peor aún, lo fueron a pesar de Tlatelolco. Y lo más grave todos estuvieron al lado de Luis Echeverría, el secretario de Gober-nación indiciado por la represión en Tlatelolco y luego por el halconazo estudiantil del 10 de junio de 1971: Andrés Manuel López Obrador, Porfirio Muñoz Ledo fue orador de Díaz Ordaz en1969 y luego el principal operador político de Echeverría, En-rique González Pedrero fue senador echeverrista, Víctor Flores Olea ascendió a embajador echeverrista, Carlos Fuentes ha sido siempre el abogado moral de Echeverría. Y otros se la jugaron en 1969 políticamente con el precandidato presidencial priísta Emilio Martínez Manatou. Y Manuel Marcué Pardiñas, intelec-tual del 68 y preso político por el 68, fue asesor político del candidato presidencial priísta José López Portillo.

El primer círculo del PRD está formado por ex priístas: Ma-nuel Camacho Solís, Dante Delgado fue operador del Fernan-do Gutiérrez Barrios que manejó la policía política represiva en 1968 y 1971, el Julio Scherer que opera la política de comu-nicación crítica al sistema era en 1968 el director del Excélsior que atacaba a los estudiantes y el periodista que recibía regalos costosos del presidente Díaz Ordaz.

Y en el PRD que nació del 68 estudiantil pululan, en el cír-culo del acarreo político e intelectual algunos escritores y ana-listas que en el 68 fueron muy severos contra el PRI: Elena Po-niatowska, autora del libro de voces del 68, y Lorenzo Meyer, entonces investigador crítico de El Colegio de México. Los dos fueron abiertamente anti priístas y anti sistema, pero hoy son asesores de López Obrador.

¿Y la izquierda de hacer 40 años? El entonces secretario gene-ral del Partido Comunista Mexicano, Arnoldo Martínez Verdu-

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go, fue el encargado de disolver al PC en 1981 para emprender un largo y doloroso camino hacia la conformación de un nuevo partido de izquierda: del Partido Socialista Unificado de México al Partido Socialista Mexicano, para derivar en un partido que perdió el apellido socialista y por tanto sus raíces marxistas: el Partid de la Revolución Democrática, una copia del PRM de Lá-zaro Cárdenas y del PRI de Luis Echeverría. Martínez Verdugo fue diputado perredista y luego delegado perredista en Coyoa-cán, donde su carrera se diluyó con más pena que gloria.

Pablo Gómez, dirigente de la Juventud Comunista en el 68 y activo dirigente en l CNH, trató de darle el último impulso so-cialista al PCM de su registro en 1979 a la elección presidencial de 1982, fue dirigente interino en el PRD luego del megafraude de 1999 y prefirió una carrera parlamentaria cómoda pero sin romper esquemas ni sistemas legislativos. Otros dirigentes que sobrevivieron el 68 y llegaron al registro del PCM en 1978 deci-dieron salirse del partido, alejarse del PRD y optar por posicio-nes de gobierno en la alternancia del 2000.

Hay un caso especial: la señora Rosario Ibarra de Piedra es madre del guerrillero Jesús Piedra Ibarra, dirigente de la Liga Comunista 23 de Septiembre y participó en acciones violen-tas. En 1975 fue detenido y desaparecido presuntamente por la Dirección Federal de Seguridad, entonces bajo el control de Gutiérrez Barrios y cuyo brazo represor era Miguel Nazar Haro. La señora Ibarra se convirtió en el símbolo de la lucha contra la represión, se enfrentó al Estado, encaró duramente a Echeverría y fundó organizaciones de defensa de la lucha política disiden-te. La señora Ibarra ha denunciado directamente a Echeverría como el responsable directo de la política criminal de represión. En 1988 fue candidata presidencial por el trostkista Partido Re-volucionario de los Trabajadores y se estacionó en esa corriente, aunque con alianzas con el PRD. Hoy la señora Ibarra aparece siempre al lado de López Obrador.

Como senadora perretista-perredista-petista, la señora Ibarra de Piedra convive políticamente y en actos públicos con los ex priístas de López Obrador que tienen un pasado diazordacista-echeverrísta-priísta. Y no hay de su parte alguna reflexión crítica. Varios de los hoy lopezobradoristas fueron funcionarios de Díaz Ordaz cuadros políticos de Echeverría. Y a su hijo lo secuestra-ron justamente en el sexenio de Echeverría.

El caso más simbólico es el de Porfirio Muñoz Ledo, militan-te de todas las corrientes políticas y de todos los partidos. Hoy Muñoz Ledo, por imposición de López Obrador, es coordina-dor del Frente Amplio Progresista, una organización nacida de la unión del PRD, el Partido del Trabajo y el Partido Conver-gencia. Convergencia está controlado políticamente por Dante Delgado, operador de Gutiérrez Barrios, gobernador priísta de Veracruz en el salinismo y luego encarcelado por corrupción. El PT fue impulsado desde el poder priísta por Raúl Salinas de Gortari. El FAP impone líneas políticas de López Obrador a los tres partidos.

Muñoz Ledo fue secretario general del Seguro Social con Díaz Ordaz y como tal pronunció en 1969 dos discursos de apo-yo a Díaz Ordaz por las decisiones de Tlatelolco. Luego hizo su carrera de poder al amparo del Echeverría de Tlatelolco y el Jueves de Corpus: subsecretario de la Presidencia pero con oficina en Los Pinos, secretario del Trabajo para liderear a los sindicatos de la CTM que atacaron duramente a los estudiantes en el 68, precandidato presidencial, presidente nacional del PRI 1975-1976. Y luego fue funcionario de los gobiernos priístas de

López Portillo, De la Madrid y Salinas. Y también fue embajador de Vicente Fox.

A pesar de su carrera política como operador de los gobier-nos represores de Díaz Ordaz y Echeverría, Muñoz Ledo es hoy, como él mismo se calificó sin que nadie lo hubiera desmentido, “el jefe de las izquierdas mexicanas”. Así, la izquierda que se revalidó en el 68, que utiliza el 68 como punto de referencia política, ideológica y democrática y que aglutinó a los comba-tientes estudiantiles del movimiento, está dirigida nada menos que por un ex priísta que en 1969 elogió a Díaz Ordaz por su decisión del 2 de octubre de 1968 y que trabajó directamente con el Echeverría que era secretario de Gobernación en 1968 y presidente de la república durante el halconazo.

II

¿Qué fue el 68 mexicano? Ante todo, un movimiento de pro-testa radical contra el sistema político priísta. Comenzó con el enfrentamiento entre dos grupos estudiantiles. La intervención violenta de los granaderos provocó la auto organización de los estudiantes, la formación de grupos de lucha y la protesta calle-jera. El conflicto escaló posiciones en julio con la represión a la marcha de conmemoración de la revolución cubana. Y se solidi-ficó con la intervención del ejército en la toma de locales de la UNAM y el Politécnico. La respuesta estudiantil fue la huelga. Y el movimiento perdió control pero consiguió apoyo de las masas.

El contexto del movimiento del 68 mexicano tuvo cinco es-cenarios:

1.- El mayo francés En 1965, Jean Paul Sartre estaba pesi-mista porque veía a los estudiantes apagados, sin activismo. La lucha de la izquierda se había centrado en el estalinismo. Y el sal-do dejó cansados a los intelectuales. Una reforma educativa en-cendió huelgas en todo el país y el uso de la fuerza por De Gaulle aceleró el conflicto. El inicio del movimiento entusiasmó sólo a un comunista mexicano: José Revueltas, quien en mayo de 1968 escribió una carta de análisis marxista sobre el movimiento y dijo que los comunistas mexicanos apoyaban a los franceses. Sartre se unió a la lucha estudiantil.

2.- El colapso mundial: las protestas en los Estados Unidos contra la guerra de Vietnam, el auge de Cuba, el socialismo de-mocrático en Checoslovaquia que sería aplastado con tanques soviéticos, los asesinatos de Martin Luther King y Robert Ken-nedy en los EU, la nueva crisis en el medio oriente, el activis-mo palestino y los golpes de Estado de izquierda proliferan en América Latina. En las protestas destacaron los estudiantes, so-bre todo los que en los EU habían sido llamados a fila obligato-riamente para enviarlos a Vietnam.

3.- La olimpiada en México había comenzado a despertar en-tusiasmo por las construcciones de última hora. No se detectaron protestas anteriores. Inclusive, la olimpiada se veía con buenos ojos. En marzo de 1968 Revueltas había renunciado a un modes-to cargo en la Secretaría de Educación Pública por una agresión que había sufrido en el aeropuerto a su regreso de Cuba. Sin em-bargo, a los 54 años de edad, Revueltas se había refugiado como redactor en la oficina de prensa del Comité Olímpico Mexicano. Ahí redactó su carta a los revolucionarios franceses. En junio, luego de la represión contra la manifestación de celebración de

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la revolución cubana, Revueltas renunció y se incorporó a movimiento. La olimpiada se contaminó con el movimiento porque los estudiantes decían que se quería vender una imagen falsa de México.

4.- La severa crisis de la izquierda mexicana. En 1962 Revueltas había publi-cado su texto Ensayo sobre un proletariado sin cabeza, donde establecía la tesis de la inexistencia histórica del Partido Comu-nista como el partido de la clase obrera. Ya habían pasado las grandes movilizaciones obreras del periodo 1952-1958 y se habían dado las derrotas de la izquierda: las cár-celes estaban llenas de presos políticos. El PCM se había burocratizado, Su dirigen-cia pasó de Dionisio Encinas a Martínez Verdugo pero sin una reflexión teórica. El PCM había perdido el control de sindica-tos. Y en la semi clandestinidad, la izquier-da comunista era incapaz de crear un espa-cio de consenso político. EL 68 atrapó al PCM apenas refugiado en algunas escuelas de la UNAM y del IPN.

5.- La sucesión presidencial de 1970 había comenzado con las elecciones inter-medias de 1967. Las precandidaturas esta-ban perfiladas: Emilio Martínez Manautou como secretario de la Presidencia, Antonio Ortiz Mena como secretario de Hacienda, Luis Echeverría como secretario de Gobernación y el general Alfonso Corona del Rosal como jefe del Departamento del Distrito Federal. Como parte de esa lucha aparecía la rectoría de la UNAM, cuyo titular, Javier Barros Sierra, había sido secretario de Obras Públicas el gabi-nete de López Mateos y había competido contra Díaz Ordaz por la candidatura de 1964. Varios maestros universitarios que tuvieron relación con el movimiento estudiantil se vincularon a Martínez Manautou luego fueron captados por Echeverría como candidato presidencial para incorporarlos al gobierno. La inestabilidad estudiantil puso a prueba a los precandidatos, dio cuenta de Ortiz Mena, diluyó a Martínez Manautou, sacó de balance de Corona y dejó a Echeverría como el único.

Del lado estudiantil, los liderazgos estaban diezmados. Sólo la disciplina del PCM había conseguido darle cierto orden a la protesta. La conformación del Consejo Nacional de Huelga im-pulsó figuras pero no corrientes. Por tanto, la dirigencia estu-diantil se atomizó, no pudo lograr coherencia y se hundió en el asambleísmo y la desconfianza. El pliego petitorio de seis puntos fue producto de la represión del gobierno y no una propuesta democratizadora. Es cierto que su cumplimiento hubiera abier-to la política, pero de ninguna manera hubiera podido cambiar las reglas de la política. Los sindicatos eran controlados por el gobierno y por Fidel Velázquez, los partidos políticos registrados dependían del gobierno, el PAN no aspiraba al poder sino que su papel era de conciencia moral crítica, las organizaciones de izquierda no llegaban siquiera a grupos de presión y el PCM nunca se interesó por dirigir el conflicto.

Por tanto, el movimiento estudiantil fue de protesta contra la represión.

En el fondo, sin embargo, subyacía una propuesta cohe-

rente, de fondo, revolucionaria. La del escritor José Revueltas, expulsado dos veces del PCM por crítico, autor de la más dura crítica contra el PCM, novelista de obras que fueron severamen-te criticadas por el moralismo comunista y sacadas de circula-ción y el más importante filósofo marxista. Mientras el CNH y los dirigentes se la pasaban protestando contra la represión y en asambleas agotadoras a mano alzada, Revueltas delineó un pro-yecto de revolución educativa por la vía de la autogestión. Sin embargo, la izquierda nunca se preocupó por asumir a Revueltas. Lo paradójico es que Revueltas fue detenido y acusado de ser el autor del movimiento estudiantil.

Revueltas vio el camino educativo desde el principio, ante el fracaso del PCM y la descomposición obrera. En su carta de mayo de 1968 a los revolucionarios franceses, Revueltas encon-tró una salida revolucionaria en los estudiantes y sus protestas, toda vez “el marxismo mediatizado y deformado dentro de la gran mayoría de los partidos comunistas por la irracionalidad y el dogmatismo”. Para el marxista mexicano, la del mayo francés era una “oportunidad histórica que quizá no se vuelva a repetir en el mundo” para cambiar la faz de Francia. Revueltas veía en Francia la revolución socialista.

Sin embargo, Revueltas padeció en Francia la incompren-sión que tenía en México. El escritor André Gorz respondió: “aunque el texto que nos sometió usted sea eminentemente su-gestivo y aunque deseemos afirmar nuestro apoyo a José Revuel-tas, su publicación en una revista francesa nos parece imposible: los criterios y referencias intelectuales no son las mismas aquí y en América Latina. Es una dificultad que encontramos a menu-do”. Gorz era entonces codirector de la revista Les Tempes Moder-nes, fundada y dirigida por Jean Paul Sartre. El existencialismo no convivía entonces con el marxismo crítico. Gorz, nacido en

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Viena, expulsado por los nazis y naturalizado francés, después rompería con el comunismo y se inclinaría por el ecologismo.

Revueltas volvió a las andadas y redactó su propuesta como primer documento sobre el 60: “Nuestra “Revolución de Mayo” en México”. Para el escritor, la protesta estudiantil mexicana para la gran revolución social y política. Su propuesta se basa-ba en la autogestión académica para llevar la democratización al conocimiento y de ahí a la realidad. Buscaba “convertir a la Universidad en el elemento crítico más activo de la sociedad” y ponía tres metas concretas: la libertad humana y civil, una democracia integral sin mediatizaciones y un cambio social y económico en la base y en las superestructuras.

Revueltas era un adelantado. En julio de 1968 los estudian-tes comenzaron a salir a la calle a protestar contra la represión gubernamental mientras él reflexionaba sobre el proyecto ideo-lógico y revolucionario de la movilización estudiantil. Pero fue poca su influencia real. Le reconocen su papel militante, su lu-cha en las aulas, la redacción de panfletos y la participación codo con codo, pero el movimiento estudiantil del 68 le debe a Re-vueltas el análisis de su propuesta: o era muy adelantada para lo que buscaba la protesta estudiantil y fue un incomprendido por la profundidad de su pensamiento revolucionario.

III

A pesar de sus limitaciones y del asambleísmo, el carácter de la protesta estudiantil debe medirse en función de la repre-sión gubernamental: policías, militares, bazucas, ocupación de instalaciones educativas y balas mortales contra una protesta sin armas. El gobierno de Díaz Ordaz le tuvo miedo a la protesta, a la movilización callejera. Las manifestaciones obreras de los cincuenta habían sacudido al sistema: el poder podía ser venci-do por la calle. El uso de la fuerza en 1958 no fue, por tanto, un despropósito sino que obedeció a la lógica de la fuerza: en 1968 se usó la misma fuerza que la utilizada contra los conflictos ferrocarrilero, magisterial, médico, campesino y estudiantil. La represión era desmovilizadora.

La lógica del 68 era la misma porque los personajes eran los mismos. En 1954, el inicio del ciclo de protestas obreras, vio la conformación de un grupo de poder: Adolfo López Mateos como secretario del Trabajo, Gustavo Díaz Ordaz como subse-cretario de Gobernación, Luis Echeverría como oficial mayor de la Secretaría de Educación Pública y después de Gobernación y Fernando Gutiérrez Barrios como jefe del control político de la Federal de Seguridad. A ellos le correspondió parar en seco las protestas obreras, estudiantiles y campesinas. Por tanto, era ló-gico que en el 68 utilizaran el mismo mecanismo de la represión contra la protesta. En las expresiones anteriores habían logrado desmovilizar la protesta; en el 68, la reacción retroalimentó la protesta.

La apuesta oficial estaba sustentada en la condición aglutina-dora del sistema político priísta, un concepto que logró resumir el escritor Mario Vargas Llosa en 1992 en una frase provocadora: la dictadura perfecta porque incluía en su seno a la disidencia. Revueltas, por ejemplo, trabajaba en la SEP y luego en el Comité Olímpico, pero su ruptura fue revolucionaria.

El movimiento estudiantil estaba formado de varios bloques:

el estudiantil, el cooptado por el PRI, el del profesorado, el de los intelectuales y el de los comunistas. De todos ellos, el de los intelectuales fue muy activo y estaba conformado en dos partes: el crítico y el institucional. El gobierno le apostó a la inexisten-cia histórica de una disidencia rupturista. El PCM estaba anu-lado. Los liderazgos obreros radicales dormían en la cárcel. Y los grupos revolucionarios eran muchos pero incoherentes. Los intelectuales críticos carecían de factores multiplicadores y casi todos ellos dependían de alguna institución cultural del Estado.

Hubo un sector importante de intelectuales que no ha sido analizado a fondo. Venían de dos grupos definidos: el de la revista Política de Manuel Marcué Pardiñas y el de El Espectador encabe-zado por Carlos Fuentes. De éste último hubo un desprendimien-to de profesores y académicos de la UNAM que apoyaba las pro-testas pero buscaba su propio camino. Los tres grupos giraban en torno a su inserción en el sistema, aunque por una puerta lateral: Política, El Espectador y los académicos unamitas representaban la reactivación del cardenismo, no una revolución socialista; es decir, querían sólo el cumplimiento de los compromisos de la revolución mexicana. El PRI pedía lo mismo, aunque con otro camino.

Miembros de los tres grupos desembocaron en el gobierno en 1969. Marcué, por ejemplo, fue asesor del candidato priísta en la campaña de 1976 y como tal asistió, en auto oficial con chofer y él en el asiento trasero, al sepelio de Revueltas en abril y ahí fue repudiado por ex correligionarios. Carlos Fuentes, de El Espectador, estuvo en Francia en mayo del 68 y luego se fue como escritor a recorrer a Europa. Publicó un texto sentimental sobre el Mayo Francés. Regresó a México en 1970, publicó su libro Tiempo Mexicano donde terminaba con un elogio a Echeverría y lo caracterizaba de víctima del halconazo de 1971, luego sería embajador y asesor priísta. Renunció a la embajada por la desig-nación de Díaz Ordaz como embajador en España, pero luego de haber perdido prestigio por su alianza política con Echeverría.

Y en 1969 hubo un grupo de académicos universitarios, to-dos ellos cercanos y simpatizantes del movimiento estudiantil mexicano, que se cohesionó alrededor de Martínez Manautou en su lucha por la candidatura presidencial. Antes de la nomina-ción publicaron un folleto con artículos alrededor de un discurso pronunciado por Martínez Manautou el 19 de mayo de 1969. El folleto se tituló: México. El dilema del desarrollo: democracia o autoritarismo. Los autores: Jorge Cortés Obregón, Víctor Flo-res Olea, Gastón García Cantú, Henrique González Casanova, Horacio Labastida, Francisco López Cámara y Gustavo Romero Kolbeck. Varios encontraron acomodo en el gobierno de Eche-verría: Flores Olea como embajador en la URSS, Labastida en el PRI y Romero Kolbeck como director del Banco de México. García Cantú se incorporó al gobierno con López Portillo. Y López Cámara fue asesor de Mario Moya Palencia, secretario de Gobernación de Echeverría.

El punto de inflexión fue fundamental para el debate. Mé-xico había andado el camino del desarrollismo, es decir, del crecimiento económico en las cifras sin atender la calidad del desarrollo. Ello había provocado, a decir de estos intelectuales y académicos, la represión. Por tanto, México debería volver al camino de la unidad del desarrollo y de la democracia. Ya había estallado el autoritarismo en el 68 y en los años de la represión obrera. La tesis era la misma de Política y El Espectador: regre-sar al México de la revolución mexicana, reactivar ideológica y políticamente al PRI. No había, pues, propuestas de ruptura revolucionaria. No las hubo en el 68, a excepción de Revueltas y

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de algunos documentos del PCM. Se trataba de crear una nueva coalición progresista alrededor de la propuesta de Lázaro Cárde-nas de un Movimiento de Liberación Nacional. Pero la confu-sión ideológica impidió una propuesta coherente.

No, no había propuesta rupturista ni revolucionaria. Lo es-cribió en ese folleto Flores Olea, entonces ideólogo marxista, más tarde director de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM y luego embajador echeverrista y funcionario salinista y, circularmente, hoy lopezobradorista nuevamente radical. El deba-te no era entonces por el desarrollo —tasas de 6 por ciento anual de PIB, inflación anual de 2% y tipo de cambio fijo—, sino por la democracia. Estaba fresca la sangre de Tlatelolco. Pero no definían una vía revolucionaria. Se trataba de que funcionarios de dentro del sistema encabezaran reformas democratizadoras aún sin ajus-tar cuentas penales con la represión: la eterna esperanza de la lucha desde dentro. Para Flores Olea, “sin el pleno ejercicio de tales derechos, inevitablemente el crecimiento económico desemboca en opresión y en el sometimiento de las clases más necesitadas y de los sectores más dinámicos del país”.

Se trataba, pues, de regresar al sendero priísta de la revolu-ción mexicana. No de encabezar una revolución para imponer un nuevo proyecto ideológico, social y de desarrollo. De ahí las li-mitaciones del alcance del 68 mexicano. Los estudiantes querían, decían en sus frases en los muros, la revolución, carecían de una fuerza partidista de liderazgo, la clase obrera estaba bajo control del PRI y del sistema, los intelectuales no alcanzaban a definir la vía revolucionaria y la oposición padecía el peso de la domestica-ción del poder. Por tanto, el movimiento estudiantil y popular del 68 carecía de un contexto revolucionario y padecía el acotamiento de sectores dominados por el tradicionalismo aunque proclives a la protesta. Sin una dirigencia enfocada hacia el cambio revolucio-nario, la protesta estudiantil estaba destinada al fracaso.

La aportación del movimiento fue justamente la protesta y, dialécticamente, la represión. El 2 de octubre de 1968 se agotó la vía autoritaria institucional. Y la paralela, la subterránea, de la guerra sucia contra la disidencia terminó en 1985 con la disolu-ción de la Dirección Federal de Seguridad como policía política del régimen priísta. Por eso el gobierno de Echeverría no propu-so cambios estructurales sino sólo la incorporación a su gobierno de disidentes del 68 y anteriores, el uso del lenguaje de la crítica al poder que se le revirtió en 1976 y lo obligó al manotazo auto-ritario contras el periódico Excélsior y la atención a los sectores marginados del desarrollo pero a costa de una crisis económica por la ausencia de una reforma fiscal.

Así, el 68 mexicano de protesta contra el régimen priísta se convirtió en la última oportunidad de reorganización política del PRI. Pero se trató de otra oportunidad desperdiciada: Echeverría abrió la política, atendió a los pobres y aireó el sistema pero con-dujo al país a una severa crisis económica y una peligrosa ruptura del consenso político con los empresarios. Por eso es que fue la crisis económica y luego política —y no la sombra del 68— la que realmente condujo al régimen priísta a la apertura política y no a una modernización democrática. La crisis económica 1973-1982 provocó primero el agotamiento de la clase política que tomó el poder en 1940, luego el arribo de los tecnócratas y final-mente la alternancia partidista en la presidencia de la república. El 2000 es, en realidad, hijo bastardo del 68 estudiantil; y lo prueba el nacimiento del PRD como la izquierda sesentayochera formada por las élites priístas que avalaron la represión.

En este contexto, la protesta estudiantil del 68 fue lanzada

por jóvenes contra el régimen priísta pero fue capitalizada por las élites políticas que de 1958 a 1968 pedían sólo el regreso de la conciencia social y política al régimen de la revolución mexica-na, que pedían la recuperación popular del PRI y que tenían un proyecto de desarrollo capitalista dependiente con políticas de cobertura social. No era, desde luego, la propuesta de Revueltas. Pero al final de la historia, lamentablemente la gran aportación política del 68 fue la represión y la crisis de gobernabilidad del régimen priísta. Para no reprimir más se tomó la decisión de apostarle a una democratización por goteo: libertad de presos políticos, derogación de los artículos de disolución social, debate sobre el 68 en el seno de la élite del poder, la reforma política de 19678 que legalizó al PCM y democratizó los partidos y la quiebra interna del PRI en 1987.

IV

Por tanto, el 68 mexicano tiene otras lecturas que el francés. En su campaña en abril de 2007, el candidato de centro-derecha Nicolás Sarkozy propuso el fin del 68 francés. Heredero del gau-llismo, Sarkozy hizo una reflexión que fue mal tratada en los medios. Si puede considerarse una crítica al 68 desde la derecha, pero con evidencias certeras de su crítica hacia la izquierda. Las reacciones no se hicieron esperar. Pero Sarkozy solamente puso a debate el 68 para una lectura de acuerdo con los resultados: ¿dónde está la izquierda heredera del 68?

El texto de su discurso vale la pena:

«El pensamiento único, que es el pensamiento de quienes lo saben todo, de quienes se creen no sólo intelectualmen-te sino también moralmente por encima de los demás, ese pensamiento único había denegado a la política la capacidad para expresar una voluntad. Había condenado la política. Había profetizado su caída imparable frente a los mercados, las multinacionales, los sindicatos, Internet. Se sostenía que en el mundo tal cual es hoy, con sus informaciones que se di-funde instantáneamente, sus capitales que se desplazan cada vez más rápido y sus fronteras ampliamente abiertas, la polí-tica ya no jugaría más que un papel anecdótico y que ya no podría expresar una voluntad, porque el poder pronto estaría compartido, diluido, disperso en red; porque las fronteras estarían totalmente abiertas y los hombres, los capitales y las mercancías circularían sin obedecer a nadie. Pero la política retorna. Retorna por todas partes en el mundo. La caída del Muro de Berlín pareció anunciar el fin de la Historia y la disolución de la política en el mercado. Dieciocho años des-pués, todo el mundo sabe que la Historia no ha terminado, que siempre es trágica y que la política no puede desaparecer porque los hombres de hoy sienten una necesidad de política, un deseo de política como rara vez se había visto desde el fin de la segunda guerra mundial.Necesidad de nación

La necesidad de política tiene por corolario la necesidad de nación. La nación también había sido condenada. Pero aquí está

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de nuevo, para responder a la necesidad de identidad frente a la mundialización, vivida como una empresa de uniformización y mercantilización del mundo en la que ya no quedaría lugar para la cultura y para los valores del espíritu. Quizá la inquietud es excesiva, pero es bien real y expresa una necesidad de identidad muy fuerte. Por todas partes la he encontrado en esta campaña; en todas partes me han hablado de ella gentes de toda condición. Pero la nación no es sólo la identidad. Es también la capacidad de estar juntos para protegerse y para actuar. Es el sentimiento de que no se está solo para afrontar un futuro angustioso y un mundo amenazante. Es el sentimiento de que, juntos, se es más fuerte, y podremos hacer frente a lo que, solos, no podríamos afrontar.

Yo he querido volver a poner la voluntad política y Francia en el corazón del debate político. La voluntad política y la nación están siempre para lo mejor y para lo peor. El pueblo que se mo-viliza, que se convierte en una fuerza colectiva, es una potencia temible que puede actuar tanto para lo mejor como para lo peor. Hagamos las cosas de manera que sea para lo mejor. Conjurare-mos lo peor respetando a los franceses, manteniendo nuestros compromisos, respetando la palabra dada. Conjuraremos lo peor haciendo que la moral retorne a la política.

Contra los herederos de Mayo del 68

No me da miedo la palabra “moral”. Desde mayo de 1968 no

se podía hablar de moral. Era una palabra que había desapareci-do del vocabulario político. Hoy, por primera vez en decenios, la moral ha estado en el corazón de la campaña presidencial. Mayo del 68 nos había impuesto el relativismo intelectual y moral. Los herederos del 68 habían impuesto la idea de que todo vale, de que no hay ninguna diferencia entre el bien y el mal, entre lo verdadero y lo falso, entre lo bello y lo feo. Habían querido hacernos creer que el alumno vale tanto como el maestro, que no hay que poner notas para no traumatizar a los malos alumnos, que no había diferencias de valor y de mérito.

Habían querido hacernos creer que la víctima cuenta me-nos que el delincuente, y que no puede existir ninguna jerarquía de valores. Habían proclamado que todo está permitido, que la autoridad había terminado, que las buenas maneras habían terminado, que el res-peto había terminado, que ya no había nada que fuera grande, nada que fuera sagrado, nada admirable, y tampoco ya ninguna regla, ninguna norma, nada que estuviera prohibido.

Recordad el eslogan de Mayo del 68 en las paredes de la Sor-bona: “Vivir sin obligaciones y gozar sin trabas”. Así la herencia de Mayo del 68 ha liquidado a la escuela de Jules Ferry en la iz-quierda francesa, que era una escuela de la excelencia, del mérito, del respeto, del civismo; una escuela que quería ayudar a los ni-ños a convertirse en adultos y no a seguir siendo niños grandes, una escuela que quería instruir y no infantilizar, porque había sido construida por grandes republicanos que tenían la convic-ción de que el ignorante no es libre. Pero la herencia de Mayo del 68 ha liquidado esa escuela que transmitía una cultura común y una moral compartida, cultura y moral gracias a las que todos los franceses podían hablarse, comprenderse, vivir juntos. La heren-cia de Mayo del 68 ha introducido el cinismo en la sociedad y en la política. Han sido precisamente los valores de Mayo del 68 los que han promovido la deriva del capitalismo financiero, el culto

del dinero-rey, del beneficio a corto plazo, de la especulación. El cuestionamiento de todas las referencias éticas y de todos los va-lores morales ha contribuido a debilitar la moral del capitalismo, ha preparado el terreno para el capitalismo sin escrúpulos y sin ética, para esas indemnizaciones millonarias de los grandes direc-tivos, esos retiros blindados, esos abusos de ciertos empresarios, el triunfo del depredador sobre el emprendedor, del especulador sobre el trabajador.

La izquierda hipócrita

Los herederos de Mayo del 68 han degradado el nivel moral de la política. Todos esos políticos que reivindican la herencia de Mayo del 68, dan al prójimo lecciones que jamás se aplican a sí mismos, quieren imponer a los demás comportamientos, reglas, sacrificios que jamás se imponen a sí mismos. Proclaman: “Ha-ced lo que yo digo, no hagáis lo que yo hago”. Ésa es la izquierda heredera de Mayo del 68, la que está en la política, en los me-dios de comunicación, en la administración, en la economía. La izquierda que le ha tomado gusto al poder, a los Privilegios.

La izquierda que no ama a la nación porque no quiere compar-tir nada. Que no ama a la República porque no ama la igualdad. Que pretende defender los servicios públicos, pero que jamás veréis en un transporte colectivo. Que ama tanto la escuela públi-ca, que a sus hijos los lleva a colegios privados. Que dice adorar la periferia, pero que se cuida muy mucho de vivir en ella. Que siempre encuentra excusas para los violentos, a condición de que se queden en esos barrios a los que ella, la izquierda, no va jamás.

Esa izquierda que hace grandes discursos sobre el interés ge-neral, pero que se encierra en el clientelismo y el corporativismo. Que firma peticiones y manifiestos cuando se expulsa a algún “okupa”, pero que no aceptaría que se instalaran en su casa. Que dedica su tiempo a hacer moral para los demás, sin ser capaz de aplicársela a sí misma. Esa izquierda, en fin, que entre Jules Ferry y Mayo del 68 ha elegido Mayo del 68, es la que condena a Francia a un inmovilismo cuyas principales víctimas serán los trabajadores, los más modestos, los más pobres.

Ésa es la izquierda que desde Mayo del 68 ha renunciado al mérito y al esfuerzo, que ha dejado de hablar a los trabajadores, de sentirse concernida por la suerte de los trabajadores, de amar a los trabajadores; porque el valor trabajo ya no forma parte de sus valores, porque su ideología ya no es la de Jaurès o la de Blum, que respetaban a los trabajadores, sino que ahora la ideo-logía de la izquierda es la del reparto obligatorio del trabajo, la de las 35 horas, la del asistencialismo. La crisis del trabajo es ante todo una crisis moral, y en ella la herencia de Mayo del 68 tiene una enorme responsabilidad. Yo quiero rehabilitar el traba-jo, quiero devolver al trabajador el primer lugar en la sociedad.

Liquidar la herencia de Mayo del 68

La herencia de Mayo del 68 ha debilitado la autoridad del Estado. Esos herederos de los que en Mayo del 68 gritaban “CRS = SS”, toman sistemáticamente partido por los violen-tos, los alborotadores y los estafadores contra la policía. Lo hemos visto tras los incidentes de la Estación del Norte. En lugar de con-

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denar a los violentos y de apoyar a las fuerzas del orden y su difícil trabajo, no se les ha ocurrido nada mejor que esta frase, que merecería ser inscrita en los anales de la República: “Es in-quietante constatar que se ha abierto una fosa entre la policía y la juventud”.

Como si los vándalos de la Estación del Norte representaran a toda la juventud francesa. Como si fuera la policía la que estaba actuando mal, y no los violentos. Como si los violentos hubieran destrozado todo y saqueado los comercios para expresar una re-vuelta contra una injusticia. Como si el hecho de ser jóvenes lo excusara todo. Como si la sociedad fuera siempre culpable y el delincuente siempre inocente. Ésos son los herederos de Mayo del 68, que denigran la identidad nacional, que atizan el odio a la familia, a la sociedad, al Estado, a la nación, a la República.

En estas elecciones se trata de saber si la herencia de Mayo del 68 debe ser perpetuada o si puede ser liquidada de una vez por todas. Yo quiero pasar la página de Mayo del 68. Pero tiene que ser más que un gesto. No hay que contentarse con poner banderas en los balcones el 14 de julio y cantar la Marsellesa en vez de la Internacional en los mítines del Partido Socialista. No se puede decir que se desea el orden y tomar sistemáticamente partido contra la policía. No es posible seguir denunciando la “provocación” y el “Estado policial” cada vez que la policía in-tenta hacer respetar la ley. No se puede decir que uno apuesta por el valor del trabajo y, al mismo tiempo, generalizar las 35 ho-ras, seguir cargándolo con impuestos y estimular la mentalidad del asistido, del que cobra del Estado para no trabajar.

No se puede decir que se desea obstaculizar las deslocaliza-ciones y al mismo tiempo rechazar cualquier experimentación del IVA social, que permite financiar la protección social con las importaciones. No es posible proclamar grandes principios y negarse a inscribirlos en la realidad. Yo propongo a los franceses romper realmente con el espíritu, con los comportamientos, con las ideas de Mayo del 68, con el cinismo de Mayo del 68. Pro-pongo a los franceses devolver a la política la moral, la autoridad, el trabajo, la nación. Les propongo reconstruir un Estado que haga realmente su trabajo y que, en consecuencia, domine las feudalidades, los corporativismos y los intereses particulares. Les propongo rehacer una República una e indivisible contra todos los comunitarismos y todos los separatismos. Les propongo re-edificar una nación que de nuevo esté orgullosa de sí misma.

Ciudadanía de deberes

Al poner sistemáticamente los derechos por encima de los deberes, los herederos de Mayo del 68 han debilitado la idea de ciudadanía. Al denigrar la ley, el Estado y la nación, los herede-ros de Mayo del 68 han favorecido el crecimiento del individua-lismo. Han incitado a cada cual a no pensar más que en sí mismo y a no sentirse concernido por los problemas del prójimo. Yo creo en la libertad individual, pero quiero compensar el individualismo con el civismo, con una ciudadanía hecha de derechos pero tam-bién de deberes. Quiero derechos nuevos, derechos reales y no virtuales. Quiero un derecho real a un techo, al alojamiento. Un derecho real al cuidado de los hijos, a la escolarización de niños con minusvalías, a la dependencia para los mayores. Quiero el derecho a un contrato de formación para los jóvenes de más de 18 años, y a la formación a lo lago de toda la vida. Quiero el

derecho a la caución pública para aquellos que no tienen padres, para los que no tienen relaciones, para los enfermos a los que no se les quiere prestar porque se considera que representan un riesgo demasiado elevado. Quiero el derecho a un contrato de transición profesional para los que están en paro.

Pero quiero que estos derechos estén equilibrados con los de-beres. La ideología de Mayo del 68 habrá muerto cuando la so-ciedad se atreva a recordar a cada cual sus deberes, cuan-do en la política francesa se ose proclamar que, en la República, los debe-res son la contrapartida de los derechos. Ese día al fin se habrá realizado la gran reforma moral e intelectual que Francia necesita una vez más. Entonces podremos reconstruir sobre cimientos re-novados esa República fraternal que es el sueño siempre inacaba-do, nunca realizado de Francia desde el primer día en que tuvo conciencia de su existencia como nación. Porque Francia no es una raza, no es una etnia, ni sólo un territorio; Francia es un ideal incansablemente perseguido por un gran pueblo que, desde su primer día, cree en la fuerza de las ideas, en su capacidad para transformar el mundo y hacer la felicidad de la humanidad.

Quiero decírselo a los franceses: el pleno empleo, el creci-miento, el aumento del poder adquisitivo, la revalorización del trabajo, la moralización del capitalismo, todo eso es necesario y es posible. Pero eso no son más que medios que deben ser puestos al servicio de una cierta idea del hombre, de un ideal de sociedad donde cada cual pueda encontrar su lugar, donde la dignidad de todos y cada uno sea reconocida y respetada.»

Dos reacciones deben incorporarse: Daniel Cohn-Bendit pu-blicó el libro Adiós al 68 que aún no aparece en español. Y An-dré Glucksmann circuló el texto Mayo del 68. Por la subversión permanente. Este último debe ser aclarado. Su título en francés es otro: Mayo del 68 explicado a Sarkozy. Glucksmann se encon-traba en las gradas de la campaña de Sarkozy el día del discurso y le dio una lectura más mesurada y menos reactiva, provocando el enojo de su hijo Raphaël, nacido diez años después del 68, en 1979.

André trata de navegar entre las contradicciones. Nacido dentro del grupo de los “Nuevos Filósofos” franceses que abre-varon en las ideas de la izquierda anarquista y maoísta y que después se convirtieron en incómodos críticos de la represión soviética, decidió sumarse al grupo de Sarkozy por el significado del cambio y mucho más allá del 68. Glucksmann arribó con una biografía política crítica: Discurso de la guerra, La cocine-ra y el devorador de hombres, éste último publicado en español por Monte Ávila Editores en 1976. Ahí lanzaba un alegato con-tra la represión soviética siguiendo los pasos de David Rousset en 1951 denunciando los campos de concentración soviéticos contra disidentes. En aquellos años los Nuevos Filósofos fueron tachados de derechistas. Sin embargo, su objetivo era superar militancias y enfoques parciales y establecer una nueva crítica al poder. También: hacia la subversión del trabajo intelectual (edito-rial Era 1976).

En su libro Mayo del 68 como un alegato para Sarkozy, Glucksmann trata de superar la recriminación de su hijo. “Para-fraseando a Nietzsche diría que mayo del 68 fue un acto dema-siado grande para quienes lo llevaron a cabo”. Esta frase es, más bien, una definición: en efecto, el movimiento del 68 en Francia y México despertó expectativas que los estudiantes no pudieron atender, que buscaron el apoyo de la clase obrera y no lo obtu-vieron, que se perdieron en liderazgos dispersos, tumultuarios y asambleístas y que inevitablemente condujeron en las calles a la

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represión. La revolución de mayo no tuvo revolucionarios a la al-tura. Al final, Glucksmann revela en su último libro la dimensión del desafío: una revolución es demasiado seria como para dejarlo en manos de los revolucionarios. Un movimiento callejero no con-dujo a una revolución.

“Se ha entablado una batalla de ideas y sentimientos que ha llegado hasta 2007 y probablemente se prolongue: nosotros somos productos, agentes, herederos. Un consejo para los nostálgicos de su juventud perdida, para sus hijos románticos a los que les duele vivir: dejen de hacer de Mayo del 68 un fetiche o de adjudicarse la paternidad de todos los vicios. El acontecimiento trajo consigo tanta energía e impulso como mezquindad y abandono. No todas las hadas que se reunieron alrededor de la cuna del recién nacido eran benévolas. Cuarenta años más tarde hay que reexaminarlas sin canonización retrospectiva ni exorcismo póstumo, a riesgo de reconocer bajo los disfraces de hoy los desafíos de siempre”.

Cohn-Bendit fue uno de los principales líderes carismáti-cos del Mayo francés, conocido como Danny el Rojo. En 1969 la editorial Era publicó el libro La rebelión estudiantil, una serie de textos, entrevistas y documentos de Danny y otros dirigentes estudiantiles. El esfuerzo del análisis quiere llegar a conclusiones radicales sobre la revolución, pero al final siempre prevaleció el desorden estudiantil como parte de la propuesta: el desorden ju-venil contra el orden del stablishment. En 1987 Danny realizó un viaje por el mundo para entrevistar a dirigentes de la disidencia juvenil y publicó el libro La revolución y nosotros que la quisimos

tanto. Ahí se pasa revista más bien a lo que no fue el movimiento de protesta estudiantil: una propuesta alternativa al modelo con-servador de De Gaulle.

En el 2008, Danny —líder de los verdes en el Parlamento Europeo— acaba de circular el libro Olvídense del 68, bajo un argumento similar al de Glucksmann: “fue algo absurdo aunque sirvió para roturar el mundo”.

El problema del 68 fue su cruzamiento con otro movimiento de protesta pasivo: el hippie. Se trataba de una propuesta de aislamiento de la realidad, de consumo de drogas alucinógenas y de no violencia. Mientras los estudiantes querían hacer la re-volución para cambiar el mundo y se enfrentaban a la policía, los hippies se sentaban en las calles, aceptaban pasivamente la represión y buscaban sólo un espacio aparte de la realidad.

El Mayo francés quedó en el limbo. No buscó la democrati-zación como en México y su sistema priísta autoritario, sino que quiso hacer la revolución sin obreros y sin Partido Comunista. De Gaulle, el héroe de la segunda guerra mundial y el líder que redujo al colaboracionista Petain a una expresión de traición, fue sometido a la presión de la protesta juvenil sin coherencia. De Gaulle se enfrentó solo a la crisis. André Malraux, el también héroe legendario del socialismo y autor de novelas magistrales sobre la revolución china de Mao, era entonces ministro de Cul-tura de De Gaulle y había sentado las bases de lo que después sería el Estado cultural que acotó el papel activo de los intelec-tuales: la crítica dentro del Estado.

La crisis política del Mayo francés desbordó a todos. En su libro Huéspedes de paso, Malraux describe que en la insurrec-ción del lunes 6 de mayo estaba en su despacho conversando con Max Torres, un compañero de lucha en la guerra civil española. Mientras hablaban de esa lucha, de los jóvenes, de la filosofía y de la rebeldía, al despacho de Malraux iban lle-gando los cables informándole el avance de la lucha estudian-til. El propio escritor recuerda, con ironía, aquella escena real de la huelga general en China que precedió a la revolución de Mao. Y así comienza su novela Los conquistadores: “se ha decretado la huelga general en Cantón”. Los télex informan del agudizamiento de la lucha en las calles francesas, la revo-lución de los adoquines avanzaba. Malraux recuerda también el alzamiento en Argelia. Malraux le pregunta a su amigo si conoció a Simone Weil, filósofa judía. “Te habría enseñado que el propósito de la filosofía es sin duda el conocimiento, pero también la sabiduría. No la razón”.

Las informaciones abruman a Malraux. El escritor cru-za los datos con su propia experiencia: España, Argelia, China, revoluciones todas. Las cifras de heridos: hacia media tarde le informan que van trescientos. “Con este tipo de calma llegaremos a tres mil”. Sigue su conversación con Max Torres: la realidad revolucionaria de ambas con el caos francés también vestido de revolucionario., Malraux se siente abrumado, desbordado. Es hombre del gobierno impugnado de De Gaulle, pero no quiere perder sus refe-rentes personales. Analiza la crisis estudiantil, el alejamien-to del Partido Comunista, la aventura juvenil.

Max Torres reflexiona desde su marginación. El Partido Comunista Español lo ve con desconfianza. La revolución, dice, es otra cosa. “Los estudiantes no sueñan con la revo-lución; sueñan con sublevaciones populares. Por supuesto, como en España. O en California, o en Holanda, ¡en to-dos los países! Una buena mezcla de nihilismo y festividad.

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Malraux centra el asunto en Francia, en el momento político. Cuatrocientos cincuenta heridos, le informan. Dice Malraux: “como dicen en el Partido Comunista, el único resultado con-creto de estos fuegos artificiales en el terreno político será apoyar al señor Mitterrand y a sus políticos contra el general De Gaulle. Y si fracasan, echar a los electores en los brazos del gaullismo de derecha. Es decir, hacer el amor a la vista de todos esos grupos de seis para llegar al presidente del Senado. Quien se desembarazará de los comunistas como de costumbre.

Malraux tuvo razón. En 1969 De Gaulle renuncia después de perder el referéndum para buscar mayor fortaleza. Le suce-dió Georges Pompidou, una posición del gaullismo. La izquier-da llegaría al poder hasta 1981 pero gobernaría con decisiones económicas de la derecha. De 1981 a 1995, dos periodos cons-titucionales de siete años, el 68 fue una sombra incómoda, casi imperceptible. A lo largo de los siguientes diez años el 68 siguió en la semiclandestinidad. En el 2007 saltó a la palestra con el discurso de Sarkozy y los libros de Glucksmann y Cohn-Bendit.

V

El 68 mexicano ha naufragado como el francés. Los líderes de entonces fueron a la cárcel, salieron perdonados, algunos entraron al gobierno, otros quedaron en la disidencia, la lección política quedó reducida al problema judicial de represión. En 1978 fue legaliza-do el Partido Comunista. En 1988 hubo una ruptura en el PRI y Cuauhtémoc Cárdenas sacudió el proceso electoral. En el 2000 Vicente Fox asumió el compromiso de atender el 68 desde el enfo-que penal contra los políticos acusados de la represión y creó una fiscalía especial que indició a Luis Echeverría y otros colaboradores. El proceso penal se torció por las leyes que paradójicamente había inventado el PRI justamente para protegerse. En el 2008, a cuarenta años de Tlatelolco, el país aún busca una explicación. Sí, Echeverría era el secretario de Gobernación. Sí, Díaz Ordaz fue el responsable. ¿Pero la represión fue una decisión personal o de Estado? ¿Fueron los gobernantes o el sistema? Salvador Hernández, desde la izquier-da, concluyó que el movimiento fue contra el PRI.

En 1978 el sociólogo Sergio Zermeño emprendió el primer intento de racionalización del 68: México: una democracia utópi-ca. El movimiento estudiantil de 1968 (editorial Siglo XXI). Parte del desconcierto. Lo dice el primer párrafo de su introducción: “en 1968 los estudiantes emprendimos una lucha. Nuestros ob-jetivos eran tan obvios como inciertos. Sabíamos contra quién y contra qué dirigir nuestra cólera. Habíamos sido golpeados in-justificadamente por la policía como tantos otros, vivíamos bajo un régimen en el que las decisiones eran tomadas por el Estado y sus vastas extensiones y luchábamos contra la prepotencia”.

Sí, en efecto, el 68 abrió el camino de la democratización. Pero los historiadores políticos aún no alcanzan a aclarar si por derivación directa o por decisión del propio sistema político priísta al haber ago-tado en Tlatelolco el camino de la represión. Vendría un interregno: a la radicalización armada de la lucha política correspondió la radica-lización criminal del Estado. Hubo muchos tlatelolcazos intermedios, represiones violentas del Estado contra la guerrilla. En 1982 se rom-pió la complicidad de la sangre y la represión que había dominado al sistema priísta desde 1928. Los tecnócratas estaban lejos del 68 y su prioridad era la estabilidad financiera. La reforma política de 1978 lle-

vó en 1983 a la libertad electoral municipal y el PRI comenzó a per-der posiciones. En 1989, derivado del cuestionado proceso electoral de 1988, el PRI entregó la gubernatura de Baja California. Y ante la presión callejera de la izquierda ex priísta y ex comunista, los gobier-nos priístas cedieron otras posiciones de poder. El asesinato de Luis Donaldo Colosio en marzo de 1993 volvió a romper la continuidad. Y Zedillo comprometió la democratización electoral presidencial para estabilizar la crisis devaluatoria de 1994-1995.

En el 2000 se dio la alternancia partidista en la presidencia de la república con el PAN que no había participado en el 68 y que, al contrario, estaba en el Congreso como minoría pero sin alzar su voz de protesta. Como decía la maldición de Malraux, en México ocurrió lo mismo: la izquierda no aprovechó el 68 y el voto se fue al priísmo de derecha: Echeverría no encontró oposición, el PRI ganó hasta 1994 y el voto buscó la alternancia a la derecha. En ese largo periodo de treinta y dos años, de 1968 a 2000, el país vivió cinco elecciones presidenciales dentro de la institucionalidad, padeció la peor de las crisis económicas y vio con pasmo el fin histórico del PRI como gobierno de la revolución mexicana.

La izquierda tuvo una mutación circular: comenzó desde el marxismo insurreccional del 68 contra el PRI y terminó bajo el liderazgo de los priístas que estaban en el PRI en el 68. Del mar-xismo del PCM se llegó a la revolución mexicana del PRD. Los luchadores del 68 se dedicaron a tratar de encarcelar a los respon-sables de la represión, pero sin producir un proyecto político, un acuerdo ideológico y una correlación de fuerzas sociales derivada del 68. Las universidades aprovecharon la autonomía para aislarse de la realidad y abandonaron la revolución educativa que exigía Revueltas para convertirlas en centros productivos con sindicatos tradicionalistas. Los jóvenes radicalizaron la lucha y confundieron los adversarios: jóvenes radicales estimulados por grupos priístas lograron el derrocamiento de Pablo González Casanova como rec-tor. El gobierno priísta recuperó la UNAM y la volvió a perder en la lucha contra el aumento en las cuotas de inscripción en 1987. En 1999 enfrentó una huelga por el segundo intento de aumentar cuotas y la policía volvió a recuperar Ciudad Universitaria.

La izquierda aprovechó el debilitamiento político del gobier-no y del PRI. Zedillo envió a Juan Ramón de la Fuente a la rec-toría en el 2000 para estabilizar la universidad y éste pactó con el PRD ante la pasividad del PRI y del PAN. Hoy la universidad quedó en manos del PRD priísta, ajeno al 68.

A lo largo de cuarenta años, el 68 ha sido una referencia y una lucha judicial. De no ser por los razonamientos de Revueltas sobre la revolución educativa y de algunos pronunciamientos del PCM para ir más allá de la protesta juvenil, el pliego petitorio fue una propuesta de resistencia que produjo una democratiza-ción en cámara lenta. Pero a la distancia se percibe que la demo-cratización no fue producto directo del 68 sino una decisión de la clase política priísta para extender su dominio sin oposiciones conflictivas: la reforma política de 1978 atendió la presión de la guerrilla y eludió mayores represiones, la democratización elec-toral municipal de 1983 logró un acuerdo con el PAN por la presión de los Estados Unidos, la cesión de gubernaturas facilitó la gobernabilidad de Salinas después del fraude electoral de 1988 y la alternancia del 200 fue hija de la ruptura de la continuidad en 1994 por el asesinato de Colosio y de nueva cuenta la presión de Washington.

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Por Carlos Ramírez

Un rector que no quiso negociar

La responsabilidad de Barros Sierra en la derrota del movimiento del 68

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PresentaciónEste año el movimiento estudiantil de 1968 cumple 50 años, motivo por el cual Indicador Político ofrece a sus lectores una serie de materiales de análisis acerca de dicha coyuntura histó-rica. En una entrega anterior presentamos los discursos de Por-firio Muñoz Ledo en 1969 en defensa de Gustavo Díaz Ordaz, para ahora presentar una revisión de lo que hizo el rector de la UNAM, Javier Barros Sierra, en los meses cruciales del movi-miento. En la sección de eBooks de nuestro portal puede descar-gar el documento completo. Nota del editor.

Introducción

A cuarenta y seis años de los acontecimientos estudiantiles de julio-diciembre de 1968, las lecturas han sido consistentes en dos enfoques dominantes: desde la rebelión de las masas ante prácticas autoritarias del Estado y desde la crisis del sistema político priísta. Aquí ensayaremos un nuevo enfoque:

El movimiento estudiantil de 1968 desde la teoría de las élites, y de manera especial desde la relación dialéctica Gustavo Díaz Ordaz-Javier Barros Sierra en el contexto de las sucesiones presidenciales de 1964 y 1970 y cómo los dos desatendieron las responsabilidades de Estado para encarar el conflicto de los estudiantes con pasiones personales.

Por demás está señalar que este enfoque no excluye el contex-to social, histórico, político y sobre todo sistémico. En todo caso, aquí haremos énfasis en los comportamientos personales de las dos figuras dominantes en el conflicto: el presidente de la república y el rector de la Universidad Nacional Autónoma de México. Al final de cuentas, los dos surgieron de las entrañas del mismo sistema político priísta y del mismo grupo político, los dos tuvieron carreras dentro de la burocracia pública y los dos quedaron atrapados ciertamente en las contradicciones del sistema.

La UNAM en el sistema político priísta Fundada formalmente en 1910 por Justo Sierra como secretario

de Instrucción Pública del gobierno del presidente Porfirio Díaz —aunque con antecedentes en la colonia vía la Universidad Pontificia desde 1551—, la UNAM se asumió como la más importante uni-versidad pública de la re- pública después de la Revolución Mexi-cana. En 1929, luego de una lucha promovida por los estudiantes vasconcelistas que perdieron con la derrota presidencial de José Vas-concelos, la UNAM entró en una dinámica de conflictos.

La ley orgánica de la Universidad de 1929 construyó equilibrios inter- nos que sobrevivieron hasta la grave crisis 1944-1945 en que la casa de estudios tuvo siete rectores en dos años. La disputa entre profesiones se instaló en la UNAM y prevalece hasta la fecha como cotos de poder. Los acuerdos de 1945 duraron hasta la caída del rector Ignacio Chávez en 1966 promovida por grupos priístas en la Facultad dominante en ese entonces: la de Derecho. En el periodo 1945-1966 la Universidad logró un cierto grado de institucionali-zación interna, pero siempre con periodos de inestabilidad y con el reconocimiento a grupos de poder en facultades.

La UNAM tuvo un sobresalto en la definición de su programa de estudios como resultado de la polémica Alfonso Caso-Vicente Lom-bardo Toledano sobre la orientación ideológica de la casa de estu-dios. En 1933- 1935 los dos intelectuales discutieron si el programa

educativo debía ser universalista o marxista, pero en el contexto de la reforma constitucional de 1934, apenas arrancado el gobierno del presidente Lázaro Cárdenas, de la educación socialista. La UNAM optó por el universalismo pero el marxismo se asentó con fuerza.

En el escenario histórico, la UNAM se convirtió en el espacio de capacitación de los cuadros profesionales que exigían los diferentes modelos de desarrollo nacionales. El Estado se abría a los centros de educación superior para captar y capacitar sus recursos humanos: el Politécnico, la Universidad Nacional y las universidades públicas en los estados. Su función se facilitaba con la existencia de un Estado rector del desarrollo en función de programas nacionalistas. El nacionalismo apareció como la esencia de la cultura política dominante del PRI.

La configuración del sistema político se dio en torno a cinco variables, con efectos en la UNAM:

• El presidente de la república. • El Partido Revolucionario Institucional. • El PIB con política social. • Los acuerdos y entendimientos con los sectores invisibles

del sistema (ejército, empresarios, estudiantes, iglesia católica, medios de comunicación e intelectuales).

• Y la cultura política. Los dos primeros fueron detectados por Daniel Cosío Villegas

en su ensayo El sistema político mexicano, armado en 1971 desde un análisis histórico y de élite “análisis de periodismo ilustrado”, lo calificó el politólogo Manuel Camacho Solís. Los tres restantes han sido profundizados desde diferentes perspectivas y ya sobre la teoría de los sistemas políticos que creó David Easton en 1951 con su largo ensayo The political system.

El quinto pilar abarcaba la cultura política pero también la edu-cación. En una encuesta sobre cultura cívica realizada en México y en otros países por Gabriel Almond y Sidney Barba apareció la cultura política como un mecanismo de cohesión social y de domi-nación ideológica, asumiendo a la Revolución Mexicana como un aparato althuseriano de control ideológico de las élites gobernantes.

La crisis en la relación Universidad-Estado ocurrió en un triple terreno: cuando el modelo de desarrollo pasó de estatista a mix-to con hegemonía privada, cuando el Estado comenzó por tanto a abrirse a egresados de universidades privadas y cuando la ideología revolucionaria dejó de tener vigencia en la construcción de consen-sos. La modernización social con nuevas clases —sobre todo una clase media demandante— avejentó el modelo ideológico de las Revolución Mexicana. En el 68 estalló una triple crisis: de relación del Estado con los egresados de la UNAM, de ruptura generacional cultural por el agotamiento del modelo cultural ideologizante de la Revolución Mexicana y de exigencia de recursos humanos más técnicos que sociales.

Díaz Ordaz y la UNAM

Formado en la Universidad Autónoma de Puebla, Díaz Ordaz tenía una opinión muy crítica de los estudiantes: se preparaban para la disputa ideo- lógica pero no para la producción. Diputado (1943-1946), senador (1946-1952), director jurídico de la Secre-taría de Gobernación (1953-1956), oficial mayor (1956-1958) y secretario de Gobernación (1958-1964), Díaz Ordaz destacó como un perro guardián del sistema en el modelo Paul Nizan: defensor del establishment ante los acosos intelectuales y culturales.

En Gobernación, a Díaz Ordaz le tocó manejar la crisis en el Instituto Politécnico Nacional en 1956 y la larga crisis del sindica-to magisterial 1952-1956. En ambos casos, estableció una relación

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orgánica con un equipo que duró hasta 1970: como oficial mayor de Gobernación trabajó hombro con hombro con el entonces ofi-cial mayor de las Secretaría de Educación Pública, Luis Echeverría Álvarez, estableciendo una vinculación de complicidad que se com-pletó con el encargado de la oficina de seguridad política del Estado: Fernando Gutiérrez Barrios, entonces jefe de control político de la Dirección Federal de Seguridad. Como presidente de la república, Díaz Ordaz hubo de lidiar con la ocupación militar de la Universi-dad Nicolaíta de Michoacán y de la Universidad de Sonora en 1967.

Para entender la lógica autoritaria de Díaz Ordaz hay que re-gistrar que en las crisis en el IPN, Michoacán y Sonora intervino el ejército por de- cisión del secretario de Gobernación y sin nece-sidad de consultarla con el presidente López Mateos, un dato que habría que incluir en el uso del ejército en 1968 por el secretario de Gobernación, Echeverría, y el jefe del Departamento del Distrito Federal, general y licenciado Alfonso Corona del Rosal, mientras el presidente Díaz Ordaz estaba de gira por Jalisco.

Según Díaz Ordaz, hombre de dureza en opiniones y mano autoritaria, los estudiantes debían de estudiar. De ahí la respuesta militar a crisis estudiantiles.

Como secretario de Gobernación del presidente López Ma-teos, a Díaz Ordaz le tocó supervisar —que era la forma de ob-servar con manejo de hilos de poder— el funcionamiento político de la UNAM, con una población que se acercaba a cien mil estu-diantes. Aunque el gobierno le dejaba autonomía a la UNAM en la designación de rectores descansando más en la lógica sistémica por la presencia de priístas en los órganos de gobierno, el sistema presidencialista contaba con instrumentos de supervisión y correc-ción. Desde Bucareli Díaz Ordaz observó los rectorados de Nabor Carrillo Flores (1953-1961) e Ignacio Chávez (1961-1966), los dos académicos con posiciones en el sector público, pero lo hizo con los mecanismos autoritarios del sistema.

Como presidente de la república le tocó a Díaz Ordaz el final del primer periodo de Chávez en 1964, su reelección en 1965 y su renuncia forzada en 1966. La primera designación de Chávez en enero de 1961 tuvo hilos de operación política desde Gobernación, con Díaz Ordaz como secretario y Luis Echeverría Álvarez como subsecretario. Una historia escrita apareció en la Gaceta UNAM del 2004: la Junta de Gobierno de la Universidad estaba formada por personajes ilustres de la educación y la academia, pero todos ellos de militancia priísta y en algún momento en el sector público priísta. Uno de los personajes que condujo la sesión fue el Dr. Gustavo Baz, eminente en la UNAM pero político priísta: era en ese momento por segunda ocasión gobernador del Estado de México y pieza clave del mexiquense López Mateos; por tanto, la Gaceta lo identificó como “vocero del presidente de la república” en la Junta de Gobier-no. Así, Chávez tenía la aprobación de López Mateos.

La misma Gaceta de la UNAM recuerda “la hostilidad de Díaz Ordaz” con el rector Chávez. Si Díaz Ordaz se había disciplinado en 1961 como secretario de Gobernación a los deseos de López Mateos de llevar a Chávez a la rectoría, ya como presidente de la república mantuvo una relación hosca y hasta verbalmente agresiva. La le-yenda urbana recuerda a Díaz Ordaz como un político práctico y autoritario, con una alta dosis de antiintelectualismo. Funcionarios del gobierno diazordacista encendieron la crisis primero en la Es-cuela de Economía y luego en la Facultad de derecho, identificando al vocero presidencial Francisco Galindo Ochoa en la primera y a juniors priístas en la segunda.

En una ocasión Díaz Ordaz recibió en Palacio Nacional al rector Chávez y le preguntó por su dolor de cabeza, a lo que el

rector le respondió: “no es nada en comparación con la jaqueca que tendrá el gobierno si no atiende los problemas de los jóvenes”. En otra ocasión, contó el banquero Carlos Abedrop Dávila, un grupo de empresarios le dijo a Díaz Ordaz que el problema universitario no tenía importancia, a lo que el presidente respondió que “es algo muy serio y difícil; a ver si ese sabio doctor Chávez lo resuelve”.

La crisis de 1966 que derrocó a Chávez y encumbró en la rec-toría a Javier Barros Sierra determinó la relación de la UNAM con el Estado en el periodo 1966-1969. En 1965 los estudiantes pasa-ron a la ofensiva: crearon la Conferencia Nacional de Estudiantes Democráticos —de fuerte contenido comunista— y en septiembre un grupo de universitarios asaltó el cuartel militar de Madera, Chi-huahua, para emular la hazaña de Fidel Castro al asaltar el cuartel Moncada como el itinerario de la Revolución Cubana triunfante. En enero de 1966 se realizó en La Habana, Cuba, la Conferencia Tricontinental contra los Estados Unidos, con apoyo mexicano.

En febrero grupos estudiantiles de juniors priístas, comandados por Leopoldo Sánchez Duarte, hijo del veterano político diazorda-cista Leopoldo Sánchez Celis, gobernador de Sinaloa en el periodo 1963-1967 como posición de Díaz Ordaz; el junior priísta organizó una ofensiva para hacer renunciar a César Sepúlveda como director de la Facultad de Derecho, menos de dos meses antes de terminar su periodo, pero obstaculizando su reelección. Los estudiantes pre-sionaron a Chávez. En marzo expulsaron de la Facultad de Derecho a Sánchez Duarte y a Espiridión Payán, la Asociación Nacional de Estudiantes de Derecho los apoyó y el 14 de marzo los estudiantes estallaron la huelga en Derecho.

La crisis que llevó a la renuncia de Chávez estalló en abril de 1966, provocada por grupos priístas de la Facultad de Derecho, sobre todo del Grupo Sinaloa comandado por Sánchez Duarte. En abril se eligió un comité directivo de la CNED y ahí apareció Sánchez Duarte y Rafael Aguilar Talamantes como presidente del consejo de vigilancia; los dirigentes eran priístas pero aliados a los comunistas. El 29 de abril, luego de una irrupción violenta de paristas en la torre de rectoría y en la oficina del rector y tras largas horas de angustia, Chávez renunció. En ese momento el liderazgo estudiantil estaba en manos del recientemente creado Consejo Estudiantil Universitario (CEU) con una agenda de toma de control político de la UNAM.

El 5 de mayo designaron rector a Javier Barros Sierra para el periodo 1966-1969.

Barros Sierra, Díaz Ordaz y la sucesión presidencial de 1964

El ingeniero Javier Barros Sierra se había forjado en la UNAM como director de la Facultad de Ingeniería a mediados de los años cincuenta. Ahí participó en la creación del consorcio Ingenieros Ci-viles Asociados, una organización de ingenieros dedicados a la obra pública concesionada. El sistema político le otorgó grandes contra-tos como apoyo por su formación universitaria. Ahí Barros Sierra entabló relaciones políticas con las élites del poder priísta institu-cional. López Mateos lo designó director del Instituto Mexicano del Petróleo pero duró apenas unos meses porque en diciembre de 1958 fue nombrado secretario de Comunicaciones y Obras Públicas del gabinete presidencial con la tarea de separar las dependencias y que-darse él solamente con Obras Públicas por su experiencia como

ingeniero y en ICA. En el gabinete de López Mateos funcionaba el secretario de Gobernación como el coordinador político o jefe de gabinete, con la total confianza del presidente de la república, quien se refería al poblano cariñosamente como “Gustavito”. Los dos habían

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sido senadores (1946-1952) bajo la presidencia de Miguel Alemán. Por su carácter y su cercanía personal a López Mateos, los secretarios del gabinete sufrieron en su trato ríspido con Díaz Ordaz. Barros Sierra fue uno de ellos, porque también tenía el afecto del presidente de la república aunque él mismo no era político sino técnico y humanista.

Los dos chocaban porque Barrios Sierra se consideraba un uni-versitario como condición intelectual y Díaz Ordaz se asumía como un político forja- do en la práctica, además cargaba con resenti-miento haber egresado de una universidad de provincia y no per-tenecer a la alcurnia de la UNAM. En su perfil de Díaz Ordaz, el periodista José Cabrera Parra cuenta tres anécdotas:

En una ocasión se encontraron Díaz Ordaz y Barros Sierra al cruzar una puerta y el primero, con cortesía fingida, le hizo una broma cargada de ironía: “primero los sabios”, a lo que Barros Sierra contestó: “primero los resabios”.

En otra ocasión, Barros Sierra supervisaba la construcción de ca-rrete- ras y cuando decían que López Mateos ya había decidido como sucesor a Díaz Ordaz, el secretario de Obras Públicas dijo que iba a cambiar el letrero de “poblado próximo” por el de “poblano próximo”.

Y cuando le preguntaron a Barros Sierra su opinión sobre la candi-datura de Díaz Ordaz, el aún secretario de Obras Públicas respondió: “de aquí en adelante todos tendremos que hablar de dientes para fuera”.

Las relaciones entre Díaz Ordaz y Barros Sierra entraron en una zona complicada con la sucesión presidencial de 1964, resuelta en 1963. A pesar de su preferencia por “Gustavito”, López Mateos jugó con las expectativas y en los medios metieron a Barrios Sierra como precandidato. En 1959, por ejemplo, Barrios Sierra fue el orador oficial en la ceremonia del 16 de septiembre en nombre de los tres poderes de la unión —como se acostumbraba en el sistema político priísta que centralizaba en la figura presidencial a los poderes legis-lativo y judicial—, lo que lo colocó en la pasarela del primer círculo del poder político.

La sucesión presidencial de 1964 tuvo siempre a Díaz Ordaz en la punta de las preferencias, pero el presidente López Mateos manejó otros funcionarios como parte de las reglas del sistema po-lítico priísta para el reparto de espacios de poder. Por ello buscaron el favor presidencial Antonio Ortiz Mena, secretario de Hacienda, Raúl Salinas Lozano, secretario de Economía-Industria y Comercio, el jefe del DDGF Ernesto P. Uruchurtu, el secretario de la Presiden-cia, Donato Miranda Fonseca, y el líder del senado Manuel Moreno Sánchez, además de Barros Sierra.

De hecho, mientras los demás esperaban señales del presidente López Mateos, el choque político más fuerte se dio entre Díaz Or-daz y Miranda Fonseca. El secretario particular del presidente López Mateos, Humberto Romero Pérez, fue un ariete contra Díaz Ordaz. Pero el diazordacismo tenía un equipo bastante eficaz que llegó a 1968 y hasta 1970: Gutiérrez Barrios en la Federal de Seguridad y por tanto la información política, Alfonso Corona del Rosal como presidente del PRI en el destape de 1963 y la operación de la cam-paña, Luis Echeverría Álvarez como un perro político de caza como subsecretario de Gobernación.

A pesar de que la sucesión de 1963-1964 enfrentó a Díaz Ordaz con Barros Sierra, de manera no explicada el presidente Díaz Ordaz permitió el nombramiento de Barros Sierra como rector en mayo de 1966. Los datos revelan, en todo caso, el hecho de que la UNAM se enfilaba hacia un colapso político por la presencia de la ultraderecha católica, el PAN, el PRI y el Partido Comunista Mexicano, además de grupos estudiantiles simpatizantes y promotores de la guerrilla. En este contexto, Barros Sierra llegaba a la UNAM proveniente del sistema político priísta en su rango más alto —el gabinete presi-

dencial— y entendía la lógica sistémica como para apaciguar a los universitarios siendo un rector salido de la propia universidad.

La crisis del 68

Con el obturador abierto, la crisis política estudiantil de 1968 no nació por generación espontánea, ni se concentró sólo en los meses julio-diciembre de ese año, ni se encontró en el camino, ni fue provo-cada por la intervención de los granaderos, ni menos aún se impuso el resentimiento del presidente Díaz Ordaz hacia la UNAM vis a vis universidades del interior de la república abandonadas por el gasto público y la federación. Un choque entre porros —grupos juveniles organizados para eventos deportivos pero proclives a la violencia, los hooligans mexicanos— llevó a una marcha para celebrar el aniversario del asalto al cuartel Moncada en Cuba. La reacción autoritaria del gobierno no midió siquiera las dimensiones del conflicto, menos sus antecedentes y desde luego que tampoco previó con- secuencias: fue una reacción típica del carácter del presidente Díaz Ordaz.

Pero para entender el 68 hay que tener un escenario más amplio: Económico: el país casi terminaba un segundo sexenio de es-

tabilidad con tasas promedio anual del PIB de 6%, inflaciones anuales de 2%, salario real positivo, política social estabilizadora, desempleo estructural y tipo de cambio fijo y libre por consecuencia del desarrollo estabilizador —control inflación-devaluación como eje—. Los problemas en el campo no eran mayores por el factor an-ticrisis de subsidios y política paternalista. Y el control obrero había resistido la organización independiente de los obreros.

Político: el país se movía en el equilibrio izquierda-derecha. La presión interna de la Revolución Cubana se estabilizaba con el pa-pel no imperialista de la política exterior mexicana y la decisión de no obedecer la consigna de la OEA y mantener las relaciones diplomáticas con La Habana. La lista de factores desestabilizadores era larga pero ninguno de ruptura: el cubanismo del general Cárde-nas, el surgimiento de la guerrilla urbana con el asalto al cuartel del municipio de Madera en Chihuahua, la guerrilla rural con Lucio Cabañas en 1967, la derecha reactivada por Cuba al grito de “cris-tianismo sí, comunismo no”, el Partido Comunista Mexicano de-rrotado en los sindicatos se refugió en las universidades públicas del interior y en la UNAM, el papel activo de la Juventud Comunista del PCM, el endurecimiento del gobierno con el uso de militares contra protestas sociales, la decisión de Díaz Ordaz en el caso del movimiento médico en 1964-1965 de no negociar con disidentes y el endurecimiento de la Secretaría de Gobernación a cargo de Luis Echeverría Álvarez. El PRI seguía ganando por el control guberna-mental de la estructura electoral y la oposición panista era leal.

Escenario internacional: La intervención estadunidense en Viet-nam se politizó y provocó movilizaciones de oposición entre los jó-venes, el mayo francés repercutió en México, la ruptura generacional aquí entró por el existencialismo francés, el hipismo estadunidense, el uso de la marihuana en las clases medias y estudiantiles, la vieja clase adulta no puenteó a las nuevas realidades, la rebeldía se convirtió en una moda, el posmodernismo liquidó la tradición heredada de la Revolución Mexicana, las olimpiadas iban a convertirse en el salto de México a la exposición internacional, los EU habían decidido no hacer esfuerzos para entender al sistema político priísta y prefirieron negociar directamente con el presidente de la república.

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La crisisde México

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Carlos Ramírez

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