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Página 1 de 40 DERECHO CIVIL II MÓDULO 1 INTRODUCCIÓN AL DERECHO PATRIMONIAL RAFAEL VERDERA

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DERECHO CIVIL II

MÓDULO 1 INTRODUCCIÓN AL

DERECHO PATRIMONIAL

RAFAEL VERDERA

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MÓDULO 1 INTRODUCCIÓN AL DERECHO PATRIMONIAL 1. LA DELIMITACIÓN DEL DERECHO PATRIMONIAL 1.1. El contenido del Derecho patrimonial. 1.2. Los principios básicos del Derecho patrimonial. 1.3. Las fuentes del Derecho patrimonial. 2. LA RELACIÓN JURÍDICA PATRIMONIAL. 2.1. Caracterización general de la relación jurídico-­patrimonial. 2.2. La contraposición entre los derechos reales y de crédito. 3. EL NEGOCIO PATRIMONIAL Y LA ATRIBUCIÓN PATRIMONIAL. 3.1. Caracterización general del negocio patrimonial. 3.2. La atribución patrimonial. 4. EL ENRIQUECIMIENTO SIN CAUSA. 4.1. Las hipótesis de enriquecimiento sin causa. 4.2. Los presupuestos del enriquecimiento sin causa. 4.3. Los efectos del enriquecimiento sin causa.

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1. LA DELIMITACIÓN DEL DERECHO PATRIMONIAL. 1.1. El contenido del Derecho patrimonial.

El Derecho tiene como finalidad básica la ordenación de las múltiples relaciones sociales que pueden establecerse entre las personas. Dentro de esas relaciones sociales, cobran, por razones obvias, especial

relevancia las que atienden a las actividades económicas. El Derecho patrimonial es aquella parte del Derecho privado que comprende las reglas y las instituciones que afectan a las actividades económicas de la persona.

La relevancia de la conexión entre las relaciones jurídicas y las relaciones económicas no puede desconocerse. Obviamente, todo sistema económico necesita que las reglas jurídicas consagren sus principios. Pero hay algo más: la propia eficiencia del sistema económico requiere de reglas jurídicas adecuadas. No suele valorarse convenientemente el coste económico que para una sociedad supone el mantenimiento de unos textos jurídicos inadecuados. Piénsese, por ejemplo, en la importancia de reglas jurídicas claras y seguras acerca de la adquisición de los bienes para facilitar su circulación. ¿Quién estaría dispuesto a pagar un precio por un bien si no se le garantiza que, como regla general, esa adquisición no va a verse afectada por ningún tipo de irregularidad? Los intercambios no siempre se realizan entre personas cuya solvencia y garantía nos resultan conocidas (porque se dispone de la información suficiente). Para poder comerciar con aquellos cuyas características personales desconocemos (es decir, cuando se trata de un intercambio impersonal) e intensificar los intercambios, es necesario establecer sistemas que garanticen el cumplimiento contractual y minimicen el riesgo de incumplimiento1.

¿Cuáles son las principales cuestiones de las que debe ocuparse el Derecho patrimonial? El Derecho patrimonial debe atender fundamentalmente a las cuestiones relativas a la asignación y la

1 Revista Crítica de Derecho Inmobiliario, 2013, pgs. 649 y ss.

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distribución de los bienes de contenido económico entre las personas. Esa asignación supone lógicamente la previsión de criterios de titularidad, uso y disfrute de los bienes económicos.

Por ejemplo, ¿se establece un sistema de titularidad exclusiva de ciertas personas, o de titularidad colectiva de ciertos bienes? ¿Pueden pertenecer a los particulares las aguas subterráneas o las playas?

Igualmente el Derecho patrimonial debe ocuparse de regular las relaciones de colaboración entre las personas, cuando afecten a bienes económicos: se trata de precisar los mecanismos de intercambio de bienes y de servicios.

Por ejemplo, ¿cómo se puede transmitir la propiedad de una finca? ¿Bajo qué condiciones, quedo obligado a ofrecer mi trabajo o mis conocimientos a otra persona?

En un planteamiento tradicional, las reglas de atribución y disfrute de los bienes, por un lado, y las reglas de circulación e intercambio, por otro, son analizadas respectivamente por el Derecho de Cosas (o

Derecho patrimonial estático) y por el Derecho de Obligaciones (o Derecho patrimonial dinámico). En el Derecho de Cosas se estudian la propiedad, los derechos sobre las cosas ajenas y el derecho inmobiliario registral. En el Derecho de Obligaciones se agrupa la teoría general de las obligaciones y de los contratos, las concretas relaciones contractuales, el Derecho de daños y la heterogénea categoría de los cuasicontratos. Este planteamiento resulta demasiado rígido, sobre todo si esa bipartición es enfocada como si se tratara de compartimentos estancos e independientes. Antes al contrario, una de las principales ventajas de la categoría del Derecho patrimonial estriba en poner de manifiesto la esencial interdependencia que existe entre esos bloques normativos. Las reglas sobre atribución y sobre circulación de los bienes y servicios presentan una sustancial unidad que no puede ser desconocida.

La conexión entre los criterios de atribución y de circulación de los bienes y servicios se constata en multiplicidad de situaciones. Veamos algunos casos: a) La propiedad y los demás derechos sobre los bienes se adquieren y se transmiten, entre otras causas, como consecuencia de ciertos contratos y de la tradición (entendida como entrega de la posesión). Así, por ejemplo, la propiedad se transmite mediante la compraventa, seguida de la entrega de la posesión (art. 609 CC). b) La titularidad de ciertos derechos reales identifica el presupuesto para el nacimiento de una serie de obligaciones. Así, por ejemplo, el usufructuario, por ostentar esa condición, asume unas obligaciones que configuran su estatuto (arts. 491 y ss. CC). c) Como consecuencia de algunas relaciones obligatorias, una de las partes ostenta la posesión de la cosa objeto del contrato. Así, por ejemplo, el arrendatario tiene derecho a usar y, lógicamente, poseer la cosa arrendada (art. 1555.2º CC).

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d) En determinadas situaciones, un derecho real se configura como accesorio de un derecho de crédito. Así, por ejemplo, la hipoteca o la prenda, como derechos reales de garantía, son accesorias del crédito garantizado (art. 1857.1º CC).

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1.2. Los principios básicos del Derecho patrimonial.

La determinación de los criterios de atribución y circulación de los bienes puede efectuarse a través de dos grandes modelos, que para simplificar pueden identificarse con el mercado y el Estado.

El mercado significa que esos criterios se obtienen en función del conjunto de las decisiones económicas de los particulares de una determinada comunidad social, expresadas a través de los mecanismos de la oferta y la demanda, y cristalizadas en un sistema de precios de los bienes y de los servicios. El Estado, a estos efectos, significa que es la autoridad política de la comunidad social, la que expresa su voluntad a través de sus órganos, mediante una serie de decisiones que se imponen a las personas. La asignación de los recursos escasos en que consiste todo sistema económico se puede producir, por tanto, sea mediante el cruce de oferta y demanda, sea mediante la planificación. Ahora bien, en la práctica todos los sistemas combinan en dosis diversas decisiones económicas efectuadas por los particulares (mercado), con decisiones económicas tomadas por los órganos del poder político (Estado). Los modelos reales son una combinación de ambas fórmulas de decisión, en la que en unas ocasiones prevalece el mercado y en otras el Estado. La opción por una u otra fórmula constituye una decisión profundamente política, que afecta al conjunto de la sociedad. Por esa razón, los textos constitucionales proporcionan los elementos básicos para la configuración de ese entramado.

Los criterios básicos de ordenación jurídica de las actividades económicas se encuentran recogidos en diversos apartados de la Constitución Española de 1978, en lo que se suele denominar

determinando los ámbitos de actuación de la iniciativa privada y los poderes públicos en cuanto a la atribución y titularidad de los bienes económicos y en cuanto a su circulación e intercambio2.

Esta noción de Constitución económica coincide en buena medida con la de orden público económico, entendido como los principios jurídicos generales que

2 LECTURA COMPLEMENTARIA: Á. Lópe

Estudios en homenaje al profesor Gregorio Peces-­Barba, 2008, vol. 1, pgs. 811 y ss.

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inspiran la organización económica de una determinada sociedad en un momento histórico, y que se menciona como límite de la autonomía privada en el art. 1255 CC, o como causa de nulidad de la sociedad en el art. 56.1.e) LSC.

a. En cuanto a la atribución de los bienes económicos, la Constitución Española reconoce el derecho de propiedad privada, en su art. 33, aun subrayando que su función social delimita su contenido. Ahora bien, igualmente el art. 128.1 CE subordina la riqueza del país al interés general;; el art. 132 CE identifica determinados bienes como especialmente protegidos: los bienes de dominio público (de los cuales los estatales son los que determine la ley y en todo caso la zona marítimo-­terrestre, las playas, el mar territorial y los recursos naturales de la zona económica y la plataforma continental) y los comunales;; y el art. 45.2 CE establece que los poderes públicos velarán por la utilización racional de todos los recursos naturales, en relación con el medio ambiente. b. En cuanto a la circulación de los bienes económicos, la Constitución Española reconoce la libertad de empresa en el marco de la economía de mercado (art. 38 CE)3. Esta norma supone no sólo la libertad de creación de empresa o la libertad de dirección de empresas, sino que implica, en combinación con el art. 10 CE, la posibilidad de que todas las personas puedan ser agentes económicos y, consecuentemente, puedan contratar con arreglo a su voluntad (libertad de contratación). Es cierto sin embargo que el propio art. 38 CE indica que los poderes públicos garantizan y protegen su ejercicio y la defensa de la productividad, de acuerdo con las exigencias de la economía general y, en su caso, de la planificación. Y, además, el art. 128.2 CE reconoce la iniciativa pública en la actividad económica y el art. 131.1 CE permite al Estado la planificación mediante ley de la actividad económica general. c. De lo expuesto se deduce que la Constitución económica ofrece elementos suficientes para adecuar la intensidad de la iniciativa privada y pública y de la titularidad privada y pública a las diferentes sensibilidades políticas de cada momento. Se trata, pues, de un claro ejemplo de la combinación del mercado y del Estado como modelos rectores de la actividad económica.

Al margen de los criterios básicos que se derivan de la Constitución económica (es decir, la atribución de los bienes económicos mediante la propiedad privada;; y el reconocimiento de la iniciativa privada y la

libertad económica), es necesario identificar otros principios que presiden la regulación de la actividad económica.

Como señala L. Díez-­Picazo, son los principios jurídicos generales que inspiran y presiden la organización económica de cada país en cada momento de su historia. Por ello no son principios inmutables, ni absolutamente permanentes:

3 LECTURA COMPLEMENTARIA: C. Paz-­ ad de

Estudios jurídicos en homenaje al profesor Luis Díez-­Picazo, vol. 4, 2002, pgs. 5971 y ss.

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son el resultado de una serie de condicionamientos derivados de factores sociales, políticos y culturales. ¿Y cuál es el alcance de estos principios? Al ser principios jurídicos, son criterios básicos para interpretar y aplicar el ordenamiento jurídico en su conjunto (art. 1.4 CC).

a. Como regla general, la actividad económica se desarrolla mediante el intercambio de bienes y servicios.

En las sociedades desarrolladas, la regla es la división del trabajo, que permite la especialización de las personas. Esa especialización no permite sin embargo que una persona obtenga todo lo necesario para su subsistencia, pero sí le permite obtener una suma de dinero que le proporciona el acceso a aquello que no puede producir por sí mismo. El mecanismo para obtener esos otros bienes y servicios y para convertir en dinero el resultado de su trabajo es el intercambio. Si no existieran los intercambios, deberíamos regresar a una situación en la que cada individuo fuera económicamente autárquico.

Como veremos al analizar el sentido económico del contrato, los acuerdos deben procurar utilidad a ambas partes, a no ser que una de ellas renuncie conscientemente a hacer valer sus propias preferencias. Por ello, las transferencias de bienes y servicios son, por lo general, intercambios, y sólo excepcionalmente tienen carácter gratuito. Esta idea se traduce en el postulado de la conmutatividad del comercio jurídico.

En otras palabras, la conmutatividad significa que, como regla, la transmisión de un bien o un servicio se hace a cambio de otro bien o servicio (por ejemplo, se transfiere la propiedad de la vivienda porque se obtiene un precio por ella;; se transfiere la propiedad de una raqueta de tenis a cambio de la propiedad de una raqueta de pádel;; se imparte una clase de pilates porque se obtiene un precio por ella;; se cede temporalmente el uso de un vehículo a cambio de un precio por la cesión). En cierta manera, es una consecuencia del egoísmo y de la racionalidad de la persona. Obviamente, que la conmutatividad sea la regla no significa que no puedan existir transferencias gratuitas, altruistas o desinteresadas: por ejemplo, el juguete que el abuelo regala a su nieto el día de su cumpleaños;; la aportación periódica que se efectúa a una ONG;; la colaboración como abogado en una asociación de ayuda al inmigrante.

De esta conmutatividad derivan una serie de criterios adicionales: a) Todo desplazamiento patrimonial debe estar fundado en una razón o causa que el ordenamiento considere suficiente para fundamentarlo. La causa puede ser gratuita u onerosa, pero, si no existe esa causa, como veremos, se produce un enriquecimiento injustificado.

b) Aunque el Código Civil constata la inexistencia de un precio objetivamente justo y excluye la rescisión por lesión como remedio general (art. 1293 CC), el intercambio de bienes y servicios debe procurar un cierto equilibrio entre las prestaciones. Esta idea de equilibrio entre las prestaciones sólo aparece recogida tímidamente en el art. 1289 CC, pero, sin embargo, constituye el fundamento en el que se sustenta la relevancia jurisprudencial de la modificación sobrevenida de las

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de la doctrina de la base del negocio. El equilibrio de las prestaciones tiene una transcendencia mayor en el ámbito de las relaciones en que intervienen consumidores y usuarios. Conforme al art. 80.1 TRLGDCU, se requiere que en los contratos con consumidores y usuarios que utilicen cláusulas no negociadas individualmente, concurra, entre otras

Y, por e considerarán cláusulas abusivas todas

aquellas estipulaciones no negociadas individualmente y todas aquéllas prácticas no consentidas expresamente que, en contra de las exigencias de la buena fe causen, en perjuicio del consumidor y usuario, un desequilibrio importante de los derechos y obligaciones de las partes que se deriven del contrato . Como veremos al analizar la ineficacia del contrato, en los Derechos civiles autonómicos (en concreto, el catalán y el navarro) la exigencia de un precio justo y, por consiguiente, la rescisión por lesión, tiene un alcance distinto al del Código Civil.

c) Las atribuciones gratuitas se someten a unas reglas especialmente rigurosas, en protección de quien se empobrece sin obtener nada a cambio. El paradigma es la donación donde se establecen limitaciones a la capacidad para donar (art. 624 CC), reglas formales más rigurosas (arts. 632 y 633 CC) o restricciones en cuanto a los bienes que pueden donarse (arts. 634 y 635 CC).

b. Otro principio rector de las relaciones económicas es el principio de buena fe, que aparece recogido con carácter general en el art. 7.1 CC y, en el ámbito contractual, en el art. 1258 CC.

Ciertamente la expresión buena fe acoge varios sentidos, relacionados entre sí, pero no coincidentes: como creencia, nacida de un error excusable, de que la conducta no va contra Derecho;; como confianza en una situación jurídica objetiva;; o como rectitud y honradez en las relaciones. En la Propuesta de Reglamento del Parlamento Europeo y del Consejo, relativo a una normativa común de compraventa europea, se entiende por buena fe contractual una norma de conducta caracterizada por la honradez, la franqueza y la consideración de los intereses de la otra parte de la transacción o de la relación

[art. 2.b)]. La buena fe constituye una cláusula general que debe ser concretada en cada situación, y, en última instancia, por la valoración judicial. Esta cláusula permite, entre otras funciones, introducir elementos de moralización en los negocios patrimoniales, de acuerdo con los criterios vigentes de justicia. En la misma línea, se encuentra la previsión de la moral como límite de la autonomía privada (art. 1255 CC) o los requisitos que debe cumplir la causa del contrato (art. 1275 CC). La relevancia de la buena fe se constata también en la delimitación de la

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comportamiento que resulte objetivamente contrario a las exigencias de la D).

¿Cuáles son las funciones que puede desarrollar la buena fe? El art. 7.1. CC permite proyectar la buena fe en planos distintos: -­ como límite de los derechos subjetivos (de la que son manifestación, por ejemplo, la prohibición del abuso de derecho, l

especialmente retrasadas o el abuso de la acción de nulidad por motivos formales). En este sentido, la buena fe impone al titular de un derecho un ejercicio conforme con las pautas de la lealtad y de la confianza que el sujeto pasivo del derecho puede razonablemente pretender o esperar.

cuando el comportamiento de una persona crea en otro individuo una razonable, objetiva y fundada confianza en que el derecho no será ejercitado, o sólo lo será de determinada forma, debe mantener una conducta coherente con ese comportamiento previo. En la STS de 24 de julio de 2013 se condenó a la demandada a abonar a la demandante una suma de dinero porque se consideró, entre otras razones, que el pago de algunas facturas impedía luego, por aplicación de la doctrina de los actos propios, negarse a pagar el resto de facturas. El Tribunal Supremo pondera ése y otros elementos para afirmar que

contradicción, contraria a la buena fe, entre la conducta de la demandada mientras la demandante le prestaba los servicios contratados y su posterior oposición al pago del precio de tales servicios, apta para defraudar las legítimas expectativas de la actora y la confianza que la misma había depositado en la

-­ como fuente de especiales deberes de conducta entre las partes de una relación jurídica (de la que son manifestación los arts. 1258 CC y 57 CCom). No pueden establecerse de forma general y previa cuáles son esos deberes derivados de la buena fe que surgen entre las partes de una relación jurídica.

Manifestaciones de estos deberes pueden ser la asunción de deberes accesorios (por ejemplo, entrega de cables de conexión especial para el ordenador);; la concreción del modo de cumplimiento de la prestación principal;; el suministro de información;; los deberes de protección (para impedir que la vida o la integridad física de la otra parte se vean afectadas: por ejemplo, instalación de barandillas en las escaleras de acceso al establecimiento);; la colaboración para que la prestación sea útil (por ejemplo, proporcionando instrucciones o indicaciones para el buen uso de las máquinas);; o el deber del acreedor de facilitar el cumplimiento del deudor. La STS de 27 de junio de 2013 rechaza que un mediador pueda reclamar las liquidaciones pendientes por comisiones devengadas si, después de la perfección de los contratos de compraventa en diversas promociones inmobiliarias, colabora con los compradores para la resolución de los mismos contratos frente al promotor 1ª) El argumento de que la conducta de la mediadora no fue contraria a la buena fe por ser posterior al agotamiento de su prestación y no encontrarse expresamente prohibida en el contrato no puede aceptarse porque la regla del art. 1091 CC tiene su complemento en la regla 2ª) Según

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la jurisprudencia, la buena fe a que se refiere el art. 1258 CC se proyecta sobre lealtades y fidelidades recíprocas, siendo su elemento fundamental la protección de la confianza (SSTS 7-­12-­2009 y 29-­2-­2000) y exigiendo el cumplimiento de las reglas de conducta ínsitas en la ética social vigente, que vienen significadas por las reglas de honradez, corrección, lealtad y fidelidad a la palabra dada y a la conducta seguida (SSTS 30-­1-­2003 , 20-­2-­2000 , 21-­9-­1987 y 26-­1-­1980 ). 3ª) A partir de ese concepto de la buena fe contractual, que se acentúa todavía más en contratos de colaboración como el de mediación para grandes promociones inmobiliarias, la conducta del mediador que tras devengar su comisión por haberse perfeccionado los contratos de compraventa se pasa al bando de los compradores para colaborar con ellos en la resolución de los contratos de compraventa, frente a quien anteriormente le encargó su colaboración para la venta, solo puede calificarse de manifiestamente contraria a la buena fe, porque el devengo de las comisiones por la sola perfección de los contratos de compraventa mediados, con independencia de su consumación, no excluye que sea consustancial o inherente al contrato de mediación, precisamente como una consecuencia impuesta por la buena fe, que el mediador no entorpezca la consumación de esos mismos contratos de compraventa intermediados. 4ª) A la misma conclusión se llega combinando la regla de la buena fe con las del cumplimiento del contrato de mediación y con la naturaleza de la comisión, porque los honorarios por la mediación no pueden ser compatibles con los honorarios por romper aquellos mismos contratos en los que se medió, salvo que desde un concepto demasiado laxo de la ética social se admita el doble lucro por una conducta jurídica y por su contraria, por promover la perfección de las compraventas en interés del vendedor y por colaborar posteriormente a su resolución en interés del comprador 6ª) De lo anterior se sigue que tampoco pueda compartirse el argumento de la sentencia recurrida acerca del posible enriquecimiento injusto de la demandada por los contratos de compraventa que sí lleguen a consumarse, pues no más justo será el de la demandante por los que no lleguen a consumarse debido a su colaboración con los compradores para impedir su consumación. Y es que, en definitiva, lo sucedido ha sido un grave incumplimiento contractual de la demandante, en cuanto a las consecuencias del contrato conformes a la buena fe, que le impedía exigir a la otra parte el cumplimiento total de sus propias obligaciones, no siendo causa bastante para aquel incumplimiento la falta de entrega de los avales a los compradores porque la mediadora demandante tenía alternativas de comunicación interna con su principal compatibles con la lealtad contractual, que sin embargo quedó gravemente quebrantada al animar a los compradores a resolver los contratos de compraventa pidiendo la devolución por la promotora del duplo de las cantidades entregadas a cuenta del precio .

-­ como criterio de interpretación negocial. En puridad, ni en el art. 7.1 CC ni en los arts. 1281 a 1289 CC se menciona la buena fe como elemento a ponderar en la interpretación de las cláusulas negociales. Pero suele incluirse la buena fe como uno de los criterios básicos en la interpretación. ¿Cuál es el alcance real de la buena fe? A pesar de la relevancia de la buena fe, es necesario introducir cierta cautela en su aplicación. No puede servir para introducir valoraciones distintas a los criterios legales, con base en su carácter de cláusula general. De lo contrario, se construiría un sistema (caótico, por lo demás) al margen de las fuentes del ordenamiento. Por ello, L. Díez-­Picazo plantea que los criterios derivados de la buena fe sólo pueden ser de aplicación a las relaciones contractuales si se verifican dos coordenadas:

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a) Los criterios derivados de la buena fe tienen que ser inequívocos conforme a la conciencia social, y, por esa razón, fácilmente recognoscibles para los contratantes. b) El contratante que pretende ampararse en la buena fe, debe haber visto defraudada su confianza. No se trata, sin embargo, de una confianza espontánea o subjetiva, sino objetiva y razonable, que simultáneamente sea conocida por la otra parte.

c. Una mención final requiere el principio de seguridad jurídica, garantizado en el art. 9.3 CE. En cuanto al Derecho patrimonial, la seguridad jurídica no se refiere tanto a la cognoscibilidad y certidumbre del sistema normativo, sino más bien a la seguridad de los derechos subjetivos, es decir, el respeto de las titularidades de los derechos. Desde esta perspectiva, la seguridad jurídica consiste en que no puede llevarse a cabo una modificación desfavorable de la situación anterior de las relaciones patrimoniales de una persona sin el consentimiento de ésta. Esta seguridad jurídica busca garantizar y hacer cierto el disfrute de un derecho subjetivo. Se entiende a estos efectos por disfrute la apropiación por parte del titular del valor de uso y del valor de cambio del recurso económico sobre el que directa o indirectamente recae. Aunque se suela contraponer esta seguridad jurídica, como mecanismo de protección de los titulares, a la denominada seguridad del tráfico, como mecanismo de protección de los adquirentes, en la medida que pretende evitar que el derecho del adquirente quede frustrado por circunstancias que no pudo conocer, en realidad no se da esa contraposición. La seguridad del tráfico facilita al titular originario -­-­y no al tercer adquirente el aprovechamiento del valor económico de su derecho subjetivo. Al garantizarse al adquirente que su adquisición no se verá afectada, se propicia que el titular originario obtenga el máximo valor por esa titularidad. En otras palabras, se protege al titular al facilitar la transmisión de su derecho (lo cual es la función de la seguridad del tráfico), y así maximiza el valor del derecho que se pretende transmitir porque permite que su transmisión se haga con seguridad para el adquirente.

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1.3. Las fuentes del Derecho patrimonial.

Tradicionalmente, en el cuerpo del Código Civil y del Código de Comercio podían encontrarse no sólo las reglas y principios generales del Derecho patrimonial, sino también la gran mayoría de las

soluciones particulares a los concretos problemas de carácter patrimonial.

Los textos ajenos a esos Códigos fundamentales se explicaban en buena medida por las vicisitudes del proceso codificador en España, como sucedía, por ejemplo, con la Ley Hipotecaria de 1861. Los Códigos nacieron en una época de crisis, de cambio y transformación social y económica, de transición entre la sociedad pre-­industrial y la sociedad industrial;; para este cambio fue fundamental el Derecho: los Códigos fueron un instrumento de consolidación de ese cambio.

Ese panorama cambia paulatinamente y, en especial, a partir de la segunda mitad del siglo XX se asiste a un fenómeno descodificador que afecta a todo el Derecho patrimonial.

La proliferación de Leyes especiales suponen una primera forma de descodificación, en tanto que ruptura de la unidad del Código. Piénsese, por ejemplo, y limitando la enumeración a las normas que afectan al Derecho de obligaciones y contratos, en la Ley 56/1968, de 27 de julio, reguladora de las percepciones de cantidades anticipadas en construcción y venta de viviendas;; la Ley 50/1980, de 8 de octubre, de Contrato de Seguro;; la Ley 19/1985 de 16 de julio, Cambiaria y del Cheque;; la Ley 34/1988, de 11 de noviembre, General de Publicidad;; la Ley 3/1991, de 10 de enero, de Competencia Desleal;; la Ley 12/1992, de 27 de mayo, sobre Contrato de Agencia;; la Ley 29/1994, de 24 de noviembre, de Arrendamientos Urbanos;; Ley 7/1996, de 15 de enero, de Ordenación del Comercio Minorista;; la Ley 7/1998, de 13 de abril, sobre Condiciones Generales de la Contratación;; la Ley 28/1998, de 14 de julio, de Venta a Plazos de Bienes Muebles;; la Ley 38/1999, de 5 de noviembre, de Ordenación de la Edificación;; la Ley 34/2002, de 11 de julio, de servicios de la sociedad de la información y de comercio electrónico;; la Ley 40/2002, de 14 de noviembre, reguladora del contrato de aparcamiento de vehículos;; la Ley 49/2003, de 26 de noviembre, de Arrendamientos rústicos;; la Ley 59/2003, 19 de diciembre, de Firma electrónica;; la Ley 60/2003, de 23 de diciembre, de Arbitraje;; el Real Decreto Legislativo 8/2004, de 29 de octubre, por el que aprueba el texto refundido de la Ley sobre responsabilidad civil y seguro en la circulación de vehículos a motor;; el Real Decreto Legislativo 1/2007, de 16 de noviembre, por el que se aprueba el texto refundido de la Ley General para la Defensa de los Consumidores y Usuarios y otras leyes complementarias;; la Ley 2/2007, de 15 de marzo, de sociedades profesionales;; la Ley 15/2007, de 3 de julio, de Defensa de la Competencia;; Ley 22/2007, de 11 de julio, sobre comercialización a distancia de servicios financieros destinados a los consumidores;; la Ley 26/2007, de 23 de octubre, de Responsabilidad Medioambiental;; la Ley 43/2007, de 13 de diciembre, de protección de los

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consumidores en la contratación de bienes con oferta de restitución del precio;; la Ley 2/2009, de 31 de marzo, por la que se regula la contratación con los consumidores de préstamos o créditos hipotecarios y de servicios de intermediación para la celebración de contratos de préstamo o crédito;; la Ley 15/2009, de 11 de noviembre, del contrato de transporte terrestre de mercancías;; la Ley 16/2009, de 13 de noviembre, de servicios de pago;; la Ley 12/2011, de 27 de mayo, sobre responsabilidad civil por daños nucleares o producidos por materiales radiactivos;; la Ley 13/2011, de 27 de mayo, de regulación del juego;; la Ley 16/2011, de 24 de junio, de contratos de crédito al consumo;; la Ley 21/2011, de 26 de julio, de dinero electrónico;; la Ley 22/2011, de 28 de julio, de residuos y suelos contaminados;; la Ley 29/2011, de 22 de septiembre, de Reconocimiento y Protección Integral a las Víctimas del Terrorismo;; la Ley 4/2012, de 6 de julio, de contratos de aprovechamiento por turno de bienes de uso turístico, de adquisición de productos vacacionales de larga duración, de reventa y de intercambio y normas tributarias;; o la Ley 5/2012, de 6 de julio, de mediación en asuntos civiles y mercantiles. Obviamente todas esas normas han experimentado posteriormente importantes modificaciones. Pero también existen otras formas de descodificación, llevada a cabo por los tribunales que interpretan, amplían o incluso derogan el sistema codificado. Por ello, en los tiempos actuales la comprensión y el análisis de los criterios y tendencias jurisprudenciales se revelan cruciales.

Claro está que, en último término, la pérdida del valor central de los Códigos se produce también por el nuevo valor que se atribuye a las Constituciones y en este punto cobra un particular peso la denominada Constitución económica. En los tiempos actuales, constatados los problemas que para la articulación de un sistema coherente supone ese planteamiento descodificador se vuelve a sugerir con fuerza la recuperación de las virtudes del texto codificado.

Buena prueba son los planteamientos codificadores en Aragón o Cataluña, que no se limitan al Derecho patrimonial. El Real Decreto Legislativo 1/2007, de 16 de noviembre, por el que se aprueba el texto refundido de la Ley General para la Defensa de los Consumidores y Usuarios y otras leyes complementarias, se aproxima a la idea de un Código de Derecho de Consumo. La Sección de Derecho Civil de la Comisión General de Codificación ha presentado una Propuesta de Modernización del Código Civil en materia de Obligaciones y Contratos4. Esta Propuesta trata de incorporar al Código Civil los criterios jurisprudenciales más consolidados, las pautas de la Convención de las Naciones Unidas sobre la Venta Internacional de Mercaderías y de un Derecho europeo de contratos y los elementos básicos del Derecho de consumo.

4 Puede consultarse en http://www.mjusticia.gob.es/cs/Satellite/es/1215198250496/Estructura_C/1215198250781/Detalle.html [consultado el 27 de agosto de 2013].

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La Propuesta de Código Mercantil elaborada por la Sección de Derecho Mercantil de la Comisión General de Codificación5 tiene un alcance sumamente ambicioso: sus libros se dedican a la empresa y al empresario, a las sociedades mercantiles, al Derecho de la competencia y de la propiedad industrial, a las obligaciones y contratos mercantiles en general, a los contratos mercantiles en particular (con regulación de la compraventa, el suministro, la permuta, el contrato de obra por empresa, los contratos de prestación de servicios mercantiles y sobre bienes inmateriales, los contratos de colaboración, el depósito mercantil, el contrato de transporte, los contratos financieros mercantiles, las operaciones en el mercado de valores, los contratos de seguros y de mediación de seguros), a los títulos-­valores y demás instrumentos de pago y de crédito y a la prescripción y la caducidad. Esta Propuesta combina aspectos de interés con soluciones muy discutibles, introduciendo un cambio radical en la concepción del Derecho Privado español.

En el ámbito del Derecho patrimonial no puede soslayarse la influencia del Derecho comunitario6. Realmente, la Unión Europea no pretende una unificación de la normativa nacional en estas

cuestiones, pero alguna de las competencias asumidas por la Unión incide en esos campos. La Unión Europea tiene competencia exclusiva, entre otras, sobre el establecimiento de las normas sobre competencia necesarias para el funcionamiento del mercado interior [art. 3.1.b) TFUE];; y compartida con los Estados miembros, entre otras, sobre el mercado interior, el medio ambiente, la protección de los consumidores o los transportes [art. 4.1 TFUE].

fronteras interiores, en el que la libre circulación de mercancías, personas, servicios y

(art. 26.2 TFUE). Por su importancia destacan las normas sobre competencia previstas en los arts. 101 y ss. TFUE. Y recuérdese que las medidas de protección de los consumidores son normas de mínimos, que no excluyen una protección mayor por los Estados miembros (art. 169.4 TFUE).

Desde el punto de vista del Derecho comunitario, hay que hacer especial mención de la incidencia de los Reglamentos y las Directivas (art. 288 TFUE). El Reglamento tiene un alcance general y es obligatorio en todos sus elementos y directamente aplicable en cada Estado miembro. La Directiva obliga al Estado miembro destinatario en cuanto al resultado que deba conseguirse, dejando, sin embargo, a las autoridades nacionales la elección de la forma y de los medios. Por ello, las Directivas han de ser objeto de transposición a cada ordenamiento nacional.

Se han adoptado Directivas en temas como las sociedades mercantiles, la garantía y la venta de bienes de consumo, las cláusulas abusivas, el crédito al consumo, la propiedad intelectual, los viajes combinados, los contratos a

5 Puede consultarse en http://www.mjusticia.gob.es/cs/Satellite/es/1215198252237/ALegislativa_P/1288775964648/Detalle.html [consultado el 27 de agosto de 2013]. 6

Revista de derecho constitucional europeo, 2006, núm. 5, pgs. 101 y ss.

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distancia, la tradicionalmente denominada multipropiedad, la responsabilidad medioambiental, las prácticas desleales comerciales, los servicios de pago, la lucha contra la morosidad, la responsabilidad por productos defectuosos, el contrato de agencia, el comercio electrónico, etc. Esta enumeración no exhaustiva pone de relieve la importancia que la transposición de las Directivas comunitarias ha tenido en las últimas reformas del Derecho patrimonial español. Los Reglamentos que afecten directamente al Derecho patrimonial son menos numerosos pero pueden destacarse los relativos al reconocimiento y la ejecución de resoluciones judiciales en materia civil y mercantil, la ley aplicable a las obligaciones extracontractuales, el título ejecutivo, el proceso monitorio, la responsabilidad de las compañías aéreas en caso de accidente, los derechos de los pasajeros aéreos en caso de denegación de embarque, de cancelación o gran retraso en los vuelos, los derechos de los viajeros en ferrocarril, etc. Existe también una importante Propuesta de Reglamento del Parlamento Europeo y del Consejo, relativo a una normativa común de compraventa europea, de 11 de octubre de 20117.

En cualquier caso, conviene tener presentes las ventajas e inconvenientes del proceso de unificación del Derecho patrimonial (al igual que ocurre, en general, con la unificación del Derecho privado). La unificación puede favorecer los intercambios eficientes, al eliminar las diferencias legislativas entre los Estados y reducir los costes de transacción. Además la unificación puede propiciar economías de escala en la producción legal, jurisprudencial y doctrinal de Derecho. Ahora bien, como ha destacado J. Alfaro8, la unificación también implica costes o riesgos: a) la unificación puede eliminar un grado de diversidad normativa eficiente;; b) el coste de unificación legislativa es bastante elevado;; c) siempre cabe la posibilidad de error en la elección de la norma por el legislador;; d) existe un riesgo de petrificación de las soluciones normativas, con lo que se dificultará la adaptación a las circunstancias del tráfico;; e) no siempre la unificación favorece la simplificación normativa. A ello debe añadirse que no es suficiente una mera unificación de carácter formal, sin que se produzca una actuación en esa misma línea respecto de quienes tienen que aplicarla en última instancia (los órganos judiciales) o adoptarla en sus operaciones habituales (los particulares).

La unificación del Derecho patrimonial y, en especial, del Derecho contractual, ha sido impulsada por diversos grupos de trabajo e iniciativas, de las cuales sólo destacaremos algunas de ellas:

a) La Convención de Viena para la Compraventa Internacional de Mercaderías9, de 11 de abril de 1980 (conocida como CISG o Convención de Viena) fue preparada por la Comisión de las Naciones Unidas para el Derecho Mercantil Internacional (CNUDMI o UNCITRAL). Fue ratificada por España en 1990 y

7 Puede consultarse en http://eur-­lex.europa.eu/LexUriServ/LexUriServ.do?uri=COM:2011:0635:FIN:es:PDF [consultado el 27 de agosto de 2013]. 8

Derecho Privado Europeo, S. Cámara (coord.), Colex, 2003. 9 Puede consultarse su texto en http://www.uncitral.org/pdf/spanish/texts/sales/cisg/CISG-­s.pdf: consultado el día 1 de abril de 2010.

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forma parte del ordenamiento español tras su publicación en el Boletín Oficial del Estado en 1991 (art. 1.5 CC).

Aunque la Convención de Viena se centra en el contrato de compraventa ofrece criterios sobre cuestiones generales como la formación del contrato, el incumplimiento contractual y los mecanismos de protección del acreedor insatisfecho. Presenta como valor añadido el constituir un punto de encuentro en El Tribunal Supremo ha aplicado la Convención de Viena en diversas ocasiones: STS de 9 de diciembre de 2008;; 17 de enero de 2008;; 16 de mayo de 2007;; 24 de febrero de 2006;; 28 de enero de 2000;; o 3 de marzo de 1997. Ha de tenerse en cuenta además que, en ocasiones, la aplicación en España de esa Convención deriva de la ejecución de laudos arbitrales internacionales.

b) como Comisión Lando,

Los PECL incorporan reglas fundamentales y generales de Derecho contractual, pretendiendo ofrecer un modelo de regulación a disposición de legisladores y contratantes. Cada uno de los artículos se acompaña de un comentario relativo a cada norma y unas notas nacionales de derecho comparado integrado. Los PECL pretenden reforzar el mercado único y facilitar el comercio transfronterizo en Europa, excluyendo los costes de tiempo, esfuerzo y dinero habitualmente necesarios para conocer las normas de un Derecho extranjero que pudiera resultar aplicable al contrato. Así mismo intentan constituir un fundamento conceptual y sistemático que ayudara a los tribunales nacionales a aplicar el Derecho comunitario ya existente, que peca de fragmentario. Y

boración ambos sistemas.

c 10 (Principios UNIDROIT) han sido elaborados por el Instituto Internacional para la Unificación del Derecho Privado, siendo su última y más amplia versión de 2004.

Los Principios UNIDROIT pretenden establecer reglas generales aplicables a los contratos mercantiles internacionales. En principio, se aplican cuando las partes hayan acordado que un contrato se rija por ellos, o cuando cuando las partes hayan acordado que su contrato se rija por principios generales del derecho, la

para interpretar o complementar instrumentos internacionales de derecho uniforme o el derecho nacional. Y, en fin, se presentan también como modelo para los legisladores nacionales e internacionales.

10 Puede consultarse su texto en http://www.unidroit.org/english/principles/contracts/principles2004/translations/blackletter2004-­spanish.pdf: consultado el día 1 de abril de 2010.

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y el denversión revisada de los PECL.

El DCFR constituye la iniciativa más ambiciosa y compleja porque no se limita a un planteamiento de teoría general del contrato o al análisis de un contrato en particular, sino que aborda cuestiones como las relaciones obligatorias, diversos contratos, enriquecimiento injustificado, responsabilidad no contractual, adquisición y pérdida de la propiedad de bienes, derechos de garantía, etc. El Tribunal Supremo se ha apoyado en el DCFR en diversas sentencias, como elemento de refuerzo en sus decisiones: por ejemplo, STS de 27 de junio de 2013;; o de 8 o 10 de octubre de 2010.

Estos textos presentan un diferente nivel de eficacia, pero en los últimos tiempos se detecta en la jurisprudencia del Tribunal Supremo una clara tendencia a introducir en sus Sentencias argumentos adicionales extraídos de esos textos. Con ello, no sólo se cumple una función divulgativa de su existencia y contenido, sino que se facilita la conexión entre las decisiones judiciales de los diferentes países.

Sólo la Convención de Viena forma parte del ordenamiento español (en cuanto tratado internacional ratificado por España), pero sólo rige obviamente para las compraventas internacionales incluidas en su ámbito de aplicación. El resto de textos tienen un valor fundamentalmente doctrinal, pero apuntan criterios futuros de unificación normativa y, sobre todo, constituyen textos a los que las partes pueden voluntariamente remitirse para regir sus relaciones jurídicas.

Por las características de nuestro Estado, es necesario tener presente en qué medida la existencia de Comunidades Autónomas dotadas de competencia legislativa puede incidir en la legislación en materia de

Derecho patrimonial. Se trata, pues, del problema de distribución competencial en materia de Derecho patrimonial. Como es sabido, la norma clave en cuanto a la distribución competencial en materia de Derecho civil es el art. 149.1.8ª CE11, conforme al cual:

Legislación civil, sin perjuicio de la conservación, modificación y desarrollo por las Comunidades Autónomas de los derechos civiles, forales o especiales, allí donde existan. En todo caso, las reglas relativas a la aplicación y eficacia de las normas jurídicas, relaciones jurídico-­civiles relativas a las formas de matrimonio, ordenación de los registros e instrumentos públicos, bases de las obligaciones contractuales, normas para resolver los conflictos de leyes y determinación de las fuentes del Derecho, con respeto, en este último caso, a las

11 LECTURA COMPLEMENTARIA: E. Bosc

Revista Crítica de Derecho Inmobiliario, 2007, núm. 701, pgs. 1067 y ss.

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Sin poder entrar a analizar los múltiples problemas que suscita una norma con una estructura única en todo el texto constitucional, sí que es pertinente efectuar las siguientes consideraciones: a) Aunque el art. 149.1.8ª CE sea la norma que más directamente incide en la distribución competencial entre el Estado y las Comunidades Autónomas en materia de Derecho civil, y, por consiguiente, de Derecho patrimonial, otros títulos competenciales pueden afectar a esa materia.

Así, sin pretensiones de exhaustividad, y en relación con las competencias exclusivas estatales, puede pensarse en las referencias a la legislación sobre propiedad intelectual e industrial (art. 149.1.9ª CE), las bases de la ordenación del crédito, banca y seguros (art. 149.1.11ª CE), las bases y coordinación de la planificación general de la actividad económica (art. 149.1.13ª CE), los ferrocarriles y transportes terrestres que transcurran por el territorio de más de una Comunidad Autónoma;; el régimen general de comunicaciones;; el tráfico y la circulación de vehículos a motor;; correos y telecomunicaciones (art. 149.1.21ª CE);; las bases del régimen minero y energético (art. 149.1.21ª CE);; etc. Inversamente, también encontramos en la enumeración de materias en las que las Comunidades Autónomas pueden asumir competencias aspectos que inciden con más o menos intensidad en el Derecho patrimonial: ordenación del territorio, urbanismo y vivienda (art. 148.1.3ª CE);; Los ferrocarriles y carreteras cuyo itinerario se desarrolle íntegramente en el territorio de la Comunidad Autónoma y, en los mismos términos, el transporte desarrollado por estos medios o por cable (art. 148.1.5ª CE);; montes y aprovechamientos forestales (art. 148.1.8ª CE);; etc. Claro está que a estos efectos es fundamental la posibilidad de ampliación de competencias, más allá de lo enumerado por el art. 148.1 CE, que brinda el art. 148.2 CE (y el art. 151 CE). Y no se olvide tampoco la potencia expansiva que en ciertos ámbitos se atribuye a la cláusula general del art. 149.1.1ª CE, relativa a la regulación de las condiciones básicas que garanticen la igualdad de todos los españoles en el ejercicio de los derechos y en el cumplimiento de los deberes constitucionales;; y al principio de unidad de mercado, no formulado expresamente en la Constitución, pero deducido de los arts. 139.2 y 149.1.6ª CE.

b) La competencia de las Comunidades Autónomas en relación con los derechos civiles forales o especiales se predica de su conservación, modificación y desarrollo. Y debe tenerse en cuenta la indudable existencia de instituciones de Derecho patrimonial en los ordenamientos autonómicos en el momento de promulgación de la Constitución.

Baste a estos efectos dejar constancia, por ejemplo, de la rescisión por lesión o la compraventa a carta de gracia en los arts. 321 a 328 de la Compilación del Derecho Civil de Cataluña, o la regulación de la propiedad, de la posesión y otros derechos reales o de las obligaciones y contratos en las Leyes 346 y ss. y 488 y ss., respectivamente, del Fuero Nuevo navarro. En el planteamiento del Tribunal Constitucional, la conservación, la modificación y el desarrollo se permite a partir de la concurrencia de una conexión institucional, como se expone ampliamente en Derecho Civil I.

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c) En el ámbito del Derecho patrimonial, las materias que con carácter exclusivo se reservan al Estado son la ordenación de los registros e instrumentos públicos y las bases de las obligaciones contractuales. Ninguna de esas dos materias ha dado lugar a una jurisprudencia constitucional especialmente relevante. Pero sí cabe efectuar ciertas observaciones. En primer lugar, la competencia estatal no es absoluta, sino que se limita a la ordenación y a las bases. En segundo término, esa competencia no se proyecta sobre todo el Derecho patrimonial, sino sobre ámbitos más concretos. Esos ámbitos no son de fácil concreción, pero en el planteamiento constitucional no parece que puedan equipararse a todo el Derecho de obligaciones y contratos, o a todo el Derecho de cosas o inmobiliario registral.

En cuanto al Derecho contractual, el criterio constitucional induce más a pensar que la competencia exclusiva del Estado se limita a los principios generales de las obligaciones contractuales. No se encuentran, pues, incluidas en esa reserva las cuestiones atinentes a las obligaciones extracontractuales o legales. No parece, sin embargo, que esa referencia a las bases de las obligaciones contractuales pueda hoy identificarse con el Derecho mercantil, a la vista de su mención expresa en el art. 149.1.6ª CE. La STC 71/1982, de 30 de noviembre, sobre el Estatuto vasco del consumidor, rechaza la competencia de las Comunidades Autónomas en orden a la responsabilidad por daños causados al consumidor, a pesar de tratarse de una obligación extracontractual y no contractual, porque "el régimen de la responsabilidad debe ser uno y el mismo para todo el territorio del Estado" y también indica que "la regulación de las condiciones generales de contratación o de las modalidades contractuales corresponde al legislador estatal", al amparo del art. 149.1.8ª CE. La STC 62/1991, de 22 de marzo, sobre el Estatuto gallego del consumidor, considera que "la emanación de regulaciones administrativas que disciplinen determinadas modalidades de venta no supone introducir una innovación en el seno de los derechos y obligaciones en el marco de las relaciones contractuales privadas. Tampoco afecta a la unidad de mercado en el sentido de que ésta implique uniformidad de regímenes jurídicos, puesto que la diversidad derivada de la estructura autonómica del Estado puede comportar diversidad de regímenes jurídicos que serán legítimos en tanto resulten del ejercicio de una competencia atribuida a la Comunidad, en la medida en que las diferencias y peculiaridades introducidas resulten adecuadas a su finalidad y que se respete, en todo caso, la igualdad básica de los españoles".

d) Las dudas que puede suscitar la competencia estatal en materia civil suelen ser soslayadas por el legislador estatal de un modo muy simple (que no ha sido enjuiciado todavía por el Tribunal Constitucional). Se afirma que una determinada normativa se dicta al amparo del título competencial de legislación mercantil (art. 149.1.6º CE) o cualquier otro en el que la competencia estatal no admita matices.

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2. LA RELACIÓN JURÍDICA PATRIMONIAL. 2.1. Caracterización general de la relación jurídico-­patrimonial. Una relación jurídica tiene carácter patrimonial cuando versa sobre bienes o intereses que poseen naturaleza económica. Ello implica, obviamente, que deba precisarse cuándo los bienes o intereses presentan esa naturaleza. La naturaleza económica implica susceptibilidad de valoración objetiva, esto es, con independencia de la actitud de cada sujeto respecto de los bienes en cuestión.

Por ello, se debe prescindir a estos efectos del valor sentimental o de afección de un bien, limitándonos a su valoración objetiva.

La relación patrimonial es una relación jurídica y como tal presenta unos elementos estructurales básicos comunes (sujetos, objeto, etc.) a toda relación jurídica. El contenido de la relación patrimonial está formado por situaciones de poder y deber jurídico. En ese contenido destaca por su importancia la categoría de derecho patrimonial, entendido como aquel derecho subjetivo cuya finalidad consiste en la atribución a una persona de un poder de contenido económico o sobre bienes de contenido económico. La distinción fundamental entre los derechos patrimoniales se establece entre los derechos reales y de crédito, y a la misma, dedicamos el epígrafe siguiente.

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2.2. La contraposición entre los derechos reales y de crédito.

Tradicionalmente, se diferencia entre aquellos derechos que confieren un poder inmediato y directo sobre una cosa (derechos reales), cuyo paradigma es la propiedad, y aquellos derechos que atribuyen un poder

para exigir una determinada conducta de otra persona (derechos de crédito), cuyo prototipo es el derecho del acreedor a exigir del deudor una cantidad de dinero.

Esta distinción tiene una considerable importancia práctica: -­ su adquisición obedece a pautas distintas (arts. 609, 1095 y 1089 CC): mientras un contrato es por sí mismo generador de derechos de crédito, para que se adquiera un derecho real es necesario un elemento adicional como es la tradición o entrega de la cosa;; -­ las normas de conflicto (de Derecho internacional privado o de Derecho interregional) se delimitan de distinta forma: art. 10 CC. Y lo mismo sucede, en el ámbito procesal, para la determinación de la competencia territorial: art. 52 LEC. -­ la forma y la publicidad de los actos que los afectan es diversa (arts. 1280 CC y 1 y 2 LH): el Código Civil es formalmente más estricto para la creación, transmisión, modificación o extinción de derechos reales sobre bienes inmuebles;; y son estos derechos los que, en principio, acceden al Registro de la Propiedad;; -­ su prescripción se somete a criterios particulares (arts. 1930, 1940, 1962, 1963 y 1964 CC): mientras los derechos reales y de crédito están sometidos a las reglas de la prescripción extintiva (aunque con criterios distintos), sólo los derechos reales son susceptibles de prescripción adquisitiva12. Conviene subrayar que en su origen romano la distinción ponía de manifiesto la

por lo que la distinción se refería más bien a cuestiones procesales que a características de los derechos. Fue más adelante, al comienzo de la Baja Edad Media, cuando, al preguntarse cuál era la razón por la que surgía cada acción, se

llega hasta la codificación y pasa a los Códigos. Téngase en cuenta que, como dice V. Montés, en un sistema basado en la libertad y en la autonomía privada, hay diversas maneras de concebir y de componer en cada caso los intereses concurrentes incluso cuando se quiere llegar al mismo fin: el interés de una persona en relación con una cosa puede ser satisfecho de múltiples formas, unas con los perfiles de los derechos reales, otras con los perfiles de los derechos de crédito (por ejemplo, el uso de una cosa puede ser consecuencia de un usufructo o de un arrendamiento;; la imposibilidad de que mi vecino me tape las vistas de la playa puede ser

12 Otras diferencias desde el punto de vista tradicional pueden verse en el Cuadro comparativo, al final de este Módulo.

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consecuencia de una mera obligación de no hacer o el contenido de una servidumbre). B. Arruñada ha indicado que un derecho in rem es más valioso que un derecho in personam con igual contenido, aun cuando ambos asignen a su titular los mismos derechos de uso (esto es, le otorguen los mismos derechos de decisión sobre qué hacer con el activo), porque los derechos in rem pueden hacerse cumplir más fácilmente. Los derechos gozan de ventajas de enforcement decisivas, puesto que establecen relaciones más directas sobre los activos. Se ejercen directamente sobre los activos y, por lo tanto, obligan a todos, gozan de eficacia erga omnes Sin embargo, los costes de transacción (por ejemplo, para obtener información acerca de la titularidad del transmitente) A partir de un trabajo de Guido Calabresi y Douglas A. Melamed, se distingue

, reglas de responsabilidad

primer lugar, que un derecho está protegido por una regla de propiedad cuando solo a través de un acuerdo con su titular se le puede desalojar de la posición de tal;; es decir, el que quiera ocupar la posición de titular deberá convencer al que actualmente la ocupe para que se la ceda por un precio. En segundo lugar, un derecho está protegido por una regla de responsabilidad, cuando cualquiera puede privar del mismo a su titular si está dispuesto a pagar por ello una cantidad establecida objetivamente. Y, por último, un derecho es inalienable cuando no está permitido un intercambio voluntario de su titularidad. No se podrá, pues, transmitir uno de estos derechos por mucho que exista un acuerdo en tal sentido entre el titular actual del mismo y un tercero interesado en su adquisición. Ahora bien, son cuestiones distintas las de determinar: 1) a quién y bajo qué circunstancias, se debe reconocer un derecho;; y 2) cómo se toma la decisión de proteger esos derechos por medio de reglas de propiedad, reglas de responsabilidad o reglas de inalienabilidad. Recientemente, F. Méndez13 ha destacado que si bien todos los derechos patrimoniales son protegibles, en mayor o menor medida, mediante una regla de responsabilidad, no todos lo son mediante una regla de propiedad. Cuando el poder recae inmediatamente sobre una cosa, atribuyendo a su titular facultades de aprovechamiento exclusivo especialmente, cuando es inmueble y está inscrita en el Registro de la Propiedad-­-­, la protegibilidad de ese contenido material es mayor que cuando para hacer efectivo ese poder ser requiere la colaboración de un sujeto especialmente obligado, que puede rehusarla. Cuando la colaboración puede ser suplida por un tercero o judicialmente, el derecho es protegible mediante una regla de propiedad;; pero cuando no puede ser suplida, sino únicamente sustituida por una indemnización, el derecho solo es protegible mediante una regla de responsabilidad. Además hay que tener en cuenta que, en caso de poderes sobre las cosas, la protegibilidad mediante reglas de propiedad es diversa: si recae sobre bienes muebles tradicionales, su movilidad y facilidad de ocultación dificultan el ejercicio de una acción reivindicatoria (art. 464 CC);; en cambio, si recae sobre bienes inmuebles tradicionales, la documentación de su adquisición, inamovilidad, inocultabilidad y difícil destructibilidad facilitan el ejercicio de la acción reivindicatoria. Esta diferenciación lleva a F. Méndez a cuestionar hasta qué punto puede hablarse en rigor de derechos reales sobre bienes muebles y destacar por qué el derecho propiedad sobre bienes inmuebles es considerado el derecho real por antonomasia.

13 Revista Crítica de Derecho Inmobiliario, 2013, pgs. 763 y ss.

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El planteamiento tradicional, que caracteriza el derecho real por su inmediatividad (poder que recae directamente sobre una cosa y genera una relación entre la persona y la cosa) y el derecho de crédito por la posibilidad de exigir cierta conducta a la persona obligada, se enfrenta a una objeción fundamental: no puede admitirse que exista relación jurídica entre una persona y una cosa, pues toda relación jurídica se establece entre personas. Sólo cuando surge un conflicto entre personas (por ejemplo, entre el propietario no poseedor y el poseedor de la cosa) entran en juego las reglas jurídicas. Además, hay derechos reales donde no se confiere un poder directo e inmediato sobre la cosa (como en la hipoteca). Ello condujo a la llamada teoría obligacionista del derecho real, conforme a la cual la diferencia entre los derechos reales y de crédito estaría en el círculo de personas afectadas por el derecho: en los derechos reales existe un deber

existe un úni De este modo, la característica de los derechos reales es su absolutividad, y la de los derechos de crédito su relatividad. Pero esta teoría también es susceptible de críticas: todo derecho subjetivo, y entre ellos los de crédito, debe ser respetado por los terceros. Además, esa teoría es adecuada para la propiedad, pero no para los otros derechos reales.

La claridad de la distinción se enturbia, además, al constatar la existencia de figuras que no encajan limpiamente en esos moldes, como lo

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comportamiento en favor del sujeto activo del derecho real (por ejemplo, art.

titularidad de un derecho real (por ejemplo, en la propiedad horizontal, obligaciones a cargo de los propietarios de los pisos o locales [art. 9.1.e) LPH]).

situaciones intermedias entre los derechos de crédito y reales, en las que un derecho de crédito (por ejemplo, el derecho del comprador a la entrega de la cosa) puede llegar a desembocar en un derecho real (la propiedad de la cosa comprada).

Como se ha indicado, la difícil delimitación de categorías se pone también de manifiesto en los supuestos siguientes que impiden una neta separación: determinados derechos de crédito son el vehículo para la constitución, modificación o extinción de derechos reales (por ejemplo, el contrato es el título que sirve para la adquisición de la propiedad junto con el modo o entrega de la cosa);; en ocasiones derechos reales y de crédito conforman una unidad compleja y unitaria (por ejemplo, derechos reales de garantía, por ejemplo, la hipoteca que sirve para garantizar el pago de cualquier obligación, normalmente de un préstamo);; o existen relaciones obligatorias en determinados derechos reales (por ejemplo, obligaciones del usufructuario). Por ello, ha dicho L. Díez-­Picazo que no se pueden concebir los derechos de crédito o reales como dos

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círculos tangentes o separados, sino como dos círculos secantes entre los que existe una zona común.

La contraposición entre derecho real y derecho de crédito no puede establecerse de modo radical, dado que existen numerosos puntos de coincidencia y superposición. La contraposición es sencilla cuando se

compara la propiedad y el derecho a reclamar una suma de dinero, pero se enturbia cuando introducimos otras figuras. Por todo ello, los intentos de establecer criterios distintivos exigen tomar en consideración diversas perspectivas. Por un lado, se debe atender al criterio de la eficacia. Y se distingue entre derechos reales, entre los que se sitúan el derecho de propiedad y los derechos reales limitados;; y los derechos no reales.

No sólo existen diferencias entre los derechos reales y los no reales, sino también entre la propiedad y los otros derechos reales. La propiedad se concibe como derecho real porque permite reclamar la cosa donde se encuentre y sea quien sea el que la posee. Los otros derechos reales facultan a su titular para actuar frente a quien sea propietario de la cosa: entre esos derechos reales hay derechos de utilización y disfrute (como el usufructo o las servidumbres) y de garantía (como la hipoteca).

Y, por otro lado, se debe tener en cuenta el criterio de la función económica de los derechos patrimoniales. Y se diferencia entre derechos de disfrute, que otorgan a su titular un poder directo e inmediato sobre la cosa, y derechos de obligación que confieren el poder de dirigirse contra otra persona y reclamar de ella un comportamiento.

Entre los derechos de obligación se debe diferenciar en función de que la satisfacción de los intereses de su titular se realice exclusivamente mediante el comportamiento debido del deudor (por ejemplo, prestación de servicios, pago de una suma de dinero) o se refieran a una cosa concreta y determinada (por ejemplo, el derecho del comprador a la entrega de la vivienda adquirida);; en este último caso, se llega a hablar de derecho de obligación con un efecto de modificación jurídico-­real.

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3. EL NEGOCIO PATRIMONIAL Y LA ATRIBUCIÓN PATRIMONIAL. 3.1. Caracterización general del negocio patrimonial.

El negocio patrimonial tiene como objeto la reglamentación de una relación jurídica patrimonial, esto es, cuando se proyecta sobre bienes o intereses de naturaleza económica.

La aplicación de los principios del Derecho patrimonial permite afirmar que el negocio patrimonial se caracteriza por las siguientes notas14: a. La vigencia de la autonomía privada. La autonomía privada no tiene carácter ilimitado ni absoluto. Como criterio general, se concreta en una pluralidad de decisiones:

a) Decidir si se realiza o no el negocio patrimonial: p.e., comprar una vivienda, contraer matrimonio, otorgar testamento. En ocasiones, el ordenamiento impone la realización del acto jurídico, limitando en este punto la libertad de la persona: se trata de los llamados contratos obligatorios o forzosos (por ejemplo, seguro obligatorio de todo propietario de vehículos a motor que tenga su estacionamiento habitual en España: arts. 2 y ss. del Real Decreto Legislativo 8/2004, de 29 octubre). b) Decidir con quién se lleva a cabo el negocio patrimonial: por ejemplo, a quien admito como arrendatario del piso que alquilo. c) Decidir si se actúa personalmente o a través de representante. d) Decidir el concreto contenido del acto o negocio: por ejemplo, vender a un precio, establecer un plazo para la entrega de la obra, fijar las aportaciones en el contrato de sociedad. En ocasiones, el ordenamiento impone el contenido del negocio, limitando en este punto la libertad de la persona: se trata de los llamados contratos normados. Actualmente, más frecuente que la imposición de todo el contenido de un negocio es la aplicación de normas imperativas concretas, como se aprecia fundamentalmente en el ámbito de las relaciones de consumo. e) Decidir si se realiza un negocio distinto a los previstos legalmente: son los llamados negocios atípicos. En esos casos, el problema que se

14 La relevancia de la conmutatividad, de la buena fe y de la seguridad han sido ya expuestas en el apartado 3 del epígrafe 1.2.

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suscita es la determinación del régimen normativo de ese acto que se aparta de las previsiones legales.

b. La aplicación del postulado de la conmutatividad del comercio jurídico. c. La observancia de los criterios derivados de la buena fe. d. La protección de la seguridad jurídica y del tráfico.

Entre los diversos subtipos de los negocios patrimoniales conviene mencionar brevemente los negocios de disposición y de administración;; y también merece señalarse la distinción entre

negocios onerosos y gratuitos. No es nada fácil establecer los perfiles de los negocios de disposición y de administración, a pesar de que se trate de categorías de relevancia práctica en la medida que en ocasiones los textos legales las usan para delimitar su ámbito de aplicación.

Los ejemplos son múltiples. El art. 398 CC, relativo a la comunidad de bienes, admite que los actos de administración de la cosa común, sean adoptados por la mayoría (en función de sus cuotas) de los comuneros. ¿Puede la mayoría de los comuneros transformar la finca agrícola en una finca de mero recreo? Los actos de mera conservación o administración provisional no implican la aceptación de la herencia (art. 999.IV CC). ¿Supone aceptación disponer del dinero existente en la herencia para pagar los impuestos sucesorios? Para realizar actos de disposición a título oneroso sobre bienes gananciales se requerirá el consentimiento de ambos cónyuges (art. 1377.I CC). ¿Hace falta que consienta el marido para que la esposa arriende por quince años una vivienda de carácter ganancial? ¿Puede la esposa resolver un contrato sobre un bien ganancial, sin consentimiento de su marido (vid. RDGRN de 30 de septiembre de 2011)?

Se suelen identificar los negocios de disposición con aquellos que transforman, modifican o extinguen inmediatamente un derecho subjetivo actualmente existente. Entre los actos de disposición, podemos señalar los siguientes:

-­ los negocios de enajenación, por los que el titular de un derecho lo transmite a otra persona: por ejemplo, venta o donación. -­ los negocios de constitución de gravámenes o de derechos reales sobre bienes: por ejemplo, hipoteca. -­ la renuncia abdicativa, por la que el titular de un derecho renuncia al mismo, sin transmitirlo a otra persona.

La inmatriculación de una finca en el Registro de la Propiedad por título público (art. 205 LH) constituye un procedimiento mediante el cual nuestro ordenamiento hipotecario favorece en buena medida el acceso de las fincas al Registro. En principio, sin necesidad de otros requisitos, basta para conseguir dicho objetivo con que el inmatriculante acredite su adquisición y justifique la de su transmitente, si bien ambas mediante documento público. No obstante, a fin de garantizar la objetividad y publicidad del procedimiento, también se considera relevante, entre otros requisitos, que el título inmatriculable no sea meramente declarativo. La jurisprudencia requiere la acreditación mediante

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documento público de al menos dos títulos con virtualidad traslativa del dominio sobre los bienes inmuebles. Es decir, a través de documentación pública ha de acreditarse tanto la titularidad cuyo acceso registral se demanda, como la titularidad de quien le ha precedido en la misma. ¿Se cumple ese requisito cuando el título es la partición de una herencia? ¿Y cuando se trata de una disolución de una comunidad de bienes? ¿Son actos dispositivos o meramente especificativos de derechos?

Los negocios de administración son los que tienen por finalidad la conservación y la defensa de los bienes y la obtención de los rendimientos normales de esos bienes. Entre los actos de administración, podemos señalar los siguientes:

-­ los actos de finalidad conservativa: por ejemplo, las reparaciones ordinarias. -­ los actos encaminados a la defensa de los bienes frente a terceros: por ejemplo, las acciones posesorias. -­ los actos encaminados a obtener de los bienes su rendimiento normal conforme a su destino económico: por ejemplo, el arrendamiento de una finca.

Algunos autores han contrapuesto los negocios de disposición a los de administración (vid., por ejemplo, arts. 1322 y 1384 CC), pero ese planteamiento es insatisfactorio: un negocio puede ser a la vez de disposición y de administración como ocurre, por ejemplo, con la venta de los frutos de una cosecha.

En un significado técnico estricto, a los negocios de disposición se contraponen no los negocios de administración, sino los negocios obligatorios, esto es, aquellos en cuya virtud se constituye una relación obligatoria.

La distinción entre los negocios onerosos y gratuitos presenta un carácter esencial, pues son numerosas las normas que se articulan a partir de la misma. Pueden considerarse equivalentes las expresiones

(por ejemplo, arts. 811 o 1035 CC) (por ejemplo, art. 1901 CC). La oscuridad del art. 1274 CC no contribuye precisamente a perfilar la distinción, porque contrapone a los contratos onerosos, los contratos remuneratorios, en los que la causa es el servicio o beneficio que se remunera, y los contratos de pura beneficencia, en los que la causa es la mera liberalidad del bienhechor (arts. 618, 619 y 622 CC).

La importancia de la distinción se comprueba, por ejemplo, en la diferente exigencia de capacidad (art. 624 CC);; en las reglas de interpretación (art. 1289 CC);; en el alcance de la fe pública registral (art. 34 LH);; en las posibilidades de actuación en caso bienes conyugales (arts. 1377 y 1378 CC);; en las presunciones de fraude de acreedores (art. 1297 CC);; o en la protección de los herederos forzosos (art. 818.II CC). Y no puede olvidarse la enorme relevancia de la distinción en el plano fiscal.

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Un negocio debe ser considerado oneroso cuando impone sacrificios patrimoniales a ambas partes y ambas partes obtienen ventajas patrimoniales (por ejemplo, la compraventa). Un negocio debe ser considerado gratuito cuando una parte sufre un sacrificio patrimonial y la otra consigue una ventaja patrimonial (por ejemplo, la donación). Hay contratos que pueden ser gratuitos u onerosos, en función de lo establecido por las partes. Mientras en el Código Civil, la falta de previsión inclina hacia la gratuidad de esos contratos (por ejemplo, para el mandato: art. 1711.I CC;; o para el depósito: art. 1760 CC), en el Código de Comercio se presume su onerosidad (por ejemplo, para el mandato mercantil o comisión: art. 277 CCom;; o para el depósito mercantil: art. 304.I CCom). En otros supuestos, la gratuidad o la onerosidad de la relación determinan un cambio en la calificación del contrato, como sucede, por ejemplo, entre el comodato (cesión temporal de uso, de carácter gratuito) y el arrendamiento de cosa (cesión temporal de uso, de carácter oneroso): art. 1741 CC. Hay sin embargo situaciones de difícil calificación, como la donación con causa onerosa (art. 622 CC), o las prestaciones de garantía cuando el garante no recibe precio o comisión por prestar la garantía (por ejemplo, socio mayoritario que afianza frente a tercero las deudas de la sociedad en que ostenta la mayoría)15.

Tradicionalmente, como subespecie de los negocios onerosos aparece la contraposición entre negocios conmutativos y aleatorios. Sin embargo, aunque sea más infrecuente, los contratos aleatorios también pueden ser gratuitos, como sucede, por ejemplo, con la constitución de una renta vitalicia a título gratuito (art. 1807 CC). La relevancia de la distinción se constata no sólo en el diferente grado de vinculación de las partes (por ejemplo, si el comprador debe pagar o no a pesar de que la cosecha no haya dado los frutos esperados: vid. arts. 1 a 12 de la Ley valenciana 3/2013, de 26 de julio, de los Contratos y otras Relaciones Jurídicas Agrarias), sino también a la posible aplicación de la rescisión por lesión o de la

por alteración sobrevenida de las circunstancias del contrato. Se considera, por un lado, que los contratos aleatorios no son susceptibles de rescisión por lesión (art. 321.II CDCC;; y Ley

restrictivamente en caso de contratos aleatorios.

or el contrato aleatorio, una de las partes, o ambas recíprocamente, se obligan a dar o hacer alguna cosa en equivalencia de lo que la otra parte ha de dar o hacer para el caso de un acontecimiento incierto, o que ha de ocurrir en tiempo indeterminadoes poco afortunada y no permite distinguir adecuadamente los contratos aleatorios de los condicionales. Más conveniente es señalar que, básicamente, en los contratos aleatorios la incertidumbre se refiere a las prestaciones a

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La Ley, 1989, núm. 2, pgs. 789 y ss.

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ejecutar o a su respectiva relación, y en los contratos condicionales a la existencia o la eficacia del contrato en sí misma considerada. La distinción no se basa en el riesgo económico que todo contrato puede conllevar. Los negocios conmutativos son aquellos en los que la relación de equivalencia entre las prestaciones se encuentra fijada de antemano de modo inmodificable (por ejemplo, arrendamiento). Los negocios aleatorios son aquellos en los que el alea es querido por las partes como elemento fundamental del contrato, incidiendo en su causa (por ejemplo, contrato de seguro, alimentos o renta vitalicia).

La STS de 17 de julio de 2000 analiza un supuesto en el que se celebra un contrato aleatorio y luego uno con l primero [contrato] es el del 7 de abril de 1989 por medio del que los contratantes aúnan esfuerzos para tratar de hallar agua (alumbrar aguas subterráneas). La actividad exigía el estudio de los terrenos, y labores de perforación y, en su caso, aforo y entubación, lo que supone evidentes gastos, siendo el resultado (obtención de agua) aleatorio. En la hipótesis de resultado positivo cada una de las partes adquiere la titularidad del cincuenta por ciento de los derechos de explotación del pozo. Esta participación es de la que dispone Sondeos Gandía, SL en el segundo contrato, que es el de 13 de febrero de 1990. Como dice en su escrito de contestación, «Sondeos Gandía no se dedica al suministro de agua y cuando un pozo está terminado cede su parte a quienes han intervenido en la financiación del pozo en cuestión». Nada le impedía cederlo a otra persona, pero en cualquier caso es evidente que no se ceden los derechos sobre un pozo improductivo, sino sobre un pozo que produce una cantidad de agua, sin que sea de interés la forma de calcular el precio de la transmisión, en el que es lógico se incluya el importe de los gastos sufridos para

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3.2. La atribución patrimonial.

La atribución patrimonial es una categoría que procede de la doctrina alemana y que permite establecer con mayor claridad la distinción entre negocios onerosos y gratuitos o causales y abstractos, y que

facilita la construcción de la figura del enriquecimiento sin causa.

La atribución patrimonial consiste en todo negocio o acto jurídico por medio del cual una persona procura a otra un beneficio o una ventaja patrimonial de cualquier tipo que sea. Se trata, pues, de un resultado

procedente de una actividad jurídica consistente en un enriquecimiento o incremento de la esfera patrimonial de una persona a cargo de otra. Ese beneficio puede consistir en un aumento del patrimonio del beneficiario

o en la evitación de una disminución patrimonial (por ejemplo, ahorro de un gasto). La atribución puede

referirse a una cosa o a un servicio. Debe tenerse en cuenta que la atribución patrimonial se aborda desde una perspectiva unilateral (un sujeto proporciona a otro un incremento patrimonial: por ejemplo, un sujeto transmite a otro la titularidad sobre un libro), sin entrar a valorar si ese incremento se lleva a cabo por una atribución patrimonial inversa (el comprador paga el precio del libro: negocio oneroso) o no (el individuo que regala un libro a su amigo: negocio gratuito).

Aunque hay proximidad, el concepto de atribución no coincide con el de disposición. Cabe atribución y disposición (por ejemplo, donación de un vehículo). Cabe disposición sin atribución (por ejemplo, destrucción física de un cuadro). Y cabe atribución sin disposición (por ejemplo, prestación de un servicio).

Todo desplazamiento patrimonial, toda atribución, debe estar basada en una causa o justificación que el ordenamiento considere lícita y digna de tutela. Si la atribución patrimonial no está amparada por esa justa

causa, nos hallamos ante un enriquecimiento sin causa. Como se desprende del art. 1901 CC, nuestro ordenamiento admite como causas de la atribución la liberalidad) u otras justas causas (el cumplimiento de deberes morales o sociales). La Dirección General de los Registros y del Notariado se ha ocupado reiteradamente de la exigencia de causa en los desplazamientos patrimoniales entre cónyuges, como ocurre en las aportaciones de bienes a la sociedad de

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gananciales. La Dirección General exige que en esos desplazamientos concurra una causa, sea gratuita, sea onerosa, sin llegar a consagrar la admisión de una causa autónoma y distinta como es cierta doctrina.

términos del art. 1323 CC posibilitan cualquier desplazamiento patrimonial entre los cónyuges y, por ende, entre sus patrimonios privativos y el consorcial, siempre que se produzcan por cualquiera de los medios legítimos previstos al efecto (art. 609 CC). Entre dichos medios se incluye el negocio de aportación de derechos concretos a una comunidad de bienes no personalizada jurídicamente o de comunicación de bienes como categoría autónoma y diferenciada con sus propios elementos y características. Estos desplazamientos patrimoniales se someterán al régimen jurídico determinado por las previsiones estipuladas por los contratantes dentro de los límites legales (arts. 1255 y 1274 CC) y subsidiariamente por la normativa del Código Civil . Y, exteriorizados y precisados en el título inscribible los elementos constitutivos del negocio de aportación por el que se produce el desplazamiento entre los patrimonios privativos y el común, y especialmente su causa, que no puede presumirse a efectos registrales (vid. arts. 1261.3º y 1274 y ss. CC). Ello no impide que dicha especificación causal del negocio haya de ser interpretada en sus justos términos. A tal efecto será suficiente que se mencione la onerosidad o gratuidad de la aportación o que la misma resulte o se deduzca de los concretos términos empleados en la redacción de la escritura, interpretados en el contexto de la finalidad que inspira la regulación de los referidos pactos de atribución tendentes a ampliar el ámbito objetivo del patrimonio común .

matrimoivado del negocio jurídico

de atribución de ganancialidad tiene una identidad causal propia que permite diferenciarlo de otros negocios jurídicos propiamente traslativos del dominio, como la compraventa, la permuta (el cónyuge que aporta no espera obtener un precio u otra contraprestación), o la donación (la aportación no se realiza por mera liberalidad). Por ello, se llega a afirmar que encuentran justificación en la denominada causa matrimonii, de la que, históricamente puede encontrarse algunas manifestaciones como la admisión de las donaciones «propter nupcias» de un consorte al otro -­a pesar de la prohibición general de donaciones entre cónyuges-­, o la antigua dote. Y es que, aun cuando no puedan confundirse la estipulación capitular y el pacto específico sobre un bien concreto, la misma causa que justifica la atribución patrimonial en caso de aportaciones realizadas mediante capitulaciones matrimoniales debe considerarse suficiente para justificar los desplazamientos patrimoniales derivados de pactos extracapitulares de ganancialidad, sin necesidad de mayores especificaciones respecto del elemento causal del negocio. En ambos casos se trata de convenciones que participan de la misma «iusta causa traditionis», justificativa del desplazamiento patrimonial «ad sustinenda oneri matrimonii»

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4. EL ENRIQUECIMIENTO SIN CAUSA. 4.1. Las hipótesis de enriquecimiento sin causa.

Como hemos indicado, en la medida que toda atribución o desplazamiento patrimonial requiere una justificación jurídica, cuando una atribución patrimonial no está fundada en una justa causa, quien

ha recibido la atribución debe restituir al atribuyente el valor del enriquecimiento;; correlativamente surge una acción en favor del atribuyente para obtener o reclamar dicha restitución.

Veamos un par de ejemplos. Conforme al art. 1164 CC, el deudor de buena fe que paga al acreedor aparente se libera de la deuda. Pero la norma sólo aborda la liberación del deudor de buena fe. ¿Qué sucede con el verdadero acreedor que no ha recibido la prestación debida? El verdadero acreedor podrá dirigirse contra el acreedor aparente, que haya percibido la prestación, porque éste ha obtenido un enriquecimiento carente de causa. ¿Puede el novio que pagó la reforma del piso de su novia reclamar el importe de las obras, si finalmente la relación de pareja se rompe?

¿Cuál es el fundamento del enriquecimiento sin causa? Parte de la doctrina ha reconducido el enriquecimiento a la categoría de los cuasicontratos (arts. 1887 y ss. CC), y en particular a la gestión de

negocios ajenos sin mandato (arts. 1888 y ss. CC). Pero tanto los presupuestos como los efectos de ambas figuras son distintos. Tampoco puede basarse el enriquecimiento sin causa en la responsabilidad por daños. Aunque, como veremos, uno de los presupuestos del enriquecimiento es la existencia de un empobrecimiento o daño de una persona, las categorías no pueden confundirse puesto que cumplen funciones distintas. La responsabilidad por daños surge cuando se produce un daño que debe imputarse a persona distinta de la víctima, y no siempre existe enriquecimiento del causante (por ejemplo, incendio del vehículo de mi vecino). La equidad no sirve como fundamento del enriquecimiento injustificado porque resulta imposible cualquier elaboración mínimamente articulada con esa base

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tan general. El enriquecimiento sin causa no siempre permite reaccionar contra beneficios moralmente cuestionables. Por ello, L. Díez-­Picazo considera que la prohibición del enriquecimiento injustificado se fundamenta en un control causal-­funcional de las atribuciones y los desplazamientos patrimoniales. Con carácter general, las atribuciones y los desplazamientos no pueden ser revisados, pero, excepcionalmente, sí se produce ese reexamen cuando el enriquecimiento no se considera digno de tutela y se reputa merecedor de protección al empobrecido.

El enriquecimiento sin causa no está regulado con carácter general en el Código Civil y sólo existen menciones aisladas como en el art. 10.9 CC. Se trata de una categoría de construcción fundamentalmente

jurisprudencial16. Los casos en los que la jurisprudencia aplica esta doctrina son muy variados.

Por ejemplo, cese de unión extramatrimonial en la que la mujer realizaba trabajos domésticos y colaboraba en una clínica del conviviente (STS de 6 de octubre de 2006);; venta a tercero de finca adquirida en subasta en la que existía una construcción sin abonar a quien construyó de buena fe el importe de la edificación (STS de 15 de noviembre de 1990 y 17 de diciembre de 2007);; atribución de más superficie que la que correspondía por su aportación a un proceso de reparcelación en perjuicio de otros propietarios (STS de 10 de junio de 2008);; o pago de 7.000.000 de ptas. por la adquisición de una vivienda que finalmente fue adjudicada judicialmente a otra persona (STS de 25 de mayo de 2007).

El Código Civil conoce diversos supuestos en los que, con criterios heterogéneos, se establece la restitución de una prestación o de un incremento patrimonial indebidos (por ejemplo, arts. 360, 455 o 1895 CC). El art. 26 LCS señala que

Pero la cuestión fundamental es si, al margen de esos casos concretos, cabe formular un principio general, relativo a la prohibición del enriquecimiento sin causa.

Es importante destacar que, en nuestro ordenamiento, precisamente por la existencia de reglas particulares, el enriquecimiento injusto no puede tener el carácter general que adquiere en otros sistemas.

La variedad de situaciones de enriquecimiento aconseja la identificación de grupos de casos para establecer en cuáles de ellos se debe acudir a la doctrina del enriquecimiento sin causa y cuáles se resuelven con arreglo

a otros criterios: a) Enriquecimiento por prestación: se produce cuando el enriquecimiento es consecuencia de una prestación que ve frustrada la finalidad para la que se realizó (por ejemplo, prestaciones en cumplimiento de un contrato declarado 16 LECTURA COMPLEMENTARIA: M. de la Cámara;; y L. Díez-­Picazo, Dos estudios sobre el enriquecimiento sin causa, Civitas, 1988.

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nulo, anulable o resuelto). Algunas de estas situaciones no se resuelven con aplicación de la doctrina del enriquecimiento sin causa, sino con aplicación de los criterios generales contractuales. b) Enriquecimiento por intromisión: se produce cuando el enriquecimiento es consecuencia de una invasión indebida de bienes ajenos, incluso aunque la invasión sea de buena fe (por ejemplo, por el uso indebido de un bien ajeno, por la percepción de frutos ajenos o por la aplicación de la cosa ajena para la creación de otra diferente) o consecuencia de la disposición de un bien por quien no es su titular (por ejemplo, por la venta efectuada por un no propietario). La invasión indebida se resuelve por aplicación de las reglas de la posesión (arts. 451 y ss. CC) o de la accesión (arts. 375 y ss. CC);; en cambio, el ejercicio indebido de la facultad de disposición se reconduce a la doctrina del enriquecimiento sin causa, como evidencia el art. 594.2 LEC. c) Enriquecimiento por inversión o desembolso: se produce cuando el enriquecimiento es consecuencia de la actuación de una persona que transfiere a otra bienes o dinero, o realiza una actuación en su favor una actividad, sin que pueda calificarse como prestación (por ejemplo, el tercero que paga una deuda ajena;; o quien realiza gastos en un bien ajeno). Los arts. 1158 y 1201 CC se aplican al pago de la deuda ajena;; y los arts. 453 y 454 y 361 y ss. CC son los que deben disciplinar la inversión efectuada en la cosa ajena.

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4.2. Los presupuestos del enriquecimiento sin causa. Ha sido la jurisprudencia la que ha identificado los presupuestos de aplicación del enriquecimiento sin causa: a) Un enriquecimiento del demandado, esto es, una diferencia entre el estado actual del patrimonio y el estado que tendría si el desplazamiento ilegítimo de bienes no se hubiera producido. El enriquecimiento puede consistir en un

disminución del pasivo) o negativo: por no disminución del patrimonio). b) Un empobrecimiento del actor o demandante, es decir, una pérdida pecuniariamente apreciable, sea por disminución de patrimonio, sea por prestación de servicios sin contraprestación, sea por no obtención de un lucro. El enriquecimiento debe corresponder a un empobrecimiento de otro patrimonio. El que no sufre este empobrecimiento no tiene interés, porque nada ha perdido.

La acción de enriquecimiento se excluye cuando el empobrecimiento deriva de un acto inmoral o ilícito del empobrecido (por ejemplo, la abuela que conserva a los niños contra una decisión judicial que ordena entregarlos al padre divorciado, no puede demandar el reembolso de los gastos de manutención).

c) Una relación entre el empobrecimiento y el enriquecimiento, lo cual significa un nexo de causalidad entre el enriquecimiento y el empobrecimiento.

La concurrencia de este requisito no plantea problemas cuando existe una relación directa entre el empobrecimiento y el enriquecimiento. Pero la cuestión se torna más difícil cuando el enriquecimiento se produce de forma indirecta (por ejemplo, el vendedor de cocinas que reforma la cocina de la vivienda arrendada, sin percibir el precio, y al extinguirse inmediatamente el arrendamiento, el propietario vuelve a arrendar la vivienda con una renta superior). La jurisprudencia excluye la aplicación del enriquecimiento injusto cuando el desplazamiento patrimonial se ha producido a través de terceros extraños al desequilibrio económico.

d) La falta de causa del enriquecimiento, es decir, la inexistencia de justificación para la atribución patrimonial, sea una causa contractual, sea una causa legal, sea un deber moral (art. 1901 CC). No es necesario que exista mala fe o ilicitud en la conducta del enriquecido: la pretensión de enriquecimiento puede prosperar aunque el enriquecido sea de buena fe.

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La STS de 23 de julio de 2010 parece añadir un requisito más a la clásica enumeración jurisprudencial, al indicar que atribución patrimonial no puede hacerlo por su propia voluntad, a plena conciencia y sin conocimiento ni consentimiento de la otra. Es decir, los supuestos de enriquecimiento sin causa no comprenden el que se haga el desplazamiento patrimonial, sin causa, de un patrimonio a otro con plena voluntad del que lo hace y sin aceptación, ni siquiera conocimiento, de la persona que se beneficia. El enriquecimiento sin causa supone una subsidiariedad que implica la falta de causa que justifique la atribución patrimonial y si ésta se ha hecho a plena voluntad y a sabiendas por el autor, no puede luego ampararse en una falta de causa. Esta ha sido la voluntad del autor. Podría darse una gestión de negocios ajenos, lo cual no ha sido planteado en la instancia ni alegado en casación, pero un enriquecimiento producido por la voluntad unilateral de una parte, no puede ampararse sino en su propia voluntad, no en una falta de causa que luego le permita dirigirse contra el que se ha beneficiado que nunca prestó su consentimiento y ni siquiera hubo un conocimiento. Admitir lo contrario sería tanto como permitir a los sujetos hacer obras en supuesto beneficio de terceros que ni lo conocen y luego exigirles los

itar los ámbitos de aplicación del enriquecimiento sin causa y de la gestión de negocios ajenos.

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4.3. Los efectos del enriquecimiento sin causa.

Es relativamente frecuente la alegación ante los tribunales de la existencia de un enriquecimiento sin causa, pero, a decir verdad, el reconocimiento judicial de su existencia es bastante más insólito.

El enriquecimiento sin causa constituye un argumento genérico que se usa en todo tipo de litigios de carácter patrimonial, cuando una de las partes se considera perjudicada económicamente. Aunque se configure como principio general, la jurisprudencia resulta muy cauta en su aplicación.

Con carácter general, el límite de la acción de enriquecimiento es el empobrecimiento del perjudicado: no se puede obtener una cantidad superior a ese empobrecimiento.

Los efectos difieren en función de si el enriquecido es de buena o de mala fe. Si el enriquecido es de buena fe, la condena no puede sobrepasar la cantidad menos elevada del importe del enriquecimiento o del empobrecimiento. Si el enriquecido es de mala fe, parece más razonable la aplicación analógica del art. 1896 CC. La acción de enriquecimiento es siempre personal, dirigida a la recuperación de un valor situado sin causa en poder de un concreto sujeto, aunque en el concepto de valor pueden entrar las cosas concretas. Cuando sea posible, deberá preferirse la restitución de lo obtenido por enriquecimiento.

¿Cabe acudir a la acción de enriquecimiento cuando existen otros expedientes jurídicos para lograr la protección del empobrecido o sólo cabe apoyarse en esa acción cuando no exista ninguna otra forma de

amparar al empobrecido? En la doctrina se ha discutido si esta acción tiene carácter subsidiario, pero no hay razones para considerarla subsidiaria a otras acciones (reivindicatoria, por responsabilidad por daños, etc.). Ahora bien, ello no puede servir para eludir los plazos de prescripción o caducidad determinados para otras acciones. La jurisprudencia no mantenía un criterio uniforme acerca de la subsidiariedad, pero en los últimos tiempos parece inclinarse por esa característica.

La STS de 7 de diciembre de 2011, con un amplio apoyo jurisprudencial, señala

la subsidiariedad de la acción por enriquecimiento injusto. Así lo hace la propia

aplicación de la doctrina del enriquecimiento injusto en defecto de acciones

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específicas, como remedio residual o subsidiario, "pues si existen acciones específicas, éstas son las que deben ser ejercitadas y 'ni su fracaso ni su falta de

Este criterio también es mantenido por la STS de 17 de mayo de 2012. La subsidiariedad tiene sentido por la existencia de una pluralidad de expedientes jurídicos concurrentes: si el enriquecimiento sin causa fuera un remedio general, no debería tener carácter subsidiario.

El plazo de ejercicio de la acción de enriquecimiento es de quince años, al no tener plazo específico (art. 1964 CC), lo cual explica que se pretenda acudir a la misma ante la brevedad de otros plazos. 4.

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DIFERENCIAS QUE TRADICIONALMENTE SEPARAN LOS DERECHOS REALES DE LOS DE OBLIGACIÓN

[resumido de José CASTÁN TOBEÑAS, Derecho Civil español, común y foral, t. II, Derecho de cosas, vol. 1º, Los derechos reales en general. El dominio. La posesión]

DERECHOS REALES DERECHOS DE CRÉDITO

Por razón de las personas que intervienen en la relación jurídica

Un sujeto activo individual determinado Un sujeto pasivo colectivo e indeterminado (en cuanto al deber de abstención)

Un sujeto activo individual determinado Un sujeto pasivo individual determinado Un sujeto pasivo colectivo e indeterminado (en cuanto al deber de abstención)

Por el objeto Cosa corporal, específica y determinada.

Prestación o conducta del deudor.

Por razón del poder que atribuye a su titular

Poder sobre una cosa.

Derechos de exclusión: el titular excluye a los demás del goce o de la utilidad de la cosa.

Poder o facultad contra la persona del deudor.

Derechos de unión: sirven a la cooperación social.

Por su eficacia Prototipo de los derechos absolutos. Puede ejercitarse erga omnes.

Prototipo de los derechos relativos.

Sólo pueden hacerse efectivos y exigirse de la persona del deudor.

Por la distinta importancia que la voluntad y la ley tienen en su ordenamiento

Toman su configuración en la ley. Se rigen por el principio de la autonomía de la voluntad.

Por los modos de originarse

Necesitan de un contrato o título y de un acto ostensible de transmisión (modo de adquirir).

Pueden adquirirse por usucapión.

Nacen simplemente del contrato o título. No pueden adquirirse por usucapión, por no ser susceptibles de posesión.

Por su duración y causas de extinción

Naturaleza ordinariamente perpetua.

Su ejercicio lo consolida. Al recaer sobre cosa determinada, el perecimiento de ésta conlleva la extinción del derecho.

Naturaleza transitoria.

Su ejercicio lo extingue: satisfecha la prestación desaparece la finalidad del vínculo jurídico. Si desaparece la cosa objeto de la prestación, normalmente subsiste la prestación (pues el objeto es la prestación y no la cosa).

Por la protección registral

Está amparado por el Registro de la Propiedad y son inscribibles en el mismo.

No suelen ser inscribibles.