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Nº 66Elenco

Por Lucía

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Editorial

Por Juan Víctor

Director:Juan V.

Soto

Diseño:Drebo y

Juan V. Soto

Diagramación:Sergio M.Alvarez

Tapa:“Triptaminictoren el borde de

la transrealidad” por Drebo

Dibujos interiores:Objetos

fractales, Dreboy Adrián Magarzo

Ilustraciónpáginas 8 y 9:

“¿Qué será?” de Adrián Magarzo

Textos:Los que firman

Buenos Aires

l humo salía de su boca mientras esperaba en el semáforo con su carro lleno de almoha-dones viejos cargados de historias ajenas. Él dejaba que el peso de las dos grandes barras

de hierro que sostenían el carro descansase sobre sus hom-bros. No había caballo. Había un hombre flaco. Fumaba sin manos (las manos aseguraban las barras a los hombros), echando el humo mediante un malabar labial: presionar el cigarro ligeramente para poder, a la vez, expulsar el humo. Verde en el semáforo, aprieta el cigarrillo y avanza. La avenida que debe cruzar es ancha, su cuerpo se achica aun más con tan burlona proporción. Pero la mirada no duda, es dura, tiesa, como si estuviese siguiendo una línea recta, como si apremiase llegar a algún sitio con los restos de ese viejo sofá. Esos almohadones cansados no podrán descansar de que sean otros los que descansen sobre ellos. Nadie oye los gritos de piedad de un sillón aturdido de chismes y testigo de revolcones. El paso apurado del hombre agita las telas rasgadas de los pasajeros del carro, el movimiento de una de ellas metaforiza muy bien el de una agonizante lengua afuera. La seriedad del paso del hom-bre flaco que fuma sin manos combate eficazmente hasta la más tenue intención de tocarle bo-cina.

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Cuando los gigantes caen, las ciudades tiemblan y el suelo se des-truye. Cuando los que alegran el corazón lloran, todo está perdido y sólo queda espacio para el heroís-mo.

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Por Psico

Papel picado

or mucho tiempo, había buscado Higea la morada de Morfeo, señor de los sueños. La joven no lograba descansar durante las noches. Un profundo insomnio se apodera-ba de su cuerpo cuando caía el sol y una

melancolía gris la envolvía hasta que el astro volvía al firmamento.

El dios onírico era caprichoso. Le gustaba cambiar constantemente de residencia, pues fabricar los sueños era tarea que le resultaba agotadora y fascinante, y no quería ser molestado mientras estaba en ello. Sabía además, que la mayoría de los hombres se habían olvidado de él, como de sus hermanos. Pero Higea era diferente. Se había nutrido desde pequeña con las historias de la mitología y los héroes helénicos que su abuelo le relataba con entusiasmo. Estaba convencida de que ningún hombre de ciencia actual iba a poder lidiar con su problema. Necesitaba hablar personal-mente con Morfeo.

La mas reciente vivienda del dios estaba en Turquía, cerca de la costa del mar Egeo, en el mismo lugar donde se había erigido alguna vez, la orgullosa ciudad de Pérgamo. Higea siguió hasta allí a una lechuza que había aparecido en la habitación de su hospedaje, mientras se hallaba acos-tada pensando en las serpientes de mar negras con las que soñaba de niña. El lugar se veía pequeño desde afuera. La joven entró sin llamar a la puerta. Se encontró con un salón de piedra, y varias mesas con diferentes utensilios esparci-dos sobre las mismas. Al poco tiempo de acostumbrarse a la penumbra (el salón estaba iluminado con unas pocas velas), percibió a Morfeo, de espalda a ella, trabajando sobre una de las mesas.

“Veo que ya estas aquí”-dijo de pronto el dios.

- ¿Me esperaba, señor?- Por supuesto; la lechuza es mi mensajera. Tus de-

seos por encontrarme me han sacado de quicio los últimos días. Dime de una buena vez que quieres. Se que no puedes dormir hace mucho tiempo, pero no has venido solo a solu-cionar tu problema.

- En realidad, mi señor, he olvidado como soñar. Cierta noche una duda me asaltó y desde entonces he sido incapaz de visitar vuestros dominios. Solo vos podréis ayu-darme.

- Formula tu inquietud.- Quisiera saber de que están hechos los sueños.- Acércate, compruébalo tu misma.Morfeo le mostró un pequeño recipiente de madera.

Higea lo tomo en sus manos mientras examinaba su inte-rior.

-¿Papel picado?-preguntó con cierta incredulidad la muchacha-¿Los sueños están hechos de papel picado?

-¿Y qué esperabas? Antes necesitaba tierra blanca de las costas del mar Caspio,

o las crines de los centauros de la estepa del Pelopo-neso. Pero ahora tu especie pierde la calma con vasos de plástico, ladrillos o alambre viejo.

- Y no hay nada en él. No hay dibujos o escritos. Yo, no comprendo mi señor.

- Soy el dios del sueño. Podría tranquilizarte con patrañas tales como que los sueños son procesos de tu inconsciente basados en experiencias o deseos y que se manifiestan sensorialmente mientras duermes. Pero eso es una arbitrariedad. Para mí tiene mucho mas sentido mi papel picado. Toma un poco y márchate.

Higea tomo un puñado de papel y se lo guardó en el bolsillo. Fue entonces que noto que todas las herramientas de las mesas eran tijeras. Se marchó sin decir más, algo consternada por el episodio. Esa noche soñó con piñatas rojas y amarillas.

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Par Arturo Arroyo

l profeta ya ha dormido a toda la gente que resistió el frío y se quedo escuchando su palabra. Los cuerpos están tiesos, pues dor-midos en un plano astral. Ninguno de ellos

acusa dolor por el frío. Todos duermen. Con el pasar de la noche algunos no aguantan más

y estallan en llantos, desesperados por el dolor. Otros se mantienen, pero cada vez más duros. El viento empieza a hacerse notar. Un joven atormentado que no pudo aguantar la experiencia, se le acerca al profeta y le dice: “Maestro… algunos ni siquiera se mueven, ¿están muertos?”. El maestro responde: “No. Fijate bien, sí se mueven.” El joven mira dete-nidamente y le reitera la pregunta, afirmando que de hecho ninguno se mueve. El maestro le responde: “Mira ahora.” De repente los cuerpos empiezan a moverse lentamente, al ritmo del viento, el cual es cada vez más fuerte. Llega en un momento a ser casi inaguantable. Los cuerpos empiezan a moverse más, al punto de que pierden su peso y empiezan a flamear como banderas, algunos parecen a punto de salir disparados por el aire.

Pasado un momento, el viento se detiene pero los cuerpos todavía flamean y poco a poco se asientan en el piso. El maestro le dice al joven: “Acercate a un cuerpo y dime si hace algo.” El joven se acerca al cuerpo de su hermano, lo observa y se acerca al maestro diciéndole: “Mi hermano parece estar temblando… sale un ruido raro desde adentro… ”. El maestro responde: “¿Te parece que se mueve o que tiembla el cuerpo de tu hermano?”. El joven respondió: “Pero… ¿Cuál es la diferencia?”. El maestro dijo: “Todo es

movimiento. Temblar solo es posible cuando hay algo a que temer.” El joven respondió: “Pero ud. ha dicho múltiples veces que todo el universo esta en movimiento. ¿Eso significa que en algún lugar del universo el miedo no existe?” El maestro respondió: “Piénsalo así. ¿Qué esta primero: el movimiento o el temblor?” El joven se quedo mirando, muy confundido por la pregunta. El maestro se acerco y le dijo al oído: “No te dejes engañar por las palabras. Por pensar una respuesta te has quedado sin ellas, te han abandonado. No existe lo primero ni lo último. Tampoco algo contiene o niega lo otro. Lo que existe es lo que la palabra te esconde.” El joven solo atinó a decir: “¿Y que esconden las palabras?” El maestro lo miro con una sonrisa y le dijo: “La palabra te esconde a ti, pero no de ti mismo, sino del universo.”

El joven volvió a quedarse mirando al horizonte. Mientras ellos hablaban los cuerpos habían danzado en el aire. Estaban ambos en el ojo de un tornado y éste había levantado los cuerpos, los cuales, pasado un tiempo, volvían a descansar en el piso. El sol empieza a salir en el monte situado en Mongolia. El profeta decide caminar hacia el saliente.

Profecías de la era de Acuario

PROFECÍA No 2: ¿Se mueve o tiembla?

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Por Juan Víctor Soto

Sobre relojes

I

ada vez que el cielo se convierte en un objeto grisáceo que desaparece de las vis-tas de los innumerables habitantes de esta ciudad, éstos marchan mirando sus relojes.

Sus pasos no son del todo acompasados y uno no descubre la melodía sino después de ciertas sutilezas intelectuales. No es que la melodía no se encuentre allí, pero es al genio de compositores mucho más sutiles que se debe el ritmo de estos aparentemente desordenados corazones que marchan rumbo al subte. Arte del disimulo es la vida ordinaria de los lugares civilizados, pero en este caso el disimulo no es la ironía ni la sutileza que un Oscar Wilde puede ilustrar en sus comentarios mas sobrios sobre la vida moderna. El disimulo, el ocultamiento, no se encuentra en las palabras, en las formas de expresar ideas o sentimientos como si ellas fueran contradicción la una de la otra. El disimulo habita en los objetos, en las ropas, en las máquinas, en las formas de sentarse, en los gestos inexpresivos, en los ojos cansados, en los espacios vacíos. Podría decirse que las modas civilizadas intentan enmascarar la bestia que todavía duerme guarecida en la apariencia de homo sa-piens, duerme porque se refugia del mundo que no puede soportar sus fláccidos músculos, su inadaptada capacidad de sobrevivir a los dolores que supone la existencia cor-poral sin más. Pero esto que está ante nosotros supera ese estadio de la civilización, ya no hay ocultamiento porque no hay nada que ocultar dado que la bestia ya se perdió, queda un resto de alma homogeneizada que se expresa a través de las cosas y es en las cosas donde encuentra

su mismidad. El sentido se encuentra en las sobras de lo humano.

Tal argumento deberé desarrollarlo mejor con poste-ridad, poner en evidencia sus fundamentos y asegurarme el camino correcto para avanzar en esta narrativa. Por el momento es necesario caminar un poco más en estas des-cripciones, donde no es necesario recurrir a psicologismos o a estudios de comportamientos sociales o culturales. Tendre-mos que ir a las cosas mismas y a todo lo que su lenguaje, su decir, nos permite hablar de ella. No es antropología lo que pretendo, tampoco una poética de las cosas pero podría parecerse a algo por el estilo. Yo llamaría momentáneamen-te a esto una curiosidad sobre la impronta de las cosas.

II

Ante nosotros ya se encuentra el primero de los ob-jetos: el reloj. Muchos filósofos han pasado por alto su existencia para hablar del tiempo. Tal actitud no debe me-nospreciarse, pues los objetos no eran la parte regente de

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Podés participar de La Quimera escribiendo a:

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las demás dimensiones de la vida (vaguedad del término, uso impropio para hablar intemporalmente de algo temporal). No importa en esta descripción una historia del reloj. Sólo pretendo agregar que en los relojes antiguos está supuesta la comprensión de la astrología y, por ende, la comprensión del cosmos.

Ahora, mas bien, las existencias marchan mirando sus relojes. Los hay de distintas formas y colores, son distin-tos los diseños, las empresas que lo producen, las regiones geográficas de donde provienen. El mecanismo que los hace acceder a estas personas no difiere mucho al régimen de todos los objetos: el mercado. Por el momento no importa ello. Los relojes son ataduras en los brazos de cada ser mortal, consciente ya no de su propia existencia sino mas bien de su propia temporalidad, temporalidad que significa obediencia al reloj.

Los relojes son ataduras. Sus movimientos son homo-géneos y su fragmentación del tiempo es estandarizada y precisa. Cada mortal mira su tiempo en ese objeto pequeño. Le es imperativo que mire su tiempo y que se ocupe de él. Pero no es la única unidad de medida que gobierna su tran-sitar. Desde milenios existen particiones muchos mas gene-rales del tiempo a través de los calendarios que se rigen por las diferentes regularidades que se dan a nivel astronómico. El tiempo que dispone el reloj tampoco desconoce ese orden pero su misión es mucho más específica: el encubrimiento del instante y la abolición de la vaguedad del devenir. No

es que quiera decir que los calendarios desconozcan esa naturaleza, ellos también rigen procesos de la vida. Pero la mecanización y la cosificación de la existencia han hecho posible al reloj de pulsera y viceversa.

Al reloj le corresponde un deber esencial: Sentenciar el ritmo de la vida. Así como el director de orquesta, su función es conseguir que todos empiecen a la misma vez y bajo el mismo impulso rítmico, suprimir los errores, definir las circulaciones de las cosas y de lo existente, registrar los hechos, documentarlos, definir a la existencia en su totalidad. El reloj es el tirano de las cosas, bajo su orquestación cada uno de los objetos, propios de la urbanidad, se desplazan y pueden ser posibles, bajo su reino inequívoco todos los mundos son posibles.

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