Naturaleza Espacio y Tiempo de La Hegemonia. Una Revision Del Concepto.
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Naturaleza, Espacio y Tiempo de la Hegemonía. Una revisión del concepto.
Facundo Rocca (FSOC-UBA)/Javier Waiman (UNQ/IDAES-UNSAM)
1- Introducción
Partiendo de su formulación clásica y atravesando la serie de sus usos, el concepto de
hegemonía soporta un conjunto de acepciones y definiciones divergentes. Creemos que para
sostener la productividad teórica del concepto para el análisis político es necesario intentar
desentrañar los elementos que residen en su polisemia. Para esta tarea intentaremos recorrer
sus distintas conceptualizaciones en relación a la naturaleza de la relación, al espacio social
de su ejercicio, y a su temporalidad.
2- La Naturaleza de la Hegemonía: Consenso y Coerción.
Lo primera cuestión a las que debemos dar respuesta es ¿Que es la hegemonía? O mejor
dicho, ya que lo que es solo puede resultar de la puesta en totalidad de todos sus
elementos y antinomias: ¿Qué característica define a la hegemonía como relación social?
Surgido en los debates del marxismo ruso antes de la Revolución, la noción de
Hegemonía servía para diferenciar la naturaleza de la dirección del proletariado sobre el
resto de las clases oprimidas, del carácter coercitivo de la dirección de las clases
dominantes, justamente en tanto dominación, sobre el conjunto de las clases oprimidas
(Anderson: 1981). Primera diferencia entre hegemonía y dominación. Sin embargo en la
obra de Gramsci, el término reaparece utilizado de múltiples maneras pero no ya para
distinguir entre hegemonía y dominación sin más, sino para nombrar un tipo diferenciado
de dominación que sería (o contendría como momento a) la hegemonía.
Por un lado, hegemonía aparece en diversos fragmentos de los Cuadernos de la Cárcel
como concepto necesario para referir exclusivamente al aspecto consensual de la
dominación, distinguiéndolo de su aspecto coercitivo. Tendríamos entonces un momento de
consenso (la hegemonía), y un momento de fuerza/coerción como aspectos fuertemente
diferenciados de la dominación. Por otro lado, a esta relación dicotómica entre
coerción/hegemonía se le opone una interpretación diferente, en la cual coerción/consenso
no aparecen diferenciados sino constituyendo una unidad. La hegemonía sería entonces
unidad de los aspectos coercitivos y consensuales en una forma de dominación especifica.
Comencemos con la conceptualización de la hegemonía como aspecto exclusivamente
consensual, en la cual los términos de la relación están nítidamente diferenciados como
elementos contrapuestos. Nos encontramos entonces frente “[…] a dos grados
fundamentales, correspondientes a la doble naturaleza del centauro maquiavélico, de la
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bestia y del hombre, de la fuerza y del consenso, de la autoridad y de la hegemonía, de la
violencia y la civilización […]” (Gramsci: 2003. Pág. 48). Fuerza y consenso aparecen
como dos polos diferenciados de una oposición que se generaliza a, y corresponde con, la
dicotomía autoridad/hegemonía. Hegemonía se correspondería entonces con un consenso
activo (humano, civilizado en los términos de la “serie” citada) por parte de los grupos
subordinados, diferenciado de la autoridad forzosa (bestial, violenta) sobre esos mismo
grupos que implicaría la coerción.
Si la hegemonía entonces refiere exclusivamente al aspecto consensual que recubre y permite
la dominación, diferenciándose de forma externa de su carácter coercitivo, su organización se
resuelve entonces exclusivamente en la articulación de ese consenso. Aquí se juega entonces
lo particular de eso humano/civilizado: el plano de la subjetividad y la conciencia. Si la
dominación se sostiene por el consentimiento consensual de las masas al mismo, la base de la
hegemonía como dominación consensuada se constituiría principalmente en el plano de la
conciencia, operando sobre el plano ideológico/cultural de la sociedad.
Frente a esta conceptualización, decíamos anteriormente que es posible construir a partir del
mismo Gramsci otra más compleja, que abandonando una oposición o diferenciación
externa de los polos coerción y consenso, constituya a la hegemonía como unidad entre
momentos diferenciados internamente. “El ejercicio normal de la hegemonía en el terreno,
ya clásico, del régimen parlamentario se caracteriza por la combinación de la fuerza y el
consenso que se equilibran en formas variadas, sin que la fuerza rebase demasiado al
consenso, o mejor tratando de obtener que la fuerza aparezca apoyada sobre el consenso
de la mayoría […]” (Gramsci: 2003. Pág. 125). Fuerza y consenso son ambos momentos de
la hegemonía, que aunque refieren a aspectos diferenciados, se interrelacionan y
retroalimentan, combinándose para producirla. La diferenciación entre coerción y consenso
se vuelve así interna a la hegemonía misma que las unifica en un único concepto.
Pero detengámonos en el terreno donde Gramsci sitúa el “ejercicio normal de la
hegemonía”: el régimen parlamentario. ¿Por qué surge aquí, donde parecen anudarse en una
unidad los términos de la anterior oposición, la necesidad de situarlos históricamente? Si
habíamos dicho que hegemonía referiría a una forma particular de dominación (y
afirmamos luego que esa forma está constituida como combinación de coerción y
consenso), eso particular de la hegemonía como dominación encuentra ahora una
determinación históricamente dada. Y esto porque la reflexión gramsciana está motivada en
gran parte por la necesidad de comprender lo que diferencia a las nacientes democracias de
masas de Europa occidental, como fenómenos diferentes a las sociedades donde la pura
fuerza/coerción constituye aún el elemento principal para el sostenimiento de las
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relaciones de dominación.
A partir de esta dicotomía, expresada en las categorías de Oriente/Occidente, empieza a
emerger la conceptualización de la hegemonía para definir un tipo particular de dominación.
La hegemonía como unidad de consenso y coerción se introduce así como una noción central
para definir este par conceptual que funciona como coordenadas políticas en el pensamiento
gramsciano. Pero será en otro aspecto en el cual se desarrollará esta diferenciación
“geográfico/política” de la dominación: en la relación entre Sociedad Civil/Sociedad
Política/Estado. Ya que el par Oriente/Occidente viene dado a su vez por su descripción
como terrenos históricos determinados por la diferencia entre una sociedad civil fuerte y
desarrollada frente a otra “primitiva y gelatinosa”.
Así la pregunta por la naturaleza de la hegemonía nos lleva hacia la cuestión de su espacio
de ejercicio. Preguntarnos lo que es, será ahora preguntarnos simultáneamente por su
carácter como relación (coerción/consenso) en función de del espacio social donde se
ejercería la hegemonía.
3 –El Espacio de la Hegemonía: Sociedad Civil/Sociedad Política/Estado.
Las diferenciación del “espacio superestructural” en sociedad civil y sociedad política, serán
los dos espacios inicialmente diferenciados que podrán constituirse como “lugar social” de la
hegemonía. Para analizarlos nos guiaremos por las tres soluciones a la relación entre los
términos Estado/Sociedad Civil que Anderson rastrea en los Cuadernos de la Cárcel.
La primera se desprende fuertemente de la conceptualización de la hegemonía como aspecto
puramente consensual del poder, para ubicarla específica y exclusivamente en el ámbito
de la sociedad civil: “se pueden fijar dos grandes planos superestructurales, el que se puede
llamar sociedad civil, que esta formado por el conjunto de los organismo vulgarmente
llamados ‘privados’, y el de la sociedad política o Estado, y que corresponden a la
función de hegemonía que el grupo dominante ejerce en toda sociedad y a la del dominio
directo o comando que se expresa en el Estado y en el gobierno jurídico” (Gramsci: 2006,
Pág. 16). Tenemos así una relación entre los términos tal donde la hegemonía como consenso
se ejerce en la sociedad civil, y el dominio como coerción en el Estado.
Como señala Anderson: “En la medida en que la hegemonía pertenece a la sociedad
civil, y la sociedad civil prevalece sobre el Estado, es la ascendencia cultural de la clase
dominante la que garantiza esencialmente la estabilidad del orden capitalista. En la
utilización de Gramsci, aquí hegemonía significa subordinación ideológica de la clase obrera
por la burguesía, la cual la capacita para dominar mediante consenso.”(Anderson: 1981, Pág.
46). Tenemos entonces una concepción de ideología que se aleja entonces de la
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consideración de los factores de poder tanto económicos como político-estatales que
sostienen a la clase dominante; donde la conciencia entendida como simple “plano de
ideas” se vuelve el principal núcleo organizador del poder y de la sociedad.
Descartada esta primer “solución” avancemos entonces, aunque invirtiendo el orden de
exposición de Anderson, para centrarnos en la que él señala como tercera solución a la
relación Sociedad civil/Estado: la hegemonía situada en la noción de Estado ampliado.
“Además del aparato gubernativo debe también entenderse por Estado el aparato privado
de hegemonía o sociedad civil” (Gramsci: 2003, Pág. 157) y más adelante: “en la noción
general de Estado entran elementos que deben ser referidos a la sociedad civil (se podría
decir al respecto que Estado=sociedad política+sociedad civil, vale decir hegemonía
revestida de coerción)” (Ibíd., Pág. 158). Esta noción presenta al Estado como unidad de
sociedad civil y sociedad política; por lo cual parecería plantear a su vez la unidad
interna de la hegemonía como combinación de coerción y consenso, que aparecería entonces
tanto en el aparato de gobierno como en las instituciones privadas de la sociedad civil.
Pero si observamos los pasajes citados con atención podemos observar que no se
abandona la vinculación de la hegemonía únicamente a la sociedad civil y al consenso por
ampliar la noción de Estado. Esto es evidente en la equivalencia entre aparato privado de
hegemonía=sociedad civil. De esta manera no solo se pierde la diferenciación entre el ámbito
de las superestructuras como señala Anderson, sino que tampoco se logra automáticamente
trasladar la unidad de las “superestructuras” diferenciadas al plano de la hegemonía. Es
decir que la noción ampliada de Estado no conlleva necesariamente una concepción de la
hegemonía que, como unidad de coerción y consenso revista toda la esfera superestructural.
Sino más bien encontramos una operación por adición entre términos externos similar a la
que encontrábamos en la primera definición de la naturaleza de la hegemonía: a una
dominación solamente coercitiva se le agregaba el consenso como hegemonía, ahora el
Estado como pura dominación se amplia por adicción de la sociedad civil como lugar de
la hegemonía/consenso.
Planteemos entonces la otra posibilidad restante, que Anderson enumera en segundo lugar:
una caracterización dual de la hegemonía. Pero conformada, ahora si, por momentos
diferenciados pero internos a una misma unidad, ejercida en ambos ámbitos en los que
Gramsci divide la superestructura. Tenemos entonces una hegemonía social y una
hegemonía política, que se combinan recíprocamente en una hegemonía en general. Así la
hegemonía puede operar como un concepto que pone en relación interna las esferas de la
sociedad política y de la sociedad civil, en la dirección política y moral que un grupo
social ejerce sobre el conjunto de la sociedad.
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Entendida de esta manera nos enfrentaríamos con la existencia de una hegemonía social,
situada en la sociedad civil, mediante la cual la clase dominante logra ideológica y
culturalmente constituir su dominación, pero que es simultáneamente solo una parte de la
hegemonía de la clase dominante, que recíprocamente depende de y se constituye por, su
hegemonía política en el Estado. Al Estado le corresponde entonces la función de
coerción, pero también la del consenso. Se trata del “Gobierno con el consenso de los
gobernados, pero con un consenso organizado, no genérico y vago como se afirma en el
instante de las elecciones. El Estado tiene y pide el consenso pero también lo “educa” por
medio de las asociaciones políticas y sindicales, que son sin embargo organismos privados,
dejados a la iniciativa de la clase dirigente” (Gramsci: 2003. Pág. 155). Imbricación entonces
del proceso de organización del consenso a lo largo de toda la esfera “superestructural”.
Pero Anderson nos señala un problema, ya que esta propuesta representaría: “una asimetría
estructural en la distribución de las funciones consensual y coercitiva del poder. La ideología
se reparte entre la sociedad civil y el Estado: la violencia pertenece al Estado solo. En
otras palabras, el Estado forma parte dos veces de cualquier ecuación entre ambos”
(Anderson: 1981. Pág. 57).
Se imponen entonces una serie de aclaraciones que nos permitan sostener la utilidad de
la definición “hegemonía dual”. En primer lugar, evitar la restricción del concepto de
coerción únicamente al “monopolio legal de la violencia” en el Estado. Se debe adoptar
entonces una definición amplia de coerción que incluya las distintas formas de “represión
ilegal/ilegitima” que aparecen en distintos momentos de la historia de las sociedades
capitalistas, así como las serie de coerciones simbólicas que complementan a la violencia
física. En segundo lugar, debemos advertir que aceptar la definición dual de hegemonía no
debe llevar a entender que su momento social y político puedan existir de forma
diferenciada. En otras palabras, la distinción no implica la posibilidad de existencia de una
hegemonía social de un grupo que no alcanza sin embargo hegemonía política, y viceversa.
Si la asimetría estructural que Anderson enunciaba como problema, es resuelta por medio de
una definición amplia de coerción/violencia y de su afirmación como diferenciación interna,
resta sin embargo el problema que surge tácitamente de esta misma crítica, el de la
preponderancia del Estado por sobre la sociedad civil que se desprendería de la definición
dual. Debe clarificarse también la naturaleza (y preponderancia) del Estado. Este resulta en
algo más que una combinación de elementos represivos y elementos ideológicos;
comienza aparecer como un nudo Borromeo clave en la dirección ejercida por una clase
dirigente hegemónica sobre el conjunto de la sociedad. Es a partir del Estado que se
organiza principalmente el consenso a los grupos dominantes, en el mismo se opera la
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transformación bajo la cual una clase dominante supera “la fase “económica- corporativa” y
pasa la fase hegemónica (de consenso activo)” (Gramsci: 2008. Pág. 57). Aparece entonces
como punto clave de la hegemonía; lugar donde se anudan coerción y consenso; pero
también, y principalmente, el comando de la sociedad, su dirección. Es a partir del Estado
que se establece la principal relación de subordinación de los intereses de los grupos
subalternos a los intereses del grupo dominante, de manera tal que estos puedan dirigir
obteniendo el consenso de los primeros: La hegemonía entonces constituye el momento de
unidad económica, política e intelectual en la dirección de un grupo dominante sobre el resto
de la sociedad, a partir de “[…]la posesión del Estado, del ejercicio real de la hegemonía
sobre la sociedad entera[…]” (Grasmci: 2008. Pág. 94)
Tenemos entonces al momento hegemónico como una configuración de las relaciones de
fuerza entre los grupos y clases sociales; en la cual en el nivel de la disputa
propiamente política (siempre, aunque no únicamente, en relación al Estado) se anudan las
disputas ideológico/culturales de la sociedad civil (una hegemonía social) con la conquista
del Estado, a cuyas funciones coercitivas y consensuales, suma la función principal de
comando y dirección de la sociedad, que incluyen la organización de las clases dominantes
y la desorganización de las dominadas (hegemonía política).
Pero en nuestro desarrollo hemos transformado silenciosamente nuestros grupos dominantes
y dominados iniciales, en clases sociales, cuyas relaciones de fuerza no obligan a
referirnos a un territorio aún inexplorado y sin delimitar en nuestro mapa de la hegemonía:
su relación con lo económico. Debemos encontrar el aspecto estrictamente material de la
hegemonía, el sustrato económico por el cual una clase puede devenir hegemónica.
4 - Hegemonía y acumulación capitalista
Examinemos detenidamente las implicancias de la proposición gramsciana que afirma que
“el contenido de la hegemonía política del nuevo grupo social que ha fundado el nuevo
tipo de Estado debe ser fundamentalmente económico. Se trata de reorganizar la
estructura y las reales relaciones entre los hombres y el mundo económico o de la
producción” (Gramsci: 2003. Pág. 159).
Para Gramsci, el primer nivel de las relaciones de fuerza se constituye por las relaciones de
producción, por el poder que cada grupo adquiere en el momento de la producción. Pero a
su vez, un grupo deviene realmente hegemónico cuando puede lograr la unidad de sus
fines e intereses económicos con los políticos e ideológicos. En este sentido la misma
restructuración de la producción (de la base) representa un momento de la hegemonía. La
clase o fracción de clase hegemónica debe ser capaz de organizar también en relación a lo
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económico al resto de las clases, para lo cual el comando desde el Estado deviene central.
No se trata solamente de que en la base del poder político de un grupo se encuentra su
poder situado en la esfera de la producción; sino también que para que una clase pueda
devenir hegemónica debe también transformar/dirigir la esfera de la producción y dirigir
en esta al resto de las clase y fracciones de clase.
Las transformaciones en la esfera de la acumulación capitalista forma parte entonces de la
construcción de la hegemonía de un grupo sobre toda la sociedad. Se deben transformar
tanto las fuerzas productivas como las relaciones sociales de producción para lograr un
nuevo equilibrio en el cual se organice a las clases que forman parte del bloque
hegemónico de manera tal que puedan participar de la acumulación capitalista pero
manteniendo la hegemonía de una de ellas sobre el conjunto de la producción, y se
desorganice y mantenga el control sobre las clases subalternas en el ámbito económico.
Gramsci ejemplifica esta relación entre hegemonía y acumulación capitalista en su
análisis del Americanismo y el Fordismo, donde a partir de una revolución en las fuerzas
productivas: “fue relativamente fácil racionalizar la producción y el trabajo, combinando
hábilmente la fuerza (destrucción del sindicalismo obrero de base territorial) con la
persuasión (altos salarios, diversos beneficios sociales, propaganda política e ideológica
muy hábil); se logro así hacer girar toda la vida del país alredor de la producción. La
hegemonía nace de la fabrica” (Ibíd. Pág. 291). De esta forma la gran burguesía industrial
norteamericana logra hegemonizar la producción combinando una revolución en las
fuerzas productivas (incorporación de la cinta de montaje, del transporte, etc.) con una
transformación de las relaciones de producción mediante la fuerza y el consenso (cambio
en la relación salarial, en la fuerza sindical, etc.).
Los términos de coerción/consenso cuya combinación constituía la naturaleza de la
hegemonía, se complejizan a su vez al situarse en esta dimensión. Otra vez el concepto debe
tomarse en un sentido amplio. La coerción en el lugar de trabajo (disciplinamiento de la
fuerza de trabajo), los elementos económicamente coercitivos (desempleo, inflación, baja de
salarios, etc.), así como los mecanismos de consenso económicos, (concesiones
socioeconómicas: aumentos salariales, posibilidad de consumo, mejoras en las condiciones
de trabajo, etc.) se incorporan como posibilidades socialmente situadas a nuestra
definición inicial.
Pero el verdadero punto crucial consiste en comprender el vínculo existente entre los
intereses de la clase hegemónica económicamente, y su hegemonía política en el Estado.
Se trata de ver cómo se hace cuerpo en y mediante el Estado la hegemonía. Relación que
no puede explicarse instrumentalmente por la posesión del Estado por miembros de esa
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clase, ni por una traslación automática de determinadas correlaciones de fuerza
económicas en correlaciones de fuerza política; y que tiene que ser buscada teniendo en
cuenta la función “universalizante” y dirigente del resto de las clases por medio del Estado.
La respuesta Poulantziana a este problema remite a la naturaleza propia del Estado
capitalista. El interés político de las clases dominantes consiste en incorporar a las clases
dominadas de manera compatible con su hegemonía sobre el conjunto de la sociedad,
aunque este interés político suponga ciertas contradicciones y diferencias con su interés
económico-corporativo, en tanto interés inmediato. El Estado aparece entonces dotado de
una autonomía relativa que le permite cumplir eficazmente su función de representar el
interés político (hegemónico) de una clase, al concebirse y presentarse como el elemento
universalizante que supera los diversos intereses económico-corporativos. De esta manera:
“el Estado moderno no puede ratificar unívocamente los intereses económico-sociales
propios, empíricamente concebidos de las clases dominantes. Si bien su función
hegemónica de universalidad, en tanto que marco ordenador de la sociedad molecularizada
coincide con los intereses del capital, comporta necesariamente, al nivel político especifico
de la lucha de clases, una garantía de ciertos intereses económico-corporativos de las
clases dominadas, garantía acorde a la constitución hegemónica de la clase en el poder
cuyos intereses el Estado sostiene. […] El Estado moderno está al servicio de los intereses
políticos de las clases hegemónicas contra, frecuentemente, sus propios intereses económico-
corporativos, y también al servicio del interés general de las clases o fracciones dominantes,
constituido políticamente en interés general de la sociedad”. (Poulantzas: 1973. Págs. 55 y
56)
El planteo de Poulantzas conlleva sin embargo sus propios problemas. En primer lugar
la noción de autonomía relativa no resuelve por sí misma la vinculación entre base y
superestructura, ya que al separar lo político y lo económico, y los intereses que de ellos se
desprenden, Poulantzas no permite pensar los procesos de constitución hegemónica como
un proceso único de la lucha de clases. Toda posibilidad de lucha queda reducida a un
ámbito “estrictamente político” constituido básicamente por el Estado. Bajo esta “hipótesis
politicista” no pueden entonces articularse e integrarse los diversos niveles de las relaciones
de fuerza planteadas por Gramsci, ya que la lucha de clases en el marco de la producción
no influirá en esta función hegemónica del Estado, que solo se vería afectado por las
luchas “políticas” de las clases en la esfera superestructural.
Necesitamos en cambio una solución teórica que logre unificar internamente los distintos
niveles de fuerza en los que se resuelve la hegemonía, como momentos de un único
proceso social. Solución que encontramos esbozada en los fructíferos resultados del debate
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de los “teóricos marxistas de la derivación del Estado que postulan la unidad interna de los
aspectos (económico, político, ideológico) de la lucha de clases como dinámica social central
(Holloway: 1994), así como la articulación necesaria de todo proyecto hegemónico con una
determinada estrategia de acumulación (Bonnet: 2008. Pág. 277).
De esta forma quedan finalmente anudadas la “hegemonía económica” y la “hegemonía
política” de la fracción hegemónica de la burguesía y se entiende la relación de las mismas
como formas que asume la relación antagónica de capital-trabajo en la lucha de clases. La
hegemonía se nos presenta como una determinada correlación de fuerzas surgidas de esa
confrontación, que requiere la articulación en un proyecto hegemónico de: una
transformación de la forma de Estado (creación de un nuevo Estado) y una determinada
estrategia de acumulación (realización y reafirmación de los intereses económico
corporativos), mediante la cual la facción burguesa hegemónica logra incorporar a la
acumulación al conjunto del bloque en el poder y mantener la dirección de este conjunto
sobre la clase trabajadora. Podríamos añadir aquí también, que a estas determinadas formas
“políticas” y “económicas” de la relación capital-trabajo se le suman determinadas formas
ideológicas, como discursos legitimadores, que dan forma a la función “universalizante” de
dicha hegemonía.
Pero si la hegemonía surge de una correlación particular de fuerzas en el proceso social como
lucha de clases, se vuelve momentánea. Habrá hegemonía mientras logre mantenerse esa
determinada correlación de fuerzas. Así esta ultima definición se opone nuevamente al
planteo Poulantziano en tanto este suponía una identificación de necesariedad entre Estado
capitalista y hegemonía, por la cual no existiría Estado capitalista no hegemónico, ya que
su misma naturaleza es la de ejercer la función hegemónica como universalizante. Así la
hegemonía no dependería de una determinada correlación de fuerzas, si no que sería una
presencia permanente, eterna, en todo el tiempo social. No podrían pensarse la existencia de
momentos no hegemónicos.
5 - El Tiempo de la Hegemonía.
¿Es la hegemonía una invariable homogénea al tiempo social, o es, por el contrario un
momento? Nos acercamos a un nuevo problema del concepto: su relativa indeterminación
temporal inicial que permitió en su uso tanto para explicar una característica permanente de
la dominación capitalista en Occidente, como la especificidad de momentos históricos
particulares.
De forma esquematizada, tendríamos, por un lado, a la hegemonía como una categoría que
explicaría de manera sistémica el orden y la estabilidad en toda sociedad capitalista. Se
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afirma su existencia continua (que puede, sin embargo, ir asumiendo distintas formas).
que da coherencia a todo el conjunto social, para explicar a partir de esta categoría la
unidad y la dominación de las sociedades capitalistas. Por otro, hegemonía puede tomarse
como una categoría que explica una determinada dinámica de la lucha de clases y expresa
una correlación de fuerzas particular entre las clases sociales. El concepto referiría, de
esta manera, un momento particular y tendríamos entonces que plantear las condiciones
de su existencia, es decir ¿Qué elementos definen o no la existencia de un momento
hegemónico?
Ya hemos visto como la obra de Poulantzas se corresponde con la primera de estas
opciones. El concepto de hegemonía aparece entonces explicando la forma en que se
estructura la dominación y el orden en las sociedades capitalistas de forma permanente por
medio de la función universalizante realizada en el Estado. Es decir, como un concepto de tipo
sistémico, en tanto da coherencia al todo social de manera estable.
A su vez la misma es referida casi exclusivamente a la capacidad de la clase hegemónica en
relación al resto de las clases dominantes para dominar a las clases subalternas. Así las
mutaciones en la situación hegemónica se explican casi exclusivamente por los cambios en el
bloque en el poder y no en relación a la lucha de clases, como lucha entre capital y trabajo.
Siempre entonces la fracción hegemónica del bloque en el poder ejerce su hegemonía,
mediada por el Estado, sobre el conjunto de la sociedad. Los únicos cambios posibles
dentro de esta situación se explican entonces por modificaciones de la fracción
hegemónica del bloque en el poder y no en relación a la capacidad o no de la clase
dominante de ejercer su hegemonía sobre las clases subalternas.
En los desarrollos de Portantiero sobre la obra de Gramsci encontramos una solución
similar, aunque a nuestro entender más interesante. En su lectura, toda sociedad
capitalista constituye un sistema hegemónico. Pero el mismo se articula, no a partir del
Estado capitalista como en Poulantzas, sino a partir del concepto de bloque histórico; en el
cual : “la hegemonía se expresa como existencia real, histórica, a partir de aparatos
hegemónicos (las instituciones de la sociedad civil) que en conjunto articulan, como
particularidad, a cada sociedad y a cada una de sus etapas como sistema hegemónico”
(Ibíd., Pág. 187). La identificación es entonces entre bloque histórico y sistema hegemónico,
pero con el privilegio de las instituciones de la sociedad civil como articuladoras de los
diferentes patrones de hegemonía que la sociedad va atravesando.
La particularidad de la propuesta de Portantiero es que el concepto de hegemonía se
entiende en el marco de las relaciones políticas de fuerza; como resultado del conjunto de
luchas en el marco del Estado ampliado (y libradas particularmente a partir de las
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instituciones de la sociedad civil), mediante las cuales se establece siempre un sistema
hegemónico que delimita una particular relación entre Estado y sociedad civil, y que
permite a su vez la unidad del bloque histórico.
Hegemonía designa, entonces, a un resultado del conjunto de las luchas políticas,
comprendidas no sólo por las luchas estatales como en la propuesta poulantziana, sino por
el conjunto de las luchas en el Estado ampliado, incluyendo de esa forma las disputas que
atraviesan la sociedad civil. A partir de las mismas se configuran distintos modelos
hegemónicos que implican una relación particular entre el Estado (en sentido ampliado) y las
masas a las que se busca dirigir. En este sentido el modelo de hegemonía (la relación ente
el Estado y las masas) es condición de posibilidad del bloque histórico, y de las distintas
fases que ese bloque histórico asume en casa sociedad nacional, de la unidad de esa forma
estatal con una determinada forma de acumulación de capital (es decir la relación del
Estado con la economía) Tendríamos así la existencia de diversos bloques históricos que
como sistemas hegemónicos se estructuran desde la forma estatal (y a su vez está
estructurada principalmente por los aparatos hegemónicos de la sociedad civil) en la cual
“cada fase estatal implica, en efecto, una modificación en las relaciones que se establecen
entre Estado y economía (modelo de desarrollo) y Estado y masas (modelo de hegemonía)”
(Ibíd. Pág. 161)
Nuevamente, en Portantiero, encontramos la hegemonía como categoría sistémica
permanente de la sociedad capitalista. Pero mientras en Poulantzas el movimiento interno
de la hegemonía se reducía a la dinámica del bloque en el poder y las luchas políticas,
ahora la dinámica del concepto, que produce sus fases, está dada exclusivamente por los
procesos de la sociedad civil.
El problema surge de la propia conceptualización de la lucha de clases y su relación con
las formas estatales y de acumulación. Portantiero parte efectivamente de las relaciones
de fuerza gramscianas, pero entendiendo a aquellas dadas por la “estructura” (económicas)
como limites objetivos externos al desarrollo de relaciones de fuerza propiamente políticas
en el plano estatal en sentido ampliado. En este sentido, el movimiento principal de la
hegemonía ya no reside como en Poulantzas principalmente al interior de la lucha entre las
propias clases dominantes. Adquiere sí su campo de implicación en la relación entre clase
dominante/clase subalterna, pero limitándolas a las distintas relaciones entre masas y aparato
estatal. Al mantener la división de estructura y superestructura (intentando conciliarla en la
unidad orgánica del bloque histórico) se entiende a las formas estatales y a las formas de
acumulación en una relación que no implica un movimiento único diferenciado
internamente sino una relación estática de funcionalidad. La hegemonía entonces no puede
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resolverse como proceso dinámico, que exprese la relación interna (no-funcional) de
“formas” derivadas de una misma relación antagónica entre capital y trabajo. Es decir situar
a la hegemonía como parte de la lucha de clases en tanto proceso (político en el sentido
de lucha entre fuerzas antagónicas) unitario y continuo que se desarrolla en todo el
conjunto social asumiendo formas aparencialmente “económicas”, “estatales”, “ideológicas”
En definitiva, ambos usos “sociológicos” (funcionales, sistémicos) de hegemonía, la
convierten en un concepto que designa todo orden social en las sociedades capitalistas.
Volviéndose una categoría permanente, pierde así su capacidad teórica para explicar
momentos políticos concretos donde la dominación capitalista adquiere formas más sólidas
o desarrolladas. Este “uso funcional” lleva a Portantiero a plantear un oxímoron tal como el
de “empate hegemónico” para la situación argentina entre 1955-1976, mediante el cual
busca definir una situación donde claramente no existe una hegemonía en sus términos (no
hay ni modelo de desarrollo, ni modelo de integración de las masas en el Estado efectivo y
operante en el período) luego del quiebre del modelo hegemónico nacional-popular que
había articulado el peronismo. (Portantiero 1977)
Bajo este “uso funcionalista” la articulación entre dominación y acumulación de capital, se
periodiza en distintos modelos estables que se suceden a partir de cada crisis. Ya sea que
este cambio sea entendido a partir de los problemas de la acumulación (Jessop) o por
los de la dominación, tanto aquellos internos al “bloque en el poder” (Poulantzas) o
propios a la relación Estado-masas (Portantiero), la crisis termina representando un
paréntesis episódico que reacomoda el sistema hegemónico. De esta forma la lucha de
clases como proceso único no termina expresándose históricamente en distintas formas
cambiantes, sino más bien produce momentos de interrupción de un sistema siempre
hegemónico, que una vez reconfigurado vuelve a mantenerse estable. Así la temporalidad
social se homogeniza, se “vacía” de conflicto, que aparece solo en episodios externos. La
lucha de clases se vuelve una anomalía.
Se entenderá la hegemonía en sentido político como una forma determinada de la lucha de
clases en un momento histórico particular; un modo de existencia de esta relación
conflictiva de perpetua lucha entre capital y trabajo. Hegemonía entonces no definiría una
característica permanente de la sociedad capitalista, sino un momento particular de la
misma en el cual se condensan ciertas características específicas que permiten su
surgimiento.
Existen, efectivamente, en Gramsci estas dos tendencias que venimos bosquejando. La
primera reaparece en el uso de hegemonía como categoría explicativa de toda forma de
dominación en Occidente. Muchos de los fragmentos ya citados parecerían corresponderse a
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una caracterización de la hegemonía como sistema hegemónico que da coherencia y orden al
bloque histórico en las sociedades capitalistas desarrolladas. La segunda se encuentra en
cambio en los análisis históricos concretos realizados por Gramsci, donde aparecen en su
lenguaje términos como quiebre de la hegemonía, grupos dominantes no hegemónicos,
hegemonías fuertes y débiles, etc. Así como la posibilidad de momentos históricos donde
existen clases dominantes que no logran volverse hegemónicas, como el caso de la burguesía
florentina renacentista (Gramsci: 2008b). Es decir que existirían momentos por lo tanto en
los cuales no existe hegemonía alguna.
Entre estas dos soluciones se encuentra, suspendida en cierta indefinición, la relación entre
hegemonía y relaciones de fuerza. En los pasajes donde la misma se analiza, hegemonía
podría significar un momento necesario de todas las relaciones de fuerza o, por el contrario,
un momento particular que no tiene porque alcanzarse siempre.
Como adelantamos, consideramos más productivo inclinarnos por la segunda solución, e
interpretar también bajo esta apuesta el análisis de las correlaciones de fuerza. De esta
manera el concepto adquiere vitalidad en su capacidad de describir casos históricos
concretos, y no simplemente en nombrar la generalidad de la dominación capitalista
desarrollada. Así entendida, la hegemonía puede convertirse en referente de una forma
particular de desenvolvimiento de la lucha de clases, forma histórica con condiciones de
existencia propias que permiten mejorar nuestra compresión de un determinado periodo o
proceso histórico.
La hegemonía no puede abstraerse entonces, de su materialidad concreta, de sus
condiciones de existencia concreta. Ya habíamos señalado la relación entre hegemonía y
acumulación capitalista. Esto implica ahora asentar que para que una fracción de la
burguesía pueda volverse hegemónica - es decir, realmente dirigente del conjunto de la
sociedad - debe tener la “capacidad de confundir su reproducción particular con la
reproducción del conjunto social, es decir, de asegurar la reproducción del capital en
general. Esto supone que la capacidad de subordinar a su estrategia de acumulación al
conjunto de las clases subalternas se confunde en un mismo movimiento, con su capacidad
de subordinar a las otras clases de la burguesía” (Piva: 2009. Pág. 131). Debe plantear una
estrategia de acumulación que permita la reproducción ampliada de la totalidad del capital,
representado en las diversas fracciones de la burguesía; pero que, a su vez, permita
realizarse con el consenso de las clases subalternas sobre las que se busca ejercer la
hegemonía. De esta manera, “Pude decirse que en esta capacidad de canalizar el
antagonismo obrero mediante el otorgamiento de concesiones, mas modernamente mediante
la lucha salarial, reside el núcleo duro de la dominación hegemónica de la burguesía y de
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la expansión de la democracia formal y el sistema parlamentario” (Ibíd. Pág. 123), ya que
como” la reproducción ampliada del capital es, al mismo tiempo, la reproducción
ampliada de todas las clases. En tanto no se desarrolle, de modo predominante, sobre la
base de la extensión de la plusvalía absoluta y del deterioro del salario y de las
condiciones de trabajo del conjunto de la clase obrera, podrá ser presentada como
expansión de las capacidades productivas de toda la sociedad” (Ibíd. Pág. 124).
Las condiciones de reproducción ampliada del capital de esta forma no son generalizables a
todo momento histórico. Suponen en cambio una determinada correlación de fuerzas entre las
clases y fracciones de clases, que permitan un período expansivo en la dinámica de la
acumulación de capital en su conjunto. Es en este sentido que debe darse la articulación
que mencionábamos anteriormente entre estrategia de acumulación y proyecto
hegemónico. Es decir, articular en el mismo momento la subordinación del conjunto de las
clases subalternas con la subordinación de las otras fracciones de la burguesía a esa forma
determinada de acumulación. La hegemonía alude así a conseguir efectivamente el poder
presentar la propia expansión de un grupo como la expansión de todos los grupos
fundamentales de esa sociedad, requiriendo para ello combinar la coerción sobre los
mismos pero obtener también su consenso. El carácter universalizante de la hegemonía
adquiere entonces sus condiciones concretas.
Esta acción universalizante, que presenta la propia expansión como expansión del
conjunto, la burguesía puede realizarla, sin embargo, solamente a partir del Estado (como
habíamos concluido del análisis topológico de la hegemonía), ya que “requiere abstraer ese
carácter de reproducción social en general de su forma histórica concreta esto es, de su
carácter de dominación particular. Es decir, el discurso y la práctica hegemónicos de la
burguesía deben operar, produciéndola y reproduciéndola, sobre la potencial y necesaria
separación entre lo económico y lo político inscripta en la noción misma de capital” (Ibíd.
Pág. 129). Podemos decir entonces que la hegemonía, no expresa un momento de cierre de
las luchas en un todo coherente y articulado, sino más bien aparece como un componente
interno de las relaciones sociales de fuerza, como modo del desenvolvimiento de la
lucha de clases en un momento y una sociedad histórica particular, en el cual un
fracción de la burguesía logra mediante una estrategia de acumulación, una forma de
Estado y (cabe agregar) una ideología-discurso legitimantes, dirigir política, intelectual y
moralmente al conjunto social.
6- Conclusión
Para concluir reordenemos la serie de elementos presentes a lo largo de nuestro análisis en
una nueva definición preliminar del concepto. La hegemonía se nos presenta como un
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momento particular del proceso social de lucha de clases (temporalidad), que implica una
cierta correlación de fuerzas entre las mismas; correlación que se expresa en una
determinada combinación de coerción y consenso (naturaleza) entendidos en un sentido
amplio, que recorre y recubre simultáneamente las esferas políticas, sociales, y
económicas, pero que logra su articulación plena centralmente a partir del Estado (espacio).
Esta hegemonía en general, como combinación, situada históricamente por el proceso de
antagonismo de clase, de hegemonía ideológica/cultural, política y económica, debe lograr
organizar al conjunto de las clases dominantes, y de forma subordinada al conjunto de las
clases populares, para así hacer pasar su interés de grupo por el interés general de la sociedad
(carácter universalizante).
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