Naturaleza Espacio y Tiempo de La Hegemonia. Una Revision Del Concepto.

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- 1 - Naturaleza, Espacio y Tiempo de la Hegemonía. Una revisión del concepto. Facundo Rocca (FSOC-UBA)/Javier Waiman (UNQ/IDAES-UNSAM) 1- Introducción Partiendo de su formulación clásica y atravesando la serie de sus usos, el concepto de hegemonía soporta un conjunto de acepciones y definiciones divergentes. Creemos que para sostener la productividad teórica del concepto para el análisis político es necesario intentar desentrañar los elementos que residen en su polisemia. Para esta tarea intentaremos recorrer sus distintas conceptualizaciones en relación a la naturaleza de la relación, al espacio social de su ejercicio, y a su temporalidad. 2- La Naturaleza de la Hegemonía: Consenso y Coerción. Lo primera cuestión a las que debemos dar respuesta es ¿Que es la hegemonía? O mejor dicho, ya que lo que es solo puede resultar de la puesta en totalidad de todos sus elementos y antinomias: ¿Qué característica define a la hegemonía como relación social? Surgido en los debates del marxismo ruso antes de la Revolución, la noción de Hegemonía servía para diferenciar la naturaleza de la dirección del proletariado sobre el resto de las clases oprimidas, del carácter coercitivo de la dirección de las clases dominantes, justamente en tanto dominación, sobre el conjunto de las clases oprimidas (Anderson: 1981). Primera diferencia entre hegemonía y dominación. Sin embargo en la obra de Gramsci, el término reaparece utilizado de múltiples maneras pero no ya para distinguir entre hegemonía y dominación sin más, sino para nombrar un tipo diferenciado de dominación que sería (o contendría como momento a) la hegemonía. Por un lado, hegemonía aparece en diversos fragmentos de los Cuadernos de la Cárcel como concepto necesario para referir exclusivamente al aspecto consensual de la dominación, distinguiéndolo de su aspecto coercitivo. Tendríamos entonces un momento de consenso (la hegemonía), y un momento de fuerza/coerción como aspectos fuertemente diferenciados de la dominación. Por otro lado, a esta relación dicotómica entre coerción/hegemonía se le opone una interpretación diferente, en la cual coerción/consenso no aparecen diferenciados sino constituyendo una unidad. La hegemonía sería entonces unidad de los aspectos coercitivos y consensuales en una forma de dominación especifica. Comencemos con la conceptualización de la hegemonía como aspecto exclusivamente consensual, en la cual los términos de la relación están nítidamente diferenciados como elementos contrapuestos. Nos encontramos entonces frente “[…] a dos grados fundamentales, correspondientes a la doble naturaleza del centauro maquiavélico, de la

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Naturaleza, Espacio y Tiempo de la Hegemonía. Una revisión del concepto.

Facundo Rocca (FSOC-UBA)/Javier Waiman (UNQ/IDAES-UNSAM)

1- Introducción

Partiendo de su formulación clásica y atravesando la serie de sus usos, el concepto de

hegemonía soporta un conjunto de acepciones y definiciones divergentes. Creemos que para

sostener la productividad teórica del concepto para el análisis político es necesario intentar

desentrañar los elementos que residen en su polisemia. Para esta tarea intentaremos recorrer

sus distintas conceptualizaciones en relación a la naturaleza de la relación, al espacio social

de su ejercicio, y a su temporalidad.

2- La Naturaleza de la Hegemonía: Consenso y Coerción.

Lo primera cuestión a las que debemos dar respuesta es ¿Que es la hegemonía? O mejor

dicho, ya que lo que es solo puede resultar de la puesta en totalidad de todos sus

elementos y antinomias: ¿Qué característica define a la hegemonía como relación social?

Surgido en los debates del marxismo ruso antes de la Revolución, la noción de

Hegemonía servía para diferenciar la naturaleza de la dirección del proletariado sobre el

resto de las clases oprimidas, del carácter coercitivo de la dirección de las clases

dominantes, justamente en tanto dominación, sobre el conjunto de las clases oprimidas

(Anderson: 1981). Primera diferencia entre hegemonía y dominación. Sin embargo en la

obra de Gramsci, el término reaparece utilizado de múltiples maneras pero no ya para

distinguir entre hegemonía y dominación sin más, sino para nombrar un tipo diferenciado

de dominación que sería (o contendría como momento a) la hegemonía.

Por un lado, hegemonía aparece en diversos fragmentos de los Cuadernos de la Cárcel

como concepto necesario para referir exclusivamente al aspecto consensual de la

dominación, distinguiéndolo de su aspecto coercitivo. Tendríamos entonces un momento de

consenso (la hegemonía), y un momento de fuerza/coerción como aspectos fuertemente

diferenciados de la dominación. Por otro lado, a esta relación dicotómica entre

coerción/hegemonía se le opone una interpretación diferente, en la cual coerción/consenso

no aparecen diferenciados sino constituyendo una unidad. La hegemonía sería entonces

unidad de los aspectos coercitivos y consensuales en una forma de dominación especifica.

Comencemos con la conceptualización de la hegemonía como aspecto exclusivamente

consensual, en la cual los términos de la relación están nítidamente diferenciados como

elementos contrapuestos. Nos encontramos entonces frente “[…] a dos grados

fundamentales, correspondientes a la doble naturaleza del centauro maquiavélico, de la

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bestia y del hombre, de la fuerza y del consenso, de la autoridad y de la hegemonía, de la

violencia y la civilización […]” (Gramsci: 2003. Pág. 48). Fuerza y consenso aparecen

como dos polos diferenciados de una oposición que se generaliza a, y corresponde con, la

dicotomía autoridad/hegemonía. Hegemonía se correspondería entonces con un consenso

activo (humano, civilizado en los términos de la “serie” citada) por parte de los grupos

subordinados, diferenciado de la autoridad forzosa (bestial, violenta) sobre esos mismo

grupos que implicaría la coerción.

Si la hegemonía entonces refiere exclusivamente al aspecto consensual que recubre y permite

la dominación, diferenciándose de forma externa de su carácter coercitivo, su organización se

resuelve entonces exclusivamente en la articulación de ese consenso. Aquí se juega entonces

lo particular de eso humano/civilizado: el plano de la subjetividad y la conciencia. Si la

dominación se sostiene por el consentimiento consensual de las masas al mismo, la base de la

hegemonía como dominación consensuada se constituiría principalmente en el plano de la

conciencia, operando sobre el plano ideológico/cultural de la sociedad.

Frente a esta conceptualización, decíamos anteriormente que es posible construir a partir del

mismo Gramsci otra más compleja, que abandonando una oposición o diferenciación

externa de los polos coerción y consenso, constituya a la hegemonía como unidad entre

momentos diferenciados internamente. “El ejercicio normal de la hegemonía en el terreno,

ya clásico, del régimen parlamentario se caracteriza por la combinación de la fuerza y el

consenso que se equilibran en formas variadas, sin que la fuerza rebase demasiado al

consenso, o mejor tratando de obtener que la fuerza aparezca apoyada sobre el consenso

de la mayoría […]” (Gramsci: 2003. Pág. 125). Fuerza y consenso son ambos momentos de

la hegemonía, que aunque refieren a aspectos diferenciados, se interrelacionan y

retroalimentan, combinándose para producirla. La diferenciación entre coerción y consenso

se vuelve así interna a la hegemonía misma que las unifica en un único concepto.

Pero detengámonos en el terreno donde Gramsci sitúa el “ejercicio normal de la

hegemonía”: el régimen parlamentario. ¿Por qué surge aquí, donde parecen anudarse en una

unidad los términos de la anterior oposición, la necesidad de situarlos históricamente? Si

habíamos dicho que hegemonía referiría a una forma particular de dominación (y

afirmamos luego que esa forma está constituida como combinación de coerción y

consenso), eso particular de la hegemonía como dominación encuentra ahora una

determinación históricamente dada. Y esto porque la reflexión gramsciana está motivada en

gran parte por la necesidad de comprender lo que diferencia a las nacientes democracias de

masas de Europa occidental, como fenómenos diferentes a las sociedades donde la pura

fuerza/coerción constituye aún el elemento principal para el sostenimiento de las

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relaciones de dominación.

A partir de esta dicotomía, expresada en las categorías de Oriente/Occidente, empieza a

emerger la conceptualización de la hegemonía para definir un tipo particular de dominación.

La hegemonía como unidad de consenso y coerción se introduce así como una noción central

para definir este par conceptual que funciona como coordenadas políticas en el pensamiento

gramsciano. Pero será en otro aspecto en el cual se desarrollará esta diferenciación

“geográfico/política” de la dominación: en la relación entre Sociedad Civil/Sociedad

Política/Estado. Ya que el par Oriente/Occidente viene dado a su vez por su descripción

como terrenos históricos determinados por la diferencia entre una sociedad civil fuerte y

desarrollada frente a otra “primitiva y gelatinosa”.

Así la pregunta por la naturaleza de la hegemonía nos lleva hacia la cuestión de su espacio

de ejercicio. Preguntarnos lo que es, será ahora preguntarnos simultáneamente por su

carácter como relación (coerción/consenso) en función de del espacio social donde se

ejercería la hegemonía.

3 –El Espacio de la Hegemonía: Sociedad Civil/Sociedad Política/Estado.

Las diferenciación del “espacio superestructural” en sociedad civil y sociedad política, serán

los dos espacios inicialmente diferenciados que podrán constituirse como “lugar social” de la

hegemonía. Para analizarlos nos guiaremos por las tres soluciones a la relación entre los

términos Estado/Sociedad Civil que Anderson rastrea en los Cuadernos de la Cárcel.

La primera se desprende fuertemente de la conceptualización de la hegemonía como aspecto

puramente consensual del poder, para ubicarla específica y exclusivamente en el ámbito

de la sociedad civil: “se pueden fijar dos grandes planos superestructurales, el que se puede

llamar sociedad civil, que esta formado por el conjunto de los organismo vulgarmente

llamados ‘privados’, y el de la sociedad política o Estado, y que corresponden a la

función de hegemonía que el grupo dominante ejerce en toda sociedad y a la del dominio

directo o comando que se expresa en el Estado y en el gobierno jurídico” (Gramsci: 2006,

Pág. 16). Tenemos así una relación entre los términos tal donde la hegemonía como consenso

se ejerce en la sociedad civil, y el dominio como coerción en el Estado.

Como señala Anderson: “En la medida en que la hegemonía pertenece a la sociedad

civil, y la sociedad civil prevalece sobre el Estado, es la ascendencia cultural de la clase

dominante la que garantiza esencialmente la estabilidad del orden capitalista. En la

utilización de Gramsci, aquí hegemonía significa subordinación ideológica de la clase obrera

por la burguesía, la cual la capacita para dominar mediante consenso.”(Anderson: 1981, Pág.

46). Tenemos entonces una concepción de ideología que se aleja entonces de la

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consideración de los factores de poder tanto económicos como político-estatales que

sostienen a la clase dominante; donde la conciencia entendida como simple “plano de

ideas” se vuelve el principal núcleo organizador del poder y de la sociedad.

Descartada esta primer “solución” avancemos entonces, aunque invirtiendo el orden de

exposición de Anderson, para centrarnos en la que él señala como tercera solución a la

relación Sociedad civil/Estado: la hegemonía situada en la noción de Estado ampliado.

“Además del aparato gubernativo debe también entenderse por Estado el aparato privado

de hegemonía o sociedad civil” (Gramsci: 2003, Pág. 157) y más adelante: “en la noción

general de Estado entran elementos que deben ser referidos a la sociedad civil (se podría

decir al respecto que Estado=sociedad política+sociedad civil, vale decir hegemonía

revestida de coerción)” (Ibíd., Pág. 158). Esta noción presenta al Estado como unidad de

sociedad civil y sociedad política; por lo cual parecería plantear a su vez la unidad

interna de la hegemonía como combinación de coerción y consenso, que aparecería entonces

tanto en el aparato de gobierno como en las instituciones privadas de la sociedad civil.

Pero si observamos los pasajes citados con atención podemos observar que no se

abandona la vinculación de la hegemonía únicamente a la sociedad civil y al consenso por

ampliar la noción de Estado. Esto es evidente en la equivalencia entre aparato privado de

hegemonía=sociedad civil. De esta manera no solo se pierde la diferenciación entre el ámbito

de las superestructuras como señala Anderson, sino que tampoco se logra automáticamente

trasladar la unidad de las “superestructuras” diferenciadas al plano de la hegemonía. Es

decir que la noción ampliada de Estado no conlleva necesariamente una concepción de la

hegemonía que, como unidad de coerción y consenso revista toda la esfera superestructural.

Sino más bien encontramos una operación por adición entre términos externos similar a la

que encontrábamos en la primera definición de la naturaleza de la hegemonía: a una

dominación solamente coercitiva se le agregaba el consenso como hegemonía, ahora el

Estado como pura dominación se amplia por adicción de la sociedad civil como lugar de

la hegemonía/consenso.

Planteemos entonces la otra posibilidad restante, que Anderson enumera en segundo lugar:

una caracterización dual de la hegemonía. Pero conformada, ahora si, por momentos

diferenciados pero internos a una misma unidad, ejercida en ambos ámbitos en los que

Gramsci divide la superestructura. Tenemos entonces una hegemonía social y una

hegemonía política, que se combinan recíprocamente en una hegemonía en general. Así la

hegemonía puede operar como un concepto que pone en relación interna las esferas de la

sociedad política y de la sociedad civil, en la dirección política y moral que un grupo

social ejerce sobre el conjunto de la sociedad.

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Entendida de esta manera nos enfrentaríamos con la existencia de una hegemonía social,

situada en la sociedad civil, mediante la cual la clase dominante logra ideológica y

culturalmente constituir su dominación, pero que es simultáneamente solo una parte de la

hegemonía de la clase dominante, que recíprocamente depende de y se constituye por, su

hegemonía política en el Estado. Al Estado le corresponde entonces la función de

coerción, pero también la del consenso. Se trata del “Gobierno con el consenso de los

gobernados, pero con un consenso organizado, no genérico y vago como se afirma en el

instante de las elecciones. El Estado tiene y pide el consenso pero también lo “educa” por

medio de las asociaciones políticas y sindicales, que son sin embargo organismos privados,

dejados a la iniciativa de la clase dirigente” (Gramsci: 2003. Pág. 155). Imbricación entonces

del proceso de organización del consenso a lo largo de toda la esfera “superestructural”.

Pero Anderson nos señala un problema, ya que esta propuesta representaría: “una asimetría

estructural en la distribución de las funciones consensual y coercitiva del poder. La ideología

se reparte entre la sociedad civil y el Estado: la violencia pertenece al Estado solo. En

otras palabras, el Estado forma parte dos veces de cualquier ecuación entre ambos”

(Anderson: 1981. Pág. 57).

Se imponen entonces una serie de aclaraciones que nos permitan sostener la utilidad de

la definición “hegemonía dual”. En primer lugar, evitar la restricción del concepto de

coerción únicamente al “monopolio legal de la violencia” en el Estado. Se debe adoptar

entonces una definición amplia de coerción que incluya las distintas formas de “represión

ilegal/ilegitima” que aparecen en distintos momentos de la historia de las sociedades

capitalistas, así como las serie de coerciones simbólicas que complementan a la violencia

física. En segundo lugar, debemos advertir que aceptar la definición dual de hegemonía no

debe llevar a entender que su momento social y político puedan existir de forma

diferenciada. En otras palabras, la distinción no implica la posibilidad de existencia de una

hegemonía social de un grupo que no alcanza sin embargo hegemonía política, y viceversa.

Si la asimetría estructural que Anderson enunciaba como problema, es resuelta por medio de

una definición amplia de coerción/violencia y de su afirmación como diferenciación interna,

resta sin embargo el problema que surge tácitamente de esta misma crítica, el de la

preponderancia del Estado por sobre la sociedad civil que se desprendería de la definición

dual. Debe clarificarse también la naturaleza (y preponderancia) del Estado. Este resulta en

algo más que una combinación de elementos represivos y elementos ideológicos;

comienza aparecer como un nudo Borromeo clave en la dirección ejercida por una clase

dirigente hegemónica sobre el conjunto de la sociedad. Es a partir del Estado que se

organiza principalmente el consenso a los grupos dominantes, en el mismo se opera la

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transformación bajo la cual una clase dominante supera “la fase “económica- corporativa” y

pasa la fase hegemónica (de consenso activo)” (Gramsci: 2008. Pág. 57). Aparece entonces

como punto clave de la hegemonía; lugar donde se anudan coerción y consenso; pero

también, y principalmente, el comando de la sociedad, su dirección. Es a partir del Estado

que se establece la principal relación de subordinación de los intereses de los grupos

subalternos a los intereses del grupo dominante, de manera tal que estos puedan dirigir

obteniendo el consenso de los primeros: La hegemonía entonces constituye el momento de

unidad económica, política e intelectual en la dirección de un grupo dominante sobre el resto

de la sociedad, a partir de “[…]la posesión del Estado, del ejercicio real de la hegemonía

sobre la sociedad entera[…]” (Grasmci: 2008. Pág. 94)

Tenemos entonces al momento hegemónico como una configuración de las relaciones de

fuerza entre los grupos y clases sociales; en la cual en el nivel de la disputa

propiamente política (siempre, aunque no únicamente, en relación al Estado) se anudan las

disputas ideológico/culturales de la sociedad civil (una hegemonía social) con la conquista

del Estado, a cuyas funciones coercitivas y consensuales, suma la función principal de

comando y dirección de la sociedad, que incluyen la organización de las clases dominantes

y la desorganización de las dominadas (hegemonía política).

Pero en nuestro desarrollo hemos transformado silenciosamente nuestros grupos dominantes

y dominados iniciales, en clases sociales, cuyas relaciones de fuerza no obligan a

referirnos a un territorio aún inexplorado y sin delimitar en nuestro mapa de la hegemonía:

su relación con lo económico. Debemos encontrar el aspecto estrictamente material de la

hegemonía, el sustrato económico por el cual una clase puede devenir hegemónica.

4 - Hegemonía y acumulación capitalista

Examinemos detenidamente las implicancias de la proposición gramsciana que afirma que

“el contenido de la hegemonía política del nuevo grupo social que ha fundado el nuevo

tipo de Estado debe ser fundamentalmente económico. Se trata de reorganizar la

estructura y las reales relaciones entre los hombres y el mundo económico o de la

producción” (Gramsci: 2003. Pág. 159).

Para Gramsci, el primer nivel de las relaciones de fuerza se constituye por las relaciones de

producción, por el poder que cada grupo adquiere en el momento de la producción. Pero a

su vez, un grupo deviene realmente hegemónico cuando puede lograr la unidad de sus

fines e intereses económicos con los políticos e ideológicos. En este sentido la misma

restructuración de la producción (de la base) representa un momento de la hegemonía. La

clase o fracción de clase hegemónica debe ser capaz de organizar también en relación a lo

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económico al resto de las clases, para lo cual el comando desde el Estado deviene central.

No se trata solamente de que en la base del poder político de un grupo se encuentra su

poder situado en la esfera de la producción; sino también que para que una clase pueda

devenir hegemónica debe también transformar/dirigir la esfera de la producción y dirigir

en esta al resto de las clase y fracciones de clase.

Las transformaciones en la esfera de la acumulación capitalista forma parte entonces de la

construcción de la hegemonía de un grupo sobre toda la sociedad. Se deben transformar

tanto las fuerzas productivas como las relaciones sociales de producción para lograr un

nuevo equilibrio en el cual se organice a las clases que forman parte del bloque

hegemónico de manera tal que puedan participar de la acumulación capitalista pero

manteniendo la hegemonía de una de ellas sobre el conjunto de la producción, y se

desorganice y mantenga el control sobre las clases subalternas en el ámbito económico.

Gramsci ejemplifica esta relación entre hegemonía y acumulación capitalista en su

análisis del Americanismo y el Fordismo, donde a partir de una revolución en las fuerzas

productivas: “fue relativamente fácil racionalizar la producción y el trabajo, combinando

hábilmente la fuerza (destrucción del sindicalismo obrero de base territorial) con la

persuasión (altos salarios, diversos beneficios sociales, propaganda política e ideológica

muy hábil); se logro así hacer girar toda la vida del país alredor de la producción. La

hegemonía nace de la fabrica” (Ibíd. Pág. 291). De esta forma la gran burguesía industrial

norteamericana logra hegemonizar la producción combinando una revolución en las

fuerzas productivas (incorporación de la cinta de montaje, del transporte, etc.) con una

transformación de las relaciones de producción mediante la fuerza y el consenso (cambio

en la relación salarial, en la fuerza sindical, etc.).

Los términos de coerción/consenso cuya combinación constituía la naturaleza de la

hegemonía, se complejizan a su vez al situarse en esta dimensión. Otra vez el concepto debe

tomarse en un sentido amplio. La coerción en el lugar de trabajo (disciplinamiento de la

fuerza de trabajo), los elementos económicamente coercitivos (desempleo, inflación, baja de

salarios, etc.), así como los mecanismos de consenso económicos, (concesiones

socioeconómicas: aumentos salariales, posibilidad de consumo, mejoras en las condiciones

de trabajo, etc.) se incorporan como posibilidades socialmente situadas a nuestra

definición inicial.

Pero el verdadero punto crucial consiste en comprender el vínculo existente entre los

intereses de la clase hegemónica económicamente, y su hegemonía política en el Estado.

Se trata de ver cómo se hace cuerpo en y mediante el Estado la hegemonía. Relación que

no puede explicarse instrumentalmente por la posesión del Estado por miembros de esa

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clase, ni por una traslación automática de determinadas correlaciones de fuerza

económicas en correlaciones de fuerza política; y que tiene que ser buscada teniendo en

cuenta la función “universalizante” y dirigente del resto de las clases por medio del Estado.

La respuesta Poulantziana a este problema remite a la naturaleza propia del Estado

capitalista. El interés político de las clases dominantes consiste en incorporar a las clases

dominadas de manera compatible con su hegemonía sobre el conjunto de la sociedad,

aunque este interés político suponga ciertas contradicciones y diferencias con su interés

económico-corporativo, en tanto interés inmediato. El Estado aparece entonces dotado de

una autonomía relativa que le permite cumplir eficazmente su función de representar el

interés político (hegemónico) de una clase, al concebirse y presentarse como el elemento

universalizante que supera los diversos intereses económico-corporativos. De esta manera:

“el Estado moderno no puede ratificar unívocamente los intereses económico-sociales

propios, empíricamente concebidos de las clases dominantes. Si bien su función

hegemónica de universalidad, en tanto que marco ordenador de la sociedad molecularizada

coincide con los intereses del capital, comporta necesariamente, al nivel político especifico

de la lucha de clases, una garantía de ciertos intereses económico-corporativos de las

clases dominadas, garantía acorde a la constitución hegemónica de la clase en el poder

cuyos intereses el Estado sostiene. […] El Estado moderno está al servicio de los intereses

políticos de las clases hegemónicas contra, frecuentemente, sus propios intereses económico-

corporativos, y también al servicio del interés general de las clases o fracciones dominantes,

constituido políticamente en interés general de la sociedad”. (Poulantzas: 1973. Págs. 55 y

56)

El planteo de Poulantzas conlleva sin embargo sus propios problemas. En primer lugar

la noción de autonomía relativa no resuelve por sí misma la vinculación entre base y

superestructura, ya que al separar lo político y lo económico, y los intereses que de ellos se

desprenden, Poulantzas no permite pensar los procesos de constitución hegemónica como

un proceso único de la lucha de clases. Toda posibilidad de lucha queda reducida a un

ámbito “estrictamente político” constituido básicamente por el Estado. Bajo esta “hipótesis

politicista” no pueden entonces articularse e integrarse los diversos niveles de las relaciones

de fuerza planteadas por Gramsci, ya que la lucha de clases en el marco de la producción

no influirá en esta función hegemónica del Estado, que solo se vería afectado por las

luchas “políticas” de las clases en la esfera superestructural.

Necesitamos en cambio una solución teórica que logre unificar internamente los distintos

niveles de fuerza en los que se resuelve la hegemonía, como momentos de un único

proceso social. Solución que encontramos esbozada en los fructíferos resultados del debate

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de los “teóricos marxistas de la derivación del Estado que postulan la unidad interna de los

aspectos (económico, político, ideológico) de la lucha de clases como dinámica social central

(Holloway: 1994), así como la articulación necesaria de todo proyecto hegemónico con una

determinada estrategia de acumulación (Bonnet: 2008. Pág. 277).

De esta forma quedan finalmente anudadas la “hegemonía económica” y la “hegemonía

política” de la fracción hegemónica de la burguesía y se entiende la relación de las mismas

como formas que asume la relación antagónica de capital-trabajo en la lucha de clases. La

hegemonía se nos presenta como una determinada correlación de fuerzas surgidas de esa

confrontación, que requiere la articulación en un proyecto hegemónico de: una

transformación de la forma de Estado (creación de un nuevo Estado) y una determinada

estrategia de acumulación (realización y reafirmación de los intereses económico

corporativos), mediante la cual la facción burguesa hegemónica logra incorporar a la

acumulación al conjunto del bloque en el poder y mantener la dirección de este conjunto

sobre la clase trabajadora. Podríamos añadir aquí también, que a estas determinadas formas

“políticas” y “económicas” de la relación capital-trabajo se le suman determinadas formas

ideológicas, como discursos legitimadores, que dan forma a la función “universalizante” de

dicha hegemonía.

Pero si la hegemonía surge de una correlación particular de fuerzas en el proceso social como

lucha de clases, se vuelve momentánea. Habrá hegemonía mientras logre mantenerse esa

determinada correlación de fuerzas. Así esta ultima definición se opone nuevamente al

planteo Poulantziano en tanto este suponía una identificación de necesariedad entre Estado

capitalista y hegemonía, por la cual no existiría Estado capitalista no hegemónico, ya que

su misma naturaleza es la de ejercer la función hegemónica como universalizante. Así la

hegemonía no dependería de una determinada correlación de fuerzas, si no que sería una

presencia permanente, eterna, en todo el tiempo social. No podrían pensarse la existencia de

momentos no hegemónicos.

5 - El Tiempo de la Hegemonía.

¿Es la hegemonía una invariable homogénea al tiempo social, o es, por el contrario un

momento? Nos acercamos a un nuevo problema del concepto: su relativa indeterminación

temporal inicial que permitió en su uso tanto para explicar una característica permanente de

la dominación capitalista en Occidente, como la especificidad de momentos históricos

particulares.

De forma esquematizada, tendríamos, por un lado, a la hegemonía como una categoría que

explicaría de manera sistémica el orden y la estabilidad en toda sociedad capitalista. Se

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afirma su existencia continua (que puede, sin embargo, ir asumiendo distintas formas).

que da coherencia a todo el conjunto social, para explicar a partir de esta categoría la

unidad y la dominación de las sociedades capitalistas. Por otro, hegemonía puede tomarse

como una categoría que explica una determinada dinámica de la lucha de clases y expresa

una correlación de fuerzas particular entre las clases sociales. El concepto referiría, de

esta manera, un momento particular y tendríamos entonces que plantear las condiciones

de su existencia, es decir ¿Qué elementos definen o no la existencia de un momento

hegemónico?

Ya hemos visto como la obra de Poulantzas se corresponde con la primera de estas

opciones. El concepto de hegemonía aparece entonces explicando la forma en que se

estructura la dominación y el orden en las sociedades capitalistas de forma permanente por

medio de la función universalizante realizada en el Estado. Es decir, como un concepto de tipo

sistémico, en tanto da coherencia al todo social de manera estable.

A su vez la misma es referida casi exclusivamente a la capacidad de la clase hegemónica en

relación al resto de las clases dominantes para dominar a las clases subalternas. Así las

mutaciones en la situación hegemónica se explican casi exclusivamente por los cambios en el

bloque en el poder y no en relación a la lucha de clases, como lucha entre capital y trabajo.

Siempre entonces la fracción hegemónica del bloque en el poder ejerce su hegemonía,

mediada por el Estado, sobre el conjunto de la sociedad. Los únicos cambios posibles

dentro de esta situación se explican entonces por modificaciones de la fracción

hegemónica del bloque en el poder y no en relación a la capacidad o no de la clase

dominante de ejercer su hegemonía sobre las clases subalternas.

En los desarrollos de Portantiero sobre la obra de Gramsci encontramos una solución

similar, aunque a nuestro entender más interesante. En su lectura, toda sociedad

capitalista constituye un sistema hegemónico. Pero el mismo se articula, no a partir del

Estado capitalista como en Poulantzas, sino a partir del concepto de bloque histórico; en el

cual : “la hegemonía se expresa como existencia real, histórica, a partir de aparatos

hegemónicos (las instituciones de la sociedad civil) que en conjunto articulan, como

particularidad, a cada sociedad y a cada una de sus etapas como sistema hegemónico”

(Ibíd., Pág. 187). La identificación es entonces entre bloque histórico y sistema hegemónico,

pero con el privilegio de las instituciones de la sociedad civil como articuladoras de los

diferentes patrones de hegemonía que la sociedad va atravesando.

La particularidad de la propuesta de Portantiero es que el concepto de hegemonía se

entiende en el marco de las relaciones políticas de fuerza; como resultado del conjunto de

luchas en el marco del Estado ampliado (y libradas particularmente a partir de las

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instituciones de la sociedad civil), mediante las cuales se establece siempre un sistema

hegemónico que delimita una particular relación entre Estado y sociedad civil, y que

permite a su vez la unidad del bloque histórico.

Hegemonía designa, entonces, a un resultado del conjunto de las luchas políticas,

comprendidas no sólo por las luchas estatales como en la propuesta poulantziana, sino por

el conjunto de las luchas en el Estado ampliado, incluyendo de esa forma las disputas que

atraviesan la sociedad civil. A partir de las mismas se configuran distintos modelos

hegemónicos que implican una relación particular entre el Estado (en sentido ampliado) y las

masas a las que se busca dirigir. En este sentido el modelo de hegemonía (la relación ente

el Estado y las masas) es condición de posibilidad del bloque histórico, y de las distintas

fases que ese bloque histórico asume en casa sociedad nacional, de la unidad de esa forma

estatal con una determinada forma de acumulación de capital (es decir la relación del

Estado con la economía) Tendríamos así la existencia de diversos bloques históricos que

como sistemas hegemónicos se estructuran desde la forma estatal (y a su vez está

estructurada principalmente por los aparatos hegemónicos de la sociedad civil) en la cual

“cada fase estatal implica, en efecto, una modificación en las relaciones que se establecen

entre Estado y economía (modelo de desarrollo) y Estado y masas (modelo de hegemonía)”

(Ibíd. Pág. 161)

Nuevamente, en Portantiero, encontramos la hegemonía como categoría sistémica

permanente de la sociedad capitalista. Pero mientras en Poulantzas el movimiento interno

de la hegemonía se reducía a la dinámica del bloque en el poder y las luchas políticas,

ahora la dinámica del concepto, que produce sus fases, está dada exclusivamente por los

procesos de la sociedad civil.

El problema surge de la propia conceptualización de la lucha de clases y su relación con

las formas estatales y de acumulación. Portantiero parte efectivamente de las relaciones

de fuerza gramscianas, pero entendiendo a aquellas dadas por la “estructura” (económicas)

como limites objetivos externos al desarrollo de relaciones de fuerza propiamente políticas

en el plano estatal en sentido ampliado. En este sentido, el movimiento principal de la

hegemonía ya no reside como en Poulantzas principalmente al interior de la lucha entre las

propias clases dominantes. Adquiere sí su campo de implicación en la relación entre clase

dominante/clase subalterna, pero limitándolas a las distintas relaciones entre masas y aparato

estatal. Al mantener la división de estructura y superestructura (intentando conciliarla en la

unidad orgánica del bloque histórico) se entiende a las formas estatales y a las formas de

acumulación en una relación que no implica un movimiento único diferenciado

internamente sino una relación estática de funcionalidad. La hegemonía entonces no puede

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resolverse como proceso dinámico, que exprese la relación interna (no-funcional) de

“formas” derivadas de una misma relación antagónica entre capital y trabajo. Es decir situar

a la hegemonía como parte de la lucha de clases en tanto proceso (político en el sentido

de lucha entre fuerzas antagónicas) unitario y continuo que se desarrolla en todo el

conjunto social asumiendo formas aparencialmente “económicas”, “estatales”, “ideológicas”

En definitiva, ambos usos “sociológicos” (funcionales, sistémicos) de hegemonía, la

convierten en un concepto que designa todo orden social en las sociedades capitalistas.

Volviéndose una categoría permanente, pierde así su capacidad teórica para explicar

momentos políticos concretos donde la dominación capitalista adquiere formas más sólidas

o desarrolladas. Este “uso funcional” lleva a Portantiero a plantear un oxímoron tal como el

de “empate hegemónico” para la situación argentina entre 1955-1976, mediante el cual

busca definir una situación donde claramente no existe una hegemonía en sus términos (no

hay ni modelo de desarrollo, ni modelo de integración de las masas en el Estado efectivo y

operante en el período) luego del quiebre del modelo hegemónico nacional-popular que

había articulado el peronismo. (Portantiero 1977)

Bajo este “uso funcionalista” la articulación entre dominación y acumulación de capital, se

periodiza en distintos modelos estables que se suceden a partir de cada crisis. Ya sea que

este cambio sea entendido a partir de los problemas de la acumulación (Jessop) o por

los de la dominación, tanto aquellos internos al “bloque en el poder” (Poulantzas) o

propios a la relación Estado-masas (Portantiero), la crisis termina representando un

paréntesis episódico que reacomoda el sistema hegemónico. De esta forma la lucha de

clases como proceso único no termina expresándose históricamente en distintas formas

cambiantes, sino más bien produce momentos de interrupción de un sistema siempre

hegemónico, que una vez reconfigurado vuelve a mantenerse estable. Así la temporalidad

social se homogeniza, se “vacía” de conflicto, que aparece solo en episodios externos. La

lucha de clases se vuelve una anomalía.

Se entenderá la hegemonía en sentido político como una forma determinada de la lucha de

clases en un momento histórico particular; un modo de existencia de esta relación

conflictiva de perpetua lucha entre capital y trabajo. Hegemonía entonces no definiría una

característica permanente de la sociedad capitalista, sino un momento particular de la

misma en el cual se condensan ciertas características específicas que permiten su

surgimiento.

Existen, efectivamente, en Gramsci estas dos tendencias que venimos bosquejando. La

primera reaparece en el uso de hegemonía como categoría explicativa de toda forma de

dominación en Occidente. Muchos de los fragmentos ya citados parecerían corresponderse a

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una caracterización de la hegemonía como sistema hegemónico que da coherencia y orden al

bloque histórico en las sociedades capitalistas desarrolladas. La segunda se encuentra en

cambio en los análisis históricos concretos realizados por Gramsci, donde aparecen en su

lenguaje términos como quiebre de la hegemonía, grupos dominantes no hegemónicos,

hegemonías fuertes y débiles, etc. Así como la posibilidad de momentos históricos donde

existen clases dominantes que no logran volverse hegemónicas, como el caso de la burguesía

florentina renacentista (Gramsci: 2008b). Es decir que existirían momentos por lo tanto en

los cuales no existe hegemonía alguna.

Entre estas dos soluciones se encuentra, suspendida en cierta indefinición, la relación entre

hegemonía y relaciones de fuerza. En los pasajes donde la misma se analiza, hegemonía

podría significar un momento necesario de todas las relaciones de fuerza o, por el contrario,

un momento particular que no tiene porque alcanzarse siempre.

Como adelantamos, consideramos más productivo inclinarnos por la segunda solución, e

interpretar también bajo esta apuesta el análisis de las correlaciones de fuerza. De esta

manera el concepto adquiere vitalidad en su capacidad de describir casos históricos

concretos, y no simplemente en nombrar la generalidad de la dominación capitalista

desarrollada. Así entendida, la hegemonía puede convertirse en referente de una forma

particular de desenvolvimiento de la lucha de clases, forma histórica con condiciones de

existencia propias que permiten mejorar nuestra compresión de un determinado periodo o

proceso histórico.

La hegemonía no puede abstraerse entonces, de su materialidad concreta, de sus

condiciones de existencia concreta. Ya habíamos señalado la relación entre hegemonía y

acumulación capitalista. Esto implica ahora asentar que para que una fracción de la

burguesía pueda volverse hegemónica - es decir, realmente dirigente del conjunto de la

sociedad - debe tener la “capacidad de confundir su reproducción particular con la

reproducción del conjunto social, es decir, de asegurar la reproducción del capital en

general. Esto supone que la capacidad de subordinar a su estrategia de acumulación al

conjunto de las clases subalternas se confunde en un mismo movimiento, con su capacidad

de subordinar a las otras clases de la burguesía” (Piva: 2009. Pág. 131). Debe plantear una

estrategia de acumulación que permita la reproducción ampliada de la totalidad del capital,

representado en las diversas fracciones de la burguesía; pero que, a su vez, permita

realizarse con el consenso de las clases subalternas sobre las que se busca ejercer la

hegemonía. De esta manera, “Pude decirse que en esta capacidad de canalizar el

antagonismo obrero mediante el otorgamiento de concesiones, mas modernamente mediante

la lucha salarial, reside el núcleo duro de la dominación hegemónica de la burguesía y de

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la expansión de la democracia formal y el sistema parlamentario” (Ibíd. Pág. 123), ya que

como” la reproducción ampliada del capital es, al mismo tiempo, la reproducción

ampliada de todas las clases. En tanto no se desarrolle, de modo predominante, sobre la

base de la extensión de la plusvalía absoluta y del deterioro del salario y de las

condiciones de trabajo del conjunto de la clase obrera, podrá ser presentada como

expansión de las capacidades productivas de toda la sociedad” (Ibíd. Pág. 124).

Las condiciones de reproducción ampliada del capital de esta forma no son generalizables a

todo momento histórico. Suponen en cambio una determinada correlación de fuerzas entre las

clases y fracciones de clases, que permitan un período expansivo en la dinámica de la

acumulación de capital en su conjunto. Es en este sentido que debe darse la articulación

que mencionábamos anteriormente entre estrategia de acumulación y proyecto

hegemónico. Es decir, articular en el mismo momento la subordinación del conjunto de las

clases subalternas con la subordinación de las otras fracciones de la burguesía a esa forma

determinada de acumulación. La hegemonía alude así a conseguir efectivamente el poder

presentar la propia expansión de un grupo como la expansión de todos los grupos

fundamentales de esa sociedad, requiriendo para ello combinar la coerción sobre los

mismos pero obtener también su consenso. El carácter universalizante de la hegemonía

adquiere entonces sus condiciones concretas.

Esta acción universalizante, que presenta la propia expansión como expansión del

conjunto, la burguesía puede realizarla, sin embargo, solamente a partir del Estado (como

habíamos concluido del análisis topológico de la hegemonía), ya que “requiere abstraer ese

carácter de reproducción social en general de su forma histórica concreta esto es, de su

carácter de dominación particular. Es decir, el discurso y la práctica hegemónicos de la

burguesía deben operar, produciéndola y reproduciéndola, sobre la potencial y necesaria

separación entre lo económico y lo político inscripta en la noción misma de capital” (Ibíd.

Pág. 129). Podemos decir entonces que la hegemonía, no expresa un momento de cierre de

las luchas en un todo coherente y articulado, sino más bien aparece como un componente

interno de las relaciones sociales de fuerza, como modo del desenvolvimiento de la

lucha de clases en un momento y una sociedad histórica particular, en el cual un

fracción de la burguesía logra mediante una estrategia de acumulación, una forma de

Estado y (cabe agregar) una ideología-discurso legitimantes, dirigir política, intelectual y

moralmente al conjunto social.

6- Conclusión

Para concluir reordenemos la serie de elementos presentes a lo largo de nuestro análisis en

una nueva definición preliminar del concepto. La hegemonía se nos presenta como un

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momento particular del proceso social de lucha de clases (temporalidad), que implica una

cierta correlación de fuerzas entre las mismas; correlación que se expresa en una

determinada combinación de coerción y consenso (naturaleza) entendidos en un sentido

amplio, que recorre y recubre simultáneamente las esferas políticas, sociales, y

económicas, pero que logra su articulación plena centralmente a partir del Estado (espacio).

Esta hegemonía en general, como combinación, situada históricamente por el proceso de

antagonismo de clase, de hegemonía ideológica/cultural, política y económica, debe lograr

organizar al conjunto de las clases dominantes, y de forma subordinada al conjunto de las

clases populares, para así hacer pasar su interés de grupo por el interés general de la sociedad

(carácter universalizante).

Bibliografía.

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Occidente. Barcelona. Editorial Fontamara.

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2001. BS.AS. Prometeo.

(1994)Holloway J : Marxismo, estado y capital. BS.AS. Cuadernos del Sur.

(2003)Gramsci A. : Notas sobre Maquiavelo sobre la política y sobre el Estado

Moderno. BS.AS. Nueva Visión.

(2006)Gramsci A.: Los Intelectuales y la organización de la cultura. BS.AS. Nueva

Visión.

(2008a)Gramsci A. El Materialismo Histórico y la filosofía de Benedetto Croce. BS.AS.

Nueva Visión.

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(1990)Jessop B: State theory. Putting capitalist states in its place. Pennsylvania.

Pennsylvania-CEAL

(2009)Piva, A: “Hegemonía, lucha de clases y estado”, en Nuevo Topo. Revista de

historia y pensamiento crítico Nº6. BS.AS. Prometeo.

(1977)Portantiero J.C: “Economía y política en la crisis argentina”, en Revista

Mexicana de Sociología Nº 2. México

(1981)Portantiero J.C: Los Usos de Gramsci. México. Folios Ediciones S.A

(1980) Poulantzas N: Estado, Poder y Socialismo. México. Siglo XXI

(1973)Poulantzas N: “Estudio de la hegemonía en el Estado” en Hegemonía y dominación en

el estado moderno. Cuadernos de Pasado y Presente 48. Córdoba.