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Índice Pág.

Memoria de la Asociación durante 2005Fernando Leiva Briones. Secretario de la Asociación .................................... 9

Museos

Almedinilla. Ecomuseo del Río CaicenaIgnacio Muñiz Jaén. Director del Museo ....................................................... 23

Belmez. Museo Histórico y del Territorio MineroManuel Cano García. Director del Museo ..................................................... 47

- El poder de las grandes compañías en la CuencaMinera de Belmez en el último tercio del siglo XIXJosé A. Torquemada Daza ..................................................................... 53

Cañete de las Torres. Museo Histórico MunicipalMª José Luque Pompas. Directora del Museo ............................................. 89

- Algunos de los edificios más emblemáticosde nuestra localidadMª José Luque Pompas y Purificación García Pareja .......................... 95

La Carlota. Museo Histórico Local “Juan Bernier”Antonio Martínez Castro. Director del Museo ............................................... 109

- La alquería, unidad de poblamientobásica en el al-Andalus ruralAntonio Martínez Castro. Director del Museo Histórico de La Carlota .... 113

Doña Mencía. Museo Histórico-ArqueológicoJosé Antonio Recio Jiménez. Responsable Técnico ................................... 131

Fuente Tójar. Museo Histórico MunicipalFernando Leiva Briones. Director-Conservador del Museo .......................... 141

- SVCAELO, ciudad misteriosaFernando Leiva Briones. Director-Conservador del Museo de Fuente-Tójar .... 153

Lucena. Museo Arqueológico y EtnológicoDaniel Botella Ortega. Director del Museo y Arqueólogo Municipal ............ 169

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Montilla. Museo Histórico LocalAsociación de Arqueología Agrópolis ............................................................ 207

- A la sombra del claustro. Acerca de algunos bienesmuebles del Monasterio de Santa Clara de MontillaElena Bellido Vela. Licenciada en Historia del Arte ............................. 211

Montoro. Museo Arqueológico MunicipalSantiago Cano López. Director del Museo ................................................... 225

- Arqueología del pasado recienteSantiago Cano López. Director del Museo ........................................... 229

- Análisis de los capiteles adosados a pilaresde la Iglesia de Santa María de la MotaEsperanza Rosas Alcántara. Lda. en Historia del Arte ........................ 235

Monturque. Museo Histórico LocalAna B. Ruiz Osuna. Directora Técnica del Museo ....................................... 243

- Las cisternas romanas de Monturque: nuevasintervenciones para su musealización y puesta en valorFrancisco J. Rueda Aguilar. Técnico de Turismo y Patrimonio ........... 247

Peñarroya-Pueblonuevo. Museo Geológico MineroMiguel Calderón Moreno. Director del Museo .............................................. 263

Priego de Córdoba. Museo Histórico MunicipalRafael Carmona Ávila. Director del Museo. Arqueólogo Municipal ............. 271

Priego de Córdoba. Patronato Municipal “Niceto Alcalá Zamora”Francisco Durán Alcalá. Director del Museo ................................................. 299

La Rambla. Casa-Museo Alfonso ArizaMª Lorena Muñoz Elcinto. Técnico de Patrimonio ....................................... 309

- El Museo de Alfonso Ariza Moreno: el sigiloso sueño de uningenuo ingenioso vanguardista en La Rambla (Córdoba)José R. Pedraza Serrano. Profesor de Secundaria ............................. 313

Torrecampo. Museo PRASAJuan Bautista Carpio Dueñas. Director del Museo ...................................... 329

Villa del Río. Museo Histórico MunicipalFrancisco Pérez Daza. Director del MuseoMª de los Ángeles Clémentson Lope. Conservadora del Museo ................ 337

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- El Museo Histórico Municipal de Villa del Río "Casa de lasCadenas", salas de exposiciones permanentes y temporalesMª de los Ángeles Clémentson Lope. Conservadora del Museo ........ 341

Asociaciones y Colaboraciones

Ad Aras. Asociación de Amigos del Museo Histórico Localde La CarlotaAntonio Martínez Castro ................................................................................. 351

Fe de erratas ............................................................................................... 353

Publicación de artículosNormas para la presentación de originales .................................................. 355

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La alquería, unidad de poblamientobásica en el al-Andalus rural

Antonio Martínez CastroDirector del Museo Histórico de La Carlota

Pese a ser un fenómeno ya bienreconocido, la articulación del mundorural de al-Andalus en células básicasdenominadas alquerías es un hechoaún no suficientemente estudiado ennuestro país, y específicamente en laprovincia de Córdoba. Aquí, el núme-ro de estudios que aluden a este tipode asentamientos es muy escaso, por-que escasas son también las investi-gaciones realizadas acerca del mun-do rural andalusí en el ámbito de estaprovincia andaluza1. Incluso a veceshemos podido advertir que las carac-terísticas básicas del asentamientoandalusí en el medio rural son bastan-te desconocidas no sólo ya para elpúblico en general, sino también paralos profesionales del ámbitohistoriográfico, patrimonial, museístico,etc., hecho que nos ha animado a dara conocer en este boletín algunos ras-gos básicos sobre las alquerías, sinduda el tipo de asentamiento más ex-tendido o, al menos, más significativoen el al-Andalus rural.

Las alquerías: indicadores materia-les

La presencia de alquerías en elmedio rural de nuestra provincia, y es-pecialmente de nuestra campiña,ámbito al que implícitamente más nosreferiremos por ser el mejor conoci-do, queda corroborada arqueológica-mente, ya que son prácticamenteinexistentes los asentamientos deeste tipo excavados, por la presenciade gran cantidad de restos en super-ficie. Aspecto éste que, sin duda, di-ferencia a la alquería de otros asen-tamientos menores, los cuales handejado una cuantía de restos muchomenor. Entre todos los materiales quese pueden apreciar en las alqueríasdestacan las cerámicas, bien sea bajola forma de simples tejas o bien deproducciones y formas muy diversas(tinajas, formas abiertas medianas ypequeñas, redomas, etc.), así comode productos con decoraciones varia-das (vedrío melado con o sin manga-

1 Al respecto, entre los escasos estudios que se refieren a alquerías, podemos citar: MARTÍNEZENAMORADO, 1998; MARTÍNEZ y TRISTELL, 1998; DEL PINO GARCÍA, 2002 y MARTÍNEZCASTRO, 2003.

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neso, verde, blanco, peinadas, pinta-das, etc.). Además, se pueden apre-ciar otros restos constructivos comomampuestos –generalmente sueltosen el terreno- o, más raramente, in-cluso elementos fortificativos, en es-pecial torres construidas en tapial.Todos estos materiales y estructurastestimonian sin ningún género de du-das la presencia de construcciones yde un asentamiento permanente enel lugar.

La alquería: definición y caracteri-zación

Para la definición del término al-quería (qarya) estamos de acuerdocon Pierre Guichard cuando afirmaque «la inmensa mayoría de las fuen-tes sugiere fuertemente que la«qarya» es lo que nosotros llamaría-mos una «aldea» (en francés«village») y no, como ha pensado lamayor parte de los autores, un «corti-jo» o una «alquería» en el sentido queestas palabras han tomado en las len-guas romances de la península»(GUICHARD, 1988: 164). A este res-pecto, al igual que hizo Guichard ensu momento, es significativo recordarcómo en el actual Diccionario de laLengua Española (22ª edición de2001) la palabra «alquería» se defineen su primera acepción como «casade labor, con finca agrícola, típica delLevante peninsular», lo cual no secorresponde con la verdadera reali-dad de época andalusí. Sí se corres-ponde más, en cambio, la segundaacepción como «caserío (conjunto

reducido de casas)». Realmente, parahacernos una idea bastante precisade lo que era una alquería en al-Andalus, con su estructura urbana, sutorre y sus demás elementos (albacar,recinto murado, casas, calles, plazas,baños, pozos, etc.), basta con acudiral magnífico libro de Pedro LópezElum sobre la alquería de Bofilla, enBétera, Valencia (LÓPEZ ELUM,1994) (ver plano).

En otro orden de cosas, concreta-mente al nivel del análisis histórico-social, se ha discutido sobre si la al-quería representa una estructura so-cial y de propiedad comunal o condesigualdades. A favor de una estruc-tura comunal están autores comoGuichard, Bazzana y Cressier2, mien-tras que en contra, los menos, semuestran otros como López Elum,para quien el esquema propuesto porestos autores pinta una sociedadidílica e irreal, donde los musulmanesvalencianos que vivían en alqueríaseran socialmente libres y dueños delas tierras que trabajaban (LÓPEZELUM, op. cit.: 56). El prof. ManuelAcién, de acuerdo con los autoresfranceses citados, ha indicado que elesquema defensivo a base de casti-llos-refugio y torres de qurà propues-to para el Sarq al-Andalus concuerdacon lo establecido hasta ahora sobrela formación social islámica de al-Andalus, es decir, que era una socie-dad segmentada y tribal sobre todoen los medios rurales (ACIÉNALMANSA, 1992a: 141). Por su par-te, Miquel Barceló nos recuerda que

2 Opinión que mantienen en toda su producción científica sobre este tema.

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no hay noticias en al-Andalus de co-munidades campesinas sin tierra,desposeídas, lo que rompería la soli-daridad de los clanes asentados enlas alquerías. Esto apuntaría, pues, aque las alquerías pudieron constituir,efectivamente y como señalara porprimera vez Guichard, «comunidadesrurales solidarias en los derechos queellas ejercían sobre las tierras».Barceló concluye que «el medio tri-bal... no deja virtualmente ningunarendija por donde pueda deslizarse unpoder, llamémosle señorial, extractorde renta y que se esfuerce en acapa-rar la posesión de la tierra. El únicodemandador de renta/tasa tolerado esel Estado musulmán, el sultan legíti-mo... Lo que me interesa remarcar esque no hay, en la sociedad tribal, me-canismos sociales interiores que per-mitan el surgimiento de una clase do-minante que, forzando el incrementode excedentes y su distribución, seinstale entre las comunidades campe-sinas y el Estado» (BARCELÓ, 1988:102 ss.). Asimismo, Tomás Quesadaindica que, a tenor de las fuentes cas-tellanas de la reconquista, tanto lasalquerías como los husun («castillos»)de las sierras meridionales de Jaéntenían un funcionamiento autónomo,ya que el paso de estas entidades apoder cristiano se hizo medianteacuerdos de sus aljamas con el reycristiano, de forma independiente a losacuerdos y pactos que Fernando IIItenía establecidos con al-Bayyasí

(QUESADA QUESADA, 1998: 162).Dentro de esta cuestión lo que verda-deramente se hace necesario diluci-dar es, como indica Rafael Azuar, silos campesinos se instalan en husuny alquerías para refugiarse de la de-predación fiscal del Estado o, en cam-bio, estos territorios castrales seestructuran para favorecer el agrupa-miento y la concentración campesinaen el espacio agrícola, a fin de sercontrolados mejor desde el punto devista fiscal, dentro de un proceso deintervención de los grupos dominan-tes urbanos en los espacios rurales(AZUAR RUIZ, 1994: 11). Por su par-te, para Miguel Jiménez Puertas laalquería era un asentamiento rural dedimensiones muy variables, que secomponía de varias casas pertene-cientes a distintos propietarios oarrendatarios cuya diferenciación semanifestaba también en la dispersiónde la propiedad rural o, en todo caso,en la diversidad de explotaciones ru-rales en el entorno de la propia alque-ría (explotaciones tipo maysar,munya, yanna, etc.)3. Aunque la alque-ría podría definirse, indica Jiménez,como un asentamiento rural concen-trado, lo cierto es que esta concen-tración es relativa, porque era habi-tual la presencia de barrios separa-dos, de manera que hay que pensarque la alquería no era sólo una agru-pación de casas, sino también unaentidad más compleja que gestiona unterritorio propio y tiene vínculos comu-

3 En efecto, las alquerías no estaban formadas sólo por el sistema defensivo que poseían y elresto de edificios (casas, calles, plazas, baños, etc.), sino también por tierras de labor o fincas,pudiendo aparecer enclavadas en ellas explotaciones del tipo daya (aldea), maysar (cortijo), disar(granja), huss (predio), munya (almunia), rahl (rahal, finca), yanna, ard, faddan, marj, karm, etc.

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nes, ya sea el parentesco, una mez-quita, un espacio irrigado, etc. Por otraparte, la alquería o qarya también sediferencia de la ciudad (madina) porsu carácter eminentemente rural y porno ser sede del poder estatal, de igualmanera que le distingue del castillo(hisn) el no poseer un emplazamien-to de carácter defensivo ni albergarhabitualmente tropas, a pesar de dis-poner de ciertas estructuras de fortifi-cación (JIMÉNEZ PUERTAS, 2002:181). Otra definición más genérica nosla proporciona Sánchez Villaespesa,para quien la alquería era una aldeao cortijada agrícola con un hábitatdenso y constituida como una célulasocioeconómica coherente (SÁN-CHEZ VILLAESPESA, 1996: 161).Finalmente, es interesante recordarque las alquerías constituyeron, almenos en la época omeya, la unidadterritorial básica para el establecimien-to del impuesto (BARCELÓ, 1984-85).

Por tanto, en nuestra opinión, y ju-gando sobre todo con el testimonioque nos brindan los datos arqueoló-gicos, las alquerías eran en la Espa-ña islámica una suerte de pequeñasaldeas o poblados rurales habitadospor comunidades islámicas unidas porfuertes lazos tribales4 y que debieronde constituir en el engranaje adminis-trativo-territorial andalusí los asenta-

mientos de segunda categoría des-pués de las ciudades (mudun) y delos husun, y por encima de los corti-jos, casas de campo o granjas y de-más explotaciones de menor relieve.

El sistema de fortificación de lasalquerías: estructura, razón de sery funcionalidad

A pesar de que, como se ha ad-vertido en el Levante español, el sis-tema defensivo de las alquerías esta-ba formado por varias estructuras for-tificadas bien diferentes, concreta-mente una torre, un albacar -o peque-ño recinto para protección del gana-do- y un circuito o recinto murado quecerraba la alquería y defendía a la po-blación y las viviendas en su conjun-to5 (ver: BAZZANA y GUICHARD,1978: 100 ss. y LÓPEZ ELUM, op. cit.:226 ss.), son sin duda las torres el ele-mento más destacado y el que mejorse ha conservado de todas ellas, loque permite que sea también el másconocido y el que se pueda estudiaren mayor medida, al menos en el casode Córdoba. Por ello, a continuaciónvamos a dedicar algunas líneas a ex-plicar las características principales ylas funciones específicas que cum-plieron estas importantes estructurasfortificadas en el campo andalusí.

4 Esos fuertes lazos tribales de los grupos asentados en las alquerías explica las relaciones deconsanguinidad -documentadas por las fuentes escritas- que se aprecian entre los habitantes dealgunas de ellas y el hecho de que el nombre de muchas alquerías se exprese con un patronímicotribal o nisba que comienza con Beni (Hijos de-) y que ha dejado un rastro abundante en latoponimia española, a través de nombres como Benicasim, Benajarafe, Benalaque, Benamejí,Benamira, Benitaher o Benalmádena.5 Recinto murado que en algunos tramos, según se ha constatado en la alquería de Bofilla (Bétera,Valencia), era de doble muro.

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A veces, si tenemos en cuenta laabundancia de torres que citan losdocumentos de época de la recon-quista cristiana, da la impresión deque la torre era a la aldea rural o al-quería lo que el castillo o alcazaba ala ciudad, es decir, que las torres(buruy) constituían la fortificación delas alquerías (qurà) y complementa-ban al gran sistema defensivo anda-lusí formado por los castillos (husun)y demás fortificaciones. No obstante,Josep Torró recuerda oportunamenteque la fortificación no constituía unanecesidad constante para las comu-nidades rurales, según demuestra elhecho de que haya una densidad des-igual de fortificaciones en todo al-Andalus y de que existan, como afir-ma Helena Kirchner a partir de susestudios en Baleares, «redes de al-querías sin husun» en estas islas (vid.:

TORRÓ, 1998: 391 y KIRCHNER,1998). Para nosotros, ése es el moti-vo por el que en fuentes como el Dikrbilad al-Andalus (Una descripciónanónima de al-Andalus) aparecenmencionadas menos buruy que qurà(y por supuesto que husun), aunqueno creemos que el bury pueda equi-pararse, como sugiere V. Martínez(MARTÍNEZ ENAMORADO, 1998b:58) al mismo nivel conceptual que elhisn y la qarya, al tratarse simplemen-te de una realidad material, concreta-mente una torre, que podía encontrar-se en cualquiera de las dos unidadesanteriores de poblamiento (el hisn yla qarya sí que pueden, en cambio,igualarse, aunque en relación de je-rarquía al ser dependiente la una delotro, y constituir dos unidades admi-nistrativas básicas y necesarias). Ade-más de la arqueología, también las

Plano de la alquería de Bofilla (Bétera, Valencia), con todas sus partes, según P. López Elum.

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fuentes nos informan de la imbrica-ción entre torre y asentamiento rural;así, Ibn Luyún (1282-1349), en su tra-tado de agricultura6, considera nece-saria en una propiedad agrícola laerección en un altozano de una torrehabitable (bury sakani)7.

Durante la etapa islámica, y den-tro de ella posiblemente durante lafase de dominio almohade, la campi-

ña de Córdoba vio desarrollarse ensus tierras un fenómeno de creaciónde torres no aislado, sino que se repi-te, en época y con causas idénticas,en las vecinas campiñas sevillana yjiennense y en un lugar tan alejadocomo es la huerta valenciana8. Estastorres nunca aparecen solas9, sinoque constituyen el complemento deese determinado tipo de asentamien-to que es la alquería10. De modo que

6 Kitab Ibda’ al-malaha wa-inha’ al-rayaha fi usul sina’t al-filaha (ed. y trad. de EGUARAS IBÁÑEZ,J. (1988): Ibn Luyún: Tratado de agricultura. Granada, 2ª ed.).7 Apud SÁNCHEZ VILLAESPESA, art. cit.: 163 y MANZANO, 1990: 177.8 Otros lugares donde se documenta este mismo modelo de torres rurales son Tudela, Málaga,Murcia o, ya en un lugar más distante, el entorno de la ciudad de Palermo, en Sicilia (ver: MANZA-NO, art. cit.: 178).9 A diferencia de lo que ocurre con la gran mayoría de las atalayas, cuya existencia no implica lapresencia de un asentamiento vinculado estrechamente a ellas (sobre las atalayas nazaríes delsur de Córdoba, concretamente de la Subbética, consúltese: ARJONA CASTRO, 1989 y 1990;SÁNCHEZ y HURTADO DE MOLINA, 1994; CARMONA ÁVILA, 1997: 134-135 y 1998: 168).10 Disentimos de la opinión de Julio González cuando afirma que los musulmanes tenían pocastorres en la campiña de Córdoba, basándose en la escasa toponimia árabe que se registra en lasfuentes del repartimiento. Según él, la mayoría fueron construidas por los cristianos, ya que tie-nen nombres castellanos, y además opina que el establecimiento de los nuevos pobladores cris-tianos en torres de la campiña de Córdoba pudo ayudar en la conquista de Sevilla en 1248. Sinembargo, el autor afirma en otro lugar dentro de la misma obra que en Córdoba se produjo desdemuy pronto una rápida castellanización, debido a que los repobladores eran en su mayor parte deCastilla, por lo que, en nuestra opinión, ésta puede ser la causa de que la mayoría de las torresllevaran ya en una época tan temprana como el repartimiento denominaciones en castellano. Porsu parte, J. González afirma que había pocos topónimos árabes en Córdoba por las razzias quetoledanos y extremeños habían llevado a cabo en el siglo XII, pero a nuestro juicio esto seríainsuficiente como para cambiar de forma tan brusca y extendida los nombres de casi todos loslugares musulmanes de la Campiña (ver GONZÁLEZ, 1980: 437-438, 442 y 446). Diferente es lavisión que nos transmiten las fuentes (por ejemplo el Dikr bilad al-Andalus), y también la opiniónde otros autores, quienes reconocen como claramente islámicas las torres que aparecen citadasen los documentos de la conquista cristiana; así MANZANO, art. cit.: 178-179, quien cita especí-ficamente el caso de la cordobesa Torre de Abenhance, o Isabel Montes, para quien las torressevillanas que aparecen en las fuentes de la reconquista constituían una herencia directa delpasado musulmán. Buena prueba del origen islámico de esas fortificaciones sevillanas es el he-cho de que a finales del siglo XIV los libros de visita de las heredades se refieran a ellas comotorres que, a pesar de hallarse «enfiestas» (enhiestas), era necesario « tabicar en muchos luga-res». En algunos casos, si a las torres se les daba utilidad, sobre todo defensiva, éstas se repara-ban, aunque esto fue una auténtica excepción, entrando el resto en verdadera ruina (MONTES,1989: 150). Éste es el verdadero motivo por el que conservamos tan pocos ejemplos de estastorres aisladas en Andalucía (en Córdoba, sólo la de Don Lucas se conserva hoy en relativo buenestado e integridad física). Además de esas evidencias, la arqueología demuestra claramenteque se trata de estructuras islámicas, siendo incluso a veces insignificantes o inexistentes lostestimonios arqueológicos de época bajomedieval cristiana en su entorno (como sucede en el

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sin este tipo de núcleos depoblamiento rural dichasfortificaciones carecían de sentido, yaque éstas constituían parte del siste-ma defensivo de las comunidadesasentadas en esas aldeas.

En lo que se refiere a la razón deser y la funcionalidad de estas torres,lo más admitido son razones de tipodefensivo. Según F. SánchezVillaespesa, estas torres surgieron enmomentos ya tardíos del dominiomusulmán en la península porque elproceso de la conquista cristiana hizoevolucionar el concepto de frontera alintroducir en éste amplios espaciosque hasta el momento habían per-manecido ajenos al conflicto fronteri-zo: los espacios agrícolas (SÁNCHEZVILLAESPESA, art. cit.: 160). Demodo que, ante el temor hacia loscada vez más poderosos cristianos,los almohades se vieron amenazadosy contemplaron la necesidad de de-fender sus territorios económicamen-

te más importantes, como es el casode la zona que estudiamos11. Por suparte, M. Jiménez Puertas nosremarca que el objetivo de estas for-talezas, a diferencia de los castillos yde las alcazabas y murallas urbanas,no era el de evitar la conquista de te-rritorios, sino el de paliar, en la medi-da de lo posible, los efectos de lasincursiones enemigas de castigo, im-pidiendo la destrucción o el robo dedeterminados bienes (cereales alma-cenados, ganado), así como el cauti-verio de la población de estas aldeas(JIMÉNEZ PUERTAS, op. cit.: 188).

Es factible, pues, que estas cons-trucciones también defenderían fren-te a posibles ataques a la poblaciónde sus zonas12. Como se sabe, du-rante la Edad Media muchas pobla-ciones contaban con recintos fortifica-dos para la defensa de los contingen-tes humanos que las habitaban, y eneste caso las comunidadesalmohades pudieron pretender con

caso de la mencionada Torre de Don Lucas), quizás porque, como ha indicado T. Quesada paralas sierras del sur de Jaén, a partir de la llegada de los castellanos quedan abandonadas lasalquerías y los husun, según demuestra la ausencia en ellos de cerámica posterior al siglo XIII(QUESADA, 1998: 163).11 Sin duda, hechos como la conquista cristiana de Toledo (en 1085) y, sobre todo, las posterioresincursiones cristianas en Andalucía debieron de constituir factores de peso a la hora de generali-zar entre las poblaciones islámicas andalusíes un sentimiento de necesidad de defensa. Ejemplode esas incursiones es la expedición, en 1125-1126, de Alfonso I el Batallador (rey de Aragón yNavarra) por tierras andaluzas; éste, hostigado por el ejército musulmán, pasó por Luque, Baena,Cabra y Lucena. Tras permanecer en Cabra unos días, se dirigió a Poley (Aguilar), Écija y Fahsal-Ranisul o Hisn al-Ranisul (Castillo Anzur), donde derrotó a los musulmanes a mediados desafar del año 520 (12 de marzo de 1126). Finalmente marchó hacia la costa mediterránea (VALLVÉBERMEJO, 1986: 264). No mucho después su hijastro, el rey de Castilla y León Alfonso VII elEmperador, emprendería, a partir de 1133, sus famosas campañas en tierras andaluzas, incluidala región cordobesa, a donde llevó a cabo expediciones en ese mismo año y en 1143-44 (ver:DÍAZ y MOLINA, 1988).12 Así sucedía también con ciertas torres de la Campiña de Jaén. (vid. CASTILLO ARMENTEROS,1989: 217) y con las de la huerta valenciana (vid. BAZZANA y GUICHARD, art. cit.: 95-96), segúnestos autores.

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estas torres una defensa del territo-rio, y sobre todo de la población, fren-te a la amenaza cristiana. SegúnBazzana y Guichard, aunque estastorres son menos fuertes que los cas-tillos y las pequeñas poblaciones for-tificadas y presentan unas defensasinsuficientes para sostener un ataqueimportante y prolongado, defendidascon empeño por todos los hombresde la aldea o por la élite de guerrerosconstituirían un obstáculo nada des-deñable para el enemigo, necesitán-dose algunos días de asedio y el em-pleo de máquinas de guerra para sutoma (BAZZANA y GUICHARD, art.cit.: 96.). Resulta incluso factible quelas torres contaran con su propia guar-nición militar. Mientras tanto, el gana-do podía permanecer refugiado en elrecinto fortificado denominado«albacar», que constituía la estructu-ra defensiva más próxima a la fortifi-cación y que se veía complementa-do, además de por la torre, por un re-cinto murado más amplio que prote-gía a la aldea o alquería -es decir, ala población- en su conjunto, comosucedía en la Torre Bofilla de Bétera(BAZZANA y GUICHARD, art. cit.: 100ss. y LÓPEZ ELUM, op. cit.: 226 ss.).La función de vigilancia del territorioque desempeñarían estas torres sellevaría a cabo mediante el control vi-sual de la población y sus alrededo-res, por lo cual cabe pensar que seubicarían en puntos consideradosestratégicos no sólo desde una pers-pectiva geográfica o territorial, sinotambién visual. Es posible incluso que,como propuso Juan Bernier, en la to-rre se custodiasen, a modo de grane-ro o frente a posibles ataques, los pro-ductos obtenidos por la población de

sus actividades económicas,señaladamente agrícolas (BERNIERLUQUE, 1987: 19), función que tam-bién pudo darse en la huerta valen-ciana (Vid. JIMÉNEZ ESTEBAN,1995: 76). Es un hecho ya conocidoque cada una de estas torres, ante unpotencial peligro externo, tenía enco-mendada la tarea de detectar la in-cursión o avance de tropas enemigasy de comunicar la noticia a las torresvecinas mediante señales de humo ofuego, de modo que la información sepropagase rápidamente por un amplioterritorio. Así lo demuestra un docu-mento relativo a la conquista cristia-na de los territorios islámicos del Le-vante hispano, donde consta quecuando Jaime I intentó envolver a laciudad de Valencia en el verano de1234 partiendo desde Borriana,«començaren-les de fer per totes lestorres de València», es decir, que lastorres musulmanas de la región sehicieron señales de fuego para avisarde que una expedición de cierta en-vergadura (más de mil personas) sedirigía hacia el sur (Apud LÓPEZELUM, op. cit.: 49-50).

En conclusión, al margen de la fun-ción específica que se concediese acada torre, no cabe duda de que to-das estas construcciones de la cam-piña de Córdoba fueron levantadas encalidad de elementos defensivos o decontrol frente al avance cristiano. Estáconstatado que la defensa frente alpoder cristiano, cada vez más expan-sivo y asentado en el territorio, fue unproceso propio del mundo almohade(SÁNCHEZ VILLAESPESA, ibid. yJIMÉNEZ PUERTAS, 2002: 188), se-gún pone de manifiesto el hecho de

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que en estos momentos se den a lavez diversos modelos de sistemas defortificación en las comunidades rura-les, como el hisn (asentamiento hu-mano en altura con recinto amuralla-do, castillo) o la propia torre (bury),que era típica de los lugares llanos yestaba asociada a un hábitat perma-nente, la alquería (qarya), según seha advertido claramente en la regiónvalenciana13 y sucede en los casosque aquí presentamos.

Por otro lado, la finalidad defensi-va de las torres que hasta ahora co-nocemos en la comarca cordobesa deLa Campiña, como la de Don Lucas(ver foto), la de Torre Albaén o la deDiezma Ayusa, queda claramentemanifiesta a la luz del emplazamien-to topográfico que poseen estos bas-tiones, pues se sitúan en lugares ele-vados desde los que se divisan enderredor otras numerosas cimas, in-cluyendo aquéllas en las que se loca-lizan y debieron localizarse otras to-rres similares. En esa situación privi-legiada que les facilitaba el control deimportantes vías y amplios y fértilesvalles, estas torres estarían, por tan-to, en alerta ante la llegada de posi-bles ataques bien por observación di-recta o gracias a la conexión visualcon ciertos puntos de relativa lejaníaque les permitiría la comunicación con

otras torres vigía enclavadas en esospuntos mediante la realización de de-terminadas señales visuales, comolas de fuego. Sólo una profunda pros-pección con localización de asenta-mientos similares y el consiguienteestudio de arqueología espacial rea-lizado a partir de los datos en ella ob-tenidos permitiría confirmar esta hipó-tesis. De hecho, este sistema de vigi-lancia territorial mediante torres quese comunican visualmente ya ha sidopuesto de relieve empleando esametodología en el caso de la vecinaCampiña de Jaén (CASTILLOARMENTEROS et alii, 1989: 217) asícomo en el de la frontera norte nazarícon Castilla (SALVATIERRA CUENCAet alii, 1989: 229-240).

Las alquerías en la división territo-rial del estado andalusí

La presencia de alquerías como lasanalizadas y de otras de las que tene-mos constancia, pero que aún se ha-llan inéditas e ignotas desde el puntode vista arqueológico, creemos es unbuen punto de partida para pensar,como ha propuesto no hace muchoAlberto León, que en la campiña deCórdoba se pudo dar un modelo depoblamiento similar al planteado porBazzana, Cressier y Guichard para lazona valenciana14. En efecto, pensa-

13 Vid. SÁNCHEZ VILLAESPESA, art. cit.: 160 ss. También se puede definir la torre como unrecinto habitable, por lo general fuerte y de planta cuadrada, a diferencia de la atalaya, que escilíndrica y más pequeña y no puede habitarse. El término árabe bury proviene del griego pyrgos-ou (torre) y pasará al romance como Burg- o Buj-, de donde derivan nombres como Bujalance,Bujarrabal, Bujaraloz o Burjasot (JIMÉNEZ ESTEBAN, op. cit.: 25 y 28).14 Modelo que, asimismo, parece reproducirse en territorios adyacentes a la campiña de Córdoba,como la región sevillana (ver, por ejemplo: MONTES ROMERO-CAMACHO, op. cit.: 81-97 y 149-151; VARGAS, ROMO y GARCÍA, 1993; SANZ FUENTES, 1976 y GONZÁLEZ JIMÉNEZ, 1988).

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mos que a estas alturas existen prue-bas suficientes, tanto literarias comoarqueológicas, para admitir la presen-cia en suelo cordobés de un modelosimilar al levantino15, basado en la ar-ticulación ciudad/alquería/hisn, puesse da el caso de que ya están bienconstatadas en nuestra zona estastres entidades de poblamiento16.

Según se desprende de la obra deal-Idrisí, de la primera mitad del sigloXII, una alquería correspondía en al-Andalus a uno de los últimos escalo-nes de la jerarquización administrati-

vo-territorial, constituyendo una uni-dad de poblamiento menor despuésde la ciudad (madina) y el hisn17. Des-de el punto de vista de las circuns-cripciones territoriales, parece ser queen época califal la alquería seenglobaba en un distrito (iqlim), den-tro del cual también había una o va-rias ciudades e igualmente castillos(husun). Parece fuera de duda que ennuestra zona esa división administra-tiva califal basada en la triple articula-ción kura (provincia o «cora»)-iqlim(distrito)-qarya (alquería), tal y comorecogen los autores árabes18, está

15 El empleo aquí del término «modelo» no debe entenderse desde el punto de vista de la metodo-logía y conceptualización científicas, como ha remarcado para otros casos similares Miquel Barcelò,pues no contiene ninguna explicación de la ocurrencia del fenómeno al que alude (BARCELÓ,1998: 15-16). Aquí lo usamos por simple inercia, aunque somos conscientes que debería em-plearse más bien el término «esquema».16 Los «distritos castrales» que se han identificado en algunas zonas de al-Andalus como Levanteestaban formados por las aldeas o qurà (alquerías), de las que dependían los husun; es decir, que,según la interpretación de Bazzana, Cressier y Guichard, varias alquerías controlaban un hisn.Este esquema se da, según los mencionados autores, desde el Emirato hasta el fin de al-Andalus.Sin embargo, para R. Azuar la relación en los distritos castrales entre qurà y husun era inversa, yaque los husun respondían a los intereses de los sucesivos estados islámicos de la zona, es decir,que el Estado tenía, según Azuar, un papel más activo que imposibilitaba la amplia autonomíaadministrativa de las comunidades rurales que pretenden los mencionados autores franceses.Incluso argumenta que el Estado ha estimulado la creación de los distritos. Asimismo, Azuar seña-la que esos distritos se fueron conformando de una forma relativamente tardía, muy escasa en elcalifato y progresando a partir de los taifas hasta los almohades. Lo importante, al margen de lasdiferencias que muestran las dos interpretaciones, es que el hisn es considerado prácticamente deforma unánime como el elemento aglutinador de la organización espacial andalusí, a excepción deMíkel de Epalza, quien, desde un enfoque culturalista que da primacía a lo urbano en el mundoislámico, defiende que tal elemento aglutinador es, incluso en el medio rural, la madina, negandoel uso de refugio del albacar, elemento característico de los husun (síntesis más detalladas de todoesto pueden verse en: ACIÉN ALMANSA, 1992b: 263 y MARTÍNEZ ENAMORADO, 1998b: 34).17 Ciertamente, al-Idrisí es uno de los autores árabes antiguos más precisos a la hora de adjudicarterminologías a los diversos enclaves territoriales. Un ejemplo de ello lo tenemos cuando nos des-cribe una fortificación situada entre Mojácar y Almería, bien identificada como un qasr o ribat, expre-sándose del siguiente modo: «allí no hay ni un hisn ni una qarya, sino que en ella hay un qasr»(apud MARTÍNEZ ENAMORADO, art. cit.: 37). Unidades más pequeñas que la alquería tambiénexistieron en al-Andalus, como ya hemos citado más atrás con los casos de la day’a, aldea, elmaysar, especie de cortijo o complejo señorial explotado por campesinos en régimen de aparcería,la disar (granja) o el huss (predio) (GUICHARD, 1988: 164-165 y VALLVÉ, 1986: 244 ss.).18 Ver: VALLVÉ, op. cit. y todas las obras de A. Arjona Castro citadas en la bibliografía del final deeste artículo (excepto las fechadas en 1989 y 1990). Aparte de estas obras, para ver en quéconsistía una cora y cómo era la vida dentro de ella un buen estudio sobre un caso particular es:VALENCIA RODRÍGUEZ, 1988.

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bien representada. Esa articulación seva a mantener, según algunos auto-res, prácticamente igual a lo largo detoda la etapa andalusí, excepto en elfinal, en que parece haber algunoscambios. Para el caso concreto de laAlpujarra granadina se ha apreciadoque las alquerías estaban compren-didas en el siglo XI dentro de distritoso divisiones territoriales llamadas ayza(singular yuz) y se organizaban alre-dedor de husun (CRESSIER, 1984ay 1984b). Pero a la altura de la Baja

Edad Media esas divisiones ya noestaban representadas por el yuz,sino por otro tipo de circunscripcióndenominado ta’a19. Para la épocaalmohade, la división administrativadel territorio no está tan clara comopara el Califato, al no existir datos muyexactos de los autores árabes. Lamejor información al respecto nos laproporcionan la obra Al-Hulal al-mawsiyya de Ibn Simak (1383-84) yespecialmente la geografía universalde Ibn Said al-Magribí (ver ARJONACASTRO, 1980: 117-121; 1992: 165ss y 2003: 22-23), nacido en Alcalá laReal en 1213, quien ofrece una divi-sión de al-Andalus en diversos reinosy a su vez de éstos en distritos ocoras20, algo que, en opinión de inves-tigadores como Arjona Castro, veníaheredado de la época almorávide. Así,los once distritos que cita Ibn Saiddentro del mamlakat Qurtuba o reinode Córdoba eran los de Istiyya oAstiya (Écija), Qabra (Cabra), al-Yussana (Lucena), Porcuna, al-Qusayr (Alcocer, junto a El Carpio),Almodóvar del Río, Moratalla, Gafiq(Belalcázar), Kuzna (Morras deCuzna, en término de Alcaracejos),Estepa y Baena (ver: ARJONA CAS-TRO, 1982: 15; 1992: 170 y 2003: 22).El reino o mamlakat de Córdoba sedividía, pues, en once distritos o coras,las cuales estaban representadas por

La Torre de Don Lucas, en el término munici-pal de La Victoria, es la torre de alquería mejorconservada de la provincia de Córdoba.

19 MANZANO, E., art. cit., p. 176. Esos distritos recibían una denominación que coincidía exacta-mente con el nombre de la fortificación más cercana, de la que, obviamente, dependían. Estehecho, aparte de en la Alpujarra granadina, se constata también en la zona de Alicante, donde loscastillos de Cocentaina y Gallinera daban nombre a similares divisiones territoriales.20 Al tiempo, Ibn Said ofrece las diversas medinas o ciudades y los distritos que de ellas depen-den. Esos grandes distritos o subdivisiones de los diversos reinos son denominados de formaconfusa por al-Idrisí, ya que para referirse a ellos emplea indistintamente los términos cora e iqlim(éste con el significado de «clima», es decir, región natural).

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un centro neurálgico encabezado porun castillo, existiendo dentro de ellasotros castillos menores así como unelevado número de alquerías. Es po-sible que, al igual que en la Alpujarra,varias alquerías se agruparan en tor-no a un núcleo encastillado, forman-do no ya un yuz, sino, como dijimos,una ta’a, subdivisión más propia delas épocas tardías.

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