Neorretórica y Epistemología de La Teoría y La Crítica Literarias

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Neorretórica y epistemología de la teoría y la crítica literarias Luis Martínez-Falero Universidad Complutense de Madrid [email protected] A nadie, familiarizado en mayor o menor medida con los avances teóricos y críticos del siglo XX, escapa ya el papel esencial que desempeña la retórica en la teoría de la expresión, sea en el terreno de la lingüística, sea en la teoría y la crítica literarias. Muchas han sido las propuestas a este respecto, desde que en 1958 Chaïm Perelman y Lucie Olbrechts-Tyteca publicaron su Traité de l’argumentation. La nouvelle rhétorique, que supuso un retorno a la argumentación considerada fuera de la lógica formal, deshaciendo el paradigma cartesiano que otorga al criterio de verdad, a partir de pruebas apodícticas, el fundamento del método científico (Perelman y Olbrechts-Tyteca, 1989: 30-31). Es decir, se trata del empleo de la retórica en ámbitos como la argumentación judicial, la negociación, la publicidad o la literatura, donde la lógica informal, lo verosímil, es criterio suficiente, pues es ahí donde la retórica alcanza su punto adecuado de aplicación. En tal sentido, la vía de trabajo abierta por esta nueva retórica ha servido para formular un método interdisciplinar en torno a la argumentación, como el desarrollado en la Universidad de Lyon, donde se han buscado los necesarios nexos metateóricos entre las diferencias ciencias (lógica, matemáticas, teoría de la literatura, filosofía del lenguaje, filosofía de la ciencia...) o las propuestas efectuadas en el Coloquio de Cerisy-la-Salle en 1987 (Ducrot, 1981. Lempereur, 1991). Por otra parte, C. J. Classen, en su trabajo «The role of rhetoric today», considera necesario este retorno a la retórica, no sólo en los aspectos argumentativos destinados a la persuasión, sino también en los imprescindibles conceptos metateóricos destinados tanto a una teoría de la escritura y la recepción del texto, como a la didáctica que conduzca a una competencia creadora y lectora en literatura,

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Capítulo de libro, dedicado al estudio de la epistemología de la hermenéutica actual.

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Neorretórica y epistemología de la teoría y la crítica literarias

Luis Martínez-FaleroUniversidad Complutense de [email protected]

A nadie, familiarizado en mayor o menor medida con los avances teóricos y críticos del siglo XX, escapa ya el papel esencial que desempeña la retórica en la teoría de la expresión, sea en el terreno de la lingüística, sea en la teoría y la crítica literarias.

Muchas han sido las propuestas a este respecto, desde que en 1958 Chaïm Perelman y Lucie Olbrechts-Tyteca publicaron su Traité de l’argumentation. La nouvelle rhétorique, que supuso un retorno a la argumentación considerada fuera de la lógica formal, deshaciendo el paradigma cartesiano que otorga al criterio de verdad, a partir de pruebas apodícticas, el fundamento del método científico (Perelman y Olbrechts-Tyteca, 1989: 30-31). Es decir, se trata del empleo de la retórica en ámbitos como la argumentación judicial, la negociación, la publicidad o la literatura, donde la lógica informal, lo verosímil, es criterio suficiente, pues es ahí donde la retórica alcanza su punto adecuado de aplicación. En tal sentido, la vía de trabajo abierta por esta nueva retórica ha servido para formular un método interdisciplinar en torno a la argumentación, como el desarrollado en la Universidad de Lyon, donde se han buscado los necesarios nexos metateóricos entre las diferencias ciencias (lógica, matemáticas, teoría de la literatura, filosofía del lenguaje, filosofía de la ciencia...) o las propuestas efectuadas en el Coloquio de Cerisy-la-Salle en 1987 (Ducrot, 1981. Lempereur, 1991).

Por otra parte, C. J. Classen, en su trabajo «The role of rhetoric today», considera necesario este retorno a la retórica, no sólo en los aspectos argumentativos destinados a la persuasión, sino también en los imprescindibles conceptos metateóricos destinados tanto a una teoría de la escritura y la recepción del texto, como a la didáctica que conduzca a una competencia creadora y lectora en literatura, partiendo, en las cuestiones didácticas, de la tradición que alcanza su cumbre en el Renacimiento europeo, principalmente a través de las propuestas de Philip Melanchton (De rhetorica libri tres, 1525; y Elementorum rhetorices libri duo, 1532).

Frente a esta postura centrada en una visión tradicional de la retórica literaria, ha habido –desde la perspectiva filológica– varias aproximaciones a un método interdisciplinar para el análisis del discurso, en el que deben inscribirse los respectivos trabajos de Luigi Heilmann y de Paolo Valesio, quienes abogan por el estudio de las estructuras de la argumentación dentro del marco de trabajo de diferentes ciencias, así como (Heilmann) por la consideración de las estructuras retóricas y su relación con otras estructuras del sistema lingüístico y de la poética y la literatura, a partir del nivel morfológico como núcleo del sistema lingüístico (Valesio, 1980. Heilmann, 1978). Por su parte, Antonio García Berrio postula una Retórica General Textual, de la que la Retórica General Literaria (o Poética General, asumiendo el rótulo acuñado por Van Dijk en 1972, en Some Aspects of Text Grammars) sería una parte surgida de la combinación con las teorías poéticas. El criterio epistemológico esencial de esta Retórica General Literaria consiste en la relación de la retórica no sólo con la dialéctica (como llevaron a cabo Perelman y Olbrechts-Tyteca), sino también con la lingüística y la lingüística del texto, para alcanzar progresivamente una integración interdisciplinar que pueda dar cuenta del texto artístico en sus diferentes niveles y propiedades, asumiendo asimismo otras técnicas extraídas de la teoría literaria contemporánea: la

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poética del imaginario, la estética de la recepción, la pragmática, la semiótica, la lingüística del texto y la sociolingüística, lo que viene a configurar la retórica como la ciencia que se encarga del estudio de la comunicación en interacción, es decir, en un contexto dado, en el que se integra la emisión y la recepción del texto (García Berrio, 1983), lo que redunda en el carácter pragmático de la retórica, por su misma razón de ser desde sus orígenes, aunque actualmente enriquecida con las aportaciones de la teoría lingüística. Esta propuesta consiste esencialmente en el establecimiento de una ‘retórica’ sobre las bases de una ‘semiótica', pues las cuestiones suscitadas por Antonio García Berrio coinciden con un planteamiento claramente semiótico. Sin embargo, para desarrollar esta propuesta teórica (de marcado carácter crítico) sería necesario articular un sistema coherente que diera validez tanto al sistema propuesto como a sus resultados, al ser aplicada a los textos literarios, partiendo del carácter científico de los instrumentos proporcionados por cada una de estas teorías que se pretende relacionar. En este sentido, Magdalena Cueto plantea un estudio científico de la literatura en acción desde la semiótica, lo que abre el campo de la interpretación textual desde una semiosis ilimitada, siguiendo a Peirce; es decir, qué elementos significativos contiene el texto y qué elementos deduce el lector, considerando el texto como representamen que abre una multiplicidad de lecturas, lo que, por otra parte, configura el concepto de obra abierta en Umberto Eco (Cueto, 1990. Eco, 1990a). Sin embargo, en una línea similar a la sostenida por Robert Scholes (1997: 7 y ss.), Magdalena Cueto fija el campo de estudio de la semiótica literaria en los elementos que conforman el proceso de comunicación, establecidos por Roman Jakobson (1988: 32-33) –emisor, mensaje, receptor, código y contexto–, centrando más la cuestión en los agentes comunicativos (emisión y recepción) que en el mensaje mismo, que, aun así, es también objeto de estudio, siguiendo la tríada propuesta por Charles W. Morris (sintaxis-semántica-pragmática)1:

El modelo semiótico incluye, junto a esta visión del signo de forma más dinámica y comprometida que la ofrecida por el estructuralismo lingüístico, una consideración global del proceso de producción, transmisión y recepción de los signos sin privilegiar las características internas del mensaje y las relaciones intrasistémicas, favoreciendo así una nueva atención a los problemas genéticos y de interpretación que, en el caso de los estudios literarios, habían quedado marginados durante los años de vigencia del paradigma estructuralista […] La semiótica, a partir de la revisión efectuada por Ch. Morris, ha generalizado la división del análisis de los procesos en tres ámbitos o niveles […] A la relación entre los signos y los objetos a los que se aplican la llama “dimensión semántica”, debiendo existir para cada sistema semiótico reglas que establecen las condiciones de designación. A la relación entre el signo y sus usuarios la denomina “dimensión pragmática”, y las reglas correspondientes establecerán las condiciones bajo las cuales algo es tomado como un signo. Finalmente, la relación de los signos entre sí, tanto en el sistema semiótico como en las combinaciones y enunciados: en este caso se precisan reglas de transformación (que regulan qué enunciados pueden obtenerse a partir de otros enunciados). (Cueto, 1990: 148)

De este modo, la teoría de la literatura debería determinar qué instrumentos críticos corresponden a cada uno de esos actantes que intervienen en el proceso de la comunicación, de acuerdo con el objeto de estudio de cada una de las teorías particulares que se integran en este marco general. Así, podemos establecer, con relación al emisor, la psicocrítica, la poética del imaginario o la poética generativa; en

1 "A language is the full semiotical sense of the term is any intersubjective set of sign vehicles whose usage is determined by sintactical, semantical and pragmatical rules" (Morris, 1938: 35).

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relación con el mensaje: el formalismo, la estilística, el estructuralismo, la neorretórica del Grupo μ o la lingüística del texto; la estética de la recepción o la hermenéutica (literaria), respecto del receptor; y las teorías marxistas o la sociocrítica en cuanto al contexto. También podemos considerar otras teorías que se ocupan del proceso completo: la teoría de los polisistemas, la teoría empírica de Siegfried J. Schmidt o la teoría cognitiva de la literatura, aplicada tanto a los procesos creativos como a los interpretativos2. De todas ellas, habrá qué dilucidar qué instrumentos críticos pertenecen al ámbito científico, eliminando algunos procedimientos intuitivos o que buscan la empatía del crítico con relación al texto, siguiendo la doctrina del Einfühlung, procedente de Johann Gottfried Herder o de Theodor Lipps, y mantenida por la crítica idealista del siglo XX. Esta selección y categorización de instrumentos críticos nos debe proporcionar un repertorio que siente las bases de la teoría de la literatura como ciencia de la literatura.

Ahora bien, si la teoría literaria (definida como “retórica” o “poética”) es una ciencia, cabría preguntarse por su epistemología, en cuanto a métodos analíticos se refiere; y a su teleología, en cuanto a la finalidad del conocimiento obtenido. Pero antes de afrontar cualquier otra cuestión, debemos dilucidar, en primer lugar, en qué contexto científico se encuadra.

En el debate ya tradicional entre ciencias humanas y ciencias de la naturaleza (entre otros, Gadamer, 2001: 277-304), Thomas S. Kuhn había distinguido las ciencias humanas de las naturales, al regirse las primeras por la hermenéutica, ya que se han de interpretar los datos que son objeto de su estudio, por lo que integran un valor subjetivo-ideológico en su metodología, lo que no sucede con las ciencias naturales (Kuhn, 2001: 13). Esta separación entre ambos campos de conocimiento posee su origen tanto en el neokantismo como en W. Dilthey, si bien fue adoptada por Heidegger en forma de diferencia ontológica, identificando así Heidegger en el modo hermenéutico (en tanto que comprensión) con que operan estas ciencias del espíritu un rasgo esencial de la existencia misma (Heidegger, 2008: 27 y ss.). Pero, como señala Habermas, a partir de Wittgenstein (y su Tractatus) y de R. Brandom el mundo ha de ser considerado como una totalidad de hechos que pueden enunciarse mediante oraciones verdaderas; es decir, los hechos sólo pueden enunciarse lingüísticamente, lo que incide en un entrelazamiento entre el mundo de la vida intersubjetivo y el mundo objetivo, por cuanto ha de producirse una estructuración conceptual (Habermas, 2002: 164-165). En el contexto de esta estructuración conceptual, como interpretación de unos productos de naturaleza subjetiva (los textos literarios) considerados bajo instrumentos objetivos (los instrumentos críticos) planteamos nuestra propuesta, basada en la retórica como ciencia (ars, techné).

El valor veritativo del enunciado derivado del arte (y en él, la retórica en su vertiente literaria) como forma de conocimiento no es una verdad única, sino bimodal o plurimodal, pues, como señalan René Wellek y Austin Warren desde el positivismo, «hay diversos “modos de conocer”, o bien hay dos tipos fundamentales de conocimiento, cada uno de los cuales utiliza un sistema lingüístico de signos: las ciencias, que utilizan el modo “discursivo”, y las artes, que utilizan el “representativo”» (Wellek y Warren, 1993: 42). Sin embargo, ello se refiere sólo al conocimiento que aporta la literatura a través del símbolo. En los aspectos lógicos (en su más amplio sentido) de la retórica, el conocimiento es racional, punto de coincidencia con las ciencias de la naturaleza; si bien aquélla pretende alcanzar el conocimiento mediante

2 Estos aspectos de la teoría cognitiva fueron tratados monográficamente en la revista PoeticsToday en los volúmenes 23 (1), de 2002 y 24 (2) de 2003, participando en ambos números los principales teóricos de una u otra línea de investigación.

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una aproximación a la verdad a través de la deliberación, lo que marca el terreno de lo verosímil como complemento de la demostración dialéctica (Perelman y Olbrechts-Tyteca, 1989: 32-35), tal como fijó Aristóteles en la correspondencia entre sus Tópicos y su Retórica. Ello, además, nos proporciona una validez formal en el proceso argumentativo (Toulmin, 1999: 118-122), que validaría los resultados de la interpretación del texto literario, como criterio fundamental de una metodología crítica de carácter científico.

No es extraño hallar la aceptación de la falsación como método científico empírico en lingüística, y que, en ocasiones, ha sido trasladado también al terreno de la teoría literaria (entre otros: Hernadi, 1978: 13; Villanueva, 1991: 21), pues, frente a otras propuestas (como el verificacionismo), este planteamiento popperiano resuelve problemas epistemológicos de primer orden, por cuanto supone la subordinación a unos enunciados básicos regidos por la lógica, en donde la contrastación presupone un grado de cientifismo necesario tanto para la lingüística general como para la creación de reglas aplicables a una gramática en particular. De este modo, sólo si una teoría es falsable, «podrá ser considerada una teoría científica de pleno derecho» (Bernárdez, 1995: 26). Es posible que la falsación sea un método adecuado para la lingüística, por cuanto la estabilidad de las leyes y proposiciones derivadas de éstas posibilite, por una parte, un alto grado de predictibilidad, así como la concurrencia de un número reducido de contraejemplos que sirvan como excepción a las reglas generales establecidas por los lingüistas. Paul Hernadi emplea la falsación al establecer las reglas pertenecientes a los géneros (es decir, el plano superestructural del sistema literario), lo que le permite situar ese sistema en un paralelo respecto del funcionamiento del sistema lingüístico, pero creo que estos criterios llevados al terreno de la creación literaria, sobre todo al de la poesía, plantean serios problemas, desde el momento en que el avance del sistema literario está regido por la creatividad individual, que modifica o combina leyes de composición, haciendo inviable de esta manera su posible predictibilidad, al tiempo que, una vez analizado un amplio corpus textual, es probable que aparezca un número más amplio todavía de contraejemplos, por lo que no cabría hablar de excepciones, sino de diferentes adaptaciones de las reglas que rigen el sistema literario, aceptándose incluso proposiciones ajenas a la norma lingüística (agramaticales) en virtud de su valor estético.

Por otra parte, desde la filosofía de la ciencia, Imre Lakatos señala que la falsación ha de considerarse un «meta-criterio cuasi-empírico» que implica la salvación de una teoría mediante unas «alteraciones adecuadas y afortunadas de algunos rincones remotos y oscuros de la periferia del laberinto teórico», supuesto que un método científico «duro» ha de configurarse mediante un método histórico «para evaluar metodologías rivales» (Lakatos, 2002: 144-148) a través de reconstrucciones racionales, que marquen los límites de cada nueva línea de investigación, siempre dentro del ámbito inductivo, lo que también difiere de la doctrina de Popper, desde el momento en que éste defiende un marco de discusión adecuado desde posiciones antagónicas para llegar a conclusiones más ajustadas a una posible verdad científica, a través de hipótesis empíricamente demostrables o no. A partir de las no demostrables, de los problemas planteados para esa no-demostración, se producirán nuevas hipótesis científicas (Popper, 2001: 78-88). Habermas también critica el método de Popper, pero aboga por una justificación basada en la argumentación, a través de lo que denomina el giro lingüístico, de honda raigambre pragmática (Wittgenstein, Rorty, Peirce, Heidegger), pero exenta en cierto modo de los elementos antimentalistas de Rorty, en aras de aumentar la importancia teórica de la intersubjetividad como medio de conexión entre concepto y realidad en torno al lenguaje, buscando, por tanto, una verdad justificada

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mediante proposiciones lógicas argumentativas marcadas por su validez pragmática (Habermas, 2002: 228-231). El límite de esta verdad pragmática se halla en la aceptabilidad racional como prueba suficiente de verdad, alcanzando una naturalización de la razón mediante unos criterios lingüísticos estrictos, más allá de los propios límites pragmáticos, pues no sólo debe constar de «un vocabulario dado y de unos criterios existentes en el contexto dado, sino que abarca el vocabulario y los criterios mismos» (Habermas, 2002: 256). Esta interpretación desde el punto de vista pragmático resuelve así, mediante la justificación, el problema epistemológico planteado por Popper en La lógica de la investigación científica, y crea una nueva forma de verificación al considerar «como empíricamente verdaderas [...] todas las hipótesis que puedan guiar una acción controlada por el éxito, sin haberse visto problematizadas hasta ahora por fracasos insistentemente buscados experimentalmente» (Habermas, 2001: 54). Estas hipótesis deben ser legaliformes, es decir, deben estar sujetas a un sistema de leyes, de tal manera que los fracasos que descalifiquen experimentalmente este tipo de hipótesis actuarán como refutaciones desde esta perspectiva pragmatista, que no rebate por completo el método racionalista popperiano, sino que pretende corregir los puntos más débiles o discutibles detectados en la teoría de la falsación.

Como hemos dicho, la verdad aparece relacionada con la aceptabilidad racional en la teoría de Habermas, aunque es necesario distinguir con claridad ambos conceptos, pues un enunciado verdadero sería aquel que puede ser racionalmente aceptado como verdadero bajo condiciones epistémicas ideales (Habermas: 2002: 246), por lo que cabría hablar de aceptabilidad racional, pero no de verdad, pues la verdad sólo es alcanzable mediante el consenso (Habermas, 2003: 22-24), lo que entronca con la teoría de Peirce. No obstante, K.-O. Apel considera que si la comprensión se produce de un modo intersubjetivo, se comprende de modo diferente, lo que vulnera los principios de una hermenéutica trascendente, pues comprender ha de considerarse como un comprender que progresa reflexivamente, mediante unas ideas regulativas que normen esa comprensión, por lo que esa validez intersubjetiva alcanzada mediante normas intersubjetivamente válidas corresponde a la verdad en las ciencias del espíritu, a través de la correlación comprender/explicar, donde el primer elemento pertenece a las ciencias del espíritu y el segundo a las ciencias de la naturaleza (Apel, 2002: 137-163).

Frente a esta idea del consenso, llevada al terreno de la hermenéutica, hallamos la verdad dialógica defendida por Gadamer en Verdad y Método, como forma de llegar a una interpretación válida. Así, la interpretación de los textos, en cualquier modalidad discursiva, se inscribe en el problema general de la interpretación. Si para Gadamer (siguiendo a Heidegger) la verdad se revela como desocultación (aletheia), la posibilidad de la existencia de la falsedad o el engaño nos conduce hacia la certeza antes que a la verdad, como generadoras de conocimiento. Sólo la pregunta, como método interhumano, nos puede proporcionar la verdad de un enunciado en un contexto dado (Gadamer, 2001: 547-567; y 2002: 51-62). Sin embargo, Gadamer se opuso a que su teoría hermenéutica se materializara en un método concreto:

Contemplar la tarea de interpretación de los textos con el prejuicio de la teoría de la ciencia moderna y con el criterio de la cientificidad constituye en realidad una perspectiva miope. La misión del intérprete nunca es en concreto una mera detección lógico-técnica del sentido de un discurso prescindiendo de la verdad de lo enunciado. El esfuerzo por entender el sentido de un texto supone siempre la aceptación de un reto que nos lanza ese texto. Su pretensión de poseer la verdad es la premisa de todo el esfuerzo, incluso cuando al final un mejor conocimiento nos lleva a criticarlo y a declarar erróneo el enunciado. (Gadamer, 2002: 275)

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Quizá haya que establecer la diferencia entre el marco general que determina la hermenéutica filosófica, con esta concepción ontológica gadameriana (que parte de Heidegger), que se formula más allá de la ciencia («En este sentido, intento pensar más allá del concepto de método de la ciencia moderna […] y pensar por principio de una manera general lo que ocurre siempre», Gadamer, 2001: 607), y la interpretación planteada sobre textos concretos, cuyo sentido no sea inmediato, y que es necesario dilucidar a través de la mediación del hermeneuta3.

Cuando el filósofo alemán se enfrenta a la interpretación de poemas, como sucede cuando se ocupa de los textos de Paul Celan (Gadamer, 1999), trata de establecer las conexiones lógicas entre enunciados a partir de los significados parciales de las palabras que los conforman, olvidando los procesos de resemantización que determinan el carácter simbólico de la obra de Celan, o, como sucede con su comentario sobre «Tenebrae», traza un paralelismo entre las imágenes de la Pasión de Cristo y las imágenes del poema (cuyo referente se halla en los campos de exterminio), sin llegar al fondo de los referentes de los elementos enunciado por el poeta franco-rumano. Todos estos procesos sí tienen cabida en las interpretaciones de Peter Szondi o Jean Bollack (Szondi, 2005b. Bollack, 2003 y 2005), quienes, además, introducen elementos biográficos de Celan para dar pleno sentido a su interpretación, al situar en su contexto histórico al sujeto creador, cuya experiencia queda simbolizada en los textos a través de una serie de imágenes transformadas en secuencias lingüísticas. En este sentido, cabe destacar que el método de Szondi para desarrollar una hermenéutica literaria se basa en el análisis lingüístico (que incluye los análisis de secuencias metafóricas), la determinación del contexto histórico, la intentio auctoris y la designación y la jerarquía de sentidos potenciales del texto (Szondi, 2006). Ahora bien, aunque el resultado de las interpretaciones de Gadamer resulte insatisfactorio, esa búsqueda de la lógica de la enunciación poética parece suponer el empleo de un método concreto, más allá de la vertiente ontológica defendida en Verdad y método, aun cuando sólo se tratara de ese tipo de crítica netamente filológica (gramatical), basada en el lenguaje y su análisis lógico, postulada por Emilio Betti (1955: 350-363), o las relaciones lógicas de correspondencia entre palabras (con un importante papel de los sonidos), y palabras y cosas, defendidas por Hans Lipps (1938), incluso postulando un desarrollo lógico de la interpretación para alcanzar unos resultados válidos y verificables (Göttner, 1973: 131 y ss.).

Ciertamente, el conocimiento racional, tanto para la creación de hipótesis fundamentadas en un conocimiento no estrictamente empírico, como en la relación conceptual establecida en torno a la translación como instrumento cognitivo de estructuración del conocimiento adquirido y generación del nuevo, puede suponer la aceptación de una vertiente apriorística (Husserl, 1985: 225-231), de tipo intuitivo, que nos lleve a conocer, en el seno de los mundos pensables, qué es o cómo puede ser el objeto, en este caso el texto, pues se trata de especular en la vía de las esencias. Es éste un planteamiento fenomenológico que prescinde de los principios de realidad de los que sí requiere la epistemología de las ciencias de la naturaleza. Sin embargo, ello no supone un abandono total del método empírico, necesario para la práctica crítica o para las conclusiones teóricas que nos conduzcan a la deducción de las leyes que fundamentan los textos, pero sí presupone una doble vía de análisis, pues los juicios apriorísticos derivados de la intuición deben ser analizados por la reflexión, en un proceso dialéctico previo a la observación empírica. La validez de las conclusiones de

3 «Es un error creer que no hay nada que entender en un poema por el hecho de que las relaciones de sentido carezcan de claridad. Y es también un error creer que falta la unidad de intención del discurso, pues sólo esta unidad es la que funda el poema» (Gadamer, 2004: 118).

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ambos tipos de análisis (de raíz intuitiva y de raíz empírica) obtienen su validez en las ciencias humanas, no así en las de la naturaleza, donde el único criterio válido es el hipotético-deductivo (a posteriori) (Hempel, 2003: 34), mientras que nuestra intención es la de trazar una segunda vía hipotética-deductiva apriorística, tanto de la argumentación como de su extensión como método científico, ya presente en los textos clásicos de preceptiva retórica. Esta consideración del método hipotético-deductivo, tras haber sido aplicado a las ciencias de la naturaleza, pasa así a ser aplicado a las ciencias humanas.

Desde el punto de vista teórico, al aplicar la retórica a la teoría literaria (Eden, 1997), nos hallamos ante una teoría axiomática, al estar regida la retórica por reglas invariables que determinan los usos textuales en el terreno literario, según la convención de cada tradición, y que se han ido añadiendo y articulando de acuerdo con la necesidad del artifex (en toda la extensión del término), y que abarcan desde la argumentación hasta los estilos (y el empleo de determinadas figuras o tropos), descendiendo del estilo general correspondiente a una tipología textual determinada hasta los estilos individuales, como se puede apreciar, por ejemplo, en el sistema de las siete ideas sobre el estilo trazadas por Hermógenes de Tarso, de acuerdo con los distintos tipos de discurso expuestos en El banquete de Platón.

La conexión de la ciencia literaria con las ciencias de la naturaleza nos viene dada por la existencia de leyes implícitas que determinan la creación de textos en las diferentes situaciones comunicativas. Como marco científico que engloba estas leyes, y su puesta en práctica en todos esos contextos, se encuentra la pragmática lingüística; mientras que, en un ámbito más restringido, la creación de textos literarios viene fijada ya por la convencionalidad del sistema creado en torno a la conexión entre retórica y poética. La creación artística de textos debe regirse, al menos, por los siguientes axiomas (Martínez-Falero, 2006: 161-179):

1º Existe un mismo impulso ético comunicativo como generador de textos literarios.

2º Se mantiene la correlación ingenium/ars, establecida por Horacio en su teoría poética (versos 408 y ss.), aunque actualizando el concepto de ingenium, entendido no en el sentido de inspiración o furor poético, sino como capacidad creadora, de base únicamente psicológica (cognitiva). Es decir, la creación supone la puesta en práctica del talento o ingenio y de la técnica, como conjunto de reglas a tener en cuenta para la generación del texto, sea para ser mantenidas o transgredidas, transgresiones que –de ser aceptadas por los receptores– entran a formar parte del sistema.

3º Si las leyes son universales, no varían. Por tanto, la variación que supone la evolución histórica del texto artístico se producirá en la forma y en los argumentos desarrollados en los textos de ficción, por una simple evolución histórico-social y literaria. De la existencia de esas leyes universales se deduce una justificación previa a la génesis y proceso creadores, entendidos como contexto de descubrimiento. Esta justificación está determinada por un marco racional, que supone la posibilidad de creación. Al formar parte el referente del aparato cognitivo, al igual que la ley, se produce la universalidad de la ley por la universalidad de los referentes.

El resto de leyes posibles sobre la creación textual se seguirían como consecuencia de estos tres axiomas enunciados. Precisamente la creación (la puesta en práctica de leyes compositivas) supone la coincidencia de los contextos de descubrimiento y justificación, lo que separa la ciencia literaria de las ciencias naturales, desde el punto de vista epistemológico, como parte de las ciencias humanas.

Si, como hemos considerado anteriormente, la intuición resulta un factor subjetivo de juicio, así también lo será la interpretación de un texto dado, a partir de su

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contexto de recepción (por ejemplo, por la concurrencia de aspectos ideológicos), lo que nos marca la necesidad de rehacer y/o adaptar las lecturas textuales (y la teoría y crítica correspondientes) a cada época, atendiendo a unos condicionantes concretos pertenecientes a cada contexto de recepción (Jauss, 2000: 137-193). Ahora bien, el que un texto haya sido creado de manera subjetiva no significa en modo alguno que su interpretación (al menos en el marco científico) deba seguir también la vía marcada por la subjetividad del intérprete. Frente a la postura que defiende la evocación, la lectura personal o, incluso, la aportación de materiales propios (experiencias personales o lecturas que justifican el texto, interpretándolo desde ahí), se pueden establecer unos cauces racionales que desoculten el texto, que nos den a conocer su contenido no inmediato. En la primera postura podemos situar las propuestas tanto de la Deconstrucción de Derrida (cuya adaptación norteamericana ha dado como resultado el método crítico de Paul de Man o el de Harold Bloom), como las de la “Crítica temática” (o “Crítica de la conciencia”, defendida por Jean Pierre Richard, Jean Starobinski o Georges Poulet), o las propuestas de Vattimo desde el pensamiento débil, entre otras posibles perspectivas nihilistas o de un relativismo extremo que siguen esta línea. En la segunda línea crítica se sitúa la crítica hermenéutica o la semiótica literaria, que son las bases teóricas de nuestra propuesta, siguiendo los presupuestos teóricos (total o parcialmente) de Betti (1955), Gadamer (2001), Mailloux (1985) o Eco (1990b y 1992).

A la hora de hablar de una dialéctica de la interpretación, que haga congruentes sus resultados de acuerdo con el texto4, parto de la retórica y su reelaboración de la preceptiva clásica durante el Renacimiento respecto de las partes artis. Frente a la tradición que seguía considerando la retórica como antístrofa de la dialéctica (Aristóteles, Retórica 1354a), algunos humanistas se decantaron por la separación de la retórica y la dialéctica, a partir del tratado De inventione dialectica libri tres (1479) de Rodolfo Agrícola, tomando la inventio (o repertorio de argumentos) como base de la reforma de la retórica clásica. Así, Juan Luis Vives (De ratione dicendi, 1532) y, sobre todo, Petrus Ramus (por ejemplo, en sus Dialecticae libri duo, 1556), quien influyó decisivamente en la preceptiva teórica del Brocense, distinguieron entre una inventio in genere (perteneciente a la dialéctica), a la que correspondía una dispositio particular, el iudicium, entendido como methodus, dejando fuera la elocutio (o repertorio de estilos, junto a las figuras y los tropos, cuya única finalidad era embellecer el discurso). Vives, además, suprimió la memoria y la pronuntiatio, al considerarlas ajenas a las técnicas de la dialéctica y de la retórica. Por otra parte, habría una inventio in specie, a la que correspondería una dispositio tradicional (orden en el desarrollo de los argumentos oratorios o del argumento literario), manteniendo la elocutio. De este modo, la inventio in genere (con el iudicium) resultaba específica para la dialéctica, entendida como lógica, mientras que la retórica se literaturizaba hasta el punto de acabar fundiéndose con la poética (Martínez-Falero, 2009: 27-51). Si actualizamos estos presupuestos, podemos considerar la inventio in genere actual como la argumentación lógica, que corresponde a la teoría de la literatura, al tener que aportar instrumentos objetivos y de marcado carácter científico para la crítica o análisis textual. Por otra parte, la inventio in specie se corresponde con la creación literaria, aportando argumentos marcados por su ficcionalidad y combinando las reglas de composición, que se estructuran en los textos literarios a partir de la subjetividad del autor, quien, asimismo, se sirve de los elementos elocutivos, bajo un estilo particular, es decir, como una variación, en mayor o menor grado formalizada, sobre un contenido que posee una cierta estabilidad y que permite

4 “Por teoría literaria, poética o estética de la poesía (tres modos de nombrar la misma cosa) entiendo la elaboración que explica y hace congruente las críticas individuales de obras literarias” (Krieger, 1992: 21).

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reconocer a un autor, como marca identificativa de su escritura (Compagnon, 1998: 208). El esquema del sistema que proponemos sería el siguiente:

De este modo, los instrumentos críticos desempeñan el papel de argumentos, formando un arsenal estructurado de acuerdo con su finalidad científica (descripción de la forma, establecimiento del contexto de emisión y recepción, pragmática del texto…), de tal manera que, en virtud de las necesidades suscitadas por las peculiaridades de cada texto (genéricas, formales…), se puedan elegir los argumentos críticos adecuados.

Ahora bien, ¿cómo llevar a cabo la interpretación, cuando el crítico se halla situado entre unos instrumentos objetivos y un material de índole subjetiva (los textos) y cuando él mismo posee unos prejuicios de naturaleza ideológica que lo conducen también hacia la subjetividad? En este sentido, la actividad crítica se debe regir por una lógica informal (modal), de acuerdo con lo establecido por Perelman, de tal modo que ésta sirva de cauce para la necesaria justificación. Para evitar los problemas derivados de la intersubjetividad aplicada a la hermenéutica, se propone una justificación racional como la expuesta por Habermas, aunque reforzada tanto por estos argumentos que acabamos de considerar como por la vía propuesta por Michel Meyer para alcanzar el sentido (de lo literal a lo «literario») en su De la problématologie (1986: 235-257). Es aquí, entonces, donde adquiere su valor la función del crítico como lector especializado que posee la capacidad de deducir un sentido oculto, más allá del literal, con la conocida diferencia entre «lector semántico» y «lector crítico», establecida por Umberto Eco, donde el segundo incluye al primero (Eco, 1992: 36-38). También evitamos la dificultad que supone, en el terreno de la hermenéutica literaria, considerar como interpretación correcta aquélla que pretende obtener la intención primigenia del autor al escribir su obra, es decir, la consecución del autor implícito5, que –además– nos conduce a una aporía crítica, al considerar como únicamente válida la interpretación en la que coincidan el horizonte creativo con el horizonte crítico, meta pretendida por la hermenéutica idealista del Romanticismo. Como señala Umberto Eco, la interpretación

5 El concepto de autor implícito lo acuñó W. Booth en su The Rhetoric of Fiction (1961) y lo aplicaron a la hermenéutica literaria Hirsch o Juhl (Hirsch, 1967: 1-23. Juhl, 1986: 114-195).

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de un texto literario reside en su forma y en su valor estético (Eco, 1992: 115-235), es decir, también en esa tarea que recae sobre la forma para la construcción de la estética de un texto (Trabant, 1975: 97-101). La tarea del crítico, por tanto, es la de inferir 6 los sentidos del texto, si bien entendiéndolos no como una multiplicidad de sentidos, sino como una posibilidad de sentidos, por cuanto la multiplicidad incluye sentidos muy alejados del texto, alcanzando lo que Eco denomina sobreinterpretación (Eco, 1995: 48-71), al considerar como simbólico un texto que no lo es en modo alguno. Esta posibilidad de interpretación puede considerar asimismo, mediante esa dialéctica crítica de justificación racional, estas interpretaciones anómalas como contraejemplos, refutándolas, para ajustar las interpretaciones posibles verosímiles, fruto de esa lógica informal o modal7.

Para ello hemos propuesto un método interdisciplinar que, hasta ahora, había tenido en cuenta de manera exclusiva las ciencias humanas. Pero este método interdisciplinar no puede quedar limitado ahí, sino que ha de abrir su campo de acción a otras ciencias conexas o necesarias para explicar hechos relevantes en la teoría del texto, haya sido adscrito su campo de actuación a las ciencias humanas o a las ciencias de la naturaleza (Zaccaï-Reyners, 2003) o a la relación del mensaje y de las condiciones de emisión y recepción con el momentos histórico e ideológico en que todo ello se produce. Se trata, por tanto, de analizar el texto desde un punto de vista semiótico, con la lógica abductiva como instancia cognitiva para la interpretación de signos (artísticos o no) por parte del receptor (Eco, 1990b: 59-74. López: 1998), desde el momento que se plantea el estudio de los signos tanto desde un contexto cultural dado, como desde la consideración de su sentido y su estructura (Van Dijk, 1997: 15-20), no sólo en la relación semántica entre signo y significado, sino principalmente en la relación signo / significado pragmático, instituida por la función multívoca que se establece entre significado gramatical, de un lado, y el emisor, el destinatario y la situación en que tiene lugar el intercambio comunicativo, del otro. Ello debe de abrir el camino hacia un diálogo metodológico que proporcione respuestas complementarias desde diferentes perspectivas a idénticos problemas planteados, y a resituar y valorar cada aportación individual o de escuela en las coordenadas ideológicas apropiadas, en tanto que hemos de considerar el texto como un producto ideológico que se debe contextualizar en un momento histórico dado, como una respuesta netamente filosófica integrable en la historia general de las ideas (Wellek y Warren: 1993: 132-148). Por ello, es también necesario integrar el problema de la hermenéutica en la cuestión de la historia, compartiendo los problemas derivados de la Histórica (Historik) (Bravo, 1988. Szondi, 1992 y 2005. Koselleck y Gadamer, 1997). Ello sitúa el sujeto cultural (sujeto histórico) en el centro de la actividad crítica (en tanto que hermenéutica), que debe solventar desde la individualidad la dialéctica entre la objetividad de los instrumentos críticos y la subjetividad de los objetos estudiados, así como la reconstrucción de los contextos de emisión y recepción de la obra literaria, por cuanto es necesario considerar el contexto como nexo necesario para establecer la valoración del texto, tanto en su contexto histórico como en el del crítico (actualización del contenido), por lo que asimismo se produce una superación del error crítico introducido por la Postmodernidad, al considerar en una sola operación crítica la interpretación y la valoración de la obra

6 Utilizo aquí inferencia en el sentido acuñado por la pragmática lingüística, es decir, como la deducción justificada del sentido o sentidos probables de un texto (Grice, 1975. Brandom, 2005: 405-419). Debemos tomar como punto de partida para ello la deducción contextual del sentido determinada por Wittgenstein en Investigaciones filosóficas (§117) (Wittgenstein, 2004: 125).7 Nos hallamos, por tanto, en una propuesta paralela a la hermenéutica analógica de Mauricio Beuchot, quien parte también de la retórica y su tradición (Beuchot, 2000 y 2004).

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(Ferraris, 2006: 210-214). Con todo ello se establecería una jerarquía de sentidos (Todorov, 1982: 56-57), de acuerdo con el siguiente sistema:

Con esta propuesta se asegura tanto la dialéctica establecida entre emisor y receptor en la comunicación literaria como la adecuada interpretación (dentro de un eje de probabilidades restringido por los instrumentos críticos y la contextualización), requerido por Paul Ricœur para la adecuada interpretación del texto8.

* * *

A lo largo de las páginas anteriores hemos trazado una doble línea teórica: por una parte, el sistema de la retórica, que puede servir de modelo para articular un método crítico interdisciplinar, con esa doble vía de la inventio nacida en la dialéctica de Agrícola, y que nos permite considerar tanto los instrumentos críticos aportados por la teoría de la literatura y otras ciencias del discurso, formando un arsenal de argumentos (según el modelo de la oratoria clásica), y –por otra– la argumentación informal (o modal), procedente de Perelman, cuya consecuencia es un método de argumentación abierto, aunque sólo en los límites determinados por la racionalidad, de acuerdo también con la teoría de Stephen Toulmin. En este sentido, la justificación racional de Habermas, unida a la argumentación modal aplicada a la ciencia por Michel Meyer, nos permite un método de justificación suficiente, que nos abre la posibilidad de interpretar dentro de unos márgenes de certeza cuya consecuencia es la interpretación verosímil. Frente a las posturas nihilistas o las que descargan sobre la subjetividad del crítico o

8 «Lo que me interesa es que la polisemia de las palabras exige como contrapartida el papel selectivo de los contextos para poder determinar el valor actual que toman las palabras en un mensaje determinado, dirigido por un hablante preciso, a un oyente ubicado en una situación particular. La dependencia del contexto es el complemento necesario y la contrapartida ineluctable de la polisemia. Pero el manejo de los contextos, a su vez, pone en juego una actividad de discernimiento que se ejerce en un intercambio concreto de mensajes entre los interlocutores y cuyo modelo es el juego de preguntas y respuestas. Esta actividad de discernimiento es precisamente la interpretación, que consiste en reconocer qué mensaje relativamente unívoco ha construido el hablante sobre la base polisémica del léxico común» (Ricœur, 2002: 72-73).

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hermeneuta el peso de la interpretación, nosotros afirmamos no sólo la posibilidad de sentido dentro de los márgenes de la racionalidad, sino la posibilidad de establecer un método y unos instrumentos adecuados a ello. Los efectos perlocutivos del texto sobre el crítico como lector, sean por medio de la identificación (Jauss, 1992: 243-291), sean a través de una interiorización de los contenidos textuales, quedan así atenuados en la práctica crítica, en aras de un mayor grado de certeza interpretativa. No obstante, frente a la mera interpretación (como elemento esencial de la literatura), la exégesis bíblica supone un grado de interiorización de los contenidos textuales, ya que su objeto de estudio (los textos sagrados) poseen un valor espiritual (Ricœur, 1994: 263-366), lo que ‒sin embargo―no sucede en el objeto de estudio de la hermenéutica literaria, pues el objeto es de naturaleza estética y –por tanto– participa de la autonomía del arte, sin pretender otra utilidad para el espectador que el deleite mediante las (posibles) emociones que pueda suscitar, a partir de la tríada establecida por Jauss: poiesis, aisthesis, katharsis (Jauss, 1992: 93-237).

La lección no es nueva. Es más bien una lección clásica leída con ojos nuevos, ajustada a los instrumentos que tanto la teoría y la crítica de la literatura, como la lingüística, la hermenéutica (filosófica y literaria) y la filosofía de la ciencia nos han puesto al alcance. No es una lección cerrada, pues no lo fue nunca, sino más bien un punto de partida para nuevas discusiones y nuevas lecturas. He aquí también la dialéctica y la evolución de una ciencia del texto.

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