Neutralidad política y enseñanza del Derecho Constitucional.

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Ponencia presentada en el III Encuentro de Profesores de Derecho Constitucional.

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NEUTRALIDAD POLÍTICA Y ENSEÑANZA DEL DERECHO

CONSTITUCIONAL EN CHILE*

Jaime Bassa Mercado**.

Universidad de Valparaíso.

El Derecho constitucional, en tanto disciplina dogmática, debe hacerse cargo de

una serie de problemas que no aquejan al resto de las disciplinas del Derecho, o al

menos no con la misma intensidad. Dicha diferencia deriva de las características propias

del objeto de estudio, la Constitución, dada la incorporación en su texto normativo de una

serie de declaraciones de principio que generan disposiciones de contenido abierto e

indeterminado.

A su vez, el Derecho Constitucional es aquella disciplina a través de la cual se

regula normativamente el poder político y se protege el ejercicio de los derechos

fundamentales. Ambos elementos, objetivos esenciales de toda Constitución, poseen una

importante carga ideológica, tanto política como filosófica, e incluso religiosa, que

condiciona tanto a los textos constitucionales, como al contenido material que se

identifica en –o se desprende de– ellos.

Esta carga ideológica, presente en toda Constitución y en toda dogmática

constitucional, supone ciertas dificultades para la disciplina, algunas de ellas más

conocidas y difundidas y otras menos evidentes. De entre las primeras, podemos

identificar la tensión que genera la aplicación de la Constitución sobre las fuentes

formales del Derecho, así como los riesgos que supone para la igualdad ante la ley y la

certeza jurídica, el amplio espacio de discrecionalidad que deriva de la indeterminación

de las normas constitucionales de principio. Ambas dificultades pueden ser identificadas,

principalmente, en la jurisprudencia constitucional, donde se verifica la dificultad de

* Artículo preparado en base a la ponencia presentada en el III Encuentro nacional de profesores jóvenes de Derecho Constitucional, organizado por la Asociación Chilena de Derecho Constitucional, Universidad de Las Américas, Viña del Mar, 2010.** Doctor en Derecho, Universidad de Barcelona, España. Magíster en Derecho Público, Universidad de Chile. Licenciado en Derecho, Universidad Católica de Chile. Abogado. Profesor de Derecho Constitucional, Universidad de Valparaíso, Chile. Av. Errázuriz 2120, Valparaíso. [email protected], [email protected]

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concretar el contenido de las normas constitucionales para aplicarlas a un caso y

adjudicar, eventualmente, derechos a favor de partes en disputa.

De entre las segundas dificultades de la disciplina, aquellas menos evidentes y

difundidas, se encuentra la enseñanza del Derecho Constitucional.

i. La apertura de las normas constitucionales.

La Constitución contemporánea, heredera de tres grandes tradiciones del

constitucionalismo moderno (liberal, social y democrática), se caracteriza por la compleja

estructura de sus normas, la que distingue entre reglas y principios. En las normas

constitucionales con estructura de principio, se verifica la presencia de contenido

material, valórico e ideológico, en un texto cuya aplicación propone desafíos que no se

encuentran presentes, al menos no con la misma intensidad, en las otras áreas del

Derecho. La apertura e indeterminación del contenido material de estas normas

condiciona su pretensión de objetividad, al requerir una concretización previa a su

aplicación.

Esta operación, realizada mediante la interpretación constitucional, carece de

parámetros objetivos a través de los cuales se garantice plenamente la igualdad ante la

ley (en la aplicación de la Constitución) y la predictibilidad de las decisiones

jurisdiccionales. En efecto, la concretización de las normas constitucionales de principio

dependerá de los criterios a los que recurra el intérprete al momento de aplicar la norma

constitucional. Al carecer de parámetros objetivos, lo único que queda es la exigencia

adicional de argumentación constitucional, especialmente en la resolución de aquellos

casos de alto contenido material (valórico, político, ideológico) que son sometidos a la

deliberación de un tribunal. Cuando se somete a la consideración del legislador (el primer

y más frecuente intérprete de la Constitución), la duda de objetividad se salva con la

garantía procedimental de un debate abierto y democrático, encabezado por los

representantes de la soberanía popular. Sin embargo, cuando esta concretización es

entregada a órganos jurisdiccionales, la posibilidad de obtener una interpretación

subjetiva, cuya razonabilidad no podrá ser controlada posteriormente, se incrementa

dada la ausencia de parámetros objetivos de interpretación constitucional. El péndulo de

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la relación juez-norma ha pasado de la desconfianza radical del siglo XIX a la casi

discrecionalidad de la jurisdicción constitucional actual.

Sin embargo, esta apertura de las normas constitucionales de principio tiene, en

tanto elemento constitutivo del actual sistema constitucional, una dimensión negativa y

otra positiva. La negativa queda anotada: la tensión que genera su indeterminación frente

al sistema de fuentes y a la garantía de la igualdad, principalmente ante la jurisprudencia.

Pero tiene una dimensión positiva: existe una garantía de libertad política ínsita en la

apertura de estas normas de principio, la que permite su concretización posterior por

parte del legislador1.

En efecto, comprendiendo esta indeterminación desde la garantía de libertad

política, es posible afirmar que ciertos aspectos de la normativa constitucional son

dejados pretendidamente abiertos por el constituyente, con el fin de que la comunidad

política las concretice en cada momento histórico determinado. Así, una serie de

aspectos importantes de la convivencia democrática, pero que no se identifican con las

reglas preliminares o con el espacio de lo no decidible, son regulados por la Constitución

sólo a nivel macro, dejando el detalle para regulaciones legislativas posteriores. Ello se

explica por el fin que cumple una Constitución en el Estado contemporáneo: garantizar la

apertura del proceso democrático y no cerrarlo en torno a determinado contenido,

generalmente manifestado en el momento constituyente.

En consecuencia, la apertura de estas normas es considerada como integrante de

una garantía general de libertad política, para que sea el propio pueblo el que determine

el contenido de las instituciones más relevantes de su convivencia democrática,

idealmente a través de sus legisladores. En efecto, el deber de respetar el momento

constituyente es dudoso, dado que las decisiones políticas del pasado no vinculan

permanentemente a un pueblo titular de la soberanía, que tiene la capacidad y la

legitimidad de cambiar dichas decisiones por otras diferentes2.

Es necesario considerar que la Constitución es una realidad dual, ya que su entidad

de norma jurídica convive con su materialidad de pacto político. Por otro lado, el

pluralismo actual de las sociedades impide tener una Constitución que desarrolle un

determinado proyecto de vida; por el contrario, requieren de una que asegure las 1 Cf. HESSE, Konrad, “Concepto y cualidad de la Constitución”, en: HESSE, Escritos de Derecho Constitucional, Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1983, pp. 1-31.2 Cf. ZAGREBELSKY, Gustavo, Historia y constitución, Madrid, Trotta, 2005, pp. 87-88.

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condiciones para la realización de los diversos proyectos que conviven en la sociedad. La

Constitución es la plataforma de entrada que garantiza la legitimidad de cada uno de los

grupos sociales que participan de la marcha política del Estado, así como en el proceso

de toma de decisiones. La Constitución contemporánea se presenta como una propuesta

de soluciones posibles, dejando abierta su concretización a diferentes proyectos políticos

en concordancia con el pluralismo de la sociedad; ésta no significa, en definitiva, un

proyecto rígidamente ordenador.

De esta manera, el constitucionalismo actual se caracteriza por la coexistencia de

valores y principios dentro de un marco de compatibilidad, sin que uno de ellos pueda ser

asumido en forma absoluta en desmedro de otros; el único metavalor absoluto que debe

recoger el ordenamiento es el respeto por esta coexistencia de los principios, la que se

encuentra construida sobre el pluralismo propio de las sociedades modernas. Los

diferentes principios que conforman el Estado de Derecho deben tener una aplicación

equilibrada, sin que se imponga uno de ellos: su legitimidad actual radica en el pluralismo

político y social, por lo que no es concebible una extrema rigidez en el enunciado de sus

principios fundantes. Por ello, los elementos fundantes del constitucionalismo se

relativizan entre sí.

De esta manera, la presencia de normas de contenido abierto e indeterminado hace

evidente el requerimiento de interpretación para darles una aplicación concreta. Este

ejercicio se realiza, preferentemente, en sede legislativa, la más común y frecuente

interpretación constitucional. Sólo si las interpretaciones constitucionales propuestas en

el proceso legislativo o en la práctica constitucional entran en conflicto, ésta será

concretada en sede jurisdiccional.

En cualquier caso, pero especialmente en la interpretación jurisprudencial, la norma

es dotada de contenido a partir de un ejercicio intelectual que busca construir la mejor

explicación posible para justificar una decisión, antes que esforzarse por develar la

verdad que se encontraría presente en el texto. En efecto, “la interpretación,

singularmente la del Derecho constitucional, presenta el carácter de un discurso en el que

no se ofrece, ni siquiera con una labor metodológicamente impecable, nada

absolutamente correcto bajo declaraciones técnicas incuestionables, sino razones hechas

valer a las que le son opuestas otras razones para que finalmente las mejores hayan de

inclinar la balanza” [BverfGE 82, 30 (38 s.)].

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Se trata de un ejercicio de justificación hermenéutica, donde lo importante es

construir argumentaciones razonables, no correctas. En este ejercicio, las

fundamentaciones teóricas en las que se sustente el intérprete son determinantes para la

decisión final y, en consecuencia, en la concretización de la norma. Lo relevante de esta

constatación, para los efectos del presente trabajo, es poner de relieve que el intérprete

realiza una serie de opciones en el ejercicio de su tarea. Ello condiciona el resultado de

su interpretación, precisamente porque no se busca la corrección de su trabajo, sino que

éste se construye sobre buenas razones hechas valer de buena manera. Así, no existen

interpretaciones correctas o incorrectas, sino unas mejor respaldadas que otras. Cierto es

que lo anterior pone en entredicho la certeza en la aplicación de la norma constitucional,

tema que escapa al objeto del presente trabajo; por ahora, baste poner de relieve el papel

del docente en la interpretación de la Carta.

Tras ello, es importante tener presente que toda teoría de la interpretación

constitucional supone una determinada teoría de la Constitución. En efecto, adoptar el

originalismo como método de interpretación no es política ni metodológicamente neutro,

sino que obedece a cierta concepción de la Constitución, en particular en el caso chileno,

dada la especial historia del texto hoy vigente. En Chile, la concepción de una

Constitución-testamento ha reducido la interpretación al recurso sistemático a las Actas

de la Comisión de Estudios para la Nueva Constitución (CENC), como si fuera la historia

fidedigna de la norma. Este recurso, teñido de una falsa neutralidad metodológica,

supone un compromiso no declarado con el proyecto político plasmado en el texto

original.

A través de la interpretación constitucional, tanto en sede jurisdiccional como en la

doctrina, se ha intentado perpetuar determinadas posturas ideológicas y políticas,

especialmente en la petrificación de aquellas normas de contenido abierto que admiten

diversas concretizaciones. En este ejercicio, su contenido ha quedado condicionado por

lo expresado en la CENC, garantizando la pervivencia de determinadas ideologías y

obstaculizando la garantía de libertad política implícita en la apertura de este tipo de

normas.

La Constitución del Estado de Derecho contemporáneo debe garantizar la apertura

del proceso democrático y no cerrarlo en torno a determinado proyecto político. La

diversidad propia de las sociedades modernas, el proceso histórico de positivación de los

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derechos fundamentales, así como el principio de alternancia en el poder, muestran cómo

el actual modelo de Constitución no debe identificarse con alguna de las tres tradiciones

del constitucionalismo moderno (liberal, social y democrático), ni con un proyecto político

determinado. Sin embargo, la combinación entre la concepción de la Constitución como

testamento y la interpretación originalista de su texto, ha conseguido petrificar el

contenido de la norma en torno a cierto proyecto. Esta opción, ciertamente, no es

políticamente neutra.

Por otro lado, es importante tener presente la función que cumplen tanto la

supremacía como la rigidez constitucional en este escenario. Reconocer límites en el

texto constitucional no supone afirmar que existe una sola interpretación posible o

correcta. La rigidez constitucional garantiza que la normativa infra constitucional respete

las reglas preliminares de la convivencia o ese espacio de lo no decidible. En ningún caso

su objetivo es petrificar el contenido material de las normas constitucionales de principio,

en especial si a través de la interpretación constitucional se impone determinada

concepción de la sociedad.

Existe una serie de materias en las que el intérprete define una postura, con mayor

o menor conciencia de ello. Sólo a modo ejemplar: Opciones metodológicas propias de la

disciplina; política contingente; rol del Estado en la sociedad y en la economía;

concepciones acerca de la Constitución como norma fundamental, el origen

legítimo/ilegítimo de la Carta chilena vigente, el contenido de ciertas instituciones (como

la familia, la igualdad o la propiedad), la justicia (distributiva, formal, material), en fin,

acerca de la interpretación constitucional: originalista o evolutiva. Cada una de estas

materias lleva al jurista, al académico y al docente a definirse frente a las alternativas que

ellas contemplan. El enunciado precedente da cuenta de la multiplicidad de

combinaciones posibles a partir del texto constitucional y, en consecuencia, de las

diversas aproximaciones de quien lo estudie.

Lo anterior genera resultados diferentes, en tanto que argumentativamente se

puede justifica de diversas maneras el texto constitucional vigente. Ello explica, por

ejemplo, que no todos interpretemos el artículo 19 Nº 1 inciso 2º de la Constitución de la

misma forma, ya que no existe consenso sobre si la vida del que está por nacer tiene

protección constitucional o legal, si se trata de un derecho fundamental o de un interés

constitucional, etc.

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El contenido material de la norma citada no es autoevidente. Éste se construirá a

partir de interpretaciones que, a su turno, dispondrán de mejores o peores argumentos.

Bien podría decirse que el contenido de la norma es su interpretación; ni correcta ni

incorrecta, sino mejor o peor argumentada, lo que dependerá de las opciones que tome el

intérprete. En definitiva, de una interpretación constitucional sólo podría decirse que se

sostiene en mejores argumentos que la contraria.

Por ejemplo, una serie de instituciones estructurales del ordenamiento

constitucional chileno, podrían interpretarse de manera distinta a la prevista por la CENC.

Uno de los íconos del modelo institucional que diseñó la dictadura, que ha sido

fuertemente reforzado por la doctrina constitucional, es el artículo 19 Nº 21 inciso 2º de la

Constitución, que establece el estatuto del Estado empresario. Sin embargo, éste sólo

consiste en una distribución de competencias a favor del legislador para determinar las

condiciones de la actividad económica del Estado. Del artículo, en ningún caso se

desprende la necesaria aplicación del principio de subsidiariedad (que podría estar

presente en el artículo 1º). Si se ha entendido lo contrario, se debe exclusivamente a una

práctica constitucional que ha optado por dicho principio en desmedro de otros, como el

de solidaridad, incorporado en la reforma constitucional de 2005.

Esta tensión se agrava en el profesor de Derecho Constitucional, por cuanto no sólo

optará por una interpretación, sino también por un modelo de enseñanza derivado de la

misma.

ii. La enseñanza del Derecho Constitucional3.

El papel del profesor universitario en la formación de los estudiantes consiste, a mi

juicio, en fomentar su pensamiento crítico y no en la simple entrega de información. En

efecto, este proceso no se limita sólo a la formación profesional, sino que supone una

cuestión mucho más compleja, que incluye ciertamente esta dimensión, pero también una

personal e, incluso, ciudadana. Ello supone asumir que la educación cumple una función 3 Ahora bien, hay contenidos de la norma que no podemos desconocer, pero su estudio está condicionado por las concepciones personales del sujeto, ya sea para criticar la declaración de la norma, ya sea para contrastarla con otra concepción de la norma en cuestión (derecho comparado o diversas teorías de la justicia) o simplemente para repetir acríticamente lo señalado por la norma. En todos estos casos, existen opciones para el profesor, donde su posición política pasa a ser determinante.

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social, por cuanto interviene activamente en la construcción de la sociedad y en la

proyección de ésta hacia mejores estadios de desarrollo. Asimismo, la educación se

constituye en un importante factor de movilidad social, lo que significa beneficios

individuales pero también colectivos, en la medida que dicha movilidad social contribuye

a la justicia social y al desarrollo de la comunidad. Así, el profesional no es sólo un

agente individual que realiza determinada función y cobra por ello, sino un agente

colectivo que contribuye con su esfuerzo, consciente e inconscientemente, en la

construcción de una sociedad más justa. No se trata, en definitiva, de un mero proceso

de capacitación, sino de un instrumento más dentro del complejo entramado de

construcción y progreso social.

Ello es particularmente evidente en la enseñanza del Derecho, donde los

estudiantes deben desarrollar las herramientas que les permitan generar soluciones

concretas a los conflictos de relevancia jurídica que les tocará patrocinar o asesorar. Ello

no se logra ni con la transmisión de información (más o menos procesada) ni, mucho

menos, con la actual sobrevaloración de la memoria como recurso pedagógico

(afortunadamente, en progresiva retirada). Por el contrario, sólo la reflexión comprensiva

en torno al ordenamiento jurídico vigente, permite formar desde temprano las destrezas

intelectuales que requiere el futuro abogado para el ejercicio de la profesión. Ello supone,

incluso, tomar distancia intelectual del texto normativo; la necesaria para comprender el

funcionamiento de las instituciones jurídicas y su aplicación concreta en la sociedad real.

Dicha comprensión se logra conociendo el contenido de la decisión política manifestada

en la norma, las opciones que pudieron haber sido desechadas en dicho proceso, la

ubicación sistémica de la institución regulada por determinada norma, los objetivos que la

institución o la norma persiguen, etc., y no a través de la mera recepción acrítica por

parte del estudiante, del tenor literal de la norma.

Esta formación de lo que comúnmente se llama ‘criterio jurídico’, no se logra con la

aceptación acrítica del ordenamiento jurídico con la lectura que de él hace determinado

profesor. De las diversas aproximaciones al estudio del Derecho (desde la jurisprudencia,

las ciencias sociales, el realismo, la economía, etc.), hacerlo desde la norma es quizá, la

más simplista, incompleta y acrítica de todas. El estudio basado en la mera repetición del

derecho vigente no enriquece ni genera criterio jurídico; por el contrario, antes que formar

al estudiante, pareciera que lo formatea en la lectura que el profesor hace de la norma.

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En efecto, independiente de cuál sea la metodología utilizada, lo cierto es que el

profesor se encuentra en tal posición de poder e influencia sobre el estudiante, que

puede condicionar su comprensión, llevándolo a adoptar como propias, sin saberlo, las

posturas del profesor. La formación académica del estudiante recibe una importante

influencia de sus profesores, quienes marcan una impronta en ellos. El profesor mediatiza

prácticamente todo el proceso de enseñanza/aprendizaje, decidiendo qué materiales

utiliza, cómo los entrega y evalúa y, especialmente, cómo los comenta y trabaja con los

estudiantes. Y ello es razonable, dado el tipo de función que realiza, el tipo de institución

en la que lo hace y el papel que juega la transmisión/formación del conocimiento en el

proceso. Será el profesor, a partir de su experiencia y de sus estudios, el agente

legitimado para decidir cómo enseña o explica el contenido del programa de cada

asignatura.

Siendo eso así, quisiera poner el acento en el papel que juega la subjetividad del

profesor en este proceso. La educación que imparte un profesor de Derecho, en

particular de Derecho Constitucional, se encuentra condicionada por una serie de

opciones sobre las cuales él mismo discierne y decide. Cada una de estas opciones

determina el tipo de educación que imparte el profesor y, en consecuencia, también la

formación de sus estudiantes, por cuanto el contenido de lo que se enseña depende de

las opciones que toma el profesor. Ciertamente, se trata de opciones legítimas dentro del

abanico de posibilidades del profesor.

A modo ejemplar, repasaré algunas de las variadas opciones que toma un profesor

de Derecho Constitucional, que condicionan el resultado de su trabajo:

- Existen opciones metodológicas, que dicen relación con la forma en que el profesor

imparte la cátedra, ya que generará efectos diferentes si la cátedra se imparte vertical y

linealmente o si se prefiere el uso de metodologías activas o dialécticas, o bien, si se

basa en el conocimiento o en la comprensión.

- Dentro del modelo actual de democracia constitucional, es posible poner el énfasis en

cualquiera de los dos componentes; independiente de la opción que tome, generará

discursos diferentes, ya sea que refuerce el valor de la democracia como manifestación

del autogobierno del pueblo, o que lo restrinja a partir de una concepción de límites

constitucionales más fuerte.

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- Como consecuencia de lo anterior, la Constitución puede ser concebida con una mayor

preponderancia de la garantía de ciertos mínimos inmodificables en el texto, o de la

garantía de apertura del proceso político para la determinación de las normas básicas de

la convivencia.

- Asimismo, la justicia constitucional no tiene una posición pacífica en la doctrina, junto a

los alegatos de una insalvable ilegitimidad democrática que buscan el fin de la revisión

judicial de leyes y proyectos de ley, coexiste una visión que ve en la justicia constitucional

la única vía posible para evitar la tiranía de las mayorías.

- Quizá como resultado de la opción anterior, la interpretación constitucional también

tiene incidencia en la serie de opciones que toma el estudioso del Derecho

Constitucional: puede haber una mayor o menor inclinación hacia la llamada deferencia

de los tribunales frente a las decisiones legislativas; asimismo, se ha argumentado tanto

la no justiciabilidad de las cuestiones políticas, como la plena competencia de los

tribunales para controlar la constitucionalidad de las normas que aplican.

- La interpretación constitucional presenta otro escenario de opciones: el rol que cumple

frente a la propia Constitución, es decir, si su función es desentrañar el verdadero sentido

y alcance de la norma interpretada o si, por el contrario, debe generar las instancias de

deliberación que permitan construir una interpretación acorde con el carácter de pacto

político de la Carta; así, tras toda teoría de la interpretación constitucional, se encuentra

subyacente una teoría de la propia Constitución: una concepción de la Carta como

testamento, intentará cerrar la deliberación de su interpretación, recurriendo a la idea de

interpretación verdadera o auténtica, mientras una concepción de la Constitución como

garantía del proceso democrático, sostendrá una interpretación constitucional que

garantice la apertura del proceso deliberativo de construcción de significado. Según la

opción, será mayor o menor la importancia que se le otorgará a las actas de la Comisión

de Estudios para la Nueva Constitución en la interpretación de la Carta.

- Dado el carácter de pacto político que presenta la Constitución, existen una serie de

definiciones que provienen desde la sociedad y cuya consideración es relevante para la

enseñanza del Derecho Constitucional. Así, existen discrepancias tanto en la sociedad

como en la doctrina en torno a la función que cumple el Estado. Las posibilidades

configuran diversas interpretaciones del texto constitucional; por ejemplo, es posible

identificar con fuerza el principio de subsidiariedad en el artículo 1º y definir a partir de

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ello el rol del Estado, o puede construirse su papel a partir del principio de solidaridad,

incorporado en las bases de la institucionalidad en el artículo 3º. Se trata de opciones

legítimas, pero diferentes, que condicionan el contenido de lo que se enseña en una

cátedra.

- Del mismo modo, la Constitución del actual Estado de Derecho incorpora una serie de

normas de principio en su texto positivo. Este hecho, en sí mismo, puede ser objeto de

críticas muy razonables, o puede ser asumido como un elemento positivo. Ahí tenemos

una nueva posibilidad de opción. Ahora bien, estas normas de principio tienen un

contenido abierto e indeterminado, que debe ser concretizado a través de la

interpretación constitucional. Este ejercicio de concretización abre un nuevo y gran

espacio de opciones al intérprete y, en consecuencia, también el profesor, donde sus

cargas subjetivas (valóricas, políticas, ideológicas) serán determinantes en el resultado

de su interpretación. Normas como el art. 19 Nº 1 inc. 2º, el art. 1º inc. 2º, el art. 4º (cuyo

tenor literal permanece inalterado desde 1980), constituyen ejemplos de las diversas

posibilidades que otorga la Constitución, frente a las cuales el sujeto se define: la

Constitución vigente, ¿permite o prohíbe el aborto? Los derechos sociales, ¿son

derechos fundamentales plenamente exigibles o meras expectativas que dependen de la

disponibilidad de recursos económicos?

Las opciones que toma, de hecho, un profesor que enseña Derecho Constitucional,

podrían poner en entredicho su objetividad al impartir la cátedra. Me parece que, dadas

las características del Derecho en tanto fenómeno cultural, del Derecho Constitucional en

tanto norma jurídica y pacto político, y de los estudios universitarios en tanto proceso

destinado a formar más que contenedores de conocimiento, la objetividad es una ilusión

que se remite a la literalidad de la norma vigente. A partir de ese dato, todo lo que sigue

es subjetivo: la explicación de la norma, su comprensión, su revisión, la reflexión en torno

a ella, la evaluación de su aplicación… Dada la variedad de opciones que debe tomar

quien enseña Derecho Constitucional, la objetividad no es un valor porque no puede

serlo.

Por el contrario, si el foco del proceso enseñanza/aprendizaje se encuentra puesto

en la formación del estudiante, entonces el profesor debiera explicitar sus opciones

políticas o ideológicas, para que sea el propio estudiante el que considere las diferentes

posibilidades y sepa que el profesor habla desde una determinada visión del mundo, que

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el estudiante puede no compartir. El profesor universitario tiene una gran responsabilidad

como partícipe del complejo proceso de formación que lleva a un estudiante a convertirse

en profesional. Debe entregar las herramientas necesarias al estudiante para que sea un

agente activo en su proceso de formación y no se limite a reproducir acrítica e

inconscientemente los modelos teóricos que transmiten los profesores. De lo contrario, el

proceso de formación del estudiante puede derivar en su adoctrinamiento, cuando se

transmite el conocimiento sin dar cuenta de las diversas opciones que hay tras el trabajo

del profesor y cuando éste, conscientemente o no, presenta su discurso como una verdad

completa, acabada e incuestionable.

La apoliticidad de la enseñanza del Derecho Constitucional, entendida como

aquella característica que presenta el estudio/enseñanza del Derecho vigente como

neutro, sólo oculta la existencia indesmentible de diversas opciones legítimas

(metodológicas, políticas, epistemológicas, hermenéuticas, entre otras) en torno a la

Constitución. Su consecuencia no es la neutralidad en el estudio/enseñanza, sino la

exclusión de toda fundamentación o justificación alternativa en dicho ejercicio. Así, quien

alega neutralidad, en realidad, está garantizando la exclusión de cualquier

cuestionamiento o alternativa a sus propios postulados. La enseñanza se transforma en

adoctrinamiento, logrando que el estudiante conozca no sólo lo que el profesor enseña,

sino que las convicciones del propio profesor en torno a lo que enseña. Pretender

objetividad o neutralidad en la enseñanza del Derecho Constitucional supone ocultar las

diversas opciones que ha tomado el profesor y que condicionan su trabajo, presentándolo

como una verdad única e incuestionable, al no explicitar las premisas en las que se

sostiene ni las alternativas que ha desechado.

Dicha neutralidad, en realidad, no es tal. Todos tenemos posturas definidas frente a

los temas que estudiamos, y estas posturas influyen en la forma como los enseñamos.

Alegar neutralidad supone esconder las opciones personales, pretender que éstas no

influyen en la enseñanza del Derecho y, encima, darle a la enseñanza del Derecho una

apariencia de verdad objetiva que, ciertamente, no tiene. El contenido del ordenamiento

constitucional no es objetivo; tampoco lo es su estudio o transmisión.

La pretendida neutralidad esconde las opciones del sujeto, y puede desviar la

actividad docente hacia el adoctrinamiento, toda vez que el profesor expone sus opciones

como la verdadera interpretación de la Constitución, omitiendo que se trata de una

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argumentación que se construye a partir de su subjetividad. Ello genera la aceptación

acrítica de dicha ‘verdad’ por parte del estudiante, que termina siendo adoctrinado, antes

que educado o formado. Así, quien defiende su propia neutralidad, generalmente

esconde sus propias opciones políticas e intenta que éstas prevalezcan por sobre las del

resto.

Por el contrario, cuando se explicitan las opciones tras la enseñanza del Derecho

Constitucional, se está dejando en evidencia que es posible construir una argumentación

diferente a partir de los insumos que provee la disciplina, que no existe una verdad oficial

tras la Constitución y que el estudiante puede combinar de diferentes maneras los

factores presentados por el profesor. Así, el estudiante comprende que el discurso del

profesor se construye a partir de una serie de opciones que éste ha tomado frente a las

diversas disyuntivas que presenta la disciplina; comprende, asimismo, que el estudio del

Derecho Constitucional no es neutro. El estudiante asume que puede comprender las

instituciones constitucionales a partir de las decisiones que él mismo pueda tomar frente

a las disyuntivas inherentes a la disciplina. Ello es importante, porque muchas de estas

disyuntivas se construyen a partir de opciones políticas e ideológicas, que el estudiante

tiene derecho a desarrollar y explorar por sí mismo. Si asume el discurso del profesor

como cierto, está haciendo suya también una serie de ideas que, de haber reflexionado

conscientemente, eventualmente podría no compartir.

Si el profesor no explicita las opciones que ha tomado previo a la enseñanza del

Derecho Constitucional, podría llevar a confusión a los estudiantes y, de seguro, a

hacerles creer que existe una única interpretación posible de la Constitución y que, en

consecuencia, existe una recta doctrina constitucional que coincide con lo que enseña el

profesor. Esta pretendida neutralidad es particularmente sensible en el estudio de las

normas constitucionales de contenido abierto e indeterminado, dado que su contenido se

concretiza a través de la interpretación, en un proceso que carece de parámetros

objetivos (como sí los hay en la interpretación legal). En la concreción de estas normas

se verifican temas filosóficos, políticos, ideológicos muy sensibles, respecto de los cuales

profesores y estudiantes podrían, razonablemente, disentir.

La pretensión de objetividad o neutralidad en la enseñanza del Derecho

Constitucional, podría marcar la frontera donde termina la enseñanza y comienza el

adoctrinamiento del estudiante.

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iii. A modo de conclusiones.

1. Las normas constitucionales de contenido abierto son claves en el funcionamiento

del actual sistema de democracia constitucional, en tanto herramientas de garantía de

libertad política para una concreción posterior por el legislador. Sin embargo, la

indeterminación de su contenido permite que su enseñanza/aprendizaje pueda estar

condicionada por las concepciones propias del profesor, ya sean de carácter político,

ideológico o valórico. El diseño constitucional termina de configurarse luego de la

interpretación de las normas de contenido indeterminado; no se encuentra plenamente

acabado en el texto constitucional, por lo que la interpretación que se hace de él es

determinante en esa última etapa de configuración del modelo. Cuando la doctrina en

general, y un profesor en particular, omiten este dato, la posibilidad de identificar el

contenido de la Constitución con su propio discurso es muy elevada. Ello podría llevar a

confusión en el estudiante, quien creería que la Constitución tiene una sola lectura

posible y es, precisamente, la que le transmite el profesor.

2. Sin embargo, la enseñanza del Derecho Constitucional se encuentra determinada

por una serie de disyuntivas frente a las cuales se plantea el profesor. Cada una de ellas

ofrece diversas opciones que deben ser definidas previamente a su enseñanza,

precisamente porque condicionan su resultado. La combinación de estas opciones

genera diversos enfoques que puede adoptar un profesor en la enseñanza del Derecho

Constitucional. Dada la gama de variantes que enfrenta un profesor, casi podría afirmarse

que lo que enseña está más presente en sus apuntes que en la propia Constitución.

3. Como consecuencia de lo anterior, creo que es necesario que los profesores

explicitemos nuestras definiciones y opciones preliminares a la enseñanza del Derecho,

señalando explícitamente cuáles son las diversas disyuntivas que plantea el estudio de

esta disciplina y qué definiciones tomamos frente a ellas. El proceso de formación del

estudiante exige honestidad de nuestra parte, por lo que debemos evitar su manipulación

al ocultar información relevante para el resultado del aprendizaje.

4. Ocultar nuestras definiciones y opciones metodológicas, podría deformar la

función docente, transformándola en proselitismo y adoctrinamiento. El objetivo del

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profesor universitario no es lograr que el estudiante piense igual que el profesor; por el

contrario, el desafío es lograr que el estudiante piense por sí mismo, a partir de las

herramientas que pueda entregar el profesor. Pero en ningún caso tenemos el derecho a

reemplazar ese ejercicio cognitivo del estudiante, esencialmente crítico. El paso de los

estudiantes por la universidad no supone sólo un proceso de formación profesional,

también se participa de su formación personal y como ciudadano consciente de su

entorno. Por lo tanto, el buen profesor no es el que forma estudiantes en sus propias

líneas de pensamiento, sino el que entrega las herramientas necesarias para que cada

estudiante pueda, libremente, formular sus propias conclusiones.

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