Niño Rey o Tirano
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Niño rey o tirano
El niño tirano es aquel que se muestra caprichoso, que tiene una baja tolerancia a la
frustración, que amedrenta a sus padres mediante pataletas en público y amenazas
cuando no consigue lo que desea (sea o no conveniente para él), sus demandas son
constantes, su desobediencia absoluta, y no para de retarnos para saber hasta dónde
estamos dispuestos a ceder.
Desde luego, lo mejor es atajar cuanto antes esta indeseable conducta y, en ningún caso
dejarnos llevar por una permisividad excesiva con nuestros hijos. Está claro que para
ofrecer una buena educación a nuestros hijos, alguien tiene que capitanear el barco de
nuestra familia y este alguien somos los padres. No debemos confundir autoridad con
autoritarismo.
Ejercer sabiamente la autoridad con nuestro hijo es fundamental, ya que la autoridad no
es algo irreflexivo, ni impulsivo, ni de poder desmedido, no se trata del padre en un
pedestal de omnipotencia, ni el ejercicio de un poder desmedido o de represión hacia
nuestros hijos, la autoridad supone para los padres una tarea ardua y penosa, es madurez
y responsabilidad (sin descanso ni fines de semana de vacaciones), para hacer de nuestro
hijo un individuo lo mejor posible, sin abandonar por ello, nuestros afectos, cercanía y
confianza con él.
El ejercicio de la autoridad natural del padre hacia los hijos no está reñido con el amor y el
cariño, con la comunicación con ellos y con nuestro disfrute de la paternidad. Mi suegra
me dijo en una ocasión: "yo nunca me he considerado amiga de mis hijos, siempre he sido
su madre".
Con ello, no quería decirme que nos les haya demostrado su amor, si no que precisamente
porque amaba a sus hijos, ha ejercido su papel de educadora y no el de "un igual" o
amigo. Parece claro que sin unos límites claros y unas normas que cumplir la sociedad iría
de cabeza y los pequeños tiranos saldrían de debajo de las baldosas.
Los primeros brotes de las flores del mal de la tiranía aparecen y son claramente
observables ya desde la infancia, aproximadamente hacia los 6 años. Se presentan con
suficiente intensidad en la etapa de la preadolescencia en torno a los 10 años y se
desarrollan plenamente con todo su virulento repertorio de actitudes y comportamientos
agresivos alrededor de los 15 años, coincidiendo con la etapa de la adolescencia media.
Cuando un adolescente se comporta con sus padres de modo desafiante o les profiere
insultos y les humilla con la clara intención de herirles emocionalmente y a veces incluso
con sed de venganza hacia ellos utilizando frases amenazantes como “¡Me las pagarás!”,
todo esto sin sentirse culpable, entonces podemos decir con seguridad que el
adolescente muestra comportamientos y actitudes tiránicas.
Es habitual que puedan llegar a agredir a sus padres no sólo verbalmente, sino también
físicamente. Esto ocurre porque el adolescente tirano es incapaz de percibir el
sufrimiento y la amargura que causa a sus padres. Otro rasgo que los caracteriza es que
se muestran insensibles a cualquier castigo que sus padres impongan. Debido a su gran
egocentrismo nada les frena para conseguir lo que quieren.
Hay niños que nacen con una predisposición genética a manifestar un temperamento
difícilmente manejable. Si no se emplea la acción educativa con determinación, firmeza y
mucho tesón para frenar comportamientos agresivos, pueden llegar a desarrollar la
tiranía en toda su intensidad. Podemos decir, por tanto, que los padres no son los únicos
responsables de que estos niños muestren comportamientos tiránicos. Es muy difícil
encontrar “padres perfectos” que sean capaces de afrontar una situación tan compleja
por ellos mismos sin requerir ayuda profesional cualificada, por el gran desgaste y la
frustración que conlleva.
Pero lo más importante de todo es que aquellos padres que actúen con permisividad
ante estos niños y adolescentes de difícil temperamento acabarán siendo dominados
por sus propios hijos y terminarán por acatar la “dictadura del menor”. Efectivamente,
estos menores tratan a sus padres como un domador del circo a sus leones.
La forma de afrontar este desafío es clara:
Hay que poner límites a sus virulentas acciones
Potenciar en ellos la sensibilidad ante el dolor ajeno y la culpa como forma de
frenarlas.
Es importante hacerles sentirse importantes ante acciones que fomenten el interés
social y la cooperación, y desechar aquellas que fomenten el poder generado por el
sometimiento de los demás.
Quiero aclarar que conductas tiránicas como insultar, manipular o amenazar pueden
presentarse en cualquier niño de forma aislada. Por ello, dependiendo de cómo
reaccionen los padres ante esas malas conductas de su hijo, el resultado será muy
diferente. Si los padres no son firmes, si no actúan con determinación para extinguir este
tipo de conductas, probablemente esto generaría lo que muchos llamarían “niño
caprichoso y malcriado”, lo que a su vez podría ser un antecedente de la tiranía. De este
modo, si no se pone freno a tiempo, existe la posibilidad de que el niño se convierta en un
tirano.
Los comportamientos se mueven en un continuo y por ello no tiene sentido hacer una
clasificación radical de lo que se considera tiranía. Pero lo que está muy claro es que
cuando un niño ejerce la violencia con sus padres, sus hermanos o en el colegio como una
forma normal y estable de comportarse, de relacionarse y de adaptarse al entrono, y
cuando, además, presenta otras dos cualidades características como son la falta de
empatía y un escaso sentimiento de culpa, entonces ya no estaremos hablando de “niños
malcriados”, sino de niños tiranos que insultan, amenazan y agreden a sus padres sin
ningún remordimiento de consciencia. En realidad, pueden presentar los rasgos
característicos de un psicópata: insensibilidad y frialdad ante el dolor ajeno.
Principales características son:
. Apenas tienen sentimiento de culpabilidad ni remordimientos cuando actúan con
agresividad o con actitud desafiante.
No muestran miedo cuando los padres emplean el castigo como forma de regular
el mal.
Demuestran una gran ansia por conseguir todo lo que quieren o lo que se
proponen.
Suelen ser impulsivos y muestran rechazo hacia las normas y a la autoridad.
Insensibilidad emocional o falta de empatía
Escasos sentimientos de culpa o remordimientos
Egocentrismo
Actitud amenazante, manipuladora y agresiva (verbal o física)
Incapacidad de pedir perdón
Uso de la mentira
Sin miedo al castigo
Impulsivos y con escaso autocontrol sobre su conducta
Poca tolerancia a la frustración
Soluciones para los niños tiránicos
Cuando el problema es grave lo mejor es acudir a un profesional, pero cuando es leve
basta con conocer cómo funcionan los mecanismos que rigen la conducta para utilizarlos a
nuestro favor.
Lo más básico es comprender que los niños tienden a repetir aquello que les da buen
resultado y a abandonar lo que no sirve a sus fines. Por tanto, si queremos que una
determinada conducta se repita es importante reforzarla dándole una respuesta positiva
(una sonrisa, un halago…). Y si queremos que desaparezca, hay que dar una respuesta
negativa. Lo primero es no hacerle caso mientras realiza esa conducta (regañarle también
es una forma de darle atención). Si su comportamiento persiste o es destructivo, debemos
aplicar un castigo (retirada de algún privilegio, un tiempo sentado pensando, etc.). Por
último, además de demostrarle que su actitud no nos gusta, debemos explicarle cuál es la
actitud correcta.
Más vale prevenir
En todo caso, lo mejor es no tener que llegar a este punto. Y la forma de prevenirlo es con
un estilo educativo “democrático”, que huya tanto del autoritarismo como de la
permisividad. Para ello es esencial que la comunicación sea muy fluida, que charlemos
con el niño a diario y razonemos nuestros motivos para exigirle algo. Si son temas
complicados para él, podemos llegar a acuerdos o elaborar planes que le motiven, pero
teniendo siempre claro quién manda y estableciendo límites. Si al pequeño le cuesta
asimilar estos conceptos le ayudará verlos por escrito (o dibujados, si aún no sabe leer) en
una cartulina.
Por último, es esencial valorar su esfuerzo y fomentar la responsabilidad y la
cooperación. Para ello podemos elaborar un cuadro con las obligaciones diarias del niño y
darle una pegatina por cada tarea realizada. Se trata, en definitiva, de favorecer la
autonomía y madurez de los hijos para que se sientan valorados y puedan ser ellos
mismos sin olvidarse de los demás.
Dos conceptos esenciales
Para tener éxito a la hora de prevenir o de corregir las conductas de nuestros hijos
conviene tener presentes estos conceptos:
Coherencia: Es fundamental que nos pongamos de acuerdo con nuestra pareja en
cómo vamos a actuar con el niño. La falta de coherencia siempre juega en contra:
al principio el pequeño no sabe a qué atenerse y después termina usando en su
favor las diferencias de criterio de sus padres.
Constancia: El niño no aprende en un día cuál es la conducta adecuada. Y lo mismo
ocurre cuando se trata de cambiar un comportamiento negativo. Si en una ocasión
nos enfadamos ante su actitud y en otra la dejamos pasar, no lograremos nada.
Debemos actuar del mismo modo siempre que aparezca la conducta que
queremos cambiar. Al principio el niño no querrá abandonar lo que hasta ahora le
funcionaba y reaccionará con más virulencia, pero cambiará cuando perciba que ya
no le sirve.
El niño tirano, ¿nace o se hace?
Aunque no existe ningún cuadro clínico con esa denominación, se usa la expresión
Síndrome del emperador para referirse a niños que presentan determinadas
características como insensibilidad emocional, poca responsabilidad ante el castigo,
dificultades para desarrollar sentimientos de culpa y ausencia de apego hacia los
progenitores y otros adultos.
En general, se tiende a culpar en primer lugar a los padres de este tipo de conductas por
ser demasiado permisivos y protectores con sus hijos; aunque también influye el ambiente
porque los niños de hoy en día viven en una sociedad consumista, individualista y que
prima el éxito fácil y rápido por encima de todo. Además, puede existir una predisposición
genética de carácter que explicaría por qué dentro de la misma familia, y en las mismas
condiciones, sólo se ve afectado un miembro.
Además, no existe un patrón. Unas veces es el hermano pequeño; otras, el mayor; otras,
hijo único o adoptado, otra hijos de padres mayores, de familia monoparental, etcétera.
Eso sí, parece que se da más entre clases altas y medias y entre niños que niñas, aunque
las niñas están ganando terreno.