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    No hay lugar para ocultarse. Afectividad, el inconsciente

    y el desarrollo de técnicas relacionales [Maroda, K., 2002]

    Autor: Liberman, Ariel

     Artículo reseñado: Karen Maroda (2002). “No place to hide. Afectivity, the unconscious and the

    development of relational techniques”  [No hay lugar para ocultarse. Afectividad, el inconsciente y el

    desarrollo de técnicas relacionales]. Contemporary Psychoanalysis, 38 (1).

    En esta reseña nos centraremos en el artículo de Karen Maroda antes citado, pero

    intentaremos ir relacionando algunos desarrollos del mismo con los dos libros que esta

    autora tiene publicados: The power of countertransference Aronson (1991) y Seduction,

    surrender and tranformation. Emotional engagement in the analytic process.  Analytic Press(1999), especialmente en cuanto a las directrices que propone para la auto-revelación

    (comunicación al paciente de afectos del analista), a las cuales nos referiremos en la última

    parte de la reseña. La autora parte de constatar el giro que en los últimos 15 años ha

    tomado la literatura analítica hacia enfoques intersubjetivos, interpersonales o relacionales.

    Piensa que hoy en día se puede escribir y decir en voz alta lo que hacemos con los

    pacientes, y que esta tendencia hacia lo que llama la “humanización” del proceso analítico y

    hacia el reconocimiento de su inherente mutualidad parece imparable. Según la autora, estecreciente reconocimiento de la mutualidad del proceso analítico, así como de su co-creación,

    ya comienzan a generar malestar. Uno de los motivos, piensa, es que una vez que se ha

    reconocido la contratransferencia y la mutualidad de la relación terapéutica no se ha tenido

    una idea clara de cómo debe esto manejarse en la consulta. La situación analítica se ha

    extendido, sostiene, dando más lugar a la individualidad de paciente y analista. Cuanto más

    los clínicos comienzan a reconocer, por un lado, que la contratransferencia contribuye a

    comprender los estados anímicos de los pacientes, así como sus pensamientos yrespuestas, y que el reconocimiento de esta interacción genera alivio, por otro lado, cada

    vez se ponen más nerviosos al pensar que nada es absolutamente conocido: no nos gusta

    cuestionarnos todo lo que pensamos, sentimos, o hacemos con nuestros pacientes. La

    autora enfatiza que el haber pasado de pensar que lo conocíamos todo a pensar que no

    conocemos nada es una de las razones de la reticencia que existe en nuestra disciplina para

    prescribir nuevas técnicas que se traduzcan en una nueva práctica clínica con raíces en la

    http://www.aperturas.org/autores.php?a=Liberman-Ariel

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    teoría. La intuición es insuficiente si uno desea trasmitir un enfoque clínico a la gente que se

    está formando, sostiene. Toma como punto de partida la crítica que diferentes autores han

    planteado al modelo de dos-personas (bipersonal) en las que se sostiene tanto que el

    inconsciente ha declinado notablemente en estas corrientes como que la

    contratransferencia, como guía de las interpretaciones, es un elegante encubrimientos de las

    satisfacciones narcisistas del analista. En las respuestas que algunos analista han hecho aestas críticas, Maroda afirma, muchos de ellos han intentado desmarcar el giro intersubjetivo

    que el psicoanálisis está realizando de la auto-revelación (self-disclosure) como

    característica definitoria del mismo. Maroda sostiene que ya que su obra ha encarado

    muchos de los asuntos que se discuten –contratransferencia, auto-revelación, comunicación

    afectiva y compromiso en la relación analítica– quiere despejar en este artículo algunas

    cuestiones. Ella ha sostenido de forma insistente que si no establecemos el uso clínico de la

    contratransferencia en la técnica analítica la revolución que se ha dado en la teoría cuentapoco. El giro teórico que se ha producido requiere que se tome en cuenta en la respuesta del

    analista lo que es importante, lo que no es importante y es doloroso, y cómo realizar estas

    técnicas con beneficios terapéuticos. Sostiene que la bien intencionada actitud antiautoritaria

    y antidogmática es recelosa a la hora de proveer unas directrices clínicas. No desconoce la

    autora que toda guía o nuevas reglas rápidamente se institucionalizan y, de este modo, se

    reifican. Pero, afirma, que a su generación les toca crear un orden frente al cual los jóvenes

    colegas tal vez se rebelen y desmantelen para crear su propio orden. Ella sostiene que el

    intento de evitar que esto ocurra promueve un estado de “fluidez” que ha creado un vacío

    que necesita llenarse. Piensa que el futuro del análisis relacional depende de llenar este

    vacío y de responder a las críticas. En el apartado, “Afecto y desarrollo de la técnica

    psicoanalítica”, luego de hacer un repaso de cómo en el análisis clásico se le recuerda al

    paciente que toda experiencia emocional presente tiene sus antecedentes en el pasado,

    sostiene que muchos paciente reaccionaron mal a este tipo de mensajes y solicitaban el

    reconocimiento de sus sentimientos en la relación con el analista. Muchos pacientes, viendo

    el impacto emocional que causan en sus analistas, piden que se les confirme lo que han

    visto u oído que el analista siente (sea que la emoción se manifieste en el rostro o en el

    tono). La investigación en el desarrollo y en la afectividad ha contribuido mucho, según la

    autora, a desmantelar la creencia del analista neutral y a que se reconozca la mutualidad en

    la relación terapéutica. La autora señala, a continuación, algunos de los jalones de la

    evolución del enfoque bipersonal. Muestra cómo una serie de analistas han contribuido a

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    pensar el inconsciente desde esta perspectiva así como la importancia del foco en el aquí y

    ahora, pero no sólo con el objetivo de comunicarse en el presente con el paciente –sobre el

    pasado– sino como un lugar esencial del proceso analítico mismo. Ella va a centrase, como

    viene haciéndolo hace años, en el uso de la auto-revelación (comunicar al paciente datos del

    analista) como medio crucial para facilitar lo que ella denomina “el ciclo de comunicación

    afectiva”. Ya desde el comienzo de su libro de 1991, la autora enfatiza que lo que a ella másle interesa revelar en la situación analítica es la reacción emocional inmediata hacia el

    paciente, y que toda información personal sobre su vida sólo la revela cuando le parece

    absolutamente necesario para comprender la interacción transferencia-contratransferencia

    en ese momento. Esto es algo que mantendrá en todos sus textos: su prioridad es la

    experiencia emocional presente. El objetivo, por supuesto, de dicha apertura de sus

    sentimientos es iluminar y comprender la experiencia del paciente en la relación terapéutica

    e integrar esto, en la medida de lo posible, con el pasado del paciente. En 1991 sostenía, enprimer lugar, que la revelación contratransferencial es valiosa y efectiva en el trabajo con

    todos los pacientes, es decir, que su uso no depende de la psicopatología; y, en segundo

    lugar, que la contratransferencia debe incluirse en la posición analítica y debe permitirnos

    cambiar, sostiene, la actitud básica analítica hacia una mayor mutualidad y reciprocidad de la

    relación. Como afirma allí: “Me parece que la única posición sostenible que podemos

    adoptar es focalizar en la naturaleza de la interacción y en los estados emocional de

    paciente y terapeuta en un determinado momento, lo que nos permitirá determinar qué

    enfoque es más útil dentro del campo de lo que es genuino y humanamente posible. La idea

    es enfocar el tratamiento con reglas no absolutas sobre aquello que debe ofrecerse y sin

    supuestos sobre lo que un determinado individuo necesita” (p. 21). Retomando lo que viene

    desarrollando en el artículo que reseñamos, el ciclo de comunicación afectiva suele

    comenzar por el paciente pero también puede hacerlo por el analista, cada uno movilizando

    afectividad y respondiendo al otro. Sostiene Maroda: “He afirmado que el intento del analista

    de contener las respuestas emocionales que naturalmente ocurren es privar al paciente de

    aquello que está desesperadamente buscando, tanto para validar sus propias respuestas

    emocionales como para alentar el sentimiento y nombrar los afectos soterrados” (p. 107). En

    el capítulo 3 de su libro de 1999, “Show some emotion. Completing the cycle of affective

    cominication”, Maroda desarrolla más extensamente algunos de los temas tratados en este

    artículo. Allí intenta, también, articular las investigaciones sobre la naturaleza del afecto y la

    emoción con su aplicación al proceso terapéutico. Su hipótesis central es que la respuesta

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    emocional del analista es fundamental para completar el ciclo de comunicación afectiva:

    existen “momentos de mutualidad afectiva” (p. 66) que constituyen, en opinión de la autora,

    lo que es terapéutico en un tratamiento, y en esos momentos el terapeuta juega un rol

    central ayudando a los pacientes a compensar los déficits en su habilidad para conocer,

    sentir, nombrar, expresar y manejar tanto los afectos básicos como los más diferenciados y

    con mediación cognitiva. Por tanto, y volviendo al ciclo de comunicación afectiva, larespuesta del analista puede darse tanto por un pedido directo del paciente al analista sobre

    qué es lo que está sintiendo como a través de repetidas identificaciones proyectivas. La

    autora refiere una serie de investigaciones sobre afecto en las que señalan diferentes

    asuntos: que emociones básicas como tristeza, alegría, enfado o sorpresa están fuertemente

    inscritas en la base material del sistema nervioso (hard-wired) y que se estimulan fácilmente

    así como se reprimen con poco procesamiento cognitivo y, por tanto, son menos proclives a

    experimentarse conscientemente (LeDoux, 1995); que estas emociones se considerantransculturales y básicas para todo ser humano; que los sentimientos que requieren

    procesamiento cognitivo para existir, como la vergüenza y el amor, por ejemplo, son más

    difíciles de reprimir; que la intensidad del sentimiento se correlaciona con su condición de

    consciente. Asimismo, es más probable darse cuenta de los sentimientos negativos que de

    los positivos –probablemente por razones de protección/supervivencia–. Aunque todavía hay

    mucho que investigar en esta área, afirma Maroda, existe alguna evidencia de que las

    señales no verbales diferentes de la faciales como, por ejemplo, reacciones viscerales,

    también están fuertemente inscritas (hard-wired). También se ha investigado la tendencia a

    imitar la respuesta facial del hablante y, por tanto, sentir sus sentimientos: esto se denomina

    “referencia automática”, lo que significa que la emoción puede ser provocada sin control

    cognitivo; existe una adaptación automática del oyente al estado emocional del hablante.

    Esto, sostiene Maroda, hace que la experiencia afectiva entre dos personas –consciente e

    inconsciente– pueda ser comunicada, no importa cuanta conciencia de dicho estado afectivo

    tenga la persona que lo trasmite o que lo recibe. Por otro lado, lo que Ekman denomina

    “display rule” (regla que regula la forma en que la emoción expresada) (1971, p. 55), es

    decir, la convención según la cual en determinados marcos sociales hay que hacer ciertas

    cosas con determinadas emociones (ejemplo, en la sociedad japonesa las emociones

    negativas deben ser encubiertas mediante la sonrisa), puede ser también –afirma Maroda–

    establecida dentro de la estructura familiar mediante una forma particular, específica de esa

    familia, lo que vemos clínicamente a diario. Según Maroda, la “display rule” nos permite

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    explicar los cambios rápidos de estados afectivos. Esto significa, insiste y es el punto central,

    que la persona que recibe la comunicación afectiva es capaz de registrar este movimiento y,

    por tanto, la emergencia fugaz del primer estado afectivo. Por lo tanto, retoma Maroda, la

    literatura sobre el afecto apoya lo que ha sido llamado –simplificadamente, sostiene– el

    enfoque bipersonal: tanto paciente como analista están continuamente comunicándose a

    través de su elección de palabras y tonos, sus expresiones faciales y el lenguaje corporal. Loque sigue alterando a muchos analistas, continúa, es cómo usar este haberse dado cuenta

    de la influencia mutua. ¿”Cómo debe la técnica modificarse para acomodarse al cambio de

    paradigma”? (p. 110). El mayor obstáculo para crear una teoría de la técnica, sostiene, viene

    desde dentro del movimiento que empuja hacia el modelo bipersonal. Piensa la autora que

    se ha tomado demasiado en serio la idea de la singularidad de cada díada analítica,

    implicando que ningún principio de la naturaleza humana y de la interacción pueden ser 

    aplicados. A continuación refiere una viñeta clínica en la que trabaja los efectos terapéuticosde la auto-revelación. Sostiene que, incluso, aunque la auto-revelación ha sido más

    aceptada en los últimos años, muchos colegas suyos, que acuerdan con una mayor apertura

    del terapeuta y con la auto-revelación, a menudo disienten con su énfasis en la auto-

    revelación del afecto. Estos analistas favorecen más la revelación de información personal o

    de las fantasías del analista. Si bien Maroda piensa que estos otros tipos de auto-revelación

    pueden ser útiles, también sostiene que lo son como efecto de haber estimulado algún

    sentimiento profundo en el paciente que resuena con su estado emocional actual. Maroda

    insiste en la importancia de crear una serie de técnicas que puedan ser enseñadas y

    transmitidas no dejando la formación de los candidatos librada a la intuición o a los casos

    magistrales. Cuanto más sabemos sobre la naturaleza de la mente humana y sobre la

    experiencia temprana –sostiene–, especialmente los traumas, más sabemos que existen

    estados emocionales inconscientes que esperan ser activados por algún estímulo en el

    presente. Sabemos, también, –continúa– que mucho de lo que es importante en la vida de

    un individuo son sentimientos que, a menudo, no están anclados en el recuerdo de un

    acontecimiento, sea consciente o inconscientemente. Maroda toma la distinción que

    establece LeDoux (1994,1995) entre memoria emocional y recuerdo de una emoción : los

    ‘recuerdos’ (memory) tempranos son “memoria emocional” (no declarativa o explícita) y

    están mediados por la amígdala porque, en ese momento –sostiene el autor–, es esta

    memoria la que está en funcionamiento. Estos ‘recuerdos’ tempranos no son accesibles a la

    conciencia y esto ocurre no porque estén reprimidos sino por el momento de maduración

    (1)

    http://www.aperturas.org/articulos.php?id=0000362&a=No-hay-lugar-para-ocultarse-Afectividad-el-inconsciente-y-el-desarrollo-de-tecnicas-relacionales-%5BMaroda-K-2002%5D#nota1

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    cerebral en el que tuvieron lugar. Estas investigaciones, señala Maroda, se articulan bien

    con el concepto que Donnel Stern (1997) viene trabajando hace tiempo de “experiencia no-

    formulada” (unformulated experience). Por su parte, lo que denomina LeDoux “recuerdo de

    una emoción” es un tipo de recuerdo mediado por el hipocampo al que podemos tener 

    acceso y que pertenece a la memoria declarativa. Según LeDoux (1994) estos dos sistemas

    operan simultáneamente y en paralelo durante la experiencia. La memoria emocional,sostiene LeDoux, nos dice inmediatamente qué debemos hacer, sin pensar. En el apartado

    siguiente, “Como cambiamos”, retoma la distinción de LeDoux para enfatizar la opinión de

    éste de lo imborrable de la memoria emocional y el hecho de que sólo pueda ser modificada

    en el tiempo gracias a la inhibición y no a la extinción. Esto ocurre, señala, con la

    experiencia de nuevas respuestas emocionales que pueden, eventualmente, dominar e

    inhibir las viejas respuestas (p. 113). Lo que permite, según Maroda, reformular las metas

    del análisis de estos ‘recuerdos’ tempranos, permitir que emerjan y enfrentarlos como lo queson, es decir, puros estados de sentimientos con poco o ningún recuerdo del acontecimiento.

     Algunos cognitivos conductuales se dieron cuenta de esto y hablaron de crear nuevas

    asociaciones, nuevas conexiones sinápticas. La autora piensa que el éxito de estas terapias

    radica en su eficacia a corto plazo y en el hecho de tratar frontalmente el problema de la

    regulación emocional, algo que, opina Maroda, el psicoanálisis no ha hecho. Las respuestas

    estándar de los analistas al despliegue afectivo de los pacientes se centra en la ‘continencia’

     –sostiene– lo que, en el mejor de los casos, consiste en un aceptación empática y, en el

    peor, en no hacer casi nada en medio de la tormenta emocional en la que se encuentra el

    paciente. La noción de continencia de los afectos del paciente, afirma en 1999, tiene un valor 

    limitado para ayudar al paciente en la regulación afectiva. Existe en los analistas

    contemporáneos un fuerte conflicto entre reconocer la fundamental importancia de la

    mutualidad creada en los intercambios afectivos y el temor a realizar una indebida influencia

    y descarriar el tratamiento. Todo analista sabe, sostiene Maroda, que muchas veces la

    interpretación o la empatía fallan en la difícil tarea de comunicar con el paciente dominado

    por sentimientos primitivos. En momentos como esos, sostiene, el paciente se siente

    literalmente torturado por las indagaciones persistentes del analista y, por su parte, el

    analista se siente frustrado y desamparado para responder de un modo significativo.

    Solemos como analistas tener discusiones sobre pacientes que sufren de dificultades para

    contener y mediar sus respuestas afectivas. Pero, sostiene (1999, p. 73): “¿Qué ocurre con

    los pacientes que están hipercontrolados? ¿No nos preocupamos menos de ellos y somos

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    complacientes porque nos proveen una mayor calma y respiro que nuestros pacientes que

    nos sobrecargan con sus problemas de regulación afectiva?”.Continúa tratando temas como

    la alexitimia y el trauma en los que también muestra la importancia de la auto-revelación de

    la experiencia emocional inmediata del terapeuta. Como afirma en el artículo que

    reseñamos: “Las palabras pueden sólo ser útiles si existe detrás de ellas una emoción”

    (114). Las discusiones en torno a la expresión de afecto por parte del analista –abiertasverbalizaciones o expresiones silenciosas– están llenas de temores tales como que el

    analista pierda el control o abuse emocionalmente del paciente. Maroda las cree

    injustificadas o, mejor dicho, tan justificadas como la necesidad de reflexionar sobre los

    potenciales peligros de cualquier tipo de intervención del terapeuta. Un buen tratamiento,

    continúa Maroda, necesita ser un acontecimiento emocional. La posibilidad de sentir 

    profunda y libremente y de que estos sentimientos –positivos o negativos– encuentren una

    respuesta afectiva en otra persona provee oportunidades para diferentes tipos deprocesamiento cognitivo y “la responsabilidad para el terapeuta analítico de estar 

    involucrado, disponible y expresivo emocionalmente es mucho mayor” (1999, p. 76). La

    autora se apoya también en trabajos de investigación sobre la infancia. Allí vemos con gran

    claridad cómo las respuestas afectivas de quienes se hacen cargo de la crianza son

    centrales en el desarrollo global del niño. Para la autora muchos de lo que han aceptado el

    modelo bipersonal saben que esconder nuestras emociones es antiterapéutico pero no

    saben cómo ni cuando una auto-revelación es más útil: “Como los estudios citados aquí

    claramente revelan, todo intento de ocultar lo que estamos sintiendo realmente fuerza al

    paciente a nuevos actos de represión” (p. 115). Maroda afirma que todas verbalizaciones de

    las emociones sentidas, lo que a veces se denomina auto-revelación voluntaria, “deben ser”

    realizadas cuando el paciente lo pide, sea a través de un pedido directo o señalando lo que

    el analista está sintiendo, o a través de repetidas identificaciones proyectivas –que llevan a

    “impasses” cuando el analista no responde con honestidad emocional. Por supuesto,

    advierte Maroda, todo consejo en cuanto a la auto-revelación no supone la expresión pura y

    simple de un fuerte sentimiento que el terapeuta experimenta. El punto central es que se da

    a cuenta gotas y como respuesta a la necesidad del paciente de conocer. Maroda alienta a

    los analistas a no intentar disfrazar lo que sienten, ya que esto fuerza al paciente a grabar 

    inconscientemente esta información y es antiterapeutico. Una vez que el paciente ha

    contemplado la expresión afectiva del analista –prosigue–, es libre de comentarla o

    ignorarla. Abordar la auto-revelación poniendo el foco en la necesidad del paciente y no del

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    analista, incluye el asunto crítico del timing (adecuación temporal). La autora plantea que en

    sus años de práctica en esta línea de trabajo ha podido ver que el no disfrazar sus afectos

    no ha llevado a que los pacientes le pregunten más por estos sentimientos que en el

    pasado. También observó, nos comenta, que sus expresiones faciales y tonos de voz no son

    vividos como siendo tan intrusivos como las verbalizaciones de los sentimientos. El paciente

    es libre de percibir y hacer observaciones sobre los sentimientos del analista. En estesentido, Maroda plantea que la comunicación afectiva no requiere necesariamente palabras

     –tanto en el emisor como en el receptor. Ahora bien, continúa, “esta forma silenciosa de

    auto-revelación” (p. 116) no siempre es suficiente. Los pacientes que usan abundantemente

    la identificación proyectiva o que se encuentran fuera de control en la sesión necesitan una

    respuesta fuerte del analista. (Ejemplos, pacientes borderline que despiertan odio en la

    contratransferencia mientras están demandando sentirse queridos; analistas culposos o

    avergonzados por no querer al paciente difícil que está dolido). Vuelve nuevamente, hacia elfinal del artículo, sobre su inquietud en cuanto a la formación de los analistas y defiende la

    idea de que cuanto más temprano se los ayude a aceptar sus sentimientos más difíciles

    (como deseos sádicos, eróticos, envidia, odio, amor) con ecuanimidad y con una saludable

    curiosidad, saldrán más beneficiados. “Enseñar intervenciones apropiadas, mientras se

    alienta al terapeuta a encontrar el modo de expresarse en su propio estilo y conocimiento de

    cómo funciona con un determinado paciente, no sólo es posible sino necesario” (p.

    117).Recorre la autora su propia evolución mostrando cómo en 1991 esbozó unas directrices

    sobre cuándo y cómo realizar las auto-revelaciones, cómo identificar los signos de la

    contratransferencia dominante, cómo tratar con sentimientos de pérdida, envidia, abandono

    y decepción. Luego, en 1999, retomó la cuestión de la auto-revelación y mostró “cómo el

    afecto está en el corazón no sólo del apego, sino de todo el funcionamiento intrapsíquico e

    interpersonal, cómo la teoría del afecto avala el modelo relacional” (p. 117). Finalmente,

    afirma que cada día cree más que la terapia cara a cara funciona mejor con muchos

    pacientes simplemente porque los rasgos faciales del afecto es lo primero que se registra –

    perdiendo, si no se hace, una gran riqueza de información y oportunidades. Sostiene, en la

    parte final del artículo que reseñamos, que basar la técnica tanto en la teoría del afecto

    como en la teoría psicoanalítica existente nos permite ver cuanto hay que mejorar. Es decir 

    que se trata, para Maroda, de ofrecer a los clínicos técnicas que estén sólidamente basadas

    en la teoría y en la investigación.Algunas directrices para la auto-revelaciónA continuación

    expondré algunos de los argumentos de Maroda para el uso de la auto-revelación así como

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    algunas de lo que ella denomina “directrices” para su uso. La autora diferencia entre

    directrices e imperativos. Las primeras permiten y alientan a los terapeutas a usarlas según

    su propio juicio y modificarlas en función de cada paciente. Lo que sigue no pretende dar 

    cuenta ni sistemática ni ordenadamente de los pensamientos de la autora sobre este tema;

    más bien, nuestro objetivo es hacer conocer al lector sólo algunas de la líneas de trabajo

    que esta autora ha transitado. En su libro de 1999 vuelve a examinar las directrices queofreció en 1991, recogiendo algunas de las críticas que se le hicieron y justificando ciertas

    propuestas en función de las controversias que por entonces giraban en torno a la auto-

    revelación. Aún así, pensamos que es interesante comenzar con las tres razones básicas

    que la autora presenta en 1991 para justificar la revelación de la contratransferencia: “la

    primera es que el paciente es consciente de los sentimientos de su terapeuta y sufre de las

    distorsiones y confusión que surgen cuando su terapeuta desmiente o evade sus reacciones

    hacia su paciente. La segunda razón es que las oportunidades del paciente para esbozar,comprender y responsabilizarse de sus propias motivaciones y comportamiento están

    limitadas por el rechazo del terapeuta a hacer lo mismo. Y en tercer lugar, en la medida en

    que la contratransferencia no se resuelve dentro de la relación de tratamiento puede llevar a

    un resultado que se caracteriza como contratransferencia dominante, en la que el pasado

    del terapeuta es repetido y determina el curso del tratamiento” (1991, p. 110). Finalmente,

    concluye que incorporar la revelación y el análisis de la contratransferencia en la técnica

    analítica amplia las posibilidades de que el conflicto dinámico se establezca y su resolución

    se lleve a cabo. La autora reformula a través del concepto de “conflicto dinámico” algunos de

    los desarrollos que en el psicoanálisis se han hecho sobre la “neurosis de transferencia” en

    su dimensión clínica –y no en su fundamentación metapsicológica.Como hemos visto (1999,

    2002) Maroda ubica la auto-revelación en el marco de lo que expuso sobre completar el ciclo

    de comunicación afectiva, es decir, que se centra, y se ha centrado, fundamentalmente, en

    las auto-revelaciones relacionadas con el momento emocional interpersonal presente. No es

    que rechace otro tipo de auto-revelaciones –frente a las cuales, tal vez, era más reacia en su

    anterior libro– sino que también piensa en ellas como teniendo su efecto, sobre todo, por el

    impacto que tienen sobre la realidad emocional entre paciente y terapeuta. Es esta realidad

    emocional la que sigue siendo para Maroda aquello que es necesario explorar. Frente a la

    objeción que le hicieron de que muchas veces era necesario contextualizar la auto-

    revelación de la reacción inmediata con información personal, Maroda se muestra de

    acuerdo aunque su experiencia le ha mostrado, sugiere, que esto es más importante de

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    realizar cuando más originado en su propia historia se encuentre dicha reacción. Por otro

    lado, advierte frente a lo que denomina el uso “intuitivo” de la auto-revelación. Se refiere con

    esto a aquellos momentos en los que el terapeuta realiza esta intervención no como

    respuesta a un requerimiento directo o indirecto del paciente que, como veremos y hemos ya

    señalado, son los criterios centrales para determinar cuándo revelar. Ella aconseja que este

    uso ‘intuitivo’ de la auto-revelación, que no puede enseñarse y que, por tanto, supone un altonivel de juicio clínico, una fuerte conexión con el paciente y mucha confianza en la

    capacidad de identificar el momento oportuno de dichas revelaciones, se deje en manos de

    analistas experimentados. Por ello, insiste, es importante establecer directrices que ayuden

    a los analistas en formación –y a los analistas en general– a combatir los temores que, en

    general, están vinculados a este tipo de intervención: no saber cuando revelar ni cómo

    hacerlo; no saber cuando no hacerlo; temer dañar al paciente con nuestras actitudes

    defensivas o fuera de la conciencia. Unas de las ideas centrales que Maroda defiende ya en1991 es que un modo efectivo de enfrentar estos temores es “usar al paciente como

    consultante en su propio caso” (1999, p. 97), ya que esto permite que la revelación sea el

    producto de un encuentro mutuo y no algo que el terapeuta deba decidir estrictamente en

    soledad. Dice: “La regla práctica general puede no ser fácil de recordar: en la mayoría de los

    casos el paciente simplemente os lo dirá. Habitualmente, no busca encuentros intensos con

    su terapeuta y no le pregunta en el primer año o así. Primero probará el agua para futuras

    demandas, a pesar de todo, indagando si el terapeuta está casado, tiene hijos, cree en Dios

    o preguntándole por otros aspectos de la vida del terapeuta que parecen inocuos” (1991, p.

    115). Esto le dará indicios para situaciones futuras. Aquí Maroda sostiene que aunque en

    teoría responder a estas cuestiones resultaría en una inhibición de las fantasías y razones

    del paciente para preguntar, la experiencia clínica de la autora no ha confirmado este

    supuesto. Ella comienza haciendo un acuerdo con los pacientes de que contestará sus

    preguntas si ellos así lo quisiesen. Una vez que el conflicto dinámico ha comenzado entre

    paciente y terapeuta, el paciente comienza a preguntar y demandar más, tanto directa como

    indirectamente. Maroda diferencia entre revelaciones contratransferenciales ‘directas’ e

    ‘indirectas’ (1991, p. 116; 1999, p. 98). Entiende por revelaciones contratransferenciales

    directas las relacionadas con las preguntas que el paciente formula explícitamente de un

    modo sincero. La autora sugiere que cuando el terapeuta dude si debe o no responder a esa

    pregunta –o si duda si el paciente tolerará la respuesta– debe preguntarle claramente al

    paciente si verdaderamente quiere que le respondan la pregunta. Si se responde algo que

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    no sea ‘si’, la pregunta no debe responderse y requiere mayor elaboración. Para la autora

    esta forma bilateral de decidir una auto-revelación no ha sido considerada generalmente en

    la literatura analítica. Frente a la pregunta: ¿cómo darse cuenta que se dice demasiado?,

    sostiene que, en general, uno nota un ambiente de incomodidad. Afirma que, como con

    todas las intervenciones, el asunto crítico es si lo que ha ocurrido abre y alienta una mayor 

    elaboración, observación, asociaciones, etc., por parte del paciente o no. Por revelacionescontratransferenciales indirectas Maroda se refiere al uso por parte del paciente de la

    identificación proyectiva. La autora sostiene que tanto paciente como analista comunican

    afectos escindidos uno a otro. La recepción de estos afectos indeseados se reconoce a

    partir de experiencias de emociones intensas, profundas y ego-distónicas. La literatura sobre

    identificación proyectiva y puesta en acto (enactment) ha evolucionado enormemente

    (Maroda, 1991). La identificación proyectiva ha pasado de ser exclusivamente un

    mecanismo de defensa para ser una manera por parte del paciente de intentar comunicar afectos desmentidos. La autora afirma que siempre ha sostenido (1991, 1999) que cuando

    una identificación proyectiva es ignorada, o simplemente ‘contenida’, por el analista el

    paciente “sube la apuesta”: “Ellos quieren, y necesitan, una respuesta emocional y,

    típicamente, siguen estimulando al analista hasta conseguir una” (p. 114). Por ello nos

    cuenta su sorpresa (1999, p. 83) al leer historiales clínicos y ver cómo los analistas suelen

    mostrarse en control sobre sí mismos después de haber sido fuertemente movilizados por el

    paciente y prestan mucha atención a trasmitirnos con claridad que ellos no han expresado

    ninguna emoción al responder, después de haberse ‘enfriado’ –no encuentro otra palabra–,

    por medio de la interpretación. Maroda se pregunta ¿por qué no mostrarle al paciente un

    determinado estado afectivo?, ¿por qué replegarse y frustrar al paciente en su búsqueda de

    una comunicación afectiva? En relación al uso comunicativo que el paciente realiza de la

    identificación proyectiva, Maroda sostiene que el problema que le plantea al terapeuta es

    (1999, p. 112): ¿cómo hacer saber al paciente que la comunicación ha sido recibida? El

    desafío para el analista es reconocer que ha recibido el mensaje de modo tal que el paciente

    lo comprenda. Si no logra hacer pasar este mensaje el ciclo de comunicación afectiva que

    comienza con la identificación proyectiva y termina, idealmente, con la integración del afecto,

    no se completa. Después que diferentes autores hayan mostrado los límites de la

    interpretación en estas situaciones, Maroda propone que el terapeuta, libremente pero con

    responsabilidad, responda al paciente revelando su estado afectivo. Ella aconseja esta

    apertura de la contratransferencia como respuesta a la identificación proyectiva reiterada

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    los otros y cual es el impacto que tiene sobre ellos” (1999, p. 5).Comentario personalKaren

    Maroda, junto con Darlenne Erhenberg y Owen Renik, son algunos de las autores más

    sobresalientes en el psicoanálisis contemporáneo norteamericano que se han comprometido

    con la defensa, una y otra vez, del valor terapéutico de la revelación contratransferencial.

    Creo que de este modo, y gracias a su insistencia, como a la de muchos otros analistas, el

    asunto de la hoy llamada self-disclosure, cuya traducción habitual es auto-revelación, hasido puesta de forma irreversible en el tablero de los asuntos que desde hace unas décadas

    han generado y generan debates, controversias, acuerdos y desacuerdos, dentro de la

    comunidad psicoanalítica. Pienso que sólo esta contribución ya tiene su importancia: los

    debates en torno a este tema, junto con otros asuntos, permitieron cuestionar ciertos

    supuestos que han guiado a toda una tradición de pensamiento analítico en torno a: el lugar 

    o la actitud analítica, qué hacer con la contratransferencia una vez aceptada su complejidad

    de origen, cómo entender el proceso analítico y su eficacia transformadora, etc. No es objetode este pequeño comentario situar estos asuntos y, menos aún, su evolución en las

    diferentes áreas geográficas (pienso, sobre todo, en los ricos aportes del psicoanálisis

    rioplatense). Aún así, considero que lo que viene ocurriendo en el psicoanálisis

    contemporáneo americano tiene una originalidad irreductible. Maroda muestra, en sus

    diferentes libros y artículos, una gran frescura clínica. Más allá del acuerdo que uno pueda

    tener con determinadas posiciones de la autora, su lectura enriquece nuestro trabajo y nos

    permite abrir algunos horizontes, sobre todo en el campo de la técnica y ligados al uso

    clínico de la revelación contratransferencial (voluntaria), que hasta este momento no

    quedaban tan claros en lo que como temas planteaban. También nos ayuda a dimensionar lo

    que Hoffman (1998) denominó ‘la falacia del paciente ingenuo’. Me centraré, pues, en

    discutir brevemente estos asuntos dejando de lado otros tantos que el artículo y lo reseñado

    muestran. Parto de una serie de acuerdos: la centralidad del desarrollo del modelo relacional

    para el psicoanálisis contemporáneo; la idea de que el desarrollo de un nuevo modelo o

    forma de comprender que no se traduzca en cambios en nuestra forma de ejercer la

    psicoterapia tiene poca relevancia; la inclusión de la contratransferencia como dimensión

    fundamental de la experiencia analítica –queramos o no guardar esa denominación, o

    diferenciando formas de comprenderla que vayan más allá, aunque sin excluirla, de la

    comprensión ‘freudiana’ (o ‘clásica’ o ‘restringida’) de la misma; el valor de la experiencia

    emocional como motor de cambio; la importancia de la interacción en el proceso analítico –

    más allá de que me parezca restringido el uso que ella hace de este concepto; su

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    preocupación en torno a la transmisión de la práctica psicoanalítica; su interés en las

    intersecciones del psicoanálisis con otras disciplinas, en este caso las investigaciones sobre

    emociones. Pero me gustaría centrarme en lo que he dicho antes, es decir, en el lugar de la

    revelación contratransferencial como tipo de intervención clínica.La historia del psicoanálisis

    ha puesto de manifiesto diferentes formas de comprender la contratransferencia y diferentes

    usos de la misma. Ferenczi, Racker, Little, Heimann, Tauber, Searls, por no citar mas quealgunas contribuciones, han establecido las grandes líneas que han guiado tanto al

    pensamiento como a la acción analítica sobre este asunto. Pensamos que el texto de

    Maroda enfatiza alguna de estas líneas –sobre todo las que tienen su origen en el

    psicoanálisis interpersonal– y se esfuerza, con su idea del “ciclo de comunicación afectiva”,

    en dar un nuevo fundamento tanto al uso de la contratransferencia (como no-ocultamiento o

    como revelación) como a los procesos de cambio en el tratamiento. Compartir las reacciones

    emocionales inmediatas y no procesadas por el analista –es decir, no transformadas eninterpretación por el trabajo interno previo de éste– se encuentra en el núcleo del trabajo

    clínico de la autora y de sus enriquecedores aportes. Ahora bien, aunque Maroda sostiene

    que no debemos organizar un tratamiento a partir de reglas absolutas en cuanto a lo que

    debemos ofrecer en él, mi impresión es que las directrices que Maroda nos sugiere parecen

    principios que, de no ser contraindicados por determinadas situaciones clínicas, aparecen

    como una especie de regla básica ‘a priori’ de nuestra forma de participar. Igual que Renik

    (1996) nos mostró cómo la neutralidad (dentro de un modelo en el que la interpretación es el

    motor ‘princeps’ del cambio) devino un principio inconsistente para guiar la clínica de un

    analista –ya que las excepciones fueron imponiéndose poco a poco a la regla a pesar de los

    esfuerzos desmedidos por mantenerla–, pensamos que algo semejante puede ocurrir con

    cualquier otro principio que pretendamos establecer como un organizador básico de nuestro

    trabajo clínico.Pienso que ha sido un logro del psicoanálisis contemporáneo haber legitimado

    el asunto clínico de la revelación contratransferencial –involuntaria como voluntaria– como

    parte de toda discusión clínica enriquecida y de que la misma forme parte del repertorio de

    intervenciones posibles del analista. Pero como con otros modos de participación, esta

    depende de factores vinculados al paciente, al analista y a la díada singular que forman. En

    este sentido, no comparto la crítica que realiza Maroda al acento que el psicoanálisis

    contemporáneo ha puesto en la singularidad de cada proceso, así como su crítica a cierta

    epistemología cercana al planteamiento relacional. Pienso que dicho énfasis no se opone,

    como cree la autora, a una buena transmisión y formación en un psicoanálisis relacional

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    clínico, aunque puede llegar a hacer estas tareas más laboriosas y, por lo tanto, ansiógenas.

    Es inevitable que en algún momento todo analista en formación –o sea, una dimensión de

    todo analista– se plantee o sienta la necesidad de encontrar una regla o principio al cual

    pueda aferrarse y que organice centralmente su tarea. Por mi lado, sin dejar de reconocer 

    que lidio a menudo con esto, me gustaría aclarar que lo diferencio de otra necesidad, que sí

    creo que enriquece nuestra clínica: la de que todo analista encuentre sus modos preferentesde estar y participar en los procesos analíticos y que, de este modo, toda teoría de la

    técnica, como sostiene Aron (1996) es construida y reconstruida en cada díada

    psicoanalítica singular.NOTAS

    (1) LeDoux (1994, 1995 y otros) diferencia entre “emotional memory ” y “memory of emotion”. En

    español este juego de palabras no es traducible. Nosotros hablamos de “memoria emocional”

    (emotional memory ) y “recuerdo de una emoción”, traduciendo en este segundo caso “memory ” por 

    “recuerdo” -en cuanto refiere a la memoria declarativa. Utilizaré el termino ‘recuerdo’ entre comillas

    para los momentos en que se hable de ‘recuerdos’ tempranos, refiriéndose con ellos a la memoriaemocional.

    BIBLIOGRAFÍAAron, L. (1996). A Meeting of Minds. Hillsdale, N.J.: The Analytic Press.

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    LeDoux, J. (1994). Memory versus emotional memory in the brain. En: The nature of emotion:

    Fundamental Questions, ed. P. Eckman & R. Davidson. New York: Oxford University Press: 311-

    312.LeDoux, J. (1995). Emotion: Clues from the brain. Annual Review of psychology, 46: 209-235.Maroda, K. (1991). The power of Countertransference. Innovations in Analytic Technique. Jason

     Aronson.

    Maroda, K. (1999). Seduction, Surrender and Transformation. Emotional Engagement in the Analytic 

     process. Hillsdale, NJ: The Analytic Press.

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