¡Nuestra Nueva Tora, está completa -...

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The Lodz Torah 2

“¡Nuestra Nueva Tora, está completa!” Imagine un pequeño pueblo en Alemania (o posiblemente en Polonia). Algo está por suceder en la comunidad pobre de ese pueblo que causará un impacto a través de los siglos. Aconteció antes de que Mozart compusiera una pieza, antes de que Martín Lutero lanzara la Reforma, antes de que Isaac Newton descubriera las leyes básicas de física, e incluso antes de que Cristóbal Colón navegara hacia la India y en vez descubriera América. Imagine, junto conmigo, como debió haber sido la escena, tal como realmente ocurrió, de esta comunidad judía pobre a mediados del siglo XV. Era casi la medianoche cuando el escriba judío, Baruc, fue sorprendido por un toque a la puerta. Su corazón comenzó a palpitar rápidamente, al preguntarse quién podría ser la persona que estaba a su puerta tan tarde esa noche. Con cautela y vacilación, abrió la puerta. Rápidamente dio unos pasos para atrás, al irrumpir la persona que tocaba en su casa.

―¡Moshé! ―le dijo Baruc, cuando volvió en sus cinco sentidos―. ¿Qué pasa? ¿Qué te

trae aquí a esta hora de la noche? ¿Y por qué sonríes como si de repente hubieras heredado una gran fortuna?

―¡Baruc, está certificada! ―exclamó Moshé―, simplemente no puede esperar para

decírtelo. El júbilo de Moshé de inmediato contagió a Baruc. Sabía perfectamente de lo que Moshé le hablaba. Su amigo le traía la noticia que esperaba oír desde hace muchas semanas. El rabino acababa de certificar la Tora que Baruc había copiado por más de un año. Las 304,805 palabras que copió, de Génesis a Deuteronomio, eran una obra de arte, en cuanto al rabino le concernía. El siguiente Shabat, Baruc les dijo a los que estaban reunidos en la sinagoga del

pequeño pueblo: “Con orgullo puedo anunciarles a todos ustedes ―comenzó con estas

palabras, mientras apuntaba a la Tora― ¡que nuestra Tora está completa! Fue

certificada por nuestro rabino”. La congregación judía quedó abrumada por la emoción. Para mí fue muy fácil visualizar la escena que les acabo de describir porque, más de 550 años después, yo, también, quedé abrumado por la emoción cuando toqué el

borde de esa misma Tora. Ahora yo soy el dueño ―para decirlo con más precisión, yo

soy el guardián o protector― de este poco común y antiguo Rollo. También fui

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The Lodz Torah 3

conmovido en gran manera, al sujetar esta Tora firmemente y con amor entre mis brazos. Tal vez usted se pregunte por qué me emociona tanto la copia de un manuscrito. ¿Por qué tanta emoción por una copia antigua de la Edad Media de las Escrituras? Hay una buena razón por la que usted y yo debemos estar conmovidos por este descubrimiento, y quiero compartirla con usted.

Descubrimiento de un Verdadero Tesoro Siempre quise tocar un manuscrito antiguo de las Escrituras. Recuerdo cuando por primera vez vi el manuscrito más antiguo del Nuevo Testamento que se conocía en aquel entonces. Era un fragmento del Evangelio de Juan que estaba exhibido en la Biblioteca John Rylands en Manchester, Inglaterra, el cual data cincuenta años después de que el Apóstol Juan escribió el original. Yo quería acercarme al fragmento del manuscrito y tocarlo. Aunque sabía que ese manuscrito era de inmenso valor, para mí representaba un tesoro aún mayor: la realidad de que un Dios amoroso desea comunicarse directamente conmigo. Ahora soy el guardián (protector), no sólo de un manuscrito medieval en hebreo, sino también de una poco común Tora (el término judío dado a los primeros cinco libros del Antiguo Testamento). La nombré “La Tora de Lodz” en honor y en memoria de los judíos que sufrieron y murieron a mano de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. En aquella época, Lodz era la segunda ciudad más poblada de Polonia. Durante la guerra, se la conoció como el Gueto de Lodz, uno de los campos de detención más grandes de la Europa ocupada por los alemanes. Este Rollo antiguo había sido preservado a través de los siglos y llegó a ser la copia de lectura de la sinagoga de los judíos de la Polonia del siglo XX. Me pareció apropiado que lleve el nombre del grupo de personas que tuvo tal reverencia por la Palabra de Dios y que la preservó entre tanta persecución. Pero, cuando adquirí este Rollo, no tenía ni la menor idea de lo que realmente tenía en mi posesión. La Tora de Lodz data entre los años 1450 y 1500. El Rollo fue escrito en treinta y seis cueros de becerro o pergaminos. Cuando está totalmente desenrollada, mide un poco más de veintidós metros de largo. Asombrosamente, está en muy buenas condiciones, pero esto no es lo que la hace poco común. Debido a que los guardianes originales judíos de esta Tora pertenecían a una comunidad pobre, no podían darse el lujo de encargar que les hicieran una nueva copia cuando la que tenían sufría daños. De modo que, con el paso de los años, contrataron a escribas para que la arreglaran con parches y que retocaran con tinta nueva ciertas partes para que estuviera en perfectas condiciones.

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Los Rollos en hebreo que se deterioraban y se decoloraba la letra, por lo general, se guardaban cuando se elaboraba uno nuevo. Esto no sucedió con la Tora de Lodz, lo cual la hace una Tora antigua y completa poco común. Debido a la datación del Rollo, a la región de la que provino, al uso de tradiciones de escritura antiguas, y a otros factores internos, ¡significa que adquirí un manuscrito que por lo general sería colocado junto a los que están en las colecciones privadas más grandes de rollos en hebreo de todo el mundo! Después de indagar acerca la historia del manuscrito y de haberlo analizado minuciosamente, me di cuenta de qué tesoro tan único e increíble había llegado a ser de mi propiedad. Sentí tener la grande responsabilidad de compartir este tesoro con usted y con el mundo entero. La misma existencia del Rollo tiene un mensaje significativo de cómo y por qué Dios preservó su Palabra, y me siento obligado para contarlo.

La Importancia de la Palabra de Dios Escrita Hace más de tres mil años la tierra se estremeció, el Monte Sinaí humeó, y el pueblo

de Israel escuchó la voz de Dios. «Investiga toda la historia ―escribió Moisés―, desde

el momento en que Dios creó a los seres humanos sobre la tierra hasta ahora…¿Alguna vez se ha visto u oído algo tan grande como esto?» (Deuteronomio 4:32). Dios no solamente habló de manera audible, sino que también le dio personalmente a Moisés «dos tablas de piedra grabadas con las condiciones del pacto, escritas por el dedo de Dios» (Éxodo 31:18). Además de escribir personalmente en las tablas, Dios también hizo que Moisés fuera ante Él «y hablaba el Señor con Moisés cara a cara, como quien habla con un amigo» (Éxodo 33:11). Moisés entonces escribía lo que Dios le decía. Los primeros cinco libros de la Biblia contienen un registro de Dios comunicándose directamente con el pueblo de Israel, referente a quién es Él. Estos israelitas, al igual que todos los humanos, estaban perdidos y separados de Dios, lo cual «le partió el corazón» (Génesis 6:6, NTV). Las palabras de Dios escritas por Moisés fueron una revelación del Dios que es «celoso de su relación contigo» (Éxodo 34:14, NTV). Tal como lo hizo en aquel entonces, Dios quiere que lo conozcamos tanto a Él como a sus caminos, para que volvamos a tener una relación con Él. La Palabra escrita de Dios es una crónica de la historia de su creación y de lo sucede cuando los humanos eligen no confiar en Él. Luego nos habla de su plan maestro y de misericordia para restaurar la relación de la que una vez Él disfrutó con la primera

pareja de humanos. Sin esta historia escrita ―la Palabra de Dios― no habría manera

de conocer la forma para ser justificados ante Dios. El pueblo de Israel ―los judíos― comprendió esto. Fueron los escribas judíos quienes reverente y meticulosamente copiaron y conservaron la Palabra de Dios, y la transmitieron de una generación a otra para que pudiéramos conocer a Dios y sus caminos. No iban a permitir que ni siquiera una palabra de Dios fuera cambiada, distorsionada, agregada u omitida. Tampoco lo iba a permitir el escriba de la Tora de Lodz.

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The Lodz Torah 5

Gallnuts

El Caso del Escriba Meticuloso de Lodz

La Tora de Lodz, tal como está conservada hoy en día, fue preparada hace alrededor de 550 años por un muy dedicado escriba asquenazí. Al paso del tiempo, grandes secciones fueron reemplazadas por otros cuatro escribas. Es muy probable que estos escribas hayan provenido de la misma familia o que seguramente conocían a las familias de los otros. De una generación a otra, con sumo cuidado preservaron la Palabra de Dios. Baruc, como yo lo llamo, fue el escriba que probablemente haya seguido los requerimientos típicos para la preparación de las pieles, de la tinta y de las tradiciones para poder copiar con precisión las Escrituras. Sin duda, fue un profesional rigurosamente entrenado, altamente especializado y muy respetado en su comunidad como erudito religioso. Su trabajo cansaba la vista y lastimaba la espalda. Trabajaba durante largas horas encorvado sobre una mesa, mientras tediosamente copiaba las Escrituras en un cuarto con poca luz, alumbrado por velas o por una lámpara de aceite. Baruc tenía talento, disciplina y una extrema reverencia por la Palabra de Dios. Copió cada letra reproduciéndola de un manuscrito hebreo existente de la Edad Media para así crear en lo particular esta Tora. Para poder ser un escriba certificado, Baruc tuvo que aprenderse de memoria 4,000 leyes y principios que dictan cómo copiar las Escrituras. Sin conocer estas leyes de transcripción de manuscritos, él no estaría cualificado para copiar el texto sagrado. Vamos a ver, paso por paso, el importantísimo trabajo que realizó Baruc. Para comenzar, Baruc consiguió de un carnicero judío pieles de animales ceremonialmente puros. Después creó los pergaminos para el rollo. El siguiente paso para preparar el rollo, fue comprar hojas de cebada en el mercado. Luego fue al bosque, para recolectar agallas. Con su cuchillo, cortó las agallas de las ramas de los árboles. Estas «frutas secas» o nódulos las forman insectos, tales como las avispas. Los árboles reaccionan de manera química a las larvas de los insectos, y se crean estas protuberancias llamadas agallas. A continuación, Baruc, con sumo cuidado, remojó las pieles de los animales en agua mezclada con las hojas de cebada. Para este Rollo en particular, remojó cinco pieles. El remojarlas sirvió para que las pieles se suavizaran lo cual hizo que le fuera más fácil raspar la piel para quitar pelo y fibras. Después, por seis horas, puso a remojar las agallas en agua hirviendo, para lograr que soltaran un compuesto químico ácido llamado tanino. Trató las pieles con esta solución; este proceso suaviza las pieles. También compró tiras de músculos provenientes de las patas de becerros kosher. Una vez tratadas estas tiras de músculo, le sirvieron para que hiciera el hilo con el que después cosió y unió los manuscritos que formaron el Rollo de más de veintidós metros de largo.

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Baruc continuó raspando cada piel para quitarle el pelo. Raspó y lijó cada piel, hasta que estaba completamente lisa. Le tomó días para preparar estos pergaminos hechos de la piel de animales. Cada piel curtida llegó a ser de color crema. Una vez que cada letra de la Tora fue copiada sobre estas pieles, entonces las cosió para unirlas. Esto es lo último que hizo para formar el Rollo de la Tora. Pero, antes de terminar el rollo, tuvo que asegurarse de que cada letra fue copiada de manera clara y que cada letra estuviera recta. Una vez que nuestro escriba cortó el sobrante de los bordes de las pieles para formar rectángulos, hizo diminutos orificios a lo alto de ambos bordes de cada uno de los pergaminos. Con sumo cuidado puso

pasadores de espiga ―como del tamaño de palillos para dientes― en cada uno de los

diminutos orificios. Ahora estaba listo para marcar las pieles con una cuadricula de columnas simétricas. Enseguida, ató hilo firmemente de un pasador de espiga a otro pasador de espiga hasta que el hilo quedara tenso. Después, usando el hilo como guía, tomó un cuchillo sin filo, para no cortar la piel, y con sumo cuidado marcó rayas horizontales en la superficie. Esto hizo que la piel quedara con diminutos surcos para hacer una línea visible. Después de hacer el rayado horizontal en toda la piel, repitió el mismo proceso de manera vertical, creando así un «emparrillado» en el cual copiaría cada letra de la Palabra de Dios. En el mundo occidental escribimos sobre las líneas. Baruc, en vez, al igual que todos los escribas judíos, «colgó» las letras de las líneas que había marcado. Dicho de otra forma, escribió debajo de cada línea y escribió de derecha a izquierda. Cuando uno ve el Rollo, pareciera que está invertido (cabeza abajo). Esto se debe a que nosotros hubiéramos escrito las letras sobre las líneas del emparrillado. La cuadrícula o emparrillado era muy importante para el escriba. Prevenía que se fuera chueco (letras más arriba o más abajo), al escribir sobre el pergamino. Este proceso le permitía que copiara cada letra con más precisión. Baruc creía, al igual que todos los escribas que lo precedieron, que tenía una solemne responsabilidad para reproducir cada letra de manera perfecta y clara. El colgar sus letras del emparrillado, lo ayudaba a cumplir su objetivo. Sabía que si se equivocaba al copiar lo que Dios había dicho, significaría que sería leído de manera errónea, pronunciado mal y, aún peor que eso,

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malinterpretado y no se comprendería lo que Dios quiere que su pueblo sepa de Él y de sus caminos. Estando las pieles listas, ya marcadas con columnas, la siguiente tarea de Baruc era preparar la tinta y las plumas (de ave) para la escritura. Recuerde, tenía que escribir 304,805 letras, y ninguna de ellas tenía que tocar a la otra. El sumo y meticuloso cuidado que se requería, significaba que le tomaría más de un año para terminar toda esta hermosa Tora. Baruc consiguió varias plumas de ganso para escribir. Son más firmes y permanecen más tiempo puntiagudas, cuando se las compara con las plumas de otras aves. Mientras más puntiaguda sea la pluma, menos será la probabilidad de que la tinta manche el pergamino y de que las letras lleguen a tocarse unas a otras. Si esto sucedía, se consideraba como un error y requeriría su corrección. La tinta que Baruc preparaba, era fundamental para realizar su tarea. Implicaba primero triturar y después remojar las agallas para luego juntarlas y mezclarlas con otros ingredientes para así asegurarse de que la tinta no se iba a decolorar. Esto tomaba tiempo. Preparaba pequeñas cantidades para que siempre estuviera escribiendo con tinta recién hecha. Una pluma puntiaguda y tinta recién hecha eran fundamentales para realizar la tarea de Baruc, pues no deseaba que las palabras de Dios se perdieran o se decoloraran con el paso del tiempo. Dependía de esto que se conociera la verdad acerca del único y verdadero Dios así como sus caminos. Había determinado hacer lo que fuera para producir una obra maestra hermosa y perfecta.

“Mis Palabras No Desaparecerán Jamás”

(Mateo 24:35) Jesús dijo: «El cielo y la tierra desaparecerán, pero mis palabras no desaparecerán jamás» (Mateo 24:35). Esta verdad es una realidad, debido a la increíble reverencia y devoción que les tenían el pueblo de Israel y sus escribas a las Escrituras. Y, ya que con el tiempo las pieles se deterioran y la tinta se decolora, los escribas tenían que estar copiando nuevos manuscritos que fueran exactamente equiparables con los anteriores. Normalmente, un Rollo de la Tora que comienza a deteriorarse o a decolorarse se manda «al retiro» a un armario de madera llamado «guenizá». La nueva copia de la Tora entonces llegaba a ser el texto autoritario de la sinagoga. Los rabinos no se arriesgaban a que una palabra decolorada fuera mal pronunciada, que se equivocaran al leerla o que fuera mal interpretada. Sin embargo, la Tora de Lodz, copiada por un escriba asquenazí, es la excepción a esta regla. Fue conservada a través de los siglos y no fue «retirada» después de su vida útil, debido a que la comunidad judía que la tenía era muy pobre y no podía pagarle a un escriba para que produjera una nueva. Observe cómo la tinta ha tomado

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el color naranja en algunos lugares del texto. Una Tora así hubiera sido llevada a la guenizá, pero, ya que la comunidad judía que la tenía no podía darse el lujo de tener una nueva, contrataron a escribas para que solamente retocaran con tinta las letras decoloradas. Algo que es evidente de esta Tora es que fue copiada de una Tora muy antigua que fue producida en la Edad Media. Hay evidencia clara de que mantuvo muchas de las características de los escribas del medievo tardío. Uno puede ver las letras con decoraciones rizadas y letras en espiral que sólo se usaban en la Edad Media. Esta Tora conserva una tradición antigua del diseño de cómo fue puesto el texto. No siguió los modelos posteriores para cada columna, los cuales variaban en el ancho y en el número de líneas. Usted puede ver que generaciones posteriores de escribas, después del año 1450, le pusieron anotaciones y le hicieron «correcciones» a este Rollo. Generaciones posteriores de eruditos judíos implantaron la uniformidad de cómo el texto debía ser distribuido y la correcta ortografía relacionada con escribir con precisión cada letra usando formas específicas, incluso de que manera la letra debía ser trazada con la pluma con tinta. Usted también puede ver que se hicieron intentos para corregir algunos de estas tradiciones antiguas de escritura del medievo que empleó nuestro escriba. Cuando rabinos de generaciones futuras leyeron esta Tora, ellos sin duda comprendieron que estaban ante una iteración más antigua de la Palabra de Dios. Cuando la congregación veía que la sacaban de la Hejal (un armario, gabinete o pequeña recámara decorada donde se guardan los pergaminos de la Tora), indudablemente la gente se daba cuenta de que era muy antigua. Es muy probable de que hubo historias asociadas con cómo fue pasada de una generación a otra. Esto les debió haber recordado de su rica tradición histórica de las Escrituras. Hoy en día, a nosotros también nos recuerda la promesa de Jesús de proteger sus palabras: Que sus palabras nunca «desaparecerían».

Ni Siquiera la Más Chica de las Letras Desaparecerá Cada palabra y letra en el texto hebreo (el Antiguo Testamento) es importante, así como lo son las del Nuevo Testamento. El apóstol Pablo dejó bien claro que «la intención era que la Ley durara sólo hasta la llegada del Hijo prometido» (Gálatas 3:19). Jesús mismo dejó claro que Él era el contexto al interpretar el Antiguo Testamento y que no había venido para eliminarlo. Dijo: «No malinterpreten la razón por la cual he venido. No vine para abolir la Ley de Moisés o los escritos de los profetas. Al contrario, vine para cumplir sus propósitos» (Mateo 5:17). La Tora relata cómo los humanos pecaron en contra de Dios y lo que esto le provocó a la raza humana. También tiene escritas crónicas del pacto que Dios hizo con Abraham para redimir a su pueblo por medio de un sacrificio para satisfacer la justicia de Dios al lidiar con nuestro pecado. Jesús fue ese perfecto Cordero expiatorio (ver Hebreos 3-10).

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Jesús quería asegurarnos, fuera de toda sombra de duda, que Él era el cumplimiento de la Ley de Dios y que su Palabra permanecería para siempre, hasta el último detalle. Así, Jesús dijo: «Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la Ley, hasta que todo se haya cumplido» (Mateo 5:18, RV60). ¿Qué más detallada y literal esperábamos que fuera esa declaración?

Una «jota» es la letra más pequeña del alfabeto hebreo. Se parece a un apóstrofe, tal como se muestra en la fotografía. Una «tilde» es un pequeño “espolón” decorativo que parece ser un pequeño cabello que sale de la letra, como también se muestra en la fotografía. Se llamaba «corona» a cinco tildes juntas, y a menudo se usaban para decorar ciertas letras.

El autor del libro de Hebreos, dijo: «La palabra de Dios es viva y poderosa» (Hebreos 4:12, NTV). Las Escrituras están operando dentro de la historia, para cumplir el propósito de Dios. Para enfatizar esta verdad, Jesús dijo que ni una de estas jotas o tildes desaparecería. Su verdad es eterna, y todas las promesas que Él nos dio se cumplirán. Observe las letras más pequeñas y las diminutas decoraciones de estas palabras. Vea cómo las palabras han sido retocadas con tinta, para así conservarlas. En todo el Rollo uno puede ver cómo Dios de la manera más sorprendente ha protegido incluso a las letras más pequeñas. Son poderosos recordatorios de la verdad reconfortante de Jesús de que su Palabra es eterna y que uno puede depender de ella.

Teme a Dios y Adórarlo Moisés le escribió al pueblo de Israel: «Tienes que temer al SEÑOR tu Dios, adorarlo y aferrarte a Él» (Deuteronomio 10:20). Temer quiere decir tener temor reverencial de Dios, reverenciarlo y adorarlo como el Todopoderoso Dios que le muestra misericordia y gracia a su pueblo. Ese temor reverente es muy evidente cuando los escribas realizaban su tarea solemne de transmitir las Escrituras de una generación a otra con tal precisión y exactitud. Imagine a nuestro escriba Baruc sentándose para comenzar la enorme tarea de copiar la Tora de Lodz. Si sigue la típica tradición judía, debe mojar su nueva pluma en tinta recién hecha y pronunciar en voz alta cada palabra antes de escribir. Tal como se lo exige el entrenamiento que recibió, pronuncia correctamente cada palabra y copia cada letra con exactitud. Dice en voz alta: «En el principio creó…», al ir formando las letras con una precisión meticulosa. Pero Baruc luego se detiene, justo antes de terminar la última letra de la palabra que va antes de la palabra «Dios». Después, de acuerdo con

Jota & Tilde

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Jota

la tradición, lo observamos dejar la pluma e ir a lavarse ceremonialmente las manos. Ahora él se está purificando a sí mismo y santificando (apartando para Dios) la tinta con la que va a escribir el nombre de Dios. Una de las tradiciones más antiguas de los escribas era que no debían escribir el nombre de Dios justo después de haber mojado la pluma en la tinta, esto es, por temor a que la punta de la pluma tuviera mucha tinta. El nombre de Dios no debe de tener manchas o borrones debido a tinta en exceso. Si Baruc siguió esta tradición, imagíneselo tomando otra pluma, mojándola en la tinta, y luego escribiendo la última letra de la palabra antes del nombre de Dios. Luego, con sumo cuidado, escribe la siguiente palabra: «Elohim» o Dios. Copia cada letra con trazos suaves y separados, sin que una letra toque a la que sigue. Debe asegurarse de que terminó de escribir el nombre glorioso, antes de levantar su cabeza. ¡Qué reverencia, qué respeto y qué temor tuvo este escriba cuando copió las palabras sagradas de Dios! Aunque haya requerido una reverencia ceremonial especial escribir el nombre de Dios, cada letra que escribió tenía que ser exacta y nunca debía tocar otra letra. El texto de la Palabra de Dios, para los escribas judíos era verdaderamente sagrado.

El alfabeto hebreo se compone de veintidós letras. A los escribas se les daban instrucciones específicas de cómo formar (escribir) cada letra de manera perfecta. Por ejemplo, la letra «Jota» o «Yod» es la letra más pequeña del alfabeto hebreo. De la letra Yod debe desprenderse del lado derecho una «colita» y debe tener un «espolón» en la parte superior izquierda. El escriba debe inclinar un poco la letra hacia la izquierda, como un pequeño pico que apunta hacia abajo. Pero el pico debe ser más corto que la colita que cuelga del lado derecho, para que no se parezca a otras dos letras en

hebreo (la letra «Resh» y la letra «Vav»). Si la letra no se escribía exactamente de esta manera, era invalidada y debía ser borrada o se debía volver a escribir encima de la anterior. Nuestro Baruc deseaba que cada letra estuviera tan clara y perfecta para que ni siquiera un niño se equivocara cuando leyera las letras más pequeñas, la confundiera por otra letra similar en hebreo, la pronunciara mal o que quizá malinterpretara el significado del texto sagrado. La Tora es sagrada, y la mano humana no debía tocar la tinta por temor de que incluso a una sola letra se le corriera la tinta y se manchara. El lector de la Tora debe usar un puntero para seguir todas y cada una de las palabras que están en las perfectamente ordenadas columnas.

Elohim

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Letra Nun invertida

Usted notará que nuestro escriba ocasionalmente alargaba una letra al final de la palabra. Observe la línea horizontal al final de esta palabra. Estas líneas tenían una función importante. El escriba no sólo quería copiar las Escrituras con precisión, sino que también quería que nosotros las interpretáramos con exactitud. La intención de estas líneas largas al final de la palabra era hacer que el lector leyera más lentamente, para que pensara en el significado del texto sagrado. En nuestra Biblia en español, se utiliza una técnica similar, para que uno se detenga al estar leyendo. Se emplea setenta y cuatro veces en la Biblia y, por lo general, está en los Salmos. Estoy hablando de la palabra «Selah»; la primera vez que se usa, es en el Salmo 3:4. La Biblia Amplificada en inglés define esta palabra: «Pausa y piense detenidamente en lo que se leyó». Wikipedia dice que la palabra «Sela» (sin la «h», palabra ya castellanizada) es una instrucción para la lectura del texto que quiere decir: «deténgase y escuche». En otras palabras: deténgase y medite en ello, porque es muy importante. El escriba de la Tora de Lodz también empleó otra técnica, para lograr que el lector hiciera una pausa al estar leyendo. A veces alargaba ciertas letras, como lo hizo con la letra hebrea «PE», para recalcar que el pasaje donde aparece es muy importante. Ésta es una característica que ayuda a datar el Rollo, debido a que alargar letras era un estilo de escritura utilizado en tiempos del medievo y no en épocas posteriores. Observe lo peculiar de la siguiente letra. Es la letra «Nun», la decimocuarta letra del alfabeto hebreo. Aquí la vemos invertida y con tildes decorativas. La letra «Nun invertida», servía para indicar que el pasaje en el que se encuentra se puede encontrar en otra sección o debiera estar en otra parte. En realidad le está diciendo al lector que esa oración pertenece en otra sección de las Escrituras, pero no la vamos a poner ahí. ¿Por qué? Porque los escribas eran sumamente cuidadosos y copiaban las Escrituras exactamente tal como el manuscrito anterior lo dictaba. No iban a cambiar esa oración al lugar en el que en realidad tal vez pertenece, porque estaban comprometidos para elaborar una réplica nueva del manuscrito tal como fue escrito el manuscrito anterior. Cada vez que se leía este pasaje, la letra «Nun invertida» era un recordatorio del sumo cuidado que tuvo el escriba al copiar esta Tora. Sigue siendo un recordatorio, hasta el día de hoy. Una vez que Baruc escribió la última letra de la última palabra de esta Tora, ésta tuvo que ser certificada por otros escribas o por el rabino. Alunas tradiciones requerían que tres rabinos, por separado, verificaran su exactitud. Esto quiere decir que otros tuvieron que desenrollar este Rollo de más de veintidós metros de largo para verificar y contar todas y cada una de las 304,805 letras. Tenían que asegurarse de que hubiera la misma cantidad de letras en este Rollo cuando se lo comparaba con la Tora de la que las letras fueron copiadas. No solamente eso, cuando contaban las palabras, indicaban

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Puntos

la palabra que está justo a la mitad de la Tora. Sabían que esta palabra se encuentra en Levítico 13:33. Si la palabra justo a la mitad del nuevo Rollo no se encontraba en el versículo 33, ese Rollo no podía ser certificado. Hacían lo mismo para cada letra. La letra que se encuentra justo en medio de toda la Tora, se encuentra en Levítico 11:45. Si la letra a la mitad de los nuevos Rollos se encontraba en el versículo 45, entonces podían estar confiados de que tenían una réplica exacta de la Tora anterior. Para certificar una nueva Tora, también era común verificar que cada palabra comenzara exactamente en el mismo lugar, tal como estaba en la Tora de la que fue copiada. Si, al copiar una línea, un escriba veía que una palabra que debía permanecer en la línea ya no cabía en ella y estaba a punto de irse a la siguiente, comprimía las letras para hacer que cupieran en la misma línea. Sin embargo, al comprimirlas, una letra no podía tocar a otra. En cambio, si veía que en cierta línea le iba a sobrar mucho espacio, alargaba las letras para hacer que la última letra de la última palabra coincidiera exactamente con el final de la línea completa. Los márgenes a la derecha y a la izquierda de cada línea tenían que contener exactamente las mismas letras que la Tora de la cual se copiaba, y en cada línea se escribían letras de manera que las palabras comenzaran y terminaran exactamente en los dos márgenes. Se tomaba toda precaución para asegurarse de que cada nueva Tora era un duplicado exacto de la anterior. Ahora observe que hay puntos en la parte superior de algunas letras (en la foto, se aprecian estos puntos dentro del círculo rojo). En la parte superior de estas letras en realidad hay cinco puntos. Estos puntos servían para prevenir al lector. Significaban que pudiera haber un problema textual con este pasaje. Aun así, el escriba no podía corregir el posible problema, copiándolo de manera diferente. Debido a que estaba comprometido con la exactitud de cada letra y palabra, debía copiar todo tal como el manuscrito antiguo anterior había sido escrito. Como podemos ver, Dios infundió en este escriba, y en todos escribas que lo precedieron, una reverencia para ser sumamente cuidadoso con las Escrituras en hebreo. Cuando uno examina la Tora de Lodz, se da cuenta del sacrificio que implica conservar la Palabra de Dios. Estaba comprometido con ser sumamente cuidadoso, se preocupó por los detalles y tenía una reverencia sagrada al darle forma a cada letra y al escribir cada palabra. Estos tan dedicados escribas tenían el propósito de transmitir

con exactitud el Libro de la Ley para que usted y yo ―y nuestros hijos― tuviéramos la

revelación exacta del Dios al que adoramos. Dios anhela que lo conozcamos por quien Él es, de modo que ha protegido la integridad de su Palabra de manera meticulosa y milagrosa. Y también la ha protegido en las circunstancias más difíciles y en tiempos de prueba.

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The Lodz Torah 13

La Mano Protectora de Dios Sobre la Tora de Lodz

La peste negra, una de las pandemias más devastadoras en la historia de la humanidad, arrasó a Europa a mediados del siglo XIV. Se estima que pereció más de la mitad de la población europea. Desafortunadamente, personas mal informadas usaron como blanco a la población judía y ésta fue su chivo expiatorio. Algunos dicen que las comunidades judías fueron menos afectadas por esta pandemia debido a sus mejores prácticas de higiene así como el aislamiento en los guetos, el cual los protegió. Turbas enfadadas, conducidas por el resentimiento y en busca de alguien a quien culpar, atacaron y masacraron a cientos de comunidades judías. La Tora de la Edad Media, de la que se copió la Tora de Lodz, sin duda alguna, ya existía en estos tiempos en Europa. De manera milagrosa se salvó de los incendios y de la destrucción en contra de la población judía. Del siglo XIV al siglo XVII, la plaga de la peste negra repetidas veces regresó para perseguir a toda la población de Europa. Las comunidades judías eran el blanco de ataques y las exterminaban. Sin embargo, de alguna manera, los protectores de la Tora de Lodz se las ingeniaron para mantener las Sagradas Escrituras a salvo. Luego, a mediados del siglo XVI, las comunidades judías volvieron a sufrir, debido a la equivocada forma de pensar de muchos del movimiento de la Reforma. Al creer que los judíos eran los culpables de la muerte de Cristo, nuevamente fueron el blanco de persecución. Incendiaron sinagogas, destruyendo así sus libros de oraciones y Toras. Sin embargo, la Tora de Lodz de nuevo se salvó de estos ataques. El periodo conocido como La Ilustración, en las últimas décadas del siglo XVII, desafió las ideas que estaban cimentadas en la tradición y en la fe. Se cuestionó la autenticidad y fiabilidad histórica de las Escrituras. Aun así, la pequeña comunidad judía se aferró a sus muy arraigadas tradiciones y escritos sagrados. Y así, se salvó nuestra Tora de Lodz. Luego llegó la mayor amenaza de todas para destruir tanto a la Tora de Lodz como a todo el pueblo judío: la exterminación nazi de los judíos durante la Segunda Guerra Mundial. Después de que Hitler tomo el control total de Alemania, dispuso que conquistaría otras naciones y pueblos. El 1o de septiembre de 1939, Hitler impactó al mundo entero al atacar a Polonia. En sólo tres semanas, toda Polonia quedó bajo la ocupación de los nazis. En aquel entonces, la ciudad de Lodz tenía una de las comunidades judías más grandes de toda Europa: un total de 230,000 judíos. En menos de seis meses, los nazis establecieron el Gueto de Lodz con el único propósito de primero encarcelar y luego exterminar a la población judía de la Europa ocupada por Alemania.

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Toda la población judía de Lodz fue arreada al Gueto y forzada a vivir en él: un área cercada de solamente 3.9 kilómetros cuadrados. Toda persona que estuviera en buena condición física, fuera hombre, mujer o niño, era forzada a trabajar en fábricas o en trabajos de baja categoría, y lo único que recibía como pago era poca comida y de mala calidad. Con el paso del tiempo, las condiciones sanitarias y de salubridad del Gueto se fueron deteriorando cada vez más y más. El agrupar y aislar a la población judía, continuó en toda Polonia. Para fines del año 1941, comenzaron las deportaciones de judíos de los guetos de la ciudad de Lodz. A los deportados les decían que se los iban a llevar a trabajar en granjas polacas. En realidad se los llevaban a los campos de la muerte (campos de concentración) para morir en las cámaras de gas. El 4 de agosto de 1944, una «carga humana», 74,000 judíos, fue transportada de Lodz a las cámaras de gas para ser exterminada. Cinco meses después, los soviéticos liberaron el Gueto de Lodz. Solamente sobrevivieron 877 judíos de los más de 230,000 que fueron forzados a vivir en el gueto desde que fue creado en 1939. Se estima que sólo en Polonia fueron exterminados más de tres millones de judíos. La comunidad judía en toda Alemania padeció hambres, torturas, y una aniquilación casi total. Sin embargo, ¡esta sagrada Tora, copiada por un escriba askenazí, casi 500 años atrás, se salvó! La Tora luego fue llevada a Israel por un grupo de familias judías pobres. Querían instalarse en su tierra prometida, pero no tenían suficientes recursos económicos para hacerlo. Para poder sobrevivir, tuvieron que vender su muy valiosa y querida Tora, lo cual debió haber sido demasiado doloroso para ellos. La venta de la Tora los proveyó del dinero suficiente para poder comenzar una nueva vida en su tierra prometida, Israel.

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Su Palabra Es Eterna Es apabullante cuando uno se da cuenta de que el Dios del Universo ha supervisado la escritura y la transmisión de sus palabras de generación en generación para que usted y yo podamos tener una revelación precisa de Él. Dios fue a extraordinarios extremos para restaurar la relación íntima con usted y conmigo, de la cual gozó con la primera pareja en el Huerto del Edén. Y Él eligió la Biblia, parcialmente representada en la Tora de Lodz, como un medio para: 1) poder alcanzar al hombre, con lenguaje humano; 2) revelar la esencia de lo que hay en su corazón: tener una relación con usted y conmigo, y 3) difundir las Buenas Nuevas de Cristo como nuestro Salvador. Desde los tiempos en los que se escribieron los manuscritos originales de las

Escrituras ―algunos tienen 3,000 años de antigüedad―, los escépticos han intentado

desmentirlos, los infieles han tratado de erradicarlos e incluso dictadores intentaron quemarlos. La existencia hoy en día de la Tora de Lodz, es una prueba irrefutable de que la Palabra de Dios no sólo ha prevalecido, sino que también ha proliferado. Desde que se inventó la imprenta, cientos de millones de Biblias, y porciones de la Biblia, han sido distribuidos y traducidos a más de 2,400 idiomas. Se dice (aunque es difícil corroborarlo) que Voltaire, el muy conocido escéptico francés del siglo XVIII, que vivió en la misma época en la que se leía la Tora de Lodz, hizo una osada predicción. Dijo que cien años después de su muerte, la Biblia se extinguiría y que el cristianismo sólo sería una nota de pie en los libros de historia. Irónicamente, en 1828, cincuenta años después de la muerte de Voltaire, la Sociedad Bíblica de Ginebra, Suiza, instaló su imprenta en la casa que fuera de Voltaire y ahí produjo miles de Biblias con el propósito de difundir las Buenas Nuevas del Evangelio.

«Todo ser humano es como la hierba que se seca ―escribió Pedro, citando al profeta

Isaías―, pero la palabra del Señor permanece para siempre» (1 Pedro 1:24-25). ¡La

Tora de Lodz es un testimonio elocuente de que la Palabra de Dios es eterna y de que Dios nos ha prometido vida eterna en Jesucristo! Ahora espero que usted comprenda por qué sentí tan enorme emoción cuando adquirí este ejemplar de la Edad Media, con siglos de antigüedad, de las Sagradas Escrituras. Es una prueba tangible de toda la dedicación, trabajo, martirio, privación y persecución que hubo para conservar el mensaje de amor de Dios para usted y para mí.