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www.lacronica.culiacan.gob.mx [email protected] Adrián García Cortés Director Cronista Oficial Editor Responsable Culiacán Rosales, Sinaloa Miguel Ángel González Córdova Diseñador Gráfico Oscar Verdugo Medina Num. 228 había recorrido unas mil cuatrocientas leguas en su misión pastoral. Lo había acompañado un personaje que será clave para el control político de la región, y se trató del presbítero don Carlos Espinosa de los Monteros. La familia Espinosa de los Monteros, integrada por criollos ilustrados, cultivados y prósperos, provincianos a los que hasta entonces se les había negado la participación en el gobierno del país, buscaba impeler sus intereses individuales y regionales. De nueve hermanos, el de mayor relevancia era Carlos, que había sido prosecretario de cámara del obispo anterior, Francisco Rousset de Jesús. Al asumir el obispado, Fray Bernardo lo nombró secretario. Con el apoyo del mismo obispo, Carlos será diputado de las provincias de Sonora y Sinaloa en el Congreso de la Unión, y cuando ambas entidades se unen para formar el Estado de Occidente, será uno de sus representante. La relación con la familia Espinosa de los Monteros La familia Espinosa de los Monteros se identificó ideológicamente con Fray Bernardo y éste supo aprovecharla para consolidar su poder regional y tener presencia a través de Carlos Espinosa de los Monteros en el centro del país. En 1821, tras la consumación de la independencia de México, y con la llegada de Iturbide al poder como emperador, el obispo obtuvo una diputación en la Junta Provisional Gubernativa para Carlos, “su muy amado hijo y señor mío”, y logró que Fernando, el hermano militar de éste, fuese nombrado capitán de milicias y jefe político de la provincia de Sinaloa. La identificación de Fray Bernardo con Iturbide le ganó también su recompensa: fue honrado con la insignia de la Orden de Guadalupe. Otra iniciativa de Iturbide, que entronizó al obispo en la región, fue la separación (sin ordenamiento alguno) de separar a Sinaloa y Sonora. Esta coyuntura fue aprovechada por Fray Bernardo para lograr un mayor control político. Esa situación de privilegio vino a menos a raíz de la caída de Iturbide y la llegada de los liberales radicales al poder. La primera víctima del conflicto fue Fernando Espinosa de los Monteros, quien fue destituido de sus cargos como capital de Milicias y jefe político de Sinaloa, lugar que fue ocupado por el furibundo federalista, coronal Fermín Tarbé. La integración del Congreso Constituyente del nuevo Estado de Occidente dio paso a la disputa por el poder político. El obispo propuso a su hijo predilecto, Carlos Espinosa de los Monteros, como candidato, y se opuso a que los presbíteros José Francisco de Orrantia y Antonio Fernández Rojo, curas de Culiacán y El Fuerte, fueran electos. Estos párrocos eran contrarios a los intereses de Fray Bernardo y, por tanto, no eran santos de su devoción. Los susodichos fueron electos y el obispo, valiéndose del cura Juan Manuel Sepúlveda, así como del español Juan Manuel Díaz y la familia Espinosa de los Monteros, trataron de declarar nulas las elecciones de diputados a través de un acta ilegal. Jueves 20 de Agosto de 2009 Fray Bernardo, último reducto del absolutismo en el Noroeste Al acercarse la conmemoración del Centenario de la Independencia de nuestro país es menester recordar a personajes que dejaron una impronta, para bien o para mal, en la región, como suele suceder con hombres de tangible realidad histórica. Tal fue el caso de Bernardo Martínez y Ocejo, mejor conocido como Fray Bernardo del Espíritu Santo, último obispo nombrado por el gobierno español presidido por Fernando VII. Fray Bernardo pertenecía a los carmelitas descalzos, y en el ocaso de su vida fue nombrado obispo de la Diócesis de Sonora, Sinaloa y las Californias, en sustitución de Fray Francisco de Jesús Rousset y Rosas. Con ello inició en la región el control político para imponer sus ideas absolutistas y monárquicas. Era un lego para una región atrasada en todos los sentidos, dejada de la mano de Dios, y privada de comunicación con el resto de la Nación. Sólo se explica su presencia en esta inhóspita región a partir de sus convicciones religiosas, fe que lo hizo recorrer los lejanos dominios de su diócesis, desde la provincia de Sinaloa hasta las altas Californias. Había nacido en Santander, España, y ya adulto, a fines del siglo XVIII vino a la Nueva España. Enseñó teología en el convento de Valladolid (Morelia); estuvo en Toluca, fue prior de los carmelitas de Querétaro y Guadalajara, consejero áulico del virrey Pedro de Garibay, y la lucha por la independencia lo posicionó como cuarto definidor en el gobierno de Félix María Calleja. En 1813 se le proclamó Provincial o superior de la Orden de los Carmelitas Descalzos en la Nueva España; el 27 de septiembre de 1817 se dio su consagración episcopal y entre sus padrinos figuró el entonces teniente coronel Agustín de Iturbide. Primer encuentro con Fernández de Lizardi Bajo ese cargo autorizó a Fray José de Bartolomé publicara el libro “El duelo de la inquisición”, cuyo contenido ponía en discusión el concepto de soberanía. El primero en aceptar el reto de poner a discusión este concepto fue el escritor José Joaquín Fernández de Lizardi “El Pensador Mexicano”. Este será para Fray Bernardo el primer acercamiento con quien más tarde discutirá su famosa pastoral “La soberanía del Altísimo”. El historiador Héctor R. Olea, con base en un retrato del obispo (al parecer, el único) lo describe con un hombre alto, más bien robusto aunque seco en carnes, de frente amplia y despejada, cejas pobladas y arqueadas, ojos claros y pequeños, nariz aguileña, boca grande, tez blanca, con el pelo entrecano semicubierto por una birreta encarnada, luce el famoso pectoral de diamantes y esmeralda, obsequio del solemne día de su consagración, viste el hábito de carmelita descalzo, cordón a la cintura, pulsera de piedras preciosas en la muñeca izquierda, y la mano derecha ligeramente levantada en actitud de bendecir. El 18 de mayo de 1818 Fray Bernardo toma la mitra en la iglesia del mineral de El Rosario. Se cuenta que para esa fecha Gozó de privilegios y canonjías con Agustín de Iturbide, y se enfrentó a Guadalupe Victoria, así como a las críticas del “Pensador mexicano” Primer enfrentamiento con Guadalupe Victoria El presidente Guadalupe Victoria reconvino el jefe político Francisco de Iriarte para que se castigara a Sepúlveda, pero el obispo intervino, lo libró de cargos y, además, le ordenó al cura que excomulgase a cualquiera que quisiera castigarlo por su proceder. No obstante la resistencia del obispo se cumplieron las órdenes del Ejecutivo Federal; el jefe político se encargó de que los eclesiásticos marcharan a El Fuerte, lugar donde estaban los poderes del Estado y el Congreso Constituyente. La venganza del obispo no se hizo esperar: a uno de ellos lo suspendió en la administración de los sacramentos, y al otro le retiró el beneficio de cura. El conflicto se fue por otras vías; los indígenas del pueblo de Tepahui, jurisdicción de Navojoa, denunciaron los abusos que contra ellos cometían las autoridades eclesiásticas y civiles. La acusación iba también contra la familia Espinosa de los Monteros y la denuncia llegó a manos del presidente Victoria que solicitó al prelado que “los párrocos y demás eclesiásticos se abstuvieran de mezclarse en las cosas profanas y políticas”. El obispo, en una epístola le respondió de manera irrespetuosa y altanera que “eran chismes inverosímiles e infundados; que él por su parte había tenido a bien ver, lo menos con indiferencia, su ilegitimada reconvención”. El Gobierno Federal, en tono conciliador, trató de desviar su acusación hacia Carlos Espinosa de los Monteros, atribuyéndole ser el artífice de la epístola, y pedía su cabeza como secretario de Fray Bernardo. Éste respondió que no, que si a alguien debía atribuirse el contenido de la misma debía ser a él, y asumía cualquier condena, y devolviéndole la pelota a su cancha, dijo al presidente Victoria que si a alguien debería de suspender era al diputado Antonio Fernández Rojo por haberlo acusado de predicar contra el sistema constitucional. Francisco Padilla Beltrán Burdo retrato a pluma de Fray Bernardo del Espíritu Santo, de cuya efigie casi no existen reproducciones. Acusado de asesinato, Fray Bernardo responde con su pastoral sobre “la soberanía del Altísimo” Al tiempo se sumó otro conflicto para el obispo: en Culiacán fue muerto el licenciado Manuel Gómez de la Herrán, un destacado hombre de la ciudad y emparentado con la familia De la Vega (notables de Culiacán que sucederán que sucederían a los Espinosa de los Monteros). Lo había asesinado Manuel de Iturríos, personaje también de los notables de Culiacán. De esta muerte se acusó al obispo y a la familia Espinosa, pero nunca se comprobó si fue un crimen por rencillas familiares o de tipo político; sin embargo, los ataques al prelado no se hicieron esperar por parte de los republicanos del Congreso Constituyente y comenzaron a pedir que el obispo fuera sancionado. El gobierno de la República inició un juicio por los hechos sediciosos del obispo y éste reaccionó emitiendo una pastoral llamada “La soberanía del altísimo defendida por el ilustrísimo don Fray Bernardo del Espíritu Santo, acusado como reo a la superioridad”. La esencia del conflicto era la disputa sobre la soberanía y la relación Iglesia – Estado. “La soberanía del pueblo es herejía”, reza la pastoral de Fray Bernardo La pastoral señalaba que “era de fe divina que sobre la tierra no había autoridad que no viniera de Dios, ora sea del gobierno monárquico, ora democrático o aristocrático, la soberanía del pueblo, el poder civil viene de Dios, porque todo viene de Dios; el poder civil viene mediante el pueblo, como enseñan los eximios teólogos católicos y, principalmente, Santo Tomás”. Por tanto, para el obispo Bernardo la soberanía que recaía en el pueblo era herejía. Este documento causó polémica en el centro del país. Joaquín Fernández de Lizardi y el doctor Agustín Rivera hicieron una crítica acre del contenido. El primero calificó al documento de “subversivo, sedicioso y alarmante en primer grado” y hacía notar la malicia que incluye el manifiesto, malicia que para un pueblo ilustrado es harto ridícula y despreciable, pero en la América, en Sonora y Sinaloa, donde la ilustración es tan escasa que apenas saben lo que significa libertad, puede traernos fatales resultados”. Terminaba pidiendo a los jueces del tribunal federal se le juzgara; sin embargo, éstos le manifestaron que eso correspondía al tribunal competente del estado de Occidente. “Veremos – decía el Pensador Mexicano – si el gobierno la aplica sin diferencia de personas, pues, porque a mi me han puesto en la cárcel cuarenta veces por unos papeles sonsos y patriotas; veamos qué hace el gobierno con un obispo autor de un libelo tan calumnioso”. Consumido y amargado, murió en la villa de San Sebastián, hoy Concordia Pero el castigo nunca llegó, tal vez debido a que el país siguió inmerso en los conflictos políticos, la anarquía y los tumultos que siguieron a la instauración de la República. Al poco tiempo murió en la villa de San Sebastián (hoy Concordia) cuando realizaba una gira pastoral. El mismo Olea señala que “Fray Bernardo era ya un completo anciano, amargado por los tratamientos irrespetuosos de algunos clérigos, fustigado por el poder oficial, desilusionado por las fulminantes acusaciones sobre su conducta, motejado su nombre por la ironía más cruel en un escándalo nacional, agravó sus males y murió. Tras su muerte vino también el declive de la familia Espinosa de los Monteros, y su lugar lo ocuparía el clan De la Vega, pero esa es otra historia. Guadalupe Victoria, primer presidente de México, conoció los desplantes de poder de Fray Bernardo

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Adrián García Cortés Director Cronista Oficial Editor ResponsableCuliacán Rosales, SinaloaMiguel Ángel González Córdova Diseñador GráficoOscar Verdugo Medina Num. 228

había recorrido unas mil cuatrocientas leguas en su misión pastoral. Lo había acompañado un personaje que será clave para el control político de la región, y se trató del presbítero don Carlos Espinosa de los Monteros.

La familia Espinosa de los Monteros, integrada por criollos ilustrados, cultivados y prósperos, provincianos a los que hasta entonces se les había negado la participación en el gobierno del país, buscaba impeler sus intereses individuales y regionales. De nueve hermanos, el de mayor relevancia era Carlos, que había sido prosecretario de cámara del obispo anterior, Francisco Rousset de Jesús. Al asumir el obispado, Fray Bernardo lo nombró secretario. Con el apoyo del mismo obispo, Carlos será diputado de las provincias de Sonora y Sinaloa en el Congreso de la Unión, y cuando ambas entidades se unen para formar el Estado de Occidente, será uno de sus representante.

La relación con la familia Espinosa de los Monteros

La familia Espinosa de los Monteros se identificó ideológicamente con Fray Bernardo y éste supo aprovecharla para consolidar su poder regional y tener presencia a través de Carlos Espinosa de los Monteros en el centro del país. En 1821, tras la consumación de la independencia de México, y con la llegada de Iturbide al poder como emperador, el obispo obtuvo una diputación en la Junta Provisional Gubernativa para Carlos, “su muy amado hijo y señor mío”, y logró que Fernando, el hermano militar de éste, fuese nombrado capitán de milicias y jefe político de la provincia de Sinaloa. La identificación de Fray Bernardo con Iturbide le ganó también su recompensa: fue honrado con la insignia de la Orden de Guadalupe.

Otra iniciativa de Iturbide, que entronizó al obispo en la región, fue la separación (sin ordenamiento alguno) de separar a Sinaloa y Sonora. Esta coyuntura fue aprovechada por Fray Bernardo para lograr un mayor control político.

Esa situación de privilegio vino a menos a raíz de la caída de Iturbide y la llegada de los liberales radicales al poder. La primera víctima del conflicto fue Fernando Espinosa de los Monteros, quien fue destituido de sus cargos como capital de Milicias y jefe político de Sinaloa, lugar que fue ocupado por el furibundo federalista, coronal Fermín Tarbé.

La integración del Congreso Constituyente del nuevo Estado de Occidente dio paso a la disputa por el poder político. El obispo propuso a su hijo predilecto, Carlos Espinosa de los Monteros, como candidato, y se opuso a que los presbíteros José Francisco de Orrantia y Antonio Fernández Rojo, curas de Culiacán y El Fuerte, fueran electos. Estos párrocos eran contrarios a los intereses de Fray Bernardo y, por tanto, no eran santos de su devoción. Los susodichos fueron electos y el obispo, valiéndose del cura Juan Manuel Sepúlveda, así como del español Juan Manuel Díaz y la familia Espinosa de los Monteros, trataron de declarar nulas las elecciones de diputados a través de un acta ilegal.

Jueves 20 de Agosto de 2009

Fray Bernardo, último reducto del absolutismo en el Noroeste

Al acercarse la conmemoración del Centenario de la Independencia de nuestro país es menester recordar a personajes que dejaron una impronta, para bien o para mal, en la región, como suele suceder con hombres de tangible realidad histórica.

Tal fue el caso de Bernardo Martínez y Ocejo, mejor conocido como Fray Bernardo del Espíritu Santo, último obispo nombrado por el gobierno español presidido por Fernando VII. Fray Bernardo pertenecía a los carmelitas descalzos, y en el ocaso de su vida fue nombrado obispo de la Diócesis de Sonora, Sinaloa y las Californias, en sustitución de Fray Francisco de Jesús Rousset y Rosas. Con ello inició en la región el control político para imponer sus ideas absolutistas y monárquicas.

Era un lego para una región atrasada en todos los sentidos, dejada de la mano de Dios, y privada de comunicación con el resto de la Nación. Sólo se explica su presencia en esta inhóspita región a partir de sus convicciones religiosas, fe que lo hizo recorrer los lejanos dominios de su diócesis, desde la provincia de Sinaloa hasta las altas Californias.

Había nacido en Santander, España, y ya adulto, a fines del siglo XVIII vino a la Nueva España. Enseñó teología en el convento de Valladolid (Morelia); estuvo en Toluca, fue prior de los carmelitas de Querétaro y Guadalajara, consejero áulico del virrey Pedro de Garibay, y la lucha por la independencia lo posicionó como cuarto definidor en el gobierno de Félix María Calleja. En 1813 se le proclamó Provincial o superior de la Orden de los Carmelitas Descalzos en la Nueva España; el 27 de septiembre de 1817 se dio su consagración episcopal y entre sus padrinos figuró el entonces teniente coronel Agustín de Iturbide.

Primer encuentro con Fernández de Lizardi

Bajo ese cargo autorizó a Fray José de Bartolomé publicara el libro “El duelo de la inquisición”, cuyo contenido ponía en discusión el concepto de soberanía. El primero en aceptar el reto de poner a discusión este concepto fue el escritor José Joaquín Fernández de Lizardi “El Pensador Mexicano”. Este será para Fray Bernardo el primer acercamiento con quien más tarde discutirá su famosa pastoral “La soberanía del Altísimo”.

El historiador Héctor R. Olea, con base en un retrato del obispo (al parecer, el único) lo describe con un hombre alto, más bien robusto aunque seco en carnes, de frente amplia y despejada, cejas pobladas y arqueadas, ojos claros y pequeños, nariz aguileña, boca grande, tez blanca, con el pelo entrecano semicubierto por una birreta encarnada, luce el famoso pectoral de diamantes y esmeralda, obsequio del solemne día de su consagración, viste el hábito de carmelita descalzo, cordón a la cintura, pulsera de piedras preciosas en la muñeca izquierda, y la mano derecha ligeramente levantada en actitud de bendecir.

El 18 de mayo de 1818 Fray Bernardo toma la mitra en la iglesia del mineral de El Rosario. Se cuenta que para esa fecha

Gozó de privilegios y canonjías con Agustín de Iturbide, y se enfrentó a Guadalupe Victoria, así como a las críticas del “Pensador mexicano”

Primer enfrentamiento con Guadalupe Victoria

El presidente Guadalupe Victoria reconvino el jefe político Francisco de Iriarte para que se castigara a Sepúlveda, pero el obispo intervino, lo libró de cargos y, además, le ordenó al cura que excomulgase a cualquiera que quisiera castigarlo por su proceder.

No obstante la resistencia del obispo se cumplieron las órdenes del Ejecutivo Federal; el jefe político se encargó de que los eclesiásticos marcharan a El Fuerte, lugar donde estaban los poderes del Estado y el Congreso Constituyente. La venganza del obispo no se hizo esperar: a uno de ellos lo suspendió en la administración de los sacramentos, y al otro le retiró el beneficio de cura.

El conflicto se fue por otras vías; los indígenas del pueblo de Tepahui, jurisdicción de Navojoa, denunciaron los abusos que contra ellos cometían las autoridades eclesiásticas y civiles. La acusación iba también contra la familia Espinosa de los Monteros y la denuncia llegó a manos del presidente Victoria que solicitó al prelado que “los párrocos y demás eclesiásticos se abstuvieran de mezclarse en las cosas profanas y políticas”. El obispo, en una epístola le respondió de manera irrespetuosa y altanera que “eran chismes inverosímiles e infundados; que él por su parte había tenido a bien ver, lo menos con indiferencia, su ilegitimada reconvención”.

El Gobierno Federal, en tono conciliador, trató de desviar su acusación hacia Carlos Espinosa de los Monteros, atribuyéndole ser el artífice de la epístola, y pedía su cabeza como secretario de Fray Bernardo. Éste respondió que no, que si a alguien debía atribuirse el contenido de la misma debía ser a él, y asumía cualquier condena, y devolviéndole la pelota a su cancha, dijo al presidente Victoria que si a alguien debería de suspender era al diputado Antonio Fernández Rojo por haberlo acusado de predicar contra el sistema constitucional.

Francisco Padilla Beltrán

Burdo retrato a pluma de Fray Bernardo del Espíritu Santo, de cuya efigie casi no existen reproducciones.

Acusado de asesinato, Fray Bernardo responde con su pastoral sobre “la soberanía del Altísimo”Al tiempo se sumó otro conflicto para el obispo: en Culiacán fue muerto el licenciado Manuel Gómez de la Herrán, un destacado hombre de la ciudad y emparentado con la familia De la Vega (notables de Culiacán que sucederán que sucederían a los Espinosa de los Monteros). Lo había asesinado Manuel de Iturríos, personaje también de los notables de Culiacán. De esta muerte se acusó al obispo y a la familia Espinosa, pero nunca se comprobó si fue un crimen por rencillas familiares o de tipo político; sin embargo, los ataques al prelado no se hicieron esperar por parte de los republicanos del Congreso Constituyente y comenzaron a pedir que el obispo fuera sancionado.

El gobierno de la República inició un juicio por los hechos sediciosos del obispo y éste reaccionó emitiendo una pastoral llamada “La soberanía del altísimo defendida por el ilustrísimo don Fray Bernardo del Espíritu Santo, acusado como reo a la superioridad”. La esencia del conflicto era la disputa sobre la soberanía y la relación Iglesia – Estado.

“La soberanía del pueblo es herejía”, reza la pastoral de Fray Bernardo

La pastoral señalaba que “era de fe divina que sobre la tierra no había autoridad que no viniera de Dios, ora sea del gobierno monárquico, ora democrático o aristocrático, la soberanía del pueblo, el poder civil viene de Dios, porque todo viene de Dios; el poder civil viene mediante el pueblo, como enseñan los eximios teólogos católicos y, principalmente, Santo Tomás”. Por tanto, para el obispo Bernardo la soberanía que recaía en el pueblo era herejía.

Este documento causó polémica en el centro del país. Joaquín Fernández de Lizardi y el doctor Agustín Rivera hicieron una crítica acre del contenido. El primero calificó al documento de “subversivo, sedicioso y alarmante en primer grado” y hacía notar la malicia que incluye el manifiesto, malicia que para un pueblo ilustrado es harto ridícula y despreciable, pero en la América, en Sonora y Sinaloa, donde la ilustración es tan escasa que apenas saben lo que significa libertad, puede traernos fatales resultados”.

Terminaba pidiendo a los jueces del tribunal federal se le juzgara; sin embargo, éstos le manifestaron que eso correspondía al tribunal competente del estado de Occidente. “Veremos – decía el Pensador Mexicano – si el gobierno la aplica sin diferencia de personas, pues, porque a mi me han puesto en la cárcel cuarenta veces por unos papeles sonsos y patriotas; veamos qué hace el gobierno con un obispo autor de un libelo tan calumnioso”.

Consumido y amargado, murió en la villa de San Sebastián, hoy Concordia

Pero el castigo nunca llegó, tal vez debido a que el país siguió inmerso en los conflictos políticos, la anarquía y los tumultos que siguieron a la instauración de la República. Al poco tiempo murió en la villa de San Sebastián (hoy Concordia) cuando realizaba una gira pastoral. El mismo Olea señala que “Fray Bernardo era ya un completo anciano, amargado por los tratamientos irrespetuosos de algunos clérigos, fustigado por el poder oficial, desilusionado por las fulminantes acusaciones sobre su conducta, motejado su nombre por la ironía más cruel en un escándalo nacional, agravó sus males y murió.

Tras su muerte vino también el declive de la familia Espinosa de los Monteros, y su lugar lo ocuparía el clan De la Vega, pero esa es otra historia.

Guadalupe Victoria, primer presidente de México,conoció los desplantes de poder de Fray Bernardo