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ODISEA Homero Obra reproducida sin responsabilidad editorial

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Canto I. Los dioses deciden en asam-blea el retorno de OdiseoCanto II. Telémaco reúne en asambleaal pueblo de ItacaCanto III. Telémaco viaja a Pilos parainformarse sobre su padreCanto IV. Telémaco viaja a Esparta parainformarse sobre su padreCanto V. Odiseo llega a Esqueria de losfeaciosCanto VI. Odiseo y NausícaaCanto VII. Odiseo en el palacio deAlcínooCanto VIII. Odiseo agasajado por losfeaciosCanto IX. Odiseo cuenta sus aventuras:los Cicones, los Lotófagos, los CíclopesCanto X. La isla de Eolo. El palacio deCirce la hechiceraCanto X1. Descensus ad inferosCanto XII. Las Sirenas. Ercila y Carib-dis. La isla del Sol.Ogigia

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Canto XIII. Los feacios despiden a Odi-seo. Llegada a ItacaCanto XIV. Odiseo en la majada deEumeoCanto XV. Telémaco regresa a ItacaCanto XVI. Telémaco reconoce a Odi-seoCanto XVII. Odiseo mendiga entre lospretendientesCanto XVIII. Los pretendientes vejan aOdiseoCanto XIX. La esclava Euriclea recono-ce a OdiseoCanto XX. La última cena de los pre-tendientesCanto XXI. El certamen del arcoCanto XXII. La venganzaCanto XXIII. Penélope reconoce a Odi-seoCanto XXIV. El pacto

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CANTO I

LOS DIOSES DECIDEN EN ASAMBLEAEL RETORNO DE ODISEO

Cuéntame, Musa, la historia del hombre demuchos senderos,que anduvo errante muy mucho después deTroya sagrada asolar;vió muchas ciudades de hombres y conoció sutalante,y dolores sufrió sin cuento en el mar tratandode asegurar la vida y el retorno de sus compa-ñeros.Mas no consiguió salvarlos, con mucho querer-lo,pues de su propia insensatez sucumbieron víctimas,¡locas! de Hiperión Helios las vacas comieron,

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y en tal punto acabó para ellos el día del retor-no.Diosa, hija de Zeus, también a nosotros,cuéntanos algún pasaje de estos sucesos.

Ello es que todos los demás, cuantos habíanescapado a la amarga muerte, estaban en casa,dejando atrás la guerra y el mar. Sólo él estabaprivado de regreso y esposa, y lo retenía en sucóncava cueva la ninfa Calipso, divina entre lasdiosas, deseando que fuera su esposo.

Y el caso es que cuando transcurrieron los añosy le llegó aquel en el que los dioses habíanhilado que regresara a su casa de Itaca, ni si-quiera entonces estuvo libre de pruebas; nicuando estuvo ya con los suyos. Todos los dio-ses se compadecían de él excepto Poseidón,quién se mantuvo siempre rencoroso con eldivino Odiseo hasta que llegó a su tierra.Pero había acudido entonces junto a los Etiopesque habitan lejos (los Etiopes que están dividi-

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dos en dos grupos, unos donde se hunde Hi-perión y otros donde se levanta), para asistir auna hecatombe de toros y carneros; en cambio,los demás dioses estaban reunidos en el palaciode Zeus Olímpico. Y comenzó a hablar el padrede hombres y dioses, pues se había acordadodel irreprochable Egisto, a quien acababa dematar el afamado Orestes, hijo de Agamenón.Acordóse, pues, de éste, y dijo a los inmortalessu palabra:«¡Ay, ay, cómo culpan los mortales a los dio-ses!, pues de nosotros, dicen, proceden los ma-les. Pero también ellos por su estupidez sopor-tan dolores más allá de lo que les corresponde.Así, ahora Egisto ha desposado -cosa que no lecorrespondía- a la esposa legítima del Atrida yha matado a éste al regresar; y eso que sabíaque moriría lamentablemente, pues le había-mos dicho, enviándole a Hermes, al vigilanteArgifonte, que no le matara ni pretendiera a suesposa. "Que habrá una venganza por parte deOrestes cuando sea mozo y sienta nostalgia de

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su tierra." Así le dijo Hermes, mas con tenerbuenas intenciones no logró persuadir a Egisto.Y ahora las ha pagado todas juntas.»Y le contestó luego la diosa de ojos brillantes,Atenea:«Padre nuestro Cronida, supremo entre los quemandan, ¡claro que aquél yace víctima de unamuerte justa!, así perezca cualquiera que come-ta tales acciones. Pero es por el prudente Odi-seo por quien se acongoja mi corazón, por eldesdichado que lleva ya mucho tiempo lejos delos suyos y sufre en una isla rodeada de co-rriente donde está el ombligo del mar. La isla esboscosa y en ella tiene su morada una diosa, lahija de Atlante, de pensamientos perniciosos, elque conoce las profundidades de todo el mar ysostiene en su cuerpo las largas columnas quemantienen apartados Tierra y Cielo. La hija deéste lo retiene entre dolores y lamentos y tratacontinuamente de hechizarlo con suaves y astu-tas razones para que se olvide de Itaca; peroOdiseo, que anhela ver levantarse el humo de

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su tierra, prefiere morir. Y ni aun así se te con-mueve el corazón, Olímpico. ¿Es que no te eragrato Odiseo cuando en la amplia Troya te sa-crificaba víctimas junto a las naves aqueas?¿Por qué tienes tanto rencor, Zeus?»Y le contestó el que reúne las nubes, Zeus:«Hija mía, ¡qué palabra ha escapado del cercode tus dientes! ¿Cómo podría olvidarme tanpronto del divino Odiseo, quien sobresale entrelos hombres por su astucia y más que nadie haofrendado víctimas a los dioses inmortales queposeen el vasto cielo? Pero Poseidón, el queconduce su carro por la tierra, mantiene unrencor incesante y obstinado por causa delCíclope a quien aquél privó del ojo, Polifemo,igual a los dioses, cuyo poder es el mayor entrelos Cíclopes. Lo parió la ninfa Toosa, hija deForcis, el que se cuida del estéril mar, unién-dose a Poseidón en profunda cueva. Por esto,Poseidón, el que sacude la tierra, no mata aOdiseo, pero lo hace andar errante lejos de sutierra patria. Conque, vamos, pensemos todos

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los aquí presentes sobre su regreso, de formaque vuelva. Y Poseidón depondrá su cólera;que no podrá él solo rivalizar frente a todos losinmortales dioses contra la voluntad de éstos.»Y le contestó luego la diosa de ojos brillantes,Atenea:«Padre nuestro Cronida, supremo entre los quemandan, si por fin les cumple a los dioses feli-ces que regrese a casa el muy astuto Odiseo,enviemos enseguida a Hermes, al vigilante Ar-gifonte, para que anuncie inmediatamente a laNinfa de lindas trenzas nuestra inflexible deci-sión: el regreso del sufridor Odiseo. Que yo mepresentaré en Itaca para empujar a su hijo -yponerle valor en el pecho- a que convoque enasamblea a los aqueos de largo cabello a fin deque pongan coto a los pretendientes que siem-pre le andan sacrificando gordas ovejas y cuer-nitorcidos bueyes de rotátiles patas. Lo enviarétambién a Esparta y a la arenosa Pilos para queindague sobre el regreso de su padre, por si oye

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algo, y para que cobre fama da valiente entrelos hombres.»Así diciendo, ató bajo sus pies las hermosassandalias inmortales, doradas, que la suelenllevar sobre la húmeda superficie o sobre tierrafirme a la par del soplo del viento. Y tomó unafuerte lanza con la punta guarnecida de agudobronce, pesada, grande, robusta, con la quedomeña las filas de los héroes guerreros contralos que se encoleriza la hija del padre Todopo-deroso. Luego descendió lanzándose de lascumbres del Olimpo y se detuvo en el pueblode Itaca sobre el pórtico de Odiseo, en el um-bral del patio. Tenía entre sus manos una lanzade bronce y se parecía a un forastero, a Mentes,caudillo de los tafios.Y encontró a los pretendientes. Éstos complac-ían su ánimo con los dados delante de las puer-tas y se sentaban en pieles de bueyes que ellosmismos habían sacrificado. Sus heraldos y so-lícitos sirvientes se afanaban, unos en mezclarvino con agua en las cráteras, y los otros en

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limpiar las mesas con agujereadas esponjas; selas ponían delante y ellos se distribuían carneen abundancia. El primero en ver a Atenea fueTelémaco, semejante a un dios; estaba sentadoentre los pretendientes con corazón acongojadoy pensaba en su noble padre: ¡ojalá viniera ehiciera dispersarse a los pretendientes por elpalacio!, ¡ojalá tuviera él sus honores y reinarasobre sus posesiones! Mientras esto pensabasentado entre los pretendientes, vió a Atenea.Se fue derecho al pórtico, y su ánimo rebosabade ira por haber dejado tanto tiempo al foraste-ro a la puerta. Se puso cerca, tomó su manoderecha, recibió su lanza de bronce y le dirigióaladas palabras:«Bienvenido, forastero, serás agasajado en micasa. Luego que hayas probado del banquete,dirás qué precisas.»Así diciendo, la condujo y ella le siguió, PalasAtenea. Cuando ya estaban dentro de la eleva-da morada, llevó la lanza y la puso contra unalarga columna, dentro del pulimentado guarda-

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lanzas donde estaban muchas otras del sufridorOdiseo. La condujo e hizo sentar en un sillón yextendió un hermoso tapiz bordado; y bajo suspies había un escabel. Al lado colocó un canapélabrado lejos de los pretendientes, no fuera queel huésped, molesto por el ruido, no se deleita-ra con el banquete alcanzado por sus arrogan-cias y para preguntarle sobre su padre ausente.Y una esclava derramó sobre fuente de plata elaguamanos que llevaba en hermosa jarra deoro, para que se lavara, y al lado extendió unamesa pulimentada. Luego la venerable ama dellaves puso comida sobre ella y añadió abun-dantes piezas escogidas, favoréciéndole entrelos que estaban presentes. El trinchante lesofreció fuentes de toda clase de carnes que hab-ían sacado del trinchador y a su lado colocócopas de oro. Y un heraldo se les acercaba amenudo y les escanciaba vino.Luego entraron los arrogantes pretendientes yenseguida comenzaron a sentarse por orden ensillas y sillones. Los heraldos les derramaron

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agua sobre las manos, las esclavas amontona-ron pan en las canastas y los jóvenes coronaronde vino las cráteras. Y ellos echaron mano delos alimentos que tenían dispuestos delante.Después que habían echado de sí el deseo decomer y beber, ocuparon su pensamiento elcanto y la danza, pues éstos son complementosde un banquete; así que un heraldo puso her-mosa cítara en manos de Femio, quien cantabaa la fuerza entre los pretendientes, y éste rom-pió a cantar un bello canto acompañándose dela cítara.Entonces Telémaco se dirigió a Atenea, de ojosbrillantes, y mantenía cerca su cabeza para queno se enteraran los demás:«Forastero amigo, ¿vas a enfadarte por lo que tediga? Éstos se ocupan de la cítara y el canto -¡ybien fácilmente!-, pues se están comiendo sinpagar unos bienes ajenos, los de un hombrecuyos blancos huesos ya se están pudriendobajo la acción de la lluvia, tirados sobre el lito-ral, o los voltean las olas en el mar. ¡Si al menos

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lo vieran de regreso a Itaca...! Todos desearíanser más veloces de pies que ricos en oro y ves-tidos. Sin embargo, ahora ya está perdido deaciago destino, y ninguna esperanza nos quedapor más que alguno de los terrenos hombresasegure que volverá. Se le ha acabado el día delregreso.«Pero, vamos, dime esto ---e infórmame converdad-: ¿quién, de dónde eres entre los hom-bres?, ¿dónde están tu ciudad y tus padres?,¿en qué nave has llegado?, ¿cómo te han con-ducido los marineros hasta Itaca y quiénes seprecian de ser? Porque no creo en absoluto quehayas llegado aquí a pie. Dime también converdad, para que yo lo sepa, si vienes por pri-mera vez o eres huésped de mi padre; que mu-chos otros han venido a nuestro palacio, ya quetambién él hacía frecuentes visitas a los hom-bres.»Y Atenea, de ojos brillantes, se dirigió a él:«Claro que te voy a contestar sinceramente atodo esto. Afirmo con orgullo ser Mentes, hijo

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de Anquíalo, y reino sobre los tafios, amantesdel remo. Ahora acabo de llegar aquí con minave y compañeros navegando sobre el pontorojo como el vino hacia hombres de otras tie-rras; voy a Temesa en busca de bronce y llevoreluciente hierro. Mi nave está atracada lejos dela ciudad en el puerto Reitro, a los pies del bos-coso monte Neyo. Tenemos el honor de serhuéspedes por parte de padre; puedes bajar apreguntárselo al viejo héroe Laertes, de quienafirman que ya no viene nunca a la ciudad ysufre penalidades en el campo en compañía deuna anciana sierva que le pone comida y bebidacuando el cansancio se apodera de sus miem-bros, de recorrer penosamente la fructífera tie-rra de sus productivos viñedos.«He venido ahora porque me han aseguradoque tu padre estaba en el pueblo. Pero puedeque los dioses lo hayan detenido en el camino,porque en modo alguno esta muerto sobre latierra el divino Odiseo, sino que estará reteni-do, vivo aún, en algún lugar del ancho mar, en

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alguna isla rodeada de corriente donde lo tie-nen hombres crueles y salvajes que lo sujetancontra su voluntad.«Así que te voy a decir un presagio -porque losinmortales lo han puesto en mi pecho y porquecreo que se va a cumplir, no porque yo sea adi-vino ni entienda una palabra de aves de agüe-ro-: ya no estará mucho tiempo lejos de su tie-rra patria, ni aunque lo retengan ligaduras dehierro. Él pensará cómo volver, que es rico enrecursos.«Pero, vamos, dime -e infórmame con verdad-si tú, tan grande ya, eres hijo del mismo Odi-seo. Te pareces a aquél asombrosamente en lacabeza y los lindos ojos; que muy a menudonos reuníamos antes de embarcar él para Troya,donde otros argivos, los mejores, embarcaronen las cóncavas naves. Desde entonces no hevisto a Odiseo, ni él a mí.»Y Telémaco le contestó discretamente:«Desde luego, huésped, te voy a hablar since-ramente. Mi madre asegura que soy hijo de él;

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yo, en cambio, no lo sé; que jamás conoció na-die por sí mismo su propia estirpe. ¡Ojalá fuerayo el hijo dichoso de un hombre al que alcanza-ra la vejez en medio de sus posesiones! Sin em-bargo, se ha convertido en el más desdichadode los mortales hombres aquél de quien dicenque yo soy hijo, ya que me lo preguntas.»Y Atenea, de ojos brillantes, se dirigió a él:Seguro que los dioses no te han dado linaje sinnombre, puesto que Penélope te ha engendradotal como eres. Conque, vamos, dime esto -einfórmame con verdad-: ¿qué banquete, quéreunión es ésta y que necesidad tienes de ella?¿Se trata de un convite o de una boda?, porqueseguro que no es una comida a escote: ¡tanirrespetuosos me parece que comen en el pala-cio, más de lo conveniente! Se irritaría viendotantas torpezas cualquier hombre con sentidocomún que viniera.»Y Telémaco le contestó discretamente:«Huésped, puesto que me preguntas esto a in-quieres, este palacio fue en otro tiempo segu-

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ramente rico a irreprochable mientras aquelhombre estaba todavía en casa. Pero ahora losdioses han decidido otra cosa maquinandodesgracias; lo han hecho ilocalizable más que alresto de los hombres. No me lamentaría yo tan-to por él aunque estuviera muerto, si hubierasucumbido entre sus compañeros en el pueblode los troyanos o entre los brazos de los suyos,una vez que hubo cumplido la odiosa tarea dela guerra. En este caso le habría construido unatumba el ejército panaqueo y habría cosechadopara el futuro un gran renombre para su hijo.Sin embargo, las Harpías se lo han llevado singloria; se ha marchado sin que nadie lo viera,sin que nadie le oyera, y a mí sólo me ha legadodolores y lágrimas.«Pero no solo lloro y me lamento por aquél; quelos dioses me han proporcionado otras malaspreocupaciones, pues cuantos nobles reinansobre las islas -Duliquio, Same y la boscosaZantez - y cuantos son poderosos en la escar-pada Itaca pretenden a mi madre y arruinan mi

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casa. Ella ni se niega al odioso matrimonio ni escapaz de ponerles coto, y ellos arruinan mihacienda comiéndosela. Luego acabarán inclu-so conmigo mismo.»Y le contestó, irritada, Palas Atenea:«¡Ay, ay, mucha falta te hace ya el ausente Odi-seo!; que pusiera él sus manos sobre los des-vergonzados pretendientes. Pues si ahora, yade regreso, estuviera en pie ante el pórtico delpalacio sosteniendo su hacha, su escudo y susdos lanzas tal como yo le vi por primera vez ennuestro palacio bebiendo y gozando del ban-quete recién llegado de Efira, del palacio deMermérida... (había marchado allí Odiseo enrápida nave para buscar veneno homicida conque untar sus broncíneas flechas. Aquél no se lodió, pues veneraba a los dioses que vivensiempre, pero se lo entregó mi padre, pues loamaba en exceso). ¡Con tal atuendo se enfrenta-ra Odiseo con los pretendientes! Corto el desti-no de todos sería y amargas sus nupcias. Pero

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está en las rodillas de los dioses si tomará ven-ganza en su palacio al volver o no.«En cuanto a ti, te ordeno que pienses la mane-ra de echar del palacio a los pretendientes.Conque, vamos, escúchame y presta atención amis palabras: convoca mañana en asamblea alos héroes aqueos y hazles a todos manifiesta tupalabra; y que los dioses sean testigos. Ordenaa los pretendientes que se dispersen a sus casas,y a tu madre.., si su deseo la impulsa a casarse,que vuelva al palacio de su poderoso padre; leprepararán unas nupcias y le dispondrán unadote abundante, cuanta es natural que acom-pañe a una hija querida.«A ti, sin embargo, te voy a aconsejar sagaz-mente, por si quieres obedecerme: bota unanave de veinte remos, la mejor, y marcha parainformarte sobre tu padre largo tiempo ausen-te, por si alguno de los mortales pudiera decirtealgo o por si escucharas la Voz que viene deZeus, la que, sobre todas, lleva a los hombreslas noticias.

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«Primero dirígete a Pilos y pregunta al divinoNéstor, y desde allí a Esparta al palacio del ru-bio Menelao, pues él ha llegado al postrero delos aqueos que visten bronce. Si oyes de tu pa-dre que vive y está de vuelta, soporta todavíaotro año, aunque tengas pesar; pero si oyes queha muerto y que ya no vive, regresa enseguidaa tu tierra patria, levanta una tumba en suhonor y ofréndale exequias en abundancia,cuantas están bien.Y entrega tu madre a un marido. Luego queesto hayas concluido, medita en tu mente y entu corazón la manera de matar a los pretendien-tes en tu casa con engaño o a las claras.Y es preciso que no juegues a cosas de niños,pues no eres de edad para hacerlo. ¿No hasoído qué fama ha cobrado el divino Orestesentre todos los hombres por haber matado alasesino de su padre, a Egisto fecundo en ardi-des, porque había quitado la vida a su ilustrepadre? También tú, amigo —pues te veo vigo-roso y bello—, sé valiente para que alguno de

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tus descendientes hable bien de ti. Yo me mar-cho ahora mismo a la rápida nave junto a miscompañeros, que deben estar cansados de tantoesperarme. Tú ocúpate de esto y presta oídos amis palabras.»Y le contestó Telémaco discretamente:«Huésped, en verdad dices esto con sentimien-tos amigos, como un padre a su hijo, y jamáslos echaré a olvido. Mas, vamos, quédate ahorapor muy deseoso que estés del camino, paraque después de bañarte y gozar en tu pechomarches alegre a la nave portando un presente,un regalo estimable y hermoso que será para tiun tesoro de mí, como los que hospedan dan asus huéspedes.»Y contestó luego Atenea, de ojos brillantes:«No me detengas más, que ya ansío el camino.El regalo que tu corazón te empuje a darme,entrégamelo cuando vuelva otra vez para lle-varlo a casa. Escoge uno bueno de verdad ytendrás otro igual en recompensa.»

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Así hablando, partió la de ojos brillantes, Ate-nea, y se remontó como un ave, e infundió au-dacia en el pecho de Telémaco y valentía. Perodespués de reflexionar en su mente quedó es-tupefacto, pues pensó que era un dios. Y, mor-tal a los dioses igual, marchó enseguida junto alos pretendientes.Entre éstos estaba cantando el ilustre aedo, yellos escuchaban sentados en silencio. Cantabael regreso de los aqueos que Palas Atenea leshabía deparado funesto desde Troya. La hija deIcario, la prudente Penélope, acogió en su pe-cho el inspirado canto desde el piso de arriba ydescendió por la elevada escalera de su palacio;mas no sola, que la acompañaban dos siervas.Cuando hubo llegado a los pretendientes ladivina entre las mujeres, se detuvo junto al pi-lar central del techo labrado llevando ante susmejillas un grueso velo, y a cada lado se pusouna fiel sirvienta. Luego habló llorando al divi-no aedo:

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«Femio, sabes otros muchos cantos, hechizo delos mortales, hazañas de hombres y dioses quelos aedos hacen famosas. Cántales uno de éstossentado a su lado y que ellos beban su vino ensilencio; mas deja ya ese canto triste que meestá dañando el corazón dentro del pecho,puesto que a mí sobre todos me ha alcanzadoun dolor inolvidable, pues añoro, acordándomecontinuamente, la cabeza de un hombre cuyorenombre es amplio en la Hélade y hasta elcentro de Argos».Y Telémaco le dijo discretamente:«Madre mía, ¿qué reprochas al amable aedoque nos deleite como le impulse su voluntad?No son los aedos culpables, sino en cierto sen-tido Zeus, el que dota a los hombres que comengrano como quiere a cada uno».Para éste no habrá castigo porque cante el des-tino aciago de los dánaos, pues éste es el cantoque más celebran los hombres, el que llega másreciente a los oyentes.

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«Que tu corazón y tu espíritu soporten escu-charlo, pues no sólo Odiseo perdió en Troya eldía de su regreso, que también perecieron otrosmuchos hombres. Conque marcha a tu habita-ción y cuídate de tu trabajo, el telar y la rueca, yordena a las esclavas que se ocupen del suyo.La palabra debe ser cosa de hombres, de todos,y sobre todo de mí, de quien es el poder en estepalacio.»Admiróse ella y se encaminó de nuevo a suhabitación, pues puso en su interior la palabradiscreta de su hijo. Subió al piso de arriba encompanía de las esclavas y luego rompió a llo-rar a Odiseo su esposo hasta que Atenea, deojos brillantes, echo dulce sueño sobre sus par-pados.Los pretendientes rompieron a alborotar en elsombrío mégaron y deseaban todos acostarseen su cama al lado de ella. Entonces comenzó ahablarles Telémaco discretamente:«Pretendientes de mi madre que tenéis excesivainsolencia, gocemos ahora con el banquete y

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que no haya vocerío, puesto que lo mejor esescuchar a un aedo como éste, semejante en suvoz a los dioses».«Al amanecer marchemos a la plaza y sente-monos todos para que os diga sin empacho quesalgáis de mi palacio, os preparéis otros ban-quetes y comáis vuestros propios bienes in-vitándoos mutuamente. Pero si os parece lomejor y más acertado destruir sin pagar lahacienda de un solo hombre, consumidla. Yoclamaré a los dioses, que viven siempre, por siZeus de algun modo me concede que vuestrasobras sean castigadas: pereceréis al punto, sinnadie que os vengue, dentro de este palacio!»Así habló, y todos clavaron los dientes en suslabios. Estaban admirados de Telémaco porquehabía hablado audazmente. Y Antínoo, hijo deEupites, se dirigió a él:«Telémaco, seguramente los dioses mismos teenseñan a ser ya arrogante en la palabra y ahablar audazmente. ¡Que el hijo de Crono no te

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haga rey de Itaca, rodeada de mar, cosa que porlinaje te corrresponde como herencia paterna! »Y Telemaco le contestó discretamente:«Antínoo, aunque te enojes conmigo por lo quevoy a decir, esto es precisamente lo que quisie-ra yo obtener si Zeus me lo concede. ¿O acasocrees que es lo peor entre los hombres? No esnada malo ser rey, no; rapidamente tu palaciose hace rico y tu mismo más respetado. Perohay muchos otros personajes reales en Itaca,rodeada de mar; que uno de ellos ocupe el tro-no, muerto el divino Odiseo. Yo seré soberanode mi palacio y de los esclavos que el divinoOdiseo tomó para mi como botin. »Y Eurímaco, hijo de Pólibo, le dijo a su vez:«Telémaco, en verdad está en las rodillas de losdioses quién de los aqueos va a reinar en Itaca,rodeada de mar; tú harías mejor en conservartus posesiones y reinar sobre tus esclavos.¡Cuidado no venga algún hombre que lo privede tus posesiones por la fuerza, contra tu vo-luntad, mientras Itaca siga habitada!

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«Pero quiero, excelente, preguntarte sobre elforastero de dónde es, de qué tierra se precia deser y dónde tiene ahora su linaje y heredad pa-terna. ¿Acaso trae un mensaje de tu padre au-sente o ha llegado aquí por algún asunto pro-pio? Cuán rápido se levantó y marchó ensegui-da sin esperar a que lo conociéramos. Desdeluego no parecía en su aspecto un hombre delpueblo.»Y Telémaco le contestó discretamente:«Eurímaco, con certeza se ha acabado el regresode mi padre. No hago ya caso a noticia alguna,venga de donde viniere, ni presto oídos al orá-culo de procedencia divina que mi madre pue-da comunicarme llamándome al mégaron. Estehombre es huésped paterno mío y afirma conorgullo que es Mentes, hijo del prudence Anqu-íalo, y reina sobre los Tafios, amantes del re-mo.»Así dijo Telémaco, aunque había reconocido ala diosa inmortal en su mente.

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Volvieron ellos al baile y al canto para deleitar-se y aguardaron al lucero de la tarde y cuandose estaban deleitando les sobrevino éste, así quese pusieron en camino cada uno a su casa dese-ando acostarse.Entonces Telémaco se dirigió cavilando hacia ellecho, hacia donde tenía construido su suntuo-so dormitorio en el muy hermoso patio, en lu-gar de amplia visión. Junto a él llevaba teasardientes la fiel Euriclea, hija de Ope Pisenóri-da, a la que había comprado en otro tiempoLaertes, cuando todavía era adolescente, por elvalor de veinte bueyes; la honraba en el palacioigual que a su casta esposa, pero nunca se unióa ella en la cama por evitar la cólera de su mu-jer. Ésta era quien llevaba a su lado las ardien-tes antorchas y lo amaba más que ninguna es-clava, pues lo había criado cuando era peque-ño.Abrió Telémaco las puertas del dormitorio,suntuosamente construido, y se sentó en el le-cho, se desnudó del suave manto y lo echó so-

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bre las manos de la muy diligente anciana. Éstaestiró y dobló el manto y colgándolo de un cla-vo junto al lecho agujereado se puso en caminopara salir del dormitorio. Tiró de la puerta conuna anilla de plata y echó el cerrojo con la co-rrea.Durante toda la noche, cubierto por el vellón deuna oveja, planeaba él en su mente el viaje quele había dispuesto Atenea.

CANTO II

TELÉMACO REÚNE EN ASAMBLEAAL PUEBLO DE ITACA

Y cuando se mostró Eos, la que nace de la ma-ñana, la de dedos de rosa, al punto el amadohijo de Odiseo se levantó del lecho, vistió susvestidos, colgó de su hombro la aguda espada ybajo sus pies, brillantes como el aceite, calzóhermosas sandalias.

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Luego se puso en marcha, salió del dormitoriosemejante a un dios en su porte y ordenó a losvocipotentes heraldos que convocaran enasamblea a los aqueos de largo cabello; aquéllosdieron el bando y éstos comenzaron a reunirsecon premura. Después, cuando hubieron sidoreunidos y estaban ya congregados, se puso encamino hacia la plaza -en su mano una lanza debronce-; mas no solo, que le seguían dos lebre-les de veloces patas. Entonces derramó Ateneasobre él una gracia divina y lo contemplabanadmirados todos los ciudadanos; se sentó en eltrono de su padre y los ancianos le cedieron elsitio.A continuación comenzó a hablar entre ellos elhéroe Egiptio, quien estaba ya encorvado por lavejez y sabía miles de cosas, pues también suhijo, el lancero Antifo, había embarcado en lascóncavas naves en compañla del divino Odiseohacia Ilión de buenos potros; lo había matado elsalvaje Cíclope en su profunda cueva y lo habíapreparado como último bocado de su cena.

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Aún le quedaban tres: uno estaba entre los pre-tendientes y los otros dos cuidaban sin descan-so los bienes paternos. Pero ni aun así se habíaolvidado de aquél, siempre lamentándose yafligiéndose. Derramando lágrimas por su hijolevantó la voz y dijo:«Escuchadme ahora a mí, itacenses, lo que voya deciros. Nunca hemos tenido asamblea nisesión desde que el divino Odiseo marchó enlas cóncavas naves. ¿Quién, entonces, nos con-voca ahora de esta manera? ¿A quién ha asalta-do tan grande necesidad ya sea de los jóvenes ode los ancianos? ¿Acaso ha oído alguna noticiade que llega el ejército, noticia que quiere reve-larnos una vez que él se ha enterado?, ¿o nos vaa manifestar alguna otra cosa de interés para elpueblo? A mí me parece que es noble, afortu-nado. ¡Así Zeus llevara a término lo bueno queél revuelve en su mente!»Así habló, y el amado hijo de Odiseo se alegrópor sus palabras. Con que ya no estuvo sentadopor más tiempo y sintió un deseo repentino de

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hablar. Se puso en pie en mitad de la plaza y lecolocó el cetro en la mano el heraldo Pisenor,conocedor de consejos discretos.Entonces se dirigió primero al anciano y dijo:«Anciano, no está lejos ese hombre, soy yo elque ha convocado al pueblo (y tú lo sabráspronto), pues el dolor me ha alcanzado en de-masía.. No he escuchado noticia alguna de quellegue el ejército que os vaya a revelar despuésde enterarme yo, ni voy a manifestaros ni adeciros nada de interés para el pueblo, sino unasunto mío privado que me ha caído sobre elpalacio como una peste, o mejor como dos: unoes que he perdido a mi noble padre, que en otrotiempo reinaba sobre vosotros aquí presentes yera bueno como un padre. Pero ahora me hasobrevenido otra peste aún mayor que está apunto de destruir rápidamente mi casa y me vaa perder toda la hacienda: asedian a mi madre,aunque ella no lo quiere, unos pretendienteshijos de hombres que son aquí los más nobles.Estos tienen miedo de ir a casa de su padre Ica-

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rio para que éste dote a su hija y se la entreguea quien él quiera y encuentre el favor de ella.En cambio vienen todos los días a mi casa ysacrifican bueyes, ovejas y gordas cabras y sebanquetean y beben a cántaros el rojo vino. Asíque se están perdiendo muchos bienes, pues nohay un hombre como Odiseo que arroje estamaldición de mi casa. Yo todavía no soy paraarrojarla, pero ¡seguro que más adelante voy aser débil y desconocedor del valor! En verdadque yo la rechazaría si me acompañara la fuer-za, pues ya no son soportables las acciones quese han cometido y mi casa está perdida de lapeor manera. Indignaos también vosotros yavergonzaos de vuestros vecinos, los que vivena vuestro lado. Y temed la cólera de los dioses,no vaya a ser que cambien la situación irritadospor sus malas acciones. Os lo ruego por ZeusOlímpico y por Temis, la que disuelve y reúnelas asambleas de los hombres; conteneos, ami-gos, y dejad que me consuma en soledad,víctima de la triste pena -a no ser que mi noble

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padre Odiseo alguna vez hiciera mal a losaqueos de hermosas grebas, a cambio de lo cualme estáis dañando rencorosamente y animáis alos pretendientes. Para mí sería más ventajosoque fuerais vosotros quienes consumen mispropiedades y ganado. Si las comierais voso-tros algún día obtendría la devolución, puesrecorrería la ciudad con mi palabra demandán-doos el dinero hasta que me fuera devueltotodo; ahora, sin embargo, arrojáis sobre mi co-razón dolores incurables.»Así habló indignado y arrojó el cetro a tierracon un repentino estallido de lágrimas. Y lalástima se apoderó de todo el pueblo. Queda-ron todos en silencio y nadie se atrevió a repli-car a Telémaco con palabras duras; sólo Antí-noo le dijo en contestación:«Telémaco, fanfarrón, incapaz de reprimir tucólera; ¿qué cosa has dicho, cubriéndonos devergüenza? Desearías cubrirnos de baldón.Sabes que los culpables no son los pretendien-tes de entre los aqueos, sino tu madre, que sabe

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muy bien de astucias. Pues ya es éste el terceraño, y con rapidez se acerca el cuarto, desdeque aflige el corazón en el pecho de los aqueos.A todos da esperanzas y hace promesas a cadapretendiente enviándole recados; pero su ima-ginación maquina otras cosas.«Y ha meditado este otro engaño en su pecho:levantó un gran telar en el palacio y allí tejía,telar sutil a inacabable, y sin dilación nos dijo:"Jóvenes pretendientes míos, puesto que hamuerto el divino Odiseo, aguardad, por muchoque deseéis esta boda conmigo, a que acabeeste manto -no sea que se me pierdan inútil-mente los hilos-, este sudario para el héroe La-ertes, para cuando lo arrebate el destructor des-tino de la muerte de largos lamentos. Que noquiero que ninguna de las aqueas del pueblo seirrite conmigo si yace sin sudario el que tantoposeyó."«Así dijo, y nuestro noble ánimo la creyó. Asíque durante el día tejía la gran tela y por la no-che, colocadas antorchas a su lado, la destejía.

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Su engaño pasó inadvertido durante tres años yconvenció a los aqueos, pero cuando llegó elcuarto año y pasaron las estaciones, una de susmujeres, que lo sabía todo, nos lo reveló y sor-prendimos a ésta destejiendo la brillante tela.Así fue como la terminó, y no voluntariamente,sino por la fuerza.«Conque ésta es la respuesta que te dan lospretendientes, para que la conozcas tú mismo yla conozcan todos los aqueos: envía por tu ma-dre y ordénala que se case con quien la aconsejesu padre y a ella misma agrade. Pero si todavíasigue atormentando mucho tiempo a los hijosde los aqueos ejercitando en su mente las cuali-dades que la ha concedido Atenea en exceso(ser entendida en trabajos femeninos muy be-llos y tener pensamientos agudos y astutos co-mo nunca hemos oído que tuvieran ninguna delas aqueas de lindas trenzas ni siquiera de lasque vivieron antiguamente, como Tiro, Alcme-na y.Micena de linda corona -ninguna de ellaspensó planes semejantes a los de Penélope-),

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entonces esto al menos no habrá sido lo másconveniente que haya planeado. Pues tuhacienda y propiedades te serán devoradasmientras ella mantenga semejante decisión quelos dioses han puesto ahora en su pecho. Se estácreando para sí una gran gloria, pero para tisólo la añoranza de tu mucha hacienda.«En cuanto a nosotros, no marcharemos a nues-tros trabajos ni a parte alguna hasta que se casecon el que quiera de los aqueos.»Y le respondió Telémaco discretamente:«Antínoo, no me es posible echar de mi casacontra su voluntad a la que me ha dado a luz, ala que me ha criado, mientras mi padre está enotra parte de la tierra -viva él o esté muerto. Yserá terrible para mí devolver a Icario muchascosas si envío a mi madre por propia iniciativa.Por parte de mi padre sufriré castigo y otros medarán la divinidad, puesto que mi madre con-jurará a las diosas Erinias si se marcha de casa,y también por parte de los hombres tendré cas-tigo. Por esto jamás diré yo esa palabra. Con-

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que, si vuestro ánimo se irrita por esto, salid demi palacio y preparaos otros banquetes co-miendo vuestras posesiones e invitándoos envuestras casas recíprocamente, que yo clamaréa los dioses, que viven siempre, por si Zeus meconcede que vuestras obras sean castigadas dealgun modo: ¡pereceréis al punto, sin nadie queos vengue, dentro de este palacio!»Así habló Telémaco, y Zeus que ve a lo ancho,le echó a volar dos águilas desde arriba, desdelas cumbres de la montaña. Estas se dirigíanvolando a la par del soplo del viento cerca unade otra, extendidas las alas. Cuando llegaron alcentro de la plaza, donde mucho se habla, co-menzaron a dar vueltas batiendo sus espesasalas y llegaron cerca de las cabezas de todos, yen sus ojos brillaba la muerte. Y desgarrándosecon las uñas mejillas y cuellos se lanzaron porla derecha a través de las casas y la ciudad delos itacenses. Admiraron éstos aterrados a lasaves cuando las vieron con sus ojos, y removíanen su corazón qué era lo que iba a cumplirse. Y

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entre ellos habló el anciano héroe HalitersesMastorida, pues sólo él aventajaba a los de suedad en conocer los pájaros y explicar presa-gios. Levantó la voz con buenas intencioneshacia ellos y comenzó a hablar:«Ahora, itacenses, escuchadme a mí lo que voya deciros -y es sobre todo a los pretendientes aquienes voy a hacer esta revelación-: sobre ellosanda dando vueltas una gran desgracia, puesOdiseo ya no estará mucho tiempo lejos de lossuyos, sino que ya está cerca, en alguna parte, yestá sembrando la muerte y el destino para to-dos éstos. También para otros muchos de losque habitamos Itaca, hermosa al atardecer,habrá desgracias. Pensemos entonces cuantoantes cómo ponerles término o bien que se lopongan ellos a sí mismos, pues esto será lo quemás les conviene. Y yo no vaticino como uninexperto, sino como uno que sabe bien. Osaseguro que todo se está cumpliendo para élcomo se lo dije cuando los argivos embarcaronpara Ilión y con ellos marchó el astuto Odiseo.

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Le dije que sufriría muchas calamidades, queperdería a todos sus compañeros y que volveríaa casa a los veinte años desconocido de todos. Yya se está cumpliendo todo.»Y le contestó Eurímaco, hijo de Pólibo:«Viejo, vete ya a casa a profetizar a tus hijos, nosea que sufran alguna desgracia en el futuro.Estas cosas las vaticino yo mucho mejor que tú.Numerosos son los pájaros que van y vienenbajo los rayos del Sol y no todos son de agüero.Está claro que Odiseo ha muerto lejos -¡ojaláque hubieras perecido tú también con él!; nohabrías dicho tantos vaticinios ni habrías inci-tado al irritado Telémaco esperando ansiosa-mente un regalo para tu casa, por si te lo daba.Conque voy a hablarte, y esto sí se va a cum-plir: si tú, sabedor de muchas y antiguas cosas,incitas con tus palabras a un hombre más jovena que se irrite, para él mismo primero será máspenoso -pues nada podrá conseguir con estaspredicciones-, y a ti, viejo, te pondremos una

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multa que te será doloroso pagar. Y tu dolorserá insoportable.

En cuanto a Telémaco, yo mismo voy a darle unconsejo delante de todos: que ordene a su ma-dre volver a casa de su padre. Ellos le prepa-rarán unas nupcias y le dispondrán una muyabundante dote, cuanta es natural que acom-pañe a una hija querida. No creo yo que loshijos de los aqueos renuncien a su pretensiónlaboriosa, pues no tememos a nadie a pesar detodo y no, desde luego, a Telémaco por muchapalabrería que muestre. Tampoco hacemos casodel presagio sin cumplimiento que tú, viejo, nosrevelas haciéndotenos todavía más odioso.Igualmente serán devorados tus bienes de malamanera y jamás lo serán compensados, al me-nos mientras ella entretenga a los aqueos res-pecto de su boda. Pues nosotros nos mantene-mos expectantes todos los días y rivalizamospor causa de su excelencia, y no marchamos

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tras otras con las que a cada uno nos convendr-ía casar.»Entonces le contestó Telémaco discretamente:«Eurímaco y demás ilustres pretendientes: novoy a apelar más a vosotros ni tengo más quedecir; ya lo saben los dioses y todos los aqueos.Pero dadme ahora una rápida nave y veintecompañeros que puedan llevar a término con-migo un viaje aquí y allá, pues me voy a Espar-ta y a la arenosa Pilos para enterarme del regre-so de mi padre, largo tiempo ausente, por sialguno de los mortales me lo dice o escucho laVoz que viene de Zeus, la que, sobre todas,lleva a los hombres las noticias. Si oigo que mipadre vive y está de vuelta, soportaré todavíaotro año; pero si oigo que ha muerto y que yano vive, regresaré enseguida a mi tierra patria,levantaré una tumba en su honor y le ofrendaréexequias en abundancia, cuantas está bien, yentregaré mi madre a un marido.»Así hablando se sentó, y entre ellos se levantóMéntor, que era compañero del irreprochable

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Odiseo y a quien éste al marchar en las naveshabía encomendado toda su casa -que obe-decieran todos al anciano y que él conservaratodo intacto-. Éste levantó la voz con buenossentimientos hacia ellos y dijo:

«Escuchadme ahora a mí, itacenses, lo que voya deciros: ¡que de ahora en adelante ningún reyportador de cetro sea benévolo, ni amable, nibondadoso, y no sea justo en su pensamiento,sino que siempre sea cruel y obre injustamente!,pues del divino Odiseo no se acuerda ningunode los ciudadanos sobre los que reinó, aunqueera tierno como un padre. Mas yo me lamentono de que los esforzados pretendientes come-tan acciones violentas por la maldad de su espí-ritu, pues exponen sus propias cabezas al co-merse con violencia la hacienda de Odiseo, ase-gurando que éste ya no volverá jamás. Me irritomás bien contra el resto del pueblo, de qué mo-do estáis todos sentados en silencio y, aunsiendo muchos, no contenéis a los pretendien-

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tes, que son pocos, cercándoles con vuestraspalabras.»Y le contestó Leócrito, el hijo de Evenor:«Obstinado Méntor, ayuno de sesos; ¿qué hasdicho incitándolos a que nos contengan? Difícilsería incluso a hombres más numerosos lucharpor un banquete. Pues aunque el itacense Odi-seo viniera en persona y maquinara en su men-te arrojar del palacio a los nobles pretendientesque se banquetean en su casa, no se alegraría suesposa de que viniera, por mucho que lo desee,sino que allí mismo atraería sobre sí vergonzo-sa muerte si luchara con hombres más numero-sos. Y tú no has hablado como te corresponde.Vamos, ciudadanos, dispersaos cada uno a sustrabajos. A éste le ayudarán para el viajeMéntor y Halitérses, que son compañeros de supadre desde hace mucho tiempo. Aunque sen-tado por mucho tiempo, creo yo, escuchará lasnoticias en Itaca y jamás llevará a término talviaje. »

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Así habló y disolvió la asamblea rápidamente.Se dispersaron cada uno a su casa y los preten-dientes marcharon al palacio del divino Odiseo.Telémaco, en cambio, se alejó hacia la orilla delmar, lavó sus manos en el canoso mar y suplicóa Atenea:«Préstame oídos tú, divinidad que llegaste ayera mi palacio y me diste la orden de marchar enuna nave sobre el brumoso ponto para infor-marme sobre el regreso de mi padre, largotiempo ausente. Todo esto lo están retrasandolos aqueos, sobre todo los pretendientes, funes-tamente arrogantes.»Así habló suplicándole; Atenea se le acercó se-mejante a Méntor en la figura y voz y se dirigióa él con aladas palabras:«Telémaco, no serás en adelante cobarde niestúpido si has heredado el noble corazón de tupadre; ¡cómo era él para realizar obras y pala-bras! Por esto tu viaje no va a ser infructuoso nibaldío. Pero si no eres hijo de aquél y de Pené-lope, no tengo esperanza alguna de que lleves a

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cabo lo que meditas. Pocos, en efecto, son loshijos iguales a su padre; la mayoría son peoresy sólo unos pocos son mejores que su padre.Pero puesto que en el futuro no vas a ser co-barde ni estúpido ni te ha abandonado del todoel talento de Odiseo, hay esperanza de que lle-gues a realizar tal empresa.«Deja, pues, ahora las intenciones y pensamien-tos de los enloquecidos pretendientes, pues noson sensatos ni justos; no saben que la muerte yla negra Ker están ya a su lado para matar atodos en un día. El viaje que preparas ya noestá tan lejano para ti, y es que yo soy tan buenamigo de tu padre que te voy a aparejar unarápida nave y acompañar en persona.«Conque marcha ahora a tu casa a reunirte conlos pretendientes; prepara provisiones y méte-las todas en recipientes, el vino en cántaros, y laharina, sustento de los hombres, en pellejosespesos. Yo voy por el pueblo a reunir volunta-rios. Existen numerosas naves en Itaca, rodeadade corriente, nuevas y viejas; veré cuál es la

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mejor y aparejándola rápidamente la lan-zaremos al ancho ponto.»Así habló Atenea, hija de Zeus, y Telémaco yano aguardó más, pues había escuchado la vozde un dios. Así que se puso en camino, su co-razón acongojado, hacia el palacio y encontró alos altivos pretendientes degollando cabras yasando cerdos en el patio.Antínoo se encaminó riendo hacia Telémaco, letomó de la mano, le dijo su palabra y le llamópor su nombre:«Telémaco, fanfarrón, incapaz de contener tucólera, que no ocupe tu pecho ninguna acción opalabra mala, sino comer y beber conmigo co-mo antes. Los aqueos te prepararán una nave yremeros elegidos para que llegues con más ra-pidez a la agradable Pilos en busca de noticiasde tu ilustre padre.»

Y le respondió Telémaco discretamente:«Antínoo, no me es posible comer callado envuestra arrogante compañía y gozar tranquila-

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mente. ¿O es que no es bastante que me hayáisdestruido hasta ahora muchas y buenas cosasde mi propiedad, pretendientes, mientras eratodavía un niño? Mas ahora que ya soy grandey que, escuchando la palabra de los demás,comprendo todo y el arrojo me ha crecido en elpecho, intentaré enviaros las funestas Keres, yasea marchando a Pilos o aquí mismo, en elpueblo.«Me marcho -y el viaje que os anuncio no seráinfructuoso- como pasajero, pues no poseo na-ves ni remeros. Esto os parecía lo más ventajosopara vosotros!»Así dijo y retiró con rapidez su mano de la ma-no de Antínoo.Y los pretendientes se aplicaban al banquetedentro del palacio y se mofaban de él zahirién-dolo con sus palabras.Así decía uno de los jóvenes arrogantes:«Seguro que Telémaco nos está meditando lamuerte; traerá alguien de la arenosa Pilos paraque lo defienda o tal vez de Esparta, pues mu-

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cho lo desea. O quizá quiere ir a Efira, tierrafértil, a fin de traer de allí venenos que corrom-pen la vida y echarlos en la crátera para des-truirnos a todos.»Y otro de los jóvenes arrogantes decía:¿Quién sabe si, marchando en la cóncava nave,no perece también él vagando lejos de los suyoscomo Odiseo! Así nos acrecentaría el trabajo,pues repartiríamos todos sus bienes y la casa sela daríamos a su madre y al que con ella casarapara que la conservaran.»Mientras así hablaban descendió Telémaco a ladespensa de elevado techo de su padre, espa-ciosa, donde había oro amontonado en el sueloy bronce, y en arcones vestidos, y oloroso aceiteen abundancia. También había allí dispuestasen fila, junto a la pared, tinajas de añejo vinosabroso que contenían sin mezcla la divina be-bida por si alguna vez volvía a casa Odiseodespués de sufrir dolores sin cuento. Las puer-tas que allí había se podían cerrar fuertementeensambladas, eran de dos hojas, y permanecía

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allí día y noche un ama de llaves que vigilabatodo con la agudeza de su mente, Euriclea, hijade Ope Pisenórida.

A ésta dirigió Telémaco su palabra llamándolaa la despensa:«Vamos, ama, sácame en ánforas sabroso vino,el más preciado después del que tú guardaspensando en aquel desdichado, por si vienealgún día Odiseo de linaje divino después deevitar la muerte y las Keres; lléname doce hastaarriba y ajusta todas con tapas. Échame tam-bién harina en bien cosidos pellejos, hasta vein-te medidas de harina de trigo molido. Sólo túdebes saberlo. Que esté todo preparado, pues lorecogeré por la tarde cuando ya mi madre hayasubido al piso de arriba y esté ocupada en acos-tarse. Me marcho a Esparta y a la arenosa Pilospara enterarme del regreso de mi padre, por sioigo algo.»Así habló; rompió en lamentos su nodriza Euri-clea y dijo llorando aladas palabras:

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«¿Por qué, hijo mío, tienes en tu interior esteproyecto? ¿Por dónde quieres ir a una tierra tangrande siendo el bienamado hijo único? Hasucumbido lejos de su patria Odiseo, de linajedivino, en un país desconocido, y éstos te an-dan meditando la muerte para el mismo mo-mento en que te marches, para que mueras enemboscada. Ellos se lo repartirán todo. Anda,quédate aquí sentado sobre tus cosas; no tienesnecesidad ninguna de sufrir penalidades en elestéril ponto ni de andar errante.»Y Telémaco le contestó discretamente:«Anímate, ama, puesto que esta decisión me havenido no sin un dios. Ahora júrame que nodirás esto a mi madre antes de que llegue el díadécimo o el duodécimo, o hasta que ella mismame eche de menos y oiga que he partido, paraque no afee, desgarrándola, su hermosa piel.»Así habló, y la anciana juró por los dioses congran juramento que no lo haría. Cuando hubojurado y llevado a término este juramento ver-tió enseguida vino en las ánforas y echó harina

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en bien cosidos sacos. Y Telémaco se puso encamino hacia las habitaciones de abajo parareunirse con los pretendientes.Entonces la diosa de ojos brillantes, Atenea,concibió otra idea. Tomando la forma de Telé-maco marchó por toda la ciudad y poniéndosecerca de cada hombre les decía su palabra; lesordenaba que se congregaran con el crepúsculojunto a la rápida nave. Después pidió una rápi-da nave a Noemón, esclarecido hijo de Fronio,y éste se la ofreció de buena gana. Y se sumer-gió Helios y todos los caminos se llenaron desombras. Entonces empujó hacia el mar a larápida nave, puso en ella todas las provisionesque suelen llevar las naves de buenos bancos yla detuvo al final del puerto.Los valientes compañeros ya se habían congre-gado en grupo, pues la diosa había movido acada uno en particular.Entonces la diosa de ojos brillantes, Atenea,concibió otra idea: se puso en camino hacia elpalacio del divino Odiseo y una vez allí de-

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rramó dulce sueño sobre los pretendientes, loshechizó cuando bebían e hizo caer las copas desus manos. Y éstos se apresuraron por la ciu-dad para ir a dormir y ya no estuvieron senta-dos por más tiempo, pues el sueño se posabasobre sus párpados.Entonces Atenea, de ojos brillantes, se dirigió aTelémaco llamándolo desde fuera del palacio,agradable para vivir, asemejándose a Méntoren la figura y timbre de voz:«Ya tienes sentados al remo a tus compañerosde hermosas grebas y esperan tu partida. Va-mos, no retrasemos por más tiempo el viaje.»Así habló, y lo condujo rápidamente Palas Ate-nea, y él marchaba en pos de las huellas de ladiosa. Cuando llegaron a la nave y al mar en-contraron sobre la ribera a los aqueos de largocabello y entre ellos habló la sagrada fuerza deTelémaco:«Aquí, los míos, traigamos las provisiones; yaestá todo junto en mi palacio. Mi madre no está

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enterada de nada ni las demás esclavas; sólouna ha oído mi palabra.»

Así habló y los condujo, y ellos le seguían decerca. Se llevaron todo y lo pusieron en la navede buenos bancos como había ordenado el que-rido hijo de Odiseo.Subió luego Telémaco a la nave; Atenea ibadelante y se sentó en la popa, y a su lado sesentó Telémaco.Los compañeros soltaron las amarras, subierontodos y se sentaron en los bancos. Y Atenea, deojos brillantes, les envió un viento favorable, elfresco Céfiro que silba sobre el ponto rojo comoel vino.Telémaco animó a sus compañeros, les ordenóque se asieran a las jarcias y éstos escucharon alque les urgía. Levantaron el mástil de abeto y locolocaron dentro del hueco construido en me-dio, lo ataron con maromas y extendieron lasblancas velas con bien retorcidas correas de pielde buey. El viento hinchó la vela central y las

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purpúreas olas bramaron a los lados de la qui-lla de la nave en su marcha, y corría apresu-rando su camino sobre las olas.Después ataron los aparejos a la rápida nave ylevantaron las cráteras llenas de vino hasta losbordes haciendo libaciones a los inmortalesdioses, que han nacido para siempre, y entretodos especialmente a la de ojos brillantes, a lahija de Zeus.Y la nave continuó su camino toda la noche ydurante el amanecer.

CANTO IIITELÉMACO VIAJA A PILOS PARA INFOR-MARSESOBRE SU PADRE

Habíase levantado Helios, abandonando elhermosísimo estanque del mar, hacia el broncí-neo cielo para alumbrar a los inmortales y a losmortales caducos sobre la Tierra donadora de

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vida, cuando llegaron a Pilos, la bien construi-da ciudadela de Neleo.Los pilios estaban sacrificando sobre la riberadel mar toros totalmente negros en honor delde azuloscura cabellera, el que sacude las tie-rras. Había nueve asientos y en cada uno esta-ban sentados quinientos hombres y de cadauno hacían ofrenda de nueve toros. Mientraséstos gustaban las entrañas y quemaban losmuslos en honor del dios, los itacenses entra-ban en el puerto; amainaron las velas de laequilibrada nave, las ataron, fondearon la navey descendieron.

Entonces descendió Telémaco de la nave y Ate-nea iba delante. Y a él dirigió sus primeras pa-labras la diosa de ojos briIlantes:«Telémaco, ya no has de tener vergüenza, ni unpoco siquiera, pues has navegado el mar parainquirir dónde oculta la tierra a tu padre y quésuerte ha corrido.

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«Conque, vamos, marcha directamente a casade Néstor, domador de caballos; sepamos quépensamientos guarda en su pecho. Y suplícalepara que te diga la verdad; mentira no te dirá,es muy discreto.»Y le contestó Telémaco discretamente:«Méntor, ¿cómo voy a ir a abrazar sus rodillas?No tengo aún experiencia alguna en discursosajustados. Y además a un hombre joven le davergüenza preguntar a uno más viejo.»Y la diosa de ojos brillantes, Atenea, se dirigióde nuevo a él:«Telémaco, unas palabras las concebirás en tupropia mente y otras te las infundirá la divini-dad. Estoy seguro de que tú has nacido y te hascriado no sin 1a voluntad de los dioses.»Así habló y lo condujo con rapidez Palas Ate-nea, y él siguió en pos de la diosa. Llegaron a laasamblea y a los asientos de los hombres dePilos, donde Néstor estaba sentado con sushijos, y en torno a ellos los compañeros asaban

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la carne y la ensartaban preparando el banque-te.Cuando vieron a los forasteros se reunierontodos en grupo, les tomaron de las manos enseñal de bienvenida y les ordenaron sentarse.Pisístrato, el hijo de Néstor, fue el primero quese les acercó: les tomó a ambos de la mano y loshizo sentarse en torno al banquete sobre blan-das pieles de ovejas, en las arenas marinas, a lavera de su hermano Trasimedes y de su padre.Luego les dió parte de las entrañas, les vertióvino en copa de oro y dirigió a Palas Atenea, lahija de Zeus, portador de égidas, sus palabrasde bienvenida:

«Forastero, eleva tus súplicas al soberano Po-seidón, pues en su honor es el banquete con elque os habéis encontrado al llegar aquí. Luegoque hayas hecho las libaciones y súplicas comoestá mandado, entrega también a éste la copade agradable vino para que haga libación; quetambién él, creo yo, hace súplicas a los inmorta-

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les, pues todos los hombres. necesitan a los dio-ses. Pero es más joven, de mi misma edad, poreso quiero darte a ti primero la copa de oro.»Así diciendo, puso en su mano la copa de agra-dable vino; Atenea dio las gracias al discreto, alcabal hombre, porque le había dado a ella pri-mero la copa de oro y a continuación dirigióuna larga plegaria al soberano Poseidón:«Escúchame, Poseidón, que conduces tu carropor la tierra, y no te opongas por rencor a quelos que te suplican llevemos a término esta em-presa. Concede a Néstor antes que a nadie, y asus hijos, honor, y después concede a los demáspilios una recompensa en reconocimiento porsu espléndida hecatombe. Concede también aTelémaco y a mí que volvamos después dehaber conseguido aquello por lo que hemosvenido aquí en veloz, negra nave.»Así orando, realizó (ritualmente) todo y en-tregó a Telémaco la hermosa copa doble. Y elquerido hijo de Odiseo elevó su súplica de mo-do semejante.

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Cuando habían asado la carne exterior de lasvíctimas, la sacaron del asador, repartieron lasporciones y se aplicaron al magnífico festín. Ydespués que habían echado de sí el apetito decomer y beber, comenzó a hablarles el de Gere-nias, el caballero Néstor:

«Ahora que se han saciado de comida, lo mejores entablar conversación y preguntar a los fo-rasteros quiénes son. Forasteros, ¿quiénes sois?,¿de dónde habéis llegado navegando loshúmedos senderos? ¿Andáis errantes por algúnasunto o sin rumbo como los piratas por la mar,los que andan a la aventura exponiendo susvidas y llevando la destrucción a los de otrastierras?»Y Telémaco se llenó de valor y le contestó dis-cretamente -pues la misma Atenea le infundióvalor en su interior para que le preguntara so-bre su padre ausente y para que cobrara famade valiente entre los hombres:

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«Néstor, hijo de Neleo, gran honra de los aque-os, preguntas de dónde somos y yo te lo voy aexponer en detalle.«Hemos venido de Itaca, a los pies del monteNeyo, y el asunto de que te voy a hablar es pri-vado, no público. Ando a lo ancho en busca denoticias sobre mi padre -por si las oigo en algúnsitio-, de Odiseo el divino, el sufridor, de quiendicen que en otro tiempo arrasó la ciudad deTroya luchando a tu lado. Ya me he enteradodónde alcanzó luctuosa muerte cada uno decuantos lucharon contra los troyanos, pero sumuerte la ha hecho desconocida el hijo de Cro-no, pues nadie es capaz de decirme claramentedónde está muerto, si ha sucumbido en tierrafirme a manos de hombres enemigos o en elmar entre las olas de Anfitrite. Por esto me lle-go ahora a tus rodillas, por si quieres contarmesu luctuosa muerte -la hayas visto con tus pro-pios ojos o hayas escuchado el relato de algúncaminante-; ¡digno de lástima lo parió su ma-dre! Y no endulces tus palabras por respeto ni

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piedad, antes bien cuéntame detalladamentecómo llegaste a verlo. Te lo suplico si es quealguna vez mi padre, el noble Odiseo, te pro-metió algo y te lo cumplió en el pueblo de lostroyanos donde los aqueos sufríais penalida-des. Acuérdate de esto ahora y cuéntame laverdad.»

Y le contestó luego el de Gerenia, el caballeroNéstor:«Hijo mío, puesto que me has recordado losinfortunios que tuvimos que soportar en aquelpaís los hijos de los aqueos de incontenible fu-ria: cuánto vagamos con las naves en el brumo-so ponto, a la deriva en busca de botín pordonde nos guiaba Aquiles y cuánto combati-mos en torno a la gran ciudad del soberanoPríamo... Allí murieron los mejores: allí reposaAyax, hijo de Ares, y allí Aquiles, y allí Patros-lo, consejero de la talla de los dioses, y allí miquerido hijo, fuerte a la vez que irreprochable,Antíloco, que sobresalía en la carrera y en el

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combate. Otros muchos males sufrimos ademásde éstos. ¿Quién de los mortales hombres podr-ía contar todas aquellas cosas? Nadie, por másque te quedaras a su lado cinco o seis años parapreguntarle cuántos males sufrieron allí losaqueos de linaje divino. Antes volverías apesa-dumbrado a tu tierra patria. Durante nueveaños tramamos desgracias contra ellosacechándoles con toda clase de engaños y aduras penas puso término (a la guerra) el hijode Cronos.

«Jamás quiso nadie igualársele en inteligencia,puesto que el divino Odiseo era muy superioren toda clase de astucias, tu padre, si es queverdaderamente eres descendencia suya. (Alverte se apodera de mí el asombro. En verdadvuestras palabras son parecidas y no se puededecir que un hombre joven hable tan discreta-mente.)«Jamás, durante todo el tiempo que estuvimosallí, hablábamos de diferente modo yo y el di-

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vino Odiseo ni en la asamblea ni en el consejo,sino que teníamos un solo pensamiento, y conjuicio y prudente consejo mostrábamos a losaqueos cómo saldría todo mejor.«Después, cuando habíamos saqueado la ele-vada ciudad de Príamo y embarcamos en lasnaves y la divinidad dispersó a los aqueos,Zeus concibió en su mente un regreso lamenta-ble para los argivos porque no todos eran pru-dentes ni justos. Así que muchos de éstos fue-ron al encuentro de una desgraciada muertepor causa de la funesta cólera de la de poderosopadre, de la de ojos brillantes que asentó laDisensión entre ambos atridas. Convocaronéstos en asamblea a todos los aqueos, insensa-tamente, a destiempo, cuando Helios se sumer-ge, y los hijos de los aqueos se presentaron pe-sados por el vino, y les dijeron por qué habíanreunido al ejército.«Allí Menelao aconsejaba a todos los aqueosque pensaran en volver sobre el ancho lomo delmar. Pero no agradó en absoluto a Agamenón,

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pues quería retener al pueblo y ejecutar sagra-das hecatombes para aplacar la tremenda cólerade Atenea. ¡Necio!, no sabía que no iba a per-suadirla, que no se doblega rápidamente lavoluntad de los dioses que viven siempre. Asíque los dos se pusieron en pie y se contestabancon palabras agrias. Y los hijos de los aqueos dehermosas grebas se levantaron con un voceríosobrehumano: divididos en dos bandos lesagradaba una a otra decisión.«Pasamos la noche removiendo en nuestro in-terior maldades unos contra otros, pues yaZeus nos preparaba el azote de la desgracia.«Al amanecer algunos arrastramos las naveshasta el divino mar y metimos nuestros botinesy las mujeres de profundas cinturas. La mitaddel ejército permaneció allí, al lado del atridaAgamenón, pastor de su pueblo, pero la otramitad embarcamos y partimos. Nuestras navesnavegaban muy aprisa -una divinidad habíacalmado el ponto que encierra grandes mons-truos- y llegados a Ténedos realizamos sacrifi-

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cios a los dioses con el deseo de volver a casa.Pero Zeus no se preocupó aún de nuestro re-greso. ¡Cruel! Él, que levantó por segunda vezagria disensión: unos dieron la vuelta a susbien curvadas naves y retornaron con el pru-dente soberano Odiseo, el de pensamientoscomplicados, para dar satisfacción al atridaAgamenón, pero yo, con todas mis naves agru-padas, las que me seguían, marché de allí por-que barruntaba que la divinidad nos preparabadesgracias.

«También marchó el belicoso hijo de Tideo yarrastró consigo a sus compañeros y más tardenavegó a nuestro lado el rubio Menelao -nosencontró en Lesbos cuando planeábamos ellargo regreso: o navegar por encima de la esca-brosa Quios en dirección de la isla Psiría deján-dola a la izquierda o bien por debajo de Quiosjunto al ventiscoso Mirnante. Pedimos a la di-vinidad que nos mostrara un prodigio y ense-guida ésta nos lo mostró y nos aconsejó cortar

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por la mitad del mar en dirección a Eubea, parapoder escapar rápidamente de la desgracia. Asíque levantó, para que soplara, un sonoro vientoy las naves recorrieron con suma rapidez lospecillenos caminos. Durante la noche arribarona Geresto y ofrecimos a Poseidón muchos mus-los de toros por haber recorrido el gran mar.Era el cuarto día cuando los compañeros deltidida Diomedes, el domador de caballos, fon-dearon sus equilibradas naves en Argos. Des-pués yo me dirigí a Pilos y ya nunca se extin-guió el viento desde que al principio una divi-nidad lo envió para que soplara. Así llegué, hijomío, sin enterarme, sin saber quiénes se salva-ron de los aqueos y quiénes perecieron, perocuanto he oído sentado en mi palacio lo sabrás-como es justo- y nada te ocultaré. Dicen quehan llegado bien los mirmidones famosos porsus lanzas, a los que conducía el ilustre hijo delvaleroso Aquiles y que llegó bien Filoctetes, elbrillante hijo de Poyante. Idomeneo condujohasta Creta a todos sus compañeros, los que

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habían sobrevivido a la guerra, y el mar no se leengulló a ninguno. En cuanto al Atrida, ya hab-éis oído vosotros mismos, aunque estáis lejos,cómo llegó y cómo Egisto le había preparadouna miserable muerte, aunque ya ha pagadolamentablemente. ¡Qué bueno es que a unhombre muerto le quede un hijo! Pues aquél seha vengado del asesino de su padre, del tram-poso Egisto, porque le había asesinado a suilustre padre. También tú, hijo -pues te veo vi-goroso y bello-, sé fuerte para que cualquierade tus descendientes hable bien de. ti.»

Y le contestó Telémaco discretamente:«Néstor, hijo de Neleo, gran honra de los aque-os, así es, por cierto; aquél se vengó y los aque-os llevarán a lo largo y a lo ancho su fama, mo-tivo de canto para los venideros.«¡Ojalá los dioses me dotaran de igual fuerzapara hacer pagar a los pretendientes por sudolorosa insolencia!, pues ensoberbecidos mepreparan acciones malvadas. Pero los dioses no

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han tejido para mí tal dicha; ni para mi padre nipara mí. Y ahora no hay más remedio queaguantar.»Y le contestó luego el de Gerenia, el caballeroNéstor:«Amigo -puesto que me has recordado y dichoesto-, dicen que muchos pretendientes de tumadre están cometiendo muchas injusticias enél palacio contra tu voluntad. Dime si cedes debuen gusto o te odia la gente en el pueblo si-guiendo una inspiración de la divinidad.¡Quién sabe si llegará Odiseo algún día y leshará pagar sus acciones violentas, él solo o to-dos los aqueos. juntos! Pues si la de ojos brillan-tes, Atenea, quiere amarte del mismo modo queprotegía al ilustre Odiseo en aquel entonces enel pueblo de los troyanos donde los aqueospasamos penalidades (pues nunca he visto quelos dioses amen tan a las claras como PalasAtenea le asistía a él), si quiere amarte a ti así ypreocuparte de ti en su ánimo, cualquiera deaquéllos se olvidaría del matrimonio.»

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Y le contestó Telémaco discretamente:«Anciano, no creo que esas palabras lleguen arealizarse nunca. Has dicho algo excesivamentegrande. El estupor me tiene sujeto. Esas cosasno podrían sucederme por más que lo espere niaunque los dioses lo quisieran así.»Y de pronto la diosa de ojos brillantes, Atenea,se dirigió a él:«¡Telémaco, qué palabra ha escapado del cercode tus dientes! Es fácil para un dios, si quiere,salvar a un hombre aun desde lejos. Preferiríayo volver a casa aun después de sufrir mucho yver el día de mi regreso, antes que morir al lle-gar, en mi propio hogar, como ha perecidoAgamenón víctima de una trampa de Egisto yde su esposa. Pero, en verdad, ni siquiera losdioses pueden apartar la muerte, común a to-dos, de un hombre, por muy querido que lessea, cuando ya lo ha alcanzado el funesto Des-tino de la muerte de largos lamentos.»Y le contestó discretamente Telémaco:

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«Méntor, no hablemos más de esto aun a pesarde nuestra preocupación. En verdad ya no haypara él regreso alguno, que los dioses le hanpensado la muerte y la negra Ker. Ahora quierohacer otra indagación y preguntarle a Néstor,puesto que él sobresale por encima de los de-más en justicia a inteligencia. Pues dicen que hasido soberano de tres generaciones de hombres,y así me parece inmortal al mirarlo. Néstor, hijode Neleo -y dime la verdad-, ¿cómo murió elpoderoso atrida Agamenón?, ¿dónde estabaMenelao?, ¿qué muerte le preparó el tramposoEgisto, puesto que mató a uno mucho mejorque él? ¿O es que no estaba en Argos de Acaya,sino que andaba errante, en cualquier otro sitio,y Egisto lo mató cobrando valor?»Y le contestó a continuación el de Gerenia, elcaballero Néstor:«Hijo, te voy a decir toda la verdad. Tú mismopuedes imaginarte qué habría pasado si al vol-ver de Troya el Atrida, el rubio Menelao,hubiera encontrado vivo a Egisto en el palacio.

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Con seguridad no habrían echado tierra sobresu cadáver, sino que los perros y las aves, tira-do en la llanura lejos de la ciudad, lo habríandespedazado sin que lo llorara ninguna de lasaqueas: ¡tan gran crimen cometió! Mientrasnosotros realizábamos en Troya innumerablespruebas, él estaba tranquilamente en el centrode Argos, criadora de caballos, y trataba deseducir poco a poco a la esposa de Agamenóncon sus palabras.«Esta, al principio, se negaba al vergonzosohecho, la divina Clitemnestra, pues poseía unnoble corazón, y a su lado estaba también elaedo, a quien el Atrida al marchar a Troya ha-bía encomendado encarecidamente que prote-giera a su esposa. Pero cuando el Destino de losdioses la forzó a sucumbir se llevó al aedo auna isla desierta y lo dejó como presa y botinde las aves. Y Egisto la llevó a su casa de buengrado sin que se opusiera. Luego quemó mu-chos muslos sobre los sagrados altares de losdioses y colgó muchas ofrendas -vestidos y oro-

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-por haber realizado la gran hazaña que jamásesperó en su ánimo llevar a cabo.

«Nosotros navegábamos juntos desde Troya, elAtrida y yo, con sentimientos comunes deamistad. Pero cuando llegamos al sagrado Su-nio, el promontorio de Atenas, Febo Apolomató al piloto de Menelao alcanzándole con sussuaves flechas cuando tenía entre sus manos eltimón de la nave, a Frontis, hijo de Onetor, quesuperaba a la mayoría de los hombres en go-bernar la nave cuando se desencadenaban lastempestades. Asi que se detuvo allí, aunqueanhelaba el camino, para enterrar a su compa-ñero y hacerle las honras fúnebres.«Cuando ya de camino sobre el ponto rojo co-mo el vino alcanzó con sus cóncavas naves laescarpada montaña de Maleas en su carrera, enese momento el que ve a lo ancho, Zeus, conci-bió para él un viaje luctuoso y derramó unhuracán de silbantes vientos y monstruosasbien nutridas olas semejantes a montes. Allí

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dividió parte de las naves e impulsó a unashacia Creta, donde viven los Cidones en torno ala corriente del Jardano. Hay una pelada y ele-vada roca que se mete en el agua, en el extremode Górtina, en el nebuloso ponto, donde Notoimpulsa las grandes olas hacia el lado izquierdodel saliente, en dirección a Festos, y una pe-queña piedra detiene las grandes olas. Allí lle-garon las naves y los hombres consiguieronevitar la muerte a duras penas, pero las olasquebraron las naves contra los escollos. Sinembargo, a otras cinco naves de azuloscurasproas el viento y el agua las impulsaron haciaEgipto. Allí reunió éste abundantes bienes yoro, y se dirigió con sus naves en busca de gen-tes de lengua extraña.

«Y, entre tanto, Egisto planeó estas malvadasacciones en casa, y después de asesinar al Atri-da, el pueblo le estaba sometido. Siete añosreinó sóbre la dorada Micenas, pero al octavollegó de vuelta de Atenas el divino Orestes para

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su mál y mató al asesino de su padre, a Egisto,al inventor de engaños, porque había asesinadoa su ilustre padre. Y después de matarlo dió alos argivos un banquete fúnebre por su odiadamadre y por el cobarde Egisto.«Ese mismo día llegó Menelao, de recia vozguerrera, trayendo muchas riquezas, cuantaspodían soportar sus naves en peso.«En cuanto a ti, amigo, no andes errante muchotiempo lejos de tu casa, dejando tus posesionesy hombres tan arrogantes en tu palacio, no seaque se lo repartan todos tus bienes y se los co-man y camines un viaje baldío. Antes bien, teaconsejo y exhorto a que vayas junto a Mene-lao, pues él está recién llegado de otras regio-nes, de entre tales hombres de los que nuncasoñaría poder regresar aquel a quien los hura-canes lo impulsen desde el principio hacia unmar tan grande que ni las aves son capaces derecorrerlo en un año entero, puesto que esgrande y terrorífico. Vamos, márchate con lanave y los compañeros, pero si quieres ir por

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tierra tienes a tu disposición un carro y caballosy a la disposición están mis hijos que te ser-virán de escolta hasta la divina Lacedemonia,donde está el rubio Menelao. Ruégale para quete diga la verdad; mentira no te dirá, es muydiscreto.»Así habló, y Helios se sumergió y sobrevino laoscuridad.Y les dijo la diosa de ojos brillantes, Atenea:«Anciano, has hablado como te corresponde.Pero, vamos, cortad las lenguas y mezclad elvino para que hagamos libaciones a Poseidón ya los demás inmortales y nos ocupemos dedormir, pues ya es hora. Ya ha descendido laluz a la región de las sombras y no es buenoestar sentado mucho tiempo en un banquete enhonor de los dioses, sino regresar.»Así habló la hija de Zeus y ellos prestaron aten-ción a la que hablaba.Y los heraldos derramaron agua sobre sus ma-nos y los jóvenes coronaron de vino las cráterasy lo repartieron entre todos haciendo una pri-

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mera ofrenda, por orden, en las copas. Luegoarrojaron las lenguas al fuego y se pusieron enpie para hacer la libación.Cuando hubieron libado y bebido cuanto suapetito les pedía, Atenea y Telémaco, semejantea un dios, se pusieron en camino para volver ala cóncava nave. Pero Néstor todavía los retuvotocándolos con sus palabras:«No permitirán Zeus y los demás dioses inmor-tales que volváis de mi casa a la rápida navecomo de casa de uno que carece por completode ropas, o de un indigente que no tiene man-tas ni abundantes sábanas en casa ni un dormirblando para sí y para sus huéspedes. Que en micasa hay mantas y sábanas hermosas. No dor-mirá sobre los maderos de su nave el queridohijo de Odiseo mientras yo viva y aún me que-den hijos en el palacio para hospedar a mishuéspedes, quienquiera que sea el que arribe ami palacio.»Y la diosa de ojos brillantes, Atenea, le dijo:

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«Has hablado bien, anciano amigo. Sería con-veniente que Telémaco te hiciera caso. Así,pues, él te seguirá para dormir en tu palacio,pero yo marcharé a la negra nave para animar alos compañeros y darles órdenes, pues me pre-cio de ser el más anciano entre ellos. Y los de-más nos siguen por amistad, hombres jóvenestodos, de la misma edad que el valiente Telé-maco. Yo dormiré en la cóncava, negra nave, yal amanecer iré junto a los impetuosos cauco-nes, dondé se me debe una deuda no de ahorani pequeña, desde luego.

«Tú, envíalo con un carro y un hijo tuyo, puesha llegado a tu casa como huésped. Y dale ca-ballos, los que sean más veloces en la carrera ymás excelentes en vigor.» .Así hablando partió la de ojos brillantes, Ate-nea, tomando la forma del buitre barbado.Y la admiración atenazó a todos los aqueos.Admiróse el anciano cuando lo vio con sus ojos

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y tomando la mano de Telémaco le dirigió supalabra y le llamó por su nombre.«Amigo, no creo que llegues a ser débil ni co-barde si ya, tan joven, lo siguen los dioses comoescolta. Pues éste no era otro de entre los queocupan las mansiones del Olimpo que la hija deZeus, la rapaz Tritogéneia, la que honraba tam-bién a tu noble padre entre los argivos. Sobera-na, séme propicia, dame fama de nobleza a mímismo, a mis hijos y a mi venerable esposa y acambio yo te sacrificaré una cariancha novillade un año, no domada, a la que jamás un hom-bre haya llevado bajo el yugo. Te la sacrificarérodeando de oro sus cuernos.»Así dirigió sus súplicas y Palas Atenea le es-cuchó. Y el de Gerenia, el caballero Néstor,condujo a sus hijos y yernos hacia sus hermosasmansiones.Cuando llegaron al palacio de este soberano sesentaron por orden en sillas y sillones y, unavez llegados, el anciano les mezcló una cráterade vino dulce al paladar que el ama de llaves

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abrió -a los once años de estar cerrada- des-atando la cubierta. El anciano mezcló una cráte-ra de este vino y oró a Atenea al hacer la liba-ción, a la hija de Zeus el que lleva la égida.

Después, cuando hubieron hecho la libación ybebido cuanto les pedía su apetito, los parientesmarcharon cada uno a su casa para dormir.Pero a Telémaco, el querido hijo del divinoOdiseo, lo hizo acostarse allí mismo el de Gere-nia, el caballero Néstor, en un lecho taladradobajo el sonoro pórtico. Y a su lado hizo acostar-se a Pisístrato de buena lanza de fresno, cau-dillo de guerreros, el que de sus hijos perma-necía todavía soltero en el palacio.Néstor durmió en el centro de la elevada man-sión y su señora esposa le preparó el lecho y lacama.Y cuando se mostró Eos, la que nace de la ma-ñana, la de dedos de rosa, se levantó del lechoel de Gerenia, el caballero Néstor. Salió y sesentó sobre las pulimentadas piedras que tenía,

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blancas, resplandecientes de aceite, delante delas elevadas puertas, sobre las que solía sentar-se antes Neleo, consejero de la talla de los dio-ses. Pero éste había ya marchado a Hades so-metido por Ker, y entonces se sentaba Néstor,el de Gerenia, el guardián de los aqueos, el quetenía el cetro.Y sus hijos se congregaron en torno suyo cuan-do salieron de sus dormitorios, Equefrón y Es-tratio, Perseo y Trasímedes semejante a un dios.A continuación llegó a ellos en sexto lugar elhéroe Pisístrato, y a su lado sentaron a Teléma-co semejante a los dioses.Y entre ellos comenzó a hablar el de Gerenia, elcaballero Néstor:«Hijos míos, llevad a cabo rápidamente mi de-seo para que antes que a los demás dioses pro-picie a Atenea, la que vino manifiestamente alabundante banquete en honor del dios. Vamos,que uno marche a la llanura a por una novillade modo que llegue lo antes posible: que laconduzca el boyero; que otro marche a la negra

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nave del valiente Telémaco y traiga a todos loscompañeros dejando sólo dos; que otro ordeneque se presente aquí Laerques, el que derramael oro, para que derrame oro en torno a loscuernos de la novilla. Los demás quedaos aquíreunidos y decid a las esclavas que disponganun banquete dentro del ilustre palacio; quetraigan asientos y leña alrededor y brillanteagua.»Así habló, y al punto todos se apresuraron. Yllegó enseguida la novilla de la llanura y llega-ron los compañeros del valiente Telémaco dejunto a la equilibrada nave; y llegó el broncerollevando en sus manos las herramientas debronce, perfección del arte: el yunque y el mar-tillo y las bien labradas tenazas con las que tra-bajaba el oro. Y llegó Atenea para asistir a lossacrificios.El anciano, el cabalgador de caballos, Néstor, leentregó oro a Laerques, y éste lo trabajó y de-rramó por los cuernos de la novilla para que ladiosa se alegrara al ver la ofrenda. Y llevaron a

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la novilla por los cuernos Estratio y el divinoEquefrón; y Areto salió de su dormitoriollevándoles el agua-manos en una vasija ador-nada con flores y en la otra llevaba la cebadatostada dentro de una cesta. Y Trasímedes, elfuerte en la lucha, se presentó con una afiladahacha en la mano para herir a la novilla, y Per-seo sostenía el vaso para la sangre.El anciano, el cabalgador de caballos, Néstor,comenzó las abluciones y la esparsión de lacebada sobre el altar suplicando insitentementea Atenea mientras realizaba el rito preliminarde arrojar al fuego cabellos de su testuz.Cuando acabaron de hacer las súplicas y la es-parsión de la cebada, el hijo de Néstor, el muyvaliente Trasímedes, condujo a la novilla, secolocó cerca, y el hacha segó los tendones delcuello y debilitó la fuerza de la novilla. Y lanza-ron el grito ritual las hijas y nueras y la venera-ble esposa de Néstor, Eurídice, la mayor de lashijas de Climeno.

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Luego levantaron a la novilla de la tierra deanchos caminos, la sostuvieron y al punto ladegolló Pisístrato, caudillo de guerreros.Después que la oscura sangre le salió a chorrosy el aliento abandonó sus huesos, la descuarti-zaron enseguida, le cortaron las piernas segúnel rito, las cubrieron con grasa por ambos lados,haciéndolo en dos capas y pusieron sobre ellasla carne cruda. Entonces el anciano las quemósobre la leña y por encima vertió rojo vinomientras los jóvenes cerca de él sostenían ensus manos tenedores de cinco puntas.Después que las piernas se habían consumidopor completo y que habían gustado las entrañascortaron el resto en, pequeños trozos, lo ensar-taron y lo asaron sosteniendo los puntiagudostenedores en sus manos.Entre tanto, la linda Policasta lavaba a Teléma-co, la más joven hija de Néstor, el hijo de Neleo.Después que lo hubo lavado y ungido con acei-te le rodeó el cuerpo con una túnica y un man-to. Salió Telémaco del baño, su cuerpo semejan-

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te a los inmortales, y fue a sentarse al lado deNéstor, pastor de su pueblo. Luego que la partesuperior de la carne estuvo asada, la sacaron yse sentaron a comer, y unos jóvenes nobles selevantaron para escanciar el vino en copas deoro.Después que arrojaron de sí el deseo de comiday bebida, comenzó a hablarles el de Gerenia, elcaballero Néstor:«Hijos míos, vamos, traed a Telémaco caballosde hermosas crines y enganchadlos al carropara que prosiga con rapidez su viaje.»Así habló, y ellos le escucharon y le hicieroncaso, y con diligencia engancharon al carro li-geros corceles. Y la mujer, la ama de llaves, lepreparó vino y provisiones como las que comenlos reyes a los que alimenta Zeus.Enseguida ascendió Telémaco al hermoso ca-rro, y a su lado subió el hijo de Néstor, Pisístra-to, el caudillo de guerreros. Empuñó las riendasy restalló el látigo para que partieran, y los doscaballos se lanzaron de buena gana a la llanura

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abandonando la elevada ciudad de Pilos. Du-rante todo el día agitaron el yugo sosteniéndolopor ambos lados.Y Helios se sumergió y todos los caminos sellenaron de sombras cuando llegaron a Feras, alpalacio de Diocles, el hijo de Ortíloco a quienAlfeo había engendrado. Allí durmieron aque-lla noche, pues él les ofreció hospitalidad.

Y se mostró Eos, la que nace de la mañana, lade dedos de rosa; engancharon los caballos,subieron al bien trabajado carro y salieron delpórtico y de la resonante galería.Restalló Pisístrato el látigo para que partieran,y los dos caballos se lanzaron de buena gana, yllegaron a la llanura, a la que produce trigo,poniendo término a su viaje: ¡de tal manera lollevaban los veloces caballos!Y se sumergió Helios y todos los caminos sellenaron de sombras.

CANTO IV

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TELÉMACO VIAJA A ESPARTAPARA INFORMASE SOBRE SU PADRE

Llegaron éstos a la cóncava y cavernosa Lace-demonia y se encaminaron al palacio del ilustreMenelao. Lo encontraron con numerosos alle-gados, celebrando con un banquete la boda desu hijo e ilustre hija. A su hija iba a enviarla alhijo de Aquiles, el que rompe las filas enemi-gas; que en Troya se la ofreció por vez primeray prometió entregarla, y los dioses iban a lle-varles a término las bodas. Mandábale ir concaballos y carros a la muy ilustre ciudad de losmirmidones, sobre los cuales reinaba aquél. Asu hijo le entregaba como esposa la hija deAlector, procedente de Esparta. El vigorosoMegapentes, su hijo, le había nacido muy que-rido de una esclava, que los dioses ya no dieronun hijo a Helena luego que le hubo nacido elprimer hijo la deseada Hermione, que poseía lahermosura de la dorada Afrodita.

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Conque se deleitaban y celebraban banquetesen el gran palacio de techo elevado los vecinosy parientes del ilustre Menelao; un divino aedoles cantaba tocando la cítara, y dos volatinerosgiraban en medio de ellos, dando comienzo a ladanza.Y los dos jóvenes, el héroe Telémaco y el ilustrehijo de Néstor se detuvieron y detuvieron loscaballos a la puerta del palacio. Violos el nobleEteoneo cuando salía, ágil servidor del ilustreMenelao, y echó a andar por el palacio paracomunicárselo al pastor de su pueblo. Y po-niéndose junto a él le dijo aladas palabras:«Hay dos forasteros, Menelao, vástago de Zeus,dos mozos semejantes al linaje del gran Zeus.Dime si desenganchamos sus rápidos caballos oles mandamos que vayan a casa de otro que losreciba amistosamente.»Y el rubio Menelao le dijo muy irritado:«Antes no eras tan simple, Eteoneo, hijo de Boe-to, mas ahora dices sandeces corno un niño.También nosotros llegamos aquí, los dos, des-

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pués de comer muchas veces por amor de lahospitalidad de otros hombres. ¡Ojalá Zeus nosquite de la pobreza para el futuro! Desengan-cha los caballos de los forasteros y hazlos entrarpara que se les agasaje en la mesa».

Así dijo; salió aquél del palacio y llamó a otrosdiligentes servidores para que lo acompañaran.Desengancharon los caballos sudorosos bajo elyugo y los ataron a los pesebres, al lado pusie-ron escanda y mezclaron blanca cebada; arri-maron los carros al muro resplandeciente eintrodujeron a los forasteros en la divina mora-da. Estos, al observarlo, admirábanse del pala-cio del rey, vástago de Zeus; que había un res-plandor como del sol o de la luna en el palaciode elevado techo del glorioso Menelao. Luegoque se hubieron saciado de verlo con sus ojos,marcharon a unas bañeras bien pulidas y selavaron. Y luego que las esclavas los hubieronungido con aceite, les pusieron ropas de lana ymantos y fueron a sentarse en sillas junto al

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Atrida Menelao. Y una esclava virtió agua delavamanos que traía en bello jarro de oro sobrefuente de plata y colocó al lado una pulida me-sa. Y la venerable ama de llaves trajo pan y sir-vió la mesa colocando abundantes alimentos,favoreciéndoles entre los que estaban presentes.Y el trinchador les sacó platos de carnes de to-das clases y puso a su lado copas de oro. Ymostrándoselos, decía el prudente Menelao:«Comed y alegraos, que luego que os hayáisalimentado con estos manjares os preguntare-mos quiénes sois de los hombres. Pues sin dudael linaje de vuestros padres no se ha perdido,sino que sois vástagos de reyes que llevan cetrode linaje divino, que los plebeyos no engendranmozos así.»Así diciendo puso junto a ellos, asiéndolo conla mano, un grueso lomo asado de buey que lehabían ofrecido a él mismo como presente dehonor. Echaron luego mano a los alimentoscolocados delante, y después que arrojaron eldeseo de comida y bebida, Telémaco habló al

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hijo de Néstor acercando su cabeza para que losdemás no se enteraran:«Observa, Nestórida grato a mi corazón, el res-plandor de bronce en el resonante palacio, y eldel oro, el eléctro, la plata y el marfil. Seguroque es así por dentro el palacio de Zeus Olím-pico. ¡Cuántas cosas inefables!, el asombro meatenaza al verlas.»El rubio Menelao se percató de lo que decía yhabló aladas palabras:Hijos míos, ninguno de los mortales podríacompetir con Zeus, pues son inmortales su casay posesiones; pero de los hombres quizá algunopodría competir conmigo -o quizá no- en rique-zas; las he traído en mis naves -y llegué al octa-vo año- después de haber padecido mucho yandar errante mucho tiempo. Errante anduvepor Chipre, Fenicia y Egipto; llegué a los etio-pes, a los sidonios, a los erembos y a Libia,donde los corderos enseguida crían cuernos,pues las ovejas paren tres veces en un solo año.Ni amo ni pastor andan allí faltos de queso ni

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de carne, ni de dulce leche, pues siempre estándispuestas para dar abundante leche. Mientrasandaba yo errante por allí, reuniendo muchasriquezas, otro mató a mi hermano a escondidas,sin que se percatara, con el engaño de su funes-ta esposa. Así que reino sin alegría sobre estasriquezas. Ya habréis oído esto de vuestros pa-dres, quienes quiera que sean, pues sufrí muymucho y destruí un palacio muy agradablepara vivir que contenía muchos y valiosos bie-nes. ¡Ojalá habitara yo mi palacio aún con untercio de éstos, pero estuvieran sanos y salvoslos hombres que murieron en la ancha Troyalejos de Argos, criadora de caballos. Y aunquelloro y me aflijo a menudo por todos en mi pa-lacio, unas veces deleito mi ánimo con el llantoy otras descanso, que pronto trae cansancio elfrío llanto. Mas no me lamento tanto por nin-guno, aunque me aflija, como por uno que meamarga el sueño y la comida al recordarlo, puesninguno de los aqueos sufrió tanto como Odi-seo sufrió y emprendió. Para él habían de ser

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las preocupaciones, para mí el dolor siempreinsoportable por aquél, pues está lejos desdehace tiempo y no sabemos si vive o ha muerto.Sin duda lo lloran el anciano Laertes y la discre-ta Penélope y Telémaco, a quien dejó en casarecién nacido.»

Así dijo y provocó en Telémaco el deseo dellorar por su padre. Cayó a tierra una lágrimade sus párpados al oír hablar de éste, y sujetóante sus ojos el purpúreo manto con las manos.Menelao se percató de ello, y dudaba en sumente y en su corazón si dejarle que recordaraa su padre o indagar él primero y probarlo encada cosa en particular. En tanto que agitabaesto en su mente y en su corazón, salió Helenade su perfumada estancia de elevado techosemejante a Afrodita, la de rueca de oro.Colocó Adrastra junto a ella un sillón bien tra-bajado, y Alcipe trajo un tapete de suave lana.También trajo Filo la canastilla de plata que lehabía dado Alcandra, mujer de Pólibo, quien

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habitaba en Tebas la de Egipto, donde las casasguardan muchos tesoros. (Dio Pólibo a Mene-lao dos bañeras de plata, dos trípodes y dieztalentos de oro. Y aparte, su esposa hizo aHelena bellos obsequios: le regaló una rueca deoro v una canastilla sostenida por ruedas deplata, sus bordes terminados con oro.) Ofreció-sela, pues, Filo, llena de hilo trabajado, y sobreél se extendía un huso con lana de color violeta.Y se sentó en la silla y a sus pies tenía un esca-bel. Y luego preguntó a su esposo, con su pala-bra, cada detalle:«¿Sabemos ya, Menelao, vástago de Zeus, quié-nes de los hombres se precian de ser éstos quehan llegado a nuestra casa? ¿Me engañaré oserá cierto lo que voy a decir? El ánimo me lomanda. Y es que creo que nunca vi a nadie tansemejante, hombre o mujer (¡el asombro meatenaza al contemplarlo!), como éste se pareceal magnífico hijo de Odiseo, a Telémaco, aquien aquel hombre dejó recién nacido en casacuando los aqueos marchasteis a Troya por

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causa de mí, ¡desvergonzada!, para llevar laguerra.»Y el rubio Menelao le contestó diciendo:«También pienso yo ahora, mujer, tal como loimaginas, pues tales eran los pies y las manosde aquél, y las miradas de sus ojos, y la cabezay por encima los largos cabellos. Así que, alrecordarme a Odiseo, he referido ahora cuántosufrió y se fatigó aquél por mí. Y él vertía espe-so llanto de debajo de sus cejas sujetando conlas manos el purpúreo manto ante sus ojos.»Y luego Pisístrato, el hijo de Néstor, le dijo:«Atrida Menelao, vástago de Zeus, caudillo detu pueblo, en verdad éste es el hijo de aquél, talcomo dices, pero es prudente y se avergüenzaen su ánimo de decir palabras descaradas alvenir por primera vez ante ti, cuya voz noscumple como la de un dios.«Néstor me ha enviado, el caballero de Gerenia,para seguirlo como acompañante, pues deseabaverte a fin de que le sugirieras una palabra ouna obra. Pues muchos pesares tiene en palacio

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el hijo de un padre ausente si no tiene otrosdefensores como le sucede a Telémaco. Au-sentóse su padre y no hay otros defensores en-tre el pueblo que lo aparten de la desgracia.»Y el rubio Menelao contestó y dijo a éste:«!Ay!, ha venido a mi casa el hijo del queridohombre que por mí padeció muchas pruebas.Pensaba estimarlo por encima de los demásargivos cuando volviera, si es que Zeus Olímpi-co, el que ve a lo ancho, nos concedía a los dosregresar en las veloces naves. Le habría dadocomo residencia una ciudad en Argos y lé habr-ía edificado un palacio trayéndolo desde Itacacon sus bienes, su hijo y todo el pueblo, des-pués de despoblar una sola ciudad de las quese encuentran en las cercanías y son ahora go-bernadas por mí. Sin duda nos habríamos re-unido con frecuencia estando aquí y nada noshabría separado en siendo amigos y estandocontentos, hasta que la negra nube de la muertenos hubiera envuelto. Pero debía envidiarlo el

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dios que ha hecho a aquel desdichado el únicoque no puede regresar.»Así dijo y despertó en todos el deseo de llorar.Lloraba la argiva Helena, nacida de Zeus, ylloraba Telémaco y el Atrida Menelao. Tampo-co el hijo de Néstor tenía sus ojos sin llanto,pues recordaba en su interior al irreprochableAntíloco, a quien mató el ilustre hijo de la res-plandeciente Eos. Y acordándose de él dijo ala-das palabras:«Atrida, decía el anciano Néstor cuando lomentábamos en su palacio, y conversábamosentre nosotros, que eres muy sensato entre losmortales. Conque ahora, si es posible, préstameatención. A mí no me cumple lamentarme des-pués de la cena, pero va a llegar Eos, la quenace de la mañana. No me importará entoncesllorar a quien de los mortales haya perecido yarrastrado su destino. Esta es la única honrapara los miserables mortales, que se corten elcabello y dejen caer las lágrimas por sus meji-llas. Pues también murió un mi hermano que

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no era el peor de los argivos -tú debes saberlo,pues yo ni fui ni lo vi-, y dicen que era Antílocosuperior a los demás, rápido en la carrera yluchador.»Y le contestó y dijo el rubio Menelao:«Amigo, has hablado como hablaría y obraríaun hombre sensato y que tuviera más edad quetú. Eres hijo de tal padre porque también túhablas prudentemente. Es fácil de reconocer ladescendencia del hombre a quien el Cronidaconcede felicidad cuando se casa o cuando na-ce, como ahora ha concedido a Néstor envejecercada día tranquilamente en su palacio y que sushijos sean prudentes y los mejores con la lanza.Mas dejemos el llanto que se nos ha venidoantes y pensemos de nuevo en la cena; y queviertan agua para las manos. Que Telémaco yyo tendremos unas palabras al amanecer paraconversar entre nosotros.»Así dijo, y Asfalión vertió agua sobre sus ma-nos, rápido servidor del ilusre Menelao; y ellos

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echaron mano de los alimentos que tenían pre-parados delante.Entonces Helena, nacida de Zeus, pensó otracosa: al pronto echó en el vino del que bebíanuna droga para disipar el dolor y aplacadora dela cólera que hacía echar a olvido todos los ma-les. Quien la tomara después de mezclada en lacrátera, no derramaría lágrimas por las mejillasdurante un día, ni aunque hubieran muerto supadre y su madre o mataran ante sus ojos conel bronce a su hermano o a su hijo. Tales drogasingeniosas tenía la hija de Zeus, y excelentes,las que le había dado Polidamna, esposa deTon, la egipcia, cuya fértil tierra producemuchísimas drogas, y después de mezclarlasmuchas son buenas y muchas perniciosas; y allícada uno es médico que sobresale sobre todoslos hombres, pues es vástago de Peón. Asípues, luego que echó la droga ordenó que seescanciara vino de nuevo; y contestó y dijo supalabra:

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«Atrida Menelao, vástago de Zeus, y vosotros,hijos de hombres nobles. En verdad el diosZeus nos concede unas veces bienes y otrasmales, pues lo puede todo. Comed ahora sen-tados en el palacio y deleitaos con palabras, queyo voy a haceros un relato oportuno. Yo nopodría contar ni enumerar todos los trabajos deOdiseo el sufridor, pero sí esto que realizó ysoportó el animoso varón en el pueblo de lostroyanos donde los aqueos padecisteis penali-dades: infligiéndose a sí mismo vergonzosasheridas y echándose por los hombros ropasmiserables, se introdujo como un siervo en laciudad de anchas calles de sus enemigos. Asíque ocultándose, se parecía a otro varón, a unmendigo, quien no era tal en las naves de losaqueos. Y como tal se introdujo en la ciudad delos troyanos, pero ninguno de ellos le hizo caso;sólo yo lo reconocí e interrogué, y él me evitabacon astucia. Sólo cuando lo hube lavado y arre-glado con aceite, puesto un vestido y juradocon firme juramento que no lo descubriría entre

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los troyanos hasta que llegara a las rápidas na-ves y a las tiendas, me manifestó Odiseo todo elplan de los aqueos. Y después de matar a mu-chos troyanos con afilado bronce, marchó juntoa los argivos llevándose abundante informa-ción. Entonces las troyanas rompieron a llorarcon fuerza, mas mi corazón se alegraba, porqueya ansiaba regresar rápidamente a mi casa ylamentaba la obcecación que me otorgó Afrodi-ta cuando me condujo allí lejos de mi patria,alejándome de mi hija, de mi cama y de mi ma-rido, que no es inferior a nadie ni en juicio ni enporte.»

Y el rubio Menelao le contestó y dijo:«Sí, mujer, todo lo has dicho como te corres-ponde. Yo conocí el parecer y la inteligencia demuchos héroes y he visitado muchas tierras.Pero nunca vi con mis ojos un corazón tal comoera el del sufridor Odiseo. ¡Como esto que hizoy aguantó el recio varón en el pulido caballodonde estábamos los mejores de los argivos

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para llevar muerte y desgracia a los troyanos!Después llegaste tú- debió impulsarte un diosque quería conceder gloria a los troyanos- yoseguía Deífobo semejante a los dioses. Tres ve-ces lo acercaste a palpar la cóncava trampa yllamaste a los mejores dánaos, designando acada uno por su nombre, imitando la voz de lasesposas de cada uno de los argivos. También yoy el hijo de Tideo y el divino Odiseo, sentadosen el centro, lo oímos cuando nos llamaste. No-sotros dos tratamos de echar a andar para saliro responder luego desde dentro. Pero Odiseo loimpidió y nos contuvo, aunque mucho lo de-seábamos. Así que los demás hijos de los aque-os quedaron en silencio, y sólo Anticlo deseabacontestarte con su palabra. Pero Odiseo apretósu fuerte mano reciamente sobre la boca y salvóa todos los aqueos. Y mientras lo retenía, lollevó lejos Palas Atenea.»Y le contestó Telémaco discretamente:«Atrida Menelao, vástago de Zeus, caudillo dehombres, ello es más doloroso, pues esto no lo

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apartó de la funesta muerte ni aunque teníadentro un corazón de hierro. Pero, vamos, env-íanos a la cama para que nos deleitemos ya conel dulce sueño.»

Así dijo, y la argiva Helena ordenó a las escla-vas colocar camas bajo el pórtico y disponerhermosas mantas de púrpura, extender porencima colchas y sobre ellas ropas de lana paracubrirse. Así que salieron de la sala sosteniendoantorchas en sus manos y prepararon las ca-mas. Y un heraldo condujo a los huéspedes.Acostáronse allí mismo, en el vestíbulo de lacasa, el héroe Telémaco y el ilustre hijo deNéstor. El Atrida durmió en el interior delmagnífico palacio y Helena, de largo peplo, seacostó junto a él, la divina entre las mujeres.

Y cuando se mostró Eos, la que nace de la ma-ñana , la de dedos de rosa, Menelao, el de reciavoz guerrera, se levantó del lecho, vistió susvestidos, colgó de su hombro la aguda espada y

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bajo sus pies brillantes como el aceite calzóhermosas sandalias. Luego se puso en marcha,salió del dormitorio semejante de frente a undios y se sentó junto a Telémaco, le dijo su pa-labra y le llamó por su nombre:«¿Qué necesidad lo trajo aquí, héroe Telémaco,a la divina Lacedemonia, sobre el ancho lomodel mar? ¿Es un asunto público o privado?Dímelo sinceramente.»Y Telémaco le contestó discretamente:«Atrida Menelao, vástago de Zeus, caudillo dehombre, he venido por si podías darme algunanoticia sobre mi padre. Se consume mi casa ymis ricos campos se pierden; el palacio estálleno de hombres malvados que continuamentedegüellan gordas ovejas y cuernitorcidos bue-yes de rotátiles patas, los pretendientes de mimadre, que tienen una arrogancia insolente.Por esto me llego ahora a tus rodillas, por siquieres contarme su luctuosa muerte, la hayasvisto con tus propios ojos o hayas escuchado elrelato de algún caminante; digno de lástima

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más que nadie lo parió su madre. Y no endulcestus palabras por respeto ni piedad; antes bien,cuéntame detalladamente cómo llegaste a ver-lo. Te lo suplico, si es que alguna vez mi padre,el noble Odiseo, lo prometió y cumplió algunapalabra o alguna obra en el pueblo de los tro-yanos, donde los aqueos sufristeis penalidades.Acuérdate de esto ahora y cuéntame la ver-dad».Y le contestó irritado el rubio Menelao:«¡Ay, ay, conque quieren dormir en el lecho deun hombre intrépido quienes son cobardes!Como una cierva acuesta a sus dos recién naci-dos cervatillos en la cueva de un fuerte león ymientras sale a buscar pasto en las laderas y losherbosos valles, aquél regresa a su guarida y davergonzosa muerte a ambos, así Odiseo darávergonzosa muerte a aquéllos. ¡Padre Zeus,Atenea y Apolo, ojalá que fuera como cuandoen la bien construida Lesbos se levantó paradisputar y luchó con Filomeleides, lo derribóviolentamente y todos los aqueos se alegraron!

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Ojalá que con tal talante se enfrentara Odiseocon los pretendientes: corto el destino de todossería y amargas sus nupcias. En cuanto a lo queme preguntas y suplicas, no querría apartarmede la verdad y engañarte. Conque no lo ocul-taré ni guardaré secreto sobre lo que me dijo elveraz anciano del mar.

«Los dioses me retuvieron en Egipto, aunqueansiaba regresar aquí, por no realizar hecatom-bes perfectas; que siempre quieren los diosesque nos acordemos de sus órdenes. Hay unaisla en el ponto de agitadas olas delante deEgipto -la llaman Faro-,tan lejos cuanto unacóncava nave puede recorrer en un día si soplapor detrás sonoro viento, y un puerto de buenfondeadero de donde echan al mar las equili-bradas naves, luego de sacar negra agua. Retu-viéronme allí los dioses veinte días, y no apa-recían los vientos que soplan favorables, losque conducen a la naves sobre el ancho lomodel mar. Todos los víveres y el vigor de mis

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hombres se habría acabado a no ser que una delas diosas se hubiera compadecido y sentidopiedad de mí, Idoteas, la hija del valiente Pro-teo, el anciano de los mares, pues la conmovióel ánimo. Encontróse conmigo cuando vagabasolo lejos de mis compañeros (continuamentevagaban éstos por la isla pescando con curvosanzuelos, pues el hambre retorcía sus estóma-gos), y acercándose me dijo estas palabras:"¿Eres así de simple y atontado, forastero, o teabandonas de buen grado y gozas padeciendomales?, puesto que permaneces en la isla desdehace tiempo sin poder hallar remedio y se con-sume el ánimo de tus compañeros." Así dijo, yyo le contesté: "Te diré, quienquiera que seas delas diosas, que no estoy detenido de buen gra-do; que debo haber faltado a los inmortales queposeen el ancho cielo. Pero dime tú, pues losdioses lo saben todo, quién de ellos me detieney aparta de mi camino, y cómo llevaré a cabo elregreso a través del ponto rico en peces." Asídije, y ella, la divina entre las diosas, me res-

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pondió luego: "Forastero, te voy a informarmuy sinceramente. Viene aquí con frecuencia elveraz anciano del mar, el inmortal Proteo egip-cio, que conoce las profundidades de todo elmar, siérvo de Poseidón y -dicen que él me en-gendró y es mi padre. Si tú pudieras apresarlode alguna manera, poniéndote al acecho, él lodiría el camino, la extensión de la ruta y cómollevarás a cabo el regreso a través del ponto ricoen peces. Y también lo diría, vástago de Zeus, sies que lo deseas, lo bueno y lo malo que ha su-cedido en tu palacio después que emprendisteeste viaje largo y difícil." Así dijo, y yo le con-testé y dije: "Sugiéreme tú misma una embos-cada contra el divino anciano a fin de que nome rehúya si me conoce y se da cuenta de antemano, pues es difícil para un hombre mortalsujetar a un dios." Así dije, y ella, la divina en-tre las diosas, me respondió luego: "Yo lo diréesto muy sinceramente. Cuando el sol va por elcentro del cielo, el veraz anciano marino saledel mar con el soplo de Céfiro, oculto por el

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negro encrestamiento de las olas. Una vez fue-ra, se acuesta en honda gruta y a su alrededorduermen apiñadas las focas, descendientes dela hermosa Halosidne, que salen del canosomar exhalando el amargo olor de las profundi-dades marinas. Yo lo conduciré allí al despun-tar la aurora, lo acostaré enseguida y escogerása tres compañeros, a los mejores de tus navesde buenos bancos. Te diré todas las argucias deeste anciano: primero contará y pasará revista alas focas y cuando las haya contado y visto to-das, se acostará en medio de ellas como el pas-tor de un rebaño de ovejas. Tan pronto como loveáis durmiendo, poned a prueba vuestra fuer-za y vigor y retenedlo allí mismo, aunque tratede huir ansioso y precipitado. Intentará tornar-se en todos los reptiles que hay sobre la tierra,así como en agua y en violento fuego. Pero vo-sotros retenedlo con firmeza y apretad másfuerte. Y cuando él lo pregunte, volviendo amostrarse tal como lo visteis durmiendo, abs-tente de la violencia y suelta al anciano. Y

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pregúntale cuál de los dioses lo maltrata ycómo llevarás a cabo el regreso a través delponto rico en peces."

Habiendo hablado así, se sumergió en el pontoalborotado y yo marché hacia las naves que seencontraban en la arena. Y mientras caminaba,mi corazón agitaba muchos pensamientos. Perouna vez que llegué a las naves y al mar, prepa-ramos la cena y se nos vino la divina noche.Entonces nos acostamos en la ribera del mar.«Tan pronto como apuntó la que nace de lamañana, la de dedos de rosa, me marché luegoa la orilla del mar, el de anchos caminos, supli-cando mucho a los dioses. Y llevé tres compa-ñeros en los que más fiaba para empresas detoda suerte.«Entre tanto, Idotea, que se había sumergido enel ancho seno del mar, sacó cuatro pieles defoca del ponto, todas ellas recién desolladas,pues había ideado un engaño contra su padre:había cavado hoyos en la arena del mar y se

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sentó para esperar. Nosotros llegamos muycerca de ella, nos acostó en fila y echó sobrecada uno una piel. La emboscada era angustio-sa, pues nos atormentaba terriblemente elmortífero olor de las focas criadas en el mar.Pues ¿quién se acostaría junto a un monstruomarino? Pero ella nos salvó y nos dio un granremedio: colocó a cada uno debajo de la narizambrosía que despedía un muy agradable olory acabó con la fetidez del monstruo. Esperamostoda la mañana con ánimo resignado y las focassalieron del mar apiñadas y se tendieron en filasobre la ribera. El anciano salió del mar al me-diodía y encontró a las rollizas focas, pasó re-vista a todas y contó el número. Nos contó losprimeros entre los monstruos, pero no se per-cató su ánimo de que había engaño. A conti-nuación se acostó también él. Conque nos lan-zamos gritando y le echamos mano. El ancianono se olvidó de sus engañosas artes, y primerose convirtió en melenudo león, en dragón, enpantera, en gran jabalí; también se convirtió en

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fluida agua y en árbol de frondosa copa, masnosotros lo reteníamos con fuerte coraje. Ycuando el artero anciano estaba ya fastidiadome preguntó y me dijo: "Quién de los dioses,hijo de Atreo, te aconsejó para que me apresa-ras contra mi voluntad tendiéndome embosca-da? ¿Qué necesitas de mí?" Así dijo, y yo le con-testé y dije: "Sabes anciano (¿por qué me dicesesto intentando engañarme?) que tiempo haque estoy retenido en esta isla sin poder hallarremedio y mi corazón se me consume dentro.Pero dime -puesto que los dioses lo saben todo-quién de los inmortales me detiene y aparta demi camino y cómo llevaré a cabo el regreso através del ponto rico en peces." Así dije, y alpunto me contestó y dijo: "Debieras haberhecho al embarcar hermosos sacrificios a Zeusy a los demás dioses que poseen el ancho cielopara llegar a tu patria navegando sobre el pon-to rojo como el vino. No creo que tu destino seaver a los tuyos y llegar a tu bien edificada casay a tu patria hasta que vuelvas a recorrer las

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aguas del Egipto, río nacido de Zeus y sacrifi-ques sagradas hecatombes a los dioses inmorta-les que poseen el ancho cielo. Entonces los dio-ses te concederán el camino que tanto deseas."Así dijo y se me conmovió el corazón, pues memandaba ir de nuevo a Egipto a través del pon-to, sombrío camino, largó y difícil. Pero aun asíle contesté y le dije: "Anciano, haré como man-das. Pero, vamos, dime e infórmame con ver-dad si llegaron sanos y salvos todos los aqueosque Néstor y yo dejamos cuando partimos deTroya o murió alguno de cruel muerte en sunave o a manos de los suyos después de sopor-tar la guerra laboriosa." Así dije, y él me con-testó y dijo: "¡Atrida!, ¿por qué me preguntasesto? No te es necesario saberlo ni conocer mipensamiento. Te aseguro que no estarás muchotiempo sin llanto luego que te enteres de todo,pues muchos de ellos murieron y muchos hansobrevivido. Sólo dos jefes de los aqueos quevisten bronce murieron en el regreso (pues túmismo asististe a la guerra); y uno que vive aún

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está retenido en el vasto ponto. Ayante pereciójunto con sus naves de largos remos: primero loarrimó Poseidón a las grandes rocas de Girea ylo salvó del mar, y habría escapado de la muer-te, aunque odiado de Atenea, si no hubierapronunciado una palabra orgullosa y se hu-biera obcecado grandemente. Dijo que escapar-ía al gran abismo del mar contra la voluntad delos dioses. Poseidón le oyó hablar orgullosa-mente y a continuación, cogiendo con sus ma-nos el tridente, golpeó la roca Girea y la divi-dió: una parte quedo allí, pero se desplomó enel ponto el trozo sobre el que Ayante, sentadodesde el principio, había incurrido en gran ce-gazón; y lo arrastró hacia el inmenso y alboro-tado ponto. Así pereció después de beber lasalobre agua.

«"También tu hermano escapó a la maldiciónde Zeus y huyó en las cóncavas naves, pues losalvó la venerable Hera. Mas cuando estaba apunto de llegar al escarpado monte de Malea,

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arrebatólo una tempestad que lo llevó gimien-do penosamente por el ponto rico en peces.hasta un extremo del campo donde en otrotiempo habitó Tiestes; mas entonces la habitabaEgisto, el hijo de Tiestes. Así que cuando, unavez allí, le parecía feliz el regreso y los diosescambiaron el viento y llegaron a sus casas, en-tonces tu hermano pisó alegre su tierra patria:tocaba y besaba la tierra y le caían muchas ar-dientes lágrimas cuando contemplaba con júbi-lo su tierra. Pero lo vio desde una atalaya elvigilante que había puesto allí el tramposoEgisto (le había ofrecido en recompensa dostalentos de oro). Vigilaba éste desde hacía unaño, para que no le pasara inadvertido si llega-ba y recordara su impetuosa fuerza. Y marchó apalacio para dar la noticia al pastor de su pue-blo. Y enseguida Egisto tramó una engañosatrampa: eligiendo los veinte mejores hombresentre el pueblo, los puso en emboscada y luegomandó preparar un banquete en otra parte, ymarchó a llamar a Agamenón, pastor de su

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pueblo, con caballos y carros meditando obrasindignas. Condújolo, desconocedor de su muer-te, y mientras lo agasajaba lo mató como semata a un buey en el pesebre. No quedó vivoninguno de los compañeros del Atrida que loacompañaban, ni ninguno de Egisto, que todosfueron muertos en el palacio."«Así dijo, y se me conmovió el corazón; llorabasentado en la arena, y mi corazón no queríavivir ya ni ver la luz del sol. Y después que meharté de llorar y agitarme me dijo el veraz an-ciano del mar: "No llores, hijo de Atreo, muchotiempo y sin cesar, puesto que así no hallare-mos ningún remedio. Conque trata de volver atu patria rápidamente, pues o lo encontrarásaún vivo o bien Orestes lo habrá matado ade-lantándose y tú puedes estar presente a susfunerales." Así dijo, y mi corazón y ánimo vale-roso se caldearon de nuevo en mi pecho, aun-que estaba afligido. Y le hablé y le dije aladaspalabras: "De éstos ya sé ahora. Nómbrame,pues, al tercer hombre, el que, aún vivo, está

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retenido en el vasto ponto o está ya muerto.Pues aunque afligido quiero oírlo." Así le dije, yél al punto me contestó y me dijo: "El hijo deLaertes que habita en Itaca. Lo vi en una isladerramando abundante llanto, en el palacio dela ninfa Calipso, que lo retiene por la fuerza.No puede regresar a su tierra, pues no tienenaves provistas de remos ni compañeros que loacompañen por el ancho lomo del mar. Respec-to a ti, Menelao, vástago de Zeus, no está de-terminado por los dioses que mueras en Argos,criadora de caballos, enfrentándote con tu des-tino, sino que los inmortales lo enviarán a lallanura Elisia, al extremo de la tierra, dondeestá el rubio Radamanto. Allí la vida de loshombres es más cómoda, no hay nevadas y elinvierno no es largo; tampoco hay lluvias, sinoque Océano deja siempre paso a los soplos deCéfiro que sopla sonoramente para refrescar alos hombres. Porque tienes por esposa a Helenay para ellos eres yerno de Zeus."

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«Y hablando así, se sumergió en el alborotadoponto. Yo enfilé hacia las naves con mis divinoscompañeros, y mientras caminaba, mi corazónagitaba muchas cosas; y luego que llegamos a lanave y al mar, preparamos la cena y se nos echóencima la divina noche; así que nos acostamosen la ribera del mar.«Y cuando apareció Eos, la que nace de la ma-ñana, la de dedos de rosa, en primer lugar lan-zamos al mar divino las naves y colocamos losmástiles y velas en las proporcionadas naves ytodos se fueron a sentar en los bancos; y senta-dos en fila, batían el canoso mar con los remos.«Detuve las naves en el Egipto, río nacido deZeus, e hice perfectas hecatombes. Y cuandohabía puesto fin a la cólera de los dioses queexisten siempre, levanté un túmulo a Aga-menón para que su gloria sea inextinguible.«Acabado esto, partí, y los inmortales me con-cedieron viento favorable y rápidamente medevolvieron a mi tierra. Pero, vamos, permane-ce ahora en mi palacio, hasta que llegue el un-

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décimo o el duodécimo día. Entonces te despe-diré y te daré como espléndidos regalos trescaballos y un carro bien trabajado; también tedaré una hermosa copa para que hagas libacio-nes a los dioses inmortales y te acuerdes de mítodos los días.»Y a su vez, Telémaco le contestó discretamente:«¡Atrida!, no me retengas aquí durante muchotiempo, pues yo permanecería un año junto a tisin que me atenazara la nostalgia de mi casa nide mis padres, que me cumple sobremaneraescuchar tus relatos y palabras. Pero ya miscompañeros estarán disgustados en la divinaPilos y tú me retienes aquí hace tiempo. Que elregalo que me des sea un objeto que se puedaconservar. Los caballos no los llevaré a Itaca, telos dejaré aquí como ornato, pues tú reinas enuna llanura vasta en la que hay mucho loto,juncia, trigo, espelta y blanca cebada que cría elcampo. En Itaca no hay recorridos extensos niprado; es tierra criadora de cabras y más encan-tadora que la criadora de caballos. Pues ningu-

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na de las islas que se reclinan sobre el mar esapta para el paso de caballos ni rica en prados,a Itaca menos que ninguna.»Así dijo, y Menelao, de recia voz guerrera, son-rió y lo acarició con la mano; le llamó por sunombre y le dijo su palabra:«Hijo querido, eres de sangre noble, segúnhablas. Te cambiaré el regalo, pues puedo. Y decuantos objetos hay en mi palacio que se pue-den conservar, te daré el más hermoso y el demás precio. Te daré una crátera bien trabajada,de plata toda ella y con los bordes pulidos enoro. Es obra de Hefesto; me la dio el héroe Fe-dimo, rey de los sidonios, cuando me alojó ensu casa al regresar. Esto es lo que quiero rega-larte.»Mientras departían entre sí iban llegando losinvitados al palacio del divino rey. Unos traíanovejas, otros llevaban confortante vino, y lasesposas de lindos velos les enviaban el pan. Asípreparaban comida en el palacio.

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Entre tanto, los pretendientes se complacíanarrojando discos y venablos ante el palacio deOdiseo, en el sólido pavimento donde acos-tumbraban, llenos de arrogancia.Hallábanse sentados Antínoo y Eurímaco, se-mejantes a los dioses, los jefes de los preten-dientes y los mejores con preferencia por suvalor. Y acercándoseles el hijo de Fronio, Noe-món, le preguntó y dijo a Antínoo su palabra:«Antínoo, ¿sabemos cuándo vendrá Telémacode la arenosa Pilos o no? Se fue llevándose minave y preciso de ella para pasar a la espaciosaElide, donde tengo doce yeguas y mulos nodomados, buenos para el laboreo; si traigo al-guno de estos podría domarlo.»Así dijo, y ellos quedaron atónitos, pues nopensaban que Telémaco hubiera marchado aPilos de Neleo, sino que se encontraba en elcampo con las ovejas o con el porquerizo.Mas, al fin, Antínoo, hijo de Eupites, contestólediciendo:

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«Háblame sinceramente. ¿Cuándo se fue y quémozos lo acompañaban? ¿Los mejores de Itacao sus obreros y criados? Que también pudohacerlo así. Dime también con verdad, para queyo lo sepa, si te quitó la negra nave por la fuer-za y contra tu voluntad o se la diste de buengrado, luego de suplicarte una y otra vez.»

Y Noemón, el hijo de Fronio, le contestó:«Yo mismo se la di de buen grado. ¿Qué sepodría hacer si te la pide un hombre como él,con el ánimo lleno de preocupaciones? Seríadifícil negársela. Los jóvenes que le acompaña-ban son los que sobresalen entre nosotros en elpueblo. También vi embarcando como jefe aMéntor, o a un dios, pues así parecía en todo.Lo que me extraña es que vi ayer por la mañanaal divino Méntor aquí, y eso que entonces seembarcó para Pilos.»Cuando así hubo hablado marchó hacia la casade su padre, y a éstos se les irritó su noble áni-mo. Hicieron sentar a los pretendientes todos

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juntos y detuvieron sus juegos. Y entre elloshabló irritado Antínoo, hijo de Eupites; su co-razón rebosaba negra cólera y sus ojos se ase-mejaban al resplandeciente fuego: «¡Ay, ay,buen trabajo ha realizado Telémaco arrogante-mente con este viaje; y decíamos que no lo lle-varía a cabo! Contra la voluntad de tantoshombres un crío se ha marchado sin más, des-pués de botar una nave y elegir los mejoresentre el pueblo. Enseguida comenzará a ser unazote. ¡Así Zeus le destruya el vigor antes deque llegue a la plenitud de la juventud Conque,ea, dadme una rápida nave y veinte compañe-ros para ponerle emboscada y esperarle cuandovuelva en el estrecho entre Itaca y la escarpadaSame. Para que el viaje que ha emprendido porcausa de su padre le resulte funesto.»Así dijo, y todos aprobaron sus palabras y loapremiaban.Así que se levantaron y se pusieron en caminohacia el palacio de Odiseo.

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Penélope no tardó mucho en enterarse de losplanes que los prentendientes meditaban ensecreto. Pues se los comunicó el heraldo Me-donte, que escuchó sus decisiones aunque esta-ba fuera del patio cuando éstos las urdían de-ntro. Y se puso en camino por el palacio paracómunicárselo a Penélope. Cuando atravesabael umbral le dijo ésta:«Heraldo, ¿a qué te mandan los ilustres preten-dientes? ¿Acaso para que ordenes a las esclavasdel divino Odiseo que dejen sus labores y lespreparen comida? iOjalá dejaran de cortejarmey de reunirse y cenaran su última y definitivacena! Con tanto reuniros aquí estáis acabandocon muchos bienes, con las posesiones del pru-dence Telémaco. ¿No habéis oído contar a vues-tros padres cuando erais niños cómo era Odiseocon ellos, que ni hizo ni dijo nada injusto en elpueblo? Este es el proceder habitual de los di-vinos reyes: a un hombre le odian mientras quea otro le aman. Pero aquél jamás hizo injusticiaa hombre alguno. Así que han quedado al des-

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cubierto vuestro ánimo a injustas obras, y notenéis agradecimiento por sus beneficios.»Y a su vez le dijo Medonte, de pensamientosprudentes:«Reina, ¡ojalá fuera ésta el mayor mal! Pero lospretendientes meditan otro mucho mayor ymás penoso que ojalá no cumpla el Cronida!Desean ardientemente matar a Telémaco con elagudo bronce cuando vuelva a casa, pues par-tió a la augusta Pilos y a la divina Lacedemoniaen busca de noticias dé su padre.»Así dijo. Flaqueáronle a Penélope las rodillas yel corazón, el estupor le arrebató las palabraspor largo tiempo, y los ojos se le llenaron delágrimas, y la vigorosa voz se le quedó deteni-da. Más tarde le contestó y dijo:«¡Heraldo! ¿Por qué se ha marchado mi hijo?No precisaba embarcar en las naves que nave-gan veloces, que son para los hombres caballosen la mar y atraviesan la abundante humedad.¿Acaso lo hizo para que no quede ni siquiera sunombre entre los hombres?» Y le contestó a

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continuación Medonte, conocedor de pru-dencia:«No sé si lo impulsó algún dios o su propioánimo a ir a Pilos para indagar acerca del re-greso de su padre o del destino con el que se haenfrentado.»Cuando hubo hablado así, se fue por el palaciode Odiseo. Envolvió a Penélope una pena mor-tal y no soportó estar sentada en la silla, de lasque había abundancia en la casa, sino que sesentó en el muy trabajado umbral de su apo-sento, quejándose de manera lamentable. Y a sualrededor gemían todas las criadas, cuantashabia en el palacio, jóvenes y viejas. Y Penélopeles dijo, llorando agudamente:«Escuchadme, amigas, pues el Olímpico me haconcedido dolores por encima de las que nacie-ron o se criaron conmigo: perdí primero a unesposo noble de corazón de león y que se dis-tinguía entre los dánaos por excelencias de to-das clases, un noble varón cuya vasta gloria se

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extiende por la Hélade y hasta el centro de Ar-gos.«Y ahora las tempestades han arrebatado singloria del palacio a mi amado hijo. No me en-teré cuándo marchó. Desdichadas, tampoco avosotras se os ocurrió levantarme de la cama,aunque bien sabíais cuándo partió aquél en lacóncava y negra nave; pues si hubiera barrun-tado que pensaba en este viaje, se habría que-dado aquí por más que lo ansiara o me habríatenido que dejar muerta en el palacio. Vamos,que llame alguna al anciano Dolio, mi esclavo,el que me dio mi padre cuando vine aquí y cui-da mi huerto abundante en árboles, para quevaya cerca de Laertes lo antes posible a contarletodo esto, por si urdiendo alguna astucia en sumente sale a quejarse a los ciudadanos que de-sean destruir el linaje de Odiseo, semejante aun dios.»Y a su vez le dijo su nodriza Euriclea:«¡Hija mía!, mátame con implacable bronce odéjame en palacio, mas no te ocultaré mi pala-

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bra; yo sabía todo esto y le di cuanto ordenó,pan y dulce vino, y me tomó un solemne jura-mento: que no te lo dijera antes de que llegarael duodécimo día o tú misma lo echaras de me-nos y escucharas que se había marchado, paraque no afearas llorando tu hermosa piel.«Vamos, báñate, toma vestidos limpios para tucuerpo y -sube al piso superior con las esclavas.Y suplica a Atenea, hija de Zeus, portador deégida, pues ella, en efecto, lo salvará de lamuerte. No hagas desgraciado a un pobre an-ciano, pues no creo en absoluto que el linaje delhijo de Arcisio sea odiado por los bienaventu-rados dioses; que alguno sobrevivirá que ocupeel palacio de elevado techo y posea en la lejantalos fértiles campos.»Así diciendo, calmóse y cerró sus ojos al llanto.Y luego de bañarse y coger vestidos limpiospara su cuerpo, subió al piso superior con lascriadas y colocó en una cesta granos de cebada.E imploró a Atenea:

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«Escúchame, hija de Zeus, portador de égida,Atritona; si alguna vez el muy hábil Odiseoquemó en el palacio gordos muslos de buey ode oveja, acuérdate de ellos ahora, salva a mihijo y aleja a los muy orgullosos pretendien-tes.»Cuando hubo hablado así lanzó el grito ritual yla diosa escuchó su oración. Los pretendientesalborotaban en la sombría sala, y uno de losjóvenes orgullosos decía así:«La reina muy solicitada por nosotros preparasus nupcias sin saber que ha sido fabricada lamuerte para su hijo.»Así decía uno, ignorando lo que había ocurrido.Y entre ellos habló Antínoo y dijo:«Desgraciados, evitad toda palabra arrogante,no sea que alguien se la vaya a comunicar. Mas,vamos, levantémonos y ejecutemos en silencioese plan que a todos nos cumple.»Cuando hubo dicho así, escogió a los veintemejores y se dirigió hacia la rápida nave y a laorilla del mar. Arrastráronla primero al pro-

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fundo mar y colocaron el mástil y las velas a lanegra nave. Prepararon luego los remos conestrobos de cuero todo como corresponde, des-plegaron las blancas velas y los audaces sir-vientes les trajeron las armas. Anclaron la naveen aguas profundas y luego que hubieron des-embarcado comieron allí y esperaron a quecayera la tarde.Entre tanto, la discreta Penélope yacía en ayu-nas en el piso superior sin tomar comida nibebida, cavilando si su ilustre hijo escaparía ala muerte o sucumbiría a manos de los sober-bios pretendientes. Y le sobrevino el dulce sue-ño mientras meditaba lo que suele meditar unleón entre una muchedumbre de hombrescuando lo llevan acorralado en engañoso círcu-lo. Dormía reclinada y todos sus miembros seaflojaron.En esto, tramó otro plan la diosa de ojos brillan-tes, Atenea: construyó una figura semejante alcuerpo de una mujer, de Iftima, hija delmagnánimo Icario, a la que había desposado

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Eumelo, que tenía su casa en Feras, y envióla alpalacio del divino Odiseo para que aliviara delllanto y los gemidos a Penélope, que se lamen-taba entre sollozos. Entró en el dormitorio porla correa del pasador, se colocó sobre la cabezade Penélope y le dijo su palabra:«Penélope, ¿duermes afligida en tu corazón?No, los dioses que viven fácilmente no van apermitir que llores ni te aflijas, pues tu hijo yaestá en su camino de vuelta, que en nada es cul-pable a los ojos de los dioses.»Y le contestó luego la discreta Penélope, dur-miendo plácidamente en las mismas puertasdel sueño:«Hermana, ¿por qué has venido? No suelesvenir con frecuencia, al menos hasta ahora, yaque vives muy lejos.«Así que me mandas dejar los lamentos y losnumerosos dolores que se agitan en mi interior,a mí que ya he perdido mi marido noble y va-liente como un león, dotado de toda clase devirtudes entre los dánaos, cuya fama de noble-

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za es extensa en la Hélade y hasta el centro deArgos. Ahora de nuevo mi hijo amado ha par-tido en cóncava nave, mi hijo inocente descono-cedor de obras y palabras. Es por éste por quienme lamento más que por aquél. Por éste tiem-blo y temo no le vaya a pasar algo, sea por obrade los del pueblo a donde ha marchado o sea enel mar. Pues muchos enemigos traman contra éldeseando matarlo antes de que llegue a su tie-rra patria.»Y le contestó la imagen invisible:«Ánimo, no temas ya nada en absoluto. Ésta esquien le acompaña como guía, Palas Atenea-pues puede-, a quien cualquier hombre desear-ía tener a su lado. Se ha compadecido de tuslamentos y me ha enviado ahora para que tecomunique esto.»Y le contestó a su vez la prudente Penélope:«Si de verdad eres una diosa y has oído la vozde un dios, vamos, háblame también de aqueldesdichado, si vive aún y contempla la luz delsol o ya ha muerto y está en el Hades.»

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Y le contestó y dijo la imagen invisible:«De aquél no te voy a decir de fijo si vive o hamuerto, que es malo hablar cosas vanas.»Así diciendo, desapareció en el viento por lacerradura de la puerta. Y ella se desperezó delsueñó, la hija de Icario. Y su corazón se calmó,porque en lo más profundo de la noche se lehabía presentado un claro sueño.Conque los pretendientes embarcaron y nave-gaban los húmedos caminos removiendo en suinterior la muerte para Telémaco.Hay una isla pedregosa en mitad del mar entreItaca y la escarpada Same, la isla de Asteris. Noes grande, pero tiene puertos de doble entradaque acogen a las naves. Así que allí se embosca-ron los aqueos y esperaban a Telémaco.

CANTO VODISEO LLEGA A ESQUERIADE LOS FEACIOSEn esto, Eos se levantó del lecho, de junto alnoble Titono, para llevar la luz a los inmortales

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y a los mortales. Los dioses se reunieron enasamblea, y entre ellos Zeus, que truena en loalto del cielo, cuyo poder es el mayor. Y Ateneales recordaba y relataba las muchas penalida-des de Odiseo. Pues se interesaba por éste, quese encontraba en el palacio de la ninfa:«Padre Zeus y demás bienaventurados diosesinmortales, que ningún rey portador de cetrosea benévolo ni amable ni bondadoso y no seajusto en su pensamiento, sino que siempre seacruel y obre injustamente, ya que no se acuerdadel divino Odiseo ninguno de los ciudadanosentre los que reinaba y era tierno como un pa-dre. Ahora éste se encuentra en una isla so-portando fuertes penas en el palacio de la ninfaCalipso y no tiene naves provistas de remos nicompañeros que lo acompañen por el ancholomo del mar. Y, encima, ahora desean matar asu querido hijo cuando regrese a casa, pues hamarchado a la sagrada Pilos y a la divina Lace-demonia en busca de noticias de su padre».

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Y le contestó y dijo Zeus, el que amontona lasnubes:«Hija mía, ¡qué palabra ha escapado del cercode tus dientes! ¿Pues no concebiste tú misma laidea de que Odiseo se vengara de aquélloscuando llegara? Tú acompaña a Telémaco dies-tramente, ya que puedes, para que regrese a supatria sano y salvo, y que los pretendientesregresen en la nave.»Y luego se dirigió a Hermes, su hijo, y le dijo:«Hermes, puesto que tú eres el mensajero en lodemás, ve a comunicar a la ninfa de lindastrenzas nuestra firme decisión: la vuelta deOdiseo el sufridor, que regrese sin acompaña-miento de dioses ni de hombres mortales. A losveinte días llegará en una balsa de buena tra-bazón a la fértil Esqueria, después de padecerdesgracias, a la tierra de los feacios, que sonsemejantes a los dioses, quienes lo honraráncomo a un dios de todo corazón y lo enviarán asu tierra en una nave dándole bronce, oro enabundancia y ropas, tanto como nunca Odiseo

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hubiera sacado de Troya si hubiera llegadoindemne habiendo obtenido parte del botín.Pues su destino es que vea a los suyos, llegue asu casa de alto techo y a su patria.»Así dijo, y el mensajero Argifonte no desobede-ció. Conque ató, luego a sus pies hermosassandalias, divinas, de oro, que suelen llevarloigual por el mar que por la ilimitada tierra a lapar del soplo del viento. Y cogió la varita con laque hechiza los ojos de los hombres que quierey los despierta cuando duermen. Con ésta enlas manos echó a volar el poderoso Argifonte yllegado a Pieria cayó desde el éter en el ponto, yse movía sobre el oleaje semejante a una gavio-ta que, pescando sobre los terribles senos delestéril ponto, empapa sus espesas alas en elagua del mar. Semejante a ésta se dirigía Her-mes sobre las numerosas olas.Pero cuando llegó a la isla lejana salió del pontocolor violeta y marchó tierra adentro hasta quellegó a la gran cueva en la que habitaba la ninfade lindas trenzas. Y la encontró dentro. Un gran

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fuego ardía en el hogar y un olor de quebradizocedro y de incienso se extendía al arder a lolargo de la isla. Calipso tejía dentro con lanza-dera de oro y cantaba con hermosa voz mien-tras trabajaba en el telar. En torno a la cuevahabía nacido un florido bosque de alisos, dechopos negros y olorosos cipreses, donde ani-daban las aves de largas alas, los búhos y hal-cones y las cornejas marinas de afilada lenguaque se ocupan de las cosas del mar.

Había cabe a la cóncava cueva una viña tupidaque abundaba en uvas, y cuatro fuentes deagua clara que corrían cercanas unas de otras,cada una hacia un lado, y alrededor, suaves yfrescos prados de violetas y apios. Incluso uninmortal que allí llegara se admiraría y alegrar-ía en su corazón.El mensajero Argifonte se detuvo allí a con-templarlo; y, luego que hubo admirado todo ensu ánimo, se puso en camino hacia la anchacueva. Al verlo lo reconoció Calipso, divina en-

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tre las diosas, pues los dioses no se desconocenentre sí por más que uno habite lejos. Pero noencontró dentro al magnánimo Odiseo, pueséste, sentado en la orilla, lloraba donde muchasveces, desgarrando su ánimo con lágrimas, ge-midos y pesares, solía contemplar el estérilmar. Y Calipso, la divina entre las diosas, pre-guntó a Hermes haciéndolo sentar en una sillabrillante, resplandeciente:«¿Por qué has venido, Hermes, el de vara deoro, venerable y querido? Pues antes no veníascon frecuencia. Di lo que piensas, mi ánimo meempuja a cumplirlo si puedo y es posible reali-zarlo. Pero antes sígueme para que te ofrezcalos dones de hospitalidad.»

Habiendo hablado así, la diosa colocó delanteuna mesa llena de ambrosía y mezcló rojonéctar. El mensajero bebió y comió, y despuésque hubo cenado y repuesto su ánimo con lacomida, le dijo su palabra:

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«Me preguntas tú, una diosa, por qué he veni-do yo, un dios.Pues bien, voy a decir con sinceridad mi pala-bra, pues lo mandas. Zeus me ordenó que vi-niera aquí sin yo quererlo. ¿Quién atravesaríade buen grado tanta agua salada, indecible?Además, no hay ninguna ciudad de mortalesen la que hagan sacrificios a los dioses y perfec-tas hecatombes.«Pero no le es posible a ningún dios rebasar odejar sin cumplir la voluntad de Zeus, el quelleva la égida. Dice que se encuentra contigo unvarón, el más desgraciado de cuantos lucharondurante nueve años en derredor de la ciudadde Príamo. Al décimo regresaron a sus casas,después de destruir la ciudad, pero en el regre-so faltaron contra Atenea, y ésta les levantó unviento contrario. Allí perecieron todos sus fielescompañeros, pero a él el viento y grandes olaslo acercaron aquí. Ahora te ordena que lo de-vuelvas lo antes posible, que su destino no esmorir lejos de los suyos, sino ver a los suyos y

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regresar a su casa de elevado techo y a su pa-tria.»Así dijo, y Calipso, divina entre las diosas, seestremeció, habló y le dijo palabras aladas:«Sois crueles, dioses, y envidiosos más que na-die, ya que os irritáis contra las diosas queduermen abiertamente con un hombre si lo hanhecho su amante. Así, cuando Eos, de rosadosdedos, arrebató a Orión, os irritasteis los diosesque vivís con facilidad, hasta que la casta Ar-temis de trono de oro lo mató en Ortigia,atacándole con dulces dardos. Así, cuandoDeméter, de hermosas trenzas, cediendo a suimpulso, se unió en amor y lecho con Jasión encampo tres veces labrado. No tardó muchoZeus en enterarse, y lo mató alcanzándolo conel resplandeciente rayo. Así ahora os irritáiscontra mí, dioses, porque está conmigo un mor-tal. Yo lo salvé, que Zeus le destrozó la rápidanave arrojándole el brillante rayo en medio delponto rojo como el vino. Allí murieron todossus nobles compañeros, pero a él el viento y las

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olas lo acercaron aquí. Yo lo traté como amigo ylo alimenté y le prometí hacerlo inmortal y sinvejez para siempre. Pero puesto que no es posi-ble a ningún dios rebasar ni dejar sin cumplir lavoluntad de Zeus, el que lleva la égida, que sevaya por el mar estéril si aquél lo impulsa y selo manda. Mas yo no te despediré de cualquiermanera, pues no tiene naves provistas de remosni compañeros que lo acompañen sobre el an-cho lomo del mar. Sin embargo, le aconsejarébenévola y nada le ocultaré para que llegue asu tierra sano y salvo.»

Y el mensajero, el Argifonte, le dijo a su vez:«Entonces despídele ahora y respeta la cólerade Zeus, no sea que se irrite contigo y sea duroen el futuro.»Cuando hubo hablado así partió el poderosoArgifonte.Y la soberana ninfa acercóse al magnánimoOdiseo luego que hubo escuchado el mensajede Zeus. Lo encontró sentado en la orilla. No se

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habían secado sus ojos del llanto, y su dulcevida se consumía añorando el regreso, puestoque ya no le agradaba la ninfa, aunque pasabalas noches por la fuerza en la cóncava cuevajunto a la que lo amaba sin que él la amara. Du-rante el día se sentaba en las piedras de la orilladesgarrando su ánimo con lágrimas, gemidos ydolores, y miraba al estéril mar derramandolágrimas.Y deteniéndose junto a él le dijo la divina entrelas diosas:«Desdichado, no te me lamentes más ni consu-mas tu existencia, que te voy a despedir no sindarte antes buenos consejos. ¡Hala!, corta unoslargos maderos y ensambla una amplia balsacon el bronce. Y luego adapta a ésta un elevadotablazón para que te lleve sobre el brumosoponto, que yo te pondré en ella pan y agua yrojo vino en abundancia que alejen de ti elhambre. También te daré ropas y te enviaré pordetrás un viento favorable de modo que lleguesa tu patria sano y salvo, si es que lo permiten

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los dioses que poseen el ancho cielo, quienesson mejores que yo para hacer proyectos ycumplirlos.»Así habló; estremecióse el sufridor, el divinoOdiseo, y hablando le dirigió aladas palabras:«Diosa, creo que andas cavilando algo distintode mi marcha, tú que me apremias a atravesarel gran abismo del mar en una balsa, cosa difícily peligrosa; que ni siquiera las bien equi-libradas naves de veloz proa lo atraviesan ani-madas por el favorable viento de Zeus. No, yono subiría a una balsa mal que te pese, si noaceptas jurarme con gran juramento, diosa, queno maquinarás contra mí desgracia alguna.»Así habló; sonrió Calipso, divina entre las dio-sas, le acarició la mano y le dijo su palabra,llamándole por su nombre:«Eres malvado a pesar de que no piensas cosasvanas, pues te has atrevido a decir tales pala-bras. Sépalo ahora la Tierra, y desde arriba elancho Cielo y el agua que fluye de la Estige-éste es el mayor y el más terrible juramento

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para los bienaventurados dioses- que no ma-quinaré contra ti desgracia alguna. Esto es loque yo pienso y te voy a aconsejar, cuanto paramí misma pensaría cuando me acuciara tal ne-cesidad. Mi proyecto es justo, y no hay en mipecho un ánimo de hierro, sino compasivo.»

Hablando así la divina entre las diosas marchóluego delante y él marchó tras las huellas de ladiosa. Y llegaron a la profunda cueva la diosa yel varón. Éste se sentó en el sillón de donde sehabía levantado Hermes, y la ninfa le ofreciótoda clase de comida para comer y beber, cuan-tas cosas suelen yantar los mortales hombres.Sentóse ella frente al divino Odiseo y las siervasle colocaron néctar y ambrosía. Echaron mano alos alimentos preparados que tenían delante ydespués que se saciaron de comida y bebidaempezó a hablar Calipso, divina entre las dio-sas:«Hijo de Laertes, de linaje divino, Odiseo, ricoen ardides, ¿así que quieres marcharte ensegui-

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da a tu casa y a tu tierra patria? Vete enhora-buena. Pero si supieras cuántas tristezas te de-parará el destino antes de que arribes a tu pa-tria, te quedarías aquí conmigo para guardaresta morada y serías inmortal por más deseosoque estuvieras de ver a tu esposa, a la que con-tinuamente deseas todos los días. Yo en verdadme precio de no ser inferior a aquélla ni en elporte ni en el natural, que no conviene a lasmortales jamás competir con las inmortales nien porte ni en figura.»Y le dijo el muy astuto Odiseo:«Venerable diosa, no te enfades conmigo, quesé muy bien cuánto te es inferior la discretaPenélope en figura y en estátura al verla defrente, pues ella es mortal y tú inmortal sin ve-jez. Pero aun así quiero y deseo todos los díasmarcharme a mi casa y ver el día del regreso. Sialguno de los dioses me maltratara en el pontorojo como el vino, lo soportaré en mi pecho conánimo paciente; pues ya soporté muy mucho

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sufriendo en el mar y en la guerra. Que vengaesto después de aquello.»Así dijo. El sol se puso y llegó el crepusculo.Así que se dirigieron al interior de la cóncavacueva a deleitarse con el amor en mutua com-pañía.Y cuando se mostró Eos, la que nace de la ma-ñana, la de dedos de rosa, Odiseo se vistió detúnica y manto, y ella, la ninfa, vistió una grantúnica blanca, fina y graciosa, colocó alrededorde su talle hermoso cinturón de oro y un velosobre la cabeza, y a continuación se ocupó de lapartida del magnánimo Odiseo. Le dio unagran hacha de bronce bien manejable, aguzadapor ambos lados y con un hermoso mango demadera de olivo bien ajustado. A continuaciónle dio una azuela bien pulimentada, y empren-dió el camino hacia un extremo de la isla dondehabían crecido grandes árboles, alisos y álamosnegros y abetos que suben hasta el cielo, secosdesde hace tiempo, resecos, que podían flotarligeros. Luego que le hubo mostrado dónde

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crecían los árboles, marchó hacia el palacio Ca-lipso, divina entre las diosas, y él empezó acortar troncos y llevó a cabo rápidamente sutrabajo. Derribó veinte en total y los cortó con elbronce, los pulió diestramente y los enderezócon una plomada mientras Calipso, divina en-tre las diosas, le llevaba un berbiquí. Despuésperforó todos, los unió unos con otros y losajustó con clavos y junturas. Cuanto un hombrebuen conocedor del arte de construir redonde-aría el fondo de una amplia nave de carga, asíde grande hizo Odiseo la balsa. Plantó luegopostes, los ajustó con vigas apiñadas y cons-truyó una cubierta rematándola con grandestablas. Hizo un mástil y una antena adaptada aél y construyó el timón para gobernarla. Cu-brióla después con cañizos de mimbre a uno yotro lado para que fuera defensa contra el olea-je y puso encima mucha madera. Entre tanto, letrajo Calipso, divina entre las diosas, tela parahacer las velas, y él las fabricó con habilidad.

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Ató en ellas cuerdas, cables y bolinas y con es-tacas la echó al divino mar.Era el cuarto día y ya tenía todo preparado. Y alquinto lo dejó marchar de la isla la divina Ca-lipso después de lavarlo y ponerle ropas per-fumadas. Entrególe la diosa un odre de negrovino, otro grande de agua y un saco de víveres,y le añadió abundantes golosinas. Y le envió unviento próspero y cálido.Así que el divino Odiseo desplegó gozoso lasvelas al viento y sentado gobernaba el timóncon habilidad. No caía el sueño sobre suspárpados contemplando las Pléyades y el Boo-tes, que se pone tarde, y la Osa, que llamancarro por sobrenombre, que gira allí y acecha aOrión y es la única privada de los baños deOcéano. Pues le había ordenado Calipso, divinaentre las diosas, que navegase teniéndola a lamano izquierda. Navegó durante diecisiete díasatravesando el mar, y al decimoctavo aparecie-ron los sombríos montes del país de los feacios,

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por donde éste le quedaba más cerca y parecíaun escudo sobre el brumoso ponto.

El poderoso, el que sacude la tierra, que volvíade junto a los etiopes, lo vio de lejos, desde losmontes Sólymos, pues se le apareció surcandoel mar. Irritóse mucho en su corazón, y mo-viendo la cabeza habló a su ánimo:«¡Ay!, seguro que los dioses han cambiado deresolución respecto a Odiseo mientras yo esta-ba entre los etíopes, que ya está cerca de la tie-rra de los feacios, donde es su destino escapardel extremo de las calamidades que le llegan.Pero creo que aún le han de alcanzar bastantesdesgracias.»Cuando hubo hablado así, amontonó las nubesy agitó el mar, sosteniendo el tridente entre susmanos, e hizo levantarse grandes tempestadesde vientos de todas clases, y ocultó con las nu-bes al mismo tiempo la tierra y el ponto. Y lanoche surgió del cielo. Cayeron Euro y Noto,Céfiro de soplo violento y Bóreas que nace en

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cielo despejado levantando grandes olas. En-tonces las rodillas y el corazón de Odiseo desfa-llecieron, e irritado dijo a su magnánimo espíri-tu:«Ay de mí, desgraciado, ¿qué me sucederá porfin ahora? Mucho temo que todo lo que dijo ladiosa sea verdad; me aseguró que sufriría des-gracias en el ponto antes de regresar a mi pa-tria, y ahora todo se está cumpliendo. ¡Con quénubes ha cerrado Zeus el vasto cielo y agitadoel ponto, y las tempestades de vientos de todasclases se lanzan con ímpetu!«Seguro que ahora tendré una terrible muerte.¡Felices tres y cuatro veces los dánaos que mu-rieron en la vásta Troya por dar satisfacción alos Atridas! Ojalá hubiera muerto yo y mehubiera enfrentado con mi destino el día en quecantos troyanos lanzaban contra mí broncíneaslanzas alrededor del Pelida muerto! Allí habríaobtenido honores fúnebres y los aqueos cele-brarían mi gloria, pero ahora está determinadoque sea sorprendido por una triste muerte.»

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Cuando hubo dicho así, le alcanzó en lo másalto una gran ola que cayó terriblemente y sa-cudió la balsa. Odiseo se precipitó fuera de labalsa soltando las manos del timón, y un terri-ble huracán de mezclados vientos le rompió elmástil por la mitad. Cayeron al mar, lejos, lavela y la antena, y a él lo tuvo largo tiemposumergido sin poder salir con presteza por elímpetu de la ingente ola, pues le pesaban losvestidos que le había dado la divina Calipso.A1 fin emergió mucho después y escupió de suboca la amarga agua del mar que le caía enabundancia, con ruido, desde la cabeza. Pero niaun así se olvidó de la balsa, aunque estabaagotado, sino que lanzándose entre las olas seapoderó de ella. El gran oleaje la arrastraba conla corriente aquí y allá. Como cuando el otoñalBóreas arrastra por la llanura los espinos y seenganchan espesos unos con otros, así los vien-tos la llevaban por el mar por aquí y por allá.Unas veces Noto la lanzaba a Bóreas para que

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se la llevase, y otras Euro la cedía a Céfiro paraperseguirla.Pero lo vio Ino Leucotea, la de hermosos tobi-llos, la hija de Cadmo que antes era mortal do-tada de voz, mas ahora participaba del honorde los dioses en el fondo del mar. Compa-decióse de Odiseo, que sufría pesares a la deri-va, y emergió volando del mar semejante a unagaviota; se sentó sobre la balsa y le dijo:«¡Desgraciado! ¿Por qué tan acerbamente se haencolerizado contigo Poseidón, el que sacude latierra, para sembrarte tantos males? No te des-truirá por mucho que lo desee. Conque obra delmodo siguiente, pues paréceme que eres discre-to: quítate esos vestidos, deja que la balsa seaarrastrada por los vientos, y trata de alcanzarnadando la tierra de los feacios, donde es tudestino que te salves. Toma, extiende este veloinmortal bajo tu pecho, y no temas padecer nimorir. Mas cuando alcances con tus manos tie-rra firme, suéltalo enseguida y arrójalo al ponto

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rojo como el vino, muy lejos de tierra, y apárta-te lejos.»Cuando hubo hablado así la diosa, le dió elvelo, y con presteza se sumergió en el alborota-do ponto, semejante a una gaviota, y una negraola la ocultó. El divino Odiseo, el sufridor, dioen cavilar y habló irritado a su magnánimocorazón:

«¡Ay de mí! ¡No vaya a ser que alguno de losinmortales urde contra mí una trampa, cuandome ordena abandonar la balsa! Mas no obede-ceré, que yo vi a lo lejos con mis propios ojos latierra donde me dijo que tendría asilo. Másbien, pues me parece mejor, obraré así: mien-tras los maderos sigan unidos por las ligazonespermaneceré aquí y aguantaré sufriendo males,pero una vez que las olas desencajen la balsame pondré a nadar, pues no se me alcanza pre-vision mejor.»Mientras esto agitaba en su mente, y en su co-razón, Poseidon, el que sacude la tierra, levantó

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una gran ola, terrible y penosa, abovedada, y loarrastró. Como el impetuoso viento agita unmontón de pajas secas que dispersa acá y allá,así dispersó los grandes maderos de la balsa.Pero Odiseo montó en un madero como si ca-balgase sobre potro de carrera y se quitó losvestidos que le había dado la divina Calipso. Yal punto extendió el velo por su pecho y púsoseboca abajo en el mar, extendidos los brazos,ansioso de nadar.Y el poderoso, el que sacude la tierra, lo vio, ymoviendo la cabeza, habló a su ánimo:. «Ahora que has padecido muchas calamida-des vaga por el ponto hasta que llegues a esoshombres vástagos de Zeus. Pero ni aun así creoque estimarás pequeña tu desgracia.»Cuando hubo hablado así, fustigó a los caballosde hermosas crines y enfiló hacia Egas, dondetiene ilustre morada.Pero Atenea, la hija de Zeus decidió otra cosa:cerró el camino a todos los vientos y mandóque todos cesaran y se calmaran; levantó al

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rápido Bóreas y quebró las olas hasta que Odi-seo, movido por Zeus, llegara a los feacios,amantes del remo, escapando a la muerte y aldestino.Así que anduvo éste a la deriva durante dosnoches y dos días por las sólidas olas, y muchasveces su corazón presintió la muerte. Perocuando Eos, de lindas trenzas, completó el ter-cer día, cesó el viento y se hizo la calma, y Odi-seo vio cerca la tierra oteando agudamentedesde lo alto de una gran ola. Como cuandoparece agradable a los hijos la vida de un padreque yace enfermo entre grandes dolores, con-sumiéndose durante mucho tiempo, pues leacomete un horrible demón y los dioses le li-bran felizmente del mal, así de agradable leparecieron a Odiseo la tierra y el bosque, y na-daba apresurándose por poner los pies en tierrafirme. Pero cuando estaba a tal distancia que sele habría oído al gritar, sintió el estrépito delmar en las rocas. Grandes olas rugían estrepito-samente al romperse con estruendo contra tie-

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rra firme, y todo se cubría de espuma marina,pues no había puertos, refugios de las naves, niensenadas, sino acantilados, rocas y escollos.Entonces se aflojaron las rodillas y el corazónde Odiseo y decía afligido a su magnánimocorazón:«¡Ay de mí! Después que Zeus me ha concedi-do inesperadamente ver tierra y he terminadode surcar este abismo, no encuentro por dóndesalir del canoso mar. Afuera las rocas son pun-tiagudas, y alrededor las olas se levantan estre-pitosamente, y la roca se yergue lisa y el mar esprofundo en la orilla, sin que sea posible ponerallí los pies y escapar del mal. Temo que al salirme arrebate una gran ola y me lance contrapétrea roca, y mi esfuerzo sería inútil. Y si sigonadando más allá por si encuentro una playadonde rompe el mar oblicuamente o un puertomarino, temo que la tempestad me arrebate denuevo y me lleve al ponto rico en peces mien-tras yo gimo profundamente, o una divinidadlance contra mí un gran monstruo marino de

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los que cría a miles la ilustre Anfitrite. Pues séque el ilustre, el que sacude la tierra, está irrita-do conmigo.»Mientras meditaba esto en su mente y en sucorazón, lo arrastró una gran ola contra la es-carpada orilla, y allí se habría desgarrado lapiel y roto los huesos si Atenea, la diosa de ojosbrillantes, no le hubiese inspirado a su ánimo losiguiente: lanzóse, asió la roca con ambas ma-nos y se mantuvo en ella gimiendo hasta quepasó una gran ola. De este modo consiguió evi-tarla, pero al refluir ésta lo golpeó cuando seapresuraba y lo lanzó a lo lejos en el ponto.Como cuando al sacar a un pulpo de su escon-drijo se pegan infinitas piedrecitas a sus tentá-culos, así se desgarró en la roca la piel de susrobustas manos.Luego lo cubrió una gran ola, y allí habríamuerto el desgraciado Odiseo contra lo dis-puesto por el destino si Atenea, la diosa de ojosbrillantes, no le hubiera inspirado sensatez. Asíque emergiendo del oleaje que rugía en direc-

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ción a la costa, nadó dando cara a la tierra porsi encontraba orillas batidas por las olas o puer-tos de mar. Y cuando llegó nadando a la bocade un río de hermosa corriente, aquél le parecióel mejor lugar, libre de piedras y al abrigo delviento. Y al advertir que fluía le suplicó en suánimo:«Escucha, soberano, quienquiera que seas; llegoa ti, muy deseado, huyendo del ponto y de lasamenazas de Poseidón. Incluso los dioses in-mortales respetan al hombre que llega errantecomo yo llego ahora a tu corriente y a tus rodi-llas después de sufrir mucho. Compadécete,soberano, puesto que me precio de ser tu supli-cante.»Así dijo; hizo éste cesar al punto su corriente,retirando las olas, e hizo la calma delante de él,llevándolo salvo a la misma desembocadura. Ydobló Odiseo ambas rodillas y los robustosbrazos, pues su corazón estaba sometido por elmar. Tenía todo el cuerpo hinchado, y de suboca y nariz fluía mucho agua salada: así que

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cayó sin aliento y sin voz y le sobrevino un te-rrible cansancio. Mas cuando respiró y se recu-peró su ánimo, desató el velo de la diosa y loechó al río que fluye hacia el mar, y al punto selo llevó una gran ola con la corriente y luego larecibió Ino en sus manos. Alejóse del río, seechó delante de una junquera y besó la fértiltierra. Y, afligido, decía a su magnánimo co-razón:«¡Ay de mí! ¿Qué me va a suceder? ¿Qué mesobrevendrá por fin? Si velo junto al río duran-te la noche inspiradora de preocupaciones,quizá la dañina escarcha y el suave rocío ven-zan al tiempo mi agonizante ánimo a causa demi debilidad, pues una brisa fría sopla antes delalba desde el río. Pero si subo a la colina yumbría selva y duermo entre las espesas matas,si me dejan el frío y el cansancio y me viene eldulce sueño, temo convertirme en botín y presade las fieras.».Después de pensarlo, le pareció que era mejorasí, y echó a andar hacia la selva y la encontró

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cerca del agua en lugar bien visible; y se deslizódebajo de dos matas que habían nacido delmismo lugar, una de aladierma y otra de olivo.No llegaba a ellos el húmedo soplo de los vien-tos ni el resplandeciente sol los hería con susrayos, ni la lluvia los atravesaba de un extremoa otro (tan apretados crecían entrelazados unocon el otro). Bajo ellos se introdujo Odiseo, yluego preparó ancha cama con sus manos, pueshabía un gran montón de hojarasca como paraacoger a dos o tres hombres en el invierno porriguroso que fuera. A1 verla se alegró el divinoOdiseo, el sufridor, y se acostó en medio y seechó encima un montón de hojas. Como el queesconde un tizón en negra ceniza en el extremode un campo (y no tiene vecinos) para conser-var un germen de fuego y no tener que ir a en-cenderlo a otra parte, así se cubrió Odiseo conlas hojas y Atenea vertió sobre sus ojos el sueñopara que se le calmara rápidamente el penosocansancio, cerrándole los párpados.

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CANTO VIODISEO Y NAUSÍCAAAí es como dormía allí el sufridor, el divinoOdiseo, agotado por el sueño y el cansancio.En tanto marchó Atenea al país y a la ciudad delos hombres feacios que antes habitaban la es-paciosa Hiperea cerca de los Cíclopes, hombressoberbios que los dañaban continuamente, pueseran superiores en fuerza. Sacándolos de allí loscondujo Nausítoo, semejante a un dios, y losasentó en Esqueria, lejos de los hombres indus-triosos; rodeó la ciudad con un muro, cons-truyó casas a hizo los templos de los dioses yrepartió los campos. Pero éste, vencido ya porKer, había marchado a Hades, y entonces go-bernaba Alcínoo, inspirado en sus designiospor los dioses.

Al palacio de éste se encaminó Atenea, la deojos brillantes, planeando el regreso para elmagnánimo Odiseo. Llegó a la muy adornada

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estancia en la que dormía una joven igual a lasdiosas en su porte y figura, Nausícaa, hija delmagnánimo Alcínoo. Y dos sirvientas que pose-ían la belleza de las Gracias estaban a uno yotro lado de la entrada, y las suntuosas puertasestaban cerradas. Apresuróse Atenea como unsoplo de viento hacia la cama de la joven, y sepuso sobre su cabeza y le dirigió su palabratomando la apariencia de la hija de Dimante,famoso por sus naves, pues era de su mismaedad y muy grata a su ánimo.Asemejándose a ésta, le dijo Atenea, la de ojosbrillantes:«Nausícaa, ¿por qué tan indolente te parió tumadre? Tienes descuidados los espléndidosvestidos, y eso que está cercana tu boda, en quees preciso que vistas tus mejores galas y se lasproporciones también a aquellos que lo acom-pañen. Pues de cosas así resulta buena fama alos hombres y se complacen el padre y la vene-rable madre.

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Conque marchemos a lavar tan pronto comodespunte la aurora; también yo ire contigo co-mo compañera para que dispongas todo ense-guida, porque ya no vas a estar soltera muchotiempo, que te pretenden los mejores de losfeacios en el pueblo donde también tú tienes tulinaje. Así que, anda, pide a tu ilustre padre queprepare antes de la aurora mulas y un carroque lleve los cinturones, las túnicas y tuespléndida ropa. Es para ti mucho mejor ir asíque a pie, pues los lavaderos están muy lejos dela ciudad.»Cuando hubo hablado así se marchó Atenea, lade los brillantes, al Olimpo, donde dicen queestá la morada siempre segura de los dioses,pues no es azotada por los vientos ni mojadapor las lluvias, ni tampoco la cubre la nieve.Permanece siempre un cielo sin nubes y unaresplandeciente claridad la envuelve. Allí sedivierten durante todo el día los felices dioses.Hacia allá marchó la de ojos brillantes cuandohubo aconsejado a la joven.

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Al punto llegó Eos, la de hermoso trono, quedespertó a Nausícaa; de lindo pelo, y asombra-da del sueño echó a correr por el palacio paracontárselo a sus progenitores, a su padre y a sumadre. Y encontró dentro a los dos; ella estabasentada junto al hogar con sus siervas hilandocopos de lana teñidos con púrpura marina; a éllo encontró a las puertas cuando marchaba conlos ilustres reyes al Consejo, donde lo reclama-ban los nobles feacios.Así que se acercó a su padre y le dijo:«Querido papá, ¿no podrías aparejarme un altocarro de buenas ruedas para que lleve a lavar alrío los vestidos que tengo sucios? Que tambiéna ti conviene, cuando estás entre los principa-les, participar en el Consejo llevando sobre tucuerpo vestidos limpios. Además, tienes cincohijos en el palacio, dos casados ya, pero tressolteros en la flor de la edad, y éstos siemprequieren ir al baile con los vestidos bien limpios,y todo esto está a mi cargo.»

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Así dijo, pues se avergonzaba de mentar el flo-reciente matrimonio a su padre. Pero él com-prendió todo y le respondió con estas palabras:«No te voy a negar las mulas, hija, ni ningunaotra cosa. Ve; al momento los criados lo prepa-rarán un alto carro de buenas ruedas con unacesta ajustada a él.»Cuando hubo dicho así, daba órdenes a suscriados y éstos al momento le obedecieron.Prepararon fuera el carro mulero de buenasruedas, trajeron mulas y las uncieron al yugo.La joven sacó de la habitación un lujoso vestidoy lo colocó en el bien pulido carro, y la madrepuso en un capacho abundante y rica comida,así como golosinas, y en un odre de cuero decabra vertió vino. La joven subió al carro, ytodavía le dió en un recipiente de oro aceitehúmedo para que se ungiera con sus sirvientas.Tomó Nausícaa el látigo y las resplandecientesriendas y lo restalló para que partieran. Y sedejó sentir el batir de las mulas, y manteníanuna tensión incesante llevando los vestidos y a

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ella misma; mas no sola, que con ella marcha-ban sus esclavas. Así que hubieron llegado a lahermosisima corriente del río donde estabanlos lavaderos perennes (manaba un caudal deagua muy hermosa para lavar incluso la ropamás sucia), soltaron las mulas del carro y lasarrearon hacia el río de hermosos torbellinospara que comieran la fresca hierba suave comola miel. Tomaron ellas en sus manos los vesti-dos, los llevaron a la oscura agua y los pisotea-ban con presteza en las pilas, emulándose unasa otras.

Una vez que limpiaron y lavaron toda la sucie-dad, extendieron la ropa ordenadamente a laorilla del mar precisamente donde el agua de-vuelve a la tierra los guijarros más limpios.Y después de bañarse y ungirse con el grasientoaceite, tomaron el almuerzo junto a la orilla delrío y aguardaban a que la ropa se secara con elresplandor del sol.

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Apenas habían terminado de disfrutar el al-muerzo, las criadas y ella misma se pusieron ajugar con una pelota, despojándose de sus ve-los. Y Nausícaa, de blancos brazos, dio comien-zo a la danza. Como Artemis va por los montes,la Flechadora, ya sea por el Taigeto muy espa-cioso o por el Erimanto, mientras disfruta conlos jabalíes y ligeros ciervos, y con ella las nin-fas agrestes, hijas de Zeus portador de la égida,participan en los juegos y disfruta en su pechoLeto... (de todas ellas tiene por encima la cabezay el rostro, así que es fácilmente reconocible,aunque todas son bellas), así se distinguía entretodas sus sirvientas la joven doncella.Pero cuando ya se disponían a regresar de nue-vo a casa, después de haber uncido las mulas ydoblado los bellos vestidos, la diosa de ojosbrillantes, Atenea, dispuso otro plan: que Odi-seo se despertara y viera a la joven de hermososojos que lo conduciría a la ciudad de los feacios.Conque la princesa tiró la pelota a una sirvientay no la acertó; arrojóla en un profundo remoli-

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no y ellas gritaron con fuerza. Despertó el divi-no Odiseo, y sentado meditaba en su mente yen su corazón:«¡Ay de mí! ¿De qué clase de hombres es latierra a la que he llegado? ¿Son soberbios, sal-vajes y carentes de justicia o amigos de los fo-rasteros y con sentimientos de piedad hacia losdioses?. Y es el caso que me rodea un griteríofemenino como de doncellas, de ninfas queposeen las elevadas cimas de los montes, lasfuentes de los ríos y los prados cubiertos dehierba. ¿O es que estoy cerca de hombres dota-dos de voz articulada? Pero, ea, yo mismo voya comprobarlo a intentaré verlo.»

Cuando hubo dicho así, salió de entre los mato-rrales el divino Odiseo, y de la cerrada selvacortó con su robusta mano una rama frondosapara cubrirse alrededor las vergüenzas. Y sepuso en camino como un león montaraz que,confiado en su fuerza, marcha empapado delluvia y contra el viento y le arden los ojos; en-

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tonces persigue a bueyes o a ovejas o anda traslos salvajes ciervos; pues su vientre lo apremiaa entrar en un recinto bien cerrado para atacar alos ganados. Así iba a mezclarse Odiseo entrelas doncellas de lindas trenzas, aun estandodesnudo, pues la necesidad lo alcanzaba. Yapareció ante ellas terriblemente afeado por lasalmuera.Temblorosas se dispersan cada una por un ladohacia las salientes riberas. Sola la hija de Alcí-noo se quedó, pues Atenea le infundió valor ensu pecho y arrojó el miedo de sus miembros. Ypermaneció a pie firme frente a Odiseo. Éstedudó entre suplicar a la muchacha de lindosojos abrazado a sus rodillas o pedirle desdelejos, con dulces palabras, que le señalara suciudad y le entregara ropas. Y mientras estocavilaba, le pareció mejor suplicar desde lejoscon dulces palabras, no fuera que la doncella seirritara con él al abrazarle las rodillas. Así quepronunció estas dulces y astutas palabras:

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«A ti suplico, soberana. ¿Eres diosa o mortal? Sieres una divinidad de las que poseen el espa-cioso cielo, yo te comparo a Arternis, la hija delgran Zeus, en belleza, talle y distinción, y sieres uno de los mortales que habitan la tierra,tres veces felices tu padre y tu venerable ma-dre; tres veces felices también tus hermanos,pues bien seguro que el ánimo se les ensanchapor tu causa viendo entrar en el baile a tal reto-ño; y con mucho el más feliz de todos en sucorazón aquel que venciendo con sus presenteste lleve a su casa. Que jamás he visto con misojos semejante mortal, hombre o mujer. Al mi-rarte me atenaza el asombro. Una vez en Delosvi que crecía junto al altar de Apolo un retoñosemejante de palmera (pues también he ido allíy me seguía un numeroso ejército en expedi-ción en que me iban a suceder funestos males.)Así es que contemplando aquello quedé entu-siasmado largo tiempo, pues nunca árbol talhabía crecido de la tierra.

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«Del mismo modo te admiro a ti, mujer, y tecontemplo absorto al tiempo que temo profun-damente abrazar tus rodillas. Pero me alcanzaun terrible pesar. Ayer escapé del ponto, rojocomo el vino, después de veinte días. Entretan-to me han zarandeado sin cesar el oleaje y tur-bulentas tempestades desde la isla Ogigia, yahora por fin me ha arrojado aquí algúndemón, sin duda para que sufra algún contra-tiempo; pues no creo que éstos vayan a cesar,sino que todavía los dioses me preparan mu-chas desventuras.«Pero tú, sobrerana, ten compasión, pues es a tia quien primero encuentro después de habersoportado muchas desgracias, que no conozco aninguno de los hombres que poseen esta tierray ciudad. Muéstrame la ciudad y dame algo deropa para cubrirme si al venir trajiste algunapara envoltura de tus vestidos. ¡Que los dioseste concedan cuantas cosas anhelas en tu co-razón: un marido, una casa, y te otorguen tam-bién una feliz armonía! Seguro que no hay nada

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más bello y mejor que cuando un hombre y unamujer gobiernan la casa con el mismo parecer;pesar es para el enemigo y alegría para el ami-go, y, sobre todo, ellos consiguen buena fama. »Y le respondió luego Nausícaa, la de blancosbrazos:«Forastero, no pareces hombre plebeyo ni in-sensato. El mismo Zeus Olímpico reparte lafelicidad entre los hombres tanto a nobles comoa plebeyos, según quiere a cada uno. Sin dudatambién a ti te ha concedido esto, y es precisoque lo soportes con firmeza hasta el fin.«Ahora que has llegado a nuestra ciudad y anuestra tierra, no te verás privado de vestidosni de ninguna otra cosa de las que son propiasdel desdichado suplicante que nos sale al en-cuentro. Te mostraré la ciudad y te diré losnombres de sus gentes. Los feacios poseen estaciudad y esta tierra; yo soy la hija del magná-nimo Alcínoo, en quien descansa el poder y lafuerza de los feacios.»

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Así dijo, y ordenó a las doncellas de lindastrenzas:«Deteneos, siervas. ¿A dónde húís por ver aeste hombre? ¿Acaso creéis que es un enemigo?No existe viviente ni puede nacer hombre quellegue con ánimo hostil al país de los feacios,pues somos muy queridos de los dioses y habi-tamos lejos en el agitado ponto, los más aparta-dos, y ningún otro mortal tiene trato con noso-tros.«Peró éste ha llegado aquí como un desdichadodespués de andar errante, y ahora es precisoatenderle. Que todos los huéspedes y mendigosproceden de Zeus, y para ellos una dádiva pe-queña es querida. ¡Vamos!, dadle de comer y debeber y lavadlo en el río donde haya un abrigocontra el viento. »Así dijo; ellas se detuvieron y se animaron unasa otras, hicieron sentar a Odiseo en lugar res-guardado, según lo había ordenado Nausícaa,hija del magnánimo Alcínoo, le proporcionáronun manto y una túnica como vestido, le entre-

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garon aceite húmedo en una ampolla de oro ylo apremiaban para que se bañara en las co-rrientes del río.Entonces, por fin, dijo el divino Odiseo a lassiervas:«Siervas, deteneos ahí lejos mientras me quitode los hombros la salmuera y me unjo con acei-te, pues ya hace tiempo que no hay grasa sobremi cuerpo; que no me lavaré yo frente a voso-tras, pues me avergüenzo de permanecer des-nudo entre doncellas de lindas trenzas. »Así dijo y ellas se alejaron y se lo contaron a lamuchacha. Cónque el divino Odiseo púsose alavar su cuerpo en las aguas del río y a quitarsela salmuera que cubría sus anchas espaldas ysus hombros, y limpió de su cabeza la espumade la mar infatigable. Después que se hubo la-vado y ungido con aceite, se vistió las ropasque le proporcionara la no sometida doncella.Entonces le concedió, Atenea, la hija de Zeus,aparecer más apuesto y robusto e hizo caer desu cabeza espesa cabellera, semejante a la flor

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del jacinto. Así como derrama oro sobre plataun diestro orfebre a quien Hefesto y Palas Ate-nea han enseñado toda clase de artes y terminagraciosos trabajos, así Atenea vertió su graciasobre la cabeza y hombros de Odiseo. Fueseentonces a sentar a lo lejos junto a la orilla delmar, resplandeciente de belleza y de gracia, y lamuchacha lo contemplaba.

Por fin dijo a las siervas de lindas trenzas:«Esuchadme, siervas de blancos brazos, mien-tras os hablo; no en contra de la voluntad detodos los dioses, los que poseen el Olimpo, tie-ne trato este hombre con los feacios semejantesa los dioses. Es verdad que antes me pareciódesagradable, pero ahora es semejante a losdioses, los que poseen el amplio cielo. ¡Ojalásemejante varón fuera llamado esposo míohabitando aquí y le cumpliera permanecer connosotros! Vamos, siervas, dad al huésped co-mida y bebida.»

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Así dijo; ellas la escucharon y al punto realiza-ron sus deseos: pusieron comida y bebida juntoa Odiseo y verdad es que comía y bebía convoracidad el sufridor, el divino Odiseo, puesdurante largo tiempo estuvo ayuno de comida.De pronto Nausícaa, de blancos brazos, cambióde parecer. Después de haber plegado sus ves-tidos los colocó en el hermoso carro, unció lasmulas de fuertes cascos y ascendió ella misma.Animó a Odiseo, le llamó por su nombre y ledirigió su palabra:«Forastero, levántate ahora para ir a la ciudad ypara que yo te acompañe a casa de mi prudentepadre, donde te aseguro que verás a los másexcelentes de todos los feacios. Pero ahora cui-date de obrar así -ya que no me pareces insen-sato-: mientras vayamos por los campos y laslabores de los hombres, marcha presto con lassirvientas tras las mulas y el carro y yo seréguía. Pero cuando subamos a la ciudad... a éstala rodea una elevada muralla; hay un hermosopuerto a ambos lados de la ciudad y es estrecha

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la entrada, y las curvadas naves son arrastradaspor el camino, pues todos ellos tienen refugiospara sus naves. También tienen en torno alhermoso templo de Poseidón el ágora construi-da con piedras gigantescas que hunden susraíces en la tierra. Aquí se ocupan los hombresde los aparejos de sus negras naves, cables yvelas, y aquí afilan sus remos. Pues los feaciosno se ocupan de arco y carcaj, sino de mástilesy remos, y de proporcionadas naves con las querecorren orgullosos el canoso mar. De éstosquiero evitar el amargo comentario, no sea quealguno murmure por detrás, pues muchos sonlos soberbios en el pueblo, y quizá alguno, elmás vil, diga al salirnos al encuentro: "¿Quiénes este hermoso y apuesto forastero que sigue aNausícaa?, ¿dónde lo encontró? Quizá llegue aser su esposo, o quizá es algún navegante alque, errante en su nave, le dio hospitalidad, delos hombres que viven lejos, ya que nadie vivecerca de aquí. O quizá un dios le ha bajado delcielo tras invocarlo y lo va a tener con ella para

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siempre. Mejor si ha encontrado por ahí unesposo de fuera, pues desdeña a los demás fea-cios en el pueblo, aunque son muchos y nobleslos que la pretenden." Así dirán, y para mí estaspalabras serán odiosas. Pero yo también meindignaría con otra que hiciera cosas semejan-tes contra la voluntad de su padre y de su ma-dre y se uniera con hombres antes que celebrepúblico matrimonio.«Conque, forastero, haz caso de mi palabrapara que consigas pronto de mi padre escolta yregreso.«Encontrarás un espléndido bosque de Ateneajunto al camino, de álamos negros; allí manauna fuente y alrededor hay un prado; allí estáel cercado de mi padre y la florida viña, tancerca de la ciudad que se oye al gritar. Esperaun poco allí sentado para que nosotras alcan-cemos la ciudad y lleguemos a casa de mi pa-dre, y cuando supongas que hemos llegado alpalacio, disponte entonces a marchar a la ciu-dad de los feacios y pregunta por la casa de mi

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padre, el magnánimo Alcínoo. Es fácilmentereconocible y hasta un niño pequeño te puedeconducir, pues no es nada semejante a las casasde los demás feacios: ¡tal es el palacio del héroeAlcínoo! Y una vez que te cobijen la casa y elpatio, cruza rápidamente el mégaron para lle-gar hasta mi madre; ella está sentada en elhogar a la luz del fuego, hilando copos purpú-reos -¡una maravilla para verlos!- apoyada en lacolumna. Y sus esclavas se sientan detrás deella. Allí también está el trono de mi padreapoyado contra la columna, en el que se sientaa beber su vino como un dios inmortal. Pásalode largo y arrójate a abrazar con tus manos lasrodillas de mi madre, a fin de que consigaspronto el día del regreso, para tu felicidad,aunque seas de lejana tierra. Pues si ella teguarda sentimientos amigos en su corazón,podrás cumplir el deseo de ver a los tuyos, tubien construida casa y tu tierra patria.»Hablando así golpeó con su brillante látigo a lasmulas y éstas abandonaron veloces las corrien-

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tes del río: trotaban muy bien y cruzaban bienlas patas. Y ella llevaba las riendas para quepudieran seguirle a pie las sirvientas y Odiseo;así es que manejaba el látigo con tiento.Y se sumergió Helios y al punto llegaron alfamoso bosquecillo sagrado de Atenea, dondese sentó el divino Odiseo:Y se puso a invocar a la hija del gran Zeus:«Escúchame, hija de Zeus, portador de égida,Atritona, escúchame en este momento, ya queantes no me escuchaste cuando sufrí naufragio,cuando me golpeó el famoso, el que sacude latierra. Concédeme llegar a la tierra de los fea-cios como amigo y digno de lástima.»Así dijo suplicando y le escuchó Palas Atenea.Pero no le salió al encuentro, pues respetaba alhermano de su padre que mantenía su cóleraviolenta contra Odiseo, semejante a un dios,hasta que llegara a su patria.

CANTO VII

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ODISEO EN EL PALACIO DE ALCÍNOOY mientras así rogaba el sufridor, el divinoOdiseo, el vigor de las mulas llevaba a la don-cella a la ciudad. Cuando al fin llegó a la famo-sa morada de su padre, se detuvo ante las puer-tas y la rodearon sus hermanos, semejantes alos inmortales, quienes desuncieron las mulasdel carro y llevaron adentro las ropas. Ella sedirigió a su habitación y le encendió fuego unaanciana de Apira, la camarera Eurimedusa, a laque trajeron desde Apira las curvadas naves. Sela habían elegido a Alcínoo como recompensa,porque reinaba sobre todos los feacios y el pue-blo lo escuchaba como a un dios. Ella fue quiencrió a Nausícaa, la de blancos brazos, en elmégaron; ella le avivaba el fuego y le preparabala cena.Entonces Odiseo se dispuso a marchar a la ciu-dad, y Atenea, siempre preocupada por Odiseo,derramó en torno suyo una gran nube, no fueraque alguno de los magnánimos feacios, salién-dole al encuentro, le molestara de palabra y le

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preguntara quién era. Conque cuando estaba yaa punto de penetrar en la agradable ciudad, lesalió al encuentro la diosa Atenea, de ojos bri-llantes, tomando la apariencia de una niña pe-queña con un cántaro, y se detuvo delante deél, y le preguntó luego el divino Odiseo:

«Pequeña, ¿querrías llevarme a casa de Alcí-noo, el que gobierna entre estos hombres? Puesyo soy forastero y después de muchas desven-turas he llegado aquí desde lejos, de una tierraapartada; por esto no conozco a ninguno de loshombres que poseen esta ciudad y estas tierrasde labor.»Y le respondió luego Atenea, la diosa de ojosbrillantes:«Yo te mostraré, padre forastero, la casa que mepides, ya que vive cerca de mi irreprochablepadre. Anda, ven en silencio y te mostraré elcamino, pero no mires ni preguntes a ningunode los hombres, pues no soportan con agrado alos forasteros ni agasajan con gusto al que llega

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de otra parte. Confiados en sus rápidas navessurcan el gran abismo del mar, pues así se lo haencomendado el que sacude la tierra, y sus na-ves son tan ligeras como las alas o como el pen-samiento.»Hablando así le condujo rápidamente PalasAtenea y él marchaba tras las huellas de la dio-sa. Pero no lo vieron los feacios, famosos porsus naves, mientras marchaba entre ellos por suciudad, ya que no lo permitía Atenea, de lindastrenzas, la terrible diosa que preocupándosepor él en su ánimo le había cubierto con unanube divina.Odiseo iba contemplando con admiración lospuertos y las proporcionadas naves, las ágorasde ellos, de los héroes y las grandes murallaselevadas, ajustadas con piedras, maravilla dever. Y cuando al fin llegó a la famosa moradadel rey, Atenea, de ojos brillantes, comenzó ahablar:«Ese es, padre forastero, el palacio que me ped-ías que te mostrara; encontrarás a los reyes,

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vástagos de Zeus, celebrando un banquete. Túpasa adentro y no te turbes en tu ánimo, puesun hombre con arrojo resulta ser el mejor entoda acción, aunque llegue de otra tierra. Pri-mero encontrarás a la reina en el mégaron; sunombre es Arete y desciende de los mismos pa-dres que engendraron a Alcínoo. A Nausítoo loengendraron primero Poseidón, el que sacudela tierra, y Peribea, la más excelente de las mu-jeres en su porte, hija menor del magnánimoEurimedonte, que entonces gobernaba sobre lossoberbios Gigantes -éste hizo perecer a su arro-gante pueblo, pereciendo también él-; con ellase unió Poseidón y engendró a su hijo, elmagnánimo Nausítoo, que reinó entre los fea-cios. Nausítoo fue el padre de Rexenor y Alcí-noo. A aquél lo alcanzó Apolo, el del arco deplata, recién casado y sin hijos varones y en lacasa dejó a una niña sola, a Arete, a la que Alcí-noo hizo su ésposa y honró como jamás ningu-na otra ha sido honrada de cuantas mujeresgobiernan una casa sometidas a su esposo. Así

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ella ha sido honrada en su corazón y lo siguesiendo por sus hijos y el mismo Alcínoo y porsu pueblo que la contempla como a una diosa,y la saludan con agradables palabras cuandopasea por la ciudad, que no carece tampoco ellade buen juicio y resuelve los litigios, incluso alos hombres por los que siente amistad. Si ellate recibe con sentimientos amigos puedes tenerla esperanza de ver a los tuyos, regresar a tucasa de alto techo y a tu tierra patria.»Cuando hubo hablado así marchó Atenea, deojos brillantes, por el estéril ponto y abandonóla agradable Esqueria. Llegó así a Maratón y aAtenas, de anchas calles, y penetró en la sólidamorada de Erecteo.Entretanto, Odiseo caminaba hacia la famosamorada de Alcínoo, y su corazón removía di-versos pensamientos cuando se detuvo antes dealcanzar el broncíneo umbral. Pues hay un res-plandor como de sol o de luna en el elevadopalacio del magnánimo Alcínoo; a ambos ladosse extienden muros de bronce desde el umbral

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hasta el fondo y en su torno un azulado friso;puertas de oro cierran por dentro la sólida es-tancia; las jambas sobre el umbral son de platay de plata el dintel, y el tirador, de oro. A uno yotro lado de la puerta había perros de oro yplata que había esculpido Hefesto con la habi-lidad de su mente para custodiar la morada delmagnánimo Alcínoo perros que son inmortalesy no envejecen nunca. A lo largo de la pared y aambos lados, desde el umbral hasta el fondo,había tronos cubiertos por ropajes hábilmentetejidos, obra de mujeres. En ellos se sentabanlos señores feacios mientras bebían y comían; ylos ocupaban constantemente. Había tambiénunos jovenes de oro en pie sobre pedestalesperfectamente construidos, portando en susmanos antorchas encendidas, los cuales alum-braban los banquetes nocturnos del palacio.Tiene cincuenta esclavas en su mansión: unasmuelen el dorado fruto, otras tejen telas y sen-tadas hacen funcionar los husos, semejantes alas hojas de un esbelto álamo negro, y del lino

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tejido gotea el húmedo aceite. Tanto como losfeacios son más expertos que los demás hom-bres en gobernar su rápida nave sobre el ponto,así son sus mujeres en el telar. Pues Atenea lesha concedido en grado sumo el saber realizarbrillantes labores y buena cabeza.

Fuera del patio, cerca de las puertas, hay ungran huerto de cuatro yugadas y alrededor seextiende un cerco a ambos lados. Allí han naci-do y florecen árboles: perales y granados, man-zanos de espléndidos frutos, dulces itigueras yverdes olivos; de ellos no se pierde el fruto nifalta nunca en invierno ni en verano: son pe-rennes. Siempre que sopla Céfiro, unos nacen yotros maduran. La pera envejece sobre la pera,la manzana sobre la manzana, la uva sobre lauva y también el higo sobre el higo. Allí tieneplantada una viña muy fructífera, en la queunas uvas se secan al sol en lugar abrigado,otras las vendimian y otras las pisan: delanteestán las vides que dejan salir la flor y otras hay

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también que apenas negrean. Allí también, enel fondo del huerto, crecen liños de verduras detodas clases siempre lozanas. También hay allídos fuentes, la una que corre por todo el huer-to, la otra que va de una parte a otra bajo elumbral del patio hasta la elevada morada adonde van por agua los ciudadanos. Tales eranlas brillantes dádivas de los dioses en la man-sión de Alcínoo.Allí estaba el divino Odiseo, el sufridor, y locontemplaba con admiración. Conque una vezque hubo contemplado todo boquiabierto cruzóel umbral con rapidez para entrar en la casa. Yencontró a los jefes y señores de los feacios quehacían libación con sus copas al vigilante Argi-fonte, a quien solían ofrecer libación en últimolugar, cuando ya sentían necesidad del lecho.Así que el sufridor, el divino Odiseo, echó aandar por la casa envuelto en la espesa nieblaque le había derramado Atenea, hasta que llegóante Arete y el rey Alcínoo.

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Abrazó Odiseo las rodillas de Arete y entonces,por fin, se disipó la divina nube. Quedarontodos en silencio al ver a un hombre en el pala-cio y se llenaron de asombro al contemplarle. YOdiseo suplicaba de esta guisa:«Arete, hija de Rexenor, semejante a un inmor-tal, me he llegado a tu esposo, a tus rodillas yante éstos tus invitados, después de sufrir mu-chas desventuras. ¡Ojalá los dioses concedan aéstos vivir en la abundancia; que cada unopueda legar a sus hijos los bienes de su hacien-da y las prerrogativas que les ha concedido elpueblo. En cuanto a mí, proporcionadme escol-ta para llegar rápidamente a mi patria. Pues yahace tiempo que padezco pesares lejos de losmíos.»Así diciendo se sentó entre las cenizas junto alfuego del hogar. Todos ellos permanecían in-móviles en silencio. Al fin tomó la palabra unanciano héroe, Equeneo, que era el más ancianoentre los feacios y sobresalía por su palabra,pues era conocedor de muchas y antiguas co-

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sas. Este les habló y dijo con sentimientos deamistad:«Alcínoo, no me parece lo mejor, ni está bien,que el huésped permanezca sentado en el sueloentre las cenizas del hogar. Estos permanecencallados esperando únicamente tu palabra. An-da, haz que se levante y siéntalo en un trono declavos de plata. Ordena también a los heraldosque mezclen vino para que hagamos libacionesa Zeus, el que goza con el rayo, el que asiste alos venerables suplicantes. En fin, que el amade llaves proporcione al forastero alguna vian-da de las que hay dentro.»Cuando hubo escuchado esto, la sagrada fuerzade Alcínoo asiendo de la mano a Odiseo, pru-dente y hábil en astucias, lo hizo levantar delhogar y lo asentó en su brillante trono, despuésde haber levantado a su hijo, al valeroso Laoda-mante, que solía sentarse a su lado y al quesobre todos quería. Una sirvienta trajo agua-manos en hermoso jarro de oro y la vertió sobreuna jofaina de plata para que se lavara. A su

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lado extendió una pulimentada mesa. La vene-rable ama de llaves le proporcionó pan y le dejóallí toda clase de manjares, favoreciéndole gus-tosa entre los presentes. En tanto que comía ybebía el sufridor, divino Odiseo, la fuerza deAlcínoo dijo a un heraldo:

«Pontónoo, mezcla vino en la crátera y repárte-lo a todos en la casa para que ofrezcamos liba-ciones a Zeus, el que goza con el rayo, el queasiste siempre a los venerables suplicantes.»Así dijo; Pontónoo mezcló el dulce vino y lorepartió entre todos, haciendo una primeraofrenda, por orden, en las copas. Una vez quehicieron las libaciones y bebieron cuanto quisosu ánimo, habló entre ellos Alcínoo y dijo:«Escuchadme, jefes y señores de los feacios,para que os diga lo que mi corazón me ordenaen el pecho. Dad ahora fin al banquete y mar-chad a acostaros a vuestra casa. Y a la aurora,después de convocar al mayor número de an-cianos, ofreceremos hospitalidad al forastero,

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haremos hermosos sacrificios a los dioses ydespués trataremos de su escolta para que el fo-rastero alcance su tierra patria sin fatiga ni es-fuerzo con nuestra escolta - la que recibirá con-tento- por muy lejana que sea, y para que nosufra ningún daño antes de desembarcar en sutierra. Una vez allí sufrirá cuantas desventurasle tejieron con el hilo en su nacimiento, cuandolo parió su madre, la Aisa y las graves Hilande-ras. Pero si fuera uno de los inmortales que havenido desde el cielo, alguna otra cosa nos pre-paran los dioses, pues hasta ahora siempre senos han mostrado a las claras, cuando les ofre-cemos magníficas hecatombes y participan connosotros del banquete sentados allí donde nossentamos nosotros. Y si algún caminante solita-rio se topa con ellos, no se le ocultan, y es quesomos semejantes a ellos tanto como los Cíclo-pes y la salvaje raza de los Gigantes.»Y le respondió y dijo el muy astuto Odiseo:«Alcínoo, deja de preocuparte por esto, que yoen verdad en nada me asemejo a los inmortales

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que poseen el ancho cielo, ni en continente nien porte, sino a los mortales hombres; quienvosotros sepáis que ha soportado más desven-turas entre los hombres mortales, a éste podríayo igualarme en pesares. Y todavía podría con-tar desgracias mucho mayores, todas cuantassoporté por la voluntad de los dioses. Pero de-jadme cenar, por más angustiado que yo esté,pues no hay cosa más inoportuna que el maldi-to estómago que nos incita por fuerza a acor-darnos de él, y aun al que está muy afligido ycon un gran pesar en las mientes, como yo aho-ra tengo el mío, lo fuerza a comer y beber.También a mí me hace olvidar todos los males,que he padecido; y me ordena llenarlo.

«Vosotros, en cuanto apunte la aurora, apresu-raos a dejarme a mí, desgraciado, en mi tierrapatria, a pesar de lo que he sufrido. Que meabandone la vida una vez que haya visto mihacienda, mis siervos y mi gran morada de ele-vado techo.»

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Así dijo; todos aprobaron sus palabras y acon-sejaban dar escolta al forastero, ya que habíahablado como le correspondía.Una vez que hicieron las libaciones y bebieroncuanto su ánimo quiso, cada uno marchó a sucasa para acostarse. Así que quedó sólo en elmégaron el divino Odiseo y a su lado se senta-ron Arete y Alcínoo, semejante a un dios. Lassiervas se llevaron los útiles del banquete.Y Arete, de blancos brazos, comenzó a hablar,pues, al verlos, reconoció el manto, la túnica ylos hermosos ropajes que ella misma había teji-do con sus siervas. Y le habló y le dijo aladaspalabras:«Huésped, seré yo la primera en preguntarte:¿quién eres?, ¿de dónde vienes?, ¿quién te dioesos vestidos?, ¿no dices que has llegado aquídespués de andar errante por el ponto?»Y le respondió y dijo el muy astuto Odiseo:

Es doloroso, reina, que enumere uno a uno mispadecimientos, que los dioses celestes me han

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otorgado muchos. Pero con todo te contestaré alo que me preguntas a inquieres. Lejos, en elmar, está la isla de Ogigia, donde vive la hija deAtlante, la engañosa Calipso de lindas trenzas,terrible diosa; ninguno de los dioses ni de loshombres mortales tienen trato con ella. Sólo amí, desventurado, me llevó como huésped undemón después que Zeus, empujando mi rápi-da nave, la incendió con un brillante rayo enmedio del ponto rojo como el vino. Todos misdemás valientes compañeros perecieron, peroyo, abrazado a la quilla de mi curvada nave,aguanté durante nueve días; y al décimo, ennegra noche, los dioses me echaron a la islaOgigia, donde habita Calipso de lindas trenzas,la terrible diosa que acogiéndome gentilmenteme alimentaba y no dejaba de decir que meharía inmortal y libre de vejez para siempre;pero no logró convencer a mi corazón dentrodel pecho. Allí permanecí, no obstante, sieteaños regando sin cesar con mis lágrimas lasinmortales ropas que me había dado Calipso.

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Pero cuando por fin cumplió su curso el añooctavo, me apremió e incitó a que partiera yasea por mensaje de Zeus o quizá porque ellamisma cambió de opinión. Despidióme en unabien trabada balsa y me proporcionó abundan-te pan y dulce vino, me vistió inmortales ropasy me envió un viento próspero y cálido.Diecisiete días navegué por el ponto, hasta queel decimoctavo aparecieron las sombrías mon-tañas de vuestras tierras. Conque se me alegróel corazón, ¡desdichado de mí!, pues aún habíade verme envuelto en la incesante aflición queme proporcionó Poseidón, el que sacude la tie-rra, quien impulsando los vientos me cerró elcamino, sacudió el mar infinito y el oleaje nopermitía que yo, mientras gemía incesamente,avanzara en mi balsa; después la destruyó latempestad. Fue entonces cuando surqué na-dando el abismo hastá que el viento y el aguame acercaron a vuestra tierra; y cuando tratabade alcanzar la orilla, habríame arrojado violen-tamente el oleaje contra las grandes rocas, en

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lugar funesto; pero retrocedí de nuevo nadan-do, hasta que llegué al río, allí donde me pare-ció el mejor lugar, limpio de piedras y al abrigodel viento. Me dejé caer allí para recobrar elaliento y se me echó encima la noche divina.Alejéme del río nacido de Zeus y entre los ma-torrales acomodé mi lecho amontonando alre-dedor muchas hojas; y un dios me vertió pro-fundo sueño. Allí, entre las hojas, dormí con elcorazón afligido toda la noche, la aurora y has-ta el mediodía. Se ponía el Sol cuando meabandonó el dulce sueño. Vi jugando en la ori-lla a las siervas de tu hija; y ella era semejante alas diosas. Le supliqué y no estuvo ayuna debuen juicio, como no se podría esperar queobrara una joven que se encuentra con alguien.Pues con frecuencia los jóvenes son sandios. Meentregó pan suficiente y oscuro vino, me lavóen el río y me proporcionó esta ropa. Aun es-tando apesadumbrado te he contado toda laverdad.»Y le respondió Alcínoo y dijo:

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«Huésped, en verdad mi hija no tomó unacuerdo sensato al no traerte a nuestra casa consus siervas. Y sin embargo fue ella la primera aquien dirigiste tus súplicas.»Y le respondió y dijo el muy astuto Odiseo:«¡Héroe! No reprendas por esto a tu irrepro-chable hija; ella me aconsejó seguirla con sussiervas, pero yo no quise por vergüenza, y te-miendo que al verme pudieras disgustarte. Quela raza de los hombres sobre la tierra es suspi-caz.»Y le respondió Alcínoo y dijo:«Huésped! El corazón que alberga mi pecho noes tal como para irritarse sin motivo, pero todoes mejor si es ajustado. ¡Zeus padre, Atenea yApolo, ojalá que siendo como eres y pensandolas mismas cosas que yo pienso, tomases a mihija por esposa y permaneciendo aquí pudiesellamarte mi yerno!; que yo te daría casa yhacienda si permanecieras aquí de buen grado.Pero ninguno de los feacios te retendrá contratu voluntad, no sea que esto no fuera grato a

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Zeus. Yo te anuncio, para que lo sepas bien, tuviaje para mañana. Mientras tú descansas so-metido por el sueño, ellos remarán por el marencalmado hasta que llegues a tu patria y a tucasa, o a donde quiera que te sea grato, pordistance que esté (aunque más lejos que Eubea,la más lejana según dicen los que la vieron denuestros soldados cuando llevaron allí al rubioRadamanto para que visitara a Ticio, hijo de laTierra. Allí llegaron y, sin cansancio, en un solodía, llevaron a cabo el viaje y regresaron a ca-sa). Tú mismo podrás observar qué excelentesson mis navíos y mis jóvenes en golpear el marcon el remo.»

Así dijo y se alegró el divino Odiseo, el sufri-dor, y suplicando dijo su palabra y lo llamó porsu nombre:«Padre Zeus, ¡ojalá cumpla Alcínoo cuanto haprometido! Que su fama jamás se extinga sobrela nutricia tierra y que yo llegue a mi tierra pa-tria.»

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Mientras ellos cambiaban estas palabras, Arete,de blancos brazos, ordenó a las mujeres colocarlechos bajo el portico y disponer las más bellasmantas de púrpura y extender encima las col-chas y sobre ellas ropas de lana para cubrirse.Así que salieron las siervas de la sala conhachas ardiendo, y una vez que terminaron dehacer diligentemente la cama, dirigiéronse aOdiseo y lo invitaron con estas palabras:«Huésped, levántate y ven a dormir, tieneshecha la cama.»Así hablaron y a él le plugo marchar a acostar-se. Así que allí durmió debajo del sonoro pórti-co el sufridor, el divino Odiseo, en lecho tala-drado. Luego se acostó Alcínoo en el interior dela alta morada; le había dispuesto su esposa yseñora el lecho y la cama.

CANTO VIIIODISEO AGASAJADO POR LOS FEACIOS

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Y cuando se mostró Eos, la que nace de la ma-ñana, la de dedos de rosa, se levantó del lechola sagrada fuerza de Alcínoo y se levantó Odi-seo del linaje de Zeus, el destructor de ciuda-des. La sagrada fuerza de Alcínoo los conducíaal ágora que los feacios tenían construida cercade las naves. Y cuando llegaron se sentaron enpiedras pulimentadas, cerca unos de otros.Y recorría la ciudad Palas Atenea, que tomó elaspecto del heraldo del prudente Alcínoo, pre-parando el regreso a su patria para el valerosoOdiseo. La diosa se colocaba cerca de cadahombre y le decía sú palabra:«¡Vamos, caudillos y señores de los feacios! Idal ágora para que os informéis sobre el foraste-ro que ha llegado recientemente a casa del pru-dente Alcínoo después de recorrer el ponto,semejante en su cuerpo a los inmortales.»Así diciendo movía la fuerza y el ánimo de ca-da uno. Bien pronto el ágora y los asientos sellenaron de hombres que se iban congregandoy muchos se admiraron al ver al prudente hijo

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de Laertes; que Atenea derramaba una graciadivina por su cabeza y hombros e hizo que pa-reciese más alto y más grueso: así sería grato atodos los feacios y temible y venerable, y Ilevar-ía a término muchas pruebas, las que los feaciosiban a poner a Odiseo. Cuando se habían re-unido y estaban ya congregados, habló entreellos Alcínoo y dijo:«Oídme, caudillos y señores de los feacios, paraque os diga lo que mi ánimo me ordena dentrodel pecho. Este forastero -y no sé quién es- hallegado errante a mi palacio bien de los hom-bres de Oriente o de los de Occidente; nos pideuna escolta y suplica que le sea asegurada.Apresuremos nosotros su escolta como otrasveces, que nadie que llega a mi casa está suspi-rando mucho tiempo por ella.«Vamos, echemos al mar divino una negra na-ve que navegue por primera vez, y que seanescogidos entre el pueblo cincuenta y dos jóve-nes, cuantos son siempre los mejores. Atad bienlos remos a los bancos y salid. Preparad a con-

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tinuación un convite al volver a mi palacio, quea todos se lo ofreceré en abundancia. Esto es loque ordeno a los jóvenes. Y los demás, los reyesque lleváis cetro, venid,a mi hermosa mansiónpara que honremos en el palacio al forastero.Que nadie se niegue. Y llamad al divino aedoDemódoco, a quien la divinidad há otorgado elcanto para deleitar siempre que su ánimo loempuja a cantar.»Así habló y los condujo y ellos le siguieron, losreyes que llevan cetro. El heraldo fue a llamaral divino aedo y los cincuenta y dos jóyenes sedirigieron, como les había ordenado, á la riberadel mar estéril. Cuando llegaron a la negra na-ve y al mar echaron la nave al abismo del mar ypusieron el mástil y las velas y ataron los remoscon correas, todo según correspondía. Exten-dieron hacia arriba las blancás velas, anclaron ala nave en aguas profundas y se pusieron encamino para ir a la gran casa del prudenteAlcínoo. Y los pórticos, el recinto de los patios ylas habitaciones se llenaron de hombres que se

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congregaban, pues eran muchos, jóvenes y an-cianos. Para ellos sacrificó Alcínoo doce ovejasy ocho cerdos albidentes y dos bueyes de rotátí-les patas. Los desollaron y prepararon a hicie-ron un agradable banquete.Y se acercó el heraldo con el deseable aedo aquien Musa amó mucho y le había dado lobueno y lo malo: le privó de los ojos, pero leconcedió el dulce canto. Pontónoo le puso unsillón de clavos de plata en medio de los co-mensales, apoyándolo a una elevada columna,y el heraldo le colgó de un clavo la sonora cíta-ra sobre su cabeza. y le mostró cómo tomarlacon las manos. También le puso al lado un ca-nastillo y una linda mesa y una copa de vinopara beber siempre que su ánimo le impulsara.Y ellos echaron mano de las viándas qúe teníandelante. Y cuando hubieron arrojado el deseode comida y bebida, Musa empujó al aedo aque cantara la gloria de los guerreros con uncanto cuya fama llegaba entonces al ancho cie-lo: la disputa de Odiseo y del Pelida Aquiles,

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cómo en cierta ocasión discutieron en el sun-tuoso banquete de los dioses con horribles pa-labras. Y el soberano de hombres; Agamenón,se alegraba en su ánimó de que riñeran los me-jores de los aqueos. Así se lo había dicho con suoráculo Febo Apolo en la divina Pitó cuandosobrépasó el umbral de piedra para ir a consul-tarle; en aquel momento comenzó a desarro-llarse el principio de la calamidad para teucrosy dánaos por los designios del gran Zeus. Estacantaba el muy ilustre aedo. Entonces Odiseotomó con sus pesadas manos su grande, purpú-rea manta; se lo echó par encima de la cabeza ycubrió su hermoso rostro; le daba vergüenzadéjar caer lágrimas bajo sus párpados delantéde los feacios. Siempre que el divino aedo deja-ba de cantar se enjugaba las lágrimas y retirabael manto de su cabeza y, tomando una copadoble, hacía libaciones a los dioses.Pero cuando comenzaba otra vez -lo impulsa-ban a cantar los más nobles de los feacios por-que gozaban con sus versos-, Odiseo se cubría

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nuevamente la cabeza y lloraba. A los demásles pasó inadvertido que derramaba lágrimas.Sólo Alcínoo lo advirtió y observó, pues estabasentado al lado y le oía gemir gravemente. En-tonces dijo el soberano a los feacios amantes delremo:«¡Oídme, caudillós y señores de los feacios! Yahemos gozado del bien distribuido banquete yde la cítara que es compañera del festín esplén-dido; salgamos y -probemos toda clase de jue-gos. Así también el huésped contará a los suyosal volver a casa cuánto superamos a los demásen el pugilato, en la lucha, en el salto y en lacarrera.»Así habló y los condujo y ellos les siguieron. Elheraldo colgó del clavo la sonora cítara y tomóde la mano a Demódoco; lo sacó del mégaron ylo conducía por el mismo camino que llevabanlos mejores de los feacios para admirar los jue-gos,. Se pusieron en camino para ir al ágora ylos seguía una gran multitud, miles. Y se pusie-ron en pie muchos y vigorosos jóvenes, se le-

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vantó Acroneo, y Ocíalo, y Elatreo, y Nauteo, yPrimneo, y Anquíalo, y Eretmeo, y Ponteo, yPoreo, y Toón, y Anabesineo, y Anfíalo, hijo dePolineo Tectónida. Se levantó también Eurfalo,semejante a Ares, funesto para los mortales, elque más sobresalía en cuerpo y hermosura detodos los feacios después del irreprochableLaodamante. También se pusieron en pie treshijos del egregio Alcínoo: Laodamante, Halio yÉlitoneo, parecido a un dios. Éstos hicieron laprimera prueba con los pies. Desde la línea desalida se les extendía la pista y volaban veloz-mente por la llanura levantando polvo. Entreellos fue con mucho el mejor en el correr elirreprochable Clitoneo; cuanto en un camponoval es el alcance de dos mulas, tanto se lesadelantó llegando a la gente mientras los otrosse quedaron atrás. Luego hicieron la prueba dela fatigosa lucha y en ésta venció Euríalo a to-dos los mejores. Y en el salto fue Anfíalo el me-jor, y en el disco fue Elatreo el mejor de todoscon mucho, y en el pugilato Laodamante, el

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noble hijo de Alcínoo. Y cuando todos hubierondeleitado su ánimo con los juegos, entre elloshabló Laodamante, el hijo de Alcínoo:«Aquí, amigos, preguntemos al huésped si co-noce y ha aprendido algún juego. Que no esvulgar en su natural: en sus músculos y pier-nas, en sus dos brazos, en su robusto cuello yen su gran vigor. Y no carece de vigor juvenil,sino que está quebrantado por numerosos ma-les; que no creo yo que haya cosa peor que elmar para abatir a un hombre por fuerte quesea.»

Y Euríalo le contestó y dijo:«Has hablado como te corresponde. Ve tú mis-mo a desafiarlo y manifiéstale tu palabra.»Cuando le oyó se adelantó el noble hijo deAlcínoo, se puso en medio y dijo a Odiseo:«Ven aquí, padre huésped, y prueba tú tambiénlos juegos si es que has aprendido alguno. Esnatural que los conozcas, pues no hay gloriamayor para el hombre mientras vive que lo que

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hace con sus pies o con sus manos. Vamos,pues, haz la prueba y arroja de tu ánimo laspenas, pues tu viaje no se diferirá por mástiempo; ya la nave te ha sido botada y tienespreparados unos acompañantes.»Y le respondió y dijo el muy astuto Odiseo:«¡Laodamante! ¿Por qué me ordenáis tal cosapor burlaros de mí? Las perlas ocupan mi inter-ior más que los juegos. Yo he sufrido antes mu-cho y mucho he soportado. Y ahora estoy sen-tado en vuestra asamblea necesitando el regre-so, suplicando al rey y a todo el pueblo.»Entonces, Euríalo le contestó y le echó en cara:«No, huésped, no te asemejas a un hombre en-tendido en juegos, cuantos hay en abundanciaentre los hombres, sino al que está siempre enuna nave de muchos bancos, a un comandantede marinos mercantes que cuida de la carga yvigíla las mercancías y las ganancias debidas alpillaje. No tienes traza de atleta.»Y lo miró torvamente y le contestó el muy astu-to Odiseo:

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«¡Huésped! No has hablado bien y me parecesun insensato. Los dioses no han repartido deigual modo a todos sús ámables dones de her-mosura, inteligencia y elocuencia. Un hombrees inferior por su aspecto, pero la divinidad locorona con la hermosura de la palabra y todosmiran hacia él complacidos. Les habla con fir-meza y con suavidad respetuosa y sobresaleentre los congregados, y lo contemplan como aun dios cuando anda por la ciudad.«Otro, por el contrario, se parece a los inmorta-les en su porte, pero no lo corona la graciacuando habla.«Así tu aspecto es distinguido y ni un dios lohabría formado de otra guisa, mas de inteligen-cia eres necio. Me has movido el ánimo dentrodel pecho al hablar inconvenientemente. Nosoy desconocedor de los juegos como tú asegu-ras, antes bién, creo que estaba entre los prime-ros mientras confiaba en mi juventud y misbrazos. Pero ahora estóy poseído por la ad-versidad y los dolores, pues he soportado mu-

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cho guerreando con los hombres y atravesandolas dolorosas olas. Pero aun así, aunque hayapadecido muchos males, probaré en los juegos:tu palabra ha mordido mi corazón y me hasprovocado al hablar.»Dijo, y con su mismo vestido se levantó, tomóun disco mayor y más ancho y no poco máspesado que con el que solían competir entre sílos feacios. Le dio vueltas, lo lanzó de su pesa-da mano y la piedra resonó. Echáronse a tierralos feacios de largos remos, hombres ilustrespor sus naves, por el ímpetu de la piedra, y éstasobrevoló todas las señales al salir velozmentede su mano. Atenea le puso la señal tomando laforma de un hombre, le dijo su palabra y lollamó por su nombre:«Incluso un ciego, forastero, distinguiría a tien-tas la señal, pues no está mezclada entre la mul-titud sino mucho más adelante; confía en estaprueba; ninguno de los feacios la alcanzará nisobrepasará.»

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Así habló, y se alegró el sufridor, el divino Odi-seo gozoso porque había visto en la competi-ción un compañero a su favor. Y entonces hablómás suavemente a los feacios:«Alcanzad esta señal, jóvenes; en breve lanzaré,creo yo, otra piedra tan lejos o aún más. Y aquélentre los demás feacios, salvo Laodamante, aquien su corazón y su ánimo le impulse, quevenga acá, que haga la prueba -puesto que mehabéis irritado en exceso- en el pugilato o en lalucha o en la carrera; a nada me niego. PuesLaodamante es mi huésped: ¿Quién lucharíacon el que lo honra como huésped? Es hombreloco y de poco precio el que propone rivalizaren los juegos a quien le da hospitalidad en tie-rra extranjera, pues se cierra a sí mismo la puer-ta. Pero de los demás no rechazo a ninguno nilo desprecio, sino que quiero verlo y ejecutarlas pruebas frente a él. Que no soy malo en to-das las competiciones cuantas hay entre loshombres. Sé muy bien tender el arco bien puli-mentado; sería el primero en tocar a un hombre

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enviando mi dardo entre una multitud de ene-migos aunque lo rodearan muchos compañerosy lanzaran flechas contra los hombres. SóloFiloctetes me superaba en el arco en el pueblode los troyanos cuando disparábamos losaqueos. De los demás os aseguro que yo soy elmejor con mucho, de cuantos mortales hay so-bre la tierra que comen pan. Aunque no pre-tendo rivalizar con hombres antepasados comoHeracles y Eurito Ecaliense, los que incluso conlos inmortales rivalizaban en el arco. Por esomurió el gran Eurito y no llegó a la vejez en supalacio, pues Apolo lo mató irritado porque lehabía desafiado a tirar con el arco.

«También lanzo la jabalina a donde nadie lle-garía con una flecha. Sólo temo a la carrera, nosea que uno de los feacios me sobrepase; quefui excesivamente quebrantado en medio delabundante oleaje, puesto que no había siempreprovisiones en la nave y por esto mis miembrosestán flojos.»

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Así habló, y todos enmudecieron en silencio.Sólo Alcínoo contestó y dijo:«Huésped, puesto que esto que dices entre no-sotros no es desagradable, sino que quieresmostrar la valía que te acompaña, irritado por-que este hombre se ha acercado a injuriarte enel certamen -pues no pondría en duda tu valíacualquier mortal que supiera en su interior de-cir cosas apropiadas- . ...Pero, vamos, atiende ami palabra para que a tu vez se lo comuniquesa cualquiera de los héroes, cuando comas en tupalacio junto a tu esposa y tus hijos, acordándo-te de nuestra valía: qué obras nos concede Zeustambién a nosotros continuamente ya desdenuestros antepasados. No somos irreprochablespúgiles ni luchadores, pero corremos veloz-mente con los pies y somos los mejores en lanavegación; continuamente tenemos agrada-bles banquetes y cítara y bailes y vestidos mu-dables y baños calientes y camas.«Conque, vamos, bailarines de los feacios,cuantos sois los mejores, danzad; así podrá

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también decir el huésped a los suyos cuandoregrese a casa cuánto superamos a los demás enla náutica y en la carrera y en el baile y en elcanto. Que alguien vaya a llevar a Demódoco lasonora cítara que yace en algún lugar de nues-tro palacio.»Así habló Alcínoo semejante a un dios, y selevantó un heraldo para llevar la curvada cítarade la habitación del rey. También se levantaronárbitros elegidos, nueve en total -los que orga-nizaban bien cada cosa en los concursos-, alla-naron el piso y ensancharon la hermosa pista.Se acercó el heraldo trayendo la sonora cítara aDemódoco y éste enseguida salió al centro. Asu alrededor se colocaron unos jóvenes adoles-centes conocedores de la danza y batían la di-vina pista con los pies. Odiseo contemplaba elbrillo de sus pies y quedó admirado en su áni-mo.Y Demódoco, acompañándose de la cítara,rompió a cantar bellamente sobre los amores deAres y de la de linda corona, Afrodita: cómo se

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unieron por primera vez a ocultas en el palaciode Hefesto. Ares le hizo muchos regalos y des-honró el lecho y la cama de Hefesto, el sobera-no. Entonces se lo fue a comunicar Helios, quelos había visto unirse en amor. Cuando oyóHefesto la triste noticia, se puso en caminohacia su fragua meditando males en su interior;colocó sobre el tajo el enorme yunque y se pusoa forjar unos hilos irrompibles, indisolubles,para que se quedaran allí firmemente.Y cuando había construido su trampa irritadocontra Ares, se puso en camino hacia su dormi-torio, donde tenía la cama, y extendió los hilosen círculo por todas partes en torno a las patasde la cama; muchos estaban tendidos desdearriba, desde el techo, como suaves hilos dearaña, hilos que no podría ver nadie, ni siquieralos dioses felices, pues estaban fabricados conmucho engaño. Y cuando toda su trampa estu-vo extendida alrededor de la cama, simulómarcharse a Lemnos, bien edificada ciudad, laque le era más querida de todas las tierras.

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Ares, el que usa riendas de oro, no tuvo un es-pionaje ciego, pues vio marcharse lejos a Hefes-to, al ilustre herrero, y se puso en camino haciael palacio del muy ilustre Hefesto deseando elamor de la diosa de linda corona, de la de Cite-ra. Estabá ella sentada, recién venida de junto asu padre, el poderoso hijo de Cronos. Y él entróen el palacio y la tomó de la mano y la llamópor su nombre:«Ven acá, querida, vayamos al lecho y acosté-monos, pues Hefesto ya no está entre nosotros,sino que se ha marchado a Lemnos, junto a lossintias, de salvaje lengua.»Así habló, y a ella le pareció deseable acostarse.Y los dos marcharon a la cama y se acostaron.A su alrededor se extendían los hilos fabricadosdel prudence Hefesto y no les era posible mo-ver los miembros ni levantarse. Entonces sedieron cuenta que no había escape posible. Yllegó a su lado el muy ilustre cojo de ambospies, pues había vuelto antes de llegar a tierrade Lemnos; Helios mantenía la vigilancia y le

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dio la noticia y se puso en camino hacia su pa-lacio, acongojado su corazón. Se detuvo en elpórtico y una rabia salvaje se apoderó de él, ygritó estrepitosamente haciéndose oír de todoslos dioses:«Padre Zeus y los demás dioses felices quevivís siempre, venid aquí para que veáis unacto ridículo y vergonzoso: cómo Afrodita, lahija de Zeus, me deshonra continuamente por-que soy cojo y se entrega amorosamente al per-nicioso Ares; que él es hermoso y con los dospies, mientras que yo soy lisiado. Pero ningúnotro es responsable, sino mis dos padres: ¡nome debían haber engendrado! Pero miraddónde duermen estos dos en amor; se han me-tido en mi propia cama. Los estoy viendo y melleno de dolor, pues nunca esperé ni por un ins-tante que iban a dormir así por mucho que seamaran. Pero no van a desear ambos seguirdurmiendo, que los sujetará mi trampa y lasligaduras hasta que mi padre me devuelva to-dos mis regalos de esponsales, cuantos le en-

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tregué por la muchacha de cara de perra. Por-que su hija era bella, pero incapaz de contenersus deseos.»Así habló, y los dioses se congregaron junto a lacasa de piso de bronce. Llegó Poseidón, el queconduce su carro por la tierra; llegó el subasta-dor, Hermes, y llegó el soberano que disparadesde lejos, Apolo. Pero las hembras, las diosas,se quedaban por vergüenza en casa cada unade ellas.Se apostaron los dioses junto a los pórticos, losdadores de bienes, y se les levantó inextingui-ble la risa al ver las artes del prudente Hefesto.Y al verlo, decía así uno al que tenía más cerca:«No prosperan las malas acciones; el lento al-canza al veloz. Así, ahora, Hefesto, que es lento,ha cogido con sus artes a Ares, aunque es elmás veloz de los dioses que ocupan el Olimpo,cojo como es. Y debe la multa por adulterio.»Así decían unos a otros. Y el soberano, hijo deZeus, Apolo, se dirigió a Hermes:

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«Hermes, hijo de Zeus, Mensajero, dador debienes, ¿te gustaría dormir en la cama junto a ladorada Afrodita sujeto por fuertes ligaduras?»Y le contestó el mensajero el Argifonte:«¡Así sucediera esto, soberano disparador delejos, Apolo! ¡Que me sujetaran interminablesligaduras tres veces más que ésas y que voso-tros me mirarais, los dioses y todas las diosas!»Así dijo y se les levantó la risa a los inmortalesdioses. Pero a Poseidón no le sujetaba la risa yno dejaba de rogar a Hefesto, al insigne artesa-no, que liberara a Ares. Y le habló y le dirigióaladas palabras:«Suéltalo y te prometo, como ordenas, que tepagaré todo lo que es justo entre los inmortalesdioses.»Y le contestó el insigne cojo de ambos pies:«No, Poseidón, que conduces tu carro por latierra, no me ordenes eso; sin valor son las fian-zas que se toman por gente sin valor. ¿Cómoiba yo a requerirte entre los inmortales dioses si

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Ares se escapa evitando la deuda y las ligadu-ras?Y le respondió Poseidón, el que sacude la tierra:«Hefesto, si Ares se escapa huyendo sin pagarla deuda, yo mismo te la pagaré.»Y le contestó el muy insigne cojo de ambospies:«No es posible ni está bien negarme a tu pala-bra.»Así hablando los liberó de las ligaduras la fuer-za de Hefesto. Y cuando se vieron libres de lasligaduras, aunque eran muy fuertes, se levanta-ron enseguida: él marchó a Tracia y ella se llegóa Chipre, Afrodita, la que ama la risa. Allí lalavaron las Gracias y la ungieron con aceiteinmortal, cosas que aumentan el esplendor delos dioses que viven siempre y la vistieron de-seables vestidos, una maravilla para verlos.Esto cantaba el muy insigne aedo. Odiseo go-zaba en su interior al oírlo y también los demásfeacios que usan largos remos, hombres insig-nes por sus naves.

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Alcínoo ordenó a Halio y Laodamante quedanzaran solos, pues nadie rivalizaba con ellos.Así que tomaron en sus manos una hermosapelota de púrpura (se la había hecho el sabioPólibo); el uno la lanzaba hacia las sombríasnubes doblándose hacia atrás y el otro saltandohacia arriba la recibía con facilidad antes detocar el suelo con sus pies.Después; cuando habían hecho la prueba delanzar la pelota en línea recta, danzaban sobrela tierra nutricia cambiando a menudo sus po-siciones; los demás jóvenes aplaudían en pieentre la concurrencia y gradualmente se levan-taba un gran murmullo.Fue entonces cuando el divino Odiseo se diri-gió a Alcínoo:«Alcínoo, poderoso, el más insigne de todo tupueblo, con razón me asegurabas que erais losmejores bailarines. Se ha presentado esto comoun hecho cumplido, la admiración se apoderade mí al verlo.»

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Así habló, y se alegró la sagrada fuerza deAlcínoo. Y enseguida dijo a los feacios amantesdel remo:«Escuchad, caudillos y señores de los feacios. Elhuésped me parece muy discreto. Vamos,démosle un regalo de hospitalidad, como esnatural. Puesto que gobiernan en el pueblo do-ce esclarecidos reyes -yo soy el decimotercero-,cada uno de éstos entregadle un vestido bienlavado y un manto y un talento de estimableoro. Traigámoslo enseguida todos juntos paraque el huésped, con ello en sus manos, se acer-que al banquete con ánimo gozoso. Y que Eur-íalo lo aplaque con sus palabras y con un rega-lo, que no dijo su palabra como le corres-pondía.»Así dijó, y todos aprobaron sus palabras y se loaconsejaron a Euríalo. Y cada uno envió unheraldo para que trajera los regalos.Entonces, Euríalo le contestó y dijo:«Alcínoo poderoso, el más señalado de todo elpueblo, aplacaré al huésped como tú ordenas.

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Le regalaré esta espada Coda de bronce, cuyaempuñadura es de plata y cuya vaina está ro-deada de marfil recién cortado. Y le será demucho valor.»Así dijo, y puso en manos de Odiseo la espadade clavos de plaza; le habló y le dirigió aladaspalabras:«Salud, padre huésped, si alguna palabra des-agradable ha sido dicha, que la arrebaten losvendavales y se la lleven. Y a ti, que los dioseste concedan ver a tu esposa y llegar a to patria,pues sufres penalidades largo tiempo ya lejosde los tuyos.»Y le contestó y dijo el muy astuto Odiseo:«También a ti, amigo, salud y que los dioses teconcedan felicidad, y que después no sientasnostalgia de la espada ésta que ya me has dadoaplacándome con tus palabras.»Así dijo, y colocó la espada de clavos de plataen torno a sus hombros.Cuando se sumergió Helios ya tenía él a sulado los insignes regalos; los ilustres heraldos

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los llevaban al palacio de Alcínoo y los hijos delirreprochable Alcínoo los recibieron y coloca-ron los muy hermosos regalos junto a su vene-rable madre.Ante ellos marchaba la sagrada fuerza de Alcí-noo y al llegar se sentaron en elevados sillones.Entonces se dirigió a Arete la fuerza de Alcí-noo:«Trae acá, mujer, un arcón insigne, el que seamejor. Y en él coloca un vestido bien lavado yun manto. Calentadle un caldero de bronce confuego alrededor y templad el agua para que selave y vea bien puestos todos los regalos que lehan traído aquí los irreprochables feacios, ygoce con el banquete escuchando también lamúsica de una tonada. También yo le entregaréesta copa mía hermosísima, de oro, para qua seacuerde de mí todos los días al hacer libacionesen su palacio a Zeus y a los demás dioses.»Así dijo, y Arete ordenó a sus. esclavas quecolocaran al fuego un gran trípode lo antes po-sible. Ellas colocaron al fuego ardiente una ba-

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ñera de tres patas, echaron agua, pusieron leñay la encendieron debajo. Y el fuego lamía elvientre de la bañera y se calentaba el agua.Entretanto Arete traía de su tálamo un arcónhermosísimo para el huésped en él había colo-cado los lindos regalos, vestidos y oro, que losfeacios le habían dado. También había colocadoen el arcón un hermoso vestido y un manto y lehabló y le dirigió aladas palabras:«Mira tú mismo esta tapa y échale enseguidaun nudo, no sea que alguien la fuerce en el viajecuando duermas dulce sueño al marchar en lanegra nave.»Cuando escuchó esto el sufridor, el divino Odi-seo, adaptó la tapa y le echó enseguida un bientrabado nudo, el que le había enseñado en otrotiempo la soberana Circe.Acto seguido el ama de llaves ordenó que lolavaran una vez metido en la bañera, y él viocon gusto el baño caliente, pues no se habíacuidado a menudo de él desde que había aban-donado la morada de Calipso, la de lindas tren-

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zas. En aquella época le estaba siempre dis-puesto el baño como para un dios.Cuando las esclavas lo habían lavado y ungidocon aceite y le habían puesto túnica y manto,salió de la bañera y fue hacia los hombres quebebían vino. Y Nausícaa, que tenía una her-mosura dada por los dioses se detuvo junto aun pilar del bien fabricado techo. Y admiraba aOdiseo al verlo en sus ojos; y le habló y le dijoaladas palabras:«Salud, huésped, acuérdate de mí cuando estésen tu patria, pues es a mí la primera a quiendebes la vida.»Y le contestó y le dijo el muy astuto Odiseo:«Nausícaa, hija del valeroso Alcínoo, que meconceda Zeus, el que truena fuerte, el esposo deHera, volver a mi casa y ver el día del regreso.Y a ti, incluso allí te haré súplicas como a unadiosa, pues tú, muchacha, me has devuelto lavida.»Dijo, y se sentó en su sillón junto al rey Alcínoo.

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Y ellos ya estaban repartiendo las porciones ymezclando el vino.Y un heraldo se acercó conduciendo al deseableaedo, a Demódoco, honrado en el pueblo, y lehizo sentar en medio de los comensalesapoyándolo junto a una enorme columna.Entonces se dirigió al heraldo el muy inteligen-te Odiseo, mientras cortaba el lomo -pues aúnsobraba mucho- de un albidente cerdo (y alre-dedor había abundante grasa):«Heraldo, van acá, entrega esta carne a Demó-doco para que lo coma, que yo le mostraré cor-dialidad por triste que esté. Pues entre todos loshombres terrenos los aedos participan de lahonra y del respeto, porque Musa les ha ense-ñado el canto y ama a la raza de los aedos.»

Así dijo, el heraldo lo llevó y se lo puso en lasmanos del héroe Demódoco, y éste lo recibió yse alegró en su ánimo. Y ellos echaban mano delas viandas que tenían delante.

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Cuando hubieron arrojado lejos de sí el deseode bebida y de comida, ya entonces se dirigió aDemódoco el muy inteligente Odiseo:«Demódoco, muy por encima de todos los mor-tales te alabo: seguro que te han enseñado Mu-sa, la hija de Zeus, o Apolo. Pues con muchabelleza cantas el destino de los aqueos -cuántohicieron y sufrieron y cuánto soportaron- comosi tú mismo lo hubieras presenciado o lo hubie-ras escuchado de otro allí presente!«Pero, vamos, pasa a otro tema y canta la estra-tagema del caballo de madera que fabricó Epeocon la ayuda de Atenea; la emboscada que enotro tiempo condujo el divino Odiseo hasta laAcrópolis, llenándola de los hombres que des-truyeron Ilión.«Si me narras esto como te corresponde, yo dirébien alto a todos los hombres que la divinidadte ha concedido benigna el divino canto.»Así habló, y Demódoco, movido por la divini-dad, inició y mostró su cánto desde el momentoen que los argivos se embarcaron en las naves

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de buenos bancos y se dieron a la mar despuésde incendíar las tiendas de campaña. Ya esta-ban los emboscados con el insigne Odiseo en elágora de los troyanos, ocultos dentro del caba-llo, pues los mismos troyanos lo habían arras-trado hasta la Acrópolis.Así estaba el caballo, y los troyanos deliberabanen medio de una gran incertidumbre sentadosalrededor de éste. Y les agradaban tres decisio-nes: rajar la cóncava madera con el mortalbronce, arrojarlo por las rocas empujándolodesde to alto, o dejar que la gran estatua sirvie-ra para aplacar a los dioses. Esta última deci-sión es la que iba a cumplirse. Pues era su Des-tino que perecieran una vez que la ciudad ence-rrara el gran caballo de madera donde estabansentados todos los mejores de los argivos por-tando la muerte y Ker para los troyanos. Y can-taba cómo los hijos de los aqueos asolaron laciudad una vez que salieron del caballo yabandonaron la cóncava emboscada. Y cantabaque unos por un lado y otros por otro iban de-

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vastando la elevada ciudad, pero que Odiseomarchó semejante a Ares en compañía del divi-no Menelao hacia el palacio de Deífobo.Y dijo que, una vez allí, sostuvo el más terriblecombate y que al fin venció con la ayuda de lavalerosa Atenea.Esto es lo que cantaba el insigne aedo, y Odiseose derretía: el llanto empapaba sus mejillas des-lizándose de sus párpados.Como una mujer llora a su marido arrojándosesobre él caído ante su ciudad y su pueblo porapartar de ésta y de sus hijos el día de la muerte-ella lo contempla moribundo y palpitante, ytendida sobre él llora a voces; los enemigoscortan con sus lanzas la espalda y los hombrosde los ciudadanos y se los llevan prisionerospara soportar el trabajo y la pena, y las mejillasde ésta se consumen en un dolor digno delástima-, así Odiseo destilaba bajo sus párpadosun llanto digno de lástima.A los demás les pasó desapercibido que derra-maba lágrimas, y sólo Alcínoo lo advirtió y

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observó sentado como estaba cerca de él y leoyó gemir pesadamente.Entonces dijo al punto a los feacios amantes delremo:«Escuchad, caudillos y señores de los feacios.Que Demódoco detenga su cítara sonora, puesno agrada a todos al cantar esto. Desde queestamos cenando y comenzó el divino aedo, noha dejado el huésped un momento el lamenta-ble llanto. El dolor le rodea el ánimo.«Varnos, que se detenga para que gocemostodos por igual, los que le damos hospitalidady el huésped, pues así será mucho mejor. Quepor causa del venerable huésped se han prepa-rado estas cosas, la escolta y amables regalos,cosas que le entregamos como muestra de afec-to. Como un hermano es el huésped y el supli-cante para el hombre que goce de sensatez porpoca que sea. Por ello, tampoco tú escondas entu pensamiento astuto lo que voy a preguntar-te, pues lo mejor es hablar. Dime tu nombre, elque te llamaban allí tu madre y tu padre y los

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demás, los que viven cerca de ti. Pues ningunode los hombres carece completamente de nom-bre, ni el hombre del pueblo ni el noble, unavez que han nacido. Antes bien, a todos se loponen sus padres una vez que lo han dado aluz.

Dime también tu tierra, tu pueblo y tu ciudadpara que te acompañen allí las naves dotadasde inteligencia. Pues entre los feacios no haypilotos ni timones en sus naves, cosas que otrasnaves tienen. Ellas conocen las intenciones y lospensamientos de los hombres y conocen lasciudades y los fértiles campos de todos loshombres. Recorren velozmente el abismo delmar aunque estén cubiertas por la oscuridad yla niebla, y nunca tienen miedo de sufrir dañoni de ser destruidas. Pero yo he oído decir enotro tiempo a mi padre Nausítoo que Poseidónestaba celoso de nosotros porque acompaña-mos a todos sin daño. Y decía que algún díadestruiría en el nebuloso ponto a una bien fa-

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bricada nave de los feacios al volver de una es-colta y nos bloquearía la ciudad con un granmonte. Así decía el anciano; que la divinidadcumpla esto o lo deje sin cumplir, como seaagradable a su ánimo.«Pero, vamos, dime -e infórmame en verdad.-,por dónde has andado errante y a qué regionesde hombres has llegado. Háblame de ellos y desus bien habitadas ciudades, los que son durosy salvajes y no justos, y los que son amigos delos forasteros y tienen sentimientos de venera-ción hacia los dioses. Dime también por quélloras y te lamentas en tu ánimo al oír el destinode los argivos, de los dánaos y de Ilión. Esto lohan hecho los dioses y han urdido la perdiciónpara esos hombres, para que también sea moti-vo de canto pará los venideros. ¿Es que ha pe-recido ante Ilión algún pariente tuyo..., un no-ble yerno, o suegro, los que son más objeto depreocupación después de nuestra propia sangrey linaje? ¿O un noble amigo de sentimientos

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agradables? Pues no es inferior a un hermano elamigo que tiene pensamientos discretos.»

CANTO IXODISEO CUENTA SUS AVENTURAS:LOS CICONES, LOS LOTÓFAGOS, LOSCÍCLOPESY le contestó y dijo el muy astuto Odiseo:«Poderoso Alcínoo, el más noble de todo tupueblo, en verdad es agradable escuchar al ae-do, tal como es, semejante a los dioses en suvoz. No creo yo que haya un cumplimientomás delicioso que cuando el bienestar perduraen todo el pueblo y los convidados escuchan alo largo del palacio al aedo sentados en orden,y junto a ellos hay mesas cargadas de pan ycarne y un escanciador trae y lleva vino que hasacado de las cráteras y lo escancia en las copas.Esto me parece lo más bello.«Tu ánimo se ha decidido a preguntar mis pe-nalidades a fin de que me lamente todavía másen mi dolor. Porque, ¿qué voy a narrarte lo

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primero y qué en último lugar?, pues son innu-merables los dolores que los dioses, los hijos deUrano, me han proporcionado. Conque lo pri-mero qué voy a decir es mi nombre para que loconozcáis y para que yo después de escapar deldía cruel continúe manteniendo con vosotrosrelaciones de hospitalidad, aunque el palacio enque habito esté lejos.«Soy Odiseo, el hijo de Laertes, el que está enboca de todos los hombres por toda clase detrampas, y mi fama llega hasta el cielo. Habitoen Itaca, hermosa al atardecer. Hay en ella unmonte, el Nérito de agitado follaje, muy sobre-saliente, y a su alrededor hay muchas islashabitadas cercanas unas de otras, Duliquio ySame, y la poblada de bosques Zante. Itaca serecuesta sobre el mar con poca altura, la másremota hacia el Occidente, y las otras están máslejos hacia Eos y Helios. Es áspera, pero buenacriadora de mozos.

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«Yo en verdad no soy capaz de ver cosa algunamás dulce que la tierra de uno. Y eso que meretuvo Calipso, divina entre las diosas, en pro-funda cueva deseando que fuera su esposo, eigualmente me retuvo en su palacio Circe, lahija de Eeo, la engañosa, deseando que fuera suesposo.«Pero no persuadió a mi ánimo dentro de mipecho, que no hay nada más dulce que la tierrade uno y de sus padres, por muy rica que sea lacasa donde uno habita en tierra extranjera ylejos de los suyos.«Y ahora os voy a narrar mi atormentado re-greso, el qúe Zeus me ha dado al venir de Tro-ya. El viento que me traía de Ilión me empujóhacia los Cicones, hacia Ismaro. Allí asolé laciudad, a sus habitantes los pasé a cuchillo,tomamos de la ciudad a las esposas y abundan-te botín y lo repartimos de manera que nadie seme fuera sin su parte correspondiente. En-tonces ordené a los míos que huyeran con rápi-dos pies, pero ellos, los muy estúpidos, no rne

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hicieron caso. Así que bebieron mucho vino ydegollaron muchas ovejas junto a la ribera ycuernitorcidos bueyes de rotátiles patas.«Entre tanto, los Cicones, que se hábían mar-chado, lanzaron sus gritos de ayuda a otrosCicones que, vecinos suyos, eran a la vez másnumerosos y mejores, los que habitaban tierraadentro, bien entrenados en luchar con hom-bres desde el carro y a pie, donde sea preciso. Yenseguida llegaron tan numerosos como nacenen primavera las hojas y las flores, veloces.

«Entonces la funesta Aisa de Zeus se colocójunto a nosotros, de maldito destino, para quesufriéramos dolores en abundancia; lucharonpie a sierra junto a las veloces naves, y se heríanunos a otros con sus lanzas de bronce. MientrasEos duró y crecía el sagrado día, los aguanta-mos rechazándoles aunque eran más numero-sos. Pero cuando Helios se dirigió al momentode desuncir los bueyes, los Cicones nos hicieronretroceder venciendo a los aqueos y sucumbie-

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ron seis compañeros de buenas grebas de cadanave. Los demás escapamos de la muerte y denuestro destino, y desde allí proseguimos na-vegando hacia adelante con el corazón apesa-dumbrado, escapando gustosos de la muerteaunque habíamos perdido a los compañeros.Pero no prosiguieron mis curvadas naves, quecada uno llamamos por tres veces a nuestrosdesdichados compañeros, los que habían muer-to en la llanura a manos de los Cicones.«Entonces el que reúne las nubes, Zeus; levantóel viento Bóreas junto con una inmensa tempes-tad, y con las nubes ocultó la tierra y a la vez elponto. Y la noche surgió del cielo. Las naveseran arrastradas transversalmente y el ímpetudel viento rasgó sus velas en tres y cuatro tro-zos. Las colocamos sobre cubierta por terror ala muerte, y haciendo grandes esfuerzos nosdirigimos a remo hacia tierra.«Allí estuvimos dos noches y dos días comple-tos, consumiendo nuestro ánimo por el cansan-cio y el dolor.

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«Pero cuando Eos, de lindas trenzas, completóel tercer día, levantamos los mástiles, extendi-mos las blancas velas y nos sentamos en lasnaves, y el viento y los pilotos las conducían.En ese momento habría llegado ileso a mi tierrapatria, pero el oleaje, la corriente y Bóreas meapartaron al doblar las Maleas y me hicieronvagar lejos de Citera. Así que desde allí fuimosarrastrados por fuertes vientos durante nuevedías sobre el ponto abundante en peces, y aldécimo arribamos a la tierra de los Lotófagos,los que comen flores de alimento. Descendimosa tierra, hicimos provisión de agua y al puntomis compañeros tomaron su comida junto a lasveloces naves. Cuando nos habíamos hartadode comida y bebida, yo envié delante a unoscompañeros para que fueran a indagar quéclase de hombres, de los que se alimentan detrigo, había en esa región; escogí a dos, y comotercer hombre les envié a un heraldo. Y mar-charon enseguida y se encontraron con losLotófagos. Éstos no decidieron matar a nues-

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tros compañeros, sino que les dieron a comerloto, y el que de ellos comía el dulce fruto delloto ya no quería volver a informarnos ni regre-sar, sino que preferían quedarse allí con losLotófagos, arrancando loto, y olvidándose delregreso. Pero yo los conduje a la fuerza, aunquelloraban, y en las cóncavas naves los arrastré yaté bajo los bancos. Después ordené a mis de-más leales compañeros que se apresuraran aembarcar en las rápidas naves, no fuera que al-guno comiera del loto y se olvidara del regreso.Y rápidamente embarcaron y se sentaron sobrelos bancos, y, sentados en fila, batían el canosomar con los remos.

«Desde allí proseguimos navegando con el co-razón acongojado, y llegamos a la tierra de 1osCíclopes, los soberbios, los sin ley; los que,obedientes a los inmortales, no plantan con susmanos frutos ni labran la tierra, sino que todoles nace sin sembrar y sin arar: trigo y cebada yviñas que producen vino de gordos racimos; la

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lluvia de Zeus se los hace crecer. No tienen niágoras donde se emite consejo ni leyes; habitanlas cumbres de elevadas montañas en profun-das cuevas y cada uno es legislador de sus hijosy esposas, y no se preocupan unos de otros.

«Más allá del puerto se extiende una isla llana,no cerca ni lejos de la tierra de los Cíclopes,llena de bosques. En ella se crían innumerablescabras salvajes, pues no pasan por allí hombresque se lo impidan ni las persiguen los cazado-res, los que sufren dificultades en el bosquepersiguiendo las crestas de los montes. La islatampoco está ocupada por ganados ni sem-brados, sino que, no sembrada ni arada, carecede cultivadores todo el año y alimenta a lasbaladoras cabras. No disponen los Cíclopes denaves de rojas proas, ni hay allí armadores quepudieran trabajar en construir bien entabladasnaves; éstas tendrían como término cada unade las ciudades de mortales a las que suelenllegar los hombres atravesando con sus naves el

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mar, unos en busca de otros, y los Cíclopes sehabrían hecho una isla bien fundada. Pues noes mala y produciría todos los frutos estaciona-les; tiene prados junto a las riberas del canosomar, húmedos, blandos. Las viñas sobre todoproducirían constantemente, y las tierras depan llevar son llanas. Recogerían siempre lasprofundas mieses en su tiempo oportuno, yaque el subsuelo es fértil. También hay en ellaun puerto fácil para atracar, donde no hay ne-cesidad de cable ni de arrojar las anclas ni deatar las amarras. Se puede permanecer allí, unavez arribados, hasta el día en que el ánimo delos marineros les impulse y soplen los vientos.«En la parte alta del puerto corre un agua res-plandeciente, una fuente que surge de la pro-fundidad de una cueva, y en torno crecen ála-mos. Hacia allí navegamos y un demón nosconducía a través de la oscura noche. No ten-íamos luz para verlo, pues la bruma era espesaen torno a las naves y Selene no irradiaba suluz desde el cielo y era retenida por las nubes;

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así que nadie vio la isla con sus ojos ni vimoslas enormes olas que rodaban hacia tierra hastaque arrastramos las naves de buenos bancos.Una vez arrastradas, recogimos todas las velasy descendimos sobre la orilla del mar y espe-ramos a la divina Eos durmiendo allí.

«Y cuando se mostró Eos, la que nace de la ma-ñana, la de dedos de rosa, deambulamos llenosde admiración por la isla.«Entonces las ninfas, las hijas de Zeus, portadorde égida, agitaron a las cabras montafaces paraque comieran mis compañeros. Así que ense-guida sacamos de las naves los curvados arcosy las lanzas de largas puntas, y ordenados entres grupos comenzamos a disparar, y prontoun dios nos proporcionó abundante caza. Meseguían doce naves, y a cada una de ellas toca-ron en suerte nueve cabras, y para mí solo tomédiez. Así estuvimos todo el día hasta el sumer-girse de Helios, comiendo innumerables trozosde carne y dulce vino; que todavía no se había

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agotado en las naves el dulce vino, sino queaún quedaba, pues cada uno había guardadomucho en las ánforas cuando tomamos la sa-grada ciudad de los Cicones.«Echamos un vistazo a la tierra de los Cíclopesque estaban cerca y vimos el humo de sus foga-tas y escuchamos el vagido de sus ovejas y ca-bras. Y cuando Helios se sumergió y sobrevinola oscuridad, nos echamos a dormir sobre laribera del mar.«Cuando se mostró Eos, la que nace de la ma-ñana, la de dedos de rosa, convoqué asamblea yles dije a todos:«"Quedaos ahora los demás, mis fieles compa-ñeros, que yo con mi nave y los que me acom-pañan voy a llegarme a esos hombres para sa-ber quiénes son, si soberbios, salvajes y carentesde justicia o amigos de los forasteros y con sen-timientos de piedad para con los dioses."«Así dije, y me embarqué y ordené a mis com-pañeros que embarcaran también ellos y solta-ran amarras. Embarcaron éstos sin tardanza y

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se sentaron en los bancos, y sentados batían elcanoso mar con los remos. Y cuando llegamos aun lugar cercano, vimos una cueva cerca delmar, elevada, techada de laurel. Allí pasaba lanoche abundante ganado -ovejas y cabras-, yalrededor había una alta cerca construida conpiedras hundidas en tierra y con enormes pinosy encinas de elevada copa. Allí habitaba unhombre monstruoso que apacentaba sus reba-ños, solo, apartado, y no frecuentaba a los de-más, sino que vivía alejado y tenía pensamien-tos impíos. Era un monstruo digno de admira-ción: no se parecía a un hombre, a uno que co-me trigo, sino a una cima cubierta de bosque delas elevadas montañas que aparece sola, desta-cada de las otras. Entonces ordené al resto demis fieles compañeros que se quedaran allí jun-to a la nave y que la botaran.«Yo escogí a mis doce mejores compañeros yme puse en camino. Llevaba un pellejo de cabracon negro, agradable vino que me había dadoMarón, el hijo de Evanto, e1 sacerdote de Apolo

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protector de Ismaro, porque lo había yo salva-do junto con su hijo y esposa respetando sutecho. Habitaba en el bosque arbolado de FeboApolo y me había donado regalos excelentes:me dio siete talentos de oro bien trabajados yuna crátera toda de plata, y, además vino endoce ánforas que llenó, vino agradable, nomezclado, bebida divina. Ninguna de las escla-vas ni de los esclavos de palacio conocían suexistencia, sino sólo él y su esposa y solamentela despensera. Siempre que bebían el rojo,agradable vino llenaba una copa y vertía veintemedidas de agua, y desde la crátera se esparcíaun olor delicioso, admirable; en ese momentono era agradable alejarse de allí. De este vinome llevé un gran pellejo lleno y también provi-siones en un saco de cuero, porque mi nobleánimo barruntó que marchaba en busca de unhombre dotado de gran fuerza, salvaje, desco-nocedor de la justicia y de las leyes.«Llegamos enseguida a su cueva y no lo encon-tramos dentro, sino que guardaba sus gordos

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rebaños en el pasto. Conque entramos en lacueva y echamos un vistazo a cada cosa: los ca-nastos se inclinaban bajo el peso de los quesos,y los establos estaban llenos de corderos y ca-britillos. Todos estaban cerrados por separado:a un lado los lechales, a otro los medianos y aotro los recentales.«Y todos los recipientes rebosaban de suero--colodras y jarros bien construidos, con los queordeñaba.«Entonces mis compañeros me rogaron que nosapoderásemos primero de los quesos y regresá-ramos, y que sacáramos luego de los establoscabritillos y corderos y, conduciéndolos a larápida nave, diéramos velar sobre el agua sala-da. Pero yo no les hice caso -aunque hubierasido más ventajoso-, para poder ver al mons-truo y por si me daba los dones de hospitali-dad. Pero su aparición no iba a ser deseablepara mis compañeros.«Así que, encendiendo una fogata, hicimos unsacrificio, repartimos quesos, los comimos y

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aguardamos sentados dentro de la cueva hastaque llegó conduciendo el rebaño. Traía elCíclope una pesada carga de leña seca para sucomida y la tiró dentro con gran ruido. Noso-tros nos arrojamos atemorizados al fondo de lacueva, y él a continuación introdujo sus gordosrebaños, todos cuantos solía ordeñar, y a losmachos -a los carneros y cabrones- los dejó a lapuerta, fuera del profundo establo. Despuéslevantó una gran roca y la colocó arriba, tanpesada que no la habrían levantado del suelo niveintidós buenos carros de cuatro ruedas: ¡tanenorme piedra colocó sobre la puerta! Sentóseluego a ordeñar las ovejas y las baladoras ca-bras, cada una en su momento, y debajo decada una colocó un recental. Enseguida puso acuajar la mitad de la blanca leche en cestas bienentretejidas y la otra mitad la colocó en cubos,para beber cuando comiera y le sirviera de adi-ción al banquete.Cuando hubo realizado todo su trabajo prendiófuego, y al vernos nos preguntó:

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«"Forasteros, ¿quiénes sois? ¿De dónde venísnavegando los húmedos senderos? ¿Andáiserrantes por algún asunto, o sin rumbo comolos piratas por la mar, los que andan a la aven-tura exponiendo sus vidas y llevando la des-trucción a los de otras tierras?”.

«Así habló, y nuestro corazón se estremeció pormiedo a su voz insoportable y a él mismo, algigante. Pero le contesté con mi palabra y ledije:«Somos aqueos y hemos venido errantes desdeTroya, zarandeados por toda clase de vientossobre el gran abismo del mar, desviados porotro rumbo, por otros caminos, aunque nosdirigimos de vuelta a casa. Así quiso Zeus pro-yectarlo. Nos preciamos de pertenecer al ejérci-to del Atrida Agamenón, cuya fama es la másgrande bajo el cielo: ¡tan gran ciudad ha devas-tado y tantos hombres ha hecho sucumbir!Conque hemos dado contigo y nos hemos lle-gado a tus rodillas por si nos ofreces hospitali-

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dad y nos das un regalo, como es costumbreentre los huéspedes. Ten respeto, excelente, alos dioses; somos tus suplicantes y Zeus es elvengador de los suplicantes y de los huéspedes,Zeus Hospitalario, quien acompaña a los hués-pedes, a quienes se debe respeto."«Así hablé, y él me contestó con corazón cruel:«"Eres estúpido, forastero, o vienes de lejos, túque me ordenas temer o respetar a los dioses,pues los Ciclopes no se cuidan de Zeus, porta-dor de égida, ni de los dioses felices. Pues so-mos mucho más fuertes. No te perdonaría ni ati ni a tus compañeros, si el ánimo no me loordenara, por evitar la enemistad de Zeus.«"Pero dime dónde has detenido tu bien fabri-cada nave al venir, si al final de la playa o aquícerca, para que lo sepa."«Así habló para probarme, y a mí, que sé mu-cho, no me pasó esto desapercibido. Así que medirigí a él con palabras engañosas:«"La nave me la ha destrozado Poseidón, el queconmueve la tierra; la ha lanzado contra los

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escollos en los confines de vuestro país, condu-ciéndola hasta un promontorio, y el viento laarrastró del ponto. Por ello he escapado juntocon éstos de la dolorosa muerte."«Así hablé, y él no me contestó nada con co-razón cruel, mas lanzóse y echó mano a miscompañeros. Agarró a dos a la vez y los golpeócontra el suelo como a cachorrillos, y sus sesosse a esparcieron por el suelo empapando latierra. Cortó en trozos sus miembros, se lospreparó como cena y se los comió, como unleón montaraz, sin dejar ni sus entrañas ni suscarnes ni sus huesos llenos de meollo.«Nosotros elevamos llorando nuestras manos aZeus, pues veíamos acciones malvadas, y ladesesperación se apoderó de nuestro ánimo.

«Cuando el Cíclope había llenado su enormevientre de carne humana y leche no mezclada,se tumbó dentro de la cueva, tendiéndose entrelos rebaños. Entonces yo tomé la decisión en mimagnánimo corazón de acercarme a éste, sacar

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la aguda espada de junto a mi muslo y atrave-sarle el pecho por donde el diafragma contieneel hígado y la tenté con mi mano. Pero me con-tuvo otra decisión, pues allí hubiéramos pere-cido también nosotros con muerte cruel: nohabríamos sido capaces de retirar de la elevadaentrada la piedra que había colocado. Así quellorando esperamos a Eos divina. Y cuando semostró Eos, la que nace de la mañana, la dededos de rosa, se puso a encender fuego y aordeñar a sus insignes rebaños, todo por orden,y bajo cada una colocó un recental. Luego quehubo realizado sus trabajos, agarró a dos com-pañeros a la vez y se los preparó como desayu-no. Y cuando había desayunado, condujo fuerade la cueva a sus gordos rebaños retirando confacilidad la gran piedra de la entrada. Y la vol-vió a poner como si colocara la tapa a una alja-ba. Y mientras el Cíclope encaminaba con granestrépito sus rebaños hacia el monte, yo mequedé meditando males en lo profundo de mi

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pecho: ¡si pudiera vengarme y Atenea me con-cediera esto que la suplico...!«Y ésta fue la decisión que me pareció mejor.Junto al establo yacía la enorme clava del Ci-clope, verde, de olivo; la había cortado parallevarla cuando estuviera seca. Al mirarla lacomparábamos con el mástil de una negra navede veinte bancos de remeros, de una nave detransporte amplia, de las que recorren el negroabismo: así era su longitud, así era su anchuraal mirarla. Me acerqué y corté de ella como unabraza, la coloqué junto a mis compañeros y lesordené que la afilaran. Éstos la alisaron y luegome acerqué yo, le agucé el extremo y después lapuse al fuego para endurecerla. La coloqué biencubriéndola bajo el estiércol que estaba exten-dido en abundancia por la cueva. Después or-dené que sortearan quién se atrevería a levantarla estaca conmigo y a retorcerla en su ojo cuan-do le llegara el dulce sueño, y eligieron entreellos a cuatro, a los que yo mismo habría de-

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seado escoger. Y yo me conté entre ellos comoquinto.Llegó el Cíclope por la tarde conduciendo susganados de hermosos vellones e introdujo en laamplia cueva a sus gordos rebaños, a todos, yno dejó nada fuera del profundo establo, yaporque sospechara algo o porque un dios así selo aconsejó. Después colocó la gran piedra quehacía de puerta, levantándola muy alta, y sesentó a ordeñar las ovejas y las baladoras ca-bras, todas por orden, y bajo cada una colocóun recental. Luego que hubo realizado sus tra-bajos agarró a dos compañeros a La vez y se lospreparó como cena. Entonces me acerqué y ledije al Cíclope sosteniendo entre mis manosuna copa de negro vino:«"¡Aquí, Cíclope! Bebe vino después que hascomido carne humana, para que veas qué bebi-da escondía nuestra nave. Te lo he traído comolibación, por si te compadescas de mí y me en-viabas a casa, pues estás enfurecido de formaya intolerable. ¡Cruel¡, ¿cómo va a llegarse a ti

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en adelante ninguno de los numerosos hom-bres? Pues no has obrado como lo correspon-de."«Así hablé, y él la tomó, bebió y gozó terrible-mente bebiendo la dulce bebida. Y me pidiópor segunda vez:«"Dame más de buen grado y dime ahora ya tunombre para que te ofrezca el don de hospitali-dad con el que te vas a alegrar. Pues también ladonadora de vida, la Tierra, produce para losCíclopes vino de grandes uvas y la lluvia deZeus se las hace crecer. Pero esto es una catara-ta de ambrosia y néctar."«Así habló, y yo le ofrecí de nuevo rojo vino.Tres veces se lo llevé y tres veces bebió sin me-dida. Después, cuando el rojo vino había inva-dido la mente del Cíclope, me dirigí a él condulces palabras:«"Cíclope, ¿me preguntas mi célebre nombre?Te to voy a decir, mas dame tú el don de hospi-talidad como me has prometido. Nadie es mi

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nombre, y Nadie me llaman mi madre y mipadre y todos mis compañeros."«Así hablé, y él me contestó con corazón cruel:«"A Nadie me lo comeré el último entre suscompañeros, y a los otros antes. Este será tudon de hospitalidad."«Dijo, y reclinándose cayó boca arriba. Estabatumbadó con su robusto cuello inclinado a unlado, y de su garganta saltaba vino y trozos decarne humana; eructaba cargado de vino.«Entonces arrimé la estaca bajo el abundanterescoldo para que se calentara y comencé aanimar con mi palabra a todos los compañeros,no fuera que alguien se me escapara por miedo.Y cuando en breve la estaca estaba a punto dearder en el fuego, verde como estaba, y.resplandecía terriblemente, me acerqué y lasaqué del fuego, y mis compañeros me rodea-ron, pues sin duda un demón les infundiá granvalor. Tomaron la aguda estaca de olivo y se laclavaron arriba en el ojo, y yo hacía fuerza des-de arriba y le daba vueltas. Como cuando un

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hombre taladra con un trépano la madera des-tinada a un navío -otros abajo la atan a amboslados con una correa y la madera gira continua,incesantemente-, así hacíamos dar vueltas, bienasida, a la estaca de punta de fuego en el ojo delCíclope, y la sangre corría por la estaca caliente.Al arder la pupila, el soplo del fuego le quemótodos los párpados, y las cejas y las raíces crepi-taban por el fuego. Como cuando un herrerosumerge una gran hacha o una garlopa en aguafría para templarla y ésta estride grandemente-pues éste es el poder del hierro-, así estridía suojo en torno a la estaca de olivo. Y lanzó ungemido grande, horroroso, y la piedra retumbóen torno, y nosotros nos echamos a huir aterro-rizados.«Entonces se extrajo del ojo la estaca empapadaen sangre y, enloquecido, la arrojó de sí con lasmanos. Y al punto se puso a llamar a grandesvoces a los Cíclopes que habitaban en derredorsuyo, en cuevas por las ventiscosas cumbres. Aloír éstos sus gritos, venían cada uno de un sitio

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y se colocaron alrededor de su cueva y le pre-guntaron qué le afligía:«"¿Qué cosa tan grande sufres, Polifemo, paragritar de esa manera en la noche inmortal yhacernos abandonar el sueño? ¿Es que algunode los mortales se lleva tus rebaños contra tuvoluntad o te está matando alguien con engañoo con sus fuerzas?"«Y les contestó desde la cueva el poderoso Poli-femo:«"Amigos, Nadie me mata con engaño y no consus propias fuerzas."«Y ellos le contestaron y le dijeron aladas pala-bras:«"Pues si nadie te ataca y estás solo... es impo-sible escapar de la enfermedad del gran Zeus,pero al menos suplica a tu padre Poseidón, alsoberano."«Así dijeron, y se marcharon. Y mi corazónrompió a reír: ¡cómo los había engañado minombre y mi inteligencia irreprochable!

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«El Cíclope gemía y se retorcía de dolor, y pal-pando con las manos retiró la piedra de la en-trada. Y se sentó a la puerta, las manos exten-didas, por si pillaba a alguien saliendo afueraentre las ovejas. ¡Tan estúpido pensaba en sumente que era yo! Entonces me puse a deliberarcómo saldrían mejor las cosas -¡si encontrará elmedio de liberar a mis compañeros y a mímismo de la muerte..! Y me puse a entretejertoda clase de engaños y planes, ya que se trata-ba de mi propia vida . Pues un gran mal estabacercano. Y me pareció la mejor ésta decisión: loscarneros estaban bien alimentádos, con densosvellones, hermosos y grandes, y tenían una lanacolor violeta. Conque los até en silencio,juntándolos de tres en tres, con mimbres bientrenzadas sobre las que dormía el Cíclope, elmonstruo de pensamientos impíos; el carnerodel medio llevaba a un hombre, y los otros dosmarchaban a cada lado, salvando a mis compa-ñeros. Tres carneros llevaban a cada hombre.

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»Entonces yo... había un carnero; el mejor conmucho de todo su rebaño. Me apoderé de éstepor el lomo y me coloqué bajo su velludo vien-tre hecho un ovillo, y me mantenía con ánimopaciente agarrado con mis manos a su divinovellón. Así aguardamos gimiendo a Eos divina,y cuando se mostró la que nace de la mañana,la de dedos de rosa, sacó a pastar a los machosde su ganado. Y las hembras balaban por loscorrales sin ordeñar, pues sus ubres rebosaban.Su dueño, abatido por funestos dolores, tentabael lomo de todos sus carneros, que se manten-ían rectos. El inocente no se daba cuenta de quemis compañeros estaban sujetos bajo el pechode las lanudas ovejas. El último del rebaño ensalir fue el carnero cargado con su lana y con-migo, que pensaba muchas cosas. El poderosoPolifemo lo palpó y se dirigió a él:«"Carnero amigo, ¿por qué me sales de la cuevael último del rebaño? Antes jamás marchabasdetrás de las ovejas, sino que, a grandes pasos,llegabas el primero a pastar las tiernas flores

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del prado y llegabas el primero a las corrientesde los ríos y el primero deseabas llegar al esta-blo por la tarde. Ahora en cambio, eres el últi-mo de todos. Sin duda echas de menos el ojo detu soberano, el que me ha cegado un hombrevillano con la ayuda de sus miserables compa-ñeros, sujetando mi mente con vino, Nadie,quien todavía no ha escapado --te lo aseguro-de la muerte. ¡Ojalá tuvieras sentimientos igua-les a los míos y estuvieras dotado de voz paradecirme dónde se ha escondido aquél de mifuria! Entonce sus sesos, cada uno por un lado,reventarían contra el suelo por la cueva, heridode muerte, y mi corazón se repondría de losmales que me ha causado el vil Nadie."«Así diciendo alejó de sí al carnero. Y cuandollegamos un poco lejos de la cueva y del corral,yo me desaté el primero de debajo del carnero yliberé a mis compañeros. Entonces hicimos vol-ver rápidamente al ganado de finas patas, gor-do por la grasa, abundante ganado, y lo condu-jimos hasta llegar a la nave.

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«Nuestros compañeros dieron la bienvenida alos que habíamos escapado de la muerte, y a losotros los lloraron entre gemidos. Pero yo nopermití que lloraran, haciéndoles señas ne-gativas con mis cejas, antes bien, les di órdenesde embarcar al abundante ganado de hermososvellones y de navegar el salino mar.«Embarcáronlo enseguida y se sentaron sobrelos bancos, y, sentados, batían el canoso marcon los remos.«Conque cuando estaba tan lejos como parahacerme oír si gritaba, me dirigí al Cíclope conmordaces palabras:«"Cíclope, no estaba privado de fuerza el hom-bre cuyos compañeros ibas a comerte en lacóncava cueva con tu poderosa fuerza. Conrazón te tenían que salir al encuentro tus mal-vadas acciones, cruel, pues no tuviste miedo decomerte a tus huéspedes en tu propia casa. Porello te han castigado Zeus y los demás dioses."«Así hablé, y él se irritó más en su corazón.Arrancó la cresta de un gran monte, nos la

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arrojó y dio detrás de la nave de azuloscuraproa, tan cerca que faltó poco para que alcanza-ra lo alto del timón. El mar se levantó por lacaída de la piedra, y el oleaje arrastró en sureflujo, la nave hacia el litoral y la impulsóhacia tierra. Entonces tomé con mis manos unlargo botador y la empujé hacia fuera, y diórdenes a mis compañeros de que se lanzaransobre los remos para escapar del peligro,haciéndoles señas con mi cabeza. Así que seinclinaron hacia adelante y remaban. Cuandoen nuestro recorrido estábamos alejados dosveces la distancia de antes, me dirigí al Cíclope,aunque mis compañeros intentaban impedír-melo con dulces palabras a uno y otro lado:«"Desdichado, ¿por qué quieres irritar a unhombre salvaje?, un hombre que acaba de arro-jar un proyectil que ha hecho volver a tierranuestra nave y pensábamos que íbamos a moriren el sitio. Si nos oyera gritar o hablar macha-caría nuestras cabezas y el madero del navío,

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tirándonos una roca de aristas res-plandecientes, ¡tal es la longitud de su tiro!"«Así hablaron, pero no doblegaron mi granánimo y me dirigí de nuevo a él airado:«"Cíclope, si alguno de los mortales hombres tepregunta por la vergonzosa ceguera de tu ojo,dile que lo ha dejado ciego Odiseo, el destruc-tor de ciudades; el hijo de Laertes que tiene sucasa en Itaca."«Así hablé, y él dio un alarido y me contestócon su palabra:«"¡Ay, ay, ya me ha alcanzado el antiguo orácu-lo! Había aquí un adivino noble y grande, Te-lemo Eurímida, que sobresalía por sus dotes deadivino y envejeció entre los Cíclopes vatici-nando. Éste me dijo que todo esto se cumpliríaen el futuro, que me vería privado de la vista amanos de Odiseo. Pero siempre esperé que lle-gara aquí un hombre grande y bello, dotado deun gran vigor; sin embargo, uno que es peque-ño, de poca valía y débil me ha cegado el ojodespués de sujetarme con vino. Pero ven acá,

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Odiseo, para que te ofrezca los dones de hospi-talidad y exhorte al ínclito, al que conduce sucarro por la tierra, a que te dé escolta, pues soyhijo suyo y él se gloría de ser mi padre. Sólo él,si quiere, me sanará, y ningún otro de los dio-ses felices ni de los mortales hombres."«Así habló, y yo le contesté diciendo:«"¡Ojalá pudiera privarte también de la vida yde la existencia y enviarte a la mansión deHades! Así no te curaría el ojo ni el que sacudela tierra."«Así dije, y luego hizo él una súplica a Po-seidón soberano, tendiendo su mano hacia elcielo estrellado:«"Escúchame tú, Poseidón, el que abrazas latierra, el de cabellera azuloscura. Si de verdadsoy hijo tuyo -y tú te precias de ser mi padre-,concédeme que Odiseo, el destructor de ciuda-des, no llegue a casa, el hijo de Laertes que tie-ne su morada en Itaca. Pero si su destino es quevea a los suyos y llegue a su bien edificada mo-rada y a su tierra patria, que regrese de mala

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manera: sin sus compañeros, en nave ajena, yque encuentre calamidades en casa."«Así dijo suplicando, y le escuchó el de azulos-cura cabellera. A continuación levantó de nue-vo una piedra mucho mayor y la lanzó dandovueltas. Hizo un esfuerzo inmenso y dio detrásde la nave de azuloscura proa, tan cerca quefaltó poco para que alcanzara lo alto del timón.Y el mar se levantó por la caída de la piedra, yel oleaje arrastró en su reflujo la nave hacia ellitoral y la impulsó hacia tierra.«Conque por fin llegamos a la isla donde lasdemás naves de buenos bancos nos aguardabanreunidas. Nuestros compañeros estaban senta-dos llorando alrededor, anhelando continua-mente nuestro regreso. Al llegar allí, arrastra-mos la nave sobre la arena y desembarcamossobre la ribera del mar. Sacamos de la cóncavanave los ganados del Cíclope y los repartimosde modo que nadie se fuera sin su parte corres-pondiente.

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«Mis compañeros, de hermosas grebas, me die-ron a mí solo, al repartir el ganado, un carnerode más, y lo sacrifiqué sobre la playa en honorde Zeus, el que reúne las nubes, el hijo de Cro-no, el que es soberano de todos, y quemé losmuslos. Pero no hizo caso de mi sacrificio, sinoque meditaba el modo de que se perdieran to-das mis naves de buenos bancos y mis fielescompañeros.«Estuvimos sentados todo el día comiendo car-ne sin parar y bebiendo dulce vino, hasta elsumergirse de Helios. Y cuando Helios se su-mergió y cayó la oscuridad, nos echamos adormir sobre la ribera del mar.«Cuando se mostró Eos, la que nace de la ma-ñana, la de dedos de rosa, di orden a mis com-pañeros de que embarcaran y soltaran amarras,y ellos embarcaron, se sentaron sobre los ban-cos y, sentados, batían el canoso mar con losremos.«Así que proseguimos navegando desde allí,nuestro corazón acongojado, huyendo con gus-

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to de la muerte, aunque habíamos perdido anuestros compañeros.»

CANTO XLA ISLA DE EOLO.EL PALACIO DE CIRCE LA HECHICERAArribamos a la isla Eolia, isla flotante dondehabita Eolo Hipótada, amado de los dioses in-mortales. Un muro indestructible de bronce larodea, y se yergue como roca pelada.«Tiene Eolo doce hijos nacidos en su palacio,seis hijas y seis hijos mozos, y ha entregado sushijas a sus hijos como esposas. Siempre estánellos de banquete en casa de su padre y su ve-nerable madre, y tienen a su alcance alimentossin cuento. Durante el día resuena la casa, quehuele a carne asada, con el sonido de la flauta,y por la noche duermen entre colchas y sobrelechos taladrados junto a sus respetables espo-sas. Conque llegamos a la ciudad y mansionesde éstos. Durante un mes me agasajó y me pre-

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guntaba detalladamente por Ilión, por las navesde los argivos y por el regreso de los aqueos, yyo le relaté todo como me correspondía. Ycuando por fin le hablé de volver y le pedí queme despidiera, no se negó y me proporcionóescolta. Me entregó un pellejo de buey de nue-ve años que él había desollado, y en él ató lassendas de mugidores vientos, pues el Cronidale había hecho despensero de vientos, para queamainara o impulsara al que quisiera. Sujetó elodre a la curvada nave con un brillante hilo deplata para que no escaparan ni un poco siquie-ra, y me envió a Céfiro para que soplara y con-dujera a las naves y a nosotros con ellas. Perono iba a cumplirlo, pues nos vimos perdidospor nuestra estupidez.

«Navegamos tanto de día como de noche du-rante nueve días, y al décimo se nos mostró porfin la tierra patria y pudimos ver muy cercagente calentándose al fuego. Pero en ese mo-mento me sobrevino un dulce sueño; cansado

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como estaba, pues continuamente gobernabayo el timón de la nave que no se lo encomendénunca a ningún compañero, a fin de llegar másrápidamente a la tierra patria.«Mis compañeros conversaban entre sí y creíanque yo llevaba a casa oro y plata, regalo delmagnánimo Eolo Hipótada.Y decía así uno al que tenía al lado:«"¡Ay, ay, cómo quieren y honran a éste todoslos hombres a cuya ciudad y tierra llega! DeTroya se trae muchos y buenos tesoros comobotín; en cambio, nosotros, después de llevar acabo la misma expedición, volvemos a casa conlas manos vacías. También ahora Eolo le haentregado esto correspondiendo a su amistad.Conque, vamos, examinemos qué es, veamoscuánto oro y plata se encierra en este odre."«Así hablaban, y prevaleció la decisión funestade mis compañeros: desataron el odre y todoslos vientos se precipitaron fuera, mientras que amis compañeros los arrebataba un huracán ylos llevó llorando de nuevo al ponto lejos de la

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patria. Entonces desperté yo y me puse a cavi-lar en mi irreprochable ánimo si me arrojaría dela nave para perecer en el mar o soportaría ensilencio y permanecería todavía entre los vi-vientes. Conque aguanté y quedéme y me echésobre la nave cubriendo mi cuerpo. Y las naveseran arrastradas de nuevo hacia la isla Eofa poruna terrible tempestad de vientos, mientras miscompañeros se lamentaban.«Por fin pusimos pie en tierra, hicimos provi-sión de agua y enseguida comenzaron miscompañeros a comer junto a las rápidas naves.Cuando nos habíamos hartado de comida ybebida tomé como acompañantes al heraldo y aun compañero y me encaminé a la ínclita mo-rada de Eolo, y lo encontré banqueteando encompañía de su esposa a hijos. Cuando llega-mos a la casa nos sentamos sobre el umbraljunto a las puertas, y ellos se levantaron admi-rados y me preguntaron:«"¿Cómo es que has vuelto, Odiseo? ¿Quédemón maligno ha caído sobre ti? Pues noso-

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tros te despedimos gentilmente para que llega-ras a tu patria y hogar a donde quiera que tefuera grato."«Así dijeron, y yo les contesté con el corazónacongojado:«"Me han perdido mis malvados compañeros y,además, el maldito sueño. Así que remediadlo,amigos, pues está en vuestras manos."«Así dije, tratando de calmarlos con mis suavespalabras, pero ellos quedaron en silencio, y porfin su padre me contestó:«"Márchate enseguida de esta isla, tú, el másreprobable de los vivientes, que no me es lícitoacoger ni despedir a un hombre que resultaodioso a los dioses felices. ¡Fuera!, ya que hasllegado aquí odiado por los inmortales."«Así diciendo, me arrojó de su casa entre pro-fundos lamentos. Así que continuamos nage-vando con el corazón acongojado, y el vigor demis hombres se gastaba con el doloroso remar,pues debido a nuestra insensatez ya no se nospresentaba medio de volver.

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«Navegamos tanto de día como de noche du-rante seis días, y al séptimo arribamos a la es-carpada ciudadela de Lamo, a Telépilo de Les-trigonia, donde el pastor que entra llama a vo-ces al que sale y éste le contesta; donde unhombre que no duerma puede cobrar dos joma-les, uno por apacentar vacas y otro por condu-cir blancas ovejas, pues los caminos del día y dela noche son cercanos.

«Cuando llegamos a su excelente Puerto -lorodea por todas partes roca escarpada, y en suboca sobresalen dos acantilados, uno frente aotro, por lo que la entrada es estrecha-, todosmis compañeros amarraron dentro sus curva-das naves, y éstas quedaron atadas, muy juntas,dentro del Puerto, pues no se hinchaban allí lasolas ni mucho ni poco, antes bien había en tor-no una blanca bonanza. Sólo yo detuve mi ne-gra nave fuera del Puerto, en el extremo mis-mo, sujeté el cable a la roca y subiendo a unelevado puesto de observación me quedé allí:

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no se veía labor de bueyes ni de hombres, sólohumo que se levantaba del suelo.«Entonces envié a mis compañeros para queindagaran qué hombres eran de los que comenpan sobre la tierra, eligiendo a dos hombres ydándoles como tercer compañero a un heraldo.Partieron éstos y se encaminaron por una sendallana por donde los carros llevaban leña a laciudad desde los altos montes. Y se toparon conuna moza que tomaba agua delante de la ciu-dad, con la robusta hija de Antifates Lestrigón.Había bajado hasta la fuente Artacia de bellacorriente, de donde solían llevar agua a la ciu-dad. Acercándose mis compañeros se dirigie-ron a ella y le pregtmtaron quién era el rey ysobre quiénes reinaba, Y enseguida les mostróel elevado palacio de su padre. Apenas habíanentrado, encontraron a la mujer del rey, grandecomo la cima de un monte, y se atemorizaronante ella. Hizo ésta venir enseguida del ágora alínclito Antifates, su esposo, quien tramó la tris-te muerte para aquéllos. Así que agarró a uno

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de mis compañeros y se lo preparó como al-muerzo, pero los otros dos se dieron a la fuga yllegaron a las naves. Entonces el rey comenzó adar grandes voces por la ciudad, y los gi-gantescos Lestrígones que lo oyeron empeza-ron a venir cada uno de un sitio, a miles, y separecían no a hombres, sino a gigantes. Y desdelas rocas comenzaron a arrojarnos peñascosgrandes como hombres, así que junto a las na-ves se elevó un estruendo de hombres que mor-ían y de navíos que se quebraban. Además,ensartábanlos como si fueran peces y se los lle-vaban como nauseabundo festín.«Conque mientras mataban a éstos dentro delprofundo Puerto, saqué mi aguda espada dejunto al muslo y corté las amarras de mi navede azuloscura proa. Y, apremiando a mis com-pañeros, les ordené que se inclinaran sobre losremos para poder escapar de la desgracia. Ytodos a un tiempo saltaron sobre ellos, puestemían morir.

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«Así que mi nave evitó de buena gana las ele-vadas rocas en dirección al ponto, mientras quelas demás se perdían allí todas juntas. Conti-nuamos navegando con el corazón acongojado,huyendo de la muerte gozosos, aunque había-mos perdido a los compañeros.«Y llegamos a la isla de Eea, donde habita Cir-ce, la de lindas trenzas, la terrible diosa dotadade voz, hermana carnal del sagaz Eetes: amboshabían nacido de Helios, el que lleva la luz a losmortales, y de Perses, la hija de Océano.«Allí nos dejamos llevar silenciosamente por lanave a lo largo de la ribera hasta un puertoacogedor de naves y es que nos conducía undios. Desembarcamos y nos echamos a dormirdurante dos días y dos noches, consumiendonuestro ánimo por motivo del cansancio y eldolor. Pero cuando Eos, de lindas trenzas,completó el tercer día, tomé ya mi lanza y agu-da espada y, levantándome de junto a la nave,subí a un puesto de observación por si consegu-ía divisar labor de hombres y oír voces. Cuando

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hube subido a un puesto de observación, medetuve y ante mis ojos ascendía humo de latierra de anchos caminos a través de unos enci-nares y espeso bosque, en el palacio de Circe.Asi que me puse a cavilar en mi interior si ba-jaría a indagar, pues había vistó humo enroje-cido.

«Mientras así cavilaba me pareció lo mejor diri-girme primero a la rápida nave y a la ribera delmar para distribuir alimentos a mis compañe-ros, y enviarlos a que indagaran ellos. Y cuandoya estaba cerca de la curvada nave, algún diosse compadeció de mí -solo como estaba-, puespuso en mi camino un enorme ciervo de eleva-da cornamenta. Bajaba éste desde el pasto delbosque a beber al río, pues ya lo tenía agobiadola fuerza del sol. Así que en el momento en quesalía lo alcancé en medio de la espalda, junto alespinazo. Atravesólo mi lanza de bronce delado a lado y se desplomó sobre el polvo chi-llando -y su vida se le escapó volando. Me puse

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sobre él, saqué de la herida la lanza de bronce ylo dejé tirado en el suelo. Entre tanto, cortémimbres y varillas y, trenzando una soga comode una braza, bien torneada por todas partes,até los pies del terrible monstruo. Me dirigí a lanegra nave con el animal colgando de mi cuelloy apoyado en mi lanza, pues no era posiblellevarlo sobre el hombro con una sola mano -yes que la bestia era descomunal. Arrojéla porfin junto a la nave y desperté a mis compañe-ros, dirigiéndome a cada uno en particular condulces palabras:«"Amigos, no descenderemos a la morada deHades -por muy afligidos que estemos-, hastaque nos llegue el día señalado. Conque, vamos,mientras tenemos en la rápida nave comida ybebida, pensemos en comer y no nos dejemosconsumir por el hambre."«Así dije, y pronto se dejaron persuadir por mispalabras. Se quitaron de encima las ropas, juntoa la ribera del estéril mar, y contemplaron conadmiración al ciervo -y es que la bestia era des-

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comunal. Así que cuando se hartaron de verlocon sus ojos, lavaron sus manos y se prepara-ron espléndido festín.«Así pasamos todo el día, hasta que se puso elsol, dándonos a comer abundante carne y deli-cioso vino. Y cuando se puso el sol y cayó laoscuridad nos echamos a dormir junto a la ribe-ra del mar.«Cuando se mostró Eos, la que nace de la ma-ñana, la de dedos de rosa los reuní en asambleay les comuniqué mi palabra:«"Escuchad mis palabras, compañeros, por mu-chas calamidades que hayáis soportado. Ami-gos, no sabemos dónde cae el Poniente nidónde el Saliente, dónde. se oculta bajo la tierraHelios, que alumbra a los mortales, ni dónde selevanta. Conque tomemos pronto una resolu-ción, si es que todavía es posible, que yo no locreo. Al subir a un elevado puesto de obser-vación he visto una isla a la que rodea, comocorona, el ilimitado mar. Es isla de poca altura,y he podido ver con mis ojos, en su mismo cen-

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tro, humo a través de unos encinares y espesobosque."«Así dije, y a mis compañeros se les quebró elcorazón cuando recordaron las acciones de An-tifates Lestrigón y la violencia del magnánimoCíclope, el comedor de hombres. Lloraban agritos y derramaban abundante llanto; peronada conseguían con lamentarse. Entonces di-vidí en dos grupos a todos mis compañeros debuenas grebas y di un jefe a cada grupo. A unoslos mandaba yo y a los otros el divino Euríloco.Enseguida agitamos unos guijarros en un cascode bronce y saltó el guijarro del magnánimoEuríloco. Conque se puso en camino y con élveintidós compañeros que lloraban, y nos deja-ron atrás a nosotros gimiendo también.«Encontraron en un valle la morada de Circe,edificada con piedras talladas, en lugar abierto.La rodeaban lobos montaraces y leones, a losque había hechizado dándoles brebajes malé-ficos, pero no atacaron a mis hombres, sino quese levantaron y jugueteaban alrededor movien-

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do sus largas colas. Como cuando un rey saledel banquete y le rodean sus perros moviendola cola -pues siempre lleva algo que calme susimpulsos-, así los lobos de poderosas uñas y losleones rodearon a mis compañeros, moviendola cola. Pero éstos se echaron a temblar cuandovieron las terribles bestias. Detuviéronse en elpórtico de la diosa de lindas trenzas y oyeron aCirce que cantaba dentro con hermosa voz,mientras se aplicaba a su enorme e inmortaltelar -¡y qué suaves, agradables y brillantes sonlas labores de las diosas! Entonces comenzó ahablar Polites, caudillo de hombres, mi máspreciado y valioso compañero:«"Amigos, alguien -no sé si diosa o mujer- estádentro cantando algo hermoso mientras seaplica a su gran telar -que todo el piso se es-tremece con el sonido-. Conque hablémosleenseguida."«Así dijo, y ellos comenzaron a llamar a voces.Salió la diosa enseguida, abrió las brillantespuertas y los invitó a entrar. Y todos la siguie-

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ron en su ignorancia, pero Euríloco se quedóallí barruntando que se trataba de una trampa.Los introdujo, los hizo sentar en sillas y sillo-nes, y en su presencia mezcló queso, harina yrubia miel con vino de Pramnio. Y echó en estapócima brebajes maléficos para que se olvida-ran por completo de su tierra patria.«Después que se lo hubo ofrecido y lo bebieron,golpeólos con su varita y los encerró en las po-cilgas. Quedaron éstos con cabeza, voz, pelam-bre y figura de cerdos, pero su mente per-maneció invariable, la misma de antes. Asíquedaron encerrados mientras lloraban; y Circeles echó de comer bellotas, fabucos y el frutodel cornejo, todo lo que comen los cerdos quese acuestan en el suelo.«Conque Euríloco volvió a la rápida, negra na-ve para informarme sobre los compañeros y suamarga suerte, pero no podía decir palabra-con desearlo mucho-, porque tenía átravesadoel corazón por un gran dolor: sus ojos se llena-ron de lágrimas y su ánimo barruntaba el llan-

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to. Cuando por fin le interrogamos todos llenosde admiración, comenzó a contarnos la pérdidade los demás compañeros:«"Atravesamos los encinares como ordenaste,ilustre Odiseo, y encontramos en un valle unahermosa mansión edificada con piedras talla-das, en lugar abierto. Allí cantaba una diosa omujer mientras se aplicaba a su enorme telar;los compañeros comenzaron a llamar a voces;salió ella, abrió las brillantes puertas y nos in-vitó a entrar. Y todos la siguieron en su ig-norancia, pero yo no me quedé por barruntarque se trataba de una trampa. Así que desapa-recieron todos juntos y no volvió a aparecerninguno de ellos, y eso que los esperé largotiempo sentado."«Así habló; entonces me eché al hombro la es-pada de clavos de plata, grande, de bronce, y elarco en bandolera, y le ordené que me conduje-ra por el mismo camino, pero él se abrazó a misrodillas y me suplicaba, y, lamentándose, medirigía aladas palabras:

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« “No me lleves allí a la fuerza, Odiseo de linajedivino; déjame aquí, pues sé que ni volverás túni traerás a ninguno de tus compañeros.Huyamos rápidamente con éstos, pues quizápodamos todavía evitar el día funesto".«Así habló, pero yo to contesté diciendo:«"Euríloco, quédate tú aquí comiendo y be-biendo junto a la negra nave, que yo me voy.Me ha venido una necesidad imperiosa."

«Así diciendo, me alejé de la nave y del mar. Ycuando en mi marcha por el valle iba ya a llegara la mansión de Circe, la de muchos brebajes,me salió al encuentro Hermes, el de la varita deoro, semejante a un adolescente, con el bozoapuntándole ya y radiante de juventud. Metomó de la mano y, llamándome por mi nom-bre, dijo:«"Desdichado, ¿cómo es que marchas solo porestas lomas, desconocedor como eres del terre-no? Tus compañeros están encerrados en casade Circe, como cerdos, ocupando bien cons-

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truidas pocilgas. ¿Es que vienes a rescatarlos?No creo que regreses ni siquiera tú mismo, sinoque te quedarás donde los demás. Así que, va-mos, te voy a librar del mal y a salvarte. Mira,toma este brebaje benéfico, cuyo poder te pro-tegerá del día funesto, y marcha a casa de Cir-ce. Te voy a manifestar todos los malvadospropósitos de Circe: te preparará una poción yechará en la comida brebajes, pero no podráhechizarte, ya que no lo permitirá este brebajebenéfico que te voy a dar. Te aconsejaré condetalle: cuando Circe trate de conducirte con sularga varita, saca de junto a tu muslo la agudaespada y lánzate contra ella como queriendomatarla. Entonces te invitará, por miedo, aacostarte con ella. No réchaces por un momentoel lecho de la diosa, a fin de que suelte a tuscompañeros y te acoja bien a ti. Pero debes or-denarla que jure con el gran juramento de losdioses felices que no va a meditar contra timaldad alguna ni te va a hacer cobarde y pocohombre cuando te hayas desnudado”.

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«Así diciendo, me entregó el Argifonte unaplanta que había arrancado de la tierra y memostró su propiedades: de raíz era negra, perosu flor se asemejaba a la leche. Los dioses la lla-man moly, y es difícil a los hombres mortalesextraerla del suelo, pero los dioses lo puedentodo.

«Luego marchó Hermes al lejano Olimpo através de la isla boscosa y yo me dirigí a lamansión de Circe. Y mientras marchaba, micorazón revolvía muchos pensamientos. Medetuve ante las puertas de la diosa de lindastrenzas, me puse a gritar y la diosa oyó mi voz.Salió ésta, abrió las brillantes puertas y me in-vitó a entrar. Entonces yo la seguí con el co-razón acongojado. Me introdujo e hizo sentaren un sillón de clavos de plata, hermoso, bientrabajado, y bajo mis pies había un escabel. Pre-paróme una pócima en copa de oro, para que labebiera, y echó en ella un brebaje, planeandomaldades en su corazón.

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«Conque cuando me lo hubo ofrecido y lo bebí-aunque no me había hechizado-, tocóme consu varita y, llamándome por mi nombre, dijo:«"Marcha ahora a la pocilga, a tumbarte encompañía de tus amigos."«Así dijo, pero yo, sacando mi aguda espada dejunto al muslo, me lancé sobre Circe, como de-seando matarla. Ella dió un fuerte grito y co-rriendo se abrazó a mis rodillas y, lamen-tándose, me dirigió aladas palabras:«"¿Quién y de dónde eres? ¿Dónde tienes tuciudad y tus padres? Estoy sobrecogida de ad-miración, porque no has quedado hechizado apesar de haber bebido estos brebajes. Nadie,ningún otro hombre ha podido soportarlos unavez que los ha hebido y han pasado el cerco desus dientes. Pero tú tienes en el pecho un co-razón imposible de hechizar. Así que seguroque eres el asendereado Odiseo, de quien medijo el de la varita de oro, el Argifonte quevendría al volver de Troya en su rápida, negranave. Conque, vamos, vuelve tu espada a la

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vaina y subamos los dos a mi cama, para quenos entreguemos mutuamente unidos en amory lecho."«Así dijo, pero yo me dirigí a ella y le contesté:«"Circe, ¿cómo quieres que sea amoroso conti-go? A mis compañeros los has convertido encerdos en tu palacio, y a mí me retienes aquí y,con intenciones perversas, me invitas a subir atu aposento y a tu cama para hacerme cobardey poco hombre cuando esté desnudo. No dese-aría ascender a tu cama si no aceptaras al me-nos, diosa, jurarme con gran juramento que novas a meditar contra mí maldad alguna."«Así dije, y ella al punto juró como yo le habíadicho. Conque, una vez que había jurado yterminado su promesa, subí a la hermosa camade Circe.«Entre tanto, cuatro siervas faenaban en el pa-lacio, las que tiene como asistentas en su mora-da. Son de las que han nacido de fuentes, debosques y de los sagrados ríos que fluyen almar. Una colocaba sobre los sillones cobertores

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hermosos y alfombras debajo; otra extendíamesas de plata ante los sillones, y sobre ellascolocaba canastillas de oro; la tercera mezclabadelicioso vino en una crátera de plata y distri-buía copas de oro, y la cuarta traía agua y en-cendía abundante fuego bajo un gran trípode yasí se calentaba el agua. Cuando el agua co-menzó a hervir en el brillante bronce, me sentóen la bañera y me lavaba con el agua del grantrípode, vertiendola agradable sobre mi cabezay hombros, a fin de quitar de mis miembros elcansancio que come el vigor. Cuando me hubolavado, ungido con aceite y vestido hermosatúnica y manto, me condujo e hizo sentar sobreun sillón de clavos de plata, hermoso, bien tra-bajado y bajo mis pies había un escabel. Unasierva derramó sobre fuente de plata el agua-manos que llevaba en hermosa jarra de oro,para que me lavara, y al lado extendió una me-sa pulimentada. La venerable ama de llavespuso comida sobre ella y añadió abundantespiezas escogidas, favoreciéndome entre los pre-

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sentes. Y me invitaba a que comiera, pero estono placía a mi ánimo y estaba sentado con elpensamiento en otra parte, pues mi ánimo pre-sentía la desgracia. Cuando Circe me vio senta-do sin echar mano a la comida y con fuerte pe-sar, colocóse a mi lado y me dirigió aladas pa-labras:

«"¿Por qué, Odiseo, permaneces sentado comoun mudo consumiendo tu ánimo y no tocassiquiera la comida y la bebida? Seguro que an-das barruntando alguna otra desgracia, pero notienes nada que temer, pues ya te he jurado unpoderoso juramento."«Así habló, y entonces le contesté diciendo:«"Circe, ¿qué hombre como es debido probaríacomida o bebida antes de que sus compañerosquedaran libres y él los viera con sus ojos?Conque, si me invitas con buena voluntad a be-ber y comer, suelta a mis fieles compañerospara que pueda verlos con mis ojos."

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«Así dije; Circe atravesó el mégaron con su va-rita en las manos, abrió las puertas de las pocil-gas y sacó de allí a los que parecían cerdos denueve años. Después se colocaron enfrente, yCirce, pasando entre ellos, untaba a cada unocon otro brebaje. Se les cayó la pelambre quehabía producido el maléfico brebaje que lesdiera la soberana Circe y se convirtieron denuevo en hombres aún más jóvenes que antes ymás bellos y robustos de aspecto. Y me recono-cieron y cada uno me tomaba de la mano. Atodos les entró un llanto conmovedor -toda lacasa resonaba que daba pena-, y hasta la mismadiosa se compadeció de ellos. Así que se vino ami lado y me dijo la divina entre las diosas:«"Hijo de Laertes, de linaje divino, Odiseo ricoen ardides, marcha ya a tu rápida nave junto ala ribera del mar. Antes que nada, arrastrad lanave hacia tierra, llevad vuestras posesiones yarmas todas a una gruta y vuelve aquí despuéscon tus fieles compañeros."

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«Así dijo, mi valeroso ánimo se dejó persuadiry me puse en camino hacia la rápida nave juntoa la ribera del mar. Conque encontré junto a larápida nave a mis fieles compañeros que llora-ban lamentablemente derramando abundantellanto. Como las terneras que viven en el cam-po salen todas al encuentro y retozan en torno alas vacas del rebaño que vuelven al establodespués de hartarse de pastar (pues ni los cer-cados pueden ya retenerlas y, mugiendo sincesar corretean en torno a sus madres), así merodearon aquéllos, llorando cuando me vieroncon sus ojos. Su ánimo se imaginaba que eracomo si hubieran vuelto a su patria y a la mis-ma ciudad de Itaca, donde se habían criado ynacido. Y, lamentándose, me decían aladas pa-labras:«"Con tu vuelta, hijo de los dioses, nos hemosalegrado lo mismo que si hubiéramos llegado anuestra patria Itaca. Vamos, cuéntanos lapérdida de los demás compañeros."

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«Así dijeron, y yo les hablé con suaves pala-bras:«"Antes que nada, empujaremos la rápida navea tierra y llevaremos hasta una gruta nuestrasposesiones y armas todas. Luego, apresuraos aseguirme todos, para que veáis a vuestroscompañeros comer y beber en casa de Circe,pues tienen comida sin cuento."«Así dije, y enseguida obedecieron mis orde-nes. Sólo Euríloco trataba de retenerme a todoslos compañeros y, hablándoles, decía aladaspalabras:«"Desgraciados, ¿a dónde vamos a ir? ¿Por quédeseáis vuestro daño bajando a casa de Circe,que os convertirá a todos en cerdos, lobos oleones para que custodiéis por la fuerza su granmorada, como ya hizo el Cíclope cuando nues-tros compañeros llegaron a su establo y conellos el audaz Odiseo? También aquéllos pere-cieron por la insensatez de éste."«Así habló; entonces dudé si sacar la larga es-pada de junto a mi robusto muslo y, cortándole

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la cabeza, arrojarla contra el suelo, aunque erapariente mío cercano. Pero mis compañeros melo impidieron, cada uno de un lado, con suavespalabras:«"Hijo de los dioses, dejaremos aquí a éste, si túasí lo ordenas, para que se quede junto a la na-ve y la custodie. Y a nosotros llévanos a la sa-grada mansión de Circe."«Así diciendo, se alejaron de la nave y del mar.Pero Euríloco no se quedó atrás, junto a lacóncava nave, sino que nos siguió, pues temíamis terribles amenazas.«Entre tanto, Circe lavó gentilmente a mis otroscompañeros que estaban en su morada, los un-gió con brillante aceite y los vistió con túnicas ymantos. Y los encontramos cuando se estabanbanqueteando en el palacio. Cuando se vieronunos a otros y se contaron todo, rompieron allorar entre lamentos, y la casa toda resonaba.Así que la divina entre las diosas se vino a milado y dijo:

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«"Hijo de Laertes, de linaje divino, Odiseo ricoen ardides, no excitéis más el abundance llanto,pues también yo conozco los trabajos que hab-éis sufrido en el ponto lleno de peces y los da-ños que os han causado en tierra firme hombresenemigos. Conque, vamos, comed vuestra co-mida y bebed vuestro vino hasta que recobréislas fuerzas que teníais el día que abandonasteisla tierra patria de la escarpada Itaca; que ahoraestáis agotádos y sin fuerzas; con el duro vagarsiempre en vuestras mientes. Y vuestro ánimono se llena de pensamientos alegres, pues yahabéis sufrido mucho."«Así dijo, y nuestro valeroso ánimo se dejó per-suadir. Allí nos quedamos un año entero -díatras dia-, dándonos a comer carne en abundan-cia y delicioso vino. Pero cuando se cumplió elaño y volvieron las estaciones con el transcurrirde los meses -ya habían pasado largos días-, mellamaron mis fieles compañeros y me dijeron:

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«"Amigo, piensa ya en la tierra patria, si es quetu destino es que te salves y llegues a tu bienedificada morada y a tu tierra patria."«Así dijeron, y mi valeroso ánimo se dejó per-suadir. Estuvimos todo un día, hasta la puestadel sol, comiendo carne en abundancia y deli-cioso vino. Y cuando se puso el sol y cayó laoscuridad, mis compañeros se acostaron en elsombrío palacio. Pero yo subí a la hermosa ca-ma de Circe y, abrazándome a sus rodillas, lasupliqué, y la diosa escuchó mi voz. Y hablán-dole, decía aladas palabras:«"Circe, cúmpleme la promesa que me hicistede enviarme a casa, que mi ánimo ya está im-paciente y el de mis compañeros, quienes,cuando tú estás lejos, me consumen el corazónllorando a mi alrededor."«Así dije, y al punto contestó la divina entre lasdiosas:«"Hijo de Laertes, de linaje divino, Odiseo ricoen ardides, no permanezcáis más tiempo en mipalacio contra vuestra voluntad. Pero antes

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tienes que llevar a cabo otro viaje; tienes quellegarte a la mansión de Hades y la terriblePerséfone para pedir oráculo al alma del tebanoTiresias, el adivino ciego, cuya mente todavíaestá inalterada. Pues sólo a éste, incluso muer-to, ha concedido Perséfone tener conciencia;que los demás revolotean como sombras."«Así dijo, y a mí se me quebró el corazón.Rompí a llorar sobre el lecho, y mi corazón yano quería vivir ni volver a contemplar la luz delsol.

«Cuando me había hartado de llorar y de agi-tarme, le dije, contestándole:«"Circe, ¿y quién iba a conducirme en este via-je? Porque a la mansión de Hades nunca hallegado nadie en negra nave."«Así dije, y al punto me contestó la divina entrelas diosas:«"Hijo de Laertes, de linaje divino, Odiseo ricoen ardides, no sientas necesidad de guía en tunave. Coloca el mástil, extiende las blancas ve-

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las y siéntate. El soplo de Bóreas la llevará, ycuando hayas atravesado el Océano y llegues alas planas riberas y al bosque de Perséfone-esbeltos álamos negros y estériles cañaverales-,amarra la nave allí mismo, sobre el Océano deprofundas corrientes, y dirígete a la espaciosamorada de Hades. Hay un lugar donde desem-bocan en el Aqueronte el Piriflegetón y el Koty-to, difluente de la laguna Estigia, y una roca enla confluencia de los dos sonoros ríos. Acércateallí, héroe -así te lo aconsejo-, y, cavando unhoyo como de un codo por cada lado, haz unalibación en honor de todos los muertos, prime-ro con leche y miel, luego con delicioso vino yen tercer lugar, con agua. Y esparce por encimablanca harina. Suplica insistentemente a lasinertes cabezas de los muertos y promete que,cuando vuelvas a Itaca, sacrificarás una vacaque no haya parido, la mejor, y llenarás unapira de obsequios y que, aparte de esto, sólo aTiresias le sacrificarás una oveja negra porcompleto, la que sobresalga entre vuestro reba-

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ño. Cuando hayas suplicado a la famosa rata delos difuntos, sacrifica allí mismo un carnero yuna borrega negra, de cara hacia el Erebo; yvuélvete para dirigirte a las corrientes del río,donde se acercarán muchas almas de difuntos.Entonces ordena a tus compañeros que desue-llen las víctimas que yacen en tierra atravesa-das por el agudo bronce, que las quemen des-pués de desollarlas y que supliquen a los dio-ses, al tremendo Hades y a la terrible Perséfone.Y tú saca de junto al muslo la aguda espada ysiéntate sin permitir que las inertes cabezas delos muertos se acerquen a la sangre antes deque hayas preguntado a Tiresias. Entonces lle-gará el adivino, caudillo de hombres, que teseñalará el viaje, la longitud del camino y elregreso, para que marches sobre el ponto llenode peces."

«Así dijo, y enseguida apareció Eos, la del tronode oro. Me vistió de túnica y manto, y ella; laninfa, se puso una túnica grande, sutil y agra-

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dable, echó un hermoso ceñidor de oro a sucintura y sobre su cabeza puso un velo. Enton-ces recorrí el palacio apremiando a mis compa-ñeros con suaves palabras, poniéndome al ladode cada hombre:«"Ya no durmáis más tiempo con dulce sueño;marchémonos, que la soberana Circe me harevelado todo."«Así dije, y su valeroso ánimo se dejó persua-dir. Pero ni siquiera de allí pude llevarme sanosy salvos a mis compañeros. Había un tal Elpe-nor, el más joven de todos, no muy brillante enla guerra ni muy dotado de mientes, que, porbuscar la fresca, borracho como estaba, se habíaechado a dormir en el sagrado palacio de Circe,lejos de los compañeros. Cuando oyó el ruido yel tumulto, levantóse de repente y no reparó envolver para bajar la larga escalera, sino quecayó justo desde el techo. Y se le quebraron lasvértebras del cuello y su alma bajó al Hades.«Cuando se acercaron los demás les dije mipalabra:

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«"Seguro que pensáis que ya marchamos a casa,a la querida patria, pero Circe me ha indicadootro viaje a las mansiones de Hades y la terriblePerséfone para pedir oráculo al tebano Ti-resias."«A sí dije, y el corazón se les quebró; sentáronsede nuevo a llorar y se mesaban los cabellos.Pero nada consiguieron con lamentarse.«Y cuándo ya partíamos acongojados hacia lanave y la ribera del mar derramando abundan-te llanto, acercóse Circe a la negra nave y ató uncarnero y una borrega negra, marchando inad-vertida. ¡Con facilidad!, pues ¿quién podría vercon sus ojos a un dios comiendo aquí o allá siéste no quíere?»

CANTO XIDESCENSUS AD INFEROS«Y cuando habíamos llegado a la nave y al mar,antes que nada empujamos la nave hacia el mardivino y colocamos el mástil y las velas a la

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negra nave. Embarcamos también ganados quehabíamos tomado, y luego ascendimos noso-tros llenos de dolor, derramando gruesas lágri-mas. Y Circe, la de lindas trenzas, la terriblediosa dotada de voz, nos envió un viento quellenaba las velas, buen compañero detrás denuestra nave de azuloscura proa. Colocamosluego el aparejo, nos sentamos a lo largo de lanave y a ésta la dirigían el viento y el piloto.Durante todo el día estuvieron extendidas lasvelas en su viaje a través del ponto.«Y Helios se sumergió, y todos los caminos sellenaron de sombras. Entonces llegó nuestranave a los confines de Océano de profundascorrientes, donde está el pueblo y la ciudad delos hombres Cimerios cubiertos por la oscuri-dad y la niebla. Nunca Helios, el brillante, losmira desde arriba con sus rayos, ni cuando vaal cielo estrellado ni cuando de nuevo se vuelvea la tierra desde el cielo, sino que la noche seextiende sombría sobre estos desgraciados mor-tales. Llegados allí, arrastramos nuestra nave,

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sacamos los ganados y nos pusimos en caminocerca de la corriente de Océano, hasta que lle-gamos al lugar que nos había indicado Circe.Allí Perimedes y Euríloco sostuvieron lasvíctimas y yo saqué la aguda espada de junto ami muslo e hice una fosa como de un codo poruno y otro lado. Y alrededor de ella derramabalas libaciones para todos los difuntos, primerocon leche y miel, después con delicioso vino y,en tercer lugar, con agua. Y esparcí por encimablanca harina.

«Y hacía abundantes súplicas a las inertes cabe-zas de los muertos, jurando que, al volver aItaca, sacrificaría en mi palacio una vaca que nohubiera parido, la que fuera la mejor, y quellenaría una pira de obsequios y que, aparte deesto, sacrificaría a sólo Tiresias una oveja negrapor completo, la que sobresaliera entre nuestrosrebaños.«Luego que hube suplicado al linaje de los di-funtos con promesas y súplicas, yugulé los ga-

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nados que había llevado junto a la fosa y fluíasu negra sangre. Entonces se empezaron a con-gregar desde el Erebo las almas de los difuntos,esposas y solteras; y los ancianos que tienenmucho que soportar; y tiernas doncellas con elánimo afectado por un dolor reciente; y muchosalcanzados por lanzas de bronce, hombresmuertos en la guerra con las armas ensangren-tadas. Andaban en grupos aquí y allá, a uno yotro lado de la fosa, con un clamor sobrenatu-ral, y a mí me atenazó el pálido terror.«A continuación di órdenes a mis compañeros,apremiándolos a que desollaran y asaran lasvíctimas que yacían en el suelo atravesadas porel cruel bronce, y que hicieran súplicas a losdioses, al tremendo Hades y a la terrible Persé-fone. Entonces saqué la aguda espada de juntoa mi muslo, me senté y no dejaba que las iner-tes cabezas de los muertos se acercaran a la san-gre antes de que hubiera preguntado a Tiresias.«La primera en llegar fue el alma de mi compa-ñero Elpenor. Todavía no estaba sepultado bajo

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la tierra, la de anchos caminos, pues habíamosabandonado su cadáver, no llorado y no sepul-to, en casa de Circe, que nos urgía otro trabajo.Contemplándolo entonces, lo lloré y compadecíen mi ánimo, y, hablándole, decía aladas pala-bras:

« “Elpenor, ¿cómo has bajado a la nebulosaoscuridad? ¿Has llegado antes a pie que yo enmi negra nave?"«Así le dije, y él, gimiendo, me respondió consu palabra:«"Hijo de Laertes, de linaje divino, Odiseo ricoen ardides, me enloqueció el Destino funesto dela divinidad y el vino abundante. Acostado enel palacio de Circe, no pensé en descender porla larga escalera, sino que caí justo desde eltecho y mi cuello se quebró por la nuca. Y mialma descendió a Hades.«Ahora te suplico por aquellos a quienes dejas-te detrás de ti, por quienes no están presentes;te suplico por tu esposa y por tu padre, el que

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te nutrió de pequeño, y por Telémaco, el hijoúnico a quien dejaste en tu palacio: sé quecuando marches de aquí, del palacio de Hades,fondearás tu bien fabricada nave en la isla deEea. Te pido, soberano, que te acuerdes de míallí, que no te alejes dejándome sin llorar nisepultar, no sea que me convierta para ti en unamaldición de los dioses. Antes bien, entiérramecon mis armas, todas cuantas tenga, y acumulapara mí un túmulo sobre la ribera del canosomar -¡desgraciado de mí!- para que te sepantambién los venideros. Cúmpleme esto y clavaen mi tumba el remo con el que yo remabacuando estaba vivo, cuando estaba entre miscompañeros."«Así habló, y yo, respondiéndole, dije:«“ Esto lo cumpliré, desdichado, y realizaré."«Así permanecíamos sentados, contestándonoscon palabras tristes; yo sostenía mi espada so-bre la sangre y, enfrente, hablaba largamente elsimulacro de mi compañero.

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«También llegó el alma de mi difunta madre, lahija del magnánimo Autólico, Anticlea, a quienhabía dejado viva cuando marché a la sagradaIlión. Mirándola la compadecí en mi ánimo,pero ni aun así la permití, aunque mucho medolía, acercarse a la sangre antes de interrogar aTiresias.

«Y llegó el alma del Tebano Tiresias -en la ma-no su cetro de oro-, y me reconoció, y dijo:«"Hijo de Laertes, de linaje divino, Odiseo ricoen ardides, ¿por qué has venido, desgraciado,abandonando la luz de Helios, para ver a losmuertos y este lugar carente de goces? Apártatede la fosa y retira tu aguda espada para quebeba de la sangre y te diga la verdad."«Así dijo; yó entonces volví a guardar mi espa-da de clavos de plata, la metí en la vaina, y sólocuando hubo bebido la negra sangre se dirigióa mí con palabras el irreprochable adivino:«"Tratas de conseguir un dulce regreso, brillan-te Odiseo; sin embargo, la divinidad te lo hará

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difícil, pues no creo que pases desapercibido alque sacude la tierra. Él ha puesto en su ánimoel resentimiento contra ti, airado porque le ce-gaste a su hijo. Sin embargo, llegaréis, aun su-friendo muchos males, si es que quieres conte-ner tus impulsos y los de tus compañeroscuando acerques tu bien construida nave a laisla de Trinaquía, escapando del ponto de colorvioleta, y encontréis unas novillas paciendo yunos gordos ganados, los de Helios, el que vetodo y todo lo oye. Si dejas a éstas sin tocarlas ypiensas en el regreso, llegaréis todavía a Itaca,aunque después de sufrir mucho; pero si leshaces daño, entonces te predigo la destrucciónpara la nave y para tus compañeros. Y tú mis-mo, aunque escapes, volverás tarde y mal, ennave ajena, después de perder a todos tus com-pañeros. Y encontrarás desgracias en tu casa: aunos hombres insolentes que te comen tu co-mida, que pretenden a tu divina esposa y leentregan regalos de esponsales.

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«"Pero, con todo, vengarás al volver las violen-cias de aquéllos. Después de que hayas matadoa los pretendientes en tu palacio con engaño obien abiertamente con el agudo bronce, tomaun bien fabricado remo y ponte en camino has-ta que llegues a los hombres que no conocen elmar ni comen la comida sazonada con sal; tam-poco conocen éstos naves de rojas proas ni re-mos fabricados a mano, que son alas para lasnaves. Conque te voy a dar una señal manifies-ta y no te pasará desapercibida: cuando un ca-minante te salga al encuentro y te diga que lle-vas un bieldo sobre tu espléndido hombro, cla-va en tierra el remo fabricado a mano y, reali-zando hermosos sacrificios al soberano Po-seidón -un carnero, un toro y un verraco se-mental de cerdas- vuelve a casa y realiza sagra-das hecatombes a los dioses inmortales, los queocupan el ancho cielo, a todos por orden. Yentonces te llegará la muerte fuera del mar, unamuerte muy suave que te consuma agotado

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bajo la suave vejez. Y los ciudadanos serán feli-ces a tu alrededor. Esto que te digo es verdad."

«Así habló, y yo le contesté diciendo:«"Tiresias, esto lo han hilado los mismos dioses.Pero, vamos, dime esto e infórmame con ver-dad: veo aquí el alma de mi madre muerta;permanece en silencio cerca de la sangre y no seatreve a mirar a su hijo ni hablarle. Dime, sobe-rano, de qué modo reconocería que soy su hijo.",«Así hablé y él me respondió diciendo:«"Te voy a decir una palabra fácil y la voy aponer en tu mente. Cualquiera de los difuntos aquien permitas que se acerque a la sangre tedirá la verdad, pero al que se lo impidas se reti-rará."«Así habló, y marchó a la mansión de Hades elalma del soberano Tiresias después de decir susvaticinios.«En cambio, yo permanecí allí constante hastaque llegó mi madre y bebió la negra sangre. Al

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pronto me reconoció y, llorando, me dirigióaladas palabras:«"Hijo mío, cómo has bajado a la nebulosa os-curidad si estás vivo? Les es difícil a los vivoscontemplar esto, pues hay en medio grandesríos y terribles corrientes, y, antes que nada,Océano, al que no es posible atravesar a pie sino se tiene una fabricada nave. ¿Has llegadoaquí errante desde Troya con la nave y loscompañeros después de largo tiempo? ¿Es queno has llegado todavía a Itaca y no has visto enel palacio a tu esposa?"«Así habló, y yo le respondí diciendo:«"Madre mía, la necesidad me ha traído aHades para pedir oráculo al alma del tebanoTiresias. Todavía no he llegado cerca de Acayani he tocado nuestra tierra en modo alguno,sino que ando errante en continuas dificultadesdesde al día en que seguí al divino Agamenón aIlión, la de buenos potros, para luchar con lostroyanos.

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«"Pero, vamos, dime esto e infórmame con ver-dad: ¿Qué Ker de la terrible muerte te dominó?¿Te sometió una larga enfermedad o te matóArtemis, la que goza con sus saetas, atacándotecon sus suaves dardos? Háblame de mi padre yde mi hijo, a quien dejé; dime si mi autoridadreal sigue en su poder o la posee otro hombre,pensando que ya no volveré más. Dime tam-bién la resolución y las intenciones de mi espo-sa legítima, si todavía permanece junto al niñoy conserva todo a salvo o si ya la ha desposadoel mejor de los aqueos."«Así dije, y al pronto me respondió mi venera-ble madre:«"Ella permanece todavía en tu palacio conánimo afligido, pues las noches se le consumenentre dolores y los días entre lágrimas. Nadietiene todavía tu hermosa autoridad, sino queTelémaco cultiva tranquilamente tus campos yasiste a banquetes equitativos de los que estábien que se ocupe un administrador de justicia,pues todos le invitan.

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«"Tu padre permanece en el campo, y nunca vaa la ciudad, y no tiene sábanas en la cama nicobertores ni colchas espléndidas, sino que eninvierno duerme como los siervos en el suelo,cerca del hogar -y visten su cuerpo ropas demala calidad-, mas cuando llega el verano y elotoño... tiene por todas partes humildes lechosformados por hojas caídas, en la parte alta desu huerto fecundo en vides. Ahí yace doliéndo-se, y crece en su interior una gran aflicción año-rando tu regreso, pues ya ha llegado a la moles-ta vejez.«"En cuanto a mí, así he muerto y cumplido midestino: no me mató Artemis, la certera cazado-ra, en mi palacio, acercándose con sus suavesdardos, ni me invadió enfermedad alguna delas que suelen consumir el ánimo con la odiosapodredumbre de los miembros, sino que minostalgia y mi preocupación por ti, brillanteOdiseo, y tu bondad me privaron de mi dulcevida."

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«Así dijo, y yo, cavilando en mi mente, queríaabrazar el alma de mi difunta madre. Tres ve-ces me acerqué -mi ánimo me impulsaba aabrazarla-, y tres veces voló de mis brazos se-mejante a una sombra o a un sueño.«En mi corazón nacía un dolor cada vez másagudo, y, hablándole, le dirigí aladas palabras:«"Madre mía, ¿por qué no te quedas cuandodeseo tomarte para que, rodeándonos connuestros brazos, ambos gocemos del frío llanto,aunque sea en Hades? ¿Acaso la ínclita Perséfo-ne me ha enviado este simulacro para que melamente y llore más todavía?"«Así dije, y al pronto me contestó mi soberanamadre:«"¡Ay de mí, hijo mío, el más infeliz de todoslos hombres! De ningún modo te engaña Persé-fone, la hija de Zeus, sino que ésta es la condi-ción de los mortales cuando uno muere: losnervios ya no sujetan la carne ni los huesos, quela fuerza poderosa del fuego ardiente los con-sume tan pronto como el ánimo ha abandonado

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los blancos huesos, y el alma anda revolo-teando como un sueño. Conque dirígete rápi-damente a la luz del día y sabe todo esto paraque se lo digas a tu esposa después."«Así nos contestábamos con palabras. Y seacercaron -pues las impulsaba la ínclita Persé-fone- cuantas mujeres eran esposas e hijas denobles. Se congregaban amontonándose alre-dedor de la negra sangre y yo cavilaba de quémodo preguntaría a cada una. Y ésta me pare-ció la mejor determinación: saqué la aguda es-pada de junto a mi vigoroso muslo y no permit-ía que bebieran la negra sangre todas a la vez.Así que se iban acercando una tras otra y cadauna de ellas contaba su estirpe.«A la primera que vi fue a Tiro, nacida de noblepadre, la cual dijo ser hija del eximio Salmoneoy esposa de Creteo el Eólida, la que deseó aldivino Enipeo que se desliza sobre la tierra co-mo el más hermoso de los ríos.Andaba ella paseando junto a la hermosa co-rriente de Enipeo, cuando el que conduce su

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carro por la tierra tomó la figura de éste y seacostó junto a ella en los orígenes del voragino-so río. Y los cubrió una ola de púrpura semejan-te a un monte, encorvada, y escondió al dios y ala mujer mortal. Desató el dios su virginal ceñi-dor y le infundió sueño y, después que hubollevado a cabo las obras de amor, la tomó de lamano, le dijo su palabra y la llamó por su nom-bre: "Alégrate, mujer, por este amor, puescuando pase un año parirás hermosos hijos,que no son estériles los concúbitos de los in-mortales. Por tu parte, cuídate de ellos y nútre-los. Ahora, marcha a casa, contente y no menombres. Yó soy Poseidón, el que sacude la tie-rra." Así habló y se sumergió en el ponto llenode olas. Y ella, grávida, acabó pariendo a Peliasy Neleo, los cuales fueron poderosos servidoresde Zeus. Pelias habitaba en Jolcos, rico en ga-nado, y el otro en la arenosa Pilos. A sus demáshijos los parió de Creteo esta reina entre lasmujeres: a Esón, Feres y Mitaón, guerreroecuestre.

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«Después de ésta vi a Antíope, hija de Asopo,que también se gloriaba de haber dormido en-tre los brazos de Zeus y parió a dos hijos, An-fión y Zeto, quienes fueron los fundadores delreino de Tebas, la de siete puertas, y la dotaronde torres, que sin torres no podían habitar laespaciosa Tebas por muy póderosos que fue-ran.«Después de ésta vi a Alcmena, la mujer deAnfitrión, la que parió al invencible Heracles,feroz como león, uniéndose al gran Zeus, entresus brazos.«Y a Mégara, la hija del valeroso Creonte, a laque. tuvo como esposa el hijo de Anfitrión"',indomable siempre en su valor.«También vi a la madre de Edipo, la hermosaEpicasta, la que cometió una acción descome-dida, por ignorancia de su mente, al casarse consu hijo, quien, después de dar muerte a su pa-dre, se casó con ella (los dioses han divulgadoesto rápidamente entre los hombres). Entoncesreinaba él sobre los cadmeos sufriendo dolores

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por la funesta decisión de los dioses en la muydeseable Tebas, pero ella había descendido alHades, el de puertas poderosamente trabadas,después de atar una alta soga al techo de suelevado palacio, poseída de su furor. Y dejó aEdipo numerosos dolores para el futuro, cuan-tos llevan a cumplimiento las Erinias de unamadre.

«También vi a la hermosísima Cloris, a quiendesposó Neleo en otro tiempo por causa de suhermosura, dándole innumerables regalos deesponsales; era la hija menor de Anfión Jasida,el que en otró tiempo imperaba con fuerza enOrcómenos de los Minios. Ella imperaba enPilos y le dio a luz hijos ínclitos, Néstor y Cro-mio y el arrogante Periclimeno. Y después deéstos parió a la hermosa Peró, objeto de admi-ración para los mortales, a quien todos los ve-cinos pretendían, mas Neleo no sé la daba aquien no hubiera robado de Filace los cuerni-torcidos bueyes carianchos de Ificlo, difíciles de

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robar. Sólo un irreprochable adivino prometiórobarlas, pero lo trabó el pesado Destino de ladivinidad y las crueles ligaduras y los boyerosdel campo. Cuando ya habían pasado los mesesy los días, por dar la vuelta el año, y habíanpasado de largo las estaciones, sólo entonces lodesató de nuevo la fuerza de Ificlo cuando lecomunicó la palabra de los dioses Y se cumplíala decisión de Zeus.«También vi a Leda, esposa de Tíndaro, la cualdio a luz dos hijos de poderosos sentimientos,Cástor, domador de caballos, y Polideuces,bueno en el pugilato, a quienes mantiene vivosla tierra nutricia; que incluso bajo tierra sonhonrados por Zeus y un día viven y otro estánmuertos, alternativamente, pues tienen porsuerte este honor, igual que los dioses.

«Después de ésta vi a Ifimedea, esposa de Al-ceo, la cual dijo que se había unido a Poseidóny parido dos hijos -aunque de breve vida-,Otón, semejante a los dioses y el ínclito Efialtes.

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La tierra nutricia los crió los más altos y los másbellos, aunque menos que el ínclito Orión. Éstosvivieron nueve años, su anchura era de nuevecodos y su longitud de nueve brazas; amenaza-ron a los inmortales con establecer en el Olimpola discordia de una impetuosa guerra; intenta-ron colocar a Osa sobre Olimpo y sobre Osa alboscoso Pelión, para que el cielo les fuera esca-lable, y tal vez lo habrían conseguido si hu-bieran alcanzado la medida de la juventud.Pero los aniquiló el hijo de Zeus, a quien parióLeto, de lindas trenzas, antes de que les flore-ciera el vello bajo las sienes y su mentón se es-pesara con bien florecida barba.«También vi a Fedra, y a Procris, y a la hermosaAriadna, hija del funesto Minos, a quien en otrotiempo llevóTeseo de Creta al elevado suelo dela sagrada Atenas, pero no la disfrutó, que an-tes la mató Artemis en Dia, rodeada de co-rriente, ante la presencia de Dioniso.

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«También vi a Mera, y a Climena, y a la odiosaErifile, la que recibió estimable oro a cambio desu marido.

«No podría enumerar a todas, ni podría nom-brar a cuántas esposas vi de héroes y a cuántashijas. Antes se acabaría la noche inmortal.También es hora de dormir o bien marchandojunto a la rápida nave con mis compañeros, obien aquí. La escolta será cosa vuestra y de losdioses.»Así dijo Odiseo, todos enmudecieron en mediodel silencio, y estaban poseídos como por unhechizo en el sombrío palacio. Y entre elloscomenzó a hablar Arete, de blancos brazos:«Feacios, ¿cómo os parece este hombre en her-mosura y grandeza y en pensamientos bienequilibrados en su interior? Huésped mío es,pero todos vosotros participáis del mismohonor. No os apresuréis a despedirlo ni le priv-éis de regalos, ya que lo necesita. Muchas cosas

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buenas tenéis en vuestros palacios por la be-nignidad de los dioses.»Y entre ellos habló el anciano héroe Equeneo -élera el más anciano de los feacios-.«Amigos, las palabras de la prudente reina nohan dado lejos del blanco ni de nuestra opinión.Obedecedla, pues. De Alcínoo, aquí presente,depende el obrar y el decir.»Y Alcínoo le respondió a su vez y dijo:« Cierto, esta palabra se mantendrá mientras yoviva para mandar sobre los feacios amantes delremo: que el huésped acepte, por mucho queansíe el regreso, esperar hasta el atardecer, has-ta que complete todo mi regalo, y la escolta serácuestión de todos los hombres, y sobre todo demí, de quien es el poder sobre el pueblo.»Y respondiendo dijo el magnánimo Odiseo:

«Poderoso Alcínoo, señalado entre todo tupueblo, si me rogarais permanecer hasta un añoincluso, y me dispusierais una escolta y meentregarais espléndidos dones, lo aceptaría y,

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desde luego, me sería más ventajoso llegar a miquerida patria con las manos más llenas. Así,también sería más honrado y querido de cuan-tos hombres me vieran de vuelta en Itaca.»Y de nuevo le respondió Alcínoo diciendo:«Odiseo, al mirarte de ningún modo sospe-chamos que seas impostor y mentiroso comomuchos hombres dispersos por todas partes, aquienes alimenta la negra tierra, ensambladoresde tales embustes que nadie podría comprobar-los.. Por el contrario, hay en ti una como bellezade palabras y buen juicio, y nos has narradosabiamente tu historia, como un aedo: todos lostristes dolores de los argivos y los tuyos pro-pios. Pero, vamos, dime -e infórmame con ver-dad- si viste a alguno de los eximios compañe-ros que te acompañaron a Ilión y recibieron lamuerte allí. La noche esta es larga, intermina-ble, y no es tiempo ya de dormir en el palacio.Sigue contándome estas hazañas dignas deadmiración. Aún aguantaría hasta la divina Eos

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si tú aceptaras contar tus dolores en mi pala-cio.»Y respondiéndole habló el muy astuto Odiseo:«Poderoso Alcínoo, señalado entre todo tupueblo, hay un tiempo para los largos relatos yun tiempo también para el sueño. Si aún quie-res escuchar, no sería yo quien se negara a na-rrarte otros dolores todavía más luctuosos: lasdesgracias de mis compañeros, los cuales pere-cieron después; habían escapado a la luctuosaguerra de los troyanos, pero sucumbieron en elregreso por causa de una mala mujer.«Después que la casta Perséfone había disper-sado aquí y allá las almas de las mujeres, llegóapesadumbrada el alma del Atrida Agamenóny a su alrededor se congregaron otras, cuantasjunto con él habían perecido y recibido su des-tino en casa de Egisto. Reconocióme al pronto,luego que hubo bebido la negra sangre, y llora-ba agudamente dejando caer gruesas lágrimas.Y extendía hacía mí sus brazos, deseoso de to-carme, pero ya no tenía una fuerza firme, ni en

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absoluto fuerza, cual antes había en sus ágilesmiembros. Al verlo lloré y lo compadecí en miánimo y, dirigiéndome a él, le dije aladas pala-bras:«"Noble Atrida, soberano de tu pueblo, Aga-menón, ¿qué Ker de la triste muerte te ha do-meñado? ¿Es que te sometió en las naves Po-seidón levantando inmenso soplo de cruelesvientos?, ¿o te hirieron en tierra hombres ene-migos por robar bueyes y hermosos rebaños deovejas o por luchar por tu ciudad y tus muje-res?"«Así dije, y él, respondiéndome, habló ensegui-da:«"Hijo de Laertes, de linaje divino, Odiseo ricoen ardides, no me ha sometido Poseidón en lasnaves levantando inmenso soplo de cruelesvientos ni me hirieron en tierra hombres ene-migos, sino que Egisto me urdió la muerte y eldestino, y me asesinó en compañía de mi funes-ta esposa, invitándome a entrar en casa, reci-biéndome al banquete, como el que mata a un

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novillo junto al pesebre. Así perecí con la muer-te más miserable, y en torno mío eran asesina-dos cruelmente otros compañeros, como losjabalíes albidenses que son sacrificados en lasnupcias de un poderoso o en un banquete aescote o en un abundante festín. Tú has inter-venido en la matanza de machos hombresmuertos en combate individual o en la podero-sa batalla, pero te habrías compadecido muchomás si hubieras visto cómo estábamos tiradosen torno a la crátera y las mesas repletas ennuestro palacio, y todo el pavimento humeabacon la sangre. También puede oír la voz des-graciada de la hija de Príamo, de Casandra, a laque estaba matando la tramposa Clitemnestra ami lado. Yo elevaba mis manos y las batía sobreel suelo, muriendo con la espada clavada, yella, la de cara de perra, se apartó de mí y noesperó siquiera, aunque ya bajaba a Hades, acerrarme los ojos ni juntar mis labios con susmanos. Que no hay nada más terrible ni que separezca más a un perro que una mujer que

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haya puesto tal crimen en su mente, como ellaconcibió el asesinato para su inocente marido.¡Y yo que creía que iba a ser bien recibido pormis hijos y esclavos al llegar a casa! Pero ella, alconcebir tamaña maldad, se bañó en la infamiay la ha derramado sobre todas las hembras ve-nideras, incluso sobre las que sean de buenobrar."«Así habló, y yo me dirigí a él contestándole:«"¡Ay, ay, mucho odia Zeus, el que ve a lo an-cho, a la raza de Atreo por causa de las decisio-nes de sus mujeres, desde el principio! Por cau-sa de Helena perecimos muchos, y a ti, Cli-temnestra te ha peparado una trampa mientrasestabas lejos."«Así dije, y él, respondiéndome, se dirigió a mí:«"Por eso ya nunca seas ingenuo con una mu-jer, ni le reveles todas tus intenciones, las que túte sepas bien, mas dile una cosa y que la otrapermanezca oculta. Aunque tú no, Odiseo, túno tendrás la perdición por causa de una mujer.Muy prudente es y concibe en su mente buenas

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decisiones la hija de Icario; la prudente Penélo-pe. Era una joven recién casada cuando la de-jamos al marchar a la guerra y tenía en su senoun hijo inocente que debe sentarse ya entre elnúmero de los hombres; ¡feliz él! Su padre loverá al llegar y él abrazará a su padre -ésta es lacostumbre-, pero mi esposa no me permitiósiquiera saturar mis ojos con la vista de mi hijo,pues me mató antes. Te voy a decir otra cosaque has de poner en tu pecho: dirige la nave atu tierra patria a ocultas y no abiertamente,pues ya no puede haber fe en las mujeres.«"Pero vamos, dime -e infórmame con verdad-si has oído que aún vive mi hijo en Orcómenoso en la arenosa Pilos, o junto a Menelao en laancha Esparta, pues seguro que todavía no estámuerto sobre la tierra el divino Orestes."Así dijo, y yo, respondiendo, me dirigí a él:«"Atrida, ¿por qué me preguntas esto? Yo no sési vive él o está muerto, y es cosa mala hablarinútilmente."

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«Así nos contestábamos con palabras tristes yestábamos en pie acongojados, derramandogruesas lágrimas. Llegó después el alma delPelida Aquiles y la de Patroclo, y la del irrepro-chable Antíloco y la de Ayax, el más hermosode aspecto y cuerpo entre los dánaos despuésdel irreprochable hijo de Peleo. Reconocióme elalma del Eacida de pies veloces y, lamentándo-se, me dijo aladas palabras:«"Hijo de Laertes, de linaje divino, Odiseo ricoen ardides, desdichado, ¿qué acción todavíamás grande preparas en tu mente? ¿Cómo tehas atrevido a descender a Hades, donde ha-bitan los muertos, los que carecen de sentidos,los fantasmas de los mortales que han pereci-do?"«Así habló, y yo, respondiéndole, dije:

«"Aquiles, hijo de Peleo, el más excelente de losaqueos, he venido en busca de un vaticinio deTiresias, por si me revelaba algún plan parapoder llegar a la escarpada Itaca; que aún no he

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llegado cerca de Acaya ni he desembarcado enmi tierra, sino que tengo desgracias continua-mente. En cambio, Aquiles, ningún hombre esmás feliz que tú, ni de los de antes ni de los quevengan; pues antes, cuando vivo, te honrába-mos los argivos igual que a los dioses, y ahorade nuevo imperas poderosamente sobre losmuertos aquí abajo. Conqúe no te entristezcasde haber muerto, Aquiles."«Así hablé, y él, respondiéndome, dijo:«"No intentes consolarme de la muerte, nobleOdiseo. Preferiría estar sobre la tierra y serviren casa de un hombre pobre, aunque no tuvieragran hacienda, que ser el soberano de todos loscadáveres, de los muertos. Pero, vamos, dime simi hijo ha marchado a la guerra para ser elprimer guerrero o no. Dime también si sabesalgo del irreprochable Peleo, si aún conservasus prerrogativas entre los numerosos mirmi-dones, o lo desprecian en la Hélade y en Ptíaporque la vejez le sujeta las manos y los pies,pues ya no puedo servirle de ayuda bajo los

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rayos del sol, aunque tuviera el mismo vigorque en otro tiempo, cuando en la amplia Troyamataba a los mejores del ejército defendiendo alos argivos. Si me presentara de tal guisa, aun-que fuera por poco tiempo, en casa de mi pa-dre, haría odiosas mis poderosas e invenciblesmanos a cualquiera de aquellos que le hacenviolencia y lo excluyen de sus honores."«Así habló, y yo, respondiendo, me dirigí a él:« "En verdad, no he oído nada del ilustre Peleo,pero te voy a decir toda la verdad sobre tu hijoNeoptólemo -ya que me lo mandas-, pues yomismo lo conduje en mi cóncava y equilibradanave desde Esciro en busca de los aqueos dehermosas grebas. Desde luego, cuando meditá-bamos nuestras decisiones en torno a la ciudadde Troya, siempre hablaba el primero y no seequivocaba en sus palabras. Sólo Néstor, iguala un dios, y yo lo superábamos. Y cuandoluchábamos los aqueos en la llanura de los tro-yanos, nunca permanecía entre la muchedum-bre de los guerreros ni en las filas, sino que se

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adelantaba un buen trecho, no cediendo a nin-guno en valor. Mató a muchos guerreros enduro combate, pero no te podría decir todos ninombrar a cuántos del ejército mató defendien-do a los argivos; pero sí cómo mató con elbronce al hijo de Telefo, al héroe Euripilo,mientras muchos de sus compañeros sucumb-ían a su alrededor por causa de regalos femeni-nos. Siempre lo vi el más hermoso, después deldivino Memnón. Y cuando ascendíamos al ca-ballo que fabricó Epeo los mejores entre losargivos (a mí se me había enconmendado todo:el abrir la bien trabada emboscada o cerrarla),en ese momento los demás jefes de los dánaos ylos consejeros se secaban las lágrimas y tembla-ban los miembros de cada uno, pero a él nunca,vi con mis.ojos ni que le palideciera la hermosapiel, ni que secara las lágrimas de sus mejillas.Y me suplicaba insistentemente que saliéramosdel caballo, y apretaba la empuñadura de laespada y la lanza pesada por el bronce, medi-tando males contra los troyanos. Después,

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cuando ya habíamos devastado la escarpadaciudad de Príamo, con una buena parte y unbuen botín, ascendió a la nave incólume y noherido desde lejos par el agudo bronce, ni decerca en el cuerpo a cuerpo, como suele sucedera menudo en la guerra, cuando Ares enloqueceindistintamente."«Así. hablé, y el alma del Eácida de pies velocesmarchó a grandes pasos a través del prado deasfódelo, alegre porque le había dicho que suhijo era insigne.«Las demás almas de los difuntos estaban en-tristecidas y cada una preguntaba por sus cui-tas. Sólo el alma de Ayax, el hijo de Telamón, semantenía apartada a lo lejos, airada por causade la victoria en la que lo vencí contendiendoen el juicio sobre las armas de Aquiles, junto alas naves. Lo estableció la venerable madre yfueron jueces los hijos de los troyanos y PalasAtenea. ¡Ojalá no hubiera vencido yo en talcertamen! Pues por causa de estas armas la tie-rra ocultó a un hombre como Ayax, el más ex-

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celente de los dánaos en hermosurá y gestasdespués del irreprochable hijo de Peleo.«A él me dirigí con dulces palabras:«"Áyax, hijo del irreprochable Telamón. ¿Nisiquiera muerto vas a olvidar tu cólera contramí por causa de las armas nefastas? Los diosesproporcionaron a los argivos aquella ceguera,pues pereciste siendo tamaño baluarte para losaqueos. Los aqueos nos dolemos por tu muerteigual que por la vida del hijo de Peleo. Yningún otro es responsable, sino Zeus, queodiaba al ejército de los belicosos dánaos y a tite impuso la muerte. Ven aquí, soberano, paraescuchar nuestra palabra y nuestras explicacio-nes. Y domina tu ira y tu generosó ánimo."«Así dije, pero no me respondió, sino que sedirigió tras las otras almas al Erebo de losmuertos. Con todo, me hubiera hablado enton-ces, aunque airado -o yo a él- pero mi ánimodeseaba dentro de mi pecho ver las almas delos demás difuntos.

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«Allí vi - sentado a Minos, el brillante hijo deZeus, con el cetro de oro impartiendo justicia alos muertos. Ellos exponían sus causas a él, alsoberano, sentados o en pie, a lo largo de lamansión de Hades de anchas puertas.«Y despuës de éste vi al gigante Orión persi-guiendo por el prado de asfódelo a las fierasque había matado en los montes desiertos, sos-teniendo en sus manos la clava toda de bronce,eternamente irrompible.«Y vi a Ticio, al hijo de la Tierra augusta, ya-ciendo en el suelo. Estaba tendido a lo largo denueve yugadas, y dos águilas posadas a suscostados le roían el hígado, penetrando en susentrañas. Pero él no conseguía apartarlas consus manos, pues había violado a Leto, esposaaugusta de Zeus, cuando ésta se dirigía a Pito através del hermoso Panopeo.«También vi a Tántalo, que soportaba pesadosdolores, en pie dentro del lago; éste llegaba a sumentón, pero se le veía siempre sediento y nopodía tomar agua para beber, pues cuantas

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veces se inclinaba el anciano para hacerlo, otrastantas desaparecía el agua absorbida y a suspies aparecía negra la tierra, pues una divini-dad la secaba. También había altos árboles quedejaban caer su fruto desde lo alto -perales,manzanos de hermoso fruto, dulces higueras yverdeantes olivos-, pero cuando el anciano in-tentaba asirlas con sus manos, el viento las im-pulsaba hacia las oscuras nubes.

«Y vi a Sísifo, que soportaba pesados dolores,llevando una enorme piedra entre sus brazos.Hacía fuerza apoyándose con manos y pies yempujaba la piedra hacia arriba, hacia la cum-bre, pero cuando iba a trasponer la cresta, unapoderosa fuerza le hacía volver una y otra vezy rodaba hacia la llanura la desvergonzadapiedra. Sin embargo, él la empujaba de nuevocon los músculos en tensión y el sudor se desli-zaba por sus miembros y el polvo caía de sucabeza.

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«Después de éste vi a la fuerza de Héracles, asu imagen. Éste goza de los banquetes entre losdioses inmortales y tiene como esposa a Hebede hermosos tobillos, la hija del gran Zeus y deHera, la de sandalias de oro.«En torno suyo había un estrépito de cadáveres,como de pájaros, que huían asustados en todasdirecciones. Y él estaba allí, semejante a la oscu-ra noche, su arco sosteniendo desnudo y sobreel nervio una flecha, mirando alrededor quedaba miedo y como el que está siempre a puntode disparar. Y rodeando su pecho estaba el te-rrible tahalí, el cinturón de oro en el que habíacincelados admirables trabajos osos, salvajesjabalíes, leones de mirada torcida, combates,luchas, matanzas, homicidios. Ni siquiera elartista que puso en este cinturón todo su artepodría realizar otra cosa parecida. Me recono-ció al pronto cuando me vio con sus ojos y, llo-rando, dijo aladas palabras:

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« “Hijo de Laertes, de linaje divino, Odiseo ricoen ardides, ¡también tú andas arrastrando unaexistencia desgraciada, como la que yo soporta-ra bajo los rayos del sol! Hijo de Zeus Cronidaera yo y, sin embargo, tenía una pesadumbreinacabable. Pues estaba sujeto a un hombremuy inferior a mí que me imponía pesadostrabajos. También me envió aquí en cierta oca-sión para sacar al Perro, pues pensaba que nin-guna otra prueba me sería más difícil. Pero yome llevé al Perro a la luz y lo saqué de Hades. Yme escoltó Hermes y la de ojos brillantes, Ate-nea."«Así habló y se volvió de nuevo a la mansiónde Hades. Yo, sin embargo, me quedé allí por sivenía alguno de los otros héroes guerreros, losque ya habían perecido. También habría visto ahombres todavía más antiguos a quienes mu-cho deseaba ver, a Teseo y Pirítoo, hijos glorio-sos de los dioses, pero se empezaron a congre-gar multitudes incontables de muertos con unvocerío sobrenatural y se apoderó de mí el

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pálido terror, no fuera que la ilustre Perséfoneme enviara desde Hades la cabeza de la Gorgo-na, del terrible monstruo.«Entonces marché a la nave y ordené a miscompañeros que embarcaran enseguida y solta-ran amarras. Y ellos embarcaron rápidamente yse sentaron sobre los remos.«Y el oleaje llevaba a la nave por el río Océano,primero al impulso de los remos y después selevantó una brisa favorable. »

CANTO XIILAS SIRENAS ESCILA Y CARIBDIS.LA ISLA DEL SOL. OGIGIA

Cuando la nave abandonó la corriente del ríoOcéano y arribó al oleaje del ponto de vastoscaminos y a la isla de Eea, donde se encuentranla mansión y los lugares de danza de Eos ydonde sale Helios, la arrastramos por la arena,una vez llegados. Desembarcamos sobre la

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ribera del mar, y dormidos esperamos a la di-vina Eos.«Y cuando se mostró Eos, la que nace de la ma-ñana, la de dedos de rosa, envié a unos compa-ñeros al palacio de Circe para que se trajeran elcadáver del difunto Elpenor. Cortamos ense-guida unos leños y lo enterramos apenados,derramando abundante llanto, en el lugar don-de la costa sobresalía más. Cuando habían ar-dido el cadáver y las armas del difunto, erigi-mos un túmulo y, levantando un mojón, cla-vamos en lo más alto de la tumba su manejableremo. Y luego nos pusimos a discutir los deta-lles del regreso.«Pero no dejó Circe de percatarse que habíamosllegado de Hades y se presentó enseguida paraproveernos. Y con ella sus siervas llevaban pany carne en abundancia y rojo vino. Y co-locándose entre nosotros dijo la divina entre lasdiosas:«"Desdichados vosotros que habéis descendidovivos a la morada de Hades; seréis dos veces

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mortales, mientras que los demás hombresmueren sólo uná vez. Pero, vamos, comed estacomida y bebed este vino durante todo el díade hoy y al despuntar la aurora os pondréis anavegar; que yo os mostraré el camino y osaclararé las incidencias para que no tengáis quelamentaros de sufrir desgracias por trampadolorosa del mar o sobre tierra firme."«Así dijo, y nuestro valeroso ánimo se dejó per-suadir. Así que pasamos todo el día, hasta lapuesta del sol, comiendo carne en abundancia ydelicioso vino. Y cuando se puso el sol y cayó laoscuridad, mis compañeros se echaron a dor-mir junto a las amarras de la nave. Pero Circeme tomó de la mano y me hizo sentar lejos demis compañeros y, echándose a mi lado, mepreguntó detalladamente. Yo le conté todo co-mo correspondía y entonces me dijo la sobera-na Circe:«"Así es que se ha cumplido todo de esta forma.Escucha ahora tú lo que voy a decirte y lo re-cordará después el dios mismo.

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«"Primero llegarás a las Sirenas, las que hechi-zan a todos los hombres que se acercan a ellas.Quien acerca su nave sin saberlo y escucha lavoz de las Sirenas ya nunca se verá rodeado desu esposa y tiernos hijos, llenos de alegría por-que ha vuelto a casa; antes bien, lo hechizanéstas con su sonoro canto sentadas en un pradodonde las rodea un gran montón de huesoshumanos putrefactos, cubiertos de piel seca.Haz pasar de largo a la nave y, derritiendo ceraagradable como la miel, unta los oídos de tuscompañeros para que ninguno de ellos las es-cuche. En cambio, tú, si quieres oírlas, haz quete amarren de pies y manos, firme junto almástil -que sujeten a éste las amarras-, para queescuches complacido, la voz de las dos Sirenas;y si suplicas a tus compañeros o los ordenasque te desaten, que ellos te sujeten todavía conmás cuerdas.

«"Cuando tus compañeros las hayan pasado delargo, ya no te diré cuál de dos caminos será el

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tuyo; decidelo tú mismo en el ánimo. Pero tevoy a decir los dos: a un lado hay unas rocasaltísimas, contra las que se estrella el oleaje dela oscura Anfitrite. Los dioses felices las llamanRocas Errantes. No se les acerca ningún ave, nisiquiera las temblorosas palomas que llevanambrosía al padre Zeus; que, incluso de éstas,siempre arrebata alguna la lisa piedra, aunqueel Padre (Zeus) envía otra para que el númerosea completo. Nunca las ha conseguido evitarnave alguna de hombres que haya llegado allí,sino que el oleaje del mar, junto con huracanesde funesto fuego, arrastran maderos de naves ycuerpos de hombres. Sólo consiguió pasar delargo por allí una nave surcadora del ponto, lacélebre Argo, cuando navegaba desde el paísde Eetes. Incluso entonces la habría arrojado eloleaje contra las gigantescas piedras, pero lahizo pasar de largo Hera, pues Jasón le era que-rido.«"En cuanto a los dos escollos, uno llega al vas-to cielo con su aguda cresta y le rodea oscura

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nube. Ésta nunca le abandona, y jamás, ni eninvierno ni en verano, rodea su cresta un cielodespejado. No podría escalarlo mortal alguno,ni ponerse sobre él, aunque tuviera veinte ma-nos y veinte pies, pues es piedra lisa, igual quela pulimentada. En medio del escollo hay unaoscura gruta vuelta hacia Poniente, que llegahasta el Erebo, por donde vosotros podéis hacerpasar la cóncava nave, ilustre Odiseo. Ni unhombre vigoroso, disparando su flecha desde lacóncava nave, podría alcanzar la hueca gruta.Allí habita Escila, que aúlla que da miedo: suvoz es en verdad tan aguda como la de un ca-chorro recién nacido, y es un monstruo malig-no. Nadie se alegraría de verla, ni un dios quele diera cara. Doce son sus pies, todos defor-mes, y seis sus largos cuellos; en cada uno hayuna espantosa cabeza y en ella tres filas dedientes apiñados y espesos, llenos de negramuerte. De la mitad para abajo está escondidaen la hueca gruta, pero tiene sus cabezas sobre-saliendo fuera del terrible abismo, y allí pesca

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-explorándolo todo alrededor del escollo-, porsi consigue apresar delfines o perros marinos, oincluso algún monstruo mayor de los que cría amiles la gemidora Anfitrite. Nunca se precianlos marineros de haberlo pasado de largo incó-lumes con la nave, pues arrebata con cada ca-beza a un hombre de la nave de oscura proa yse lo lleva.

«"También verás, Odiseo, otro escollo más llano-cerca uno de otro-. Harías bien en pasar por élcomo una flecha. En éste hay un gran cabrahigocubierto de follaje y debajo de él la divina Ca-ribdis sorbe ruidosamente la negra agua. Tresveces durante el día la suelta y otras tres vuelvea soberla que da miedo. ¡Ojalá no te encuentresallí cuando la está sorbiendo, pues no te libraríade la muerte ni el que sacude la tierra! Conqueacércate, más bien, con rapidez al escollo deEscila y haz pasar de largo la nave, porque me-jor es echar en falta a seis compañeros que no atodos juntos."

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«Así dijo, y yo le contesté y dije:«"Diosa, vamos, dime con verdad si podré es-capar de la funesta Caribdis y rechazar tambiéna Escila cuando trate de dañar a mis compañe-ros."«Así dije, y ella al punto me contestó, la divinaentre las diosas:«"Desdichado, en verdad te placen las obras dela guerra y el esfuerzo. ¿Es que no quieres ce-der ni siquiera a los dioses inmortales? Porqueella no es mortal, sino un azote inmortal, te-rrible, doloroso, salvaje e invencible. Y no haydefensa alguna, lo mejor es huir de ella, porquesi te entretienes junto a la piedra y vistes tusarmas contra ella., mucho me temo que se lancepor segunda vez y te arrebate tantos compañe-ros como cabezas tiene. Conque conduce tunave con fuerza e invoca a gritos a Cratais, ma-dre de Escila, que la parió para daño de losmortales. Ésta la impedirá que se lance de nue-vo.

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«"Luego llegarás a la isla de Trinaquía, dondepastan las muchas vacas y pingües rebaños deovejas de Helios: siete Tebaños de vacas y otrostantos hermosos apriscos de ovejas con cin-cuenta animales cada uno, No les nacen crías,pero tampoco mueren nunca. Sus pastoras sondiosas, ninfas de lindas trenzas, Faetusa yLampetía, a las que parió para Helios Hi-periónida la diosa Neera. Nada más de parirlasy criarlas su soberana madre, las llevó a la islade Trinaquía para que vivieran lejos y pastorea-ran los apriscos de su padre y las vacas de rotá-tiles patas.

«"Si dejas incólumés estos rebaños y te ocupasdel regreso, aun con mucho sufrir podréis lle-gar a Itaca, pero si les haces daño, predigo laperdición para la nave y para tus compañeros.Y tú, aunque evites la muerte, llegarás tarde ymal, después de perder a todos tus compañe-ros."

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«Así dijo y, al pronto, llegó Eos, la de trono deoro.«Ella regresó a través de la isla, la divina entrelas diosas, y yo partí hacia la nave y apremié amis compañeros para que embarcaran y solta-ran amarras. Así que embarcaron con prestezay se sentaron sobre los bancos y, sentados enfila, batían el canoso mar con los remos. Y Circede lindas trenzas, la terrible diosa dotada devoz, envió por detrás de nuestra nave de azu-loscura proa, muy cerca, un viento favorable,buen compañero, que hinchaba las velas. Des-pués de disponer todos los aparejos, nos sen-tamos en la nave y la conducían el viento y elpiloto.«Entonces dije a mis compañeros con corazónacongojado:«"Amigos, es preciso que todos -y no sólo uno odos conozcáis las predicciones que me ha hechoCirce, la divina entre las diosas. Así que os lasvoy a decir para que, después de conocerlas,

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perezcamos o consigamos escapar evitando lamuerte y el destino.«"Antes que nada me ordenó que evitáramos alas divinas Sirenas y su florido prado. Ordenóque sólo yo escuchara su voz; mas atadme condolorosas ligaduras para que permanezca firmeallí, junto al mástil; que sujeten a éste las ama-rras, y si os suplico o doy órdenes de que medesatéis, apretadme todavía con más cuerdas."«Así es como yo explicaba cada detalle a miscompañeros.«Entretanto la bien fabricada nave llegó veloz-mente a la isla de las dos Sirenas -pues la im-pulsaba próspero viento-. Pero enseguida cesóéste y se hizo una bonanza apacible, pues undios había calmado el oleaje.«Levantáronse mis compañeros para plegar lasvelas y las pusieron sobre la cóncava nave y,sentándose al remo, blanqueaban el agua conlos pulimentados remos.«Entonces yo partí en trocitos, con el agudobronce, un gran pan de cera y lo apreté con mis

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pesadas manos. Enseguida se calentó la cera-pues la oprimían mi gran fuerza y el brillo delsoberano Helios Hiperiónida- y la unté pororden en los oídos de todos mis compañeros.Éstos, a su vez, me ataron igual de manos quede pies, firme junto al mástil -sujetaron a éstelas amarras- y, sentándose, batían el canosomar con los remos.«Conque, cuando la nave estaba a una distanciaen que se oye a un hombre al gritar en nuestraveloz marcha-, no se les ocultó a las Sirenas quese acercaba y entonaron su sonoro canto:«"Vamos, famoso Odiseo, gran honra de losaqueos, ven aquí y haz detener tu nave paraque puedas oír nuestra voz. Que nadie ha pa-sado de largo con su negra nave sin escuchar ladulce voz de nuestras bocas, sino que ha regre-sado después de gozar con ella y saber máscosas. Pues sabemos todo cuanto los argivos ytroyanos trajinaron en la vasta Troya por vo-luntad de los dioses. Sabemos cuanto sucedesobre la tierra fecunda."

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«Así decían lanzando su hermosa voz. Enton-ces mi corazón deseó escucharlas y ordené amis compañeros que me soltaran haciéndolesseñas con mis cejas, pero ellos se echaron haciaadelante y remaban, y luego se levantaron Pe-rimedes y Euríloco y me ataron con más cuer-das, apretándome todavía más.«Cuando por fin las habían pasado de largo yya no se oía más la voz de las Sirenas ni su can-to, se quitaron la cera mis fieles compañeros, laque yo había untado en sus oídos, y a mí mesoltaron de las amarras.«Conque, cuando ya abandonábamos su isla, alpronto comencé a ver vapor y gran oleaje y aoír un estruendo. Como a mis compañeros lesentrara el terror, volaron los remos de sus ma-nos y éstos cayeron todos estrepitosamente enla corriente. Así que la nave se detuvo allí mis-mo, puesto que ya no movían los largos remoscon sus manos.

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«Entonces iba yo por la nave apremiando a miscompañeros con suaves palabras, poniéndomeal lado de cada uno:«"Amigos, ya no somos inexpertos en desgra-cias. Este mal que nos acecha no es peor quecuando el Cíclope nos encerró con poderosafuerza en su cóncava cueva. Pero por mis artes,mi decisión y mi inteligencia logramos escaparde allí -y creo que os acordaréis de ello. Así quetambién ahora, vamos, obedezcamos todossegún yo os indique. Vosotros sentaos en losbancos y batid con los remos la profunda orilladel mar, por si Zeus nos concede huir y evitaresta perdición; y a ti, piloto, esto es lo que teordeno -ponlo en lo interior, ya que gobiernasel timón de la cóncava nave-: mantén a la navealejada de ese vapor y oleaje y pégate con cui-dado a la roca no sea que se te lance sin dartecuanta hacia el otro lado y nos pongas en me-dio del peligro."«Así dije y enseguida obedecieron mis pala-bras. Todavía no les hablé de Escila, desgracia

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imposible de combatir, no fuera que por temordejaran de remar y se me escondieran todosdentro.«Entonces no hice caso de la penosa recomen-dación de Circe, pues me ordenó que en ningúncaso vistiera mis armas contra ella. Así quevestí mis ínclitas armas y con dos lanzas en mismanos subí a la cubierta de proa, pues esperabaque allí se me apareciera primero la rotosa Esci-la, la que iba a llevar dolor a mis compañeros.Pero no pude verla por lado alguno y se mecansaron los ojos de otear por todas partes labrumosa roca.«Así que comenzamos a sortear el estrecho en-tre lamentos, pues de un lado estaba Escila, ydel otro la divina Caribdis sorbía que dabamiedo la salada agua del mar. Y es que cuandovomitaba, todo ella borbollaba como un calderoque se agita sobre un gran fuego -la espumacaía desde arriba sobre lo alto de los dos esco-llos-, y cuando sorbía de nuevo la salada aguadel mar, aparecía toda arremolinada por de-

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ntro, la roca resonaba espantosamente alrede-dor y al fondo se veía la tierra con azuloscuraarena.«El terror se apoderó de mis compañeros y,mientras la mirábamos temiendo morir, Escilame arrebató de la cóncava nave seis compañe-ros, los que eran mejores de brazos y fuerza.Mirando a la rápida nave y siguiendo con losojos a mis compañeros, logré ver arriba sus piesy manos cuando se elevaban hacia lo alto. Da-ban voces llamándome por mi nombre, ya porúltima vez, acongojados en su corazón. Comoel pescador en un promontorio, sirviéndose delarga caña, echa comida como cebo a los pececi-llos (arroja al mar el cuerno de un toro mon-taraz) y luego tira hacia fuera y los coge palpi-tantes, así miscompañeros se elevaban palpitantes hacia laroca.«Escila los devoró en la misma puerta mientrasgritaban y tendían sus manos hacia mí en terri-ble forcejeo. Aquello fue lo más triste que he

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visto con mis ojos de todo cuanto he sufridorecorriendo los caminos del mar. Cuando con-seguimos escapar de la terrible Caribdis y deEscila, llegamos enseguida a la irreprochableisla del dios donde estaban las hermosas ca-rianchas vacas y los numerosos rebaños de ove-jas de Helios Hiperión.«Cuando todavía me encontraba en la negranave pude oír el mugido de las vacas en susestablos y el balar de las ovejas. Entonces se mevino a las mientes la palabra del adivino ciego,el tebano Tiresias, y de Circe de Eea, quienesme encomendaron encarecidamente evitar laisla de Helios, el que alegra a los mortales.«Así que dije a mis compañeros acongojado enmi corazón:,«"Escuchad mis palabras, compañeros que tan-tas desgracias habéis sufrido, para que os mani-fieste las predicciones de Tiresias y de Circe deEea, quienes me encomendaron encarecida-mente evitar la isla de Helios, el que alegra alos mortales, pues me dijeron que aquí tendr-

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íamos el más terrible mal. Conque conducid lanegra nave lejos de la isla."«Así dije y a ellos se les quebró el corazón.«Entonces Euriloco me contestó con odiosa pa-labra:«"Eres terrible, Odiseo, y no se cansa tu vigor nitus miembros. En verdad todo lo tienes de hie-rro si no permites a tus compañeros agotadospor el cansancio y por el sueño poner pie a tie-rra en una isla rodeada de corriente, dóndepodríamos prepararnós sabrosa comida. Por elcontrario, les ordenas que anden errantes por larápida noche en el brumoso ponto, alejándosede la isla. De la noche surgen crueles vientos,azote de las naves. ¿Cómo se podría huir deltotal exterminio si por casualidad se nos vienede repente un huracán de Noto o de Céfixo desoplo violento, que son quienes, sobre todo,destruyen las naves por voluntad de los sobe-ranos dioses? Cedamos, pues, a la negra nochey preparémonos una comida quedándonos jun-

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to a la rápida nave. Y al amanecer embarcare-mos y lanzaremos la nave al vasto ponto,"«Así dijo Euríloco y los demás compañerosaprobarón sus palábras, Entonces me di cuentade que un demón nos preparaba desgracia y,hablándoles, dije aladas palabras:«"Euríloco, mucho me forzáis, solo como estoy.Pero, vamos, juradme al menos con fuerte ju-ramento que si encontramos una vacada o ungran rebaño de ovejas, nadie, llevado de funes-ta insensatez, matará vaca u oveja alguna. An-tes bien; comed tranquilos el alimento que nosdio la inmortal Circe."«Así dije y todos juraron al punto tal como leshabía dicho. Así que cuando habían jurado ycompletado su juramento, detuvimos en elcóncavo Puerto nuestra bien construida nave,cerca de agua dulce; desembarcaron mi com-pañeros y se prepararon con habilidad la comi-da.«Luego que habían arrojado de sí el deseo decomida y bebida, comenzaron a llorar -pues se

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acordaron enseguida- por los compañeros aquienes había devorado Escila, arrebatándlosde la cóncava nave; y mientras lloraban, lessobrevino un profundo sueño.«Cuando terciaba la noche y declinaban losastros, Zeus, el que amontona las nubes, le-vantó un viento para que soplara en terriblehuracán y cubrió de nubes tierra y mar. Y selevantó del cielo la noche.«Cuando se mostró Eos, la que nace de la ma-ñana, la de dedos de rosa, anclamos la navearrastrándola hasta una gruta, donde estaba elhermoso lugar de danza de las Ninfas y susasientos.«Entonces los convoqué en asamblea y les dije:«"Amigos, en la rápida nave tenemos comida ybebida; apartémonos de las vacas no sea quenos pase algo malo, que estas vacas y gordasovejas pertenecen a un dios terrible, a Helios, elque lo ve todo y todo lo oye."«Así dije y su valeroso ánimo se dejó persuadir.

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«Durante todo un mes sopló Noto sin parar yno había ningún otro viento, salvo Euro y Noto.Así que, mientras mis compañeros tuvieroncomida y rojo vino, se mantuvieron alejados delas vacas por deseo de vivir; pero cuando seconsumieron todos los víveres de la nave, pu-siéronse por necesidad a la caza de peces yaves; todo lo que llegaba a sus manos, con cur-vos anzuelos, pues el hambre retorcía susestómagos.«Yo me eché entonces a recorrer la isla parasuplicar a los dioses, por si alguno me manifes-taba algún camino de vúelta; y, cuando cami-nando por la isla ya estaba lejos de mis compa-ñeros, lavé mis manos al abrigo del viento ysupliqué a todos los dioses que poseen elOlimpo. Y ellos derramaron el dulce sueño so-bre mis párpados.«Entonces Euríloco comenzó a manifestar a miscompañeros esta funesta decisión:«"Escuchad mis palabras, compañeros que tan-tos males habéis sufrido. Todas las clases de

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muerte son odiosas para los desgraciados mor-tales, pero lo más lamentable es morir de ham-bre y arrastrar el destino. Conque, vamos,llevémonos las mejores vacas de Helios y sacri-fiquémoslas a los inmortales que poseen el vas-to cielo. Si llegamos a Itaca, nuestra patria, edi-ficaremos a Helios Hiperión un esplendidotemplo donde podríamos erigir muchas y exce-lentes estatuas.«"Pero si, irritado por sus vacas de alta corna-menta, quiere destruir nuestra nave .-y los de-más dioses les acompañan prefiero perder lavida de una vez, de bruces contra una ola, antesque irme consumiendo poco a poco en una isladesierta."«Así dijo Euríloco y los demás compañerosaprobaron sus palabras. Así que se llevaronenseguida las mejores vacas de Helios, de porallí cerca -pues las hermosas vacas carianchasde rotátiles patas pastaban no lejos de la navede azuloscura proa. Pusiéronse a su alrededor ehicieron súplica a los dioses, cortando ramas

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tiernas de una encina de elevada copa -pues notenían blanca cebada en la nave de buenos ban-cos. Cuando habían hecho la súplica, degolladoy desollado las vacas, cortaron los muslos y loscubrieron de grasa a uno y otro lado y coloca-ron carne sobre ellos. No tenían vino para libarsobre las víctimas mientras se asaban, pero li-baron con agua mientras se quemaban las en-trañas. Cuando ya se habían quemado los mus-los y probaron las entrañas, cortaron en trozoslo demás y lo ensartaron en pinchos.«Entonces el profundo sueño desapareció demis párpados y me puse en camino hacia larápida nave y la ribera del mar. Y, cuando mehallaba cerca de la curvada nave, me rodeó unagradable olor a grasa. Rompí en lamentos einvoqué a gritos a los dioses inmortales:«"Padre Zeus y demás dioses felices que vivíssiempre; para mi perdición me habéis hechoacostar con funesto sueño, pues mis compañe-ros han resuelto un tremendo acto mientrasestaban aquí."

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«En esto llegó Lampetía, de luengo peplo, rápi-da mensajera a Helios Hiperión, para anunciar-le que habíamos matado a sus vacas. Y éste sedirigió al punto a los inmortales acongojado ensu corazón:«"Padre Zeus y los demás dioses felices quevivís siempre, castigad ya a los compañeros deOdiseo Laertíada que me han matado las vacas-¡obra impía!-, con las que yo me complacía aldirigirme hacia el cielo estrellado y al volver denuevo hacia la tierra desde el cielo. Porque sino me pagan una recompensa equitativa porlas vacas, me hundiré en el Hades y brillarépara los muertos."«Y contestándole dijo Zeus, el que reúne lasnubes:«"Helios, sigue brillando entre los inmortales ylos mortales hombres sobre la tierra nutricia,que yo lanzaré mi brillante rayo y quebraréenseguida su nave en el ponto rojo como elvino."

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«Esto es lo que yo oí decir a Calipso, de hermo-so peplo, y ella decía que se lo había oído a suvez a Hermes.«Conque, cuando bajé hasta la nave y el mar,los reprendí a unos y otros poniéndome a sulado, pero no podíamos encontrar remedio lasvacas estaban ya muertas. Entonces los diosescomenzaron a manifestarles prodigios: las pie-les caminaban, la carne mugía en el asador,tanto la cruda como la asada. Así es como lasvacas cobraron voz.«Durante seis días mis fieles compañeros pro-siguieron banqueteándose y llevándose las me-jores vacas de Helios, pero cuando Zeus Croni-da nos trajo el séptimo, dejó el viento de lan-zarse huracanado y nosotros embarcamos yempujamos la nave al vasto ponto no sin colo-car el mástil y extender las blancas velas.«Cuando abandonamos la isla y ya no se divi-saba tierra alguna sino sólo cielo y mar, el Cro-nida puso una negra nube sobre la cóncavanave y el mar se oscureció bajo ella. La nave no

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pudo avanzar mucho tiempo, porque ensegui-da se presentó el silbante Céfiro lanzándose enhuracán y la tempestad de viento quebró losdos cables del mástil. Cayó éste hacia atrás ytodos los aparejos se desparramaron bodegaabajo. En la misma proa de la nave golpeó elmástil al piloto en la cabeza, rompiendo todoslos huesos de su cráneo y, como un volatinero,se precipitó de cabeza contra la cubierta y suvaleroso ánimo abandonó los huesos.«Zeus comenzó a tronar al tiempo que lanzabaun rayo contra la nave, y ésta se revolvió toda,sacudida por el rayo de Zeus, y se llenó de azu-fre. Mis compañeros cayeron fuera y, semejan-tes a las cornejas marinas, eran arrastrados porel oleaje en torno a la negra nave. Dios les habíaarrebatado el regreso.«Entonces yo iba de un lado a otro de la nave,hasta que el huracán desencajó las paredes dela quilla y el oleaje la arrastraba desnuda. Elmástil se partió contra ésta, pero, como habíasobre aquél un cable de piel de buey, até juntos

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quilla y mástil y, sentándome sobre ambos, medejé llevar de los funestos vientos.«Entonces Céfiro dejó de lanzarse huracanadoy llegó enseguida Noto trayendo dolores a miánimo, haciendo que volviera a recorrer denuevo la funesta Caribdis.«Dejéme llevar por el oleaje durante toda lanoche y al salir el sol llegué al escollo de Escilay a la terrible Caribdis. Ésta comenzó a sorberla salada agua del mar, pero entonces yo melancé hacia arriba, hacia el elevado cabrahigo yquedé adherido a él como un murciélago. Nopodía apoyarme en él con los pies para trepar,pues sus raíces estaban muy lejos y sus ramasmuy altas -ramas largas y grandes que dabansombra a Caribdis. Así que me mantuve firmehasta que ésta volviera a vomitar el mástil y laquilla, y un rato más tarde me llegaron mien-tras estaba a la expectativa. Mis maderos apare-cieron fuera de Caribdis a la hora en que unhombre se levanta del ágora para ir a comer,después de juzgar numerosas causas de jóvenes

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litigantes. Dejéme caer desde arriba de pies ymanos y me desplomé ruidosamente sobre eloleaje junto a mis largos maderos, y sentadosobre ellos, comencé a remar con mis brazos. Elpadre de hombres y dioses no permitió quevolviera a ver a Escila, pues no habría conse-guido escapar de la ruina total.«Desde allí me dejé llevar durante nueve días, yen la décima noche los dioses me impulsaronhasta la isla de Ogigia, donde habitaba Calipsode lindas trenzas, la terrible diosa dotada devoz que me entregó su amor y sus cuidados.«Pero, ¿para qué te voy a contar esto? Ya os lohe narrado ayer a ti y a tu fuerte esposa en elpalacio, y me resulta odioso volver a relatar loque he expuesto detalladamente.»

CANTO XIIILOS FEACIOS DESPIDEN A ODISEO.LLEGADA A ITACAAsí habló, y todos enmudecieron en el silencio;estaban poseídos como por un hechizo en el

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sombrío palacio. Entonces Alcínoo le contestó ydijo:«Odiseo, ya que has llegado a mi palacio depiso de bronce, de elevado techo, creo que novas a volver a casa errabundo otra vez por mu-cho que hayas sufrido. En cuanto a vosotros,cuantos acostumbráis a beber en mi palacio elrojo vino de los ancianos escuchando al aedo,os voy a hacer este encargo: el forastero ya tie-ne, en un arca bien pulimentada, oro bien tra-bajado y cuantos regalos le han traído los con-sejeros de los feacios. Démosle también un grantrípode y una caldera cada hombre, que noso-tros después os recompensaremos recogiéndolopor el pueblo, pues es doloroso que uno hagadones gratis.»Así habló Alcínoo y les agradó su palabra. Y semarchó cada uno a su casa con ganas de dor-mir.Y cuando se mostró Eos, la que nace de la ma-ñana, la de dedos de rosa, se apresuraron hacia

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la nave llevando el bronce propio de los guerre-ros.Y la sagrada fuerza de Alcínoo, marchando enpersona, colocó todo bien bajo los bancos de lanave, no fuera que causaran daño a alguno delos compañeros durante el viaje cuando seapresuraran moviendo los remos.Luego marcharon al palacio de Alcínoo y dis-pusieron el almuerzo. La sagrada fuerza deAlcínoo sacrificó entre ellos un buey en honorde Cronida Zeus, el que oscurece las nubes, elque gobierna a todos. Quemaron los muslos yse repartieron gustosos un magnífico banquete;y entre ellos cantaba el divino aedo, Demódoco,venerado por su pueblo. Pero Odiseo volvíauna y otra vez su cabeza hacia el resplandecien-te sol, deseando que se pusiera, pues ya pensa-ba en el regreso. Como cuando un hombre des-ea vivamente cenar cuando su pareja de bueyesha estado todo el día arrastrando el bien cons-truido arado por el campo -la luz del sol se po-ne para él con agrado, ya que se va a cenar, y

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sus rodillas le duelen al caminar-, así se puso elsol con agrado para Odiseo.Y volvió a dirigirse a los feacios amantes delremo y, dirigiéndose sobre todo a Alcínoo, dijosu palabra:«Poderoso Alcínoo, el más ilustre de tu pueblo,haced una libación y devolvedme a casa sindaño. Y a vosotros, ¡salud! Ya se me ha propor-cionado lo que mi ánimo deseaba, una escolta yamables regalos que ojalá los dioses, hijos deUrano, hagan prosperar. ¡Que encuentre encasa, al volver, a mi irrepochable esposa juntocon los míos sanos y salvos! Vosotros quedaosaquí y seguid llenando de gozo a vuestras es-posas legítimas y a vuestros hijos; que los dio-ses os repartan bienes de todas clases y queningún mal se instale entre vosotros.»Así habló y todos aprobaron sus palabras yaconsejaban dar escolta al forastero, porquehabía hablado como le correspondía. EntoncesAlcínoo se dirigió a un heraldo:

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« Pontónoo, mezcla una crátera y reparte vino atodos en el palacio, para que demos escolta alforastero hasta su tierra patria después de oraral padre Zeus.»Así habló, y Pontónoo mezcló el vino que ale-gra el corazón y se lo repartió a todos, uno trasotro. Y libaron desde sus mismos asientos enhonor de los dioses felices, los que poseen elancho cielo.El divino Odiseo se puso en pie, colocó unacopa de doble asa en manos de Arete y le dijoaladas palabras:«Sé siempre feliz, reina hasta que te lleguen lavejez y la muerte que andan rondando a loshombres. Yo vuelvo a casa, goza tú en este pa-lacio entre tus hijos, tu pueblo y el rey Al-cínoo.»Así hablando el divino Odiseo traspasó el um-bral. Y la fuerza de Alcínoo le envió un heraldopara que le condujera hasta la rápida nave y laribera del mar. También le envió Arete a susesclavás, a una con un manto bien lavado y una

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túnica, a otra le dio un arca adornada para quela llevara y otra portaba trigo y rojo vino.Cuando arribaron a la nave y al mar, sus ilus-tres acompañantes colocaron todo en la cónca-va nave, la bebida y la comida toda, y paraOdiseo extendieron una manta y una sábana enla cubierta de proa, para que durmiera sin des-pertar. Subió él y se acostó en silencio, y ellos sesentaron en los bancos, cada uno en su sitio, ysoltaron el cable de una piedra pérforada. Des-pués se inclinaron y batían el mar con el remo.A Odiseo se le vino un sueño profundo a lospárpados, sueño sosegado, delicioso, semejanteen todo a la muerte. Y la nave... como loscuadrúpedos caballos se arrancan todos a lavez en la llanura a los golpes del látigo yelevándose velozmente apresuran su marcha,así se elevaba su proa y un gran oleaje depúrpura rompía en el resonante mar. Corríaésta con firmeza, sin estorbos; ni un halcón lahabría alcanzàdo, la más rápida de las aves. Yen su carrera cortaba veloz las olas del mar por-

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tando a un hombre de pensamientos semejan-tes a los de los dioses que había sufrido muchosdolores en su ánimo al probar batallas y dolo-rosas olas, pero que ya dormía imperturbable,olvidado de todas sus penas.Y cuando despuntó el más brillante astro, elque avanza anunciando la luz de Eos que nacede la mañana, la nave se acercó para fondear enla isla.En el pueblo de Itaca hay un puerto, el de For-cis, el viejo del mar, y en él hay dos salientesescarpados que se inclinan hacia el puerto yque dejan fuera el oleaje producido por sil-bantes vientos; dentro, las naves de buenosbancos permanecen sin amarras cuando lleganal término del fondeadero. Al extremo delpuerto hay un olivo de anchas hojas y cerca deéste una gruta sombría y amable consagrada alas ninfas que llaman Náyades. Hay dentrocráteras y ánforas de piedra y también dentrofabrican las abejas sus panales. Hay dentrograndes telares de piedra donde las ninfas tejen

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sus túnicas con púrpura marina -¡una maravillapara velas!- y también dentro corren las aguassin cesar. Tiene dos puertas, la una del lado deBóreas accesible a los hombres; la otra, del ladode Noto, es en cambio sólo para dioses y noentran por ella los hombres, que es camino deinmortales. Hacia allí remaron, pues ya lo co-nocían de antes, y la nave se apresuró a fondearen tierra firme, como a media altura -¡tales eranlas manos de los remeros que la impulsaban!-Éstos descendieron de la nave de buenos ban-cos y levantando primero a Odiseo de la cónca-va nave, le colocaron sobre la arena, rendidopor el sueño, junto con su manta y resplande-ciente sábana. También sacaron las riquezasque los ilustres feacios le habían donado cuan-do volvía a casa por voluntad de la magnánimaAtenea.Conque colocaron todo junto, cerca del troncode olivo, lejos del camino -no fuera que algúncaminante cayera sobre ello y lo robara antes deque Odiseo despertase-, y se volvieron a casa.

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Pero el que sacude la tierra no se había olvida-do de las amenazas que había hecho al divinoOdiseo al principio y preguntó la decisión deZeus:«Padre Zeus, ya no tendré nunca honores entrelos dioses inmortales si los mortales no me hon-ran, los feacios que, además, son de mi propiaestirpe. Yo pensaba que Odiseo regresaría acasa después de mucho sufrir -el regreso no selo había quitado del todo porque tú se lo pro-metiste desde el principio-, pero los feacios lohan traído durmiendo en rápida nave sobre elponto y lo han dejado en Itaca. Le han entrega-do además innumerables regalos, bronce y oroen abundancia y ropa tejida, tantos como jamáshabría sacado de Troya si hubiera vuelto incó-lume con su parte sorteada del botín.»Y le contestó y dijo el que reúne las nubes,Zeus:

«¡Ay, ay, poderoso dios que sacudes la tierra,qué cosas has dicho! Nunca lo deshonrarán los

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dioses. Sería difícil despachar sin honores almás antiguo y excelente. Si alguno de los hom-bres, cediendo a su violencia y poder, no lohonra, tienes y tendrás siempre tu compensa-ción. Obra como desees y sea agradable a tuánimo.»Y le contestó Poseidón, el que sacude la tierra:«Enseguida actuaría, oh tú que oscureces lasnubes, como dices, pero estoy siempre ace-chando tu cólera y procurando evitarla. Contodo, quiero ahora destruir en el brumoso pon-to la hermosa nave de los feacios en su viaje devuelta, para que se contengan y dejen de escol-tar a los hombres. Quiero también ocultar suciudad toda bajo un monte» Y le contestó y dijoel que reúne las nubes, Zeus:«Amigo mío, creo que lo mejor será que, cuan-do todo el pueblo esté contemplando desde laciudad a la nave acercándose, coloques cerca detierra un peñasco semejante a una rápida nave,para que todos se asombren y puedas ocultarsu ciudad bajo un gran monte.»

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Luego que oyó esto Poseidón, el que sacude latierra, se puso en camino hacia Esqueria, dondelos feacios nacen, y allí se detuvo. Y la navesurcadora del ponto se acercó en su veloz ca-rrera. El que sacude la tierra se acercó, la con-virtió en piedra y la estableció firmemente, co-mo si tuviera raíces, golpeándola con la palmade su mano. Y se alejó de allí. Los feacios de lar-gos remos se dirigían mutuamente aladas pala-bras, hombres célebres por sus naves, y decíauno así mirando al que tenía al lado:«Ay de mí, ¿quién ha encadenado en el ponto ala rápida nave en su regreso a casa? Ya se laveía del todo.»

Así decía uno -pues no sabían cómo había su-cedido. Entonces Alcínoo habló entre ellos ydijo:«¡Ay, ay, en verdad ya me ha alcanzado el anti-guo presagio de mi padre, quien aseguraba quePoseidón se irritaría con nosotros por serprósperos acompañantes de todo el mundo!

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Decía que algún día destruiría en el brumosoponto una hermosa nave de los feacios al vol-ver de una expedición, y que ocultaría nuestraciudad bajo un monte. Así decía el anciano ytodo se está cumpliendo ahora. Conque, vamos,obedeced todos lo que yo os señale: dejad deacompañar a los mortales cuando alguien lle-gue a nuestra ciudad. Sacrificaremos a Po-seidón doce toros escogidos, por si se compa-dece y no nos oculta la ciudad bajo un enormemonte.»Así habló y ellos sintieron miedo y prepararonlos toros. Así es que suplicaban al soberanoPoseidón los jefes y consejeros de los feacios, enpie, rodeando el altar.En esto se despertó el divino Odiseo acostadoen su tierra patria, pero no la reconoció pues yallevaba mucho tiempo ausente. La diosa PalasAtenea esparció en torno suyo una nube, la hijade Zeus, para hacerlo irreconocible y contarletodo, no fuera que su esposa, ciudadanos yamigos le reconocieran antes de que los preten-

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dientes pagaran todos sus excesos. Por esto,todo le parecía distinto al soberano, los largoscaminos, los puertos de cómodo anclaje, laselevadas rocas y los verdeantes árboles.Así que se puso en pie de un salto y comenzó amirar su tierra patria. Dio un grito lastimero,golpeó sus muslos con las palmas de las manosy entre lamentos decía su palabra:«Ay de mí, ¿a qué tierra de mortales he llega-do? ¿Son acaso soberbios, salvajes y carentes dejusticia, o amigos de los forasteros y con senti-mientos de piedad hacia los dioses?. ¿A dóndellevo tantas riquezas?, ¿por dónde voy a mar-char? ¡Ojalá me hubiera quedado junto a losféacios! También podría haberme llegado a otrorey de los muy poderosos y quizá éste me ha-bría recibido como amigo y escoltado de vueltaa casa, porque ahora no sé dónde dejar esto nivoy a dejarlo aquí, no sea que se me conviertaen botín de otro. iAy!, ¡ay!, en verdad no erandel todo prudentes ni justos los jefes y conseje-ros de los feacios, quienes me han traído a otra

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tierra. Decían que me iban a llevar a Itaca, her-mosa al atardecer, pero no lo han cumplido.Que Zeus los castigue, el dios de los suplican-tes, el que vigila a todos los hombres y castiga aquien yerra.«Pero, ea, voy a contar mis riquezas y a con-templarlas, no sea que se marchen llevándosealgo en la cóncava nave.»Así diciendo, se puso a contar los hermosostrípodes y calderos y el oro y la hermosa ropatejida. Pero no echó nada de menos. Y sentíadolor por su tierra patria caminando por la ri-bera del resonante mar, en medio de lamentos.Conque se le acercó Atenea, semejante en suaspecto a un hombre joven, un pastor de reba-ños delicado como suelen ser los hijos de losreyes, portando sobre sus hombros un mantodoble, bien trabajado. Bajo sus brillantes piesllevaba sandalias y en sus manos un venablo.Alegróse al verla Odiseo y fue a su encuentro; yhablándole dirigió aladas palabras:

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«Amigo, puesto que eres el primero a quienencuentro en este país, ¡salud! No te me acer-ques con aviesas intenciones, salva esto ysálvame a mí, pues te lo pido como a un dios yme he acercado a tus rodillas. Dime esto enverdad para que yo lo sepa: ¿qué tierra es ésta,qué pueblo, qué hombres viven aquí? ¿Es unaisla hermosa al atardecer o la ribera de un con-tinente de fecunda tierra que se inclina hacia elmar?Y la diosa de ojos brillantes, Atenea, se dirigió aél a su vez:«Eres tonto, forastero, o vienes de lejos si mepreguntas por esta tierra. No carece de nombre,no. La conocen muy muchos, tanto los quehabitan hacia la aurora y el sol como los que seorientan hacia la brumosa oscuridad. Ciertoque es escarpada y difícil para cabalgar, perotampoco es excesivamente pobre, aunque noextensa: en ella se produce trigo sin medida ytambién vino. Siempre tiene lluvia y florecienterocío; alimenta buenas cabras y buenos toros;

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hay madera de todas clases y abrevaderos in-agotables. Por eso, forastero, el nombre de Itacaha llegado incluso hasta Troya, que aseguran seencuentra muy lejos de la tierra aquea.»Así habló, y el sufridor, el divino Odiseo, sintiógozo y alegría por su tierra patria: así se lo hab-ía dicho Palas Atenea, la hija de Zeus, el quelleva égida.Y hablándole le dijo aladas palabras (aunque nola verdad) y, de nuevo, tomó la palabra, contro-lando continuamente en el pecho su astutopensamiento:«He oído sobre Itaca incluso en la extensa Cre-ta, lejos, más allá del Ponto. Y ahora he llegadoyo con estas riquezas. He dejado otro tanto amis hijos y ando huyendo, pues he matado aOrtíloco, hijo de Idomeneo, el que vencía en laextensa Creta a los hombres comerciantes consus rápidos pies. Quería éste privarme de todomi botín conseguido en Troya, por el que sufrídolores probando guerras y dolorosas olas,porque no servía complaciente a su padre en el

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pueblo de los troyanos, sino que mandaba yosobre otros compañeros. Y lo alcancé con milanza guarnecida de bronce cuando volvía delcampo, emboscándome cerca del camino conun amigo. La oscura noche cubría el cielo-nadie nos vio-, y le arranqué la vida a escondi-das. Así que, luego de matarlo con el agudobronce, me dirigí a una nave de ilustres feniciosy les supliqué, entregándoles abundante botín,que me dejaran en Pilos o en la divina Elide,donde dominan los epeos, pero la fuerza delviento los alejó de allí muy contra su voluntad,pues no querían engañarme.«Así que hemos llegado por la noche despuésde andar a la deriva. Remamos con vigor hastael puerto y ninguno de nosotros se acordó dealmorzar por más que lo ansiábamos. Conquedescendimos todos de la nave y nos acostamos.A mí se me vino un dulce sueño, cansado comoestaba, y ellos, sacando mis riquezas de lacóncava nave, las dejaron cerca de donde yoyacía sobre la arena.

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«Y embarcando se marcharon a la bien habita-da Sidón. Así que yo me quedé atrás con el co-razón acongojado.»Así dijo y sonrió la diosa de ojos brillantes,Atenea, y lo acarició con su mano. Tomó enton-ces el aspecto de una mujer hermosa y grande,conocedora de labores brillantes, y le habló ydijo aladas palabras:

«Astuto sería y trapacero el que te aventajaraen toda clase de engaños, por más que fuera undios el que tuvieras delante. Desdichado, astu-to, que no te hartas de mentir, ¿es que ni si-quiera en tu propia tierra vas a poner fin a losengaños y las palabras mentirosas que te sontan queridas? Vamos, no hablemos ya más,pues los dos conocemos la astucia: tú eres elmejor de los mortales todos en el consejo y conla palabra, y yo tengo fama entre los dioses pormi previsión y mis astucias. Pero ¡aun así, nohas reconocido a Palas Atenea, la hija de Zeus,la que te asiste y protege en todos tus trabajos,

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la que te ha hecho querido a todos los feacios!De nuevo he venido a ti para que juntos tra-memos un plan para ocultar cuantas riquezas tedonaron los ilustres feacios al volver a casa pormi decisión, y para decirte cuántas penas estásdestinado a soportar en tu bien edificada mo-rada. Tú has de aguantar por fuerza y no decira hombre ni mujer, a nadie, que has llegadodespués de vagar; soporta en silencio numero-sos dolores aguantando las violencias de loshombres.»Y contestándole dijo el muy astuto Odiseo:«Es difícil, diosa, que un mortal te reconozca sicontigo topa, por muy experimentado que sea,pues tomas toda clase de apariencias. Ya sabíayo que siempre me has sido amiga mientras loshijos de los aqueos combatíamos en Troya, perodesde que saqueamos la elevada ciudad dePríamo y nos embarcamos -y un dios dispersó alos aqueos- no lo había vuelto a ver, hija deZeus. No te vi embarcar en mi nave para prote-germe de desgracia alguna, sino que he vagado

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siempre con el corazón acongojado hasta quelos dioses me han librado del mal, hasta que enel rico pueblo de los feacios me animaste contus palabras y me condujiste en persona hastala ciudad. Ahora te pido abrazado a tus rodillas(pues no creo que haya llegado a Itaca hermosaal atardecer sino que ando dando vueltas poralguna otra tierra y creo que tú me has dichoesto para burlarte y confundirme), dime si deverdad he llegado a mi patria.»Y le contestó la diosa de ojos brillantes, Atenea:«En tu pecho siempre hay la misma cordura.Por esto no puedo abandonarte en el dolor,porque eres discreto, sagaz y sensato. Cual-quier otro que llegara después de andar erran-te, marcharía gustosamente a ver a sus hijos yesposa en el palacio; sólo tú no deseas conocerni enterarte hasta que hayas puesto a prueba atu mujer, quien permanece inconmovible en elpalacio mientras las noches se le consumenentre dolores y los días entre lágrimas. En ver-dad, yo jamás desconfié, pues sabía que volver-

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ías después de haber perdido a todos sus com-pañeros, pero no quise enfrentarme con Po-seidón, hermano de mi padre, quien habíapuesto el rencor en su corazón irritado porquele habías cegado a su hijo.«Pero, vamos, te voy a mostrar el suelo de Itacapara que te convenzas. Este es el puerto de For-cis, el viejo del mar, y éste el olivo de anchashojas, al extremo del puerto. Cerca de él, la gru-ta sombría, amable, consagrada a las ninfas quellaman Náyades. Es la cueva amplia y sombríadonde tú solías sacrificar a las Ninfas numero-sas hecatombes perfectas. Y éste es el monteNérito, revestido de bosque.»Así diciendo, la diosá dispersó la nube y apare-ció el país ante sus ojos. Alegróse entonces elsufridor, el divino Odiseo, y se llenó de gozopor su patria y besó la tierra donadora de gra-no. Luego suplicó a las Ninfas levantando susmanos:«Ninfas Náyades, hijas de Zeus, nunca creí quevolvería a veros. Alegraos con mi suave súpli-

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ca, volveré a haceros dones como antes si la hijade Zeus, la diosa Rapaz, me permite benévolaque viva y hace crecer a mi hijo.»Y se dirigió a él la diosa de ojos brillantes, Ate-nea:«Cobra ánimo, no te preocupes ahora de esto;coloquemos ahora mismo tus riquezas en loprofundo de la divina gruta a fin de que se con-serven intactas y pensemos para que todo salgalo mejor posible.»Así hablando, la diosa se introdujo en la sombr-ía gruta buscando un escondrijo por ella, mien-tras Odiseo la seguía de cerca llevando todo, eloro y el sólido bronce y los bien fabricados ves-tidos que le habían donado los feacios. Conquecolocó todo bien y arrimó un peñasco a la en-trada Palas Atenea, la hija de Zeus, el que llevaégida. Y sentándose los dos junto al tronco delolivo sagrado, meditaban la muerte para lossoberbios pretendientes. La diosa de ojos bri-llantes, Palas Atenea, comenzó a hablar:

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«Hijo de Laertes, de linaje divino, Odiseo, ricoen ardides, piensa cómo vas a poner tus manossobre los desvergonzados pretendientes quellevan ya tres años mandando en tu palacio,cortejando a tu divina esposa y haciéndole re-galos de esponsales, aunque ella se lamentacontinuamente por tu regreso y da esperanzas atodos y hace promesas a cada uno enviándolesrecados, si bien su mente revuelve otros pla-nes.»Y le contestó y dijo el muy astuto Odiseo:«¡Ay, ay! ¡Conque he estado a punto de pereceren mi palacio con la vergonzosa muerte delAtrida Agamenón si tú, diosa, no me hubierasrevelado todo, como es debido! Vamos, tramaun plan para que los haga pagar y asísteme túmisma poniendo dentro de mí el mismo vigor yvalentía que cuando destruimos las espesasalmenas de Troya. Si tú me socorrieras con elmismo interés, diosa de ojos brillantes, seríacapaz de luchar junto a ti contra trescientos

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hombres, diosa soberana, siempre que me so-corrieras benevolente.»Y la diosa de ojos brillantes, Palas Atenea, lecontestó:«En verdad, estaré a tu lado y no me pasarásdesapercibido cuando tengamos que arrostrareste peligro. Conque creo que mancharán consu sangre y sus sesos el maravilloso pavimentolos pretendientes que consumen tu hacienda.«Vamos, te voy a hacer irreconocible para to-dos: arrugaré la hermosa piel de tus ígilesmiembros y haré desaparecer de tu cabeza losrubios cabellos; lo cubriré de harapos que te ha-rán odioso a la vista de cualquier hombre yllenaré de legañas tus antes hermosos ojos, deforma que parezcas desastroso a los preten-dientes, a tu esposa y a tu hijo, a quienes dejas-te en palacio.

«Llégate en primer lugar al porquero, el quevigila tus cerdos, quien se mantiene fiel y sigueamando a tu hijo y a la prudente Penélope. Lo

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encontrarás sentado junto a los cerdos; éstosestán paciendo junto a la Roca del Cuervo, cer-ca de la fuente Aretusa, comiendo innumera-bles bellotas y bebiendo agua negra, cosas quecrían en los cerdos abundante grasa. Detenteallí, siéntate a su lado y pregúntale por todo,mientras yo voy a Esparta de hermosas mujeresa buscar a tu hijo Telémaco, Odiseo, pues hamarchado a la extensa Lacedemonia junto aMenelao para preguntar noticias sobre ti, por siaún vives.»Y le contestó y dijo el muy astuto Odiseo:«¿Por qué no se lo dijiste, si conoces todo en tuinterior? ¿Acaso para que también él sufrierapenalidades vagando por el estéril ponto mien-tras los demás consumen mí hacienda?»Y le contestó la diosa de ojos brillantes, PalasAtenea:«No te préocupes demasiado por él. Yo mismalo escolté para que cosechara fama de valientemarchando allí. En verdad, no sufre penalidadalguna, está en el palacio del Atrida y tiene de

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todo a su disposición. Cierto que unos jóvenesle acechan en negra nave con intención de ma-tarlo antes de que regrese a tu tierra, pero nocreo que esto suceda antes de que la tierraabrace a alguno de los pretendientes que con-sumen tu hacienda. »Hablando así, lo tocó Atenea con su varita:arrugó la hermosa piel de sus ágiles miembrose hizo desaparecer de su cabeza los rubios cabe-llos; colocó sobre sus miembros la piel de unanciano y llenó de legañas sus antes hermososojos. Le cubrió de andrajos miserables y unatúnica desgarrada, sucia, ennegrecida por elhumo, y le vistió con una gran piel, ya sin pelo,de veloz ciervo; le dio un cayado y un feozurrón rasgado por muchos sitios y con la co-rrea retorcida.Así deliberaron y se separaron los dos; y ellamarchó luego a la divina Lacedemonia en bus-ca del hijo de Odiseo.

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CANTO XIVODISEO EN LA MAJADA DE EUMEOEntonces él se puso en camino desde el puertoa través de un sendero escarpado en lugar bos-coso por las cumbres, hacia donde Atenea lehabía manifestado que encontraría al divinoporquero, el que cuidaba de su hacienda másque los demás siervos que el divino Odiseohabía adquirido. Y lo encontró sentado en elpórtico, donde tenía edificada una elevadacuadra, hermosa y grande, aislada, en lugarabierto. El porquero mismo la había edificadopara los cerdos de su soberano ausente, lejos desu dueña y del anciano Laertes, con piedras decantera, y lo había coronado de espino; tendiófuera una empalizada completa, espesa y ce-rrada, sacando estacas de lo negro de una enci-na.Dentro de la cuadra había construido doce po-cilgas, unas junto a otras, para encamar a lascerdas, y en cada una se encerraban cincuentacerdas, todas hembras que habían ya parido.

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Los cerdos dormían fuera y eran muy inferioresen número, pues los habían diezmado los divi-nos pretendientes con sus banquetes: el por-quero les enviaba cada vez el mejor de sus ro-bustos cebones, trescientos sesenta en total.También dormían a su lado cuatro perros, se-mejantes a fieras, que alimentaba el porquero,caudillo de hombres.

Este andaba entonces sujetando a sus pies unassandalias después de cortar una moteada pielde buey. Los demás porqueros, tres en total,habían marchado cada uno por su lado con loscerdos en manada; al cuarto lo había enviadoEumeo a la fuerza a la ciudad para que llevaraun cebón a los soberbios pretendientes a fin deque lo sacrificaran y saciaran con la carne suapetito.De pronto los perros de incesantes ladridosvieron a Odiseo y corrieron hacia él ladrando.Entonces Odiseo se sentó astutamente y el ca-yado se le escapó de las manos.

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Allí, sin duda, en su propia cuadra habría su-frido un dolor vergonzoso, pero el porquero,siguiéndolos con veloces pies, se lanzó a travésdel portico -la piel cayó de sus manos- y agrandes voces dispersó a los perros en variasdirecciones con una espesa pedrea. Y se dirigióal soberano:«Anciano, por poco te han despedazado losperros en un instante y quizá me habrías cul-pado a mí. También a mí me han dado los dio-ses dolores y lamentos, pues sentado lloro a midivino soberano y cebo cerdos para que se loscoman otros. En cambio, él andará errante porpueblos y ciudades extranjeras mendigandocomida -si es que vive aún y contempla la luzdel sol.«Pero sígueme, vayamos a mi cabaña, anciano,para que también tú sacies el apetito de comery beber y me digas de dónde eres y cuántaspenas has tenido que sufrir.»Así diciendo, lo condujo a su cabaña el divinoporquero; le hizo entrar y sentarse, extendió

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maleza espesa y encima tendió la piel de unahirsuta cabra salvaje, su propia yacija, grande ypeluda. Alegróse Odiseo porque lo había reci-bido así y le dijo su palabra llamándolo por sunombre:«Forastero, ¡que Zeus y los demás dioses in-mortales te concedan lo que más vivamentedeseas, ya que me has acogido con bondad!»Y tú le contestaste, porquero Eumeo, diciendo:«Forastero, no es santo deshonrar a un extraño,ni aunque viniera uno más miserable que tú,que de Zeus son los forasteros y mendigos to-dos. Nuestros dones son pequeños, pero amis-tosos, pues la naturaleza de los siervos es tenersiempre miedo cuando dominan nuevos sobe-ranos. En verdad, los dioses han impedido elregreso de quien me habría estimado gen-tilmente y otorgado cuanto un dueño bondado-so suele conceder a su siervo -una casa, un lotede tierra y una esposa solicitada-, cuando éstese esfuerza por él y un dios hace prosperar suslabores, como está haciendo prosperar el traba-

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jo en el que yo me mantengo activo. Por estome habría beneficiado mucho mi soberano sihubiera envejecido aquí, pero ha muerto -¡asípereciera por completo la raza de Helena, puesaflojó las rodillas de muchos hombres!-, puestambién mi soberano marchó por causa delhonor de Agamenón a Ilión, de buenos potros,para combatir a los troyanos.»Hablando así, sujetó enseguida su túnica con elceñidor y se puso en camino de las pocilgasdonde tenía encerradas las manadas de cochini-llos. Tomó dos de allí y los sacrificó, quemó,troceó y atravesó con asadores. Y, después deasar todos, se los ofreció a Odiseo calientes ensus mismos asadores -y extendió blanca harina.Después mezcló vino agradable como la mielen su cuenco y se sentó enfrente, y animándoledecía:«Come ahora, forastero, lo que es dado comer alos siervos, cochinillo, que de los cebones seencargan los pretendientes, sin miedo a la ven-ganza divina ni compasión. No aman los dioses

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felices las acciones impías, sino que honran lajusticia y las obras discretas de los hombres. Escierto que son enemigos y hostiles quienes in-vaden una tierra ajena, por más que Zeus lesconceda el botín, pero cuando vuelven repletosa las naves para regresar a su patria, incluso aéstos les sobreviene un pesado temor a la ven-ganza divina. Sin duda, los pretendientes de-ben conocer -porque quizá hayan oído la pala-bra de algún dios- la triste muerte de Odiseo,pues no quieren cortejar con justicia ni volver asus posesiones, y con gusto devoran entre exce-sos la hacienda, despreocupadamente. Todaslas noches y días que nos manda Zeus sacrifï-can víctimas, no sólo una ni sólo dos ovejas; yel vino... lo consumen a cántaros, sin mesura. Yes que la fortuna de Odiseo era inmensa; nin-guno de los héroes del oscuro continente ni dela misma Itaca poseía tanta. Ni veinte hombresjuntos tienen tanta abundancia. Te voy a echarla cuenta: doce rebaños en el continente, otrostantos de ovejas, otros tantos de cerdos y cabras

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apacientan para él pastores asalariados y suspropios pastores. Aquí se alimentan en totalonce numerosos rebaños de cabras en el ex-tremo de la isla, pues se las vigilan hombres debien. Todos los días, sin excepción, cada uno deéstos lleva a los pretendientes un animal, lamejor de sus gordas cabras. Y yo vigilo y prote-jo estos cerdos y les hago llegar el mejor deellos, eligiéndolo bien. »

Así habló mientras Odiseo comía la carne ybebía el vino con voracidad, en silencio. Y esta-ba sembrando la desgracia para los pretendien-tes.Cuando acabó de almorzar y saciar su apetitocon la comida, le entregó Eumeo un cuencorepleto de vino en el que solía él beber. Aquéllo recibió y se alegró en su interior y, hablando,le dijo aladas palabras:«Amigo, ¿quién te compró con sus bienes, tanrico y poderoso como dices? Aseguras que haperecido por causa del honor de Agamenón;

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dime su nombre por si lo conozco ¡siendo comoes! Seguro que Zeus y los demás dioses inmor-tales saben si te puedo hablar de él porque lohaya visto, pues he vagado mucho.»Y le contestó el porquero, caudillo de hombres:«Anciano, ningún caminante que viniera connoticias de él lograría persuadir a su esposa yquerido hijo, que los vagabundos suelen mentirpor mor del sustento y no gustan de decir ver-dad. Todo caminante que llega al pueblo deItaca se llega a mi dueña para decirle mentiras.Claro que ella lo acoge con amor y le preguntadetalladamente, y las lágrimas se deslizan desus mejillas lamentándose por él, como es pro-pio de mujer que ha perdido a su marido entierra extraña.«Puede que tú también, anciano, inventes cual-quier cuento con tal de que alguien te regaleuna túnica y un manto. Pero seguro que losperros y las veloces aves están tratando dearrancar la piel de sus huesos y su alma le haabandonado, o puede que lo hayan devorado

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los peces en el mar y sus huesos anden tiradospor tierra, revueltos entre la arena. Así es comoha muerto él, y a todos los suyos, y sobre todo amí, sólo nos queda tristeza para el futuro. Queno podré nunca encontrar a un soberano tanbueno adonde quiera que vaya, ni aunquevuelva a casa de mi padre y mi madre, dondeun día nací y ellos me criaron. Y es que no estan grande mi dolor por ellos -aunque muchodeseo verlos en mi tierra patria- como es laañoranza que me ha invadido por Odiseo au-sente. No me atrevo, forastero, a nombrarloincluso ausente -¡tanto me estimaba y se pre-ocupaba por mí!-, pero lo llamo amigo aunquese encuentre lejos.»Y le contestó el sufridor, el divino Odiseo:«Amigo, puesto que lo niegas por completo ycrees que nunca volverá, tu corazón anda ya sinesperanza. Pero yo lo voy a decir -y no a tontas,sino con jurameto- que Odiseo viene de caminohacia acá. Este será el don por mi buena nuevacuando haya llegado él: vestidme con un manto

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y una túnica hermosas; no antes, pues no teaceptaría por más necesitado que estuviera.Que para mí es más odioso que las puertas deHades el que por ceder a su pobreza cuentamentiras. Sea testigo Zeus antes que ningúnotro dios y la mesa de hospitalidad y el hogardel irreprochable Odiseo al que acabo de llegar.En verdad todo esto se cumplirá tal comoanuncio: dentro de este mismo año llegará Odi-seo; cuando acabe este mes y entre otro, volveráa casa y hará pagar a cuantos deshonran a suesposa a ilustre hijo.»Y contestando le dijiste, porquero Eumeo:«Anciano, no te voy a conceder ese don por tubuena nueva ni va a regresar ya Odiseo a casa,pero bebe gustoso y volvamos nuestros recuer-dos a otro lado; no me traigas esto a la memo-ria, que mi ánimo se llena de dolor cada vezque alguien me recuerda a mi fiel soberano.«Dejemos, pues, el juramento, aunque ¡ojalávuelva Odiséo! como quiero yo y quieren Pené-lope, el anciano Laertes y Telémaco, semejante

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a los dioses. También ahora me lamento sinconsuelo por el hijo que engendró Odiseo, porTelémaco. Cuando los dioses lo criaron seme-jante a un retoño, ya decía yo que no sería ennada inferior, entre los hombres, a su queridopadre, admirable en cuerpo y aspecto; peroalguno de los inmortales -o quizá de los hom-bres- debe haberle dañado la bien equilibradamente, pues ha marchado a la divina Pilos enbusca de noticias de su padre, y los ilustrespretendientes lo acechan al volver a casa paraque desaparezca sin gloria de Itaca la progeniedel divino Arcisio. Pero dejemos a éste, ya seasorprendido, ya escape porque el Cronida tien-da su mano sobre él.

«Vamos, cuéntame ahora, anciano, tus propiasdesgracias y dime con verdad para que yo losepa: ¿quién y de dónde eres entre los hom-bres? Dónde se encuentran tu ciudad y tus pa-dres? ¿En qué barco has llegado? ¿Cómo te hantraído hasta Itaca los marineros y quiénes se

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preciaban de ser? Porque no creo que hayasllegado aquí a pie».Y contestándole dijo el muy astuto Odiseo: .«En verdad, te voy a contestar con exactitud. Niaunque tuviéramos por mucho tiempo comiday dulce bebida para celebrar un festín dentro detu cabaña -mientras los demás continúan sulabor- podría yo fácilmente, ni siquiera en unaño entero, acabar la narración de cuantas pe-nalidades ha soportado mi ánimo por voluntadde los dioses. Mi raza procede de Creta -lo digobien alto- y soy hijo de un hombre rico. Nu-merosos hijos legítimos nacieron de su esposaen el palacio y fueron criados, pero a mí meparió una madre comprada, una concubina,aunque mi padre, Cástor Hilacida, de cuya ratame precio de ser, me estimaba igual que a suslegítimos. Como un dios era venerado éste en elpueblo de Creta por su abundancia, riqueza yvigorosos hijos. Pero las Keres de la muerte selo llevaron a las moradas de Hades y susmagnánimos hijos sortearon la hacienda y se la

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repartieron, entregándome a mí una nonada yuna casa. Caséme con mujer de casa rica pormis muchas virtudes, que no era yo inútil nitemeroso de luchar. Pero ya se ha acabado to-do, aunque viendo la caña seca te darás cuenta,pues un gran infortunio me abruma.«En verdad, Ares y Atenea me concedieronaudacia y hombría. Cada vez que elegía para elcombate a hombres sobresalientes, sembrandodesgracias para el enemigo, jamás mi valerosocorazón puso los ojos en la muerte, sino que,saltando el primero, solía matar con mi lanza acuantos enemigos no se igualaran a mis pies.Así era yo en el combate.«En cambio, no me agradaba la labor ni el cui-dado de la hacienda que suele criar hijos bri-llantes: siempre me gustaron las naves remeras,los combates, los bien torneados venablos y lasflechas, cosas funestas que suelen causar espan-to en los demás. Sin embargo, la divinidad pu-so en mi alma estos intereses, que cada hombrese complace en un trabajo. Antes de que los

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hijos de los aqueos desembarcaran en Troya, yame había puesto nueve veces al frente de hom-bres y naves de veloces proas contra gentes deotras tierras. Y conseguía mucho botín, del queelegía lo mejor, y también me tocaba mucho ensuerte. Así que rápidamente prosperó mi casa yme convertí en un hombre temido y respetadoen Creta.«Pero cuando Zeus, que ve a lo ancho, dispusola luctuosa expedición que iba a aflojar las rodi-llas de muchos hombres, nos dieron órdenes amí y al ilustre Idomeneo de capitanear las na-ves que marchaban a Ilión. No había medio denegarse, nos lo impedían las duras habladuríasdel pueblo. Allí combatimos nueve años loshijos de los aqueos, pero al décimo destruimosla ciudad de Príamo y volvimos a casa en lasnaves; y un dios dispersó a los aqueos. Enton-ces fue cuando el providence Zeus meditó des-gracias contra mí, miserable. Había per-manecido sólo un mes complaciéndome conmis hijos y legítima esposa, cuando mi ánimo

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me impulsó a hacer una expedición a Egiptodespués de equipar bien mis naves en compa-ñía de mis divinos compañeros.

«Equipé nueve naves y enseguida se congrególa dotación. Durante seis días comieron en micasa mis leales compañeros; les ofrecí numero-sas víctimas para que las sacrificaran en honorde los dioses y prepararan comida para sí.Conque el séptimo día zarpamos tranquilamen-te de la extensa Creta impulsados por un Bóre-as fresco, agradable, como si navegáramos poruna corriente. Ninguna nave se me dañó, noso-tros estábamos sanos y salvos, y a las naves lasdirigían el viento y los pilotos.«A los cinco días llegamos al Egipto de buenacorriente y atraqué mis bien equilibradas navesen este río. Entonces ordené a mis leales com-pañeros que se quedaran junto a ellas paravigilarlas y envié espías a lugares de observa-ción con orden de que regresaran, pero éstos,cediendo a su ambición y dejándose arrastrar

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por sus impulsos, saquearon los hermososcampos de los egipcios, se llevaron a las muje-res y niños y mataron a los hombres. Prontollegó el griterío a la ciudad, así que al escuchar-lo se presentaron al despuntar la aurora. Llenó-se la llanura toda de gentes de pie y a caballo ydel estruendo del bronce. Zeus, el que goza conel rayo, indujo a mis compañeros a huir cobar-demente y ninguno se atrevió a dar el pecho.Por todas partes nos rodeaba la destrucción; allímataron con agudo bronce a muchos de miscompañeros y a otros se los llevaron vivos paraforzarlos a trabajar sus campos.«Entonces Zeus puso en mi mente el siguienteplan (¡ojalá hubiera muerto saliendo al encuen-tro de mi destino allí en Egipto, pues todavíame tenía que tender sus brazos la desgracia!): alpunto quité de mi cabeza el bien trabajadoyelmo y de mis hombros el escudo y arrojé demi brazo la lanza. Lleguéme frente al carro delrey y besé sus rodillas. Él me protegió y secompadeció de mí y, sentándome en su carro,

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me condujo a su palacio con lágrimas en misojos. Cierto que muchos trataron de acosarmecon sus lamas deseando matarme -pues estabanmuy enfurecidos-, pero el rey me protegió portemor a la cólera de Zeus Hospitalario, el quese irrita sobremanera por las obras malvadas.«Allí mé quedé siete años y conseguí reunirmucha riqueza entre los egipcios pues todos meregalaban. Pero cuando se acercó el octavo añocumpliendo su ciclo llegó un hombre fenicioconocedor de mentiras, un laña que ya habíacausado perjuicios a muchos hombres. Éste meconvenció para marchar a Fenicia, donde teníasu casa y posesiones. Allí permanecí duranteun año completo junto a él, pero cuando pasa-ron meses y días en el ciclo del año y pasaronlas estaciones me envió a Libia en una navesurcadora del ponto, tramando falacias paraque llevara con él una mercancía, pero en reali-dad con intención de venderme y cobrar in-mensa fortuna. Le seguía en la nave a la fuerzapues ya barruntaba yo algo. Ésta corría impul-

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sada por un Bóreas fresco, agradable, a la alturadel centro de Creta. Y Zeus nos preparaba laperdición.«Cuando por fin dejamos atrás Creta y no seveía tierra alguna, sino sólo cielo y mar, el Cro-nida puso una oscura nube sobre la cóncavanave y bajo ella se oscureció el ponto. Y Zeuscomenzó a tronar al tiempo que lanzaba unrayo contra la nave. Y esta se revolvió toda sa-cudida por el rayo de Zeus y se Ilenó de azufre.Todos cayeron fuera de la nave y, semejantes alas cornejas marinas eran arrastrados por lasolas en torno a la nave. Dios les había arrebata-do el regreso. En cuanto a mí..., afligido comoestaba, el mismo Zeus puso entre mis manos elmástil gigantesco de la nave de azuloscura proapara que escapara una vez más de la perdición.Así que, trabado al mástil, me dejaba llevar delos funestos vientos. Durante nueve días medejé llevar y al décimo una gran ola rodante meacercó -era noche cerrada- a la tierra de los tes-

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protos, donde me acogió sin pagar precio elhéroe Fidón, el rey de los tesprotos.«Acercóseme su hijo cuando ya estaba yo ago-tado por la imtemperie y el cansancio y mellevó a casa sosteniéndome en su brazo hastaque llegó al palacio de su padre, donde me vis-tió de manto y túnica.«Allí fue donde supe de Odiseo, pues el rey medijo que estaba hospedándolo y agasajándolo apunto de volver a su tierra patria. Además, memostró cuantas riquezas había conseguido Odi-seo reunir -bronce y oro y bien trabajado hierro.En verdad, podrían éstas alimentar a otro hom-bre hasta la décima generación: ¡tantos tesorostenía depositados en el palacio del rey! Me dijoque Odiseo había marchado a Dodona paraescuchar la voluntad de Zeus, el que habla des-de la divina encina de elevada copa, para ente-rarse si debía volver a las claras u ocultamenteal próspero pueblo de Itaca, después de tantosaños de ausencia. Y juró ante mí, mientras hacíauna libación en su palacio, que ya tenía dis-

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puesta una nave y compañeros que lo escoltar-ían hasta su tierra patria. Pero a mí me despidióantes, pues resultó que una nave de tesprotosestaba a punto de zarpar hacia Duliquia, rica engrano. Les ordenó que me enviaran gentilmenteal rey Acasto, pero les agradó más una malvadadecisión sobre mi persona, para que aún estu-viera más cerca de la perdición. Así que cuandola nave surcadora del ponto se había alejadobastante de tierra urdieron contra mí la esclavi-tud; me despojaron de túnica y manto y echa-ron sobre mí miserables andrajos y una malatúnica rasgada, lo que estás viendo ahora contus ojos.

«Llegaron al atardecer a los campos de Itaca,hermosa al atardecer. Una vez allí, me ataronfuertemente a la nave de buenos bancos con unbien torneado cable y descendiendo precipita-damente a la ribera del mar se dispusieron acenar. Pero los mismos dioses, sin duda, afloja-ron mis ligaduras fácilmente. Cubrí mi cabeza

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con los andrajos y, deslizándome por el pulidotimón hasta dar de pechos en el mar, comencé anadar con ambos brazos como si fueran remos,y pronto estuve fuera de su alcance. Salí delagua por donde hay un bosque de verdeantesencinas y caí desplomado. Los tesprotos mebuscaron aquí y allá, dando grandes gritos,pero como no les interesara molestarse más,embarcaron de nuevo en su cóncava nave.Conque han sido los dioses mismos los que mehan ocultado fácilmente y me han hecho llegaral establo de un hombre prudente, pues mi des-tino es que viva aún.»Y tú le contestaste, porquero Eumeo, diciendo:«Ay, desdichado forastero, de verdad que hasconmovido mi ánimo al contarme detalladá-mente tus sufrimientos y vagabundeos, pero nocreo que sean razonables tus palabras y no vasa convencerme de cuanto has dicho sobre Odi-seo. ¿Por qué tienes que mentir en vano siendocomo eres? Yo mismo reconozco el regreso demi soberano; muy odioso debió de hacerse a los

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ojos de todos los dioses cuando no lo dejaronmorir entre los troyanos ni en brazos de lossuyos, una vez que hubo concluido la guerra.Entonces le habría construido una tumba elejército panaqueo y habría él cobrado gran fa-ma para su hijo, pero ahora se lo han llevadolas Harpías sin gloria alguna. Así que yo andosolitario entre mis cerdos y no me acerco a laciudad, si no me ordena ir la prudente Penélo-pe cuando llega alguna noticia. Entonces todosse sientan a preguntar detalles, tanto los quesienten dolor por la larga ausencia de su sobe-rano como los que se alegran consumiendo suhacienda sin pagar. Pero a mí no me agrada irallá a preguntar desde que me engañó con suspalabras un etolio que llegó a mi casa, vaga-bundo de muchas tierras, tras haber dadomuerte a un hombre. Yo le agasajé y él me ase-guró que lo había visto en casa de Idomeneo,en Creta, reparando las naves que le habíanquebrado los vendavales. También me aseguróque volvería para el verano o el otoño con mu-

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chas riquezas en compañía de sus divinos com-pañeros.«Conque no me halagues con mentiras ni tratesde encantarme también tú, anciano sufridor,una vez que la divinidad lo ha traído junto amí. Si lo respeto y agasajo no es por eso, sinopor veneración a Zeus Hospitalario y por com-pasión hacia ti.»Y le contestó y dijo el muy astuto Odiseo:De verdad que tienes un ánimo desconfiadocuando no consigo persuadirte y no logro con-vencerte ni siquiera con juramento.«Pero, vamos, hagamos un pacto y que seantestigos los dioses que poseen el Olimpo: sivuelve tu soberano a esta casa, vísteme conmanto y túnica y envíame a Duliquio, dondeplace a mi ánimo; pero si no vuelve tu sobera-no, como afirmo, ordena a las esclavas que medespeñen desde una gran roca para que todomendigo se guarde de mentir.»Y le contestó y dijo el divino porquero:

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«Forastero, ¡había yo de tener a los ojos de loshombres buena fama y virtud ahora y parasiempre, si después de introducirte en mi caba-ña y darte dones de hospitalidad te matara yarrebatara la vida! ¡Con buenos sentimientosiba yo después a dirigir mis plegarias a ZeusCronida!«Pero ya es hora de cenar; pronto tendré dentroa mis compañeros para preparar en la cabañasabrosa comida.»Esto se decían uno a otro, cuando se acercaroncerdos y porqueros. Los encerraron para que seacostaran por grupos y se levantó un inenarra-ble estruendo de cerdas acomodándose en laspocilgas.Después, el divino porquero daba estas órdenesa sus compañeros:«Traed el mejor cerdo para que se lo sacrifiqueal forastero de lejanas tierras, que también no-sotros tendremos parte, los que ya llevamostiempo soportando miserias por culpa de los

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cerdos de blancos dientes, pues otros se comennuestro esfuerzo sin pagarlo.»Así diciendo, partió leña con su implacablebronce y ellos metieron un cerdo bien gordo decinco años, poniéndole junto al hogar. Y el por-quero no se olvidó de los inmortales, pues esta-ba dotado de noble corazón. Así que arrojó alfuego, como primicias, unos pelos de la cabezadel cerdo de blancos dientes y oró a todos losdioses para que volviera el prudence Odiseo acasa.Luego levantó el cerdo y lo golpeó con una ra-ma de encina que había dejado al hacer leña. Yel alma abandonó a éste. Así que lo degollaron,chamuscaron y trocearon, y el porquero envol-vió los trozos en gorda grasa, miembro pormiembro, y arrojó algunos al fuego rebozándo-los en harina de cebada; después los partieron yatravesaron con pinchos, los asaron con cuida-do y sacaron y pusieron sobre la mesa de trin-char. Levantóse el porquero para distribuirlos-pues su corazón conocía la equidad- y dividió

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todo en siete partes: una la ofreció, al tiempoque oraba, a las Ninfas y a Hermes, el hijo deMaya, y las demás las distribuyó a cada uno.Odiseo recibió contento con el alargado lomodel cerdo de blancos dientes, pues éste fortale-ció el ánimo del soberano, y dirigiéndose aEumeo dijo el prudence Odiseo:«¡Ojalá, Eumeo, seas tan querido al padre Zeuscomo lo eres de mí, pues, siendo como soy, mehas distinguido con tus bienes.»Y tú le contestaste, porquero Eumeo, diciendo:«Come, desdichado forastero, y alégrate contodo lo que tienes a tu alcance, que dios te daráunas cosas y otras las dejará pasar, según lecumpla a su ánimo, pues lo puede todo.»Así diciendo, ofreció las primicias a los diosesque han nacido para siempre y, luego de libar,puso rojo vino en manos de Odiseo, el destruc-tor de ciudades, que se hallaba sentado junto asu porción.También les repartió pan Mesaulio, a quienhabía adquirido el porquero mismo, una vez

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que se hubo ausentado su soberano y se quedósólo, lejos de su dueña y del anciano Laertes. Selo había comprado a los tafios con su propiodinero.Y ellos echaron mano de los alimentos que ten-ían delante y, cuando hubieron arrojado de sí eldeseo de comer y beber, les retiró Mesaulio elpan y se dispusieron a ir al lecho, saciados depan y carne.Y llegó una noche desapacible, noche sin luna,que Zeus estuvo lloviendo toda ella, pues so-plaba un fuerte Céfiro que siempre trae lluvia.Entonces se dirigió Odiseo a ellos para poner aprueba al porquero, por ver si se quitaba elmanto y se lo entregaba o incitaba a uno de suscompañeros, ya que tanto se preocupaba de él:«Escuchadme ahora, Eumeo y todos vosotros,compañeros; os voy a decir mi palabra con unasúplica, pues me ha impulsado el perturbadorvino, el que hace cantar y reír suavemente in-cluso al más prudente, el que induce a danzar yhace soltar palabras que estarían mejor no di-

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chas. Pero ya que he empezado a hablar, novoy a ocultároslo. ¡Ojalá fuera yo joven y mivigor no estuviera trabado como cuando mar-chamos a poner una emboscada junto a Troya!Iban como jefes Odiseo y el Atrida Menelao yjunto a ellos mandaba yo como tercero, puesellos me lo ordenaron. Cuando ya habíamosllegado a la empinada muralla de la ciudad nosapostamos entre espesos espinos, en un caña-veral bajo nuestras armas y se nos vino unanoche desapacible, glacial, pues caía el Bóreas.Así que se nos vino de arriba una nieve helada,como escarcha, y el hielo se condensaba ennuestros escudos. Todos tenían mantos y túni-cas y dormían apaciblemente cubriendo sushombros con los escudos, pero yo había dejadoal marchar mi manto a unos compañeros porimprevisión, pues no creía que iría a tener fríoen absoluto; así que había partido sólo con miescudo y una escarcela brillante. Cuando yaestaba terciada la noche y los astros declinaban,me dirigí a Odiseo, que estaba a mi lado,

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tocándolo con mi codo -y él enseguida prestóoidos "Laertiada de linaje divino, Odiseo ricoen ardides, ya no me contaré más entre los vi-vos pues me está doblegando el temporal, queno tengo manto. Un dios me ha engañado paraque viniera con una sola túnica y ahora ya nohay escape posible."

«Así dije y él enseguida echó mano a esta treta-¡cómo era el hombre para decidir y combatir!-y hablando en voz baja me dijo su palabra: "Ca-lla, no te oiga alguno de los aqueos." Así di-ciendo se apoyó sobre el codo y levantando lacabeza dijo su palabra: "Escuchadme, los míos:acaba de venirme un sueño divino mientasdormía. Nos hemos alejado demasiado de lasnaves, que vaya alguien a decir al Atrida Aga-menón, pastor de su pueblo, si ordena quevengan más hombres desde las naves." Así dijoy enseguida se levantó Toante, hijo de An-dremón, y dejando su rojo manto echó a correrhacia las naves. Así que yo me acosté con alegr-

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ía envuelto en su manto y se mostró Eos detrono de oro. ¡Ojalá fuera yo joven y mi vigorno estuviera trabado, pues quizá alguno de losporqueros me daría un manto en esta cuadratanto por amor como por respeto a un hombrevaleroso!, que ahora me desprecian por tenermala ropa sobre mi cuerpo.»Y tú le contestaste, porquero Eumeo, diciendo:«Anciano es una irreprochable historia la quehas contado y no creo que hayas dicho palabrainútil, fuera de lugar. Por eso no vas a carecerde vestido ni de cosa alguna de la que está bienque tengan los desdichados suplicantes que nossalen al encuentro; pero cuando amanezca sa-cudirás tus andrajos, pues no hay aquí muchosmantos ni túnicas de recambio para cubrirse,que cada hombre tiene sólo uno. Mas cuandovenga el querido hijo de Odiseo, él te dará unmanto y una túnica y te enviará a donde tucorazón lo empuje.»

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Así diciendo, se levantó y le tendió un camastrocerca del fuego y le puso encima pieles de ove-jas y cabras.Echóse allí Odiseo y sobre él arrojó Eumeo unmanto grueso y grande que tenía de repuestopara cuando se levantara terrible temporal.Así que allí se acostó Odiseo, y los jóvenes a sulado. Pero al porquero no le gustaba dormirlejos de la piara, por lo que se aprestó a salir -yOdiseo se alegró por lo mucho que se cuidabade su hacienda, aunque él estaba lejos. Primerose echó a los fuertes hombros la aguda espada yluego se vistió un grueso manto que le prote-giera del viento; tomó la piel de un cabrón biengordo y un agudo venablo que le protegiera deperros y hombres; y se puso en camino, dese-ando dormir, hacia el lugar donde dormían losmachos, bajo una cóncava roca, al abrigo delBóreas.

CANTO XV

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TELÉMACO REGRESA A ITACAEntre tanto había marchado Palas Atenea haciala extensa Lacedemonia para sugerir el regresoal ilustre hijo del magnánimo Odiseo y orde-narle que regresara.Y encontró a Telémaco y al brillante hijo deNéstor durmiendo en el pórtico del gloriosoMenelao, aunque en verdad sólo al hijo deNéstor dominaba el dulce sueño, que a Te-lémaco no lo sujetaba el blando sueño y en lanoche inmortal agitaba en su interior la angus-tia por su padre. Se acercó Atenea, la de ojosbrillantes y le dijo:«Telémaco, no está bien vagar más tiempo lejosde casa dejando allí tus bienes y a hombres tansoberbios. ¡Cuidado, no vayan a repartirse ydevorarlo todo mientras tú haces un viaje bald-ío! Vamos, apremia a Menelao, de recia vozguerrera, para que te despida, a fin de que en-cuentres a tu ilustre madre todavía en casa, queya su padre y hermanos andan empujándola aque se case con Eurímaco, pues éste aventaja a

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todos los pretendientes en regalarla y en au-mentar su dote. Guárdate de que no se lleve decasa, contra tu voluntad, algún bien. Pues yasabes cómo es el alma de una mujer: está dis-puesta a acrecentar la casa de quien la desposeolvidando y despreocupándose de sus prime-ros hijos y de su esposo, una vez que ha muer-to.

«Conque ponte en camino y deja todo en ma-nos de la esclava que te parezca la mejor, hastaque los dioses te den una esposa ilustre.«Te voy a decir algo más, ponlo en tu interior:los más nobles de los pretendientes te hanpuesto emboscada en el paso entre Itaca y laescarpada Same, deliberadamente, pues deseanmatarte antes de que llegues a tu tierra patria.Pero no creo que esto suceda antes de que latierra abrace a alguno de los pretendientes quese comen tu hacienda. Así que aleja de las islastu bien construida nave y navega por la noche,pues te enviará viento favorable aquel de los

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inmortales que te custodia y protege. Tan pron-to como hayas llegado a la ribera de Itaca, envíala nave y a tus compañeros a la ciudad y túmarcha primero junto al porquero, el que vigilalos cerdos y te es fiel. Pasa allí la noche y envía-le a la ciudad para que anuncie a la prudentePenélope que estás a salvo y has llegado dePilos.»Hablando asi marchó hacia el lejano Olimpo.Despertó Telémaco al hijo de Néstor de su dul-ce sueño empujándole con el pie y le dijo supalabra:«Despierta, Pisístrato, hijo de Néstor, unce alcarro los caballos de una sola pezuña a fin deapresurar nuestro viaje.»Y le contestó Pisfstrato, el hijo de Néstor:«Telémaco, no es posible conducir en la oscuranoche, aunque estemos ansiosos de ponernosen camino. Pronto despuntará la aurora. Espe-remos a que el héroe Atrida Menelao, ilustrepor su lanza, nos traiga sus dones, los ponga enel carro y nos despida con palabras amables;

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que un huésped se acuerda cada día del hom-bre que te ha acogido si éste le ha ofrecido suamistad.»Así habló y al punto apareció Eos de trono deoro.Y se les acercó Menelao, de recia voz guerrera,levantándose del lecho de junto a Helena delindas trenzas.Cuando lo vio el hijo de Odiseo vistió apresu-radamente sobre su cuerpo la brillante túnica,echó sobre sus resplandecientes hombros ungran manto y se dirigió a la puerta. Y colocán-dose a su lado le dijo el querido hijo de Odiseo:«Atrida Menelao, vástago de Zeus, pastor de tupueblo, despídeme ya a mi querida patria, puesmi ánimo desea regresar.»Y le contestó Menelao, de recia voz guerrera:«Telémaco, no te detendré más tiempo si dese-as volver, que también a mí me irrita quienrecibe a ún huésped y te ama en exceso o enexceso te aborrece. Todo es mejor si es modera-do. La misma bajeza comete quien anima a su

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huésped a que se vaya, cuando éste no quierehacerlo, que quien se lo impide cuando lo des-ea. Hay que agasajar al huésped cuando está entu casa, pero también despedirlo si lo desea.Mas espera a que traiga mis hermosos dones ylos ponga en el carro, dones hermosos -lo veráscon tus propios ojos-, y a que diga a las mujeresque preparen en palacio un almuerzo de cuantoaquí abunda. Que es honor y gloria, al tiempoque provecho, el que os marchéis por la tierrainmensa después de almorzar. Si deseas volverpor la Hélade y el centro de Argos, para que yomismo te acompañe, unciré mis caballos y teconduciré por las ciudades de los hombres.Nadie nos despedirá con las manos vacías, sinoque nos darán algo para llevarnos -un trípodede buen bronce, un jarrón o dos mulos o unacopa de oro.»Y Telémaco le contestó con sensatez:«Atrida Menelao, vástago de Zeus, caudillo detu pueblo, quiero volver ya a mis cosas, puesno he dejado al venir ningún vigilante de mis

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posesiones; no quiero que por buscar a mi pa-dre vaya a perderme yo, o que me desaparezcadel palacio algún tesoro de valor.»Luego que le oyó Menelao, de recia voz guerre-ra, ordenó a su esposa y esclavas que prepara-sen en palacio un almuerzo de cuanto allíabundaba. Acercósele después Eteoneo, hijo deBoeto, tras levantarse de la cama -pues no habi-taba lejos-, y le ordenó Menelao, de recia vozguerrera, que encendiera fuego y asara carne. Yaquél no desobedeció.Menelao ascendió a su perfumado dormitorio,pero no sólo, que junto a él marchaban Helenay Megapentes. Cuando habían llegado adondetenía sus tesoros el Atrida Menelao, tomó unacopa de doble asa y ordenó a su hijo Megapen-tes que llevara una crátera de plata. Helenahabíase detenido junto a sus areas donde teníapeplos multicolores que ella misma había bor-dado. Tomó uno de éstos y se lo llevó Helena,divina entre las mujeres, el más hermoso por

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sus adornos y el más grande -brillaba como unaestrella y estaba encima de los demás.

Conque atravesaron el palacio hasta que llega-ron junto a Telémaco. Y le dijo el rubio Mene-lao:«Telémaco, ¡ojalá Zeus, el tronador esposo deHera, lo lleve a término el regreso tal como tútu pretendes! En cuanto a los dones..., te voy aentregar el más hermoso y estimable de cuan-tos tesoros tengo en casa. Te voy a dar unacrátera trabajada, toda ella de plata, con losbordes fundidos con oro, obra de Hefesto -mela dió el héroe Fédimo, rey de los sidonios,cuando su palacio me cobijó al regresar yo allí.Esto quiero regalarte a ti.»Hablando así, puso en sus manos la copa dedoble asa el héroe Atrida; luego el vigorosoMegapentes le acercó una crátera de plata.También se le acercó Helena, de lindas mejillas,con el peplo en sus manos, le dijo su palabra yle llamó por su nombre:

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«También yo, hijo mío, te entrego este regalo,recuerdo de las manos de Helena, para que selo lleves a tu esposa en el momento de la de-seada boda, y que permanezca junto a tu madreen palacio hasta entonces. Que llegues feliz a tubien edificada morada y a tu tierra patria.»Así diciendo lo puso en sus manos y él lo reci-bió gozoso. Lo tomó después el héroe Pisístratoy lo puso en la caja del carro, no sin admirarlocon toda su alma.Después el rubio Menelao los condujo hasta elsalón y ambos se sentaron en sillas y sillones. Yuna esclava derramó sobre fuente de plata elaguamanos que llevaba en hermosa jarra de oropara que se lavaran y a su lado extendió unamesa pulimentada. Y la venerable ama de lla-ves puso comida sobre ella y añadió abundan-tes piezas escogidas favoreciéndoles entre losque estaban presentes. El hijo de Boeto repartíala carne y distribuía las porciones, y el hijo delilustre Menelao escanciaba el vino. Echaronellos mano de los alimentos que tenían delante

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y, cuando habían arrojado de sí el deseo decomer y beber, Telémaco y el brillante hijo deNéstor uncieron los caballos, subieron al carrode variados colores y lo condujeron fuera delportico y de la resonante galería. Y el rubioMenelao salió tras ellos llevando en su manoderecha rojo vino en copa de oro, para quemarcharan después de hacer libación.Se colocó delante de los caballos y dijo comodespedida:«¡Salud, muchachos!, y transmitid mis saludosa Néstor, pastor de su pueblo, pues fue conmi-go tierno como un padre mientras los hijos delos aqueos combatíamos en Troya.»Y Telémaco le contestó discretamente:«Vástago de Zeus, de verdad que al llegar co-municaremos a aquél todo, según nos lo hasdicho. ¡Ojalá al volver yo a Itaca encontrara aOdiseo en casa y pudiera decirle que vengo dejunto a ti y he ganado toda tu amistad!, puesllevo regalos hermosos y buenos.»

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Mientras así hablaba le voló un pájaro por laderecha, un halcón que llevaba entre sus garrasa un enorme ganso blanco, doméstico, de algúncorral -pues le seguían gritando hombres y mu-jeres-; y el halcón se acercó a aquéllos y se lanzópor la derecha, frente a los caballos. A1 verlo sellenaron de contento y alegróseles a todos elánimo.Y entre ellos comenzó a hablar Pisfstrato, el hijode Néstor:«Piensa, Menelao, vástago de Zeus, caudillo detu pueblo, si es para nosotros o para ti paraquien ha mostrado el dios este presagio.»Así dijo, y Menelao, amado de Ares, se puso acavilar para poder contestarle oportunamentedespués de pensarlo.Pero Helena, de largo peplo, tomándole delan-tera dijo su palabra:«Escuchadme, voy a hacer una predicción talcomo los inmortales me lo están poniendo en elpecho y como creo que se va a cumplir. Delmismo modo que este halcón ha venido del

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monte y arrebatado al ganso mientras se ali-mentaba en la casa donde está su progenie ysus padres, así Odiseo, después de mucho su-frir y mucho vagar, llegará a casa y los harápagar, o quizá ya está en casa sembrando lamuerte para todos los pretendientes.»Y Telémaco le contestó discretamente:«¡Ojalá lo disponga así Zeus, el tronante esposode Hera! En este cáso te invocaría también allícomo a una diosa.»Así dijo y sacudió con el látigo a los caballos. Yéstos se lanzaron velozmente hacia la llanuraprecipitándose por la ciudad.Y arrastraron el yugo por ambos lados durancetodo el día. Se puso el sol y todos los caminosse llenaron de sombra cuando llegaron a Feras,a casa de Diocles, hijo de Ortíloco, a quien Al-feo engendró. Allí pasaron la noche y éste lesentregó dones de hospitalidad.Cuando se mostró Eos, la que nace de la maña-na, la de dedos de rosa, uncieron sus caballos yascendieron al carro de variados colores y lo

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condujeron fuera del pórtico y de la resonantegalería. Restalló el látigo para que partieran ylos caballos se lanzaron muy a gusto. Por finllegaron a la elevada ciudad de Pilos y Teléma-co se dirigió al hijo de Néstor:«Hijo de Néstor, ¿podrías cumplir mi palabra sime haces una promesa?, ya que nos preciamosde tener viejos lazos de hospitalidad por elamor de nuestros padres, además de ser de lamisma edad, y este viaje nos habrá de unir más.No me lleves más allá de la nave, déjame aquímismo, no sea que el anciano me retenga contrami voluntad en su palacio por mor de agasa-jarme. Y tengo que llegar pronto.»Así habló y el hijo de Néstor deliberó en suinterior cómo cumpliría su palabra, como lecorrespondía. Mientras así pensaba, pareciólemejor volver sus caballos hacia la rápida nave yla ribera del mar. Así que puso en la popa loshermosísimos dones, vestidos y oro, que Mene-lao le había dado y apremiándole decía aladaspalabras:

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«Embarca enseguida y ordénaselo a tus com-pañeros antes que llegue yo a casa y se lo anun-cie al anciano; tal como tiene de irritable elánimo no lo dejará ir, antes bien vendrá él enpersona a buscarte y te aseguro que no volveríade baldío, y se irritaría sobremanera.»Así hablando torció sus caballos de hermosascrines hacia la ciudad de los Pilios y arribó en-seguida a casa.Entretanto, Telémaco apremiaba a sus compa-ñeros con estas órdenes:«Poned en orden los aparejos, compañeros, enla negra nave, y embarquemos para acelerar elviaje.»Así habló y ellos lo escucharon y obedecieron.Conque embarcaron y se sentaron sobre losbancos.

Ocupábase él en esto, así como en orar y hacersacrificio a Atenea junto a la proa, cuando se leacercó un forastero, uno que había huido deArgos por haber dado muerte a alguien, un

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adivino. Por linaje era descendiente de Melam-po, quien en otro tiempo vivió en Pilos, criado-ra de ganados, habitando con extrema prospe-ridad un palacio entre los pilios. Luego marchóa otras tierras huyendo de su patria y delmagnánimo Neleo, el más noble de los vivien-tes, quien le retuvo por la fuerza muchos bienesdurante un año completo. Todo este tiempoestuvo en el palacio de Fílaco encadenado condolorosas ligaduras, padeciendo grandes su-frimientos por causa de la hija de Neleo y lapesada ceguera que puso en su mente Erinis, ladiosa horrenda.Pero consiguió escapar de la muerte y terminóllevándose a Pilos, desde Filace, sus mugidoresbueyes. Así que castigó al divino Neleo por suacción indigna y llevó a casa mujer para suhermano. Y marchó luego a otras tierras, a Ar-gos, criadora de caballos, pues su destino eraque habitara allí reinando sobre numerososargivos. Allí tomó mujer y construyó un palaciode elevado techo. Y engendró a Antifates y

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Mantio, robustos hijos. Antifates engendró almagnánimo Oicleo, y Oicleo a su vez a Anfia-rao, salvador de su pueblo, a quien amó de co-razón Zeus, portador de égida y Apolo dis-pensó numerosas pruebas de amistad. Pero nollegó al umbral de la vejez, sino que pereció enTebas por la traición de una mujer. Y sus hijosfueron Alcmeón y Anfíloco. Mantio, por suparte, engendró a Polífides y a Clito. Pero, ¡ay!,que a Clito se lo llevó Eos, de hermoso trono,por ser tan bello, así que Apolo hizo adivino almagnánimo Polífides, el mejor de los hombres,una vez que hubo muerto Anfiarao. Pero, irri-tado con su padre, emigró a Hiperesia y, po-niendo allí su morada, profetizaba para todoslos hombres.De éste era hijo el que se acercó entonces aTelémaco y su nombre era Teoclímeno. Lo en-contró haciendo libación y súplicas sobre larápida, negra nave, y le dirigió aladas palabras:«Amigo, ya que te encuentro sacrificando eneste lugar, te ruego por las ofrendas y el dios, e

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incluso por tu propia cabeza y la de los compa-ñeros que te siguen, me digas la verdad y nadaocultes a mis preguntas: ¿de dónde eres?¿Dónde se encuentran tu ciudad y tus padres?»Y Telémaco le contestó discretamente:«En verdad, forastero, te voy a hablar sincera-mente. De origen soy itacense y mi padre esOdiseo -si es que alguna vez ha existido; ahora,desde luego, ha perecido con triste muerte. Poresto he tomado compañeros y una negra navepara preguntar por mi padre, largo tiempo au-sente.»Y Teoclímeno, semejante a los dioses, le dijo asu vez:«Así estoy también yo, huido de mi patria pormatar a un hombre de mi propia tribu. Muchosson mis hermanos y parientes en Argos, criado-ra de caballos, y mucho es su poder sobre losaqueos. Por evitar la muerte y la negra Ker an-do huyendo de éstos, que mi destino es vagarentre los hombres. Conque admíteme en tunave, ya que he llegado a ti como suplicante;

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cuidado no me maten, pues creo que me andanpersiguiendo.»Y Telémaco a su vez le contestó discretamente:«No, no te rechazaré de mi equilibrada nave sitanto lo deseas. Conque sígueme, te agasajare-mos con lo que tengamos.»Así hablando, tomó de sus manos la lanza debronce y la tendió sobre la cubierta de la cur-vada nave, y también él ascendió a la nave sur-cadora del ponto. Luego que se hubo sentadoen la proa, puso a Teoclímeno a su lado y solta-ron amarras. Telémaco ordenó a sus compañe-ros que se aplicaran a los aparejos y éstos leobedecieron con prontitud. Así que levantaronel mástil de abeto y lo encajaron en el huecotravesaño, lo amarraron con cables y extendie-ron las blancas velas con correas bien trenzadasde piel de buey. Y la de ojos brillantes, Atenea,les envió un viento favorable, que se abalanzóimpetuoso por el éter, para que la nave reco-rriera rápidamente en su carrera la salada aguadel mar.

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Pasaron bordeando Crunos y el río Calcis, dehermosa corriente. Se puso el sol y todos loscaminos se llenaron de sombra, y la nave dioproa a Feas impulsada por el viento favorablede Zeus y pasó junto a la divina Elide, dondedominan los epeos. Desde allí enfiló Telémacohacia las Islas Puntiagudas cavilando si conse-guiría escapar o sería sorprendido.Entre tanto, Odiseo y el divino porquero sedaban a comer en la cabaña y junto a ellos co-mían otros hombres. Cuando habían echado desí el deseo de comer y beber, se dirigió a ellosOdiseo tratando de probar si el porquero aún leseguiría agasajando gentilmente y le ordenabaquedarse en la majada o si le despachaba a laciudad:«Escúchame, Eumeo, y también vosotros, todossus compañeros. Al amanecer deseo ponermeen camino hasta la ciudad para mendigar. Noquiero ser ya un peso para ti y los compañeros.Pero dame indicaciones y un buen compañeroque me guíe, que me lleve hasta allí. En la ciu-

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dad vagaré por mi cuenta, por si alguien melarga un vaso de vino y un mendrugo. Tambiénme presentaré en el palacio del divino Odiseopara dar noticias a la prudente Penélope yquizás me acerque a los soberbios pretendien-tes por si me dan de comer, que tienen alimen-tos en abundancia. Con diligencia haría yocuanto quisieran, porque te voy a decir unacosa -y tú ponla en tu mente y escúchame-: porla gracia de Hermes, el mensajero, el que dagracia y honor a las obras de los hombres,ningún hombre podría competir conmigo enhabilidad para remejer el fuego y quemar leñaseca, para trinchar, asar y escanciar; en fin, paracuanto los plebeyos sirven a los nobles.»Y tú, porquero Eumeo, le dijiste irritado:

«Ay, forastero, ¿por qué te ha venido a la menteese proyecto? Lo que tú deseas en verdad esmorir allí si pretendes mezclarte con el grupode los pretendientes, cuya soberbia y violenciahan llegado al férreo cielo. No son como tú los

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que sirven a aquéllos; son jóvenes bien vestidosde manto y túnica, siempre brillantes de cabezay rostro quienes les sirven. Y las bien pulimen-tadas mesas están repletas de pan y carne y devino. Conque quédate aquí. Nadie te va a mo-lestar mientras estés conmigo, ni yo ni los com-pañeros que tengo. Y cuando llegue el queridohijo de Odiseo te vestirá de manto y túnica y tedespedirá a donde tu corazón te empuje.»Y le contestó a continuación el sufridor, el divi-no Odiseo:«¡Ojalá, Eumeo, llegues a ser tan amado delpadre Zeus como tu eres de mí por librarme delvagabundeo y de la miseria! Que no hay nadapeor para el hombre que ser vagabundo; porculpa del maldito estómago sufren pesares loshombres a quienes les llega el vagar, la desgra-cia y el dolor. Pero ya que me retienes y aconse-jas que aguarde a aquél, háblame de la madredel divino Odiseo y de su padre, a quien aquélabandonó cuando se acercaba al umbral de la

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vejez; dime si viven aún bajo los rayos del sol oya han muerto y están en la morada de Hades.»Y le contestó el porquero, caudillo de hombres:«En verdad, huésped, te voy a hablar con todasinceridad. Laertes vive todavía, aunque todoslos días le pide a Zeus morir en su palacio, puesse lamenta terriblemente por su ausente hijo ypor su prudente esposa que le dejó afligido almorir y le puso en la más cruel vejez. Ella mu-rió de dolor por su ilustre hijo, de muerte cruel-¡que nadie muera así de quienes viviendo aquíconmigo me son amigos y obran como amigos!Mientras ella vivió, aunque entre dolores, meagradaba hablarle y preguntarle, ya que ella mehabía criado junto con Ctimena de luengo pe-plo, ilustre hija suya, a quien parió la última desus hijos. Junto con ésta me crié y poco menosque a ésta me quería su madre. Pero cuandollegamos ambos a la amable juventud, entrega-ron a Ctimena como esposa a alguien de Same,recibiendo una buena dote, y a mí me vistió dehermosos túnica y manto y, dándome calzado

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para mis pies, me envió al campo. Y me amabade corazón. Ahora echo en falta todo aquello,pero con todo, los dioses felices están haciendoprosperar la labor de la que me ocupo. De aquícomo y bebo a incluso doy a los necesitados,pero no me es dado oír las palabras ni las obrasde mi dueña desde que ha caído sobre el pala-cio esa peste de hombres soberbios. Y eso quelos siervos necesitamos mucho hablar con ladueña y conocer todas las órdenes y comer ybeber e, incluso, llevarnos algo al campo; cosas,en fin, que alegran siempre el corazón de lossiervos.»Y contestándole dijo el muy astuto Odiseo:«¡Ay, ay!, así que ya de pequeño, porqueroEumeo, anduviste errante lejos de tu patria y detus padres. Vamos, dime –y cuéntame con ver-dad- si fue devastada la ciudad de amplias ca-lles en que habitaban tu padre y tu venerablemadre, o si te capturaron hombres enemigoscuando te hallabas solo junto a tus ovejas obueyes y te trajeron en sus naves a venderte en

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casa de este hombre, quien seguro que entregóun precio digno de ti.»Y a su vez le contestó el porquero, caudillo dehombres:«Forastero, ya que me preguntas esto e inquie-res, escucha en silencio, goza y recuéstate abeber vino. Interminables son estas noches: haypara dormir y para escuchar complacido. Notienes por qué acostarte antes de tiempo, que elmucho dormir es dañino. De los demás, si aalguien le impulsa el corazón, que salga a acos-tarse y al despuntar la aurora desayúnese yconduzca los cerdos del dueño. Pero nosotrosgocemos con nuestras tristes penas, recordán-dolas mientras bebemos y comemos en mi ca-baña, que también un hombre goza con suspenas cuando ya tiene mucho sufrido y muchotrajinado. Así que te voy a contar lo que mepreguntas.«Hay una isla llamada Siría -no sé si la conocesde oídas- por cima de Ortigia, donde el sol dala vuelta; no es excesivamente populosa, pero

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es buena, cría buenos pastos y buenos anima-les, abunda en vino y en trigo. La pobrezajamás se acerca al pueblo y las odiosas enfer-medades tampoco rondan a los mortales. Sólocuando envejecen sus habitantes en la ciudadse acerca Apolo, el del arco de plata, junto conArtemis, y los matan acechándolos con sussuaves dardos. Allí hay dos ciudades y todoestá repartido entre ellas. Sobre las dos reinabami padre, Ktesio Ormenida, semejante a losinmortales.

«Conque un día llegaron allí unos fenicios,célebres por sus naves, unos lañas, llevando ensu negra nave muchas maravillas. Mi padretenía en palacio una mujer fenicia, hermosa ygrande, conocedora de labores brillantes. En-tonces los muy taimados fenicios la sedujeron.Cuando estaba lavando, un fenicio se unió conella en amor y lecho junto a la cóncava nave,cosa que trastorna la mente de las hembras,incluso de la que es laboriosa. Luego le pre-

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guntó quién era y de dónde procedía, y ella lehabló enseguida del palacio de elevado techode su padre: "Me precio de ser de Sidón, abun-dante en bronce, y soy hija del poderoso y ricoArybante, pero me raptaron unos piratas deTafos cuando volvía del campo y me trajeron acasa de este hombre para venderme, y él pagóun precio digno de mí."«Y le contestó el hombre que se había unido ahurtadillas con ella: "Bien podrías volver connosotros a casa para que puedas ver el palaciode elevado techo de tu padre y madre y a ellosmismos, que todavía viven y se los llama ricos."Y la mujer se dirigió a él y le contestó con supalabra: "Bien podría ser así, marineros, perosólo si me queréis asegurar con juramento queme llevaréis intacta a casa." Así dijo y todosjuraron como ella les pidió.«Conque cuando habían concluido su juramen-to, de nuevo les dijo y contestó con su palabra:"Chitón ahora, que ninguno de vuestros com-pañeros me dirija la palabra si me encuentra en

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la calle o junto a la fuente, no sea que alguienvaya a casa y se lo cuente al viejo y éste lo ba-rrunte y me sujete con dolorosas ligaduras y avosotros os prepare la muerte. Así que retenedmis palabras en vuestra mente y apresurad lacompra de lo necesario para el viaje. Y cuandola nave se encuentre llena de alimentos, quealguien venga al palacio con rapidez para co-municármelo. Os traeré oro, cuanto halle a ma-no, y estoy dispuesta a daros otras cosas comopasaje: en efecto, yo cuido en palacio del hijo deeste hombre, un crío ya muy despierto, puescorretea conmigo hasta la puerta. Podríallevármelo a la nave y os produciría un buenprecio si vais a venderlo a cualquier parte en elextranjero." Así diciendo, marchó al hermosopalacio.«Los fenicios permanecieron todo el año connosotros y llenaron su negra nave con bienesmercados. Y cuando su cóncava nave ya estabacargada para volver, enviaron un mensajero ala mujer para que les diera el recado. Llegó al

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palacio de mi padre un hombre muy astuto conun collar de oro engastado con electro. Las es-clavas del palacio y mi venerable madre lo pal-paban con sus manos y lo contemplaban consus ojos, prometiendo un buen precio. Y él hizouna seña a la mujer sin decir palabra y luegomarchó a la cóncava nave. Ella me tomó de lamano y me sacó fuera. Encontró en el pórticocopas y mesas de unos convidados que frecuen-taban la casa de mi padre. Habíanse marchadoéstos a la asamblea y al lugar de reunión delpueblo, así que escondió tres copas en su rega-zo y se las llevó y yo en mi inocencia la seguía.Se puso el sol y todos los caminos se llenaronde sombra, cuando, marchando a buen paso,llegamos al ilustre puerto donde estaba la veloznave de los fenicios.«Embarcaron haciéndonos subir a los dos ynavegaban los húmedos caminos. Y Zeus envióviento favorable.«Durante seis días navegamos sin parar, día ynoche, y cuando el Cronida Zeus nos trajo el

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séptimo día, Artemis Flechadora alcanzó a lamujer y ésta se desplomó con ruido sobre lasentina como una gaviota del mar. Así que laarrojaron por la borda para que fuera pasto defocas y peces y yo quedé solo acongojado en micorazón.«El viento que los llevaba y el agua los impul-saron a Itaca, donde Laertes me compró con sudinero. Así es como llegué a ver con mis ojosesta tierra.»Y Odiseo, de linaje divino, le contestó con supalabra:«Eumeo, mucho en verdad has conmovido micorazón dentro del pecho al contar detallada-mente cuánto has sufrido, pero también Zeus teha puesto un bien al lado de un mal, ya quellegaste -sufriendo mucho- al palacio de unhombre bueno que te proporciona gentilmentecomida y bebida, y llevas una existencia agra-dable.

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«En cambio, yo he llegado aquí después derecorrer sin rumbo muchas ciudades de morta-les.»Esto es lo que se contaban mutuamente y seecharon a dormir, pero no mucho tiempo, unpoquito sólo, porque enseguida se presentóEos, de trono de oro.En esto los compañeros de Telémaco, ya entierra, desataron las velas, quitaron el mástilrápidamente y se dirigieron luego remandohacia el fondeadero. Arrojaron el ancla y ama-rraron el cable; luego desembarcaron sobre laribera del mar, se prepararon el almuerzo ymezclaron rojo vino. Y cuando habían echadode sí el deseo de comer y beber, comenzó Telé-maco a hablarles con discreción:«Llevad vosotros la negra nave a la ciudad, queyo voy a inspeccionar los campos y los pasto-res. Por la tarde bajaré a la ciudad después dever mis labores. Y al amanecer os voy a ofrecerun buen banquete de carnes y agradable vinocomo recompensa por el viaje.»

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Y Teoclímeno, semejante a los dioses, se dirigióa él:«¿Adónde iré yo, hijo mío? ¿A qué palacio voya ir de los que dominan en la pedregosa Itaca?¿Acaso marcharé directamente a tu palacio y alde tu madre?»Y Telémaco le contestó discretamente:«En otras circunstancias te pediría que fueras anuestro palacio -y no echarías en falta dones dehospitalidad-, pero será peor para ti, pues yovoy a estar ausente y mi madre no podrá verte,que no se deja ver a menudo en la casa ante lospretendientes, sino que trabaja su telar lejos deéstos en el piso de arriba. Así que te diré de unhombre a cuya casa podrías ir: Eurímaco, hijobrillante del prudente Pólibo, a quien los ita-censes miran como a un dios, pues es con mu-cho el más excelente y quien más ambicionacasar con mi madre y conseguir la dignidad deOdiseo. Pero sólo Zeus Olímpico, el que habitaen el éter, sabe si les va a proporcionar antes delas nupcias el día de la destrucción.»

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Cuando así hablaba le sobrevoló un pájaro porla derecha, un halcón, veloz mensajero de Apo-lo. Desplumaba entre sus patas una paloma ylas plumas cayeron a tierra entre la nave y elmismo Telémaco.

Conque Teoclímeno, llamándolo aparte, lejosde sus compañeros, le tomó de la mano, le dijosu palabra y le llamó por su nombre:«Telémaco, este pájaro te ha volado por la dere-cha no sin la voluntad del dios, pues al verlo defrente me he percatado que era un ave agüeral.Así que no existe otra estirpe más regia que lavuestra en el pueblo de Itaca. Siempre seréisdominadores.»Y Telémaco le contestó a su vez discretamente:«Forastero, ¡ojalá se cumpliera esa palabra!Pronto sabrías de mi afecto y mis muchos do-nes, de forma que cualquiera que te encontrarate llamaría dichoso.»Dijo, y se dirigió a Pireo, fiel compañero:

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«Pireo Clitida, tú eres quien más me has obede-cido de estos compañeros en lo demás; llevatambién ahora al forastero a tu casa y agasájalegentilmente y respétalo hasta que yo llegue.»Y Pireo, famoso por su lanza, le contestó:« Telémaco, aunque te quedes aquí muchotiempo yo me llevaré a éste y no echará en faltadones de hospitalidad.»Así diciendo, subió a la nave y apremió a loscompañeros para que embarcaran también ellosy soltaran amarras. Conque subieron y se sen-taron sobre los bancos. Telémaco ató bajo suspies hermosas sandalias y tomó su ilustre lan-za, aguzada con agudo bronce, de la cubiertadel navío. Los compañeros soltaron amarras yechando la nave al mar enfilaron hacia la ciu-dad como se lo había ordenado Telémaco, elquerido hijo del divino Odiseo.Y sus pies lo llevaban veloz, dando grandeszancadas, hasta que llegó a la majada dondetenía las innumerables cerdas, con las que pa-

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saba la noche el porquero, que era noble, queconocía la bondad hacia sus dueños.

CANTO XVITELÉMACO RECONOCE A ODISEOEn esto Odiseo y el divino porquero se prepa-raban el desayuno al despuntar la aurora de-ntro de la cabaña, encendiendo fuego -habíandespedido a los pastores junto con las manadasde cerdos. Cuando se acercaba Telémaco, noladraron los perros de incesantes ladridos, sinoque meneaban la cola.Percatóse el divino Odiseo de que los perrosmeneaban la cola, le vino un ruido de pasos yenseguida dijo a Eumeo aladas palabras:«Eumeo, sin duda se acerca un compañero oconocido, pues los perros no ladran, sino quemenean la cola. Y oigo ruido de pasos.»No había acabado de decir toda su palabra,cuando su querido hijo puso pie en el umbral.Levantóse sorprendido el porquero y de sus

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manos cayeron los cuencos con los que se ocu-paba de mezclar rojo vino. Salió al encuentro desu señor y besó su rostro, sus dos hermososojos y sus manos; y le cayó un llanto abundan-te. Como un padre acoge con amor a su hijoque vuelve de lejanas tierras después de diezaños, a su único hijo amado por quien sufrieraindecibles pesares, así el divino porquero besóa Telémaco, semejante a los inmortales, abra-zando todo su cuerpo como si hubiera escapa-do de la muerte. Y, entre lamentos, decía aladaspalabras:«Has venido, Telémaco, como dulce luz. Creíaque ya no volvería a verte más cuando mar-chaste a Pilos con tu nave. Vamos, entra, hijomío, para que goce mi corazón contemplándoterecién llegado de otras tierras. Que no vienes amenudo al campo ni junto a los pastores, sinoque te quedas en la ciudad, pues es grato a tuánimo contemplar el odioso grupo de los pre-tendientes.»Y Telémaco le contestó a su vez discretamente:

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«Así se hará, abuelo, que yo he venido aquí porti, para verte con mis ojos y oír de tus labios simi madre está todavía en palacio o ya la hadesposado algún hombre; que la cama de Odi-seo está llena de telarañas por falta de quien seacueste en ella.»Y se dirigió a él el porquero, caudillo de hom-bres:«¡Claro que permanece ella en tu palacio conánimo paciente! Las noches se le consumenentre dolores y los días entre lágrimas.»Así diciendo, tomó de sus manos la lanza debronce. Entonces Telémaco se puso en camino ytraspasó el umbral de piedra, y cuando entraba,su padre le cedió el asiento. Pero Telémaco lecontuvo y dijo:«Sientate, forastero, que ya encontraremosasiento en otra parte de nuestra majada. Aquíestá el hombre que nos lo proporcionará.»Así diciendo, volvió a sentarse. El porquero leextendió ramas verdes y por encima unas pie-les, donde fue a sentarse el querido hijo de Odi-

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seo. También les acercó el porquero fuentes decarne asada que habían dejado de la comida deldía anterior, amontonó rápidamente pan encanastas y mezcló en un jarro vino agradable. Yluego fue a sentarse frente al divino Odiseo.Conque echaron mano de los alimentos quetenían delante y cuando habían arrojado de sí eldeseo de comer y beber, Telémaco se dirigió aldivino porquero:«Abuelo, ¿de dónde ha llegado este forastero?¿Cómo le han traído hasta Itaca los marineros?¿Quiénes se preciaban de ser? Porque no creoque haya llegado a pie hasta aquí.»Y tú le contestaste, porquero Eumeo, diciendo:«En verdad, hijo, te voy a contar toda la ver-dad. De origen se precia de ser de la vasta Cretay asegura que ha recorrido errante muchas ciu-dades de mortales. Que así se lo ha hilado eldestino. Ahora ha llegado a mi majada huyen-do de la nave de unos tesprotos y yo te lo en-comiendo a ti; obra como gustes, se precia deser tu suplicante.»

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Y Telémaco le contestó discretamente:«Eumeo, en verdad has dicho una palabra do-lorosa. ¿Cómo voy a recibir en mi casa a estehuésped? En cuanto a mí, soy joven y no confíoen mis brazos para rechazar a un hombre sialguien lo maltrata. Y en cuanto a mi madre, suánimo anda cavilando en su interior si perma-necerá junto a mí y cuidará de su casa por ver-güenza del lecho de su esposo y de las habladu-rías del pueblo, o si se marchará ya en pos delmás excelente de los aqueos que la pretenda yle ofrezca más riquezas.«Pero ya que ha llegado a tu casa, vestiré alforastero con manto y túnica, hermosos vesti-dos, y le daré afilada espada y sandalias parasus pies y le enviaré a donde su ánimo y su co-razón lo empujen. Pero si quieres, retenlo en lamajada y cuídate de él, que yo enviaré ropas ytoda clase de comida para que no sea gravosoni a ti ni a tus compañeros. Sin embargo, yo nola dejaría ir adonde están los pretendientes-pues tienen una insolencia en exceso insensa-

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ta-, no sea que le ultrajen y a mí me cause unapena terrible; es difícil que un hombre, aunquefuerte, tenga éxito cuando está entre muchos,pues éstos son, en verdad, más poderosos.»Y le dijo el sufridor, el divino Odiseo:«Amigo -puesto que me es permitido contestar-te-, mucho se me ha desgarrado el corazón alescuchar de vuestros labios cuántas obras inso-lentes realizan los pretendientes en el palaciocontra tu voluntad, siendo como eres. Dime site dejas dominar de buen grado o es que te odiala gente del pueblo, siguiendo una inspiraciónde la divinidad, o si tienes algo que reprochar atus hermanos, en los que un hombre suele con-fiar cuando surge una disputa por grande quesea. ¡Ojalá fuera yo así de joven -con los impul-sos que siento- o fuera hijo del irreprochableOdiseo u Odiseo en persona que vuelve des-pués de andar errante! -pues aún hay una partede esperanza-. ¡Que me corte la cabeza un ex-tranjero si no me convertía en azote de todosellos, presentándome en el megaron de Odiseo

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Laertíada! Pero si me dominaran por su núme-ro, solo como estoy, preferiría morir en mi pa-lacio asesinado antes que ver continuamenteestas acciones vergonzosas: maltratar a foraste-ros y arrastrar por el palacio a las esclavas, sa-car vino continuamente y comer el pan sin mo-tivo, en vano, para un acto que no va a tenercumplimiento».

Y Telémaco le contestó discretamente:«Forastero, te voy a hablar sinceramente. Nome es hostil todo el pueblo porque me odie, nitengo nada que reprochar a mis hermanos, enlos que un hombre suele confiar cuando surgeuna disputa, por grande que sea. Que el Croni-da siempre dio hijos únicos a nuestra familia:Arcisío engendró a Laertes, hijo único, y a Odi-seo lo engendró único su padre; a su vez Odi-seo, después de engendrarme sólo a mí, medejó en el palacio sin poder disfrutarme.«Ello es que cuantos nobles dominan en lasislas, Duliquio, Same y la Boscosa Zante, y

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cuantos mandan en la escarpada Itaca preten-den a mi madre y arruinan mi hacienda. Ella nose niega a este odioso matrimonio ni es capazde poner un término, así que los pretendientesconsumen mi casa y creo que pronto acabaránincluso conmigo mismo. Pero en verdad estoestá en las rodillas de los dioses.«Abuelo, tú marcha rápido y di a la prudentePenélope que estoy a salvo y he llegado de Pi-los. Entre tanto, yo permaneceré aquí y túvuelve después de darle a ella sola la noticia;que no se entere ninguno de los demás aqueos,pues son muchos los que maquinan la muertecontra mí.»Y tú le contestaste, porquero Eumeo, diciendo:«Lo sé, me doy cuenta, se lo ordenas a quien locomprende. Pero, vamos, vamos, dime -ycontéstame con verdad- si hago el mismo ca-mino para anunciárselo al desdichado Laertes,quien mientras tanto ha estado vigilando entrelamentos la labor de Odiseo y comía y bebíacon los esclavos cuando su ánimo le empujaba

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a ello. En cambio, ahora desde que tú mar-chaste a Pilos con la nave, dicen que ya ni comeni bebe ni vigila la labor, sino que permanecesentado entre llantos y se le seca la piel pegadaa los huesos.»Y Telémaco le contestó discretamente:«Es triste, pero lo dejaremos aunque nos duela,que si todo dependiera de los mortales, prime-ro elegiríamos el día del regreso del padre.Conque marcha con la noticia y no andes porlos campos en busca de Laertes. Ahora bien,dirás a mi madre que envíe a escondidas a ladespensera y pronto, pues ésta se lo puede co-municar al anciano.»Así dijo y apremió al porquero. Tomó éste lassandalias y atándolas a sus pies se dirigió haciala ciudad. No se le ocultó a Atenea que el por-quero Eumeo había salido de la majada y seacercó allí asemejándose a una mujer hermosay grande, conocedora de labores brillantes.Se detuvo a la puerta de la cabaña y se le apa-reció a Odiseo.

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Telémaco no la vio ni se percató -pues los dio-ses no se hacen visibles a todos los mortales-,pero la vieron Odiseo y los perros, aunque noladraron, sino que huyeron espantados entregruñidos a otra parte de la majada.Atenea hizo señas con sus cejas, diose cuenta eldivino Odiseo y salió de la habitación junto a lalarga pared del patio. Se puso cerca de ella yAtenea le dijo:«Hijo de Laertes, de linaje divino, Odiseo ricoen ardides; manifiesta ya tu palabra a tu hijo yno se la ocultes más, a fin de que preparéis lamuerte y Ker para los pretendientes y marchéisa la ínclita ciudad. Tampoco yo estaré muchotiempo lejos de ellos, pues estoy ansiosa deluchar.»Así dijo Atenea y lo tocó con su varita de oro.Primero puso en su cuerpo un manto bien lim-pio y una túnica, y aumentó su estatura y ju-ventud. Luego volvió a tornarse moreno, susmandíbulas se extendieron y de su mentón na-ció negra barba.

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Cuando hubo realizado esto, marchó Atenea yOdiseo se encaminó a la cabaña. Su hijo seasombró al verlo y volvió la vista a otro lado nofuera un dios, y hablándole dijo aladas pala-bras:«Forastero, ahora me pareces distinto de antes;tienes otros vestidos y tu piel no es la misma.En verdad eres un dios de los que poseen elvasto Olimpo. Sé benevolente para que te en-tregue en agradecimiento objetos sagrados ydones de oro bien trabajado. Cuídate de noso-tros.»Y le contestó el sufridor, el divino Odiseo:«No soy un dios -¿por qué me comparas con losinmortales?-- sino tu padre por quien sufresdolores sin cuento soportando entre lamentoslas acciones violentas de esos hombres.»Así hablando besó a su hijo y dejó que el llantocayera a tierra de sus mejillas, pues antes loestaba conteniendo, siempre inconmovible.Y Telémaco -aún no podía creer que era su pa-dre-, le dijo de nuevo contestándole:

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«Tú no eres Odiseo, mi padre, sino un demónque me hechiza para que me lamente con másdolores todavía, pues un hombre no sería capazcon su propia mente de maquinar esto si undios en persona no viene y le hate a su gusto yfácilmente joven o viejo. Que tú hace poco erasviejo y vestías ropas desastrosas, en cambioahora pareces un dios de los que poseen el vas-to cielo.»Y contestándole dijo Odiseo rico en ardides:« Telémaco, no está bien que no te admiresmuy mucho ni te alegres de que tu padre estéen casa. Ningún otro Odiseo te vendrá ya aquí,sino éste que soy yo, tal cual soy, sufridor demales, muy asendereado, y he llegado a losveinte años a mi patria. En verdad esto es obrade Atenea la Rapaz que me convierte en elhombre que ella quiere -pues puede-: unas ve-ces semejante a un mendigo y otras a un hom-bre joven vestido de hermosas ropas, que esfácil para los dioses que poseen el vasto cieloexaltar a un mortal o arruinarlo.»

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Así hablando se sentó, y Telémaco, abrazado asu padre, sollozaba derramando lágrimas. A losdos les entró el deseo de llorar y lloraban agu-damente, con más intensidad que los pájaros-pigargos o águilas de curvadas garras-, a quie-nes los campesinos han arrebatado las críasantes de que puedan volar. Así derramabanellos bajo sus párpados un llanto que dabalástima. Y se hubiera puesto el sol mientrassollozaban, si Telémaco no se hubiera dirigidoenseguida a su padre:«Padre mío, ¿en qué nave te han traído a Itacalos marineros?, ¿quiénes se preciaban de ser?,pues no creo que hayas llegado aquí a pie.»Y le contestó el sufridor, el divino Odiseo:«Desde luego, hijo, te voy a decir la verdad. Mehan traído los feacios, célebres por sus naves,quienes escoltan también a otros hombres quellegan hasta ellos. Me han traído dormido sobreel ponto en rápida nave y me han depositadoen Itaca, no sin entregarme brillantes regalos-bronce, oro en abundancia y ropa tejida-. Todo

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está en una gruta por la voluntad de los dioses.Así que por fin he llegado aquí por consejo deAtenea, para que decidamos sobre la muerte demis enemigos. Conque, vamos, enumérame alos pretendientes para que yo vea cuántos yquiénes son, que después de reflexionar en miirreprochable ánimo te diré si podemos enfren-tarnos a ellos nosotros dos sin ayuda, o busca-mos a otros.»Y Telérnaco le contestó discretamente:«Padre, siempre he oído la fama que tienes deser buen luchador con las manos y prudente entus resoluciones, pero has dicho algo extesiva-mente grande -¡me atenaza la admiración!-,pues no sería posible que dos hombres lucha-ran contra muchos y aguerridos.»Respecto a los pretendientes no son una dece-na ni sólo dos, sino muchas más. Enseguidasabrás su número: de Duliquio son cincuenta ydos jóvenes selectos -y le siguen seis es-cuderos-; de Same proceden veinticuatro hom-bres, de Zante veinte hijos de aqueos y de Itaca

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misma doce, todos excelentes, con quienesestán el heraldo Medonte, el divino aedo y dossiervos conocedores de los servicios del ban-quete. Si nos enfrentáramos a todos ellos mien-tras están dentro, temo que no podrías castigar-aunque hayas vuelto- sus violencias en formaamarga y terrible.»Pero si puedes pensar en alguien que nos de-fienda, dímelo, alguien que con ánimo amigonos sirva de ayuda.»Y le contestó el sufridor, el divino Odiseo:«Te to diré; ponlo en tu pecho y escúchame.Piensa si Atenea -en unión del padre Zeus- nospueden defender o tengo que pensar en otroaliado.»Y Telémaco le contestó discretamente:«Excelentes en verdad son los dos aliados deque me hablas, pues se apuestan arriba, entrelas nubes, y ambos dominan a los hombres y alos dioses inmortales.»Y le contestó el sufridor, el divino Odiseo:

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«Sí, en verdad no estarán mucho tiempo lejosde la fuerte lucha cuando la fuerza de Ares juz-gue en mi palacio entre los pretendientes y no-sotros. Pero tú marcha a casa al despuntar laaurora y reúnete con los soberbios pretendien-tes, que a mí me conducirá después el porquerobajo el aspecto de un mendigo miserable y vie-jo.«Si me deshonran en el palacio, que tu corazónsoporte el que yo reciba malos tratos, aunqueme arrastren por los pies hasta la puerta o in-cluso me arrojen sus dardos. Tú mira y aguan-ta, pero ordénales, eso sí, que repriman susinsensateces dirigiéndote a epos con palabrasdulces. Aunque no te harán caso, pues ya tie-nen a su lado el día de su destino. Te voy a de-cir otra cosa que has de poner en tus mientes:cuando Atenea, de muchos pensamientos, loponga en mi interior, te haré señas con la cabe-za; tú entonces calcula cuántas arenas guerrerashay en el mégaron y sube a depositarlas en lomás profundo de la habitación del piso de arri-

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ba. Cuando te pregunten los pretendientes an-siosamente, contéstales con suaves palabras:"Las he retirado del fuego, pues ya no se pare-cen a las que dejó Odiseo cuando marchó aTroya, que están manchadas hasta donde lasllega el aliento del fuego. Además el Cronidaha puesto en mi pecho una razón más impor-tante: no sea que os llenéis de vino y levantan-do una disputa entre vosotros, lleguéis a heri-ros mutuamente y a llenar de vergüenza elbanquete y vuestras pretensiones de matrimo-nio; que el hierro por sí sólo arrastra al hom-bre." Luego deja sólo para nosotros dos un parde espadas y otro de lamas y dos escudos paranuestros brazos, a fin de que los sorprendamosechándonos sobre ellos. Te voy a decir otra cosa-y tú ponla en tu interior-: si de verdad eres míoy de mi propia sangre, que nadie se entere deque Odiseo está en casa; que no lo sepa Laertesni el porquero, ni ninguno de los siervos ni si-quiera la misma Penélope, sino solos tú y yo.Conozcamos la actitud de las mujeres y pon-

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gamos a prueba a los siervos, a ver quién noshonra y quién no se cuida y te deshonra, siendoquien eres.»

Y contestándole dijo su ilustre hijo:«Padre, creo que de verdad vas a conocer micoraje -y enseguida-, pues no es precisamente lairreflexión lo que me domina. Pero, con todo,no creo que vayamos a sacar ganancia ningunode los dos. Te insto a que reflexiones, pues vasa recorrer en vano durante un tiempo los cam-pos para probar a cada hombre, mientras ellosdevoran tranquilamente en palacio nuestrosbienes, insolentemente y sin cuidarse de nada.Te aconsejo, por el contrario, que trates de co-nocer a las siervas, las que te deshonran y lasque te son inocentes. No me agradaría que fué-ramos por las majadas poniendo a prueba a loshombres; ocupémonos después de esto, si esque en verdad conoces algún presagio de Zeus,portador de égida.»

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Mientras así hablaban, arribó a Itaca la bientrabajada nave que había traído de Pilos aTelémaco y compañeros.Cuando éstos entraron en el profundo puerto,empujaron a la negra nave hacia el litoral y susvalientes servidores les llevaron las armas.Luego llevaron a casa de Clitio los hermososdones y enviaron un heraldo al palacio de Odi-seo para comunicar a Penélope que Telémacoestaba en el campo y había ordenado llevar lanave a la ciudad para que la ilustre reina nosintiera temor ni derramara tiernas lágrimas.Encontráronse el heraldo y el divino porqueropara comunicar a la mujer el mismo recado y,cuando ya habían llegado al palacio del divinorey, fue el heraldo quien habló en medio de lasesclavas.«Reina, tu hijo ha llegado.»Luego el porquero se acercó a Penélope y ledijo lo que su hijo le había ordenado decir.Cuando hubo acabado todo su encargo, se puso

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en camino hacia los cerdos abandonando lospatios y el palacio.

Los pretendientes estaban afligidos y abatidosen su corazón; salieron del mégaron a lo largode la pared del patio y se sentaron allí mismo,cerca de las puertas. Y Eurímaco, hijo de Pólibo,comenzó a hablar entre ellos:«Amigos, gran trabajo ha realizado Telémacocon este viaje; ¡y decíamos que no lo llevaría atérmino! Vamos, botemos una negra nave, lamejor, y reunamos remeros que vayan ensegui-da a anunciar a aquéllos que ya está de vueltaen casa.»No había terminado de hablar, cuando Anfí-nomo volviéndose desde su sitio, vio a la navedentro del puerto y a los hombres amainandovelas o sentados al remo. Y sonriendo suave-mente dijo a sus compañeros:«No enviemos embajada alguna; ya están aquí.O se lo ha manifestado un dios o ellos mismos

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han visto pasar de largo a la nave y no han po-dido alcanzarla.»Así dijo, y ellos se levantaron para encaminarsea la ribera del mar. Enseguida empujaron lanegra nave hacia el litoral y sus valientes servi-dores les llevaron las armas. Marcharon todosjuntos a la plaza y no permitieron que nadie,joven o viejo, se sentara a su lado. Y comenzó ahablar entre ellos Antínoo, hijo de Eupites:«¡Ay, ay, cómo han librado del mal los dioses aeste hombre! Durante días nos hemos apostadovigilantes sobre las ventosas cumbres, turnán-donos continuamente. Al ponerse el sol, nuncapasábamos la noche en tierra sino en el mar,esperando en la rápida nave a la divina Eos,acechando a Telémaco para sorprenderlo y ma-tarlo. Pero entre tanto un dios le ha conducidoa casa.Con que meditemos una triste muerte paraTelémaco aquí mismo y que no se nos escape,pues no creo que mientras él viva consigamoscumplir nuestro propósito, que él es hábil en

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sus resoluciones y el pueblo no nos apoya deltodo.«Vamos, antes de que reúna a los aqueos enasamblea..., pues no creo que se desentienda,sino que, rebosante de cólera, se pondrá en piepara decir a todo el mundo que le hemos tren-zado la muerte y no le hemos alcanzado. Y elpueblo no aprobará estas malas acciones cuan-do le escuche. ¡Cuidado, no vayan a causamosdaño y nos arrojen de nuestra tierra -y tenga-mos que marchar a país ajeno-! Conque apre-surémonos a matarlo en el campo lejos de laciudad, o en el camino. Podríamos quedarnoscon su bienes y posesiones repartiéndolas apartes iguales entre nosotros y entregar el pala-cio a su madre y a quien case con ella, para quese lo queden. Pero si estas palabras no os agra-dan, sino que preferís que él viva y posea todossus bienes patrios, no volvamos desde ahora areunirnos aquí para comer sus posesiones; quecada uno pretenda a Penélope asediándola conregalos desde su palacio, y quizá luego case ella

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con quien le entregue más y le venga desti-nado. »Así habló y todos quedaron en silencio. Enton-ces se levantó y les dijo Anfínomo, ilustre hijode Niso, el soberano hijo de Aretes (éste era deDuliquio, rica en trigo y pastos, y capitaneaba alos pretendientes; era quien más agradaba aPenélope por sus palabras, pues estaba dotadode buenas mientes)... Con sentimientos deamistad hacia ellos se levantó y dijo:«Amigos, yo al menos no desearía acabar conTelémaco, pues la raza de los reyes es terriblede matar. Así que conozcamos primero la deci-sión de los dioses. Si la voluntad del gran Zeuslo aprueba, yo seré el primero en matarlo y osincitaré a los demás, pero si los dioses tratan deimpedirlo, os aconsejo que pongáis término.»Así dijo Anfínomo y les agradó su palabra. Selevantaron al punto y se encaminaron a casa deOdiseo y llegados allí se sentaron en pulidossillones.

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Entonces Penélope decidió mostrarse ante lospretendientes, poseedores de orgullosa insolen-cia, pues se había enterado de que pretendíanmatar a su hijo en palacio -se lo había dicho elheraldo Medonte, que conocía su decisión. Sepuso en camino hacia el mégaron junto con sussiervas y cuando hubo llegado junto a los pre-tendientes, la divina entre las mujeres, se detu-vo junto a una columna del bien labrado techo,sosteniendo delante de sus mejillas un gruesovelo. Censuró a Antínoo, le dijo su palabra y lellamó por su nombre:«Antínoo, insolente, malvado; dicen en Itacaque eres el mejor entre tus compañeros en pen-samiento y palabra, pero no eres tal. ¡Ambicio-so!, por qué tramas la muerte y el destino paraTelémaco y no prestas atención a los suplican-tes, cuyo testigo es Zeus? No es justo tramar lamuerte uno contra otro. ¿Es que no recuerdascuando tu padre vino aquí huyendo por terroral pueblo, pues éste rebosaba de ira porque tupadre, siguiendo a unos piratas de Tafos, había

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causado daño a los tesprotos que eran nuestrosaliados? Querían matarlo y romperle el corazóny comerse su mucha hacienda, pero Odiseo selo impidió y los contuvo, deseosos como esta-ban. Ahora tú te comes sin pagar la hacienda deOdiseo, pretendes a su mujer y tratas de matara su hijo, produciéndome un gran dolor. Te or-deno que pongas fin a esto y se lo aconsejes alos demás.»

Y Eurímaco, hijo de Pólibo, le contestó:«Hija de Icario, prudente Penélope, cobra áni-mos. No te preocupes por esto. No existe niexistirá ni va a nacer hombre que ponga susmanos sobre tu hijo Telémaco, al menos mien-tras yo viva y vean mis ojos sobre la tierra.Además, te voy a decir otra cosa que se cum-plirá: pronto correría la sangre de ése por milanza pues también a mí Odiseo, el destructorde ciudades, sentándome muchas veces sobresus rodillas me ponía en las manos carne asaday me ofrecía rojo vino. Por esto Telémaco es

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para mí el más querido de los hombres y teruego que no temas su muerte al menos a ma-nos de los pretendientes; en cuanto a la queprocede de los dioses, ésa es imposible evitar-la.»Así habló para animarla, aunque también éltramaba la muerte contra Telémaco.Entonces Penélope subió al brillante piso dearriba y lloraba a Odiseo, su esposo, hasta queAtenea de ojos brillantes le puso dulce sueñosobre los párpados.El divino porquero llegó al atardecer junto aOdiseo y su hijo cuando éstos se preparaban lacena, después de sacrificar un cerdo de un año.Entonces Atenea se acercó a Odiseo Laertíada ytocándole con su varita le hizo viejo de nuevo yvistió su cuerpo de tristes ropas, para que elporquero no lo reconociera al verlo de frente yfuera a comunicárselo a la prudente Penélopesin poder guardarlo para sí.Telémaco fue el primero en dirigirle su palabra:

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«Ya has llegado, Eumeo: ¿qué se dice por laciudad? ¿Han vuelto ya los arrogantes preten-dientes de su emboscada, o todavía esperan aque yo vuelva a casa?»Y tú le contestaste, porquero Eumeo, diciendo:«No tenía yo que inquirir ni preguntar eso albajar a la ciudad. Mi ánimo me empujó a co-municar mi recado y volver aquí de nuevo.Pero se encontró conmigo un veloz enviado detus compañeros, un heraldo que habló a tu ma-dre antes que yo. También sé otra cosa, pues lahe visto con mis ojos: al volver para acá habíaya atravesado la ciudad -en el lugar donde estáel cerro de Hermes- cuando vi entrar en nuestropuerto una veloz nave; había en ella numerososhombres y estaba cargada de escudos y lanzasde doble punta. Pensé que eran ellos, pero no losé con certeza.»Así habló, y sonrió la sagrada fuerza de Telé-maco dirigiendo los ojos a su padre, evitando alporquero. Cuando habían acabado del trajin depreparar la comida, cenaron y su ánimo no se

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vio privado de un alimento proporcional. Y unavez que habían arrojado de sí el deseo de comery beber, volvieron su pensamiento al dormir yrecibieron el don del sueño.

CANTO XVIIODISEO MENDIGA ENTRE LOS PRETEN-DIENTESY cuando se mostró Eos, la que nace de la ma-ñana, la de los dedos de rosa, calzó Telémacobajo sus pies hermosas sandalias, el queridohijo del divino Odiseo, tomó la fuerte lanza quese adaptaba bien a sus manos deseando mar-char a la ciudad y dijo a su porquero:«Abuelo, yo me voy a la ciudad para que mevea mi madre, pues no creo que abandone lostristes lamentos y los sollozos acompañados delágrimas, hasta que me vea en persona. Así quete voy a encomendar esto: lleva a la ciudad aeste desdichado forastero para que mendigueallí su pan -el que quiera le dará un mendrugoy un vaso de vino-, pues yo no puedo hacerme

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cargo de todos los hombres, afligido como es-toy en mi corazón. Y si el forastero se encoleri-za, peor para él, que a mí me place decir ver-dad.»Y contestándole dijo el astuto Odiseo:«Amigo, tampoco yo quiero que me retengan.Para un pobre es mejor mendigar por la ciudadque por los campos -y me dará el que quiera-,pues ya no soy de edad para quedarme en lasmajadas y obedecer en todo a quien da lasórdenes y los encargos. Conque, marcha, que amí me llevará este hombre, a quien has orde-nado, una vez que me haya calentado al fuegoy haya solana. Tengo unas ropas que son terri-blemente malas y temo que me haga daño laescarcha mañanera, pues decís que la ciudadestá lejos.»Así dijo, y Telémaco cruzó la majada dandolargas zancadas; iba sembrando la muerte paralos pretendientes.Cuando llegó al palacio, agradable para vivir,dejó la lanza que llevaba junto a una elevada

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columna y entró en el interior, traspasando elumbral de piedra.La primera en verlo fue la nodriza Euriclea, queextendía cobertores sobre los bien trabajadossillones y se dirigió llorando hacia él. A su al-rededor se congregaron las demás siervas delsufridor Odiseo y acariciándolo besaban sucabeza y hombros.Salió del dormitorio la prudente Penélope, se-mejante a Artemis o a la dorada Afrodita, yechó llorando sus brazos a su querido hijo, lebesó la cabeza y los dos hermosos ojos y, entrelamentos, decía aladas palabras:«Has llegado, Telémaco, como dulce luz. Ya nocreía que volvería a verte desde que marchasteen la nave a Pilos, a ocultas y contra mi volun-tad, en busca de noticias de tu padre. Vamos,cuéntame cómo has conseguido verlo.»Y Telémaco le contestó discretamente:«Madre mía, no despiertes mi llanto ni con-muevas mi corazón dentro del pecho, ya que heescapado de una muerte terrible. Conque,

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báñate, viste tu cuerpo con ropa limpia, sube alpiso de arriba con tus esclavas y promete a to-dos los dioses realizar hecatombes perfectas,por si Zeus quiere llevar a cabo obras de repre-salia.«Yo marcharé al ágora para invitar a un foras-tero que me ha acompañado cuando volvía deallí. Lo he enviado por delante con mis divinoscompañeros y he ordenado a Pireo que lo llevea su casa y lo agasaje gentilmente y honre hastaque yo llegue.»Así habló, y a Penélope se le quedaron sin alaslas palabras. Así que se bañó, vistió su cuerpocon ropa limpia y prometió a todos los diosesrealizar hecatombes perfectas por si Zeus quer-ía llevar a cabo obras de represalia.

Entonces Telémaco atravesó el mégaron por-tando su lanza y le acompañaban dos veloceslebreles. Atenea derramó sobre él la gracia ytodo el pueblo se admiraba al verlo marchar. Ylos arrogantes pretendientes le rodearon di-

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ciéndole buenas palabras, pero en su interiormeditaban secretas maldades. Telémaco enton-ces evitó a la muchedumbre de éstos y fue asentarse donde se sentaban Méntor, Antifo yHaliterses, quienes desde el principio erancompañeros de su padre. Y éstos le pregunta-ban por todo. Se les acercó Pireo, célebre por sulanza, llevando al forastero a través de la ciu-dad hasta la plaza. Entonces Telémaco ya noestuvo mucho tiempo lejos de su huésped, sinoque se puso a su lado. Y Pireo le dirigió prime-ro aladas palabras:«Telémaco, envía pronto unas mujeres a micasa para que te devuelva los regalos que tehizo Menelao.»Y Telémaco le contestó discretamente:«Pireo, en verdad no sabemos cómo resultarátodo esto. Si los pretendientes me matan ocul-tamente en palacio y se reparten todos los bie-nes de mi padre, prefiero que tú te quedes conlos regalos y los goces antes que alguno deellos. Pero si consigo sembrar para éstos la

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muerte y Ker, llévalos alegre a mi casa, que yoestaré alegre.»Así diciendo condujo a casa a su asendereadohuésped. Cuando llegaron al palacio agradablepara vivir, dejaron sus mantos sobre sillas ysillones y se bañaron en bien pulimentadas ba-ñeras. Después que las esclavas les hubieronbañado, ungido con aceite y puesto mantos delana y túnicas, salieron de las bañeras y fuerona sentarse en sillas. Y una esclava derramó so-bre fuente de plata el aguamanos que llevabaen hermosa jarra de oro para que se lavaran, y asu lado extendió una mesa pulimentada. Y lavenerable ama de llaves puso comida sobre ellay añadió abundantes piezas, favoreciéndolasentre los que estaban presentes. Entonces lamadre se sentó frente a él, junto a una columnadel mégaron, se reclinó en un asiento y revolvíaentre sus manos suaves copos de lana. Y ellosecharon mano de los alimentos que tenían de-lante.

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Cuando habían arrojado de sí el deseo de co-mer y beber, comenzó a hablar entre ellos laprudente Penélope:«Telémaco, en verdad voy a subir al piso dearriba y acostarme en el lecho que tengo regadode lágrimas desde que Odiseo partió a Ilión conlos Atridas. Y es que no has sido capaz, antesde que los arrogantes pretendientes llegaran aesta casa, de hablarme claramente del regresode tu padre, si es que has oído algo.»Y Telémaco le contestó discretamente:«Madre, te voy a contar la verdad. Marchamosa Pilos junto a Néstor, pastor de su pueblo,quien me recibió en su elevado palacio y meagasajó gentilmente, como un padre a su hijorecién llegado de otras tierras después de largotiempo. Así de amable me recibió junto con susilustres hijos. Me dijo que no había oído nuncaa ningún humano hablar sobre Odiseo, vivo omuerto, pero me envió junto al Atrida Menelao,famoso por su lanza, con caballos y un carrobien ajustado. Allí vi a la argiva Helena, por

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quien troyanos y argivos sufrieron mucho porvoluntad de los dioses. Enseguida me preguntóMenelao, de recia voz guerrera, qué necesidadme había llevado a la divina Lacedemonia y yole conté toda la verdad.«Entonces, contestándome con su palabra, dijo:"¡Ay, ay! ¡Conque querían dormir en el lecho deun hombre intrépido quienes son cobardes!Como una cierva acuesta a sus dos recién naci-dos cervatillos en la cueva de un fuerte león ymientras sale a pastar en los hermosos valles,aquél regresa a su guarida y da vergonzosamuerte a ambos, así Odiseo dará vergonzosamuerte a aquéllos. ¡Padre Zeus, Atenea y Apo-lo, ojalá que siendo como cuando en la bienconstruida Lesbos se levantó para disputar yluchó con Filomeleides, lo derribó vio-lentamente y todos los aqueos se alegraron!Ojalá que con tal talante se enfrentara Odiseocon los pretendientes: corto el destino de todossería y amargas sus nupcias. En cuanto a lo queme preguntas y suplicas, no querría apartarme

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de la verdad y engañarte. Conque no te ocul-taré ni guardaré secreto sobre lo que me dijo elveraz anciano del mar. Este dijo que lo habíavisto sufriendo fuertes dolores en el palacio dela ninfa Calipso, quien lo retenía por la fuerza,y que no podía regresar a su tierra patria por-que no tenía naves provistas de remos ni com-pañeros que le acompañaran por el ancho lomodel mar. Así me dijo el Atrida Menelao, famosopor su lanza, y luego de acabar su relato regre-samos. Los inmortales me concedieron un vien-to favorable y me escoltaron velozmente hastami patria.»Así habló y conmovió el ánimo de Penélope.Entonces Teoclímeno, semejante a los dioses,comenzó a hablar entre ellos:«Esposa venerable de Odiseo Laertíada, enverdad él no sabe nada; escucha mi palabra,pues te voy a profetizar con veracidad y no voya ocultarte nada. ¡Sea testigo Zeus, antes quelos demás dioses, y la mesa de hospitalidad y elhogar del irreprochable Odiseo, al que he lle-

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gado, de que en verdad Odiseo ya está en sutierra patria, sentado o caminando, sabedor deestas malas acciones y sembrando la muertepara todos los pretendientes. Este es el augurioque yo observé, y me hice oír de Telémacomientras estaba en la nave de buenos bancos».Y le contestó la prudente Penélope:«Forastero, ¡ojalá se cumpliera esta tu palabra!Entonces conocerías mi amistad enseguida ynumerosos regalos de mí, hasta el punto de quecualquiera que contigo topara te llamaría di-choso.»Así hablaban unos con otros.Los pretendientes, por su parte, se complacíanarrojando discos y venablos ante el palacio deOdiseo, en el sólido pavimento donde acos-tumbraban, llenos de arrogancia. Pero cuandofue la hora de comer y les llegaron de todaspartes del campo los animales que les traían losde siempre, se dirigió a ellos Medonte (éste eraquien más les agradaba de los heraldos y solíaacompañarlos al banquete):

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«Mozos, una vez que todos habéis complacidovuestro ánimo con los juegos, dirigíos al palaciopara preparar el almuerzo, que no es cosa malayantar a su tiempo.»

Así habló y ellos se pusieron en pie y marcha-ron obedeciendo su palabra. Cuando llegaron ala bien edificada morada dejaron sus mantos ensillas y sillones y sacrificaron grandes ovejas ygordas cabras; sacrificaron cebones y un torodel rebaño para preparar su almuerzo.Entre tanto Odiseo y el divino porquero se dis-ponían a marchar del campo a la ciudad y co-menzó a hablar el porquero, caudillo de hom-bres:«Forastero, puesto que deseas marchar hoymismo a la ciudad, como recomendó mi sobe-rano (que yo, desde luego, preferiría dejartepara vigilar la majada, pero tengo respeto pormi amo y temo que me reprenda después y enverdad son duras las reprimendas de los amos),

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marchemos ya, pues el día está avanzado yquizá sea peor esperar a la tarde.»Y contestándole dijo el muy astuto Odiseo:«Lo sé, me doy cuenta, se lo dices a quien locomprende. Conque marchemos y tú sé mi gu-ía. Dame un bastón -si es que tienes uno corta-do- para que me apoye, pues decís que el cami-no es muy resbaladizo.»Así dijo y echó a sus hombros el sucio zurróndesgarrado por muchas partes, en el que habíauna correa retorcida. Entonces Eumeo le dio eldeseado bastón y se pusieron los dos en cami-no, quedando perros y pastores para guardar lamajada.Eumeo condujo hacia la ciudad a su soberano,que se asemejaba a un miserable y viejo mendi-go, que se apoyaba en su bastón y cubría sucuerpo con vestidos que daban pena. Cuandoen su marcha por el empinado sendero se en-contraban cerca de la ciudad y llegaron a unafuente labrada de hermosa corriente, a dondeiban por agua los ciudadanos (la habían cons-

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truido Itaco, Nerito y Polictor en el centro de unbosque de álamos negros que crecían con suagua; era completamente redonda y de lo altode una piedra caía agua fría, y encima de ellahabía un altar de las Ninfas, donde solían sacri-ficar todos los ciudadanos), allí se topó conellos Melantio, hijo de Dolio, que conducía lascabras, las que sobresalían entre todo el gana-do, para festín de los pretendientes; y con élmarchaban dos pastores.

Cuando los vio 1es reprendió de palabra yllamándolos por su nombre les dijo algo atroz einconveniente que hizo saltar el corazón deOdiseo:«Vaya, vaya, un desgraciado conduce a otrodesgraciado; es claro que dios siempre lleva a lagente hacia los de su calaña. ¿Adónde, misera-ble porquero, llevas a ese gorrón, a ese men-digo pegajoso, a ese aguafiestas? Arrimará loshombros a muchas puertas para rascarse mien-tras pide mendrugos, que no espadas ni calde-

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ros. Si me lo dieras a mí para vigilante de mimajada, para mozo de cuadra y para llevar bre-zos a mis chivos, quizá bebiendo leche de cabraecharía gordos muslos. Pero ahora que haaprendido esas malas artes no querrá ponerse atrabajar, que preferirá mendigar por el pueblo yalimentar su insaciable estómago. Conque tevoy a decir algo que se va a cumplir: si se acer-ca a la casa del divino Odiseo, sus tortillas vana romper muchas banquetas que lloverán sobresu cabeza desde las manos de esos hombres,pues va a ser su blanco por la casa.»Así habló, y al pasar a su lado, el insensato diouna patada a Odiseo en la cadera, aunque noconsiguió echarlo fuera del camino, sino queéste se mantuvo firme. Entonces Odiseo duda-ba entre arrancarle la vida saltando tras él conel palo o levantarle y tirarle de cabeza contra elsuelo, pero se aguantó- y se contuvo. El por-quero, en cambio, se encaró con él y le repren-dió, y levantando las manor suplicó así:

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«Ninfas de la fuente, hijas de Zeus, si algunavez Odiseo quemó en vuestro honor muslos decorderos o cabritos cubriéndolos con gordagrasa, cumplidme este deseo: que vuelva estehombre conducido por un dios. Seguro que élacabaría con toda la insolencia que ahora paseapor la ciudad, mientras malos pastores acabancon los ganados.»Y le contestó Melantio, el cabrero:«¡Ay, ay, qué cosa ha dicho este perro urdidorde intrigas! Me lo voy a llevar algún día lejos deItaca en negra nave de Buenos bancos para queme entreguen por él un buen precio, porque¡ojalá Apolo, el de arco de plaza, alcance hoymismo a Telémaco dentro del palacio o sucum-ba a manos de los pretendientes, lo mismo queOdiseo ha perdido en tierras lejanas el día de suregreso!»Así diciendo, los dejó caminando lentamente;en cambio, él se puso en camino y llegó ense-guida a la morada del rey. Entró y sentó entrelos pretendientes, frente a Eurímaco, pues a

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éste era a quien más estimaba. Pusieron junto aél una porción de carne los que servían y lavenerable ama de llaves le llevó pan y se lo dejóal lado para que lo comiera.Odiseo y el divino porquero se detuvieron ensu caminar; les llegaba el sonido de la sonoralira, pues Femio se había puesto a cantar paraellos. Entonces Odiseo tomó de la mano al por-quero y le dijo:«Eumeo, a lo que parece ésta es la hermosa mo-rada de Odiseo, pues se destaca tanto que se lapuede ver fácilmente entre otras muchas. Unaestancia sigue a la otra, su patio está cercadocon muro y cornisa y sus puertas bien firmesson de doble hoja. Ningún hombre podría ren-dirla por la fuerza. Me parece que muchoshombres se están banqueteando dentro, pues selevanta un olor a grasa y resuena la lira, a laque los dioses han hecho compañera del ban-quete.»Y contestando le dijiste, porquero Eumeo:

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«Con facilidad lo has percatado, que no eressandio tampoco en lo demás. Pero, vamos, pen-semos cómo actuar. Entra tú primero en laagradable morada y mézclate con los preten-dientes, que yo me quedaré aquí; o, si quieres,quédate tú y entraré yo primero. Pero no tequedes parado mucho tiempo, no sea que tevea alguien fuera y te tire algo o te eche. Esto esto que te aconsejo que consideres.»Y le contestó luego el sufridor, el divino Odi-seo:«Lo sé, me doy cuenta, se lo dices a quien com-prende. Con que marcha tú primero y yo mequedaré aquí, que ya sé lo que son golpes ypedradas. Mi ánimo es paciente, pues he sufri-do muchos males en el mar y la guerra; quevenga esto después de aquello. Cuando tieneapetito, no es posible acallar al maldito estóma-go que tantas desgracias suele acarrear a loshombres; por culpa suya incluso las bien enta-bladas naves se preparan para surcar el estéril

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mar portando la desgracia a hombres ene-migos.»Así hablaban entre sí. Entonces un perro queestaba tumbado enderezó la cabeza y las orejas,el perro Argos, a quien el sufridor Odiseo habíacriado, aunque no pudo disfrutar de él, puesantes se marchó a la divina Ilión. Al principio lesolían llevar los jóvenes a perseguir cabrasmontaraces, ciervos y liebres, pero ahora yacíadespreciado -una vez que se hubo ausentadoOdiseo- entre el estiércol de mulos y vacas queestaba amontonado ante la puerta a fin de quelos siervos de Odiseo se lo llevaran para abonarsus extensos campos. Allí estaba tumbado elperro Argos, lleno de pulgas. Cuando vio aOdiseo cerca, entonces sí que movió la cola ydejó caer sus orejas, pero ya no podia acercarsea su amo. Entonces Odiseo, que le vio desdelejos, se enjugó una lágrima sin que se percata-ra Eumeo y le preguntó:«Eumeo, es extraño que este perro esté tumba-do entre el estiércol. Su cuerpo es hermoso,

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aunque ignoro si, además de hermoso, erarápido en la carrera o, por el contrario, era co-mo esos perros falderos que crían los señorespor lujo.»Y contestándole dijiste, porquero Eumeo:«Este perro era de un hombre que ha muertolejos de aquí. Si su cuerpo y obras fueron comocuando lo dejó Odiseo al marchar a Troya,pronto lo admirarías al contemplar su rapidez yvigor, que nunca salía huyendo de ningunabestia en la profundidad del espeso bosquecuando la perseguía-pues también era muydiestro en seguir el rastro. Pero ahora lo tienevencido la desgracia, pues su amo ha perecidolejos de su patria y las mujeres no se cuidan deél; que los siervos, cuando los amos ya nomandan, no quieren hacer los trabajos que lescorresponden, pues Zeus, que ve a lo ancho,quita a un hombre la mitad de su valía cuandole alcanza el día de la esclavitud.»Así diciendo entró en la morada, agradablepara vivir, y se fue derecho por el mégaron en

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busca de los ilustres pretendientes. Y a Argos learrebató el destino de la negra muerte al ver aOdiseo después de veinte años.Telémaco, semejante a los dioses, fue el primeroen ver al porquero avanzar por la casa y ense-guida le hizo señas invitándole a ponerse a sulado. Eumeo echó una ojeada, tomó una ban-queta que estaba cerca (donde se solía sentar eltrinchante para repartir abundante carne entrelos pretendientes cuando se banqueteaban en elpalacio) y llevándoselo lo puso junco a la mesade Telémaco y se sentó. Entonces el heraldotomó una porción, sacó pan del canasto y se loofreció.Enseguida, detrás de Eumeo, entró en el patioOdiseo semejante a un miserable y viejo men-digo que se apoyaba en su bastón y cubría sucuerpo con ropas que daban pena, sentóse so-bre el umbral de madera de fresno dentro delas puertas y se apoyó en la jamba de maderade ciprés que un artesano había pulimentadohábilmente y enderezado con la plomada. Telé-

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maco llamó junto a sí al porquero y le dijomientras cogía un pan entero del hermoso ca-nasto y cuanta carne le cupo en las manos:«Lleva esto al forastero y ofréceselo, y aconséja-le que vaya recorriendo todos los pretendientesy les pida, que no es buena la vergüenza para elhombre necesitado.»Así dijo; echó a andar el porquero cuando hubooído su palabra y, poniéndose cerca, le dijoaladas palabras:«Forastero, Telémaco te entrega esto y te acon-seja que vayas recorriendo todos los preten-dientes y les pidas, que dice que no es buena lavergüenza para un hombre necesitado.»Y contestándole dijo el astuto Odiseo:«Soberano Zeus, ¡que Telémaco sea prósperoentre los hombres y obtenga todo cuanto an-hela en su corazón!»Así dijo; tomólo en sus dos manos y lo puso asus pies, sobre el sucio zurrón; y lo comió mien-tras cantaba el aedo en el palacio.

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Cuando lo había comido terminó el divino aedoy los pretendientes comenzaron a alborotar enel palacio.Entonces Atenea se puso cerca de Odiseo Laert-íada y lo apremió a que recogiera mendrugosentre los pretendientes y pudiera conocer quié-nes eran rectos y quiénes injustos, aunque niaun así iba a librar a ninguno de la muerte. Asíque se puso en marcha para mendigar de iz-quierda a derecha a cada uno de ellos, exten-diendo sus manos a todas partes como si fueraun mendigo de siempre. Los pretendientes ledaban compadecidos, se admiraban de él y sepreguntaban unos a otros quién podría ser y dedónde vendría. Entonces habló entre ellos Me-lantio, el cabrero:«Escuchadme, pretendientes de la ilustre reina,sobre este forastero, pues yo lo he visto ya ante-s. En realidad lo ha traído aquí el porquero,aunque no sé de cierto de dónde se precia deser su linaje.»Así dijo, y Antínoo reprendió al porquero:

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«Porquero ilustre, ¿por qué lo has traído a laciudad? ¿Es que no tenemos suficientes vaga-bundos, mendigos pegajosos, aguafiestas? ¿Oes que te parecen pocos los que se reúnen aquípara comer la hacienda de tu señor y has invi-tado también a éste?»Y contestándole dijiste, porquero Eumeo:«Antínoo, con ser noble no dices palabras jus-tas. Pues ¿quién sale a traer de fuera un foraste-ro como no sea uno de los servidores del pue-blo, un adivino, un curador de enfermedades oun trabajador de la madera, o incluso un aedoinspirado que complazca con sus cantos? Estossí, éstos son los hombres a quienes se invita avenir sobre la extensa tierra, pero nadie invitar-ía a un vagabundo a que le importune.«Y es que tú has sido siempre entre todos lospretendientes el más duro para con los siervosde Odiseo, y en especial para conmigo. Ahoraque a mí no me importa mientras me viva en elpalacio la prudente Penélope y Telémaco, se-mejante a los dioses.»

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Y Telémaco le contestó discretamente:«Calla, no me contestes a éste con tantas pala-bras. Antínoo acostumbra a provocar conti-nuamente con palabras duras e incluso incita alos demás.»Así dijo, y dirigió a Antínoo aladas palabras:«Antínoo, en verdad tu cuidas de mí como unpadre de su hijo al aconsejarme que arroje delpalacio al forastero con palabra tajante; que nocumpla dios esto. Toma algo y dáselo; no lo veocon malos ojos, sino que te ordeno que lohagas. Y no tengas temor por causa de mi ma-dre ni de ninguno de los siervos que hay en lacasa del divino Odiseo. Aunque creo que esotro pensamiento el que albergas en tu pecho,pues prefieres comer tú a destajo antes quedárselo a otro.»Y Antínoo le contestó y dijo:«¡Telémaco fanfarrón, incapaz de reprimir tuira, qué cosa has dicho! Si todos los pretendien-tes le dieran tanto como yo, su casa lo retendríadurante tres meses lejos de aquí.»

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Así dijo, y tomándolo de debajo de la mesa, leenseñó el escabel sobre el que apoyaba sus bri-llantes pies mientras se daba al banquete. Perotodos los demás le dieron y llenaron su zurrónde pan y carne. Iba ya Odiseo por el pavimentoa probar los regalos de los aqueos, cuando sedetuvo junto a Antínoo y le dijo su palabra:«Dame, amigo, que no me pareces el menosnoble de los aqueos, sino el más excelente, pueste asemejas a un rey. Por ello tienes que darmeincluso más comida que los demás y yo diré tunombre por la infinita tierra. También yo habitéen otro tiempo en casa rica y daba a menudo aun vagabundo así, de cualquier ralea que fueray cualquier cosa que llegara precisando. Teníamiles de esclavos y otras muchas cosas con lasque los hombres viven bien y se les llama ricos.Pero Zeus Cronida me arruinó -pues debió dequererlo así enviándome con unos errantespiratas a Egipto, camino largo, para que pere-ciera. Atraqué mis cuvadas naves en el ríoEgipto. Entonces ordené a mis leales compañe-

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ros que se quedaran junto a ellas para vigilarlasy envié espías a puestos de observación conorden de que regresaran, pero éstos, cediendo asu ambición, saquearon los hermosos camposde los egipcios, se llevaron a las mujeres y tier-nos niños y mataron a los hombres. Prontollegó el griterío a la ciudad, así que, al escuchar-lo, se presentaron al despuntar la aurora: llenó-se la llanura toda de gente de a pie y a caballo ydel estruendo del bronce. Zeus, el que goza conel rayo, indujo a mis compañeros a huir cobar-demente y ninguno se atrevió a dar el pecho.Por todas partes nos rodeaba la destrucción.Allí mataron con agudo bronce a muchos demis compañeros y a otros se los llevaron vivospara forzarlos a trabajar sus campos, pero a míme llevaron a Chipre y me entregaron a unforastero que dio con nosotros, a Dmator Jasi-da, quien gobernaba con fuerza en Chipre.Desde allí he llegado aquí después de sufrirdesgracias».

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Y Antínoo le contestó y dijo:«¿Qué dios nos ha traído aquí esta peste, estaruina del banquete? Quédate ahí en medio,lejos de mi mesa, no sea que tengas que volverenseguida al amargo Egipto y a Chipre, queeres un mendigo audaz y desvergonzado. Tepones ante éstos, uno tras otro, y todos te danatolondradamente, pues no tienen moderaciónni sienten compasión al regalar cosas ajenasque tienen en abundancia a su disposición.»Y le contestó retirándose el astuto Odiseo:«¡Ay, ay, que a tu gallardía no se añade tam-bién la cordura! En verdad, no darías ni siquie-ra sal de tu propia hacienda a quien se te acer-cara si, estando en casa ajena, no has podidotomar un poco de pan para darme, y eso quetienes en abundancia a tu disposición.»Así habló; Antínoo se irritó más aún en su co-razón y mirándole torvamente le dirigió aladaspalabras:

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«Ahora es cuando creo que no vas a retirartecon bien atravesando el mégaron, ya que estásinjuriándome.»Asi habló, y, tomando el escabel, se lo tiró alhombro derecho, acertándole en el extremo dela espalda. Odiseo se mantuvo en pie, firmecomo una roca, y el golpe de Antínoo no le hizoperder pie, pero movió la cabeza en silenciomeditando secretos males.Se retiró para sentarse en el umbral, dejó el bienlleno zurrón y comenzó a hablar a los preten-dientes:«Escuchadme, pretendientes de la ilustre reina,para que os diga lo que mi ánimo me ordenadentro del pecho. No es grande el dolor en lasentrañas ni la pena cuando un hombre es gol-peado luchando por sus posesiones, sus toros osus blancas ovejas. Pero Antínoo me ha gol-peado por causa del miserable estómago, elmaldito estómago que proporciona males sincuento a los hombres. Conque, si en verdadexisten dioses y Erinis de los mendigos, que el

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término de la muerte alcance a Antínoo antesde su matrimonio.»Y Antínoo hijo de Eupites, le replicó:«Siéntate a comer tranquilo, forastero, o lárgatea otra parte, no sea que los jóvenes te arrastrenpor el palacio, por lo que dices, asiéndote delpie o del brazo y te llenen todo de arañazos.»Asi habló, y todos ellos se indignaron sobre-manera. Y uno de los jóvenes orgullosos decíaasí:

«Antínoo, cruel, no has hecho bien en golpearal pobre vagabundo, si es que existe un dios enel cielo. Que los dioses andan recorriendo lasciudades bajo la forma de forasteros de otrastierras y con otros mil aspectos, y vigilan lasoberbia de los hombres o su rectitud.»Así le dijeron los pretendientes, pero él no pres-taba atención a sus palabras.Telémaco hacía crecer en su corazón un grandolor por su padre golpeado, pero no dejó caera tierra lágrima alguna de sus párpados, sino

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que movió la cabeza en silencio, meditandosecretos males.Cuando la prudente Penélope oyó que el foras-tero había sidó golpeado en el palacio dijo a sussiervas:«¡Ojalá Apolo, de ilustre arco, te alcance tam-bién a ti de esta forma!»Y la despensera Eurínome dijo:«¡Ojalá se diera cumplimiento a nuestras mal-diciones! Ninguno de éstos llegaría vivo hastala aurora de hermoso trono.»Y la prudente Penélope le dijo:«Tata, todos son enemigos, pues maquinanmaldades, pero Antínoo sobre todos se asemejaa una negra Ker. Ese pobre forastero vaga porla casa pidiendo a los hombres, pues le obligala pobreza; todos han llenado su zurrón y lehan dado, pero éste le ha alcanzado con un es-cabel en el hombro derecho.»Así hablaba ella con sus esclavas, sentada en eldormitorio, mientras comía el divino Odiseo.

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Entonces llamó junto a sí al divino porquero yle dijo:«Ve, divino Eumeo, y ordena al forastero quevenga para saludarlo y preguntarle si ha oídohablar sobre el sufridor Odiseo o lo ha visto consus ojos pues parece un hombre muy asende-reado. »Y tú le contestaste, porquero Eumeo, diciendo:«Reina, ojalá se callaran los aqueos; este sí quehechizaría tu corazón con lo que cuenta. Yo lohe tenido tres noches y tres días en mi cabaña(pues fue a mí a quien llegó primero despuésde huir de una nave), pero todavía no ha ter-minado de contarme sus desgracias. Comocuando un hombre contempla embelesado a unaedo que canta inspirado por los dioses y cono-ce versos deseables para los hombres -y éstosdesean escucharle sin cesar siempre que se po-ne a cantar-, así me ha hechizado éste sentadoen mi morada. Asegura que es huésped de Odi-seo por parte de padre y que habitaba en Creta,donde está el linaje de Minos. Ha llegado de allí

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sufriendo penalidades, después de mucho ro-dar, y afirma haber oído sobre Odiseo vivo ycercano, en el rico pueblo de los tesprotos; ytrae a casa numerosos tesoros.»Y le dijo la prudente Penélope:«Marcha, invítalo a venir aquí para que me locuente en persona. Que se diviertan éstos fuerao aquí en la casa, puesto que su ánimo está ale-gre: y es que sus bienes están intactos en supalacio; se los comen los siervos, en cambioellos vienen todos los días a nuestro palacio y,sacrificando toros y ovejas y gordas cabras, sebanquetean y beben el rojo vino sin mesura.Todo se está perdiendo, pues no hay un hom-bre como Odiseo para apartar de su casa estapeste. Si Odiseo llegara a su sierra patria haríapagar enseguida, junto con su hijo, las violen-cias de estos hombres.»Así habló, y Telémaco lanzó un gran estornudoy toda la casa resonó espantosamente. RiósePenélope y dirigió a Eumeo aladas palabras:

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«Marcha y haz venir frente a mí al forastero.¿No ves que mi hijo ha estornudado ante mispalabras? Por esto no puede dejar de cumplirsela muerte para todos los pretendientes; nadiepodrá alejar de ellos la muerte y las Keres. Voya decirte otra cosa que has de poner en tu inter-ior: si reconozco que todo lo que dice es cierto,le vestiré de túnica y manto, hermosos vesti-dos.»Así habló; marchó el porquero luego que huboescuchado su palabra y, poniéndose cerca, ledijo aladas palabras:

«Padre forastero, te llama la prudente Penélo-pe, la madre de Telémaco. Su ánimo la impulsaa preguntarte por su esposo, ya que ha sufridomuchas penas. Y si reconoce que todo lo que ledices es cierto, te vestirá de túnica y manto,cosas que más necesitas. También podrás ali-mentar tu vientre pidiendo comida por el pue-blo, y te dará quien lo desee.»Y le contestó el sufridor, el divino Odiseo:

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«Eumeo, contaría enseguida toda la verdad a lahija de Icario, a la prudente Penélope -pues sémuy bien sobre aquél y hemos recibido un in-fortunio semejante-, pero temo a la multitud delos terribles pretendientes, cuya soberbia y vio-lencia ha llegado al férreo cielo. Además, cuan-do ese hombre me hizo daño golpeándome alcruzar el salón -y sin hacer yo nada malo-, niTelémaco ni ningún otro me protegió. Por estoaconsejo a Penélope que se quede en sus habi-taciones -por mucho que desee salir- hasta lapuesta del sol. Pregúnteme entonces sobre eldía del regreso de su esposo, sentada muy cercadel fuego, pues tengo unos vestidos que danpena y bien lo sabes tú, que ya te supliqué antesque a nadie.»Así habló, y marchó el porquero cuando huboescuchado su palabra. Cuando atravesaba elumbral le dijo Penélope:« ¿No me lo traes, Eumeo? ¿Qué es lo que hapensado el vagabundo? ¿Es que tiene muchomiedo de alguien o se avergüenza por otros

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motivos de cruzar la casa? Malo es un vaga-bundo vergonzoso.»Y tú le contestaste, porquero Eumeo, diciendo:«Ha hablado como le corresponde y dice lo quepensaría cualquier otro que quiere evitar lasoberbia de esos hombres altivos. Conque teaconseja que esperes hasta la puesta del sol. Yes que será para ti mucho mejor, reina, queestés sola cuando dirijas tu palabra al forasteroo le escuches.»Y le contestó la prudente Penélope:«No piensa como insensato el forastero, seacomo fuere, pues entre los mortales hombres nohay quienes maquinen semejantes maldades,llenos de arrogancia.»Así habló ella, y el divino porquero marchóhacia la multitud de los pretendientes, una vezque le hubo manifestado todo. Luego dirigió aTelémaco aladas palabras, manteniendo cercasu cabeza para que no se enteraran los demás:«Amigo, yo me marcho a vigilar los cerdos ytodo aquello, tu sustento y el mío. Ocúpate tú

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aquí de todo. Antes que nada mira por tu segu-ridad y piensa la forma de que no te pase nada,que muchos de los aqueos andan meditandomales. ¡Ojalá los destruya Zeus antes de quenos llegue la desgracia!»Y Telémaco le contestó discretamente:«Así será, abuelo. Márchate después de meren-dar pero vuelve al amanecer y trae hermosasvíctimas, que yo y los inmortales nos cuidare-mos de todo esto.»Así habló; el porquero se sentó de nuevo sobrela bien pulida banqueta y después de saciar suapetito con comida y bebida se puso en marchahacia los cerdos, abandonando el patio y elmégaron lleno de comensales.Y éstos gozaban con la danza y el canto, puesya había caído la tarde.

CANTO XVIIILOS PRETENDIENTES VEJAN A ODISEO

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En esto llegó un mendigo del pueblo que solíapedir por la ciudad de Itaca y sobresalía por suvientre insaciable, por comer y beber sin parar.No tenía vigor ni fortaleza, pero su cuerpo eragrande al mirarlo. Su nombre era Arneo, que selo puso su soberana madre el día de su naci-miento, pero todos los jóvenes le llamaban Iro,porque solía ir de correveidile cuando alguiense lo mandaba. Cuando llegó, empezó a perse-guir a Odiseo por su casa y le insultaba dicien-do aladas palabras:«Viejo, sal del pórtico, no sea que te arrastrepor el pie. ¿No has oído que todos me hacenguiños incitándome a que te arrastre? Yo, sinembargo, siento vergüenza. Conque levántate,no sea que nuestra disputa llegue a las manos.»

Y mirándole torvamente dijo el muy astutoOdiseo:«Desgraciado, ni te hago daño alguno ni te diri-jo la palabra, y no siento envidia de que alguiente dé, aunque recojas muchas cosas. Este um-

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bral tiene cabida para los dos y no tienes porqué envidiar lo ajeno. Me pareces un vagabun-do como yo y son los dioses los que dan fortu-na. Pero no me provoques a luchar, no sea queme irrites y, con ser viejo, te empape de sangreel pecho y los labios. Así tendría más tranquili-dad para mañana, pues no creo que volvieraspor segunda vez al palacio de Odiseo Laertía-da.»Y el vagabundo Iro le contestó airado:«¡Ay, ay, qué deprisa habla este gorrón que separece a una vieja ennegrecida por el hollín! Yeso que podría yo pensar en dañarle golpeán-dolo con las dos manos y arrancar todos losdientes de sus mandíbulas, como los de un cer-do devorador de mieses, y tirarlos al suelo.Ponte el ceñidor para que todos vean que lu-chamos; aunque ¿cómo podrías luchar con unhombre más joven?»Así es como se iban encolerizando sobre el pu-limentado pavimento, delante de las elevadaspuertas. La sagrada fuerza de Antínoo oyó a los

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dos y sonriendo dulcemente dijo a los pre-tendientes:«Amigos, nunca hasta ahora nos había tocadoen suerte una diversión como la que dios nosha traído a esta casa. El forastero e Iro estánincitándose mutuamente a llegar a las manos.Así que empujémosles enseguida.»Así dijo y todos comenzaron a reírse; rodearona los andrajosos mendigos y les dijo Antínoo,hijo de Eupites:« Escuchadme, ilustres pretendientes, mientrasos hablo. Hay en el fuego unos vientres de ca-bra, éstos que hemos dejado para la cenallenándolos de grasa y de sangre. El que venzade los dos y resulte más fuerte podrá levantarseél mismo y coger el que quiera. Además, podráparticipar siempre de nuestro banquete y nopermitiremos que ningún otro mendigo se nosacerque a pedir.»Así dijo Antínoo y les agradó su palabra. En-tonces el astuto Odiseo les dijo con intencionesengañosas:

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«Amigos, no es posible que un viejo luche conun hombre más joven, sobre todo si está abru-mado por el infortunio, pero el perverso vientreme empuja a que sucumba ante sus golpes.Conque, vamos, juradme todos con firme jura-mento que nadie prestará ayuda a Iro y megolpeará con mano pesada injustamente,haciéndome sucumbir ante éste por la fuerza.»Así dijo, y todos juraron como les había pedido.Así que cuando habían completado su juramen-to dijo entre ellos la sagrada fuerza de Teléma-co:«Forastero, si tu corazón y tu valeroso ánimo teempujan a defenderte de éste, no temas a nin-guno de los aqueos, pues tendrá que lucharcontra muchos más quien te mate. Yo soy quiente hospeda y los dos reyes Antínoo y Eurímaco,ambos discretos, aprueban mis palabras.»Así dijo, y todos asintieron. Así que Odiseociñó sus miembros con los andrajos y dejó aldescubierto unos muslos grandes y hermosos y

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al descubierto quedaron sus anchos hombros,su torso y sus pesados brazos.Entonces Atenea se puso a su lado y fortaleciólos miembros del pastor de su pueblo. Todoslos pretendientes se asombraron muy mucho yuno decía así al que tenía al lado:«Pronto este Iro va a dejar de ser Iro y tener ladesgracia que se ha buscado; ¡menudos muslosdeja ver el viejo a través de sus andrajos!»Así decían, y el corazón le dio un vuelco a Irode mala manera. Pero aun así los escuderos leciñeron y arrastraron a la fuerza atemorizado. Ysus carnes le temblaban en todo el cuerpo. En-tonces Antínoo le dijo su palabra y le llamó porsu nombre:«¡Ojalá no existieras, fanfarrón, ni hubieras na-cido si tanto tiemblas y temes a éste, a un viejoabrumado por el infortunio que le ha alcanza-do! Pero te voy a decir algo que se va a cumplir:Si éste te vence y resulta más fuerte, te meteréen negra nave y te enviaré al continente, al reyEqueto, azote de todos los mortales, para que te

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corte la nariz y las orejas con cruel bronce yarrancando tus miembros se los arroje a los pe-rros para que se los coman crudos.»

Así dijo, el temblor se apoderó todavía más desus miembros y lo arrastraron hacia el medio. Ylos dos extendieron sus brazos.Entonces, el sufridor, el divino Odiseo, dudóentre derribarlo de forma que su alma le aban-donara al caer o derribarlo suavemente y ex-tenderlo en el suelo. Y mientras así dudaba lepareció más ventajoso derribarlo suavementepara que los aqueos no sospecharan nada. Asíque levantando ambos los brazos, Iro golpeó aOdiseo en el hombro derecho y Odiseo golpeóel cuello de Iro bajo la oreja y rompió por de-ntro sus huesos. Al punto bajó por su boca lanegra sangre y cayó al suelo gritando. Pateabacontra el suelo y hacía rechinar sus dientes, ylos ilustres pretendientes levantaron sus manosy se morían de risa. Entonces Odiseo le asió porel pie y lo arrastró a lo largo del pórtico hasta

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llegar al patio y las puertas de la galería. Lodejó sentado contra la cerca del patio, le puso elbastón entre las manos y le dirigió aladas pala-bras:«Quédate ahí sentado para espantar a cerdos yperros, y no pretendas ser jefe de forasteros ymendigos, miserable como eres, no sea que tebusques un mal todavía mayor.»Así diciendo echó a sus hombros el suciozurrón rasgado por muchas partes, en el quehabía una correa retorcida, volvió al umbral yse sentó. Los pretendientes entraron riéndosesuavemente y le felicitaban con sus palabras, yuno de los jóvenes arrogantes decía así:«Forastero, que Zeus y los demás dioses inmor-tales te concedan lo que más desees y sea caro atu corazón, pues has hecho que este insaciabledeje de vagabundear por el pueblo. Pronto lollevaremos al continente, al rey Equeto, azotede todos los mortales.»Así decían y el divino Odiseo se alegró con elpresagio. Entonces Antínoo le puso al lado un

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gran vientre lleno de grasa y sangre. TambiénAnfínomo puso a su lado dos panes que tomóde la cesta, le ofreció vino en copa de oro y dijo:«Salud, padre forastero; que seas rico y feliz enel futuro, pues ahora estás envuelto en nume-rosas desgracias.»

Y contestándole dijo el muy astuto Odiseo:«Anfínomo, de verdad que me pareces discreto,siendo hijo de tal padre, pues he oído la famaque tiene Niso de Duliquia de ser gallardo yrico. Dicen que eres hijo de éste y pareces hom-bre discreto. Por eso te voy a decir algo-préstame atención y escúchame-: nada cría latierra más endeble que el hombre de cuantosseres respiran y caminan por ella. Mientras losdioses le prestan virtud y sus rodillas son ági-les, cree que nunca en el futuro va a recibirdesgracias; pero cuando los dioses felices leotorgan miserias, incluso éstas tiene que sopor-tarlas con ánimo paciente contra su voluntad.Pues el pensamiento de los hombres terrenos

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cambia con cada día que nos trae el padre dehombres y dioses. También en otro tiempo yoestuve a punto de ser rico y feliz entre los hom-bres, pero cometí numerosas violencias cedien-do a mi fuerza y poder por confiar en mi padrey mis hermanos. Por esto ningún hombre debeser nunca injusto, sino retener en silencio losdones que los dioses le hagan.«Estoy viendo a los pretendientes maquinaracciones semejantes, trasquilando los bienes ydeshonrando a la esposa de un hombre que, teaseguro, no estará ya mucho tiempo lejos de lossuyos y su patria, por el contrario, está cerca.Conque ¡ojalá un dios te saque de aquí y lleve acasa para no tener que enfrentarte con aquél eldía que regrese a su tierra patria!; que creo nova a ser sin sangre la contienda entre él y lospretendientes, cuando haya entrado en suhogar.»Así habló, después de hacer libación bebió eldelicioso vino y volvió a depositar la copa enmanos del conductor de su pueblo. Éste

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marchó por el palacio acongojado en su co-razón moviendo la cabeza, pues ya veía en suinterior la perdición. Pero ni aun así consiguióescapar a la muerte, que también a éste sujetóAtenea bajo los brazos de Telémaco para quesucumbiera con fuerza a su lanza.Y volvió a sentarse en el sillón de donde se hab-ía levantado.Entonces la diosa de ojos brillantes, Atenea,puso en la mente de la hija de Icario, la pruden-te Penélope, la idea de aparecer ante los pre-tendientes, a fin de que ensanchara aún más elcorazón de éstos y resultara aún más respetableque antes a los ojos de su esposo e hijo. Sonriósin motivo, dijo su palabra a la despensera y lallamó por su nombre:«Eurínome, mi ánimo desea, aunque nuncaantes lo deseó, mostrarme ante los pretendien-tes por odiosos que me sigan siendo. Voy adecir a mi hijo una palabra que quizá le resulteprovechosa: que no se mezcle con los preten-

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dientes, quienes le hablan bien, pero por detrásle piensan mal.»Y Eurínome, la despensera, le dirigió su pala-bra:«Sí, todo esto lo dices como te corresponde,hija. Conque ve y di a tu hijo tu palabra y nadale ocultes, pero antes lava tu cuerpo y pinta tusmejillas. No vayas con el rostro tan empapadode llanto, que es cosa mala andar siempre entrepenas. Tu hijo es ya tan grande como pedías alos inmortales verlo, cubierto de barba.»Y le contestó la prudente Penélope:«Eurínome, no digas, por más que te cuides demí, que lave mi cuerpo y unja mis mejillas conaceite, que los dioses que ocupan el Olimpo mearrebataron la belleza el día que aquél semarchó en las cóncavas naves. Pero dile aAutónoe e Hipodamia que vengan, a fin de queme acompañen por el palacio. No quiero pre-sentarme sola ante hombres, pues siento ver-güenza.»

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Así dijo, y la anciana atravesó el mégaron paradar el recado a las mujeres y apremiarlas a quemarcharan.Entonces Atenea, la diosa de ojos brillantes,concibió otra idea: derramó sobre la hija deIcario dulce sueño y ésta echóse a dormir en lamisma silla y todos los miembros se le afloja-ron. Entretanto, la divina entre las diosas leotorgó dones inmortales para que los aqueos seadmiraran al verla. En primer lugar limpió suhermoso rostro con la belleza inmortal con quesuele adornarse Citerea, de linda corona, cuan-do comparte el deseable coro de las Gracias.También la hizo más alta y más fuerte a la vistay la hizo más blanca que el marfil tallado. Rea-lizado esto, sè alejó la divina entre las diosas yllegaron del mégaron las siervas de blancosbrazos, acercándose con vocerío.Entonces abandonó el sueño a Penélope, frotóselas mejillas con sus manos y dijo:«¡Qué blando letargo ha cubierto mis sufri-mientos! Ojalá la casta Artemis me proporcio-

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nara una muerte así de blanda ahora mismo,para no seguir consumiendo mi vida con co-razón acongojado en la nostalgia de las muchasvirtudes de mi marido, pues era el más excelen-te de los aqueos.»

Así diciendo, abandonó el brillante piso dearriba, pero no sola, que la acompañaban dossiervas. Cuando llegó juntó a los pretendientesla divina entre las mujeres se detuvo junto auna columna del ricamente labrado techo, sos-teniendo ante sus mejillas un grueso velo. Yuna diligente sierva se colocó a cada lado. Lasrodillas de los pretendientes se debilitaron allímismo -pues había hechizado su corazón con eldeseo--- y todos desearon acostarse junto a ellaen la cama.Entonces se dirigió a Telémaco, su querido hijo:«Telémaco, ya no tienes voluntad ni juicio fir-mes. Cuando eras niño regías tus intereses aúnmejor que ahora; en cambio, ahora que eresgrande y has alcanzado la medida de la juven-

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tud -y eso que cualquiera pensaría que eres hijode un hombre rico mirando tu talla y hermosu-ra, un ser de otro sitio-, y no tienes voluntad nijuicio como es debido. ¡Qué acción es esta quese ha producido en el palacio...!, y tú que haspermitido que se ultrajara a este forastero...¿Qué pasaría si un huésped alojado en nuestropalacio recibiera este doloroso trato? Seguroque la vergüenza y el escarnio de las gentesserían para ti.»Y Telémaco le contestó discretamente:«Madre mía, no me voy a indignar porque teirrites conmigo, que pienso en mi interior y sémuy bien cada cosa, lo bueno y lo malo, aun-que hasta ahora he sido todavía un niño. Perono puedo pensar en todo con discreción, puesme asustan éstos que se sientan a mi lado ma-quinando maldades y yo no tengo quien meayude. El altercado entre el forastero e Iro se haproducido no por voluntad de los pretendien-tes, sino porque aquél era más vigoroso.

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«¡Ojalá -por Zeus padre, Atenea y Apolo- quelos pretendientes inclinaran su cabeza venci-dos, en el patio los unos, dentro de la casa losotros, y se les aflojaran los miembros de lamisma forma que el desdichado Iro está ahorasentado con la cabeza gacha, semejante a unborracho, sin poder tenerse en pie ni volver acasa, pues sus miembros están flojos.»Así se decían uno a otro. Y Eurímaco se dirigióa Penélope con palabras:« Hija de Icario, prudente Penélope, si te con-templaran todos los aqueos de Argos de Yaso,serían muchos más los pretendientes que sebanquetearan desde el amanecer en vuestropalacio, pues sobresales entre las mujeres portu forma y talla y por el juicio que tienes dentrobien equilibrado.»Y le contestó luego la prudente Penélope:«Eurímaco, en verdad han destruido los inmor-tales mis cualidades -forma y cuerpo-, el día enque los aqueos se embarcaron para Ilión, y conellos estaba mi esposo Odiseo. Si al menos vi-

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niera él y cuidara mi vida, mayor sería mi glo-ria y yo más bella, pero estoy afligida, pues sontantos los males que la divinidad ha agitadocontra mí. Cuando marchó Odiseo aban-donando su tierra patria, me tomó de la manoderecha por la muñeca y me dijo: "Mujer, nocreo que vuelvan incólumes de Troya todos losaqueos de buenas grebas, que dicen que lostroyanos son buenos luchadores, tanto lanzan-do el venablo como las flechas o montando enveloces caballos, los cuales pueden decidirrápidamente una gran contienda cuando estáequilibrada. Por esto, no sé si va a librarme dioso perecerá en la misma Troya. Cuida tú aquí detodo; presta atención a mis padres en el palaciocomo ahora, o todavía más, cuando yo esté le-jos. Cuando veas que mi hijo ya tiene barba,cásate con quien desees y abandona tu casa."Así dijo aquél y todo se está cumpliendo. Lle-gará la noche en que el odioso matrimonio sal-ga al encuentro de esta desgraciada a quienZeus ha quitado la felicidad. Pero me ha llega-

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do al corazón esta terrible aflicción: no suele serasí -al menos antes no lo era- el compor-tamiento de los pretendientes que quieren cor-tejar a una mujer noble, hija de un hombre rico,rivalizando entre sí; suelen llevar vacas y ricoganado para festín de los amigos de la novia yentregar a ésta brillantes presentes, pero nocomerse sin pagar una hacienda ajena.»Así habló, y se llenó de alegría el sufridor, eldivino Odiseo porque trataba de arrancar rega-los y hechizar sus corazones con blandas pala-bras, mientras su mente revolvía otras inten-ciones.

Entonces Antínoo, hijo de Eupites, se dirigió aella:«Hija de Icario, prudente Penélope, recibe losdones que quieran traerte los aqueos -pues noes bueno rechazar un regalo-, que nosotros noiremos a trabajo ni a parte alguna hasta que tedesposes con el mejor de los aqueos.»

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Así habló Antínoo y les agradó su palabra. Asíque cada uno envió a un heraldo para que tra-jera presentes. A Antínoo le trajo su heraldo ungran peplo hermoso, bordado y con doce bro-ches todos de oro encajados en sus bien dobla-das corchetas. A Eurímaco le trajo enseguidaun collar adornado de oro, engarzado conámbar, como un sol. Sus siervos le llevaron aEuridamente dos pendientes con tres perlas,grandes como moras, que despedían una graciasin cuento. De casa de Pisandro, el soberanohijo de Polictor, trajo un siervo una gargantilla,hermoso adorno. Cada uno de los aqueos llevósu hermoso regalo. Entonces subió la divinaentre las mujeres al piso superior y a su lado lassiervas portaban los hermosísimos presentes.Los pretendientes se entregaron a la danza y aldeseable canto y esperaron a que llegara la tar-de, y cuando estaban gozando se les echó en-cima la oscura tarde. Entonces colocaron tresparrillas en el palacio para que les alumbraran,y en ellas madera seca, muy seca, reseca, recién

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cortada con el bronce, y la mezclaron con teas.Y las siervas del sufridor Odiseo se alternabanpara alumbrar. Entonces les dijo el mismo hijode los dioses, el muy astuto Odiseo:«Siervas de Odiseo, señor vuestro largo tiempoausente, marchad a las habitaciones de la vene-rable reina y moved la rueca junto a ella y di-vertidla sentadas en su estancia, o cardad coposde lana en vuestras manos, que yo me quedaréaquí para ofrecer luz a todos éstos. Aunquequieran aguardar a Eos, de hermoso trono, nome rendirán, que tengo mucho aguante.»Así dijo, y ellas se echaron a reír mirándoseunas a otras. Entonces empezó a censurarle conpalabras de reproche Melanto de lindas mejillas(la había engendrado Dolio, pero la crió Pené-lope y la cuidaba como a una hija y le daba ju-guetes, pero ni aun así sentía lástima en su co-razón por Penélope, sino que solía acostarse yhacer el amor con Eurímaco). Ésta, pues, re-prendió a Odiseo con palabras ultrajantes:

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« Desgraciado forastero, estás tocado en tusmientes; no quieres ir a dormir a casa del herre-ro ni al albergue público, sino que te quedasaquí y hablas mucho con audacia, en medió detantos hombres, sin sentir miedo en tu corazón.Seguro que el vino se ha apoderado de tus en-trañas, o quizá siempre es así tu juicio y dicessandeces. Acaso estás fuera de ti por vencer aIro, el vagabundo? Cuidado, no se levante con-tra ti alguien más fuerte que Iro y, golpeándoteen la cabeza con pesadas manos, te arrastrefuera del patio manchado de sangre.»Y mirándola torvamente, le dijo el muy astutoOdiseo:«Perra, voy a ir a contar a Telémaco lo que estásdiciendo, para que te corte en pedazos.»Así diciendo, espantó a las mujeres con suspalabras y se pusieron en camino por el palacio,y sus miembros estaban flojos por el terror,pues pensaban que había dicho la verdad. En-tonces Odiseo se puso junto a las parrillas ar-dientes para alumbrarlos y dirigía su mirada a

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todos ellos, pero su corazón revolvía dentro delpecho lo que no iba a quedar sin cumplimiento.Y Atenea no permitió que los esforzados pre-tendientes contuvieran del todo los escarniosque laceran el corazón, para que el dolor sehundiera todavía más en el ánimo de OdiseoLaertíada. Así que Eurímaco, hijo de Pólibo,comenzó a hablar ultrajando a Odiseo -y pro-dujo risa a sus compañeros:«Escuchadme, pretendientes de la famosa rein-a, mientras os digo lo que mi corazón me orde-na dentro del pecho. Este hombre ha llegado acasa de Odiseo no sin la voluntad de los dioses,que me parece que la luz de las antorchas salede su misma cabeza, pues no le queda ni unsolo pelo.»

Así dijo, y luego se dirigió a Odiseo, destructorde ciudades:«Forastero, ¿querrías servirme como jornalero,si te acepto, en el extremo del campo (y tu jor-nal será suficiente), para construir cercas y

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plantar elevados árboles? Te ofrecería comidatodo el año y te daría ropa y calzado para tuspies. Aunque ahora que has aprendido malasartes no querrás ponerte al trabajo, sino mendi-gar por el pueblo para alimentar tu insaciableestómago.»Y le contestó diciendo el muy astuto Odiseo:«Eurímaco, si tú y yo rivalizáramos en el traba-jo durante el verano, cuando los días son lar-gos, en la siega del heno y yo tuviera una biencurvada hoz y tú otra igual para ponernos altrabajo sin comer hasta el crepúsculo -y hubierahierba-, o si hubiera dos bueyes que arrear, losmejores bueyes, rojizos y grandes, saciadosambos de heno, de igual edad y peso, nadaendebles de fortaleza, y hubiera un campo decuatro fanegas y cediera el terrón al arado...,entonces verías si soy capaz de tirar un surcobien derecho.«Lo mismo digo si hoy mismo el Cronida mo-viera guerra en algún lado y tuviera yo escudoy un par de lanzas y un yelmo de bronce bien

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ajustado a mis sienes; ibas a verme enzarzadoentre los primeros combatientes y no mentaríasmi estómago para ultrajarme. Pero eres arro-gante y tu corazón es duro. Te crees grande ypoderoso porque frecuentas la compañía degente pequeña y villana, pero si viniera Odiseode vuelta a su tierra patria, pronto estas puer-tas, con ser sobremanera anchas, te iban a resul-tar estrechas cuando trataras de salir huyendo através del pórtico.»Así dijo, y Eurímaco se encolerizó más todavía,y mirándole torvamente le dirigió aladas pala-bras:«Ah, desgraciado, pronto voy a producirte da-ño por lo que dices en presencia de tantoshombres sin sentir miedo en tu corazón. Seguroque el vino se ha apoderado de tus entrañas oquizá siempre es así tu juicio y dices sandeces.¿Acaso estás fuera de ti por haber vencido a Iro,el vagabundo?»Así diciendo, cogió el escabel, pero Odiseo fuea sentarse junto a las rodillas de Anfínomo de

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Duliquia por temor a Eurímaco, y éste alcanzóal escanciador en el brazo derecho. La jarracayó al suelo con estrépito y el copero se des-plomó boca arriba gritando.Los pretendientes alborotaron en el sombríopalacio y uno decía así al que tenía cerca:«¡Ojalá el forastero éste hubiera muerto en otraparte antes de venir! Así no habría organizadotal alboroto. Ahora, en cambio, estamos pe-leándonos por culpa de unos mendigos y nohabrá placer en el magnífico festín, pues estávenciendo lo peor.»Y la divina fuerza de Telémaco habló entreellos:« Desdichados, estáis enloquecidos y ya nopodéis ocultar más tiempo los efectos de la co-mida y bebida. Sin duda os empuja un dios.Conque marchaos a casa a dormir ahora que oshabéis banqueteado bien, cuando os lo ordeneel ánimo, que yo no empujaré a nadie.»Así dijo, y todos clavaron los dientes en suslabios y se admiraban de Telémaco porque hab-

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ía hablado audazmente. Entonces Anfínomo,ilustre hijo de Niso, el soberano hijo de Aretes,se levantó entre ellos y dijo:«Amigos, que nadie se moleste por lo dicho tanjustamente, tocándole con palabras contrarias.No maltratéis tampoco al forastero ni a ningu-no de los esclavos del palacio del divino Odi-seo. Conque, vamos, que el copero haga unaprimera libación, por orden, en las copas, paraque una vez realizada marchemos a casa adormir. En cuanto al forastero, dejémoslo en elpalacio de Odiseo al cuidado de Telémaco, yaque es a su casa donde ha llegado.»Así dijo y a todos les agradó su palabra. Elhéroe Mulio, heraldo de Duliquio, mezcló vinoen la crátera -era siervo de Anfínomo- y, puestoen pie, repartió vino a todos. Éstos libaron enhonor de los dioses felices con delicioso vino y,cuando habían hecho la libación y bebido cuan-to quiso su ánimo, se pusieron en camino, cadauno a su casa, para dormir.

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CANTO XIXLA ESCLAVA EURICLEA RECONOCE AODISEOEn cambio, el divino Odiseo se quedó en el pa-lacio ideando, con la ayuda de Atenea, la muer-te contra los pretendientes, y de súbito dijo aTelémaco aladas palabras:«Telémaco, es preciso que lleves adentro todaslas armas y que, cuando los pretendientes lasechen de menos y pregunten, los engañes conestas suaves palabras: "Las he retirado del fue-go, pues ya no se parecen a las que dejó Odiseocuando marchó a Troya, que están ennegreci-das hasta donde les ha alcanzado el aliento delfuego. Además, un demón ha puesto en miinterior una razón más poderosa: no sea que osllenéis de vino y, levantando disputa entre vo-sotros, lleguéis a heriros unos a otros y a llenarde vergüenza el convite y vuestras pretensionesde matrimonio; que el hierro por sí solo arrastraal hombre"».

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Así dijo; Telémaco obedeció a su padre, y lla-mando a su nodriza Euriclea le dijo:«Tata, reténme a las mujeres dentro de las habi-taciones del palacio mientras transporto a ladespensa las magníficas armas de mi padre alas que el humo ennegrece, pues están descui-dadas por la casa mientras mi padre está ausen-te; que yo era hasta hoy un niño pequeño, peroahora quiero transportarlas para que no lesllegue el aliento del fuego.»Y le respondió su nodriza Euriclea:« Hijo, ¡ojalá hubieras adquirido ya prudenciapara cuidarte de la casa y guardar todas tusposesiones! Pero ¿quién portará entonces la luza tu lado?, pues no dejas salir a las esclavas;quienes podrían alumbrarte.»Y Telémaco le contestó discretamente:«El forastero, éste, pues no permitiré que estéocioso el que toca mi vasija, aunque haya veni-do de lejos.»

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Así dijo, y a ella se le quedaron sin alas las pa-labras. Así que cerró las puertas de las habita-ciones, agradables para vivir.Entonces se apresuraron Odiseo y su resplan-deciente hijo a llevar adentro los cascos y losabollados escudos y las agudas lanzas, y pordelante Palas Atenea hacía una luz hermosísi-ma con una lámpara. Y Telémaco dijo de pron-to a su padre:«Padre, es una gran maravilla esto que veo conmis ojos: las paredes del palacio y los hermososintercolumnios y las vigas de abeto y las co-lumnas que las soportan arriba se muestran amis ojos como si fueran de fuego encendido.Seguro que algún dios de los que poseen elancho cielo está dentro.»Y le respondió y dijo el muy astuto Odiseo:«Calla y reténlo en tu pensamiento, y no pre-guntes; ésta es la manera de obrar de los diosesque poseen el Olimpo. Pero acuéstate, que yome quedaré aquí para provocar todavía más a

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las esclavas y a tu madre; ella me preguntarásobre cada cosa entre lamentos.»

Así dijo, y Telémaco, iluminado por las brillan-tes antorchas, se puso en camino a través delpalacio hacia el dormitorio donde solía acostar-se cuando le llegaba el dulce sueño. Tambiénentonces se acostó allí y aguardaba a Eos divi-na. En cambio el divino Odiseo se quedó en elmégaron ideando, con la ayuda de Atenea, lamuerte contra los pretendientes.Entonces salió de su dormitorio la prudentePenélope semejante a Artemis o a la doradaAfrodita. Le habían colocado junto al hogar elsillón bien labrado con marfil y plata dondesolía sentarse. Lo había fabricado en otro tiem-po el artífice Icmalio y, unido a él, había puestopara los pies un escabel sobre el que se echabauna gran piel. Allí se sentó la discreta Penélopey llegaron del mégaron las esclavas de blancosbrazos; retiraron el abundance pan y las mesasy copas donde bebían los arrogantes varones, y

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arrojaron al suelo el fuego de las parriIlasamontonando sobre él mucha leña para quehubiera luz y para calentar. Entonces Melantoreprendió a Odiseo por segunda vez:«Forastero, ¿es que incluso ahora, por la noche,vas a importunar dando vueltas por la casa yespiar a las mujeres? Vete afuera, desdichado, ycontente con la comida, o vas a salir afuera en-seguida, aunque sea alcanzado por un tizón.»Y mirándola torvamente le dijo el muy astutoOdiseo:«Desdichada, ¿por qué te diriges contra mí conánimo irritado? ¿Acaso porque voy sucio y vis-to mi cuerpo con ropa miserable y pido limosnapor el pueblo? La necesidad me empuja; así sonlos mendigos y los vagabundos. También yo enotro tiempo habitaba feliz mi próspera casaentre los hombres y muchas veces daba a unvagabundo, de cualquier ralea que fuese, cual-quier cosa que precisara al llegar. Y eso quetenía innumerables esclavos y muchas otrascosas con las que la gente vive bien y se la lla-

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ma rica. Pero Zeus Cronida me las arrebató,pues así lo quiso. Por esto, ¿cuidado, mujer!, nosea que algún día también tú pierdas toda lahermosura por la que ahora, desde luego, bri-llas entre las esclavas: no vaya a ser que tu se-ñora se irrite y enfurezca contigo, o llegue Odi-seo, pues aún hay una parte de esperanza. Y siéste ha perecido y no es posible que regrese, sinembargo ya tiene, por voluntad de Apolo, unhijo como Telémaco a quien ninguna de lasmujeres del palacio le pasa inadvertida si esinsensata, pues ya no es tan joven.»

Así dijo: le escuchó la prudence Penélope yrespondió a la esclava, le habló y la llamó porsu nombre:«¡Atrevida, perra desvergonzada!, no se meoculta que cometes una mala acción que pa-garás con tu cabeza. Sabías -pues me lo hasoído a mí misma- que iba a preguntar al foras-tero en mis habitaciones acerca de mi esposo,pues estoy afligida intensamente.»

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Así dijo, y luego se dirigió a la despenseraEurínome:«Eurínome, trae ya una silla y sobre ella unapiel para que se siente y diga su palabra el fo-rastero y escuche la mía. Quiero interrogarle.»Así dijo; ésta llevó enseguida una pulimentadasilla y sobre ella extendió una piel donde sesentó después el sufridor, el divino Odiseo. Yentre ellos comenzó a hablar la prudente Pené-lope:«Forastero, esto es lo primero que quiero pre-guntarte: ¿quién de los hombres eres y dedónde? ¿Donde están tu ciudad y tus padres?Y le respondió y dijo el muy astuto Odiseo:«Mujer, ninguno de los mortales sobre la in-mensa tierra podría censurarte, pues en verdadtu gloria llega al ancho cielo como la de unirreprochable rey que, reinando con terror a losdioses sobre muchos y valerosos hombres, sus-tenta la justicia y produce la negra tierra trigo ycebada y se inclinan los árboles por el fruto, ylas ovejas paren robustas y el mar proporciona

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peces por su buen gobierno, y el pueblo espróspero bajo su cetro. Con todo, hazme cual-quier otra pregunta en tu casa, pero no me pre-guntes por mi linaje y tierra patria, no sea quecargues más mi espíritu de penas con el re-cuerdo. En verdad soy muy desgraciado, perono está bien sentarse en casa ajena a gemir ylamentarse -que es cosa mala sufrir siempre sindescanso-, no sea que alguna de las esclavas seenoje contra mí -o tú misma- y diga que derra-mo lágrimas por tener la mente pesada por elvino.»

Y le respondió la prudente Penélope:«Forastero, en verdad los inmortales destruye-ron mis cualidades -figura y cuerpo- el día enque los argivos se embarcaron para Ilión y en-tre ellos estaba mi esposo, Odiseo. Si al menosvolviera él y cuidara de mi vida, mayor sería migloria y yo más bella. Pero ahora estoy afligida,pues son tantos los males que la divinidad haagitado contra mí; pues cuantos nobles domi-

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nan sobre las islas, en Duliquio y Same, y laboscosa Zante, y los que habitan en la mismaItaca, hermosa al atardecer, me pretenden con-tra mi voluntad y arruinan mi casa. Por esto nome cuido de los huéspedes ni de los suplicantesy tampoco de los heraldos, los ministros públi-cos, sino que en la nostalgia de Odiseo se con-sume mi corazón. Éstos tratan de apresurar laboda, pero yo tramo engaños. Un dios me ins-piró al principio que me pusiera a tejer un velo,una tela sutil e inacabable, y entonces les dije:"Jóvenes pretendientes míos, puesto que hamuerto el divino Odiseo, aguardad mi bodahasta que acabe un velo -no sea que se me des-truyan inútiles los hilos-, un sudario para elhéroe Laertes, para cuando le alcance el destinofatal de la muerte de largos lamentos; no vaya aser que alguna entre el pueblo de las aqueas seirrite contra mí si es enterrado sin sudario elque tanto poseyó." Así les dije, y su ánimo ge-neroso se dejó persuadir. Entonces hilaba sinparar durance el día la gran tela y la deshacía

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durante la noche, poniendo antorchas a mi la-do. Así engañé y persuadí a los aqueos durantetres años, pero cuando llegó el cuarto y se su-cedieron las estaciones en el transcurrir de losmeses -y pasaron muchos días-, por fin me sor-prendieron por culpa de mis esclavas -¡perras,que no se cuidan de mi!- y me reprendieron consus palabras. Así que tuve que terminar el veloy no voluntariamente, sino por la fuerza.

«Ahora no puedo evitar la boda ni encuentroya otro ardid. Mis padres me impulsan a ca-sarme y mi hijo se indigna cuando devorannuestra riqueza, pues se da cuenta, que ya esun hombre muy capaz de guardar su casa yZeus le da gloria. Pero, con todo, dime tu linajey de dónde eres, pues seguro que no has nacidode una encina de antigua historia ni de un pe-ñasco.»Y le respondió y dijo el muy astuto Odiseo:«Venerable mujer de Odiseo Laertíada, ¿no vasa dejar de preguntarme sobre mi linaje? Te lo

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voy a contar aunque me vas a hacer un regalode penas todavía más numerosas que las queme cercan -pues ésta es la costumbre cuandoun hombre está ausente de su patria durantetanto tiempo como yo, errante por muchas ciu-dades de mortales soportando males, pero aunasí te voy a contestar a lo que me preguntas einquieres. Creta es una tierra en medio del pon-to, rojo como el vino, hermosa y fértil, rodeadade mar. En ella hay numerosos hombres, in-numerables, y noventa ciudades en las que semezclan unas y otras lenguas. En ellas están losaqueos y los magnánimos eteocretenses, enellas los cidones y los dorios divididos en trestribus, y los divinos pelasgos. Entre estas ciu-dades está Cnossós, una gran urbe donde reinódurante nueve años Minos, confidente del granZeus, padre de mi padre el magnánimo Deuca-lión. Éste nos engendró a mí y al soberanoIdomeneo, quien, juntamente con los Atridas,marchó a Ilión en las corvas naves. Mi ilustrenombre es Etón y soy el más joven, que él es

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mayor y más valiente. Allí fue donde vi a Odi-seo y le di los dones de hospitalidad, pues lohabía llevado a Creta la fuerza del viento cuan-do se dirigía hacia Troya, después de apartarlode las Mareas. Había atracado en Amniso, cercade donde está la gruta de Ilitia, en un puertodifícil, escapando a duras penas a las tormen-tas. Enseguida subió a la ciudad y preguntó porIdomeneo, pues decía que era su huésped que-rido y respetado. Era la décima o la undécimaaurora desde que había partido con sus cónca-vas naves hacia Ilión. Yo lo llevé a palacio y leprocuré digna hospitalidad; le honré gentil-mente con la abundancia de cosas que había enla casa y tanto a él como a sus compañeros lesdi harina a expensas del pueblo y rojo vino quereuní, y bueyes para sacrificar, a fin de que sa-ciaran su apetito.

«Allí permanecieron doce días los divinosaqueos, pues soplaba Bóreas, el viento impe-tuoso, y no dejaba estar de pie sobre el suelo

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-algún funesto demón lo había levantado-, peroal decimotercero cayó el viento y se dieron a lamar.»Amañaba muchas mentiras al hablar, semejan-tes a verdades, y mientras ella le oía le corríanlas lágrimas y se le consumía el cuerpo. Lomismo que en las altas montañas se derrite lanieve a la que funde Euro después que Céfiro lahace caer -y cuando está fundida los ríos au-mentan su curso-, así se fundían sus hermosasmejillas vertiendo lágrimas por su marido, queestaba a su lado.Odiseo sentía piedad por su mujer cuando so-llozaba, pero los ojos se le mantuvieron firmescomo si fueran de cuerno o hierro, inmóviles enlos párpados. Y ocultaba sus lágrimas con en-gaño. De nuevo le contestó con palabras y dijo:«Forastero, ahora quiero probar si de verdadalbergaste en tu palacio a mi esposo, comoafirmas, junto con sus compañeros, semejantesa los dioses. Dime cómo eran los vestidos quecubrían su cuerpo y cómo era él mismo, y

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háblame de sus compañeros, los que le segu-ían.»Y le respondió y dijo el muy astuto Odiseo:«Mujer, es difícil decirlo después de tan largaseparación, pues ya hace veinte años quemarchó de allí y dejó mi patria, pero aun así telo diré como mi corazón me lo pinta. El divinoOdiseo tenía un manto purpúreo de lana, man-to doble que sujetaba un broche de oro conagujeros dobles y estaba bordado por delante:un perro sujetaba entre las patas delanteras aun cervatillo moteado y lo miraba fijamenteforcejear. Y esto es lo que asombraba a todos,que, siendo de oro, el uno miraba al cervatillomientras lo ahogaba y el otro, deseando esca-par, forcejeaba con los pies. También vi alrede-dor de su cuerpo una túnica resplandeciente ycomo binza de cebolla seca; ¡tan suave era ybrillante como el sol! Muchas mujeres la con-templaban con admiración. Pero te voy a deciruna cosa que has de poner en tu interior: no sési Odiseo rodeaba su cuerpo con ellas ya en

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casa o se las dio, al marchar sobre la veloz nave,alguno de sus compañeros o tal vez inclusoalgún huésped (ya que Odiseo era amigo paramuchos), pues pocos entre los aqueos eran se-mejantes a él.«También yo le di una broncínea espada y unmanto doble, hermoso, purpúreo, y una túnicaorlada, y lo despedí respetuosamente sobre sunave de sólidos bancos. Le acompañaba unheraldo un poco mayor que él, de quien tam-bién te voy a decir cómo era exactamente: caídode hombros, negra la tez, rizado el cabello y denombre Euribates. Odiseo le honraba por enci-ma de sus otros compañeros porque le concebíapensamientos ajustados.»Así dijo, y a ella se le levantó aún más el deseode llorar al reconocer las señales que le habíadicho Odiseo con exactitud. Y luego que sehubo saciado del gemido de abundantes lágri-mas le respondió con palabras y dijo:«Forastero, aunque ya antes eras digno decompasión, ahora vas a ser querido y respetado

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en mi palacio, pues yo misma le di esas vesti-duras que dices -las traje dobladas de la des-pensa y les puse un broche resplandecientepara que fuera un adorno para él; pero ya no lorecibiré nunca de vuelta en casa, pues con fu-nesto destino marchó Odiseo en cóncava navepara ver la maldita Ilión, que no hay que nom-brar.»

Y la respondió y dijo el muy astuto Odiseo:«Mujer venerada de Odiseo Laertíada, ya nodesfigures más tu hermoso cuerpo ni consumastu espíritu lamentando a tu esposo. Aunque ennada te he de reprender, pues cualquier mujerse lamenta de haber perdido a su legítimo es-poso con quien ha engendrado hijos uniéndoseen amor, aunque sea distinto de Odiseo, dequien dicen que era semejante a los dioses. Perodeja de gemir y atiende a mi palabra, pues tevoy a hablar sinceramente y no lo voy a ocultarque ya he oído acerca del regreso de Odiseo,que está cerca y vivo en el rico pueblo de los

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tesprotos. También trae muchos y maravillososbienes que ha mendigado por el pueblo, peroha perdido a sus leales compañeros y la cónca-va nave en el ponto, rojo como el vino, cuandovenía de la isla de Trinaquía, pues estaban ai-rados contra él Zeus y Helios, porque sus com-pañeros había matado las vacas de éste. Así quetodos ellos perecieron en el alborotado ponto,pero a él lo empujó el oleaje sobre la quilla desu nave hacia tierra firme, hacia la tierra de losfeacios, que han nacido cercanos a los dioses.Éstos le honraron de corazón como a un dios yle dieron muchas cosas, y querían llevarlo ellosmismos a su patria sano y salvo. Podría estaraquí Odiseo hace mucho tiempo, pero a suánimo le pareció más ventajoso marchar portierra para reunir mucha riqueza. Así es comosobresale Odiseo por su mucha astucia entre losmortales hombres y ningún otro mortal podríarivalizar con él. Así me lo decía Fidón, el rey delos tesprotos, y juró delante de mí mientrashacía libación en su casa, que había echado su

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nave al mar y estaban dispuestos los compañe-ros que iban a llevarlo a su tierra patria, pero amí me envió antes, pues marchaba casualmenteuna nave de Tesprotos a Duliquio, rica en trigo.Y me mostró cuantas riquezas había reunidoOdiseo; podrían alimentar a otro hombre hastala décima generación: ¡tantos tesoros tenía de-positados en el palacio del rey! También medijo que Odiseo había marchado a Dodona paraescuchar la voluntad de Zeus, el que habla des-de la divina encina de elevada copa, para ente-rarse si debía volver a las claras u ocultamentea su tierra patria, después de tantos años deausencia. Así pues, él está a salvo y vendrámuy pronto, no permaneciendo ya largo tiem-po lejos de los suyos y de su tierra patria.«Sin embargo, te haré un juramento: sea testigoZeus antes que nadie, el más excelso y podero-so de los dioses, y el Hogar del irreprochableOdiseo, al que he llegado, que todo esto secumplirá como yo digo; durante este mismo

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año vendrá Odiseo, cuando se haya acabadoeste mes y comenzado el siguiente.»Y se dirigió a él la prudente Penélope:«Forastero, ¡ojalá llegara a cumplirse esa pala-bra! Rápidamente conocerías mi amistad y mu-chos regalos de mi parte, hasta el punto de quecualquiera que contigo topara te llamaría di-choso. Pero mis presentimientos son -y así su-cederá precisamente- que ni Odiseo volverá yaa casa ni tú lograrás conseguir una escolta,puesto que no hay en la casa jefes como eraOdiseo entre los hombres -si es que alguna vezexistió-para dar escolta y recibir a sus venera-bles huéspedes. Vamos, siervas, lavadlo y po-nedle un lecho, mantas y sábanas resplande-cientes, y así, bien caliente, le llegue Eos de tro-no de oro. Al amanecer lavadle y ungidle y quese ocupe de comer sentado en la sala junto aTelémaco. Será doloroso para aquel de los pre-tendientes que, por envidia, llegara a molestar-lo. Ninguna otra acción llevará a cabo aquí de-ntro, aunque se irrite terriblemente. ¿Cómo

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podrías saber, forastero, que aventajo a las de-más mujeres en inteligencia y consejo si comie-ras en el palacio sucio, vestido miserablemente?Los hombres son de corta vida; para quien escruel y tiene sentimientos crueles piden todoslos mortales tristezas en el futuro mientras vi-va, y una vez que está muerto todos le insultan.En cambio, el que es irreprochable y tiene sen-timientos irreprochables... la fama de éste lallevan sus huéspedes a todos los hombres. Ymuchos lo llaman noble.»Y le respondió y dijo el muy astuto Odiseo:«Mujer venerable de Odiseo Laertíada, las man-tas y las resplandecientes sábanas me disgustandesde el día en que dejé los nevados montes deCreta marchando sobre la nave de largos re-mos. Me voy a acostar como antes, cuandodormía noches insomnes, pues ya he descansa-do muchas noches en lecho miserable aguar-dando a Eos, de hermoso trono. Tampoco sonagradables a mi ánimo los baños de pies; nin-guna mujer tocará mi pie de las que te son ser-

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vidoras en el palacio, si no hay alguna muyanciana y de sentimientos fieles que haya so-portado en su ánimo tantas cosas como yo. Aésa no le impediría tocar mis pies.»Y se dirigió a él la prudente Penélope:«Huésped, amigo, pues jamás ha Ilegado a micasa ningún hombre tan sensato de entre loshuéspedes de lejanas tierras; con qué sabiduríadices todo, con qué discreción. Tengo una an-ciana que alberga en su mente decisiones dis-cretas, la que alimentó y crió a aquel desdicha-do recibiéndolo en sus brazos cuando lo pariósu madre. Ésta te lavará los pies, aunque estámuy débil. Conque, vamos, levántate ensegui-da, prudente Euriclea, y lava al compañero enedad de tu soberano. También estarán así lospies y manos de Odiseo, pues los mortales en-vejecen enseguida en medio de la desgracia.»Así dijo; la anciana se ocultaba con las manos elrostro y derramaba calientes lágrimas, y dijolastimera palabra:

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«¡Ay, hijo mío, que no tenga yo remedios parati...! Con tener el ánimo temeroso de los dioses,Zeus to ha odiado más que a los demás hom-bres, que jamás mortal alguno quemó tantospingües muslos para Zeus, el que se alegra conel rayo, ni excelentes hecatombes como tú lehas ofrecido con la súplica de poder llegar auna ancianidad feliz y poder alimentar a unhijo ilustre. En cambio sólo a ti to ha privadodel brillante día del regreso. Tal vez se burlentambién así de aquél las esclavas de hospeda-dores de lejanas tierras cuando llegue al magní-fico palacio de alguno, como se burlan de titodas estas perras a las que no permites que telaven para evitar el escarnio y numerososoprobios. A mí, sin embargo, me lo ordena lahija de Icario, la prudente Penélope, aunque nocontra mi voluntad. Por esto te lavaré los pies,por la propia Penélope y a la vez por ti mismo,pues se me conmueve dentro el ánimo con tuspenas. Pero, vamos, atiende ahora a una pala-bra que to voy a decir: muchos forasteros infor-

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tunados han venido aquí, pero creo que jamáshe visto a ninguno tan parecido a Odiseo en elcuerpo, voz y pies, como tú.»Y le respondió y dijo el muy astuto Odiseo:«Anciana, así dicen cuantos nos han visto consus ojos, que somos parecidos el uno al otro,como tú misma dices dándote cuenta.»Así dijo; la anciana tomó un caldero relucientey le lavaba los pies; echó mucha agua fría ysobre ella derramó caliente. Entonces Odiseo sesentó junto al hogar y se volvió rápidamentehacia la oscuridad, pues sospechó enseguidaque ésta, al cogerlo, podría reconocer la cicatrizy sus planes se harían manifiestos. La ancianase acercó a su soberano y lo lavaba. Y ensegui-da reconoció la cicatriz que en otro tiempo lehiciera un jabalí con su blanco colmillo cuandofue al Parnaso en compañía de Autólico y sushijos, el padre ilustre de su madre, que sobre-salía entre los hombres por el hurto y el jura-mento. Se lo había concedido el dios Hermes,pues en su honor quemaba muslos de corderos

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y cabritos en agradecimiento y éste le asistíabenévolo. Cuando Autólico fue a la opulentapoblación de Itaca, se encontró a un hijo reciénnacido de su hija. Euriclea lo puso sobre susrodillas cuando había terminado de cenar y lehabló y llamó por su nombre:«Autólico busca tú mismo un nombre para elhijo de tu hija, pues muy deseado es para ti.»Y a su vez respondió Autólico y dijo:«Yerno e hija mía, ponedle el nombre que voy adecir. Ya que he llegado hasta aquí enfadadocon muchos hombres y mujeres a través de lafértil tierra, que su nombre epónimo sea Odi-seo. Y cuando en la plenitud de la juventudllegue a la gran casa materna, al Parnaso dondetengo las riquezas, yo le daré de ellas y lo des-pediré contento.»Por esto había marchado Odiseo, para que lediera espléndidos regalos. Autólico y los hijosde Autólico le acogieron cariñosamente con lasmanos y con dulces palabras. Y la madre de sumadre, Anfitea, abrazó a Odiseo y le besó la

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cabeza y hermosos ojos. Autólico ordenó a susgloriosos hijos que dispusieran la comida yéstos escucharon al que se lo mandaba. Ense-guida llevaron un toro de cinco años, lo deso-llaron, prepararon y dividieron todo; lo partie-ron habilidosamente, lo clavaron en asadores ydespués de asarlo cuidadosamente distri-buyeron los panes. Así que comieron durantetodo el día, hasta que se puso el sol, y nadiecarecía de un bien distribuido alimento. Ycuando el sol se puso y cayó la noche, se acos-taron y recibieron el don del sueño.

Tan pronto como se mostró Eos, la hija de lamañana, la de dedos de rosa; salieron de cacer-ía los perros y los mismos hijos de Autólico, yentre ellos iba el divino Odiseo. Ascendieron alelevado monte Parnaso, vestido de selva, y en-seguida llegaron a los ventosos valles. El solcaía sobre los campos cultivados recién salidode las plácidas y profundas corrientes de Océa-no, cuando llegaron los cazadores a un valle.

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Delante de ellos iban los perros buscando lashuellas y detrás los hijos de Autólico, y entreellos marchaba el divino Odiseo blandiendo,cerca de los perros, su lanza de larga sombra.Un enorme jabalí estaba tumbado en una densaespesura a la que no atravesaba el húmedo so-plo de los vientos al agitarse ni golpeaba consus rayos el resplandeciente Helios ni penetra-ba la lluvia por completo -¡tan densa era!-, yuna gran alfombra de hojas la cubría. Llegó aljabalí el ruido de los pies de hombres y perroscuando marchaban cazando y desde la espesu-ra, erizada la crin y briIlando fuego sus ojos, sedetuvo frente a ellos. Odiseo fue el primero enacometerlo, levantando la lanza de larga som-bra con su robusta mano deseando herirlo. Eljabalí se le adélantó y le atacó sobre la rodilla y,lanzándose oblicuamente, desgarró con el col-millo mucha carne, pero no llegó al hueso delmortal. En cambio Odiseo le hirió alcanzándoleen la paletilla derecha y la punta de la resplan-deciente lanza lo atravesó de parte a parte y

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cayó en el polvo dando chillidos, y escapó vo-lando su ánimo. Enseguida le rodearon los hijosde Autólico, vendaron sabiamente la herida delirreprochable Odiseo semejante a un dios y conun conjuro retuvieron la negra sangre.Pronto llegaron a casa de su padre y Autólico ylos hijos de Autólico lo curaron bien, le dieronespléndidos regalos y, alegres, lo enviaron con-tento a su patria Itaca.

Su padre y venerable madre se alegraron alverlo volver y le preguntaban detalladamentepor la cicatriz, qué le había pasado. Y él lescontó con detalle cómo mientras cazaba, le hab-ía herido un jabalí con su blanco colmillo almarchar al Parnaso con los hijos de Autólico.La anciana tomó entre las palmas de sus manosesta cicatriz y la reconoció después de exami-narla. Soltó el pie para que se le cayera y lapierna cayó en el caldero. Resonó el bronce, in-clinóse él hacia atrás, hacia el lado opuesto, y elagua se derramó por el suelo. El gozo y el dolor

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invadieron al mismo tiempo el corazón de laanciana y sus dos ojos se llenaron de lágrimas,y su floreciente voz se le pegaba. Asió de labarba a Odiseo y dijo:«Sin duda eres Odiseo, hijo mío: no te habíareconocido antes de ahora, hasta tocar a todomi señor.»Así dijo e hizo señas a Penélope con los ojosqueriendo indicar que su esposo estaba dentro.Pero ésta no pudo verla, aunque estaba enfren-te, ni comprenderla, pues Atenea le había dis-traído la atención. Entonces Odiseo acercó susmanos, la asió de la garganta con la derecha ycon la otra la atrajo hacia sí diciendo:«Nodriza, ¿por qué quieres perderme? Túmisma me criaste sobre tus pechos. Ya he lle-gado a la tierra patria tras sufrir muchas pena-lidades, a los veinte años. Pero ya que te hasdado cuenta y un dios lo ha puesto en tu inter-ior, calla, no vaya a ser que se dé cuenta algúnotro en el palacio; porque te voy a decir esto yciertamente se va a cumplir: si con la ayuda de

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un dios hiciese sucumbir a los ilustres preten-dientes, no te perdonaré ni a ti, con ser mi no-driza, cuando mate a las otras esclavas en mipalacio.»Y le contestó la prudente Euriclea:«Hijo mío, ¡qué palabra ha escapado del cercode tus dientes! Sabes que mi ánimo es firme yno domable; me mantendré como una sólidapiedra o como el hierro. Te voy a decir otracosa que has de poner en tu interior: si por tucausa un dios hace sucumbir a los ilustres pre-tendientes, entonces te hablaré minuciosamenrerespecto a las mujeres del palacio, quiénes tedeshonran y quiénes son inocentes.»Y le respondió y dijo el muy astuto Odiseo:«Nodriza, ¿por qué me las vas a señalar tú? Yomismo las observaré y conoceré a cada una,pero mantén en silencio tus palabras y confíaen los dioses.»Así dijo, y la anciana marchó a través del méga-ron para traer agua de lavar los pies, pues laprimera se había derramado toda. Y después

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que lo lavó y ungió con espeso aceite, de nuevoarrastró Odiseo la silla cerca del fuego paracalentarse, y ocultó la cicatriz con los andrajos.Y la prudente Penélope comenzó a hablar entreellos:«Forastero, sólo esto te voy a preguntar, pocomás, que va a ser pronto la hora de dormir paraaquel de quien el sueño se apodere dulcemente,aun estando afligido. A mí me ha dado un diosuna pena inmensa, pues durante el día, aunqueme lamente y gima, me complace atender a mislabores y las de las esclavas en el palacio, peroluego que llega la noche y el sueño las invade atodas, yazco en el lecho mientras agudas an-gustias inquietan sin cesar mi agitado corazón.Como cuando la hija de Pandáreo, el amarilloAedón, canta hermosamente recién entrada laprimavera sobre el tupido follaje de los árboles-cambia a menudo de tono y vierte su voz demúltiples ecos llorando a su hijo Itilo, hijo delrey Zeto, a quien en otro tiempo mató con elbronce sin darse cuenta-, así también mi ánimo

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vacila entre permanecer junto a mi hijo y guar-dar todo intacto, mis bienes y esclavas y la casagrande de elevada techumbre, por vergüenza allecho conyugal y a las habladurías del pueblo,o seguir a aquel de los aqueos que sea el mejory me pretenda en el palacio entregándome in-numerables presentes de boda. Porque mien-tras mi hijo era todavía pequeño e irreflexivono me permitía casarme y abandonar la casa demi esposo, pero ahora que es mayor y ha llega-do al límite de la edad juvenil, incluso deseaque me marche del palacio, indignado por losbienes que le comen los aqueos.

«Conque, vamos, interprétame este sueño, es-cucha: veinte gansos comían en mi casa trigoremojado con agua y yo me alegraba con-templándolos, pero vino desde el monte unagran águila de corvo pico y a todos les rompióel cuello y los mató, y ellos quedaron esparci-dos por el palacio, todos juntos, mientras eláguila ascendía hacia el divino éter. Yo lloraba

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a gritos, aunque era un sueño, y se reunieron entorno a mí las aqueas de lindas trenzas, mien-tras me lamentaba quejumbrosamente de que eláguila me hubiera matado a los gansos. Enton-ces volvió ésta y se posó sobre la parte superiordel palacio y, llamando con voz humana, dijo:"Cobra ánimos, hija del muy celebrado Icario,que no es un sueño, sino visión real y feliz quehabrá de cumplirse. Los gansos son los preten-dientes y yo antes era el águila, pero ahora heregresado como esposo tuyo, yo que voy a dara todos los pretendientes un destino ignomi-nioso." Así dijo y luego me abandonó el dulcesueño. Cuando miré en derredor vi a los gansosen el palacio comiendo trigo junto a la gamellaen el mismo sitio de costumbre.»Y le contestó y dijo el muy astuto Odiseo:«Mujer, no es posible en modo alguno interpre-tar el sueño dándole otra intención, despuésque el mismo Odiseo te ha manifestado cómolo va a llevar a cabo. Clara parece la muerte

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para los pretendientes, para todos en verdad;ninguno escapará a la muerte y a las Keres.»Y le contestó la prudente Penélope:«Forastero, sin duda se producen sueños ines-crutables y de oscuro lenguaje y no todos secumplen para los hombres. Porque dos son laspuertas de los débiles sueños: una construidacon cuerno, la otra con marfil. De éstos, unosllegan a través del bruñido marfil, los que en-gañan portando palabras irrealizables; otrosllegan a través de la puerta de pulimentadoscuernos, los que anuncian cosas verdaderascuando llega a verlos uno de los mortales. Ycreo que a mí no me ha llegado de aquí el terri-ble sueño, por grato que fuera para mí y parami hijo.

«Te voy a decir otra cosa que has de poner entu interior: esta aurora llegará infausta, puesme va a alejar de la casa de Odiseo. Voy a esta-blecer un certamen, las hachas de combate queaquél colocaba en línea recta como si fueran

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escoras, doce en total. Él se colocaba muy lejosy hacía pasar el dardo una y otra vez a travésde ellas. Ahora voy a establecer este certamenpara los pretendientes y el que más fácilmentetienda el arco entre sus manos y haga pasar unaflecha por todas las doce hachas, a ése seguiréinmediatamente dejando esta casa legítima,muy hermosa, llena de riquezas. Creo quealgún día me acordaré de ella incluso en sue-ños.»

Y le contestó y dijo el muy astuto Odiseo:«Mujer venerable de Odiseo Laertíada, no di-fieras por más tiempo ese certamen en tu casa,pues el muy astuto Odiseo llegará antes de queellos toquen ese pulido arco, tiendan la cuerday atraviesen el hierro con la flecha.»Y le dijo a su vez la prudente Penélope:«Si quisieras deleitarme, forastero, sentado jun-to a mí en la sala, no se me vertería el sueñosobre los párpados, pero no es posible que loshombres estén siempre sin dormir, que los in-

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mortales han establecido una porción para cadauno de los mortales sobre la fértil tierra. Asíque subiré al piso de arriba y me acostaré en elfunesto lecho, siempre regado por mis lágrimasdesde que Odiseo marchó a la maldita Ilión queno hay que nombrar. Allí me acostaré; tú acués-tate en esta estancia extendiendo algo por elsuelo, o que te pongan una cama.»Así diciendo, subió al resplandeciente piso su-perior; mas no sola, que con ella marchabantambién las otras esclavas.Y cuando hubo subido al piso superior con lasesclavas, se puso a llorar a Odiseo, su esposo,hasta que la de ojos brillantes le infundió sueñosobre los párpados, Atenea.

CANTO XXLA ÚLTIMA CENA DE LOS PRETENDIENTESEntonces el divino Odiseo comenzó a acostarseen el vestíbulo; extendió la piel no curtida deun buey y sobre ella muchas pieles de ovejasque habían sacrificado los aqueos, y Eurínome

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echó sobre él un manto cuando se hubo acosta-do.Y mientras Odiseo yacía allí desvelado, medi-tando males en su interior contra los preten-dientes, salieron del palacio riendo y chance-ando unas con otras las mujeres que solíanacostarse con éstos. El ánimo de Odiseo seconmovía dentro del pecho y lo meditaba en sumente y en su corazón si se lanzaría detrás ycausaría la muerte a cada una, o si todavía lasiba a dejar unirse por última y postrera vez conlos orgullosos pretendientes. Y su corazón leladraba dentro. Como la perra que camina al-rededor de sus tiernos cachorrillos ladra a unhombre y se lanza a luchar con él si no lo cono-ce, así también le ladraba dentro el corazónindignado por las malas acciones. Y se golpeóel pecho y reprendió a su corazón con estasrazones:«¡Aguanta, corazón!, que ya en otra ocasióntuviste que soportar algo más desvergonzado,el día en que el Cíclope de furia incontenible

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comía a mis valerosos compañeros. Tú lo so-portaste hasta que, cuandó creías morir, la as-tucia te sacó de la cueva.»Así dijo increpando a su corazón y éste se man-tuvo sufridor, pero él se revolvía aquí y allá.Como cuando un hombre revuelve sobreabundante fuego un vientre lleno de grasa ysangre, pues desea que se ase deprisa, así serevolvía él a uno y otro lado, meditando cómopondría las manos sobre los desvergonzadospretendientes, siendo él solo contra muchos.Entonces Atenea bajó del cielo y se llegó a sulado -semejante en su cuerpo a una mujer- ycolocándose sobre su cabeza le dijo esta pala-bra:«¿Por qué estás desvelado todavía, desdichado,más que ningún mortal? Esta es tu casa y tumujer está en ella y tu hijo es como cualquieradesearía que fuese su hijo.»Y le respondió y dijo el muy astuto Odiseo:«Sí, diosa, todo eso lo dices con razón, pero loque medita mi espíritu dentro del pecho es

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cómo pondría mis manos sobre los desvergon-zados pretendientes solo como estoy, mientrasque ellos están siempre dentro en grupo. Tam-bién medito esto dentro del pecho, lo más im-portante: si lograra matarlos por la voluntad deZeus y de ti misma, ¿a dónde podría refugiar-me? Esto es lo que te invito a considerar.»Y a su vez le dijo la diosa de ojos brillantes,Atenea:«Desdichado, cualquiera suele seguir el consejode un compañero peor, aunque éste sea mortaly no conciba muchas ideas, pero yo soy unadiosa, la que constantemente te protege en tusdificultades. Te voy a hablar claramente: aun-que nos rodearan cincuenta compañías dehombres de voz articulada, deseosos de matarpor causa de Ares, incluso a éstos podrías arre-batarles los bueyes y las pingües ovejas. Con-que procura coger el sueño; es locura mante-nerse en vela y vigilar durante toda la nochecuando ya vas a salir de tus desgracias.» ,

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Así diciendo, le vertió sueño sobre los párpadosy se volvió al Olimpo la divina entre las diosas.Cuando ya comenzaba a vencerlo el sueño, elque desata las preocupaciones del espíritu yafloja los miembros, despertó su fiel esposa yrompió a llorar sentada en el blando lecho. Yluego que se hubo saciado de llorar la divinaentre las mujeres, suplicó en primer lugar aArtemis:

«Artemis, diosa soberana hija de Zeus, ¡ojaláme quitaras la vida ahora mismo arrojando ami pecho una flecha, o que me arrebatara unhuracán y me llevara sobre los brumosos cami-nos arrojándome en la desembocadura del re-fluente Océano -como cuando los huracanes sellevaron a las hijas de Pandáreo!. Los diosesaniquilaron a sus padres y ellas quedaron huér-fanas en el palacio, pero la divina Afrodita lasalimentó con queso y dulce miel y con deliciosovino; Hera les otorgó una belleza y prudenciasuperior a todas las mujeres; la casta Artemis

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les concedió gran estatura, y Atenea les enseñóa realizar labores brillantes. Un día que Afrodi-ta había subido al elevado Olimpo a fin de pe-dir para ellas el cumplimiento de un florecientematrimonio a Zeus, que goza con el rayo (pueséste conoce todo, tanto la suerte como el infor-tunio de los mortales hombres), las Harpíasarrebataron a las doncellas y se las entregaron alas odiosas Erinias para que fueran sus criadas.¡Así me mataran los que poseen mansiones enel Olimpo, o me alcanzara con sus flechas Ar-temis, de lindas trenzas, para hundirme en laodiosa tierra y ver a Odiseo y no tener que sa-tisfacer los designios de un hombre inferior aél! Que la desgracia es soportable cuando unopasa los días llorando, acongojado en su co-razón, si por la noche se apodera de él el sueño(pues éste hace olvidar lo bueno y lo malocuando cubre los párpados), pero a mí la divi-nidad incluso me envía malos sueños, pues estanoche ha vuelto a dormir a mi lado un hombreigual a como era Odiseo cuando marchó con el

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ejército. Con que mi corazón se llenó de alegría,pues no creía que era un sueño, sino realidad.»Así dijo, y enseguida llegó Eos, de trono de oro.Mientras aquélla lloraba, escuchó su voz el di-vino Odiseo y, meditando después, se le hacíaque ella ya le había reconocido y puesto a sucabecera. Así que recogió el manto y las pielesen que se había acostado y las puso sobre unasilla dentro del mégaron, pero la piel de bueyse la llevó afuera. Y suplicó a Zeus, levantandosus manos:

«Zeus padre, si por vuestra voluntad me habéistraído a mi patria sobre lo seco y lo húmedo,después de llenarme de males en exceso, quecualquiera de los hombres que se despiertandentro muestre un presagio, y que fuera semuestre otro prodigio de Zeus.»Así dijo suplicando y le escuchó Zeus, el que vea lo ancho. Al punto tronó desde el resplande-ciente Olimpo, desde lo alto de las nubes, y sealegró el divino Odiseo. El presagio lo envió

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una molinera desde la casa, cerca de donde elpastor de su pueblo tenía las muelas en las quese afanaban doce mujeres en total, fabricandoharina de cebada y trigo, médula de los hom-bres. Las demás mujeres dormían ya, una vezque hubieron molido su trigo pero esta, que erala más débil, todavía no había terminado. En-tonces se puso en pie y dijo su palabra, señalpara su amo:«Zeus padre, que reinas sobre dioses y hom-bres, has tronado fuertemente desde el cieloestrellado -y en ninguna parte hay nubes-. Co-mo señal, sin duda, se lo muestras a alguien.Cúmpleme ahora también a mí, desdichada, lapalabra que voy a decirte: que los pretendientestomen su agradable comida hoy por última ypostrera vez en el palacio de Odiseo. Ellos sonquienes con el cansado trabajo han hecho fla-quear mis rodillas mientras fabricaba harina;que cenen ahora por última vez.»

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Así dijo, y se alegró con el presagio el divinoOdiseo y con el trueno de Zeus, pues pensabaque castigaría a los culpables.Entonces se congregaron las esclavas en elhermoso palacio de Odiseo y encendían en elhogar el infatigable fuego. Telémaco se levantódel lecho, mortal igual a un dios, después devestir sus vestidos, se echó a los hombros laaguda espada, ató a sus relucientes pies hermo-sas sandalias y, asiendo la fuerte lanza de pun-ta de bronce, se puso sobre el umbral y dijo aEuriclea:«Tata, ¿habéis honrado al huésped con lecho ycomida, o yace descuidado?; pues así es mimadre, aun siendo prudente: honra inconside-radamente al peor de los hombres de voz arti-culada y, en cambio, al mejor lo despide sinhaberlo honrado.»

Y a su vez le dijo la prudente Euriclea:«Hijo, no vayas ahora a culpar a la inocente,pues mientras él quiso bebió vino y de comida

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aseguró que ya no le apetecía más, que ella selo preguntaba. Cuando, finalmente, se acordódel lecho y del sueño, tu madre ordenó a lasesclavas preparárselo, pero él no quiso dormiren lecho y colchas, sino en el vestíbulo sobreuna piel no curtida de buey y pieles de ovejas,como alguien completamente mísero y desven-turado. Y nosotras le cubrimos con un manto.»Así dijo; Telémaco salió del mégaron soste-niendo la lanza -a su lado marchaban dos velo-ces lebreles-, y echó a caminar hacia el ágorajunto a los aqueos de hermosas grebas.Entonces la divina entre las mujeres, Euriclea,hija de Ope Pisenórida, comenzó a dar órdenesa las mujeres:«Vamos, unas barred diligentes y regad el pala-cio, y colocad en las labradas sillas tapetespurpúreos; otras fregad con esponjas todas lasmesas y limpiad las cráteras y las labradas co-pas de doble asa; y otras marchad por agua a lafuente y volved enseguida con ella, pues lospretendientes no estarán mucho tiempo lejos

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del palacio, sino que volverán temprano, quehoy es para todos día de fiesta».Así dijo, y ellas la escucharon y obedecieron.Unas veinte marcharon hacia la fuente de aguasprofundas y otras trabajaban habilidosamenteallí mismo, en la casa.En esto entraron los nobles sirvientes, quienesluego cortaron leña bien y con habilidad. Lasmujeres volvieron de la fuente y detrás llegó elporquero conduciendo tres cerdos -los mejoresentre todos-; los dejó paciendo en el hermosocercado y se dirigió a Odiseo con dulces pala-bras:«Forastero ¿te ven mejor los aqueos ahora, o tesiguen ultrajando en el palacio, como antes?»

Y le respondió y dijo el muy astuto Odiseo:«¡Ojalá, Eumeo, castigaran ya los dioses el ul-traje que éstos infieren con insolencia ejecutan-do acciones inicuas en casa extraña y sin tenerni parte de vergüenza!»

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Esto es lo que se decían uno a otro cuando seles acertó Melantio, e1 cabrero, conduciendojunto con dos pastores las cabras que sobresal-ían entre todo el rebaño para festín de los pre-tendientes; las ató bajo el sonoro pórtico y sedirigió a Odiseo con mordaces palabras:«Forastero, ¿vas a seguir importunando en elpalacio pidiendo limosna a los hombres?; ¿esque no vas a salir fuera? Creo que no nos va-mos a separar sin que pruebes mis brazos, puestú no pides como se debe. También hay otrosconvites entre los aqueos.»Así dijo, péro a éste no le contestó el muy astu-to Odiseo, sino que movió la cabeza en silencio,meditando males. Después de éstos llegó terce-ro Filetio el caudillo de hombres, llevando unavaca no paridera y pingues cabras para los pre-tendientes (los habían pasado los barqueros,quienes también transportan a los demás hom-bres, a cualquiera que les llegue): las ató bajo elsonoro pórtico e interrogaba al porquero po-niéndose a su lado:

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«Porquero, ¿quién es este forastero recién lle-gado a nuestra casa?, ¿de qué hombres se pre-cia de ser?, ¿dónde están su familia y su tierrapatria? ¡Infeliz!, desde luego parece por sucuerpo un rey soberano. En verdad los diosesabruman con desgracia a los hombres que va-gan mucho, cuando incluso a los reyes otorganinfortunio.»Así dijo y poniéndose a su lado le saludó con ladiestra y, hablándole, dijo aladas palabras:«Bienvenido, padre huésped, ¡ojalá tengas feli-cidad en el futuro, que lo que es ahora estássujeto por numerosos males! Padre Zeus,ningún otro de los dioses es más cruel que tú;una vez que crea a los hombres no los compa-dece de que caigan en el infortunio y los tristesdolores. ¡Cosa singular!, según lo vi los ojos melloraban, pues me acordé de Odiseo; que tam-bién aquél, creo yo, vaga entre los hombres contales andrajos, si es que de alguna manera viveaún y ve la luz del sol. Porque si ya está muertoy en las mansiones de Hades... ¡ay de mí, irre-

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prochable Odiseo, el que me puso al frente delas vacas, siendo niño aún en el país de los cefa-lenios! Ahora éstas son innumerables; de nin-guna manera le podría crecer más a un hombrela raza de vacunos de anchas frentes. Pero otrosme ordenan traerlas para comérselas ellos y nose cuidan de su hijo en el palacio ni temen lavenganza de los dioses, pues desean ya repar-tirse las posesiones del señor, largo tiempo au-sente. Y mi corazón revuelve esto dentro delpecho: es cosa mala marchar mientras vive suhijo al pueblo de otros, emigrando con estasvacas hacia hombres de un país extraño, perotodavía lo es más quedarme aquí guardandolas vacas para otros y soportar tristezas. Hacetiempo me habría marchado huyendo junto aotros reyes poderosos, pues esto ya es insopor-table, pero aún espero que ese desdichadovuelva de algún sitio y haga dispersarse a lospretendientes en el palacio.»Y le respondió y dijo el muy astuto Odiseo:

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«Boyero, puesto que no pareces cobarde ni in-sensato -sé bien que la prudencia te ha llegadoa la mente-, te diré y juraré un gran juramento:¡sea testigo Zeus antes que los demás dioses yla hospítalaria mesa y el Hogar de Odiseo alque he llegado!; mientras estés tú mismo aquídentro, vendrá a casa Odiseo y con tus ojospodrás ver muertos, si quieres, a los pre-tendientes que aquí mandan.»Y el boyero le dijo:«Forastero, ¡ojalá el Cronida cumpliera de ver-dad esta tu palabra! Conocerías entonces cuáles mi fuerza y qué brazos me acompañan.»También Eumeo suplicaba a todos los diosesque el prudente Odiseo volviera a casa. Y estoes lo que se decían uno al otro.Entre tanto los pretendientes preparaban lamuerte contra Telémaco. Se les acercó por ellado izquierdo un pájaro, el águila que vuelaalto, reteniendo a una temblorosa paloma, yAnfínomo comenzó a hablar entre ellos y dijo:

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«Amigos, no nos saldrá bien la decisión de darmuerte a Telémaco, conque pensemos en lacomida.»

Así dijo Anfínomo y a ellos les agradó su pala-bra. Entraron en el palacio del divino Odiseo,pusieron sus mantos sobre siIlas y sillones ycomenzaron a sacrificar grandes ovejas y pin-gües cabras, así como gordos cerdos y una vacadel rebaño. Luego asaron las entrañas, las re-partieron, mezclaron el vino en las cráteras y elporquero distribuía las copas; Filetio, caudiIlode hombres, les distribuía el pan en hermososcanastos y Melantio vertía el vino. Y ellos echa-ron mano de los alimentos que tenían delante.Telémaco, pensando astutamente, hizo sentar aOdiseo dentro del bien construido palacio, jun-to al umbral de piedra, le puso una pobre silla yuna mesa pequeña y le colocaba parte de lasasaduras y le vertía vino en copa de oro. Y ledijo estas palabras:

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«Siéntate aquí con los hombres y bebe vino; yomismo te libraré de las injurias y de las manosde todos los pretendientes, pues esta casa no esdel pueblo, sino de Odiseo, y la adquirió paramí. En cuanto a vosotros, pretendientes, conte-ned vuestras manos para que nadie suscite dis-puta ni altercado.»Así habló; todos ellos clavaron los dientes ensus labios y admiraban a Telémaco, porquehabía hablado audazmente. Y entre ellos hablóAntínoo, hijo de Eupites:«Por más dura que sea, aceptemos, aqueos, lapalabra de Telémaco quien mucho nos ha ame-nazado. No lo quiso Zeus Cronida, si no ya lehabríamos parado los pies en el palacio, aun-que sea sonoro hablador.»Así dijo Anfínomo, pero Telémaco no hizo casode sus palabras.Los heraldos iban conduciendo a través de laciudad la sagrada hecatombe de los dioses,mientras los melenudos aqueos se congregabanbajo el sombrío bosque de Apolo, el que hiere

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de lejos. Y después que hubieron asado la carnede las partes externas, las retiraron, repartierony celebraban un gran banquete. Y los que serv-ían pusieron junto a Odiseo una porción igual alas que había tocado en suerte a ellos; así lohabía ordenado Telémaco, el hijo del divinoOdiseo.Y Atenea no dejaba que los arrogantes preten-dientes contuvieran del todo los escarnios quelaceran el corazón, para que el dolor se hundie-ra todavía más en el ánimo de Odiseo Laer-tíada. Había entre los pretendientes un hombrede pensamientos impíos. Ctesipo era su nom-bre y en Same habitaba su casa. Éste pretendíaa la esposa de Odiseo, largo tiempo ausente,confiado en sus muchas posesiones. Y decíaentonces a los soberbios pretendientes:«Escuchadme, ilustres pretendientes, lo quevoy a deciros. El forastero tiene una parte igual,como es razonable, pues no es decoroso ni justoprivar del festín a los huéspedes de Telémaco,cualquiera que llegue a este palacio. Pero tam-

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bién yo voy a darle un regalo de hospitalidadpara que él mismo se lo entregue al bañero o aotro de los esclavos que habitan el palacio deldivino Odiseo.»Así diciendo, cogió de una bandeja una pata debuey y se la arrojó con robusta mano. Odiseoinclinó la cabeza ligeramente, la esquivó y son-rió en su ánimo con sonrisa sardónica. La patadio en el bien construido muro y Telémaco re-prendió a Ctesipo con su palabra:«Ctesipo, lo mejor para tu vida ha sido no al-canzar al forastero, pues él ha evitado el golpe;en caso contrario, yo te habría alcanzado delleno con la agúda lanza, y en vez de boda, tupadre se habría cuidado de tu funeral. Por esto,que ninguno muestre sus insolencias en micasa, pues ya comprendo y sé cada cosa, lasbuenas y las malas. Hace poco aún era niño ytoleraba, aun viéndolo, el degüello de ovejas asícomo el vino que se bebía y la comida, pues esdifícil que uno solo contenga a muchos. Con-que, vamos, no me causéis ya más daños como

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si fuerais enemigos, aunque si me queréis ma-tar con el bronce, sería mejor morir que vercontinuamente estas obras inicuas: a los hués-pedes maltratados y a las esclavas indignamen-te forzadas en mi hermoso palacio.»

Así dijo y todos ellos enmudecieron en el silen-cio. Y más tarde dijo Agelao Damastórida:.«Amigos. ninguno vaya a irritarse contestandocon razones contrarias a lo dicho con justicia.No maltratéis al forastero ni a ningún otro delos esclavos que hay en la casa de Odiseo, aun-que yo diría una palabra dulce a Telémaco y asu madre, si ésta fuera agradable a su corazón:mientras vuestro ánimo confiaba en que regre-saría a casa el prudente Odiseo, no os in-dignabais porque permanecieran los preten-dientes ni por retenerlos en la casa; inclusohabría sido lo mejor si Odiseo hubiese regresa-do a casa. Pero ya es evidente que no ha devolver de ningún modo; conque, vamos, siénta-te junto a tu madre y dile que case con quien

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sea el mejor y le entregue más cosas, para quetú sigas poseyendo con alegría todo lo de tupadre, comiendo y bebiendo, y ella cuide lacasa de otro.»Y le contestó Telémaco discretamente:«¡No, por Zeus, Agelao, y por las tristezas demi padre quien puede que haya muerto o andeerrante lejos de Itaca! De ninguna manera tratode retrasar el casamiento de mi madre; por elcontrario, la exhorto a casarse con el que quierae incluso le doy regalos innumerables. Pero meavergüenzo de arrojarla del palacio contra suvoluntad, con palabra forzosa. ¡No permita ladivinidad que esto suceda!»Así dijo Telémaco, y Palas Atenea levantó unarisa inextinguible entre los pretendientes y lestrastornó la razón. Reían con mandíbulás ajenasy comían carne sanguinolenta; sus ojos se lle-naban de lágrimas y su ánimo presagiaba elllanto. Entonces les habló Teoclímeno, semejan-te a un dios:

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«¡Ah, desdichados!, ¿qué mal es éste que pa-decéis? En noche están envueltas vuestras ca-bezas y rostros y de vuestras rodillas abajo. Seenciende el gemido y vuestras mejillas estánllenas de lágrimas. Con sangre están rociadoslos muros y los hermosos intercolumnios y defantasmas lleno el vestíbulo y lleno está el patiode los que marchan a Erebo bajo la oscuridad.El sol ha desaparecido del cielo y se ha exten-dido funesta niebla.»Así dijo, y todos se rieron de él dulcemente. YEurímaco, hijo de Pólibo, comenzó a hablarentre ellos:«Está loco el forastero recién llegado de tierraextraña. Vamos, jóvenes, llevadlo rápidamentefuera de la casa; que marche al ágora, ya quepiensa que aquí es de noche.»Y le contestó Teoclímeno, semejante a un dios:«Eurímaco, no to he pedido que me des acom-pañamiento, que tengo ojos, oídos y ambos piesy una razón bien construida en mi pecho, enabsoluto incongruente. Con éstos me voy afue-

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ra, pues veo claro que la destrucción se os acer-ca, de la que no va a poder huir ninguno de lospretendientes, los que en la casa de Odiseo,semejante a un dios, insultáis a los hombres yejecutáis acciones inicuas.»Así diciendo salió del palacio, agradable vi-vienda, y marchó a casa de Pireo, quien lo reci-bió benévolo. Y los pretendientes se mirabanunos a otros e irritaban a Telémaco, burlándosede sus huéspedes. Así decía uno de los arrogan-tes jóvenes:«Telémaco, nadie es más desafortunado con loshuéspedes que tú. Tienes uno como ese mendi-go vagabundo necesitado de comida y vino, enabsoluto conocedor de hazañas ni de vigor,sino un peso muerto de la tierra, y ese otro quese levantó a vaticinar; si me hicieras caso, lomejor sería que metiéramos a los forasteros enuna nave de muchos bancos y los enviáramos aSicilia, donde te darían un precio conveniente.»Así dijeron los pretendientes, pero Telémaco nohacía caso de sus palabras, sino que miraba a su

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padre en silencio, aguardando siempre cuándopondría las manos sobre los desvergonzadospretendientes.Y la hermosa hija de Icario, la prudence Pené-lope, poniendo su sillón enfrente escuchaba laspalabras de cada uno de los hombres en el pa-lacio. Así es como se prepararon, entre risas, unalmuerzo dulce y agradable, pues habían sacri-ficado en abundancia. Pero ninguna otra cenapodría ser más desgraciada como la que iban aprepararles más tarde la diosa y el fuerte hom-bre, pues ellos fueron los primeros en ejecutaracciones indignas.

CANTO XXIEL CERTAMEN DEL ARCOEntonces Atenea, la diosa de ojos brillantes,inspiró en la mente de la hija de Icario, la pru-dente Penélope, que dispusiera el arco y el ce-niciento hierro en el palacio de Odiseo para lospretendientes, como competición y para co-mienzo de la matanza. Subió a la alta escalera

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de su casa y tomando en su vigorosa mano unabien curvada llave, hermosa, de bronce y conmango de marfil, echó a andar con sus esclavashacia la última habitación donde se hallaban losobjetos preciosos del señor -bronce, oro y la-brado hierro. Allí estaba también el flexiblearco y el carcaj de las flechas con muchos y do-lorosos dardos que le había dado como regaloun huésped, Ifito Eurítida, semejante a los in-mortales, cuando lo encontró en Lacedemonia.Se encontraron los dos en Mesenia, en casa delprudente Ortíloco. Odiseo había ido por unadeuda que le debía todo el pueblo: en efecto,unos mesenios se le habían llevado de Itacatrescientas ovejas, con sus pastores, en naves demuchos bancos. A causa de éstas, Odiseo ca-minó mucho camino seguido, aunque era jo-ven, pues le habían mandado su padre y otrosancianos. Ifito, por su parte, buscaba unos ani-males que le habían desaparecido, doce yeguasy mulos pacientes en el trabajo. Éstas seríandespués muérte y destrucción para él, cuando

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llegó junto al hijo de Zeus de ánimo esforzado,junto al mortal Heracles concebidor de grandesempresas, quien, aun siendo su huésped, lomató en su casa. ¡Desdichado!, no temió la ven-ganza de los dioses ni respetó la mesa que lehabía puesto; y, después de matarlo, retuvo alas yeguas de fuertes pezuñas en el palacio.Cuando buscaba a éstas, se encontró con Odi-seo y le dio el arco que usaba el gran Eurito yque había legado a su hijo al morir en su eleva-do palacio.

Odiseo, por su parte, le entregó aguda espada yfuerte lanza como inicio de una afectuosa amis-tad, pero no llegaron a sentarse uno a la mesadel otro, pues antes el hijo de Zeus mató a IfitoEurítida, semejante a los inmortales, quien hab-ía dado el arco a Odiseo. Éste lo llevaba en supatria, pero no lo tornó al marchar al combatesobre las negras naves, sino que estaba en elpalacio como recuerdo de su huésped.

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Cuando hubo llegado a la habitación la divinaentre las mujeres y puso el pie sobre el umbralde roble (en otro tiempo lo había pulido sabia-mente el artífice, había enderezado con la plo-mada y levantado las jambas colocando sobreella las resplandecientes puertas) desató la co-rrea del tirador, introdujo la llave apuntandode frente y corrió los cerrojos de las puertas.Éstas resonarón como el toro que pace en lapradera -¡tanto resonó la hermosa puerta em-pujada por la llave!- y se le abrieron inmedia-tamente. Luego ascendió a la hermosa tarimadonde estaban las arcas en que yacían los per-fumados vestidos. Extendió el brazo, tomó delclavo el arco con su misma funda, el cual res-plandecía, y sentada con él sobre sus rodillas,rompió a llorar ruidosamente sin soltar el arcodel rey. Luego que se hubo saciado del gemidode muchas lágrimas, echó a andar hacia elmégaron en busca de los ilustres pretendientescon el flexible arco entre sus manos y la aljabaportadora de dardos con muchas y dolorosas

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saetas; y junto a ella las siervas llevaban unarcón en que había mucho hierro y bronce, ¡lostrofeos de un soberano como él!

Cuando llegó a los pretendientes, se detuvojunto a una columna del techo, sólidamenteconstruido, sosteniendo un grueso velo antesus mejillas; y a uno y a otro lado de ella estabaen pie una fiel doncella.Al punto se dirigió a los pretendientes y dijo:«Escuchadme, ilustres pretendientes que hacéisuso de esta casa para comer y beber sin cesarun instante, la de un hombre que lleva ausentelargo tiempo. Ningún otro pretexto podéis po-ner sino que estáis deseosos de casaros conmi-go y tomarme por mujer. Conque, vamos, pre-tendientes, esto es lo que se os muestra comocertamen: colocaré el gran arco del divino Odi-seo y aquel que lo tense más fácilmente y hagapasar el dardo por las doce hachas, a éste se-guiré inmediatamente abandonando esta casaquerida, muy hermosa, llena de riqueza, de la

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que un día, creo, me acordaré incluso en sue-ños.»Así dijo y ordenó a Eumeo, el divino porquero,que ofreciera a los pretendientes el arco y elceniciento hierro. Eumeo lo recibió llorando ylo puso en tierra; y al otro lado lloraba el boye-ro cuando vio el arco del soberano. Y Antínooles increpó, les habló y llamó por su nombre:«Necios campesinos, que sólo pensáis en lascosas del día; cobardes, ¿por qué derramáislágrimas y conmovéis el ánimo de esta mujer?Dolorida está ya por otras razones, desde queperdió a su esposo. Conque, vamos, sentaos acomer en silencio o marchaos afuera a llorar ydejad ahí mismo el arco, certamen inofensivopara los pretendientes. No creo que se tensefácilmente este bien pulido arco, pues no hayentre todos éstos un hombre como era Odiseo.Le vi -me acuerdo- siendo yo niño pequeño.»Así dijo, y es que en su interior esperaba tensarel arco y hacer pasar la flecha por el hierro. Pe-ro en verdad el irreprochable Odiseo, a quien

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entonces deshonraba en el palacio incitaba asus compañeros-, iba a darle a probar, antesque a nadie, el dardo despedido de sus manos.Y entre ellos habló la sagrada fuerza de Telé-maco:«No, no me ha hecho muy prudente Zeus, elhijo de Crono; mi madre, prudente como es, medice que va a seguir a otro dejando esta casa yyo me río y alegro con ánimo insensato. Con-que apresuraos, pretendientes, que esta compe-tición os la gane una mujer cual no hay ya en latierra aquea ni en la sagrada Pilos ni en Argosni en Micenas ni en la misma Itaca ni en el os-curo continente. Pero también vosotros lo sab-éis, ¿qué necesidad tengo de alabar a mi ma-dre? Así que, vamos, no lo retraséis con pretex-tos ni esperéis más tiempo a tender el arco paraque os veamos. También yo probaré este arco y,si logro tenderlo y traspasar el hierro con laflecha, no dejaría, para dolor mío, esta casa mivenerable madre por seguir a otro, ni me que-

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daría yo atrás cuando soy capaz de llevarme elhermoso trofeo de mi padre.»Así dijo, y quitándose el manto purpúreo de loshombros, se puso en pie y descolgó de su hom-bro la aguda espada. En primer lugar colocó lashachas abriendo para todas un largo surco, lasalineó a cuerda y puso tierra alrededor.El asombro se apoderó de todos los que veíancuán ordenadamente las había colocado -nuncaantes lo habían visto. Entonces fue a ponersesobre el umbral y probar el arco. Tres veces lomovió deseando tenderlo y tres veces desistióde su ímpetu esperando en su interior tender lacuerda y atravesar el hierro con una flecha. Yquizá lo habría tendido, tirando con fuerza porcuarta vez, pero Odiseo le hizo señas de que no,aunque mucho lo deseaba. Y habló de nuevoentre ellos la sagrada fuerza de Telémaco:«¡Ay, ay, creo que voy a ser en adelante cobar-de y débil!, o quizá es que soy demasiado joveny no puedo confiar en mis brazos para rechazara un hombre cuando alguien me ataca primero.

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Pero, vamos; vosotros que sois superiores a mien fuerzas, probad el arco y acabemos el certa-men.»Así diciendo, dejó el arco en él suelo, lejos de sí,lo apoyó contra las bien ajustadas, bien pulidaspuertas y colgó la aguda flecha de una hermosaanilla y volvió a sentarse en la silla de donde sehabía levantado. Y entre ellos habló Antínoo,hijo de Eupites:

«Compañeros, levantaos todos, uno tras otro,comenzando por la derecha del lugar donde seescancia el vino.»Así dijo Antínoo, y les agradó su palabra.Levantóse el primero Leodes, hijo de Enopo, elcual era su arúspice y se sentaba junto a unahermosa crátera, siempre en el rincón más es-condido; sólo a él eran odiosas las iniquidadesy estaba indignado contra todos los pretendien-tes. Entonces fue el primero en tomar el arco yel agudo dardo y marchó a ponerse sobre elumbral. Probó el arco y no pudo tenderlo, pues

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antes se cansó de tirar hacia atrás con sus blan-das, no encallecidas manos. Y dijo entre lospretendientes:«Amigos, yo no puedo tenderlo, que ló cojaotro. Este arco privará de la vida y del alma amuchos nobles. Aunque es preferible morir queno conseguir aquello por lo que estamos reu-nidos siempre aquí, esperando todos los días.Ahora cualquiera espera y desea en su ánimocasarse con Penélope, la esposa de Odiseo, perouna vez que pruebe el arco y lo vea, que preten-da, buscando con regalos de boda, a algunaotra de las aqueas de hermoso peplo, y aquéllarápidamente se casará con quien más cosas leregale y le venga designado por el destino.»Así diciendo, dejó el arco en el suelo, lejos de sí,lo apoyó contra las bien ajustadas, bien pulidaspuertas y colgó la aguda flecha de una hermosaanilla, y volvió a sentarse en la silla de donde sehabía levantado.Entonces le increpó Antínoo, le habló y le llamópor su nombre:

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«Leodes, ¡qué palabra terrible e inaguantable-me he irritado al escucharla- ha escapado delcerco de tus dientes!; que este arco privará a lospretendientes de la vida y el alma porque tú nopuedes tenderlo. No, sólo a ti no te parió tuvenerable madre para ser tirador de arco y fle-chas, pero otros ilustres pretendientes lo ten-derán enseguida.»

Así dijo y ordenó a Melantio el cabrero:«Apresúrate a encender fuego en el palacio,Melantio, y coloca al lado un sillón grande conpieles encima; y trae un gran pan de sebo quehay dentro para que calentemos el arco, lo un-temos con grasa y lo probemos, para terminarde una vez el certamen.»Así dijo; Melantio encendió enseguida un fuegoinfatigable, acercóle un sillón, con pieles enci-ma y llevó un gran pan de sebo que había de-ntro. Los jóvenes calentaron el arco y trataronde tenderlo, pero no podian., pues estaban muyfaltos de fuerzas. Pero todavía Antínoo estaba a

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la expectativa y Eurímaco semejante a un diós,jefes de los pretendientes y señaladamente losmejores por su valor. Habían salido del palacio,en mutua compañía, el boyero y el porquerodel divino Odiseo. Y les siguió él mismo, eldivino Odiseo, desde la casa; y cuando ya esta-ban fuera de las puertas y del patio les hablócon suaves palabras:«Boyero y tú, porquero, Les diré alguna palabrao mejor la mantendré oculta? El ánimo me or-dena decirla. ¿Como seríais para defender aOdiseo si llegara de alguna parte, así de repen-te, y alguna divinidad lo enviara? ¿Defenderíaisa los pretendientes o a Odiseo? Contestad comoel corazón y el ánimo os lo ordenen.»Y el boyero dijo:«Zeus padre, ¡ojalá cumplieras este deseo míode que llegue aquel hombre conducido poralguna divinidad! Conocerías cuál es mi fuerzay qué brazos me acompañan.»

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Eumeo suplicaba a todos los dioses de la mismamanera que regresara a casa el prudente Odi-seo.Y una vez que éste conoció su verdadero pen-samiento, de nuevo les contestó con sus pala-bras y dijo:«Ya está él dentro; soy yo mismo, que despuésde pasar muchas calamidades he llegado a losveinte años a la tierra patria. También me doycuenta que sólo vosotros dos entre los esclavosdeseabais mi llegada, que de los otros, a ningu-no he oído que suplicara para que yo regresaraa casa. Así que a vosotros dos os diré la verdadde lo que va a suceder: si por mi mano la divi-nidad hace sucumbir a los ilustres pretendien-tes, os daré a ambos esposa y posesiones, y ca-sas edificadas cerca de la mía; y seréis, además,compañeros y hermanos de mi Telémaco.Vamos, os voy a mostrar otra señal manifiesfapara que me reconozcáis bien y confiéis envuestro ánimo, la cicatriz que en otro tiempome infirió un jabalí con su blanco colmillo,

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cuando marché al Parnaso con los hijos deAutólico.»Así diciendo, apartó los andrajos de la grancicatriz y luego que éstos la vieron y examina-ron bien cada parte rompieron en llanto, echa-ron los brazos alrededor del prudente Odiseo yle besaban y acariciaban la cabeza y los hom-bros. También él besaba sus cabezas y manos yse les habría puesto la luz del sol mientras llo-raban, si no los hubieran calmado y habladoOdiseo mismo:«Contened el llanto y el gemido, no sea quealguien os vea si sale del pálacio y vaya adentroa decirlo. Entrad uno tras otro, no juntos; pri-mero yo y después vosotros. La señal será la si-guiente: todos los demás, cuantos son ilustrespretendientes no dejarán que me sean entrega-dos el arco y el carcaj, pero tú, divino Eumeo,llévalo a través de la habitación para ponerlo enmi mano y di a las mujeres que cierren laspuertas del palacio ajustándolas fuertemente.En el caso de que alguna oiga gemido o golpe

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de hombres entre nuestras paredes que no acu-da a la puerta, que se quede en silenció junto asu labor. En cuanto a ti, divino Filetio, te encar-go cerrar con llave las puertas del patio y ponerenseguida una cadena.»Así diciendo, entró en la bien construida casa yse fue a sentar en la silla de donde se había le-vantado; y después entraron los dos siervos deldivino Odiseo.Eurímaco ya estaba moviendo el arco con lasmanos hacia uno y otro lado, calentándolo conel brillo del fuego, pero ni aun así podía tender-lo y se afligía grandemente en su noble co-razón. Así que suspiró, dijo su palabra, habló yllamó por su nombre:«¡Ay, ay, en verdad siento pesar por mí mismoy por todos! Y no es que me lamente tanto porla boda, aunque me duela -pues hay muchasotras aqueas, unas en la misma Itaca rodeadade mar y otras en las restantes ciudades-, comoporque seamos tan débiles de fuerza compara-dos con el divino Odiseo, que no podemos ten-

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der el arco. ¡Será una vergüenza que se enterenlos venideros!»Y Antínoo, hijo de Eupites, se dirigió luego a él:«Eurímaco, nó será así -y lo sabes también tú-.Ahora se celebra en el pueblo- la sagrada fiestadel dios. ¿Quién podría tender el arco? Dejadletranquilamente en el suelo y las hachas dedóble filo dejémoslas ahí puestas, pues no creoque se las lleve nadie que venga al palacio deOdiséo Laertíada. Con que vamos, que el cópe-ro haga una primera ofrenda, por orden, en lascopas para que una vez realizada dejemos elcurvado arco. Ordenad a Melantió que traigacabras al amanecer, las que sobresalgan entretodas, para que probemos el arco y terminemosel certamen de una vez, después de ofrecermuslos a Apolo, famoso por su arco.»Así dijo Antínoo, y les agradó su palabra. Asíque los heraldos vertieron agua sobre sus ma-nos y unos jóvenes coronaban con vino lascráteras y lo distribuyeron entre todos haciendouna primera ofrenda en las copas. Y después

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que hubieron hecho libación y bebido cuantoquiso su apetito, les dijo meditando engaños elmuy astuto Odiseo:«Escuchadme, pretendientes de la ilustre reina,mientras os digo lo que el corazón me ordenadentro del pecho. Me dirijo principalmente aEurímaco y Antínoo, semejante a un dios, pués-to que él ha dicho oportunamente qué dejéisahora el arco y os volváis a los dioses, que alamanecer la divinidad dará fuerzas al que qui-siere. Vamos, dadme el pulimentado arco paraque pueda probar con vosotros mi fuerza y misbrazos, para ver si tengo todavía el vigor cualantes tenía en mis flexibles miembros, o ya melo han destruido la vida errante y la falta decuidados.»Así dijo, y todos ellos se indignaron sobrema-nera temiendo que lograse tender el pulidoarco.Entonces Antínoo le increpó y llamó por sunombre:

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«¡Ah, miserable entre los forasteros, no tienes niel más mínimo seso! ¿No te contentas con parti-cipar tranquilamente del festín con nosotros,los poderosos, y que no se te prive de nada delbanquete, e incluso escuchar nuestras palabrasy conversación? Ningún otro forastero ni men-digo escucha nuestras palabras. Te trastorna elvino, dulce como la miel, el que daña a quien loarrebata con avidez y no lo bebe comedidamen-te. El vino perdió también al ilustre centauroEuritión en el palacio del muy noble Pirítoocuando marchó al país de los Lapitas. Cuandohabía dañado su mente con el vino, cometióenloquecido acciones indignas en la casa dePirítoo, pero la indignación se apoderó de loshéroes y se arrojaron sobre él, lo arrastraronafuera a través del vestíbulo y le cortaron orejasy nariz con cruel bronce. Y él, dañado en sumente, se marchó soportando su desgracia conánimo demente. Por esto se produjo la contien-da entre hombres y Centauros, y aquél fue el

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primero que encontró el mal para sí mismo porhaberse cargado de vino.«También a ti te anuncio una gran desgracia sitiendes el arco, pues no encontrarás afabilidaden nuestro pueblo y te enviaremos en negranave al rey Equeto, azote de todos los mortales,y de allí no podrás escapar a salvo. Así quebebe tranquito y no trates de rivalizar conhombres más jóvenes»Y la prudente Penélope se dirigió luego a él:«Antínoo, no es decoroso ni justo ultrajar a loshuéspedes de Telémaco, cualquiera que lleguea este palacio. ¿Crees que si el huésped lograratender el arco, confiado en sus manos y fuerza,me llevaría a casa y haría su esposa? Ni siquie-ra él mismo alberga en su pecho tal esperanza.Que ninguno de vosotros coma con corazónacongojado por causa de éste, pues no parececosa en modo alguno razonable.»Y Eurímaco, hijo de Pólibo, le contestó: -«Hija de Icario, prudente Penélope, no creemosque éste te vaya a llevar, ni parece razonable,

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pero nos llenan de vergüenza las murmuracio-nes de hombres y mujeres, no sea que algunavez el peor de los aqueos pueda decir: "Envérdad son hombres muy inferiores los quepretenden a la esposa de un hombre irrepro-chable, pues no son capaces de tender el pulidoarco; en cambio un mendigo cualquiera quellegó errante tendió fácilmente el arco y atra-vesó el hierro."«Así dirá y tales reproches serán para noso-tros.»

Y la prudente Penélope se dirigió a él:«Eurímaco, no es posible en modo alguno quetengan buena fama en el pueblo quienes des-honran la casa de un varón principal y se lacomen. ¿Por qué os hacéis merecedores de talesoprobios? Este forastero es muy alto y vigorosoy afirma ser hijo de un padre de noble linaje.Vamos, dadle el pulimentado arco, para queveamos. Os diré algo que se va a cumplir: si lo-grara tenderlo y Apolo le diera gloria, le vestiré

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de manto y túnica, hermosos vestidos, y le daréun agudo venablo para protección contra pe-rros y hombres y una espada de doble filo;también le daré sandalias para sus pies y leenviaré a donde su corazón le empuje.»Y Telémaco le habló discretamente:«Madre mía, ninguno de los aqueos tiene máspoder que yo para dar el arco o negárselo aquien yo quiera, ni cuantos gobiernan sobre laáspera Itaca ni cuantos en las islas de junto a laElide, criadora de caballos. Ninguno de éstosme forzaría contra mi voluntad si yo quisierade una vez dar este arco al extranjero parallevárselo. Conque, vamos, marcha a tu habita-ción y ocúpate de las labores que te son pro-pias, el telar y la rueca, y ordena a tus esclavasque se apliquen a las suyas. El arco será cues-tión de los hombres y principalmente de mi, dequien es el poder en este palacio»"Y ella volvió asombrada a su habitación po-niendo en su pecho la prudente palabra de suhijo. Y luego que hubo subido al piso superior

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con sus siervas, rompió a llorar por Odiseo, suesposo, hasta que Atenea, de ojos brillantes, leechó dulce sueño sobre los párpados.

Entonces el divino porquero tomó el curvadoarco y se disponía a llevarlo, cuando los pre-tendientes todos empezaron a amenazarlo en elpalacio; y uno de los jóvenes arrogantes decíaasí:«¿Adónde llevas el curvado arco, miserableporquero, insensato? Creo que bien pronto tevan a comer lejos de aquí los perros, junto a lasmarranas que tú cuidabas, si Apolo y los demásdioses nos son propicios.»Así dijeron, y éste dejó el arco en el mismo sitioatemorizado porque todos, le amenazaban en elpalacio. Pero Telémaco le dijo entre amenazasdesde el otro lado:«Abuelo, sigue adelante con el arco -no creoque hagas bien en obedecer a todos-, no sea queyo, con ser más joven, te persiga hasta el campoarrojándote piedras, pues soy más fuerte. ¡Ojalá

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fuera tan superior en manos y vigor a cuantospretendientes están en mi casa! Pronto despe-diría de mi palacio a alguno para que se mar-chara vergonzosamente, pues maquinan mal-dades.»Así dijo y todos los pretendientes se rieron dul-cemente de él y abandonaron su terrible cóleracontra Telémaco. El porquero llevó el arco porla habitación y poniéndose junto al prudenteOdiseo se lo entregó. Luego llamó a la nodrizaEuriclea y le dijo:«Prudente Euriclea, Telémaco ordena que cie-rres bien las puertas del mégaron y que, si al-guna de las siervas oye gemidos o golpes dehombres dentro de nuestras paredes, que noacuda a la puerta, que se quede en silencio jun-to a su labor.»Así dijo; a Euriclea se le quedaron sin alas laspalabras y cerró enseguida las puertas delmégaron, agradable para habitar.Filetio salió sigilosamente y cerró enseguida laspuertas del bien cercado patio. Había bajo el

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pórtico el cable de papiro de una curvada nave;con éste sujetó las puertas, entró y fue a sentar-se en la silla de la que se, había levantado mi-rando directamente a Odiseo.Éste ya estaba manejando el arco, dándole vuel-tas probándolo por uno y otro lado no fueraque la carcoma hubiera roído el cuerno mien-tras su dueño estaba ausente.Y uno de los pretendientes decía así, mirando alque tenía cerca:«Desde luego es un hombre conocedor y en-tendido en arcos. Quizá también él tiene deéstos en casa o siente impulsos de construirlos,según lo mueve entre sus manos aquí y allá estevagabundo conocedor de desgracias.»Y otro de los jóvenes arrogantes decía así:«íOjalá consiguiera tanto provecho como va aconseguir tender el arco!»Así decían los pretendientes. Entretanto el muyastuto Odiseo, luego que hubo palpado y exa-minado por todas partes el gran arco... Comocuando un hombre entendido en liras y canto

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consigue fácilmente tender la cuerda con unaclavija nueva, atando a uno y otro lado la bienretorcida tripa de una oveja, así tendió Odiseosin esfuerzo el gran arco. Luego lo tomó con sumano derecha, palpó la cuerda y ésta resonósemejante al hermoso trino de una golondrina.Entonces les entró gran pesar a los pretendien-tes y se les tornó el color. Zeus retumbó confuerza mostrando una señal y se llenó de alegr-ía el sufridor, el divino Odiseo porque el hijo deCrono, de torcidos pensamientos, le había en-viado un prodigio. Y tomó un agudo dardo quetenía suelto sobre la mesa, pues los otros esta-ban dentro del cóncavo carcaj, los que iban aprobar pronto los aqueos. Lo acomodó en laencorvadura, tiró del nervio y de las barbas allisentado, desde su misma silla, disparó el dardoapuntando de frente y no marró ninguna de lashachas desde el primer agujero, pues la flechade pesado bronce salió atravesándolas.Entonces dijo a Telémaco:

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«Telémaco, este huésped que tienes sentado entu palacio no lo cubre de vergüenza, que no heerrado el blanco ni me he fatigado tratando detender el arco. Todavía me queda vigor, no co-mo me echan en cara los pretendientes pordeshonrarme. Pero ya es hora de que los aque-os preparen su cena mientras haya luz y queluego se solacen con el canto y la lira, pues és-tos son complemento de un banquete.»Así dijo, e hizo una señal con las cejas. Teléma-co se ciñó la aguda espada, el hijo del divinoOdiseo; puso su mano sobre la lanza y se quedóen pie junto a su mismo sillón, armado de re-luciente bronce.

CANTO XXIILA VENGANZAEntonces el muy astuto Odiseo se despojó desus andrajos, saltó al gran umbral con el arco yel carcaj lleno de flechas y las derramó ante suspies diciendo a los pretendientes:

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«Ya terminó este inofensivo certamen; ahoraveré si acierto a otro blanco que no ha alcanza-do ningún hombre y Apolo me concede gloria.»Así dijo, y apuntó la amarga saeta contra Antí-noo. Levantaba éste una hermosa copa de orode doble asa y la tenía en sus manos para beberel vino. La muerte no se le había venido a lasmientes, pues ¿quién creería que, entre tantosconvidados, uno, por valiente que fuera, iba acausarle funesta muerte y negro destino? PeroOdiseo le acertó en la garganta y le clavó unaflecha; la punta le atravesó en línea recta el de-licado cuello, se desplomó hacia atrás, la copase le cayó de la mano al ser alcanzado y al pun-to un grueso chorro de humana sangre brotó desu nariz. Rápidamente golpeó con el pie yapartó de sí la mesa, la comida cayó al suelo yse mancharon el pan y la carne asada.Los pretendientes levantaron gran tumulto enel palacio al verlo caer, se levantaron de susasientos lanzándose por la sala y miraban portodas las bien construidas paredes, pero no ha-

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bía en ellas escudo ni poderosa lanza que podercoger. E increparon a Odiseo con coléricas pa-labras:«Forastero, haces mal en disparar el arco contralos hombres; ya no tendrás que afrontar máscertámenes, pues te espera terrible muerte. Hasmatado a uno que era el más excelente de. losjóvenes de Itaca; te van a comer los buitres aquímismo.»Así lo imaginaban todos, porque en verdadcreían que lo había matado involuntariamente;los necios no se daban cuenta de que tambiénsobre ellos pendía el extremo de la muerte. Ymirándolos torvamente les dijo el muy astutoOdiseo:«Perros, no esperabais que volviera del pueblotroyano cuando devastabais mi casa, forzabaisa las esclavas y, estando yo vivo tratabais deseducir a mi esposa sin temer a los dioses quehabitan el ancho cielo ni venganza alguna delos hombres. Ahora pende sobre vosotros todosel extremo de la muerte.»

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Así habló y se apoderó de todos el pálido terrory buscaba cada uno por dónde escapar a la es-cabrosa muerte. Eurímaco fue el único que lecontestó diciendo:«Si de verdad eres Odiseo de Itaca que ha lle-gado, tienes razón en hablar así de las atroci-dades que han cometido los aqueos en el pala-cio y en el campo. Pero ya ha caído el causantede todo, Antínoo; fue él quien tomó la iniciati-va, no tanto por intentar el matrimonio comopor concebir otros proyectos que el Cronida nollevó a cabo: reinar sobre el pueblo de la bienconstruida Itaca tratando de matar a tu hijo conasechanzas. Ya ha muerto éste por su destino,perdona tú a tus conciudadanos, que nosotros,para aplacarte públicamente, te com-pensaremos de lo que se ha comido y bebido enel palacio estimándolo en veinte bueyes cadauno por separado, y te devolveremos bronce yoro hasta que tu corazón se satisfaga; antes deello no se te puede reprochar que estés irrita-do.»

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Y mirándole torvamente le dijo el muy astutoOdiseo:«Eurímaco, aunque me dierais todos los bienesfamiliares y añadierais otros, ni aun así con-tendría mis manos de matar hasta que los pre-tendientes paguéis toda vuestra insolencia.Ahora sólo os queda luchar conmigo o huir, sies que alguno puede evitar la muerte y las Ke-res, pero creo que nadie escapará a la escabrosamuerte.

Así habló y las rodillas y el corazón de todosdesfallecieron allí mismo. Eurímaco habló otravez entre ellos y dijo:«Amigos, no contendrá este hombre sus irresis-tibles manos, sino que una vez que ha cogido elpulido arco y el carcaj lo disparará desde elpulido umbral hasta matarnos a todos. Pense-mos en luchar; sacad las espadas, defendeoscon las mesas de los dardos que causan rápidamuerte. Unámonos todos contra él por si lo-gramos arrojarlo del umbral y las puertas, va-

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yamos por la ciudad y que se promueva granalboroto: sería la última vez que manejara elarco.»Así habló, y sacando la aguda espada de bron-ce, de doble filo, se lanzó contra él con horriblesgritos. Al mismo tiempo le disparó una saeta eldivino Odiseo, y acertándole en el pecho, juntoa la tetilla, le clavó la veloz flecha en el hígado.Se le cayó de la mano al suelo la espada ydoblándose se desplomó sobre la mesa y de-rribó por tierra los manjares y la copa de dobleasa. Golpeó el suelo con su frente, con espírituconturbado, y sacudió la silla con ambos pies, yuna niebla se esparció por sus ojos.Anfínomo se fue derecho contra el ilustre Odi-seo y sacó la aguda espada por si podía arrojar-lo de la puerta, pero se le adelantó Telémaco yle clavó por detrás la lanza de bronce entre loshombros y le atravesó el pecho. Cayó conestrépito y dio de bruces en el suelo. Telémacose retiró dejando su lanza de larga sombra allí,en Anfínomo, por temor a que alguno de los

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aqueos le clavara la espada mientras él arran-caba la lanza de larga sombra o le hiriera alestar agachado. Echó a correr y llegó enseguidaadonde estaba su padre y, poniéndose a su la-do, le dirigió aladas palabras: «Padre, voy atraerte un escudo y dos lanzas y un casco todode bronce que se ajuste a tu cabeza. De paso mepondré yo las armas y daré otras al porquero yal boyero, que es mejor estar armados.»Y le respondió el muy astuto Odiseo:«Tráelas corriendo mientras tengo flechas paradefenderme, no sea que me arrojen de la puertaal estar solo.»Así habló, y Telémaco obedeció a su padre. Fuea la estancia donde estaban sus famosas armasy tomó cuatro escudos, ocho lanzas y cuatrocascos de bronce con crines de caballo, los llevóy se puso enseguida al lado de su padre. Prime-ro protegió él su cuerpo con el bronce y, cuan-do los dos siervos se habían puesto hermosasarmaduras, se colocaron todos junto al pru-dente y astuto Odiseo.

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Mientras tuvo flechas para defenderse, fuehiriendo sin interrupción a los pretendientes ensu propia casa apuntando bien. Y caían unotras otro. Pero cuando se le acabaron las flechasal soberano, una vez que las hubo disparado,apoyó el arco contra una columna del bienconstruido aposento, junto al muro reluciente,y se cubrió los hombros con un escudo de cua-tro pieles; en la robusta cabeza se colocó unlabrado casco -el penacho de crines de caballoondeaba terrible en lo alto-, y tomó dos podero-sas lanzas guarnecidas con bronce.Había en la bien construida pared un postigo yen el umbral extremo de la sólida estancia hab-ía una salida hacia un corredor y estaba cerradopor batientes bien ajustados. Mandó Odiseoque lo custodiara el divino porquero mante-niéndose firme en él, pues era la única. salida.Entonces Agelao les habló a todos con estaspalabras:«Amigos, ¿no habrá nadie que ascienda por elpostigo, se lo diga a la gente y se produzca al

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punto un tumulto? Sería la última vez que éstemanejara el arco.»Y le respondió el cabrero Melantio:«No es posible, Agelao de linaje divino; estámuy cerca la hermosa puerta del patio y es difí-cil la salida al corredor; un solo hombre, quesea valiente, nos contendría a todos. Pero, va-mos, os traeré armas de la despensa, pues creoque allí, y no en otro sitio, las colocaron Odiseoy su ilustre Hijo.»

Así diciendo, subió el cabrero Melantio por unatronera del mégaron a la estancia de Odiseo, dedonde tomó doce escudos, otras tantas lanzas eigual número de cascos de bronce con crines decaballo. Fue y se lo entregó rápidamente a lospretendientes. Entonces sí que desfallecieronlas rodillas y el corazón de Odiseo cuando vioque se ponían las arenas y blandían en sus ma-nos las largas lanzas, pues ahora la empresa leparecía arriesgada. Y al punto dirigió a Teléma-co aladas palabras:

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«Telémaco, alguna de las mujeres del palacio, oMelantio, encienden contra nosotros combatefunesto.»Y le respondió Telémaco discretamente:«Padre, yo tuve la culpa de ello, no hay otroculpable, que dejé abierta la bien ajustada puer-ta de la habitación, y su espía ha sido más hábil.Pero vete, divino Eumeo, y cierra la puerta dela despensa; y entérate de si quien hace esto esuna mujer o Melantio, el hijo de Dolio, como yocreo.»Mientras así hablaban entre sí, el cabrero Me-lantio volvió a la estancia para traer hermosasarmas, pero se dio cuenta el divino porquero yal punto dijo a Odiseo, que estaba cerca:«Hijo de Laertes, de linaje divino, Odiseo -ricoen ardides, aquel hombre desconocido del quesospechábamos ha vuelto al aposento. Dimeclaramente si lo debo matar, en caso de ven-cerlo, o he de traértelo para que pague las mu-chas insolencias que ha cometido en tu casa.»Y le respondió el muy astuto Odiseo:

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«Yo y Telémaco contendremos en esta sala a losnobles pretendientes, a pesar de su mucho ar-dor. Vosotros ponedle atrás pies y manos ymetedlo en la habitación, cerrad la puerta yechándole una soga trenzada colgadlo de lasvigas en lo alto de una columna, para que vivalargo tiempo sufriendo fuertes dolores.»Así habló, y ellos dos le escucharon y obedecie-ron, y, dirigiéndose a la estancia, le pasaroninadvertidos a Melantio, que estaba dentro.Éste buscaba armas en lo más recóndito de lahabitación y ellos montaron guardia a uno yotro lado de las jambas. Cuando atravesaba elumbral el cabrero Melantio, llevando en unamano un hermoso casco y en la otra un anchoescudo viejo, cubierto de moho, que el héroeLaertes solía llevar en su juventud y ahora sehallaba en el suelo con las correas rotas, se leecharon encima y lo arrastraron adentro por lospelos; lo echaron al suelo angustiado en su co-razón y, poniéndole atrás pies y manos, se lasataron con doloroso nudo, como había manda-

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do el hijo de Laertes, el divino y sufridor Odi-seo; echaron a las vigas, en lo alto de una co-lumna, la soga trenzada y burlándote le dijiste,porquero Eumeo:«Ahora velarás toda la noche acostado en establanda cama que te mereces, y no te pasaráinadvertida la llegada de la que nace de la ma-ñana, de trono de oro, desde las corrientes deOcéano, a la hora en que sueles traer las cabrasa los pretendientes para preparar el almuerzo.»Así quedó, suspendido de funesto nudo, y ellosdos se pusieron las arenas, cerraron la brillantepuerta y se dirigieron hacia el prudence y astu-to Odiseo. Se detuvieron allí respirando ardor yeran cuatro los del umbral y muchos y valienteslos de dentro. Y se les unió Atenea, la hija deZeus, que tomó el aspecto y la voz de Méntor.Odiseo se alegró al verla y le dijo:«Méntor, aparta de nosotros el infortunio,acuérdate del compañero amado que solíahacerte bien, pues eres de mi edad.»

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Así habló, aunque sospechaba que era Atenea,la que empuja al combate. Y los pretendientesle hacían reproches en la sala, siendo AgelaoDamastórida el primero en hablar:«Méntor, que no te convenza Odiseo con suspalabras de luchar contra los pretendientes yayudarle a él, pues que se cumplirá nuestrointento de esta manera: una vez que hayamosmatado a éstos, al padre y al hijo, perecerás tútambién por lo que tramas en el palacio y pa-garás con tu cabeza. Y cuando seguemos vues-tra violencia con el hierro, mezclaremos a los deOdiseo cuantos bienes posees dentro y fuera detu palacio y no permitiremos que tus hijos nihijas vivan en el palacio, ni que tu fiel esposaande por la ciudad de Itaca. .Así hablo, Atenea se encolerizó más en su co-razón y le hizo reproches a Odiseo con airadaspalabras:«Ya no hay en ti, Odiseo, aquel vigor y fuerzade cuando luchabas con los troyanos por Hele-na de blancos brazos, hija de ilustre padre, du-

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rante nueve años seguidos; diste muerte a mu-chos hombres en combate cruel y por tu consejose tomó la ciudad de Príamo, de anchas calles.¿Cómo es que ahora que has llegado a tu casa yposesiones imploras ser valiente contra los pre-tendientes? Ven aquí, amigo, ponte firme juntoa mí y mira mis obras, para que veas cómo esMéntor Alcímida para devolverte los favoresentre tus enemigos.»Así habló, y es que no quería concederle todav-ía del todo la indecisa victoria antes de probarel vigor.y la fuerza de Odiseo y su ilustre hijo.Conque se lanzó hacia arriba y fue a posarse enuna viga de la sala ennegrecida por el fuego,semejante a una golondrina de frente.Animaban a los contendientes Agelao Da-mastórida Eurínomo, Anfimedonte, Demoptó-lemo, Pisandro Polictórida y el prudente Póli-bo, pues eran los más valientes de cuantos pre-tendientes vivían y luchaban por sus vidas. Alos demás los había derribado ya el arco y las

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numerosas flechas. A todos se dirigió Agelaocon estas palabras:«Amigos, ahora contendrá este hombre susmanos indómitas, puesto que se ha ido Méntortras decirle inútiles fanfarronadas y han que-dado solos al pie de las puértas. Conque nolancéis todos a una las largas lanzas; vamos,disparad primero los seis, por si Zeus nos con-cede de alguna manera que Odiseo sea blancode los disparos y conseguir gloria. De los otrosno habrá cuidado una vez que éste al menoshaya caído.»Así dijo, y dispararon todos como les ordenara,bien atentos, pero Atenea dejó sin efecto todossus disparos. De éstos, uno alcanzó la columnadel bien construido mégaron, otro la puertasólidamente ajustada. De otro, la lanza de fres-no, pesada por el bronce, fue a estrellarse con-tra el muro. Y una vez que habían esquivadolas lanzas de los pretendientes comenzó ahablar entre ellos el sufridor, el divino Odiseo:

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«Amigos, también yo ahora quisiera decirosque disparemos contra la turba de los preten-dientes, quienes, además de los anteriores ma-les, desean matarnos.»Así dijo, y todos dispararon las afiladas lanzasapuntando de frente. A Demoptólemo lo matóOdiseo, a Eurfades Telémaco, a Elato el por-querizo y a Pisandro el que estaba al cuidadode los bueyes. Así que luego todos a una mor-dieron el inmenso suelo mientras los otros pre-tendientes se retiraron hacia el fondo del méga-ron. Y ellos se lanzaron sobre los cadáveres yles quítaron las lanzas.De nuevo los pretendientes dispararon las afi-ladas lanzas, bien atentos. Pero Atenea dejó sinefecto todos sus disparos. De ellos, uno alcanzóla columna del bien construido mégaron, otrola puerta sólidamente ajustada. De otro la lanzade fresno, pesada por el bronce, fue a estrellarsecontra el muro. Pero esta vez Anfimedontehirió a Telémaco en la muñeca, levemente, y elbronce le dañó la superficie de la piel; Cresipo

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rasguñó el hombro de Eumeo con la larga lanzapor encima del escudo, y ésta, sobrevolando,cayó a tierra.De nuevo los que rodeaban al prudente y astu-to Odiseo dispararon las afiladas lanzas contrala turba de los pretendientes y de nuevo al-canzó a Euridamante, Odiseo, el destructor deciudades, a Anfimedonte, Telémaco, y a Pólibo,el porquero, y luego alcanzó en el pecho a Cte-sipo el que estaba al cuidado de los bueyes yjactándose le dijo:«Politérsida, amigo de insultar, no digas nuncanada altanero cediendo a tu insensatez, antesbien cede la palabra a los dioses, puesto que enverdad son mejores con mucho. Este será parati el don de hospitalidad por la patada que distea Odiseo, semejante a un dios, cuando mendi-gaba por el palacio.»Así dijo el que estaba al cuidado de los cueni-torcidos bueyes. Después Odiseo hirió de cercaal Damastórida con su larga lanza y Telémacohirió de cerca con su lanza en medio de la ijada

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a Leócrito Evenórida, y el bronce le atravesó departe a parte. Cayó de cabeza y dio de brutes enel suelo. Entonces Atenea levantó la égida, des-tructora para los mortales, desde lo alto deltecho y sus corazones sintieron pánico. Así quelos unos huían por el mégaron como vacas derebaño a las que persigue el movedizo tábano,lanzándose sobre ellas en la estación de la pri-mavera, cuando los días son largos.

En cambio, los otros, como los buitres de retor-cidas uñas y corvo pico bajan de los montes ycaen sobre las aves que, asustadas por la llanu-ra, tratan de remontarse hacia las nubes -éstosse lanzan sobre las aves y las matan, ya que notienen defensa alguna ni posibilidad de huida yse alegran los hombres de la captura-, así gol-peaban éstos a los pretendientes corriendo encírculo por la sala.Y eran horribles los gemidos que se levantabancuando las cabezas de los pretendientes gol-

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peaban el suelo -y éste humeaba todo con san-gre.Fue entonces cuando Leodes se arrojó a las ro-dillas de Odiseo y asiéndolas le suplicaba conaladas palabras:«Te suplico asido a tus rodillas, Odiseo. Respé-tame y ten compasión de mí. Pues lo aseguroque nunca dije ni hice nada insensato a mujeralguna en el palacio. Por el contrario, solíahacer desistir a cualquiera de los pretendientesque tratara de hacerlas, pero no me obedecíanen alejar sus manos de la maldad. Por esto ypor sus insensateces han atraído hacia sí undestino indigno y yo, sin haber hecho nada,yaceré con ellos por ser su arúspice, que no hayagradecimiento futuro para los que obranbien.»Y mirándole torvamente le dijo el muy astutoOdiseo:«Si te precias de ser el arúspice de éstos, seguroque a menudo estabas pronto a suplicar en elpalacio que el fin de mi dulce regreso fuera

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lejano, para atraer hacia ti a mi querida esposay que te pariera hijos. Por esto no podrías esca-par a la muerte de largos lamentos.»Así diciendo, tomó con su ancha mano la espa-da que estaba en el suelo, la que Agelao habíadejado caer al sucumbir. Con ella le atravesó elcuello por el centro y mientras todavía hablabaLeodes, su cabeza se mezcló con el polvo.También el aedo Femio Terpiada trataba deevitar la negra Ker, el que cantaba a la fuerzaentre los pretendientes. Estaba de pie soste-niendo entre sus manos la sonora lira junto alportillo, y dudaba entre salir desapercibido delmégaron y sentarse junto al altar del gran Zeus,protector del Hogar, donde Laertes y Odiseohabían quemado muchos muslos de reses, olanzarse a las rodillas de Odiseo y suplicarle. Ymientras así pensaba, le pareció más ventajosoasirse a las rodillas de Odiseo Laertíada. Asíque dejó en el suelo la curvada lira, entre lacrátera y el sillón de clavos de plata, y se arrojó

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a las rodillas de Odiseo. Y asiéndolas, le supli-caba con aladas palabras:«Te suplico asido a tus rodillas. Odiseo. Respé-tame y ten compasión de mí. Seguro quetendrás dolor en el futuro si matas a un aedo, amí, que canto a dioses y hombres. Yo he apren-dido por mí mismo, pero un dios ha soplado enmi mente toda clase de cantos. Creo que puedocantar junto a ti como si fuera un dios. Por estono trates de cortarme el cuello. También Telé-maco, tu querido hijo, podría decirte que yo novenía a tu casa ni de buen grado ni porque loprecisara, para cantar junto a los pretendientesen sus banquetes; mas ellos me arrastraban porla fuerza por ser más numerosos y fuertes.»Así dijo, y la sagrada fuerza de Telémaco leoyó; así que luego dijo a su padre que estabacerca:«Detente y no hieras con el bronce a este ino-cente. También salvaremos al heraldo Medonte,que siempre, mientras fui niño, se cuidaba demí en nuestro palacio, si es que no lo han ma-

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tado ya Filetio o el porquero, o se ha enfrentadocontigo cuando irrumpiste en la sala.»Así habló, y Medonte, conocedor de pensa-mientos discretos, le oyó. Estaba tirado bajo.unsillón y le cubría una piel recién cortada debuey, tratando de evitar la negra muerte. En-seguida saltó de debajo del sillón, se despojó dela piel de buey y se arrojó a las rodillas deTelémaco, y asiéndolas le suplicaba con aladaspalabras:«Amigo, ése soy yo; detente y di a tu padre queno me dañe con el agudo bronce, poderoso co-mo es, irritado con los pretendientes quienes leconsumieron los bienes en el palacio y no terespetaban a ti, ¡necios!»Y sonriendo le dijo el muy astuto Odiseo:«Cobra ánimos, ya que éste te ha protegido ysalvado, para que sepas -y se lo digas a cual-quier otro- que es mucho mejor una buena ac-ción que una acción malvada. Conque salid delmégaron e id al patio alejándoos de la matanza

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tú y el afamado aedo, mientras que yo llevo acabo en la sala lo que es menester.Así dijo, y ambos salieron del mégaron y fue-ron a sentarse junto al altar del gran Zeus, mi-rando asombrados a uno y otro lado, temiendosiempre la muerte.Entonces Odiseo examinó todo su palacio por sitodavía quedaba vivo algún hombre tratandode evitar la negra muerte. Pero los vio a todosderribados entre polvo y sangre, tan numerososcomo los peces a los que los pescadores sacandel canoso mar en su red de muchas mallas ydepositan en la cóncava orilla -allí están todossobre la arena añorando las olas del mar y elbrillante Helios les arrebata la vida-; así estabanlos pretendientes, hacinados uno sobre otro.Entonces se dirigió a Telémaco el muy astutoOdiseo:«Telémaco, vamos, llámame a la nodriza Euri-clea para que le diga la palabra que tengo en miinterior.»

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Así dijo; Telémaco obedeció a su padre y mar-chando hacia la puerta, dijo a la nodriza Euri-clea:«Ven acá, anciana, tú eres la vigilante de lasesclavas en nuestro palacio; ven, te llama mipadre para decirte algo.»Así dijo, y a ella se le quedó sin alas su palabra;abrió las puertas del mégaron, agradable parahabitar, y se puso en camino, y luego la condu-jo Telémaco.Encontró a Odiseo entre los cuerpos recién ase-sinados rociado de sangre ya coagulada, comoun león que va de camino luego de haber engu-llido un toro salvaje --todo su pecho y su caraestán manchados de sangre por todas partes yes terrible al mirarlo de frente. Así de mancha-do estaba Odiseo por sus brazos y piernas.Cuando la nodriza vio los cadáveres y la sangrea borbotones, arrancó a gritar, pues había vistouna obra grande, pero Odiseo la contuvo y se loimpidió, por más que lo deseaba, y dirigiéndo-se a ella le dijo aladas palabras:

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«Alégrate, anciana, en lo interior y no grites,que no es santo ufanarse ante hombres muer-tos. A éstos los ha domeñado la Moira de losdioses y sus obras insensatas, pues no respeta-ban a ninguno de los terrenos hombres, noble odel pueblo, que se llegara a ellos. Por esto y porsus insensateces han arrastrado hacia sí un des-tino vergonzoso. Conque, vamos, dime de lasmujeres en el palacio quiénes me deshonran yquiénes son inocentes.»Y al punto le contestó la nodriza Euriclea:«Desde luego, hijo mío, te diré la verdad. Tie-nes en el palacio cincuenta esclavas a quieneshemos enseñado a realizar labores, a cardarlana y a soportar su esclavitud. Doce de éstashan incurrido en desvergüenza y no me honrana mí ni a la misma Penélope. Telémaco ha cre-cido sólo hace poco y su madre no le permitíadar órdenes a las esclavas. Pero voy a subir alpiso de arriba para comunicárselo a tu esposa, aquien un dios ha infundido sueño.»Y contestándole dijo el muy astuto Odiseo:

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«No la despiertes todavía. Di a las mujeres quevengan aquí, a las que han realizado obras ver-gonzosas.»Así dijo, y la anciana atravesó el mégaron paracomunicárselo a las mujeres y ordenarlas quevinieran.Entonces Odiseo, llamando hacia sí a Telémaco,al boyero y al porquero, les dirigió aladas pala-bras:«Comenzad ya a llevar cadáveres y dad órde-nes a las mujeres para que luego limpien conagua y agujereadas esponjas los hermosos si-llones y las mesas. Cuando hayáis puesto enorden todo el palacio sacad del sólido mégarona las mujeres y matadlas con largas espadasentre la rotonda y el hermoso cerco del patio,hasta que las arranquéis a todas la vida, paraque se olviden de Afrodita, a la que poseíandebajo de los pretendientes con quienes se un-ían en secreto.»Así diciendo, llegaron las esclavas, todas engrupo, lanzando tristes lamentos y derramando

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abundantes lágrimas. Primero se llevaron loscadáveres y los pusieron bajo el pórtico del biencercado patio, apoyándolos bien unos en otros,pues así lo había ordenado Odiseo que lasapremiaba en persona. Y ellas los llevaban porla fuerza. Luego limpiaron con agua y aguje-readas esponjas los hermosos sillones y las me-sas. Entretanto, Telémaco, el boyero y el por-quero rasparon bien con espátulas el piso de labien construida vivienda y las esclavas se lollevaban y lo ponían fuera. Cuando habíanpuesto en orden todo el palacio, sacaron delsólido mégaron a las esclavas y las encerraronen un lugar estrecho, entre la rotonda y el her-moso cerco del patio, de donde no había posibi-lidad de huir.

Entonces, Telémaco comenzó entre ellos ahablar discretamente:«No podría yo quitar la vida con muerte rápidaa éstas que han vertido tanta deshonra sobre mi

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cabeza y la de mi padre cuando dormían conlos pretendientes.»Así diciendo, ató el cable de una nave de azu-loscura proa a una larga columna y rodeó conél la rotonda tensándolo hacia arriba de formaque ninguna llegara al suelo con los pies. Comocuando se precipitan los tordos de largas alas, olas palomas, hacia una red que está puesta enun matorral cuando se dirigen al nido –y enrealidad las acoge un odioso lecho-, así las es-clavas tenían sus cabezas en fila -y en torno asus cuellos había lazos-, para que murieran dela forma más lamentable. Estuvieron agitandolos pies entre convulsiones un rato, no muchotiempo.También sacaron a Melantio al vestíbulo y alpatio, cortáronle la nariz y las orejas con cruelbronce, le arrancaron las vergüenzas para quese las comieran crudas los perros, y le cortaronmanos y pies con ánimo irritado.Luego que hubieron lavado sus manos y pies,volvieron al palacio junto a Odiseo, pues su

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trabajo estaba ya completo. Entonces dijo éste asu nodriza Euriclea:«Tráeme azufre, anciana, remedio contra elmal, y también fuego, para que rocíe con azufreel mégaron; y luego ordena a Penélope quevenga aquí en compañía de sus siervas. Ordenaa todas las esclavas del palacio que vengan.»Y luego le dijo su nodriza Euriclea:«Sí, hijo mío, todo lo has dicho como te corres-ponde. Vamos, voy a traerte ropa, una túnica yun manto; no sigas en pie en el palacio cu-briendo con harapos tus anchos hombros. Seríaindignante.»Y contestándole dijo el muy astuto Odiseo:«Antes que nada he de tener fuego en mi pala-cio.»Así dijo, y su nodriza Euriclea no le desobede-ció. Llevó azufre y fuego y Odiseo roció porcompleto el mégaron, la sala y el patio.Entonces la anciana atravesó el hermoso pala-cio de Odiseo para comunicárselo a las mujerese incitarlas a que volvieran. Estas salieron de la

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estancia llevando una antorcha entre sus ma-nos, rodearon y dieron la bienvenida a Odiseoy abrazándole besaban su cabeza y hombrostomándole de las manos. Y a éste le entró undulce deseo de llorar y gemir, pues reconocía atodas en su corazón.

CANTO XXIIIPENÉLOPE RECONOCE A ODISEOEntonces la anciana subió gozosa al piso dearriba para anunciar a la señora que estaba de-ntro su esposo, y sus rodillas se llenaban defuerza y sus pies se levantaban del suelo.Se detuvo sobre su cabeza y le dijo su palabra:«Despierta, Penélope, hija mía, para que veascon tus propios ojos lo que esperas todos losdías. Ha venido Odiseo, ha llegado a casa porfin, aunque tarde, y ha matado a los ilustrespretendientes, a los que afligían su casa co-miéndose los bienes y haciendo de su hijo elobjeto de sus violencias.»

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Y se dirigió a ella la prudente Penélope:«Nodriza querida, te han vuelto loca los dioses,los que pueden volver insensato a cualquiera,por muy sensato que sea, y hacer entrar enrazón al de mente estúpida. Ellos te han daña-do; antes eras equilibrada en tu mente.«¿Por qué te burlas de mí, si tengo el ánimoquebrantado por el dolor, diciéndome estosextravíos y me despiertas del dulce sueño queme tenía encadenados los párpados? Jamás ha-bía dormido de tal modo desde que Odiseomarchó a la madita Ilión que no hay que nom-brar.«Pero vamos, baja ya y vuelve al mégaron. Por-que si cualquiera otra de las mujeres que estána mi servicio hubiera venido a anunciarme estoy me hubiera despertado, seguro que la habríahecho volver al mégaron con palabra violenta.A ti, en cambio, te valdrá la vejez, por lo menosen esto.»Y le contestó su nodriza Euriclea:

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«No me burlo de tí en absoluto, hija mía, que enverdad ha llegado Odiseo, ha vuelto a casa co-mo lo anuncio y es el forastero a quien todosdeshonraban en el mégaron. Telémaco sabíahace tiempo que ya estaba dentro, pero ocultócon prudencia los proyectos de su padre paraque castigara la violencia de esos hombres alti-vos.»Así dijo; invadió a Penélope la alegría y, sal-tando del lecho, abrazó a la anciana, dejó correrel llanto de sus párpados y hablándole dijo ala-das palabras:«Vamos, nodriza querida, dime la verdad, dimesi de verdad ha llegado a casa como anuncias;dime cómo ha puesto sus manos sobre los pre-tendientes desvergonzados, solo como estaba,mientras que ellos permanecían dentro siempreen grupo.»Y le contestó su nodriza Euriclea:«No lo he visto, no me lo han dicho, sólo heoído el ruido de los que caían muertos. Noso-tras permanecíamos asustadas en un rincón de

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la bien construida habitación -y la cerrabanbien ajustadas puertas- hasta que tu hijo mellamó desde el mégaron, Telémaco, pues supadre le había mandado que me llamara. Des-pués encontré a Odiseo en pie, entre los cuer-pos recién asesinados que cubrían el firme sue-lo, hacinados unos sobre otros. Habrías gozadoen tu ánimo si lo hubieras visto rociado de san-gre y polvo como un león. Ahora ya están todosamontonados en la puerta del patio mientas élrocía con azufre la hermosa sala, luego de en-cender un gran fuego, y me ha mandado que tellame. Vamos, sígueme, para que vuestros co-razones alcancen la felicidad después de habersufrido infinidad de pruebas. Ahora ya se hacumplido este tu mayor anhelo: él ha llegadovivo y está en su hogar y te ha encontrado a ti ya su hijo en el palacio, y a los que le ultrajaban,a los pretendientes, a todos los ha hecho pagaren su palacio.»Y le respondió la prudente Penélope:

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«Nodriza querida, no eleves todavía tus súpli-cas ni te alegres en exceso. Sabes bien cuánbienvenido sería en el palacio para todos, y enespecial para mí y para nuestro hijo, a quienengendramos, pero no es verdadera esta noticiaque me anuncias, sino que uno de los inmorta-les ha dado muerte a los ilustres pretendientes,irritado por su insolencia dolorosa y sus mal-vadas acciones; pues no respetaban a ningunode los hombres que pisan la tierra, ni al delpueblo ni al noble, cualquiera que se llegara aellos. Por esto, por su maldad, han sufrido ladesgracia, que lo que es Odiseo... éste ha perdi-do su regreso lejos de Acaya y ha perecido.»Y le contestó su nodriza Euriclea:«Hija mía, ¡qué palabra ha escapado del cercode tus dientes! ¡Tú, que dices que no volverájamás tu esposo, cuando ya está dentro, junto alhogar! Tu corazón ha sido siempre desconfia-do, pero te voy a dar otra señal manifiesta:cuando le lavaba vi la herida que una vez lehizo un jabalí con su blanco colmillo; quise

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decírtelo, pero él me asió la boca con sus manosy no me lo permitió por la astucia de su mente.Vamos, sígueme, que yo misma me ofrezco enprenda y, si te engaño, mátame con la muertemás lamentable.»Y le contestó la prudente Penélope:«Nodriza querida, es difícil que tú descubraslos designios de los dioses, que han nacido parasiempre, por muy astuta que seas. Vayamos,pues, en busca de mi hijo para que yo vea a lospretendientes muertos y a quien los mató.»Así dijo, y descendió del piso de arriba. Su co-razón revolvía una y otra vez si interrogaría asu esposo desde lejos o se colocaría a su lado, letomaría de las manos y le besaría la cabeza. Ycuando entró y traspasó el umbral de piedra sesentó frente a Odiseo junto al resplandor delfuego, en la pared de enfrente. Él se sentabajunto a una elevada columna con la vista bajaesperando que le dijera algo su fuerte esposacuando lo viera con sus ojos, pero ella perma-neció sentada en silencio largo tiempo -pues el

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estupor alcanzaba su corazón. Unas veces lemiraba fijamente al rostro y otras no lo reconoc-ía por llevar en su cuerpo miserables vestidos.Entonces Telémaco la reprendió, le dijo su pa-labra y la llamó por su nombre:«Madre mía, mala madre, que tienes un co-razón tan cruel. ¿Por qué te mantienes tan ale-jada de mi padre y no te sientas junto a él parainterrogarle y enterarte de todo? Ninguna otramujer se mantendría con ánimo tan tenaz apar-tada de su marido, cuando éste después de pa-sar innumerables calamidades llega a su patriaa los veinte años. Pero tu corazón es siempremás duro que la piedra.»Y le contestó la prudente Penélope:«Hijo mío, tengo el corazón pasmado dentrodel pecho y no puedo pronunciar una sola pa-labra ni interrogarle, ni mirarle siquiera a lacara. Si en verdad es Odiseo y ha llegado a ca-sa, nos reconoceremos mutuamente mejor, puestenemos señales secretas para los demás quesólo nosotros dos conocemos.»

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Así habló y sonrió el sufridor, el divino Odiseo,y al punto dirigió a Telémaco aladas palabras:«Telémaco, deja a tu madre que me ponga aprueba en el palacio y así lo verá mejor. Comoahora estoy sucio y tengo sobre mi cuerpo ves-tidos míseros, no me honra y todavía no creeque yo sea aquél. Pero deliberemos antes demodo que resulte todo mejor, pues cualquieraque mata en el pueblo incluso a un hombre queno deja atrás muchos vengadores, se da a lafuga abandonando sus parientes y su tierrapatria, pero yo he matado a los defensores de laciudad, a los más nobles mozos de Itaca. Teinvito a que consideres esto.»Y le contestó Telémaco discretamente:«Considéralo tú mismo, padre mío, pues dicenque tus decisiones son las mejores y ningúnotro de los mortales hombres osaría rivalizarcontigo. Nosotros te apoyaremos ardorosos y teaseguro que no nos faltará fuerza en cuantoesté de nuestra parte.»Y le contestó y dijo el muy astuto Odiseo:

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«Te voy a decir lo que me parece mejor. Enprimer lugar, lavaos y vestid vuestras túnicas, yordenad a las esclavas en el palacio que elijanropas para ellas mismas. Después, que el divinoaedo nos entone una alegre danza con su sono-ra lira, para que cualquiera piense que hay bo-da si lo oye desde fuera, ya sea un caminante ouno de nuestros vecinos; que no se extienda porla ciudad la noticia de la muerte de los preten-dientes antes de que salgamos en dirección anuestra finca, abundante en árboles. Una vezallí pensaremos qué cosa de provecho nos va aconceder el Olímpico.»Así habló, y al punto todos le escucharon yobedecieron. En primer lugar se lavaron y vis-tieron las túnicas, y las mujeres se adornaron.Luego, el divino aedo tomó su curvada lira yexcitó en ellos el deseo del dulce canto y la ilus-tre danza. Y la gran mansión retumbaba con lospies de los hombres que danzaban y de las mu-jeres de lindos ceñidores.

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Y uno que lo oyó desde fuera del palacio decíaasí:Seguro que se ha desposado ya alguien con lamuy pretendida reina. ¡Desdichada!, no ha te-nido valor para proteger con constancia la granmansión de su legítimo esposo, hasta que llega-ra.»Así decía uno, pero no sabían en verdad quéhabía pasado.Después lavó a Odiseo, el de gran corazón, elama de llaves Eurínome y lo ungió con aceite ypuso a su alrededor una hermosa túnica y man-to. Entonces derramó Atenea sobre su cabezaabundante gracia para que pareciera más alto ymás ancho e hizo que cayeran de su cabezaensortijados cabellos semejantes a la flor deljacinto. Como cuando derrama oro sobre plataun hombre entendido a quien Hefesto y PalasAtenea han enseñado toda clase de habilidad ylleva a término obras que agradan, así derramóla gracia sobre éste, sobre su cabeza y hombro.

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Y salió de la bañera semejante en cuerpo a losinmortales.Fue a sentarse de nuevo en el sillón, del que sehabía levantado, frente a su esposa, y le dirigiósu palabra:«Querida mía, los que tienen mansiones en elOlimpo te han puesto un corazón más inflexi-ble que a las demás mujeres. Ninguna otra semantendría con ánimo tan tenaz apartada de sumarido cuando éste, después de pasar innume-rables calamidades, llega a su patria a los veinteaños. Vamos, nodriza, prepárame el lecho paraque también yo me acueste, pues ésta tiene uncorazón de hierro dentro del pecho.»Y le contestó la prudente Penélope:«Querido mío, no me tengo en mucho ni enpoco ni me admiro en exceso, pero sé muy biencómo eras cuando marchaste de Itaca en la na-ve de largos remos. Vamos, Euriclea, prepara ellabrado lecho fuera del sólido tálamo, el queconstruyó él mismo. Y una vez que hayáis

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puesto fuera el labrado lecho, disponed la camapieles, mantas y resplandecientes colchas.»Así dijo poniendo a prueba a su esposo. Enton-ces Odiseo se dirigió irritado a su fiel esposa:«Mujer, esta palabra que has dicho es dolorosapara mi corazón. ¿Quién me ha puesto la camaen otro sitio? Sería difícil incluso para uno muyhábil si no viniera un dios en persona y lo pu-siera fácilmente en otro lugar; que de los hom-bres, ningún mortal viviente, ni aun en la florde la edad, lo cambiaría fácilmente, pues hayuna señal en el labrado lecho, y lo construí yo ynadie más. Había crecido dentro del patio untronco de olivo de extensas hojas, robusto yfloreciente, ancho como una columna. Edifiquéel dormitorio en torno a él, hasta acabarlo, conpiedras espesas, y lo cubrí bien con un techo yle añadí puertas bien ajustadas, habilidosamen-te trabadas. Fue entonces cuando corté el follajedel olivo de extensas hojas; empecé a podar eltronco desde la raíz, lo pulí bien y habilidosa-mente con el bronce y lo igualé con la plomada,

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convirtiéndolo en pie de la cama, y luego lotaladré todo con el berbiquí. Comenzando poraquí lo pulimenté, hasta acabarlo, lo adorné conoro, plata y marfil y tensé dentro unas correasde piel de buey que brillaban de púrpura.«Esta es la señal que te manifiesto, aunque nosé si mi lecho está todavía intacto, mujer, o si yalo ha puesto algún hombre en otro sitio, cor-tando la base del olivo.»Así dijo, y a ella se le aflojaron las rodillas y elcorazón al reconocer las señales que le habíamanifestado claramente Odiseo. Corrió lloran-do hacia él y echó sus brazos alrededor del cue-llo de Odiseo; besó su cabeza y dijo:«No te enojes conmigo, Odiseo, que en lo de-más eres más sensato que el resto de los hom-bres. Los dioses nos han enviado el infortunio,ellos, que envidiaban que gozáramos de la ju-ventud y llegáramos al umbral de la vejez unoal lado del otro. Por esto no te irrites ahoraconmigo ni te enojes porque al principio, nadamás verse, no te acogiera con amor. Pues con-

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tinuamente mi corazón se estremecía dentro delpecho por temor a que alguno de los mortalesse acercase a mí y me engañara con sus pala-bras, pues muchos conciben proyectos malva-dos para su provecho. Ni la argiva Helena, dellinaje de Zeus, se hubiera unido a un extranjeroen amor y cama, si hubiera sabido que los beli-cosos hijos de los aqueos habían de llevarla denuevo a casa, a su patria. Fue un dios quien laimpulsó a ejecutar una acción vergonzosa, queantes no había puesto en su mente esta lamen-table ceguera por la que, por primera vez, sellegó a nosotros el dolor.«Pero ahora que me has manifestado claramen-te las señales de nuestro lecho, que ningún otromortal había visto sino sólo tú y yo -y una solasierva, Actorís, la que me dio mi padre al veniryo aquí, la que nos vigilaba las puertas del la-brado dormitorio-, ya tienes convencido a micorazón, por muy inflexible que sea.»Así habló, y a él se le levantó todavía más eldeseo de llorar y lloraba abrazado a su deseada,

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a su fiel esposa. Como cuando la tierra aparecedeseable a los ojos de los que nadan (a los quePoseidón ha destruido la bien construida naveen el ponto, impulsada por el viento y el reciooleaje; pocos han conseguido escapar del cano-so mar nadando hacia el litoral y -cuajada supiel de costras de sal- consiguen llegar a tierrabienvenidos, después de huir de la desgracia),así de bienvenido era el esposo para Penélope,quien no dejaba de mirarlo y no acababa desoltar del todo sus blancos brazos del cuello.Y se les hubiera aparecido Eos, de dedos derosa, mientras se lamentaban, si la diosa de ojosbrillantes, Atenea, no hubiera concebido otroproyecto: contuvo a la noche en el otro extremoal tiempo que la prolongaba, y a Eos, de tronode oro, la empujó de nuevo hacia Océano y nopermitía que unciera sus caballos de velocespies, los que llevan la luz a los hombres, Lampoy Faetonte, los potros que conducen a Eos.

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Entonces se dirigió a su esposa el muy astutoOdiseo:«Mujer, no hemos llegado todavía a la meta delas pruebas, que aún tendremos un trabajodesmedido y difícil que es preciso que yo acabedel todo. Así me lo vaticinó el alma de Tiresiasel día en que descendí a la morada de Hades,para inquirir sobre el regreso de mis compañe-ros y el mío propio. Pero vayamos a la cama,mujer, para gozar ya del dulce sueño acos-tados.»Y le contestó la prudente Penélope:«Estará en tus manos el acostarte cuando así lodesee tu corazón, ahora que los dioses te hanhecho volver a tu bien edificado palacio y a tutierra patria. Pero puesto que has hecho unaconsideración -y seguro que un dios la ha pues-to en tu mente-, vamos, dime la prueba que teespera, puesto que me voy a enterar después,creo yo, y no es peor que lo sepa ahora mismo.»Y le contestó y dijo el muy astuto Odiseo:

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«Querida mía, ¿por qué me apremias tanto aque te lo diga? En fin, te lo voy a decir y no loocultaré, pero tu corazón no se sentirá feliz;tampoco yo me alegro, puesto que me ha orde-nado ir a muchas ciudades de mortales con unmanejable remo entre mis manos, hasta quellegue a los hombres que no conocen el mar nicomen alimentos aderezados con sal; tampococonocen estos hombres las naves de rojas meji-llas ni los manejables remos que son alas paralas naves. Y me dio esta señal que no te voy aocultar: cuando un caminante, al encontrarseconmigo, diga que llevo un bieldo sobre miilustre hombro, me ordenó que en ese momentoclavara en tierra el remo, ofreciera hermosossacrificios al soberano Poseidón -un cabrito, untoro y un verraco semental de cerdas-, que vol-viera a casa y ofreciera sagradas hecatombes alos dioses inmortales, los que poseen el anchocielo, a todos por orden. Y me sobrevendrá unamuerte dulce, lejos del mar, de tal suerte queme destruya abrumado por la vejez. Y a mi

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alrededor el pueblo será feliz. Me aseguró quetodo esto se va a cumplir.»Y se dirigió a él la prudente Penélope:«Si los dioses nos conceden una vejez feliz, hayesperanza de que tendremos medios de escapara la desgracia.»Así hablaban el uno con el otro. Entretanto,Eurínome y la nodriza dispusieron la cama conropa blanda bajo la luz de las antorchas. Luegoque hubieron preparado diligentemente el la-brado lecho, la anciana se marchó a dormir a suhabitación y Eurínome, la camarera, los condu-jo mientras se dirigían al lecho con una antor-cha en sus manos. Luego que los hubo con-ducido se volvió, y ellos llegaron de buen gra-do al lugar de su antiguo lecho.Después Telémaco, el boyero y el porquerohicieron descansar a sus pies de la danza y fue-ron todos a acostarse por el sombrío palacio.Y cuando habían gozado del amor placentero,se complacían los dos esposos contándose mu-tuamente, ella cuánto había soportado en el

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palacio, la divina entre las mujeres; con-templando la odiosa comparsa de los preten-dientes que por causa de ella degollaban enabundancia toros y gordas ovejas y sacaban delas tinajas gran cantidad de vino; por su parte,Odiseo, de linaje divino, le contó cuántas pena-lidades había causado a los hombres y cuántashabía padecido él mismo con fatiga. Penélopegozaba escuchándole y el sueño no cayó sobresus párpados hasta que le contara todo. Co-menzó narrando cómo había sometido a loscicones y llegado después a la fértil tierra de losLotófagos, y cuánto le hizo al Cíclope y cómo sevengó del castigo de sus ilustres compañeros aquienes aquél se había comido sin compasión, ycómo llegó a Eolo, que lo acogió y despidióafablemente, pero todavía no estaba decididoque llegara a su patria, sino que una tempestadlo arrebató de nuevo y lo llevaba por el ponto,lleno de peces, entre profundos lamentos; ycómo llegó a Telépilo de los Lestrígones, quie-nes destruyeron sus naves y a todos sus com-

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pañeros de buenas grebas. Sólo Odiseo consi-guió escapar en la negra nave.

Le contó el engaño y la destreza de Circe ycómo bajó a la sombría mansión de Hades paraconsultar al alma del tebano Tiresias con sunave de muchas filas de remeros -y vio a todossus compañeros y a su madre que lo había pa-rido y criado de niño, y cómo oyó el rumor delas Sirenas de dulce canto y llegó a las RocasErrantes y a la terrible Caribdis y a Escila, aquien jamás han evitado incólumes los hom-bres. Y cómo sus compañeros mataron las vacasde Helios y cómo Zeus, el que truena arriba,disparó contra la rápida nave su humeante rayo-y todos sus compañeros perecieron juntos,pero él evitó a las funestas Keres. Y cómo llegóa la isla de Ogigia y a la ninfa Calipso, quien loretuvo en cóncava cueva deseando que fuera suesposo; le alimentó y decía que lo haría inmor-tal y sin vejez para siempre, pero no persuadióa su corazón. Y cómo después de mucho sufrir

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llegó a los feacios, quienes le honraron de todocorazón como a un dios y lo condujeron en unanave a su tierra patria, después de regalarlebronce, oro en abundancia y vestidos.Esta fue la última palabra que dijo cuando eldulce sueño, el que afloja los miembros, leasaltó desatando las preocupaciones de su co-razón.Entonces proyectó otra decisión Atenea, la dio-sa de ojos brillantes: cuando creyó que Odiseoya había gozado del lecho de su esposa y delsueño, al punto hizo salir de Océano a la detrono de oro, a la que nace de la mañana, paraque llevara la luz a los hombres. Entonces selevantó Odiseo del blando lecho y dirigió lapalabra a su esposa:«Mujer, ya estamos saturados ambos de prue-bas inumerables; tú, llorando aquí mi penosoregreso y yo... a mí Zeus y los demás dioses metenían encadenado con dolores lejos de aquí, demi tierra patria, pero ahora que los dos hemosllegado al deseable lecho, tú has de cuidarme

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las riquezas que poseo en el palacio, que encuanto a las ovejas que los altivos pretendientesme degollaron, muchas se las robaré yo mismoy otras me las darán los aqueos hasta que lle-nen mis establos. Mas ahora parto hacia la fincade muchos árboles para ver a mi noble padreque me está apenado. A ti, mujer, te encomien-do esto, ya que eres prudente: al levantarse elsol correrá la noticia de la matanza de los pre-tendientes en el palacio; sube al piso de arribacon las siervas y permanece allí, y no mires anadie ni preguntes.»

Así dijo y vistió alrededor de sus hombros lahermosa armadura y apremió a Telémaco, alboyero y al porquero, ordenándoles que toma-ran en sus manos los instrumentos de guerra.Éstos no le desobedecieron, se vistieron con elbronce, cerraron las puertas y salieron. Y losconducía Odiseo. Ya había luz sobre la tierra,pero Atenea los cubrió con la noche y los con-dujo rápidamente fuera de la ciudad.

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CANTO XXIVEL PACTOY Hermes llamaba a las almas de los preten-dientes, el Cilenio, y tenía entre sus manos elhermoso caduceo de oro con el que hechiza losojos de los hombres que quiere y de nuevo losdespierta cuando duermen. Con éste los pusoen movimiento y los conducía, y ellas le segu-ían estridiendo. Como cuando los murciélagosen lo más profundo de una cueva infinita revo-lotean estridentes cuando se desprende uno dela cadena y cae de la roca -pues se adhierenunos a otros- así iban ellas estridiendo todasjuntas y las conducía Hermes, el Benéfico, porlos sombríos senderos. Traspusieron las co-rrientes de Océano y la Roca Leúcade y atrave-saron las puertas de Helios y el pueblo de losSueños, y pronto llegaron a un prado de asfó-delo donde habitan las almas, imágenes de losdifuntos.

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Allí encontraron el alma del Pelida Aquiles y lade Patroclo y la del irreprochable Antíloco y lade Ayáx, el más excelente en aspecto y cuerpode los dánaos después del irreprochable hijo dePeleo. Todos se iban congregando en torno aéste; acercóse doliente el alma de Agamenón elAtrida y, a su alrededor, las de cuantos murie-ron con él en casa de Egisto y cumplieron sudestino.A éste se dirigió en primer lugar el alma delPelida:«Atrida, estábamos convencidos de que tú erasquerido por Zeus, el que goza con el rayo, porencima de los demás héroes puesto que rein-abas sobre muchos y fuertes hombres en elpueblo de los troyanos, donde sufrimos penali-dades los aqueos. Sin embargo, también se hab-ía de poner a tu lado la luctuosa Moira, a la quenadie evita de los que han nacido. ¡Ojalá hubie-ras obtenido muerte y destino en el pueblo delos troyanos disfrutando de los honores con los

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que reinabas! Así te hubiera levantado unatumba el ejército panaqueo y habrías cobradogran gloria también para tu hijo. Sin embargo,te había tocado en suerte perecer con la muertemás lamentable.»Y le contestó a su vez el alma del Atrida:«Dichoso hijo de Peleo, semejante a los dioses,Aquiles, tú que pereciste en Troya, lejos de Ar-gos y en torno a ti sucumbían los mejores hijosde troyanos y aquéos luchando por tu cadáver,mientras tú yacías en medio de un torbellino depolvo ocupando un gran espacio, olvidado yade conducir tu carro. Nosotros luchamos todoel día y no habríamos cesado de luchar en abso-luto, si Zeus no te hubiera impedido con unatémpestad. Después, cuando te sacamos de labatalla y te llevamos a las naves, te pusimos enun lecho tras limpiar tu hermosa piel con aguatibia y con aceite, y en torno a ti todos losdánaos derramaban muchas, calientes lágrimasy se mesaban los cabellos.

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«Entonces llegó tu madre del mar con las in-mortales diosas marinas, después de oír la noti-cia, y un lamento inmenso se levantó sobre elponto. El temblor se apoderó de todos losaqueos y se habrían levantado para embarcarseen las cóncavas naves, si no los hubiera conte-nido un hombre sabedor de cosas muchas yantiguas, Néstor, cuyo consejo también antesparecía el mejor. Éste habló con buenos senti-mientos hacia ellos y dijo: "Conteneos, argivos,no huyáis, hijos de los aqueos. Esta es su madrey viene del mar con las inmortales diosas mari-nas pára encontrarse con su hijo muerto." Asíhabló y ellos contuvieron su huida temerosa.«Entonces lo rodearon llorando las hijas delviejo del mar y, lamentándose, le pusieron ves-tidos inmortales. Y las Musas, nueve en total,cantaban alternativamente un canto funerariocon hermosa voz. En ese momento no habríasvisto a ninguno de los argivos sin lágrimas:¡tanto los conmovía la sonora Musa!

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«Dieciocho noches lo lloramos, e igualmente dedía, los dioses inmortales y los mortales hom-bres. El día décimoctavo lo entregamos al fuegoy sacrificamos animales en torno tuyo, bienalimentados rebaños y cuernitorcidos bueyes.Tú ardías envuelto en vestiduras de dioses y enabundante aceite y dulce miel. Muchos héroesaqueos circularon con sus armas alrededor detu pira mientras ardías, a pie y a caballo, y selevantaba un gran estrépito. Después, cuandote había quemado la llama de Hefesto, al ama-necer, recogimos tus blancos huesos, Aquiles,envolviéndolos en vino sin mezcla y en aceite,pues tu madre nos donó una ánfora de oro-decía que era regalo de Dioniso y obra del ilus-tre Hefesto. En ella están tus blancos huesos,ilustre Aquiles, mezclados con los del cadáverde Patrocio, el hijo de Menetio, y, separados,los de Antíloco a quien honrabas por encima delos demás compañeros, aunque después dePatroclo, muerto también. Y levantamos sobreellos un monumento grande y perfecto el sa-

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grado ejécito de los guerreros argivos, junto alprominente litoral del vasto Helesponto. Asípodrás ser visto de lejos, desde el mar, por loshombres que ahora viven y por los que vivirándespués.

«Tu madre, después de pedírselo a los dioses,instituyó un muy hermoso certamen para losmejores de los aqueos en medio de la concu-rrencia. Ya has asistido al funeral de muchoshéroes, cuando al morir un rey los jóvenes seciñen las armas y se establecen competiciones,pero serla sobre todo al ver aquel cuando habr-ías quedado estupefacto: ¡qué hermosísimocertamen estableció la diosa en tu honor, ladiosa de los pies de plata, Tetis, pues eras muyquerido de los dioses. Conque ni aún al morirhas perdido tu nombre, sino que tu fama denobleza llegará siempre a todos los hombres,Aquiles. En cambio a mí...!, ¿qué placer obtuveal concluir la guerra? Zeus me preparó durante

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el regreso una penosa muerte a manos de Egis-to y de mi funesta esposa.»Esto es lo que decían entre sí.Y se les acercó el Mensajero, el Argifonte, con-duciendo las almas de los pretendientes muer-tos a manos de Odiseo. Ambos se admiraron alverlos y se fueron derechos a ellos, y el alma deAgamenón, el Atrida, reconoció al querido hijode Melaneo, el muy ilustre Anfimedonte, puesera huésped suyo cuando habitaba su palaciode Itaca. Así que se dirigió a éste en primerlugar el alma del Atrida:«Anfimedonte, ¿qué os ha pasado para que oshundáis en la sombría tierra, hombres selectostodos y de la misma edad? Nadie que escogieraen la ciudad a los mejores hombres elegiría deotra manera. ¿Es que os ha sometido Poseidónen las naves levantado crueles vientos y enor-mes olas?; ¿o acaso os han destruido en tierrafirme, en algún sitio, hombres enemigos cuan-do intentabais llevaros sus bueyes o sus hermo-sos rebaños de ovejas, o luchando por la ciudad

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y sus mujeres? Dímelo, puesto que te preguntoy me precio de ser tu huésped. ¿O no te acuer-das cuando llegué a vuestro palacio en com-pañía del divino Menelao para incitar a Odiseoa que nos acompañara a Ilión sobre las navesde buenos bancos? Durante un mes recorrimosel ancho mar y con dificultad convencimos aOdiseo, el destructor de ciudades».

Y le contestó el alma de Anfimedonte:«Atrida, el más ilustre soberano de hombres,Agamenón, recuerdo todo eso tal como lo di-ces. Te voy a narrar cabalmente y con exactitudel funesto término de nuestra muerte, cómo fueurdido.«Pretendíamos a la esposa de odiseo, largotiempo ausente, y ella ni se negaba al odiadomatrimonio ni lo realizaba –pues meditaba pa-ra nosotros la muerte y la negra Ker-, sino queurdió en su interior este otro engaño: puso en elpalacio un gran telar e hilaba, telar suave e in-acabable. Y nos dijo a continuación: " Jóvenes

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pretendientes míos, puesto que ha muerto eldivino Odiseo, aguardad, aunque deseéis miboda, hasta que acabe este manto -no sea que seme pierdan los hilos-, este sudario para el héroeLaertes, para cuando le arrebate la luctuosaMoira de la muerte de largos lamentos, no seaque alguna de las aqueas en el pueblo se irriteconmigo si yace sin sudario el que poseyó mu-cho. Así habló y enseguida se convenció nues-tro noble ánimo. Conque allí hilaba su grantelar durante el día y por la noche lo destejía,tras colocar antorchas a su lado. Así que su en-gaño pasó inadvertido durante tres años y con-venció a los aqueos, pero cuando llegó el cuartoaño y transcurrteron las estaciones, sucedién-dose los meses, y se cumplieron muchos días,nos lo dijo una de las mujeres –ella lo sabíabien- y sorprendimos a ésta destejiendo su bri-llante tela.«Así fue como tuvo que acabarla, y no volunta-riamente sino por la fuerza. Y cuando nosmostró el manto, tras haber hilado el gran telar,

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tras haberlo lavado, semejante al sol y a la luna,fue entonces cuando un funesto demón trajo dealgún lado a Odiseo hasta los confines delcampo donde habitaba su morada el porquero.Allí marchó también el querido hijo del divinoOdiseo cuando llegó de vuelta de la arenosaPilos en negra nave y entre los dos tramaronfunesta muerte para los pretendientes. Y llega-ron a la muy ilustre ciudad, Odiseo el último,mientras que Telémaco le precedía. El porquerollevó a aquél con miserables vestidos en sucuerpo, semejante a un mendigo miserable yviejo apoyado en su bastón, y rodeaban sucuerpo tristes vestidos. Ninguno de nosotrospudo reconocer que era él al aparecer de repen-te, ni los que eran más mayores, sino que lemaltratábamos con palabras insultantes y congolpes. El entretanto soportaba ser golpeado einjuriado en su propio palacio con ánimo pa-ciente; pero cuando le incitó la voluntad deZeus, portador de égida, tomó las hermosasarmas junto con Telémaco, las ocultó en la des-

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pensa y echó los cerrojos; después mandó conmucha astucia a su esposa que entregara a lospretendientes el arco y el ceniciento hierro co-mo competición para nosotros, hombres detriste destino, y comienzo de la matanza.«Ello fue que ninguno de nosotros pudo tenderla cuerda del poderoso arco; que éramos deltodo incapaces. Cuando el gran arco llegó amanos de Odiseo, todos nosotros voceábamosal porquero que no se lo entregara ni aunque lerogara insistentemente. Sólo Telémaco le animóy se lo ordenó. Así que le tomó en sus manos elsufridor, el divino Odiseo y tendió el arco confacilidad, hizo pasar la flecha por el hierro, fuea ponerse sobre el umbral y disparaba sus velo-ces saetas mirando a uno y otro lado que dabamiedo. Alcanzó al rey Antínoo y luego iba lan-zando sus funestos dardos a los demás, apun-tando de frente, y ellos iban cayendo hacina-dos.«Era evidente que alguno de los dioses les ayu-daba, pues, cediendo a su ímpetu, nos mataban

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desde uno y otro lado de la sala. Y se levantóun vergonzoso gemido cuando nuestras cabe-zas golpeaban contra el pavimento y éste todohumeaba con sangre.

«Así perecimos, Agamenón, y nuestros cuerposyacen aún descuidados en el palacio de Odiseo,pues todavía no lo saben nuestros parientes,quienes lavarían la sangre de nuestras heridas ynos llorarían después de depositarnos, que éstees el honor que se tributa a los que han muer-to.»Y le contestó el alma del Atrida:«¡Dichoso hijo de Laertes, muy astuto Odiseo,por fin has recuperado a tu esposa con tu granvalor! ¡Así de buenos eran los pensamientos dela irreprochable Penélope, la hija de Icario! ¡Asíde bien se acordaba de Odiseo, de su esposolegítimo! Por eso la fama de su virtud no pere-cerá y los inmortales fabricarán un canto a losterrenos hombres en honor de la prudentePenélope. No preparó acciones malvadas como

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la hija de Tíndaro que mató a su esposo legíti-mo y un canto odioso correrá entre los hom-bres; ha creado una fama funesta para las muje-res, incluso para las que sean de buen obrar».Esto era lo que hablaban entre sí en la moradade Hades, bajo las cavernas de la tierra.Entretanto, Odiseo y los suyos bajaron de laciudad y. enseguida llegaron al hermoso y biencultivado campo que Laertes mismo había ad-quirido en otro tiempo, después de haber sufri-do mucho. Allí tenía una mansión y, rodeándo-la por completo, corría un cobertizo en el quecomían, descansaban y pasaban la noche losesclavos forzosos que le hacían la labor. Tam-bién había una mujer, la anciana Sicele que cui-daba gentilmente al anciano en el campo, lejosde la ciudad.Entonces dijo Odiseo su palabra a los esclavos ya su hijo:«Vosotros entrad ya en la bien edificada casa ysacrificad para la cena el mejor de los cerdos,que yo, por mi parte, voy a poner a prueba a mi

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padre, a ver si me reconoce y distingue con susojos o no me reconoce por llevar mucho tiempolejos.»

Así dijo y entregó a los esclavos sus armas,dignas de Ares. Estos entraron rápidamente enla casa, mientras que Odiseo se acercaba a laviña abundante en frutos para probar suerte. Yno encontró a Dolio al descender a la granhuerta ni a ninguno de los esclavos ni de loshijos; habían marchado a recoger piedras paraun muro que sirviera de cercado a la viña y losconducía el anciano. Así que encontró solo a supadre acollando un retoño en la bien cultivadaviña. Vestía un manto descolorido, zurcido,vergonzoso y alrededor de sus piernas teníaatadas unas mal cosidas grebas para evitar losarañazos; en sus manos tenía unos guantes porcausa de las zarzas y sobre su cabeza una gorrade piel de cabra. Y hacía crecer sus dolores.Cuando el sufridor, el divino Odiseo lo vio do-blegado por la vejez y con una gran pena en su

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interior, se puso bajo un elevado peral y de-rramaba lágrimas. Después dudó en su interiorentre besar y abrazar a su padre, y contarle de-talladamente cómo había venido y llegado porfin a su tierra patria, o preguntarle primero yprobarle en cada detalle. Y mientras meditaba,le pareció más ventajoso tentarle primero conpalabras mordaces; así que se fue derecho haciaél el divino Odiseo. En este mómento el ancianomantenía la cabeza bàja y acollaba un retoño, yponiéndose a su lado le dijo su ilustre hijo:«Anciano, no eres inexpertó en cultivar el huer-to, que tiene un buen cultivo y nada en tujardín está descuidado, ni la planta ni la higue-ra ni la vid ni el olivo ni el peral ni la legumbre.Pero te voy a decir otra cosa, no pongas la cóle-ra en tu ánimo: tu propio cuerpo no tiene unbuen cultivo, sino una triste vejez al tiempo queestás escuálido y vestido indecorosamente. No,por indolencia al menos no se despreocupa deti tu dueño y no hay nada de servil que sobre-salga en ti al mirar tu forma y estatura, pues

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más bien te pareces a un rey o a uno que duer-me muellemente después que se ha lavado ycomido, que ésta es la costumbre de los ancia-nos. Pero, vamos, dime esto -e infórmame converdad-: ¿de qué hombre eres esclavo?, ¿dequién es el huerto que cultivas? Respóndemetambién a esto con la verdad, para cerciorarmebien si esta tierra, a la que he llegado, es Itacacomo me ha dicho ese hombre con quien me heencontrado al venir aquí (y no muy sensato,por cierto, que no se atrevió a darme detalles nia escuchar mi palabra cuando le preguntaba simi huésped vive en algún sitio, y aún existe, oya ha muerto y está en la morada de Hades).Voy a decirte algo, atiende y escúchame: encierta ocasión acogí en mi tierra a un hombreque había llegado a mí. Jamás otro mortal veni-do a mi casa desde lejanas tierras me fue másquerido que él. Afirmaba con orgullo que sulinaje procedía de Itaca y que su padre era La-ertes, el hijo de Arcisio. Lo conduje a mi casa yle acogí honrándole gentilmente, pues en ella

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había abundantes bienes. Le ofrecí dones dehospitalidad, los que le eran propios: le di sietetalentos de oro bien trabajados, una crátera deplata adornada con flores, doce cobertores sim-ples, otras tantas alfombras y el mismo númerode hermosas túnicas y mantos. Aparte, le en-tregué cuatro mujeres conocedoras de laboresbrillantes, muy hermosas, las que él quiso esco-ger.»Y le contestó su padre derramando lágrimas:«Forastero, es cierto que has llegado a la tierrapor la que preguntas, pero la dominan hombresinsolentes a insensatos. Los dones que le ofre-ciste, con ser muchos, resultaron vanos, pues silo hubieras encontrado vivo en el pueblo deItaca, te habría devuelto a casa después decompensarte bien con regalos y con una buenaacogida; pues esto es lo establecido, quienquie-ra que sea el que empieza.«Pero vamos, dime a informame con verdad:¿cuántos años hace que diste hospitalidad aaquel huésped tuyo desgraciado, a mi hijo -si es

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que existió alguna vez-, al malhadado a quienhan devorado los peces en el mar, lejos de lossuyos y su tierra patria, o se ha convertido enpresa de fieras y aves en tierra firme? Que no loha llorado su madre después de amortajarlo nisu padre, los que lo engendramos; ni su esposade abundante dote, la prudente Penélope, hallorado como es debido a su esposo junto allecho después de cerrarle los ojos, pues éste esel honor que se tributa a los que han muerto.«Dime ahora esto también tú con vérdad paraque yo lo sepa: ¿quién eres entre los hombres?,¿dónde están tu ciudad y tus padres?, ¿dóndeestá detenida tu rápida nave, la que te ha con-ducido hasta aquí con tus divinos compañe-ros?; ¿o acaso has venido como pasajero en na-ve ajena y ellos se han marchado después dedejarte en tierra?»Y le contestó y dijo el muy astuto Odiseo:«Te voy a contar todo con detalle: soy de Ali-bante donde habito mi ilustre morada, hijo delrey Afidanto, hijo de Polipemón, y mi nombre

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propio es Epérito. Ello es que un demón me hahecho llegar hasta aquí, aunque no quería,apartándome de Sicania; mi nave está detenidajunto al campo, lejos de la ciudad. Este es elquinto año desde que Odiseo marchó de allí yabandonó mi patria, el malhadado. Desde lue-go las aves le eran favorables cuando marchó,estaban a la derecha; con ellas yo me alegré y ledespedí y él estaba alegre al marchar. Nuestroánimo confiaba en que volveríamos a reunirnosen hospitalidad y entregarnos espléndidos pre-sentes.»Así habló y una negra nube de dolor envolvió aLaertes, tomó polvo de cenicienta tierra y loderramó por su encanecida cabeza mientrasgemía agitadamente. Entonces se conmovió elespíritu de Odiseo, le salió por las narices unímpetu violento al ver a su padre y de un saltole abrazó y besó diciendo:«Soy yo, padre, aquél por quien preguntas, yoque he llegado a los veinte años a mi tierra pa-tria. Pero contento llanto y lamentos, pues te

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voy a decir una cosa -y es preciso que nos apre-suremos:- ya he matado a los pretendientes ennuestro palacio vengando sus dolorosos ultra-jes y sus malvadas acciones.»Y le contestó Laertes diciendo:«Si de verdad eres Odiseo, mi hijo, que has lle-gado aquí, muéstrame una señal clara para queme convenza.»Y le contestó y dijo el muy astuto Odiseo:«Contempla con tus ojos, en primer lugar, estaherida que me hizo un jabalí hundiéndome sublanco colmillo cuando fui al Parnaso. Tú y mivenerable madre me enviasteis a Autólico pa-dre de mi madre, para recibir los dones que meprometió al venir aquí afirmándolo con su ca-beza. Es más, te voy a señalar los árboles de labien cultivada huerta que me -regalaste en cier-ta ocasión. Yo te pedía cada uno de ellos cuan-do era niño y te seguía por el huerto; íbamoscaminando entre ellos y tú me decías el nombrede cada uno. Me diste trece perales, diez man-zanos y cuarenta higueras y designaste cin-

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cuenta hileras de vides para dármelas, cada unade distinta sazón. Había en ellas racimos detodas clases cuando las estaciones de Zeus ca-ían de lo alto.»

Así habló y se debilitaron las rodillas y el co-razón de éste al reconocer las claras señales queOdiseo le había mostrado; echó los brazos alre-dedor de su hijo, y el sufridor, el divino Odiseole atrajo hacia sí desmayado. Cuando de nuevotomó aliento y su ánimo se le congregó dentro,contestó con palabras y dijo:«Padre Zeus, todavía estáis los dioses en elOlimpo si los pretendientes han pagado deverdad su orgullosa insolencia. Ahora, sin em-bargo, temo que los itacenses vengan aquí yenvíen mensajeros por todas partes a las ciuda-des de los cefalenios.»Y le contestó y dijo el muy astuto Odiseo:«Cobra ánimos, no te preocupes de esto, perovamos ya a la mansión que está cerca del huer-to. Ya he enviado por delante a Telémaco con el

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boyero y el porquero para que preparen la cenaenseguida.»Así hablando se encaminaron a su hermosamansión. Cuando llegaron a la casa, agradablepara habitar, encontraron a Telémaco con elboyero y el porquero cortando abundantes car-nes y mezclando rojo vino. Entre tanto la siervaSicele lavó al magnánimo Laertes, le ungió conaceite y le puso una hermosa túnica. EntoncesAtenea se puso a su lado y aumentó los miem-bros del pastor de su pueblo e hizo que parecie-ra más grande y ancho que antes. Salió éste desu baño y se admiró su hijo cuando lo vio fren-te a sí semejante a los dioses inmortales. Asíque le habló dirigiéndole aladas palabras:«Padre, sin duda uno de los dioses, que hannacido para siempre, lo ha hecho parecer supe-rior en belleza y estatura.»Y le contestó Laertes discretamente:«¡Padre Zeus, Atenea y Apolo! ¡Ojalá me hubie-ra enfrentado ayer con los pretendientes en mipalacio, las armas sobre mis hombros, como

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cuando me apoderé de la bien edificada ciuda-dela de Nérito, promontorio del continenteacaudillando a los cefalenios! Seguro que habr-ía aflojado las rodillas de muchos de ellos en mipalacio y tú habrías gozado en tu interior.» Estoes lo que se decían uno a otro. Y después quehabían terminado de preparar y tenían dispues-ta la cena, se sentaron por orden en sillas y si-llones y echaron mano de la comida. Entoncesse acercó el anciano Dolio y con él sus hijoscansados de trabajar, que los salió a llamar sumadre, la vieja Sicele, quien los había alimenta-do y cuidaba gentilmente al anciano, luego quele hubo alcanzado la vejez.Cuando vieron a Odiseo y lo reconocieron ensu interior, se detuvieron embobados en lahabitación. Entonces Odiseo les dijo tocándolescon dulces palabras:«Anciano, siéntate a la cena y dejad ya de ad-miraros; que hace tiempo permanecemos en lasala, deseosos de echar mano a los alimentos,por esperaros.»

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Así habló; Dolio se fue derecho a él extendien-do sus dos brazos, tomó la mano de Odiseo y sela besó junto a la muñeca. Y se dirigió a él conaladas palabras:«Amigo, puesto que has vuelto a nosotros quemucho lo deseábamos, aunque no lo acabába-mos de creer del todo -y los dioses mismos tehan traído-, ¡salud!, seas bienvenido y que losdioses te concedan felicidad. Mas dime converdad, para que lo sepa, si está enterada laprudente Penélope de tu llegada o le enviamosun mensajero.»Y le contestó y dijo el muy astuto Odiseo:«Anciano, ya lo sabe, ¿qué necesidad hay deque tú te ocupes de esto?»Así dijo y se sentó de nuevo sobre su bien pu-limentado asiento. De la misma forma tambiénlos hijos de Dolio daban la bienvenida al ilustreOdiseo con sus palabras y le tomaban de lamano, y luego se sentaron por orden junto aDolio, su padre.

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Así es como se ocupaban de comer en la casa,mientras Fama recorría mensajera la ciudadanunciando por todas partes la terrible muertey Ker de los pretendientes. Luego que la oyeronlos ciudadanos, venían cada uno de un sitio congritos y lamentos ante el palacio de Odiseo,sacaban del palacio los cadáveres y cada unoenterraba a los suyos: en cambio a los de otrasciudades los depositaban en rápidas naves y losmandaban a los pescadores para que llevaran acada uno a su casa.Y luego marcharon todos juntos al ágora, acon-gojado su corazón.Cuando todos se habían reunido y estaban yacongregados, se levantó entre ellos Eupites pa-ra hablar -pues había en su interior un dolorimborrable por su hijo Antínoo, el primero aquien había matado -el divino Odiseo-; derra-mando lágrimas por él levantó su voz y dijo:«Amigos, este hombre ha llevado a cabo unagran maldad contra los aqueos: a unos se losllevó en las naves, a muchos y buenos, per-

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diendo las cóncavas naves y a su pueblo; y aotros los ha matado al llegar; a los mejores conmucho de los cefalenios. Conque, vamos, antesque llegue rápidamente a Pilos o a la divinaElide, donde mandan los epeos, vayamos noso-tros, o estaremos avergonzados para siempre,pues esto es un baldón incluso para los venide-ros si se enteran; porque si no castigamos a losasesinos de nuestros hijos y hermanos, ya nome sería grato vivir, sino que preferiría morirenseguida y tener trato con los muertos. Va-mos, que no se nos anticipen a atravesar elmar.»Así habló derramando lágrimas y la lástima seapoderó de todos los aqueos. Entonces se acer-caron Medonte y el divino aedo -pues el sueñoles había abandonado-, se detuvieron en mediode ellos y el estupor se apoderó de todos. Yhabló entre ellos Medonte, conocedor de conse-jos discretos:«Escuchadme ahora a mí, itacenses; Odiseo harealizado estas acciones no sin la voluntad de

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los dioses. Yo mismo vi a un dios inmortalapostado junto a Odiseo y era en todo parecidoa Méntor. El dios inmortal se mostraba unasveces ante Odiseo para animarle y otras agitabaa los pretendientes y se lanzaba tras ellos por elmégaron, y ellos caían hacinados.»Así habló y se apoderó de todos el pálido te-rror.

Entonces se levantó a hablar el anciano héroeHaliterses, hijo de Mástor, pues sólo él veía elpresente y el futuro; éste habló con buenos sen-timientos hacia ellos y dijo:«Escuchadme ahora a mí, itacenses, lo que voya deciros. Para nuestra desgracia se han reali-zado estos hechos, pues ni a mí hicisteis caso nia Méntor, pastor de su pueblo, para poner cotoa las locuras de vuestros hijos, quienes realiza-ban una gran maldad con su funesta arrogan-cia, esquilmando las posesiones y deshonrandoa la esposa del hombre más notable, pues cre-ían que ya no regresaría. También ahora suce-

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derá de esta forma, obedeced lo que os digo: novayamos, no sea que alguien encuentre la des-gracia y la atraiga sobre sí.»Así habló y se levantó con gran tumulto más dela mitad de epos, pero los demás se quedaronallí, pues no agradó a su ánimo la palabra, sinoque obedecieron a Eupites. Y poco después seprecipitaban en busca de sus armas. Después,cuando habían vestido el brillante bronce sobresu cuerpo, se congregaron delante de la ciudadde amplio espacio, y los capitaneaba Eupitescon estupidez: afirmaba que vengaría el asesi-nato de su hijo y que no iba a volver sino acumplir allí mismo su destino.Entonces Atenea se dírigió a Zeus, el hijo deCronos.«Padre nuestro Cronida, el más excelso de lospoderosos, dime, ya que te pregunto, qué es-conde ahora tu mente. ¿Es que vas a levantarotra vez funesta guerra y terrible combate, ovas a establecer la amistad entre ambas par-tes?»

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Y Zeus, el que reúne las nubes, le contestó:«Hija mía, ¿por qué me preguntas esto? ¿Nohas concebido tú misma la decisión de queOdiseo se vengara de aquéllos al volver? Obracomo quieras, aunque te voy a decir lo que másconviene: una vez que el divino Odiseo ha cas-tigado a los pretendientes, que hagan juramen-to de fidelidad y que reine él para siempre. Pornuestra parte, hagamos que se olviden del ase-sinato de sus hijos y hermanos. Que se amenmutuamente y que haya paz y riqueza enabundancia.»Así hablando, movió a Atenea ya antes deseosade bajar, y ésta descendió lanzándose de lascumbres del Olimpo.

Y después que habían echado de sí el deseo deldulce alimento, comenzó a hablar entre ellos elsufridor, el divino Odiseo:«Que salga alguien a ver, no sea que ya vengancerca.»

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Así habló y salió un hijo de Dolio, por cumplirlo mandado, y fue a ponerse sobre el umbral;vio a todos los otros acercarse y dijo enseguidaa Odiseo aladas palabras:«Ya están cerca, armémonos rápidamente.»Así habló y se levantaron, vistieron sus arma-duras los cuatro que iban con Odiseo y los seishijos de Dolio. También Laertes y Dolio vistie-ron sus armas, guerreros a la fuerza, aunque yaestaban canosos. Cuando ya habían puesto al-rededor de su cuerpo el brillante bronce, abrie-ron las puertas y salieron afuera, y los capita-neaba Odiseo.Entonces se les acercó la hija de Zeus, Atenea,semejante a Méntor en cuerpo y voz; al verla sealegró el divino Odiseo y al punto se dirigió aTelémaco, su querido hijo:«Telémaco, recuerda esto cuando salgas a lu-char con los hombres donde se distinguen losmejores: que no deshonres el linaje de tus pa-dres, los que hemos sobresalido por toda latierra hasta ahora en vigor y hombría.»

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Y Telémaco le contestó discretamente:«Verás si así lo desea tu ánimo, querido padre,que no voy a avergonzar tu linaje, como dices.»Así habló; Laertes se alegró y dijo su palabra:«¡Qué día éste para mí, dioses míos! ¡Qué alegr-ía, mi hijo y mi nieto rivalizan en valentía!»Y poniéndose a su lado le dijo la de ojos brillan-tes, Atenea:«Arcisíada, el más amado de todos tus compa-ñeros, suplica a la joven de ojos brillantes y aZeus, su padre; blande tu lanza de larga som-bra y arrójala.»Así habló y le inculcó un gran valor Palas Ate-nea. Suplicando después a la hija de Zeus, elGrande, blandió y arrojó su lanza de largasombra e hirió a Eupites a través del casco demejillas de bronce. El casco no detuvo a la lanzay ésta atravesó el bronce de lado a lado; cayóaquél con gran estrépito y resonaron las armassobre él.

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Se lanzaron sobre los primeros combatientesOdiseo y su brillante hijo y los golpeaban consus espadas; y habrían matado a todos y dejá-dolos sin retorno si Atenea, la hija de Zeus por-tador de égida, no hubiera gritado con su voz ycontenido a todo el pueblo:«Abandonad, itacenses, la dura contienda, paraque os separéis sin derramar sangre».Así habló Atenea y el pálido terror se apoderóde ellos; volaron las armas de sus manos, ate-rrorizados como estaban, y cayeron al suelo allanzar Atenea su voz. Y se volvieron a la ciu-dad deseosos de vivir.Gritó horriblemente el sufridor, el divino Odi-seo y se lanzó de un brinco como el águila quevuela alto. Entonces el Cronida arrojó ardienterayo que cayó delante de la de ojos brillantes, lade poderoso padre, y ésta se dirigió a Odiseo:«Hijo de Laertes, de linaje divino, Odiseo ricoen ardides, contente, abandona la lucha igualpara todos, no sea que el Cronida se irrite con-tigo, el que ve a lo ancho, Zeus.»

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Así habló Atenea; él obedeció y se alegró en suánimo. Y Palas Atenea, la hija de Zeus, porta-dor de égida, estableció entre ellos un pactopara el futuro, semejante a Méntor en el cuerpoy en la voz.