Ondulaciones ovíparas - Antonio Carrillo Cerda
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Ondulaciones Ovíparas
Antonio Carrillo Cerda
México - 2011
Antonio Carrillo Cerda
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Ondulaciones Ovíparas
¿Acaso, podrías ser tú? El parpadeo, la somnolencia. El
inmenso cuervo deja caer su ala negra. Nadie puede
asesinar el tiempo, en algún lugar de la memoria
ancestral estás tú, nítida, sin misterio. La secuencia
monstruosa de rostros desconocidos y el movimiento nos
arrullan (a mí y al mundo), ¿qué impulsa con su leve
canto el sueño de mi muerte, en esta maraña de
sucesos imprevistos? Yo, el de lagartos ojos, te he
reconocido, madre ausente de tantísimos años. Largo
ha sido el lamento del hijo destetado de tu ovario;
desgranaste la mazorca de bronce sin delinear el surco
de mi destino, germiné en tu ausencia. Vine a esta
ciudad para encontrarte, accidentalmente. Eres tú la
tres veces desenterrada, la tres veces muerta por el
tiempo de los hombres. La tierra colorada de tanta
sangre, de tanta conquista, sirvió para perderte: no se
es, lo que no se ve. Piedra, desde siempre piedra, para
siempre piedra. Veinticuatro membranas nictitantes me
miran, como la fiera que fuiste (quizá seas). Muerdes la
tierra, las flores cerradas, el lomo de las bestias, los frutos
inmaduros, muerdes el cielo y el aire presentes: todo lo
muerdes. Los tobillos cruzados de tus escamosas piernas,
el rombo de cadera a rodillas. Te reconozco. Me miras
fijo, soy tu presa, el sacrificio y la ofrenda. Soy, (de
nueva cuenta) tu víctima, inmólame. El rostro
esquelético de mi rostro va contigo, mi imagen anterior
y posterior en una sola mirada de huecas esferas me
reproduce atrozmente en tu memoria. El rostro de mi
padre se asoma desde tu coxis, sostiene un grito
Antonio Carrillo Cerda
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escandaloso; de él mana una muerte que quiero
aniquilar, porque estoy cansado de su muerte que no
llega. Ni él, ni yo, sino el otro, y ninguno; tu virginidad
inquebrantable. En los pliegues de tu falda (nido de
ondulaciones) nazco-muero. Sólo tú, del mar primigenio,
sabías su amniótica eficiencia, conversaste con el dios y
él te dio el flujo; piedra pluvial de miel, de hiel, de olor a
sal. El quincunce de tu vulva, vulva de mi abuela, vulva
de mi madre, vulva de mi hermana, vulva de mi
amante, sangra sobre el Gran-Océano, marea roja, de
muerte me envenenas. Una vez más, náceme a la
muerte de tu abrazo. Eres el templo y el vaso. El espíritu
de las serpientes te estrangula; tu alma se quiebra, tu
cuerpo se desgarra; beso tu sexo que arde, rueda mi
cabeza, mi corazón es un pequeño-dios-hambriento de
sangre, la reliquia sigue viva y llora un amor
anticoagulante. El amante-afortunado que tocó con
lascivia tus pechos gravosos, el hijo prenatal-dentado y
el esposo horadador-homicida se han quedado sin
manos, ¿quién acariciarte podría sin perder un dedo?
Fiera bicéfala de cuatro hemisferios, sobrada de
entelequia. Cazadora-ovípara ensartas carótidas y
falanges, para ignorar el tiempo de mi regreso.
¿Cuántos santos?, ¿cuántos tactos de inocentes
criaturas omnívoras te adornan? Soy la leve pluma en tu
patio que escribe la divina concepción del ser, un
grabado rupestre en tu útero de cuarcita. Ya nazco.
Vengo armado-eyaculante; calcinado por el fuego de
tu cadera. Ya ardo. La flamita estelar aparece, el pulso
de luz se propaga en el todo, se alumbran tus pechos
de gleba, la leche de oro salta en las fuentes y la semilla
de mi canto incuba una muerte perfecta que
impaciente aguarda bajo tierra.