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Sesión plenaria en el Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife. LP/ DLP

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La decepción de los ciudadanos canarios al comprobar el poco interés que los políticos ponen en supropia formación, y en sus intervenciones públicas, lleva al descrédito de la política, y de ese descréditoentre nosotros podríamos hacer una enciclopedia.

23:00

JUAN CRUZ RUIZ Del reciente incidente verbalhabido en el Ayuntamiento de Santa Cruz de

Tenerife y protagonizado por una concejala de la

mayoría me preocupó, más que nada, la

incontenible risa de uno de los ediles, destacado

líder de la citada mayoría. Situado junto al alcalde,

este destacado edil contenía la risa y, además,

mientras el alcalde trataba de resolver el asunto con

mejor voluntad que su compañero de escaño, sin

duda alguna, marcaba compulsivamente números

en su teléfono móvil, imagino que para tapar la

evidencia de su risa.

Un fallo lo tiene cualquiera; el de la concejala era de

grave calado, y lo dijo hasta el alcalde, y se lo

reprochó de manera suficiente el portavoz de la

oposición que llevaba la voz cantante; reírse del

fallo no parece lo más conveniente; lo adecuado es

subrayarlo para que no se produzca más, y para buscar los síntomas: ¿a qué obedece un fallo de estas

características?, ¿cómo es posible que una persona que accede a una determinada categoría política, como

representante de los ciudadanos, desconozca la existencia de las organizaciones no gubernamentales,

decisivas en este tiempo en el que resulta incuestionable la importancia de la participación civil en la gestión

de las ciudades y de los países?

El problema va más allá del fallo y de la risa. Porque una de las cosas que se dijo en ese debate es que los

concejales, y en general los políticos, tienen el deber de leerse los papeles que les hacen sus funcionarios;

los papeles, los discursos, las opiniones? ¿Todo eso lo hacen los funcionarios? Y, entonces, ¿qué hacen los

políticos? ¿Los políticos no supervisan, dirigen, cuestionan, degluten lo que luego dicen? ¿Una concejala

puede permitirse desconocer el abecedario de la acción ciudadana en el mundo de hoy?

El asunto es grave, y debe mover a risa lo justito. Estimo que tenemos una clase política, en Canarias, en

España, acaso en el mundo que está más cerca, que ha de repensar su sitio en el universo y ha de ser más

autocrítica, formarse más para gobernar mejor; no se accede a la política sólo por cuotas o por adscripciones,

sino por conocimiento. Y no se está ahí por fidelidad, sino por competencia; y la competencia está basada en

el conocimiento. La decepción ciudadana al comprobar el poco interés que los políticos ponen en su

formación, y en sus intervenciones, lleva al descrédito de la política, y de ese descrédito entre nosotros

podríamos hacer una enciclopedia.

El conocimiento ha de ser la piedra sobre la que se base el progreso de los pueblos; el desconocimiento, es

decir, la facultad para desconocer, no es un aval, nunca lo fue, nunca lo será; la pretensión de la concejala de

depositar en los funcionarios que la sostienen el fallo que acababa de cometer era un rasgo más de su

infortunio verbal; menos mal que lo atajó a tiempo, y ayudada por el alcalde sacó la pata (política) de donde

la había metido.

Pero de esto no quería hablar hoy, sino justamente de lo contrario, de la nueva vía que me parece que se

puede abrir en Canarias para exigirnos más, y para ser mejores, para asentar nuestro porvenir precisamente

en el diálogo del conocimiento. He estado en Fuencaliente, La Palma, en el encuentro organizado por la

Consejería de Educación y Cultura del Gobierno de Canarias (Milagros Luis Brito, Alberto Delgado); he

escuchado allí, en distintas mesas de diálogo, a jóvenes (y mayores) canarios y peninsulares que se juntaron

para discutir criterios sobre lo que es hoy la cultura, y sobre lo que será; y volví muy optimista, entusiasmado

de encontrarme con un clima que parece convocar a una nueva era cultural, política, civil. Ojalá.

Independientemente de los asuntos tratados, que eran importantes, porque se trata de establecer qué es la

cultura como servicio público, y cómo los funcionarios y los gestores culturales deben relacionarse con el

poder político, a favor del desarrollo cultural de los pueblos, lo que me gustó de estos encuentros fue el

sosiego, la hondura, el respeto, y el conocimiento que transpiraba la mayoría de los que expresaban sus

opiniones.

Insisto en que me pareció notable la participación y la abundancia de jóvenes profesionales y creadores en

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ese primer foro; seguramente muchos lo habrán visto con recelo porque está auspiciado por una entidad

gubernativa, con la presión que eso se supone que lanza sobre las opiniones y las actitudes de la gente. Creo

que entiendo el prejuicio, pero debo decir que en esas jornadas hallé una enorme libertad de criterio, vi a la

gente muy motivada, y me entusiasmó ver que los intervinientes que escuché tenían todos un objetivo

generoso: hallar puntos de encuentros para que sea más eficaz, más honda, más serena también, la

discusión sobre lo que ha de ser un porvenir más culto de las islas.

Y ese es un buen síntoma; luego estuve hablando con algunos de estos jóvenes creadores o profesionales; el

nivel de autoexigencia que observé, y la capacidad de crítica y de autocrítica que se abre paso, creo que

advierte de un nuevo clima, que puede desterrar para siempre los modos chachis de ser. Canarias necesita

agarrarse a una mayoría de edad, de saber y de gobierno, y no se arregla disimulando las risitas cuando se

produce un descalabro verbal en un ayuntamiento como dios manda.

Uno de esos concejales que estaban sentados el otro día en el pleno de Santa Cruz le dijo un día a un ilustre

filósofo que había ido a dar una lección en el comienzo de un curso universitario:

-Profesor, acabe pronto, que tengo una cena.

Imagino que estas anécdotas un día serán sólo la anécdota; el cambio de actitud, ante la cultura, ante la

política, tendrá que desterrar este anecdotario para que alguna vez alcancemos la categoría y la seriedad

que exigen los ciudadanos.

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