Opinión: Ríos sucios y basurales hambrientos - Por Dr. Ricardo Alonso.

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Opinión Ríos sucios y basurales hambrientos Por Dr. Ricardo Alonso He referido a interlocutores circunstanciales una anécdota de adolescente que me sucedió a finales de la década de 1960. Franqueaba el río Arias por el viejo puente de Santa Lucía y desde la ventana del camión de mi padre observé un gran bulto gris en medio del cauce. Le dije a mi padre que había un elefante en medio del río. Primero le causó gracia la ocurrencia, luego pensó que estaba delirando y finalmente me espetó que no debía estar en mis cabales puesto que en Salta no hay elefantes. Ante la insistencia juvenil se detuvo al pasar el puente y volvimos caminando. Efectivamente, no estábamos en África, pero había un elefante que yacía muerto en el lecho seco del río. El misterio fue rápidamente develado. Un circo de la época había sufrido la baja de una de sus atracciones favoritas. Supongo que sin más trámite lo cargaron en un camión arenero, lo llevaron al lecho del río Arias y allí le hicieron volquete quedando el paquidermo librado a carroñeros que pronto dieron cuenta del raro festín que se les ofrecía. La osamenta se fue desarticulando por las leyes inexorables del tiempo y de la tafonomía, hasta desaparecer paulatinamente en las sucesivas crecientes. Es probable que algunos huesos se conserven en el aluvión profundo para confundir a los paleontólogos del futuro. También me refirieron una anécdota de un cargamento de bananas que venía en un camión desde Orán y debían llegar con sus pieles amarillas al mercado central. El encargado de administrar no se qué clase de químicos para evitar la aparición de las manchas negras equivocó la dosis y roció no en por ciento como indicaba la receta, sino en por mil, y finalmente cuando el embarque llegó a

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  Opinión

Ríos sucios y basurales hambrientosPor Dr. Ricardo Alonso

 

He referido a interlocutores circunstanciales una anécdota de adolescente que me sucedió a finales de la década de 1960. 

 

Franqueaba el río Arias por el viejo puente de Santa Lucía y desde la ventana del camión de mi padre observé un gran bulto gris en medio del cauce. Le dije a mi padre que había un elefante en medio del río. Primero le causó gracia la ocurrencia, luego pensó que estaba delirando y finalmente me espetó que no debía estar en mis cabales puesto que en Salta no hay elefantes. Ante la insistencia juvenil se detuvo al pasar el puente y volvimos caminando. Efectivamente, no estábamos en África, pero había un elefante que yacía muerto en el lecho seco del río. 

El misterio fue rápidamente develado. Un circo de la época había sufrido la baja de una de sus atracciones favoritas. Supongo que sin más trámite lo cargaron en un camión arenero, lo llevaron al lecho del río Arias y allí le hicieron volquete quedando el paquidermo librado a carroñeros que pronto dieron cuenta del raro festín que se les ofrecía. 

La osamenta se fue desarticulando por las leyes inexorables del tiempo y de la tafonomía, hasta desaparecer paulatinamente en las sucesivas crecientes. Es probable que algunos huesos se conserven en el aluvión profundo para confundir a los paleontólogos del futuro. 

También me refirieron una anécdota de un cargamento de bananas que venía en un camión desde Orán y debían llegar con sus pieles amarillas al mercado central. 

El encargado de administrar no se qué clase de químicos para evitar la aparición de las manchas negras equivocó la dosis y roció no en por ciento como indicaba la receta, sino en por mil, y finalmente cuando el embarque llegó a las cuatro de la mañana, había allí un cargamento que se asemejaba a toneladas de morcillas. Perdido por perdido, partieron al río Arenales y volcaron la carga en el lecho. 

Relato estas dos anécdotas para ilustrar que los ríos eran los basurales naturales. 

Nadie había tomado conciencia en las décadas de 1960 y 1970, y antes menos aún, del valor que tenían los ríos como cursos de agua, ámbitos de recreación, ecosistemas con una riqueza propia, especialmente ictícola, entre otros. 

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Refería la profesora Gladys Monasterio, especialista en peces de la Universidad Nacional de Salta, la pérdida de especies ictícolas, entre ellas una especie de vieja de agua. 

Los ríos eran, y lo peor es que en algunos lugares aún lo son, verdaderos basurales públicos. Un lugar para deshacerse de la basura incómoda y molesta. La vieja costumbre de barrer la basura debajo de la alfombra. 

Una larga lista de deshechos iba a parar a los ríos. 

Los escombros de construcción, por su naturaleza inerte, pueden ser útiles para el relleno de zonas bajas, depresiones o terrenos desnivelados, y hasta actuar como defensas artificiales si son bien manejados. Gracias a ellos se pudieron recuperar algunos espacios que de otra manera solo alimentaban charcas nauseabundas las que servían de criaderos a las peligrosas larvas del mosquito. Pero estos mismos escombros, arrojados al medio del cauce, constituyen solo basura y rompen con la estética y la salud del paisaje. 

Era común encontrar también toda clase de desechos de granjas avícolas y porcinas, carnes en mal estado, residuos sólidos urbanos en general, restos de podas de árboles y jardines, aceites y lubricantes automotores, pilas y baterías, bolsas o botellas de vidrio o plástico, desechos hospitalarios, pañales descartables, entre una infinidad de materiales varios y sustancias diversas. 

Hasta la década de 1980 no había una conciencia ambiental. 

Las actividades productivas en general como la industria, minería, agricultura, ganadería y otras no trataban los residuos sólidos y líquidos y los arrojaban crudos a los ríos. Al igual que las ciudades y los municipios. 

Luego vendría la saludable ley provincial 7070 de medio ambiente. 

Desde entonces muchas actividades productivas empezaron a hacer los deberes al igual que algunos municipios. 

Sin embargo la cuestión está aún lejos de haber sido resuelta. 

Una rápida visita a los principales ríos de la provincia nos muestra un cuadro de insensibilidad ciudadana y de ausencia de control de las autoridades competentes en el área. 

Es cierto que muchos irresponsables se deshacen de la incómoda basura en medio de la noche. Pero en otros casos directamente se ha convertido al lecho o a las riberas del río en un basural público. 

Y no estamos hablando de microbasurales como los que pueden aparecer en aquellos barrios donde es deficiente el servicio de recolección domiciliaria, sino de grandes y extensos basurales, donde además, la acción del viento levanta bolsas de plástico y

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papeles diseminándolos en derredor y creando un cuadro sucio y antihigiénico. 

El basural hambriento se retroalimenta y expande ampliando su apestosa estela. 

La mayoría de los ríos, especialmente los que pasan por complejos urbanos, siguen siendo verdaderos muladares y focos infecciosos. 

Varios tramos del río Mojotoro, entre ellos uno cerca del puente carretero de la ruta nacional 34 y otro sobre la ruta de Cobos a El Bordo, están siendo usados impunemente como basurales a cielo abierto. Se puede encontrar allí un extenso inventario de todo lo que se mencionó anteriormente. 

Ni qué decir de los ríos Vaqueros, Arias y Arenales en sus tramos por la ciudad de Salta y municipios vecinos. Con el agravante para los de la Alta Cuenca del Río Juramento (Arenales, Rosario, Guachipas, etcétera), que todos los desperdicios tienen destino en el dique Cabra Corral, repositorio final de todas las pestilencias. 

Cuando llega la época de las grandes lluvias se forman "islas flotantes de basura", compuestas mayormente por bolsas y botellas de plástico, que causan repulsión y ofenden la estética del paisaje. Sumado a lo que ello significa en contaminación. 

La proliferación de basurales se puede ver en ríos jujeños y salteños a la vera de la ruta nacional 34, y en numerosos lugares de Tucumán y Catamarca. O sea que la problemática es común a todos los habitantes del noroeste argentino, para no analizar otras regiones del país; hasta llegar al emblemático caso del Riachuelo en Buenos Aires, verdadera cloaca a cielo abierto y probablemente el río más contaminado del mundo. Con el agravante de contener barros con miles de toneladas de metales pesados, en este caso el cromo proveniente de curtiembres centenarias. 

El tema de la basura en general y de los ríos en particular requiere de especialistas en campos multidisciplinares y de políticas públicas concretas. 

Fuente:

Ricardo Alonso: “Ríos sucios y basurales hambrientos”, Visor Gremial, Salta, 12 de enero de 2015. Disponible en http://www.visorgremial.com.ar/articulo.php?cod_seccion=28&cod_noticia=1829&tabla=articulos

 

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