Otra vez la utopía, en el invierno de nuestro desconsuelo

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Otra vez la ut opía, en el invierno de nuestro desconsuelo Ángel Rama No son las obras literarias escritas en el destierro por autores uruguayos, ni sus escritores, exiliados externos o internos, ni sus equipos intelectuales altamente dotados, ni sus institutos de enseñanza, ni sus editoriales, ni sus organismos artísticos, sino algo que es eso y mucho más que eso, la cultura uruguaya, es decir, lisa y llanamente, el pueblo uruguayo que la ha construido empecinadamente a lo largo de la historia y sigue siendo su original productor, la fuente viva que asegura su permanencia y su rico futuro, la que nos importa y nos acongoja en estos años duros. Cualquier intelectual, esté hoy donde esté, en México o en Caracas, en Estocolmo o en Barcelona, en Sidney o en La Habana podrá hacer suya aquella divisa casi comercial que patentara Graham Greene, adaptándola a su circunstancia, para decir: El Uruguay me hizo, yo soy su producto, para bien y para mal; yo soy hijo de su historia y de su probada vocación de libertad y de justicia, yo he sido modelado por su inteligente educación y he sido impregnado de su sentimiento democrático de igualdad, he sido formado en el trabajo y en la exigencia con la convicción de servir a una comunidad altiva y laboriosa, he creído en su aspiración a un estado de derecho y por ser fiel a este mandato que atraviesa su historia he tratado de ampliar el reino de la  justicia, del mutuo y mejor conocimiento, de la felicidad común, con los recursos a mi alcance. Al decir todo esto se le hará patente que no está solo ni es un ser excepcional, sino que a su lado hay todo un pueblo que comparte este arriscado sentimiento, el pueblo de la diáspora que ha repetido, aunque en un grado nunca previsto por los más astutos arúspices, el éxodo oriental que acaudillara Artigas hace más de ciento cincuenta años. No hay fuentes documentales para tasarlo con certeza, pero habida cuenta de la restringida población del Uruguay, puede decirse que aun en este tiempo de ingentes migraciones humanas no hay ejemplo igual de exilio masivo como el que ha movido a la cuarta parte de los ciudadanos uruguayos a emprender el camino de tierras extranjeras, hecho notable si se recuerda la permanente estabilidad de su población y hecho decisivo a la hora de enjuiciar la política desarrollada por la dictadura. No es la primera vez que el Uruguay padece dictaduras militares aunque es deseable que sea la última y que la lección sea aprendida por todos, en especial por quienes contribuyeron a convocar, a un lado y otro del espectro, esta máquina destructora, pero ninguna de las imágenes de Epinal que nos transmitió la época latorrista con su barca Puig y los grupos rebeldes atrincherados en Argentina y Brasil puede compararse con esta diáspora internacional que ha puesto a los uruguayos en los puntos menos pensados del mundo. Seguramente la

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Otra vez la utopía, en el invierno de nuestro desconsuelo

Ángel Rama

No son las obras literarias escritas en el destierro por autoresuruguayos, ni sus escritores, exiliados externos o internos, ni sus

equipos intelectuales altamente dotados, ni sus institutos deenseñanza, ni sus editoriales, ni sus organismos artísticos, sino algoque es eso y mucho más que eso, la cultura uruguaya, es decir, lisa y llanamente, el pueblo uruguayo que la ha construido empecinadamentea lo largo de la historia y sigue siendo su original productor, la fuente

viva que asegura su permanencia y su rico futuro, la que nos importa y nos acongoja en estos años duros.

Cualquier intelectual, esté hoy donde esté, en México o en Caracas, enEstocolmo o en Barcelona, en Sidney o en La Habana podrá hacer suyaaquella divisa casi comercial que patentara Graham Greene,

adaptándola a su circunstancia, para decir: El Uruguay me hizo, yo soy su producto, para bien y para mal; yo soy hijo de su historia y de su

probada vocación de libertad y de justicia, yo he sido modelado por suinteligente educación y he sido impregnado de su sentimiento

democrático de igualdad, he sido formado en el trabajo y en la exigenciacon la convicción de servir a una comunidad altiva y laboriosa, he

creído en su aspiración a un estado de derecho y por ser fiel a estemandato que atraviesa su historia he tratado de ampliar el reino de la

 justicia, del mutuo y mejor conocimiento, de la felicidad común, con losrecursos a mi alcance.

Al decir todo esto se le hará patente que no está solo ni es un ser

excepcional, sino que a su lado hay todo un pueblo que comparte estearriscado sentimiento, el pueblo de la diáspora que ha repetido, aunqueen un grado nunca previsto por los más astutos arúspices, el éxodo

oriental que acaudillara Artigas hace más de ciento cincuenta años. Nohay fuentes documentales para tasarlo con certeza, pero habida cuentade la restringida población del Uruguay, puede decirse que aun en estetiempo de ingentes migraciones humanas no hay ejemplo igual de exilio

masivo como el que ha movido a la cuarta parte de los ciudadanosuruguayos a emprender el camino de tierras extranjeras, hecho notablesi se recuerda la permanente estabilidad de su población y hechodecisivo a la hora de enjuiciar la política desarrollada por la dictadura.

No es la primera vez que el Uruguay padece dictaduras militares

aunque es deseable que sea la última y que la lección sea aprendida portodos, en especial por quienes contribuyeron a convocar, a un lado y otro del espectro, esta máquina destructora, pero ninguna de lasimágenes de Epinal que nos transmitió la época latorrista con su barca

Puig y los grupos rebeldes atrincherados en Argentina y Brasil puedecompararse con esta diáspora internacional que ha puesto a los

uruguayos en los puntos menos pensados del mundo. Seguramente la

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mayoría retornará al país cuando pase, que ha de pasar, este inviernode nuestro desconsuelo, pero para quienes nos hemos acostumbrado apensar la nación en función de su destino futuro, de su plenarealización histórica, estas migraciones preanuncian ingentesmodificaciones del cuerpo social y por ende una vasta reestructuración

de la cultura uruguaya. No se trata meramente de la apropiación del

mundo, cosa que el Uruguay hizo desde siempre siendo eso parte de suequilibrado progreso dentro de la región latinoamericana y ni siquieraque, como ya se ha adelantado, insertara su cultura dentro del granárbol americano del que nunca estuvo segregada como lo acredita lalección de sus maestros, de Rodó a Quijano, de Zum Felde a Real de

Azúa, sino de otra cosa que se aprende bien sólo fuera del país, que esexaminar la sociedad con objetividad y realismo, a medir sus virtudes y sus defectos, a apreciar al conjunto de la colectividad detectando susaspiraciones y sus fuerzas, la capacidad de avance y los modos de

persuasión, a comprobar sus oscuras deficiencias sin escamotearlascon generosas pero irreales idealizaciones.

Porque si hay una pregunta en la conciencia de este pueblo de ladiáspora, la que muchos veces ni siquiera se formula a causa de lasconstricciones que los modos retóricos de la oposición establecen, es la

que busca indagar el ¿Por qué? ¿Por qué se produjo esta catástrofe queno tiene igual en el siglo y medio de historia independiente del país? La

pregunta que todo extranjero formula al exiliado cuanto éste dice que esuruguayo: ¿Por qué ese país que todos admirábamos –y enseguida seviene el cliché de la “Suiza americana”- ese país que todos queríamosser, se ha derrumbado de modo tan estrepitoso? ¿Cómo es posible quese transformara en esa sangrienta republiqueta latinoamericana?

Pregunta ardua, esta última, para quienes pregonan con orgullo la

presunta incorporación del Uruguay a un sedicentelatinoamericanismo, que de hecho ha llevado a cabo en sus peoresformas un grupo despreciable de militares y otro aún más despreciablede servidores civiles. Todos conocemos las múltiples respuestas y nobien comienzan a formularse detectamos a qué doctrina política y social

están afiliadas. Con fatiga asistimos al debate, registrando también, pordebajo de las argumentaciones, las esclerosis y los esquemas que

fatalmente se posesionan de aquellos que han quedado congeladossobre la fecha de su partida, congelación robustecida por los normalesprocedimientos compensatorios de los estados de mala conciencia delexilio. Para quienes durante años leímos pacientemente los editoriales

de Marcha  y medimos el progresivo derrumbe de la infraestructuraeconómica que sostenía el bienestar mediano de la población, midiendotambién la incapacidad de los grupos de poder para propiciarcreativamente las transformaciones que exigía el país y conjuntamente

la enajenación de las vanguardias respecto al grueso de la población porno recordar el prudente consejo de Martí (“El general sujeta en la

marcha la caballería al paso de los infantes, le envuelve el enemigo de lacaballería”), las respuestas son claras aunque compleja y confirman laproposición crítica, transformadora y evolutiva que la franca mayoría

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del país formuló en sus últimas elecciones libres y que fue arrasada porlos militares y la oligarquía nativa. Confirman este texto Martí (“NuestraAmérica”) que debería enseñarse en las escuelas como el catecismo,repitiendo siempre su frase: “Conocer el país y gobernarlo conforme alconocimiento, es el único modo de librarlo de tiranías”.

Pero al margen o por encima de las múltiples respuestas que acreditenlas afiliaciones doctrinales de cada uno de nosotros, hay una preguntaque para mí se ha tornado obsesiva: ¿Por qué las formas cruentas derepresión que se definen con esa cosa monstruosa que ha sido y es latortura? El horror y la perplejidad de esa presencia inesperada dentro

del orden cultura uruguayo, me ha recordado la serie de análisis deconciencia que cumplieron los intelectuales alemanes en el exilio y hesentido en carne propia su mismo desasosiego y su malestar. Si lacultura uruguaya me ha hecho a mí, ¿acaso no ha hecho también a esa

falange de repugnantes torturadores que han aplicado las más atrocesservicias, las han estudiado en expertas escuelas extranjeras y las han

perfeccionado sobre el cuerpo de sus compatriotas? Sería un aliviopostular que no son uruguayos y aun puede reconocerse unainteresada voluntad de los dirigentes de la hora para comprometer a losmás en esa rueda infernal que al hacerlos traspasar el río de sangre que

los deshumaniza, como pensaba Macbeth, y los torna fieles servidoresdel despiadado sistema represivo. Pero nada podrá justificarlos y ni

siquiera la más amplia y generosa reconciliación futura del pueblouruguayo podrá tolerar ni un instante ese atroz equipo. Probablementecabrá al propio ejército limpiarse de tales impurezas porque es él, unode los ejércitos más dignos y respetables de América, el que haresultado degradado por estas perversiones para las que nunca podrá

valer de disculpa la fórmula “Yo cumplía órdenes”.

Forzoso es reconocer sin embargo, que tales horrores estaban inscritosen el cuerpo de la cultura uruguaya. Podrá trazarse su historia eindagarse los mecanismos que los han permitido, revisaremos sugénesis dentro del clima de violencia que las mismas leyes propiciaron,

pero no dejaremos de reconocer que delatan un hemisferio oculto de lacultura nacional uruguaya que ha emergido traumáticamente. Dicho de

otro modo, esa cultura de la cual se puede estar orgulloso porque fueuna contribución original a la global Latinoamérica, contenía y sigueconteniendo elementos destructivos, lo que, si como hemos dicho, no sesuperarán estos afligentes años sin una transformación profunda de la

cultura del país, tal modificación pasará obligadamente por lainterrogación de los monstruos venidos de ese hemisferio paraencontrar de qué modo destruirlos sin perder una energía que aun enellos corresponde a las fuerzas profundas de una sociedad.

En el campo de la cultura, tal como nos hemos acostumbrado a

percibirla en sus obras literarias, las cosas no se ajustan siempre a losesquemas operativos de la política y hemos visto fracasar muchosproductos que se limitaron a aplicar sumisamente las regulaciones

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racionales de ésta. La cultura nos alimenta como la vida psíquicaentera, con su torbellino, sus contradicciones, sus pulsionesinexplicables en apariencia, la energía que mana y busca los mayorespeligros como los sueños, ese modo de transitar por la gracia y por elhorror o de vivir en el fuego resguardando algo intocado, esa apetencia

de la alegría y del placer que avanza por tan entreverados parajes. Es

ese reino confuso y nutricio el que sostiene tantos otros clarificados y espor allí que caminan los altos productos de la cultura. Ahora queestamos en el invierno de nuestra autocrítica y que por lo tanto hemosdejado de hablar como niños y de actuar como niños, podemos percibirmás agudamente cuánto se simplificó nuestra cultura, cuánto se la

escamoteó bajo fórmulas operativas aceptables por el campo político, enlos últimos años que nos condujeron a la catástrofe y cómo hoy másque nunca, justamente porque las mismas fórmulas han de reflorecercon mayor intensidad si cabe, legitimadas por las sagradas exigencias

de la acción reconquistadora como antes lo fueron por las de la accióndestructora, debe defenderse y encarecerse este vasto, rico, húmedo

territorio de la cultura y las producciones que más auténticamenteemanen de él. La atención amorosa por estas flores parece nimia einoportuna, cuando no caprichosa y hasta antinacional para quienesestán urgidos por la acción. Todos estamos urgidos por ella. Pero en

ninguna situación ni siquiera en la más tensa imaginable, la sociedadse simplifica al grado de sólo dejar sitio a un solo modo de

comportamiento, a una sola trinchera; aún más, casi diría que hoy másque nunca es capital esta otra acción de quienes trabajan en los altosproductos de la cultura. Hoy más que nunca, cuando la culturauruguaya ha sido hasta tal punto aherrojada dentro del país,deformada y pintarrajeada con un impúdico y ridículo maquillaje, hoy 

que tantos auténticos creadores que aún viven dentro del país han sido

silenciados y sólo se oye la retórica de los mediocres vociferantes, hay que atender y agradecer a ese poeta que oye la peculiar sintaxis de lalengua en el país y se le humedece el alma cuando una palabra perdida

 y recuperada rueda entre la lengua extraña en medio de la cual vive, o aese narrador que busca traducir ese sueño recurrente de una esquina

de la ciudad vieja donde aúlla el viento y es difícil trepar la colina, oaspira, en una cáscara de naranja entre la yerba usada, el perfume de

los barrios veraniegos que se derrumban en el calor o a ese músico queoye un ritmo o una armonía o el chirriar de los últimos tranvíasnocturnos sobre los rieles o a ese ensayista que mide los acentos de dosversos: “Y erró a lo lejos un rumor oscuro/ de carros, por el lado de las

quintas…”

No, no se trata simplemente de recuperar las imágenes de la realidadperdida, aunque la cultura del exilio está poblada de imágenes

estrictamente fantástica, superpuestas transparentemente sobre otrasajenas y sólo parcialmente compartidas como si la máquina fotográfica

nos hubiera hecho una mala pasada, que es la que nos hizo la propiahistoria, sino de trabajar dentro de un cauce, continuar la tareacreativa que es la única que atestigua que una cultura está viva,

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registrar desde luego las nuevas circunstancias y aun losdesgarramientos, sobre todo, ellos, abarcar nuevos orbes, dolores y alegrías, integrándolos a un árbol que aunque desarraigado vive y senutre de la memoria. En una circunstancia semejante, los llamó RafaelAlberti “retornos de lo vivo lejano”, pero se trata de algo más que eso: de

manejar un capital rico y hoy escasamente usado en su tierra y 

acrecentarlo, ilustrarlo y darle esplendor, como en la divisa académica.Dentro de él ingresarán paisajes insólitos y tendremos la templadameseta mexicana, la primavera inamovible de Caracas o verdaderas y no herrerianas auroras boreales. Pero acaso ¿Tablada no había regaladoa México la fantasía japonesa y Darío a todos nosotros un Versalles

elegante? ¿Barrett no nos había traído un anarquismo militante y Mariátegui un comunismo vanguardista? ¿Tarsila y Rivera el encuadrecubista y Paz la meditación hindú? ¡Qué poquita cosa devienen en estemomento las restricciones del nacionalismo defensivo, tan esmirriado

cotejado con aquel otro, conquistador del orbe cultural, que injerta almundo en su tronco floreciente! ¡Qué pernicioso el provincianismo que

injuria a la palabra “teoría” para propiciar una “teorita” exclusivamenterestringida al hispanoamericanismo!

 Todo lo que sea creado en el cauce de la cultura uruguaya, viniere de

donde viniere, será la cultura uruguaya y ésta existirá en la medida enque sea intensa, variada, libre, combativa, en constante producción. Sin

embargo digamos desde ya, para oponernos a la subrepticia arroganciaque más de una vez hemos visto asomar en los exiliados, que esa esmeramente una parte de la cultura uruguaya. A pesar de susdificultades es la parte más privilegiada y la que tiene másresponsabilidades históricas, pero no es toda ni mucho menos. Del

mismo modo que hay un pueblo de la emigración y un pueblo bajo la

opresión que componen, conjuntamente, la nacionalidad uruguaya, hay una cultura del exilio externo y una cultura del exilio interno. Bien sécómo ésta trabaja pacientemente en el zarzal, sé cuántos héroes y mártires ha tenido, sé de sus desmayos y ahogos y también de sustesones y de sus forzados pactos con las constricciones del medio. De

pocas cosas como de la cultura se podrá decir que es lo que hacemosentre todos, cosa que para mí, dado mi campo de trabajo, se ha

tipificado en el incesante prodigio de la lengua, esa órbita de maravillaen que nos encontramos quienes hemos sido fraguados dentro de sufluencia y nos reconocemos vecinos y prójimos, no empece nuestrasdiferencias de ideas e incluso de ciudadanías, porque la lengua

reconstruye la historia y las formas de la convivencia. Son lacomplicidad semántica, la presta sensibilidad prosódica, la articulaciónsintáctica, merced a las cuales nos deslizamos cómodamente dentro deuna sociedad como en este traje viejo y gustoso que ha tomado las

formas de nuestro cuerpo. Son los hijos de una peculiaridad lingüísticalos que pertenecen a una misma comunidad. Y hay que decir que ella se

distiende con mayor desenvoltura dentro de fronteras, pues el conjuntola robustece y la impone. Vino a verme una estudiante escandinava:había vivido dos años dentro del Uruguay, trabajando en una fábrica de

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artículo de cuerpo para la exportación y quería contarme unaexperiencia que la había transformado. Era espigadita, rubia, de ojosclaros casi transparentes, una nórdica de tarjeta postal, pero cuandohablaba yo sentía que estaba frente a una experiencia de ventriloquía,porque la voz, el léxico, la entonación, las muletillas, me traían a un reo

de mi barrio y, como éste, ella establecía el contacto fáctico con un

inicial y puntual “Ché loco!” que también le conozco a mi hijadiplomada universitaria. No necesitaba decirme de su integración almedio, ni darme los nombres de amigos comunes, ni repasar el miedo,la aspereza cotidiana, los incesantes trucos para sobrevivir: era la voz,sólo ella, la que lo decía todo, la que daba el testimonio de su

integración a una sociedad dolida pero cuya autenticidad la habíaconquistado y había hecho de ella otra persona.

En los textos de los jóvenes poetas uruguayos, sobre los que siempre

arroja una sombra la melancolía, en la euritmia de una lengua que nome exige esfuerzo de adecuación para entonarla, precisando sus

significaciones con espontaneidad, así como en las páginas de losexiliados, previsiblemente más poseídos de su responsabilidadcombativa pero igualmente revestidos por esta transparente protecciónlingüística, veo reconstruirse algo torpemente perdido y más apetecido

que nunca: la unidad cultural, verdadero sustento de toda reclamadaunidad política. Puedo descontar lo que en las apelaciones a ésta pueda

haber de estrategias partidistas y aun de insinceridad, aunque nopuedo sino reconocer que es esa, si verdadera y sentida, la únicaformulación aceptable hoy día para quien se plantee realísticamente lanecesidad de la construcción del país y su transformación. Palabra estaúltima que, en las tácticas y estrategias de la hora, no parece de buen

uso, pero la que en toda consideración culturalista del Uruguay no

puede faltar. El desastre ha sido tan grande, las pérdidas tanabundantes, la necesidad de atajar la represión tan urgente, que se haproducido una refluencia hacia las situaciones pasadas y la solaperspectiva de que vuelva a instaurarse un régimen de derecho, que la

 justicia funcione libremente, que los sindicatos puedan actuar y en las

universidades se puede hablar, que reviva el juego político, se hanconstituido en metas apetecibles. Nadie podría decir lo contrario pero

nadie deberá tener la menor duda de la insuficiencia de tales demandas y de la impostergable necesidad de transformación del país, que si sedesbarajustó fue a causa de los frenos puestos a esta interna y progresiva transformación y que jamás podrá repetir, como en un

escenario anacrónico, las mismas situaciones pasadas, tal como si nadahubiera ocurrido. Las proposiciones concretas las harán quienesforman la mayoría de los ciudadanos dentro de fronteras, quienes hanllevado el peso de la represión y promoverán los cambios. A ellos

competerá esta palingenesia de la cultura uruguaya aunque el papelauxiliador de los exiliados no será escaso, sobre todo porque una de las

torturantes formas de la dictadura, directa e indirecta, ha sido elaislamiento intelectual, el drástico corte con el exterior que ha llegado aextremos como no conozco en ninguna de las dictaduras

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latinoamericanas. Todas las formas bastardas del nacionalismo hansido puestas en práctica para deformar a la nación legítima y a susapetencias reales y no es esa de las menores razones para redefinir elsentimiento nacional, sorteando ese provincianismo defensivo quedescansa en la retórica y en la adulteración de las expansivas y abiertas

tradiciones que han caracterizado la línea de avance de la cultura

uruguaya.

Dentro de esta transformación, algunas tendencias ya han visto la luz.Desde luego tendremos un extenso período de “descarga” que ya hacomenzado los escritores del exilio (como puede rastrearse en los textos

de Carlos Martínez Moreno, Jorge Musto, Mario Benedetti, Claudio Trobo, Eduardo Galeano entre otros), enfrentando lo ocurrido y procurando traducirlo en imágenes y en interpretaciones. Es lo quehicieron los mexicanos al apaciguarse el furor de la revolución, los

cubanos después de 1959, los colombianos desde 1953 en la llamada“novela de la violencia”, los venezolanos en estos últimos años.

 Tendremos una larga, necesaria y ardiente literatura testimonial, queenumerará uno a uno los muertos y contará una a una las sevicias y,aunque no sea indispensable, una previsible literatura políticarespaldando estas obras literarias. Es tan pesada la “carga” de

sufrimientos, heroísmos y luchas y tan necesaria su reviviscencia enpalabras e imágenes, que las letras y las artes cumplirán, como ya lo

están haciendo, la tarea catártica que necesita el angustiado corazón dela comunidad. Yo, que fui proponente en 1969 del premio “testimonial”de los concursos literarios de Casa de las Américas, no puedo ignorar laimportancia de esta producción ni la demanda pública a que responde,pero, como ya entonces alerté prudentemente, no implica ninguna

garantía de excelencia artística pues, como alguna vez alegara García

Márquez para el caso colombiano, puede parar en un “catálogo demuertos”: bastante pocos recuerdan hoy la nutrida y exitosa serie denovelas colombianas sobre el tema pero casi nadie ignora una obramaestra como El coronel no tiene quien le escriba . Es cuestión detalento, sí, pero sobre todo de adentramiento en esta verdad de la

cultura que es más permanente y profunda que los alegatos y losajustes de cuentas, también útiles sin duda. Es este el misterio que les

es de tan difícil comprensión a los cuadros intelectuales-políticos, quehabiendo postulado la equiparación del estrato social y cultural al que

pertenecen con la totalidad nacional, infieren luego por mero silogismoque sus producciones, testimoniales de ese estrato, representan el

imaginario de la nación toda, la cual es irrigada por más ríos y afluentesde los que registra el esquema racionalizado de los cuadros.

No sé que los poetas hayan acompañado esta tendencia testimonial,

cosa que puede sorprender habida cuenta de la presteza e inventiva conque, aun antes que los novelistas, construyen sus visiones, pero esto

puede ser atribuido a desconocimiento de mi parte acerca de unaproducción que surge en los puntos más dispares del globo y que nosiempre está incorporada a los circuitos de distribución que la pueden

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transportar a la ciudad donde reside el crítico. Pero aun descontada esadificultad, es posible comprobar que la producción literaria delquinquenio transcurrido no ha tenido entre los uruguayos la magnitudque alcanzó entre los chilenos en el mismo período. Son muchas lasvoces que quedaron amordazadas dentro del país, la represión se aplicó

a los intelectuales con un saña sólo comparable a la vista en la

Argentina (Nelson Marra, Hiber Conteris, entre otros). Tambiénmurieron escritores capitales del país como Roberto Ibáñez y CarlosReal de Azúa en el silencio vengativo de los poderes, muchos del exiliose vieron abocados a los mil trabajos cotidianos para ganar la vida y sostener a sus familiares, en fin, las razones son muchas para que

resulte comprensible que la producción no haya estado a la altura de loque era capaz el equipo entero reunido. La reaparición de los Cuadernos de Marcha  podría interpretarse, desde esta perspectiva, como unesfuerzo de conjunción y de reclamado fortalecimiento del equipo

intelectual disperso, tal como antes lo fue el establecimiento de nuestracomedia nacional y popular, “El Galpón”, en tierras mexicanas y la

tarea de los músicos (la Camerata, Viglietti, Zitarrosa, etc.).

Ha sido, en cambio, grande, la contribución del equipo intelectualuruguayo a la cultura de la lengua, en los distintos puntos en que se ha

radicado, preferentemente en España y en América Latina, perotambién en Estados Unidos y Europa. Fenómeno curioso que tiene quever con una respetable formación educativa de origen, pero que sólo esono explica. En algún momento Homero Alsina Thevenet, que en esteperíodo ha producido dos importantes libros sobre cine, propuso desdeBarcelona que se compusiera un diccionario de intelectuales en el exiliocon información acerca de sus producciones y trabajos para las

distintas culturas donde se habían insertado, proyecto irrealizable que

contó con el apoyo de mi infatigable hermano Carlos, también enBarcelona, preocupados ambos de registrar la continuidad cultural,aplicada a las más diversas disciplinas y reconstruir así una ciertafraternidad que, de hecho, sólo en el exilio parecía reclamarse comoparte de esa aglutinación en torno a principios básicos de

reconstitución nacional. Algo de eso, pero con un más concretopropósito político, se vio en las Jornadas de la Cultura organizadas enMéxico y en Italia en que activamente trabajó Rubén Yáñez con otroscompañeros y en las reuniones universitarias efectuadas en Caracas

con la dirección tesonera del exrector de la Universidad, ingeniero OscarMaggiolo. El equipo intelectual universitario conjugó con equilibrio una

tarea de signo latinoamericanista, encontrando en ella un punto deentronque válido con los países del exilio, y una tarea de movilizaciónpolítica que también obtuvo frecuentemente la solidaridad franca de losintelectuales de América Latina. Ya se ha dicho varias veces que los

militares conservadores han fortalecido la compenetración de laintelectualidad del continente, que han ayudado a su mejor formación y 

ampliación de conocimientos, aunque esto venía ocurriendo hacebastantes décadas, sólo que se aplicaba a los “otros” del continente y,no a los “sureños”, como se había aplicado a los españoles

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transterrados a Hispanoamérica y ahora a los hispanoamericanos quehan buscado cobijo en una España que por razones obvias no puedesino recibirlos a pensar de sus presentes dificultades. No sólo el“latinoamericanismo”, sino la “comunidad hispánica” que habíaquedado suspendida desde el franquismo y sólo sobrevivía en tierras

americanas, han resultado favorecidas. Una divisa que parecía

extinguida, como la de Darío proclamándose “americano de España y español de América” ha vuelto a cobrar vigencia. En el mismo momentoen que la tiranía acantona a la población uruguaya dentro de fronterasbloqueadas, sumiéndola en el provincianismo y en la ignorancia delvasto mundo, más intercomunicado que nunca, el pueblo de la diáspora

 y sus intelectuales están participando en un activo intercambio,haciendo suyos los problemas de otras comunidades, viviendo susafanes, conociendo su historia, apropiándose de legado histórico,sirviendo a estas culturas de adopción como lo hicieron con la suya

propia y aportando dentro de ellas. Si para muchos uruguayos conocerla América indígena o la América negra ha sido una revelación que sin

duda los favorecerá porque les proporciona un entendimiento más cabalde la pluralidad americana al tiempo que les hace copartícipes de ricastradiciones intelectuales y artísticas, también ha sido grande lacontribución que sus sistemas de referencias y sus percepciones

culturales han hecho a las respectivas zonas en que se han instalado.Para dar sólo tres ejemplos de variadas disciplinas y lugares, señalaría

los libros sobre España publicados por mi hermano Carlos, enBarcelona; los estudios sobre las letras mexicanas dados a conocer por

 Jorge Ruffinelli, en Xalapa; los montajes escénicos de Ugo Ulive enCaracas. Sé que la lista es larga pero quisiera citar, porque en algúnlugar de este escrito debe aparecer su nombre, a un uruguayo que para

mi generación y la siguiente, fue el reintroductor de la presencia

latinoamericana en el Uruguay: me refiero al educador Julio Castro,bárbaramente asesinado por la represión militar según todos losindicios existentes, quien a lo largo de su convivencia en México y enEcuador en proyectos educativos internacionales, así como merced asus viajes a otros países del continente (Venezuela sobre todo) se

constituyó en el activo difusor del pensamiento, la política y el arte deAmérica Latina, particularmente en Marcha  de la cual fue uno de los

fundadores, concurriendo a la orientación que se había fijado elsemanario, la cual nació en las heroicas reuniones de estudiantes

antiimperialistas de los años veinte. Julio Castro enseño una cosa quequienes vinimos tras él tratamos de hacer también y que seguramente

continuarán, en su nombre, los uruguayos que algún día volverán alpaís. Y si algún día llegáramos a tener un gran InstitutoLatinoamericano yo propondría que llevara su nombre.

“Los pinos nuevos”. Esta es la otra persistente obsesión, bien propia deeducador y de quien cree que el bosque debe ser nuevamente plantado

todos los días para asegurar el futuro. Sobre todo porque allí fueron lasmayores pérdidas, allí hizo devastación la metralla, como si el solohecho de ser joven y amar la patria fuera un delito y también porque,

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aunque los jóvenes siempre creen (hemos creído) que inauguran elmundo con su vida, son indispensables quienes los plantan y los riegan

 y los cuidan y estos también han sido diezmados. El país presencia lakafkiana situaciones de centenares de educadores, los mejores queesforzadamente se había formado, destituidos de sus cargos,

condenados a actividades secundarias o a ser testigos hambreados del

derrumbe educativo. Nada que me emocionara más, nada más jose-pedro-vareliano, que esa historia del profesor de la Universidad del

 Trabajo a quien le negaban la entrada a clases y que todas las nochessaltaba por la ventana con la complicidad de sus alumnos para trabajarcon ellos hasta que lo descubrían y lo echaban, hasta que podría volver

a saltar por la ventana, en otra noche, y reanudaba su trabajo docente.Era su manera propia de horadar la pampa de granito, de ser fiel a esevicio adquirido de los uruguayos: educar. Yo también, y sin temor alridículo diría a cualquier joven que ahora vive en el exterior, como en

esas recomendaciones etiquetadas de los boy scouts: adopte a uncompañero del país, escríbale, mándele libros, cuéntele cosas, recorte

los diarios que lee y remítale información, proporciónele textos para susestudios, ayúdelo a crecer como libremente lo hace usted y aprenda deél cómo se crece en la patria. Porque no es bueno este tajo que hahendido a la nacionalidad. Debemos tratar desde ahora que el cuerpo

unido viva y se desarrolle lo más armoniosamente posible, debemoscuidarlo y protegerlo, porque es una cosa preciosa. Si cada ser humano

es un “thing of beauty” qué decir de la nación que es “a joy for ever”!

Pienso en los jóvenes, pienso, claro está, en mis hijos. Los árbolesgrandes, cuando somos desarraigados, nos llevamos la tierra con lasraíces. Los nuevos salen con las raíces peladas. Posiblemente arraiguen

en otra tierra y tampoco eso está mal, visto que los importante es

arraigar y crecer y dar flor y fruto y hay muchas buenas tierras parahacerlo. Pero escruto con temor a aquellos que no lo hacen, que estánaquí y allá, fantasmalmente, al mismo tiempo, que siguen con las raícespeladas, a flor de tierra. Pienso en los que crecen desamparados, allálejos. Resistirán, de eso no me cabe duda, ya sé cómo son. Soy yo quien

no sabré cómo serán cuando crezcan. A un lado y otro de la fronterainaugurarán un mundo, darán nombre a las cosas de la creación pero,

como hicimos todos, descubrirán que caminan a partir de otras huellas y su plena libertad no resultará entorpecida sino fortificada por estatarea empecinada que cumple la especie. Así yo, un día, descubrí en micamino a Pedro Henríquez Ureña a quien no pude conocer y sentí que él

había dicho lo que confusamente había vivido y buscado: que nosotroslos hombres latinoamericanos sólo podemos existir con una vivaconciencia utópica, si por ella se entiende la satisfacción de nuestrosapetitos humanos y espirituales: “dentro de nuestra utopía –decía él- el

hombre llegará a ser plenamente humano, dejando atrás los estorbos dela absurda organización económica en que estamos prisiones y el lastre

de los prejuicios morales y sociales que ahogan la vida espontánea; aser, a través del franco ejercicio de la inteligencia y de la sensibilidad, elhombre libre, abierto a los cuatro vientos del espíritu”.

7/28/2019 Otra vez la utopía, en el invierno de nuestro desconsuelo

http://slidepdf.com/reader/full/otra-vez-la-utopia-en-el-invierno-de-nuestro-desconsuelo 11/11

 Y comprendiendo, por haberla vivido a través de sus largos años endiversas patrias americanas, la aspiración a un universalismo que nadaamputa a las energías vivas y creadoras de la nación, agregaba estapalabra que me siguen pareciendo válidas: “El hombre universal con

que soñamos, a que aspira nuestra América, no será descastado: sabrá

gustar de todo, apreciar todos los matices, pero será de su tierra; sutierra y no la ajena le dará el gusto intenso de los sabores nativos, y esaserá su mejor preparación para gustar de todo lo que tenga saborgenuino, carácter propio. La universalidad no es descastamiento: en elmundo de la utopía no deberán desaparecer las diferencias de carácter

que nacen del clima, de la lengua, de las tradiciones, pero todas estasdiferencias, en vez de significar división y discordancia, deberáncombinarse como matices diversos de la unidad humana. Nunca launiformidad, ideal de imperialismo estériles; sí la unidad, como

armonía de las multánimes voces de los pueblos”.

Caracas, mayo de 1979