Papa Pablo VI - La Oracion

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    PABLO VI

    LA ORACIN

    Seleccin de textos y presentacin

    por Nereo Silanes, O. SS. T.

    SECRETARIADO TRINITARIO SALAMANCA

    1974

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    Nada lo impide: JOS ANTONIO ECHEVARRA, O. SS. T., Censor. Imprmase: MAURO, Obispo de Salamanca, 25 de marzo de 1974.

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    NDICE

    PRESENTACIN ............................................................................................................... 5

    1 ................................................................................................................................... 10DIFICULTADES PARA LA ORACIN ................................................................ 10MUCHAS CRISIS ESPIRITUALES SE DEBEN HOY A LA FALTA DE ORACIN ....................... 11ES NECESARIO DESPERTAR EL SENTIDO RELIGIOSO DEL HOMBRE MODERNO ................. 15LA INTIMIDAD CON DIOS SIGUE SIENDO OBJETIVO CAPITAL, PERO DIFCIL .................... 19

    2 ................................................................................................................................... 21NECESIDAD DE LA ORACIN ............................................................................ 21LA ORACIN, NUESTRA PRIMERA OBLIGACIN .............................................................. 22EL CRISTIANO DEBE TENER UNA ORACIN PERSONAL PROPIA ....................................... 23LA RELIGIN, VRTICE DE NUESTRA VIDA INDIVIDUAL Y COLECTIVA ........................... 26ES NECESARIO ORAR MS Y MEJOR ............................................................................... 29LA ORACIN, NECESARIA, ANTE LA INSUFICIENCIA DEL PROGRESO Y LA CIENCIA ......... 30HOY SE REZA MENOS Y, SIN EMBARGO, NOS ES MS NECESARIO ORAR ......................... 33LA IGLESIA ES LA SOCIEDAD DE LOS QUE ORAN ............................................................ 36VACACIONES: TIEMPO PROPICIO PARA QUE EL HOMBRE SE ENCUENTRE A S MISMO ...... 39ES NECESARIO CULTIVAR LA ORACIN LITRGICA Y LA ORACIN PERSONAL ............... 40LA ORACIN ES UNA ACTIVIDAD FUNDAMENTAL DEL HOMBRE ..................................... 45LA ORACIN A MARA .................................................................................................. 46

    3 ................................................................................................................................... 47QUE ES LA ORACION?........................................................................................ 47ES NECESARIO INVITAR A LA ORACIN, Y EDUCAR EN ELLA, A LOS HOMBRES DE NUESTRO TIEMPO .......................................................................................................... 48CONTEMPLAMOS LOS ALBORES DE UNA ASPIRACIN ESPIRITUAL ................................. 52LA ORACIN, COMO DILOGO, REVELADORA DE LA PRESENCIA DE DIOS ...................... 55LA LITURGIA NOS ENSEA A ORAR CON LA IGLESIA Y POR LA IGLESIA .......................... 58LA ORACIN DE LAS HORAS, ALMA DE LA RENOVACIN ECLESIAL................................ 62ORACIN LITRGICA Y ORACIN PERSONAL ................................................................. 69LA ORACIN COMUNITARIA NO EXCLUYE LA PERSONAL ............................................... 71LA ACCIN LITRGICA NO SUPLANTA LA TENSIN PERSONAL ....................................... 74LO PRIMERO, VIDA INTERIOR ........................................................................................ 76NUESTRA PLEGARIA NO SE PIERDE EN EL VACO ........................................................... 77

    4 ................................................................................................................................... 79EFICACIA DE LA ORACIN ................................................................................ 79

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    EL VERDADERO DISCPULO DE CRISTO DEBE SER HOMBRE DE ORACIN ....................... 80LA ORACIN EN LA ACTUAL SOCIEDAD DEL BIENESTAR ES LA PALANCA QUE ELEVA AL MUNDO HACIA DIOS ...................................................................................................... 82LA ORACIN, FUENTE DE EFICACIA APOSTLICA ........................................................... 85DEBEMOS ORAR POR LA IGLESIA ................................................................................... 87LA ORACIN, INDISPENSABLE PARA LOGRAR LA UNIDAD .............................................. 90APNDICE ................................................................................................................ 94HANS URS VON BALTHASAR ........................................................................................ 95K. RAHNER ................................................................................................................. 100DANIEL GUTIRREZ .................................................................................................... 105R. VOILLAUME ........................................................................................................... 107G. HUYGHE ................................................................................................................. 112WERNHER VON BRAUN ............................................................................................... 115

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    PRESENTACIN

    Desde la atalaya del Vaticano, Pablo VI, pastor vigilante de la Igle-sia, otea el horizonte del mundo moderno con sus angustias y esperanzas. Dentro de la euforia que en el hombre producen sus legtimas conquistas, el Papa Montini observa esta ola de secularismo que, como espesa cortina de humo, ciega a tantos para que no vean ms all de las fronteras del tiempo. Muchos, hoy, no ven a Dios; han perdido la sensibilidad para lo divino.

    Pero lo ms grave es que la Iglesia, inmersa en este mundo, aunque sin ser de este mundo, no puede por menos de sentir los efectos de esta in-vasin de horizontalismo. De ah que Pablo VI no cese de llamar la aten-cin sobre esta tentacin, la ms grave que puede suceder al hombre y, de modo especial, al cristiano, de encerrarse dentro de s mismo para no ver su verticalidad y su dimensin trascendente.

    Ha sido una constante en el magisterio pastoral de Pablo VI el poner en guardia a los cristianos sobre este asedio, que ha venido a eclipsar en muchos espritus la dimensin religiosa de su existencia.

    * * *

    El hombre, sin embargo, es un ser creado para la comunin: con los hombres y, sobre todo, con Dios. Slo se realiza en plenitud cuando acep-ta a Dios como interlocutor en su existencia. Y muchos miembros sa-cerdotes, religiosos y seglares de la Iglesia acomplejados un poco ante el reto de anacronismo que les lanza el mundo actual y en un intento de conectar con este hombre secularizado, han sufrido el contagio. De ah que Pablo VI no se canse de repetir que la dimensin religiosa es algo esencial a la existencia humana.

    Pues bien; entre los diversos momentos que tejen la trama de la vida religiosa del hombre, est la oracin.

    No pocos quedarn sorprendidos al ver un libro de Pablo VI sobre la oracin. Y es que esta vertiente de la catequesis del Papa Montini ha po-dido pasar y habr pasado seguramente para muchos desapercibida.

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    Nosotros, sin embargo, hemos juzgado fundamental este aspecto. De ah que hayamos credo hacer un buen servicio al Pueblo de Dios, sobre todo en el momento actual, y de cara a la renovacin que el Papa se promete como fruto del Ao Santo, recogiendo y publicando todo cuanto en su no corto pontificado ha enseado sobre la oracin.

    El ncleo fundamental lo constituyen cuatro discursos consecutivos que consagr al tema durante el verano de 1969, y que hicieron surgir la idea de su publicacin. Publicacin que, por diversos motivos, ha debido retrasarse hasta hoy. En torno a estos discursos hemos recogido otros que ha ido pronunciando segn circunstancias, sobre todo durante el ao 1973 y primer mes de 1974.

    Este material lo hemos estructurado en cuatro secciones: 1) Dificul-tades para la oracin, hoy. 2) Necesidad de la oracin. 3) Qu es la ora-cin? 4) Eficacia de la oracin.

    1) Dificultades para la oracin, hoy.Pablo VI es consciente de la dificultad que para el hombre de hoy, que manipula a su antojo el cos-mos, supone el traspasar los lindes de lo sensible para remontarse al m-bito de la fe.

    Se ha lanzado la sospecha sobre Dios; se ha calificado de alie-nacin la bsqueda de Dios por s mismo; un mundo ampliamente secularizado tiende a separar de su fuente y de su finalidad divina la existencia y la accin de los hombres.

    (Carta al obispo de Bayeux con ocasin del centenario de Sta. Teresita de Lisieux)

    Como consecuencia de este oscurecimiento del sentido religioso de la existencia, debido a la solicitud del presente siglo y a la ilusin de las riquezas, ha sucedido en muchos cristianos el enfriamiento de la ora-cin.

    Queremos suponer que se acude todava a la Iglesia; se reza todava el breviario, se asiste al coro; pero dnde est el corazn?

    Otros eluden la oracin porque han cambiado la clave en su tabla de valores: ya no es Dios sino el hombre lo que hay que buscar en primer trmino. El amor de Dios para stos hay que trocarlo en amor al prjimo.

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    ... dicen que es suficiente la caridad hacia el prjimo en de-trimento de la caridad hacia Dios.

    Todos saben la fuerza negativa que ha tomado esta actitud es-piritual, segn la cual no sera la oracin, sino la accin la que mantendra vigilante y sincera la vida cristiana.

    (Audiencia General, 20-VIII-1969) Y sigue Pablo VI evocando otras dificultades que el hombre moderno

    encuentra en su caminar hacia Dios: la de la imagen fascinante del ci-nematgrafo, la televisin..., la del trabajo industrial y burocrtico que reduce al hombre a una sola dimensin.

    2) Necesidad de la oracin.La salvacin del hombre es obra conjunta de la accin de Dios y de la colaboracin del hombre. Dios lla-ma, Dios ofrece la salvacin. Dios ayuda incluso al hombre con su gracia para que ste responda a la llamada divina a la salvacin. Pero es el hombre tambin quien, desde su libertad, tiene que abrirse a este Dios que se le ofrece. ... Se le pide al hombre una adhesin voluntaria (Aud. Gen., 5-XII-1973).

    En la prctica de nuestra vida espiritual, aqu se pondra la doctrina de la oracin, como condicin de nuestra religiosidad salva-dora. Nos referimos a la oracin que abre al alma a la accin benfi-ca de la misericordia de Dios...

    (Audiencia General, 5-XII-1973)

    La oracin, en labios de Pablo VI, es, adems, fruto lgico y normal de esta abertura del hombre a Dios Padre, por Cristo, en el Espritu San-to. Pero, para que florezca la oracin, es necesaria una autntica con-versin, es decir, salir de y encaminarse hacia. Dejar en cierto sen-tido la vida de sentidos, hacer silencio exterior y, sobre todo, silencio interior. Slo en la medida en que haya este salir de puede haber un autntico encuentro del hombre con Dios. Por eso resulta difcil la ora-cin. Nada de extrao, por lo mismo, que el Papa reconozca que hay tan pocos orantes, porque no se resuelven a hacer este vaco, exterior e inter-ior, condicin indispensable para el encuentro con Dios.

    3) Qu es la oracin?Supuesta la conversin, al menos en un cierto grado, o mejor, una actitud de conversin, el T de Dios o mejor,

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    tres T: el Padre, por el Hijo, en el Espritu Santo, nos sale al encuen-tro (Cf. Aud. Gen., 13-VIII-1969).

    La oracin es un dilogo, una conversacin con Dios. (Audiencia General, 14-11-1973)

    Orar es amar. (Audiencia General, 20-VIII-1966)

    El Papa Montini recuerda, adems, la dimensin social del cristiano, como miembro de la familia de Dios, la Iglesia, y el deber que le incumbe de orar con la Iglesia y por la Iglesia. Por eso recalca el acento en la ora-cin pblica que, como oracin de todo el Pueblo de Dios, aventaja en dignidad a todo otro tipo de oracin.

    Pero insiste Pablo VI en que la oracin pblica de la Iglesia, lejos de orillar o poner sordina a la responsabilidad personal, debe ser ms bien el clima en el que surja y se desarrolle.

    ... errneamente se tendr como descargado de este esfuerzo personal, que podemos decir dirigido a la contemplacin, a quien participa de la accin litrgica, como si la accin litrgica, por ser comunitaria, pudiera dispensar al fiel de la contribucin individual, y participar en un coro dispensara a cada artista de sumar a l su voz.

    (A los abades benedictinos, 30-IX-1966)

    4) Eficacia de la oracin.En la realizacin de su plan salvfico Dios ha querido servirse de causas intermedias. Tal es, en primer trmino, la Humanidad santa de Jess, sacramento universal de salvacin, a travs del cual se realiza la admirable comunin del hombre con Dios, en calidad de hijo suyo. Cristo es el nico Mediador entre Dios y el hombre, y no hay salvacin en ningn otro, pues ningn otro nombre debajo del cielo es dado a los hombres para salvarnos (Act., 4, 12). A esta salvacin objetiva debe acompaar, para que sea eficaz en nosotros, la acepta-cin subjetiva. En otras palabras: la aceptacin e interiorizacin por parte del hombre de esta salvacin.

    Es aqu precisamente donde se cifra la eficacia de la oracin. Por que esta aceptacin de la salvacin es obra de la gracia divina, necesita-mos pedirla. Dios poda muy bien habernos dispensado de la oracin y otorgamos toda gracia sin nuestra splica. Pero no ha querido. En su pro-

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    videncia adorable ha preferido vincular la gracia que necesitamos para aceptar la salvacin, a nuestra peticin. De suerte que si no pedimos, no tendremos gracia; y sin la gracia no podremos insertar en nosotros la sal-vacin. Sin m nada podis hacer (Jn., 15, 5). Esta doctrina sobre la efi-cacia de la oracin est implcita en todas las enseanzas de Pablo VI so-bre el tema que nos ocupa.

    5) En un Apndice nos ha parecido oportuno recoger algunas pginas importantes sobre la oracin, escritas por personas cualificadas de la Iglesia en el momento actual. En ellas se dan la mano para ponderar las excelencias de la oracin, su necesidad y eficacia, un telogo, un mon-je, un apstol de vida activa y un hombre de ciencia. Estamos seguros que estos testimonios vendrn a refrendar las pginas de Pablo VI sobre el tema.

    No queremos cerrar esta presentacin sin agradecer a la revista Ecclesia su deferencia para que pudiramos utilizar la transcripcin de las palabras del Papa, tal y como aparecen en sus columnas.

    Salamanca, 2 de febrero, en la Presentacin del Seor, de 1974.

    NEREO SILANES, O.SS.T.

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    DIFICULTADES PARA LA ORACIN

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    MUCHAS CRISIS ESPIRITUALES SE DEBEN HOY A LA FALTA DE ORACIN

    (En la Audiencia General, 20-VIII-1969)

    Una palabra de luz espiritual

    Nuestra conversacin se dirige hoy a vosotros, queridos visitantes, que habis venido a esta audiencia, segn pensamos, no por sola curiosi-dad turstica, ni slo por devocin filial, sino por un secreto deseo, casi dir-amos por una necesidad y una esperanza de or una palabra nuestra de luz espiritual.

    No se puede ser cristiano sin oracin

    Decamos en un encuentro anterior como ste, que es necesario hoy y siempre, pero hoy ms que nunca, mantener un espritu y una prctica de oracin personal, a causa de las presentes condiciones de nuestra existen-cia, tan absorbidas por la fascinacin de la exterioridad y tan turbada por la profundidad y la rapidez de los cambios que se estn realizando. Sin una propia, ntima y continua vida interior de oracin, de fe, de caridad, no po-demos mantenernos cristianos, no se puede, de una manera til y prove-chosa, participar en el brillante renacimiento litrgico, no se puede efi-cazmente dar testimonio de aquella autenticidad cristiana de que tanto se habla, no se puede pensar, respirar, actuar, sufrir y esperar plenamente con la Iglesia viva y peregrina: es necesario orar. Tanto la inteligencia de las cosas y de los acontecimientos como el misterioso pero indispensable auxilio de la gracia disminuyen en nosotros y hasta tal vez llegan a faltar, por falta de oracin. Pensamos que muchas de las tristes crisis espirituales y morales de personas, educadas e integradas, en diversos niveles, en el organismo eclesistico se deben al debilitamiento y quiz a la falta de una regular e intensa vida de oracin, sostenida hasta ayer por sabias costum-bres externas, que, una vez abandonadas, han hecho que cese la oracin: y con sta la fidelidad y la alegra.

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    El Concilio ha renovado las formas de orar

    Hoy quisiramos con estas sencillsimas palabras reforzar en vosotros la vida de oracin, cualquiera que sea vuestra edad y vuestro estado. Supo-nemos que cada uno de vosotros descubre de alguna manera su propio problema relativo al deber y a la necesidad de la oracin. Ms an, os creemos fieles a ella y deseosos de hacerla mejor, especialmente por la re-novacin ocasionada por el Concilio y nuevamente puesta en consonancia con la moderna y honesta profanidad de la vida moderna. Pero quisiramos que cada uno de vosotros se clasificara a s mismo en una de las categoras que una observacin elemental ofrece a la experiencia comn.

    Tibieza en ciertos espritus y desgana en la oracin

    Se da una primera categora, quiz la ms extendida: es la de las al-mas espiritualmente adormecidas. El fuego no se ha apagado, pero est cubierto de cenizas. La semilla no ha muerto, pero, como dice la parbola evanglica, est sofocada por la vegetacin que la rodea (M., 13, 7-22), por la solicitud del presente siglo y por la ilusin de las riquezas. La tendencia a secularizar toda humana actividad va excluyendo gra-dualmente la oracin de las costumbres pblicas y de las privadas. Se re-cita todava la oracin matutina y vespertina con la conciencia de infundir con ella un significado trascendente, un valor permanente al tiempo fugiti-vo? Queremos suponer que se acude todava a la Iglesia, se reza todava el breviario, se asiste al coro; pero, dnde est el corazn? Como indicio de esta languidez espiritual est el peso que la oracin causa a la observancia privada de devocin; su duracin parece siempre demasiado larga, la for-ma de hacerla es acusada de incomprensible y extraa. Faltan alas a la ora-cin; ya no es un gusto, un gozo, una paz del alma. Estaremos nosotros en esta categora?

    Los enemigos de las novedades litrgicas

    Otra categora, que ha aumentado en nmero y en inquietud despus de las reformas litrgicas conciliares, en la de los suspicaces, de los crti-cos y de /los descontentos. Turbados en sus cuidadosas costumbres, estos espritus no se resignan sino de mala gana a las novedades, no se esfuerzan en comprender sus razones, no les parecen felices las nuevas expresiones del culto y se refugian en sus lamentaciones, que quita a las frmulas de

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    antes su antiguo sabor y les impide saborear el que la Iglesia, en esta pri-mavera litrgica, ofrece a las almas abiertas al sentido y al lenguaje de los nuevos ritos, recomendados por la sabidura y la autoridad de la reforma postconciliar. Un esfuerzo no difcil de adhesin y de comprensin dara la experiencia de la dignidad, de la sencillez y de la moderna antigedad de las nuevas liturgias, y les comunicara el consuelo y la vivacidad de la ce-lebracin comunitaria en el santuario de cada personalidad singular. La vi-da interior alcanzara una superior plenitud.

    El sentido social quiere suplantar la religiosidad

    Otra categora es la de aquellos que dicen que es suficiente la caridad hacia el prjimo en detrimento de la caridad hacia Dios, a la que llegan a declarar superflua. Todos saben la fuerza negativa que ha tomado esta acti-tud espiritual, segn la cual no sera la oracin, sino la accin, la que man-tendra vigilante y sincera la vida cristiana. El sentido social suplanta al sentido religioso. Esta objecin perniciosa, con una literatura atrevida y hasta carente de prejuicios, se presenta a la opinin pblica, a la mentali-dad popular y se difunde tambin en algunos grupos espontneos, as se llaman, que mientras buscan inquietamente una propia religiosidad ms intensa, distinta de la que era habitual en la Iglesia y que ellos califican de autoritaria y artificiosa, acaban por perder una verdadera religiosidad, que es sustituida por una simpata humana, bella y digna en s misma, pero prontamente vaciada de verdad teolgica y de caridad teologal.

    En guardia contra los peligros

    Qu consistencia real, qu mrito trascendente puede tener una reli-giosidad en la que la doctrina de la fe, de la relacin con el Absoluto, con el Dios Uno y Trino, el drama de la Redencin y el misterio de la Gracia y de la Iglesia, son ordinariamente omitidos y pospuestos a los comentarios de la situacin social y del momento poltico e histrico? Habra mucho que decir sobre este tema, pero no ahora. Contentmonos por ahora con poner en guardia a los espritus generosos, vidos de Evangelio y de reli-gin personal sobre el falso pensamiento de esta tendencia y sobre los peli-gros que sta pueda acarrear con efectos totalmente opuestos, incluso en el plano humano a los intentados, como son: la libertad, la verdad, el amor, la unidad, la paz y la realidad religiosa infundida en la sociedad y en la histo-ria.

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    Vigilancia y oracin

    Procuremos, pues, clasificarnos entre aquellos que Jess quiere que sean portadores de lmparas encendidas: Que haya lmparas encendidas en vuestras manos (Lc., 12, 35). Aunque no fuera ms que esto, la oracin ilumina el camino, mantiene tensa la vigilancia y estimula la conciencia. Un clebre escritor de nuestro tiempo hace decir a uno de sus personajes, un cultsimo e infeliz sacerdote: Yo haba credo con demasiada facilidad que podemos dispensarnos de esta vigilancia del alma, en una palabra, de esta inspeccin fuerte y sutil, a la que nuestros antiguos maestros dan el bello nombre de oracin (Bernanos, Limpost., p. 64). La oracin ven-ce la oscuridad y el cansancio de nuestro camino. No en vano el Seor nos ha dejado este binomio evanglico: Vigilad y orad (Mt., 26, 41). Y no slo esto. La oracin, la vida de oracin, es decir, la habitual direccin del espritu hacia Dios, mediante una conversacin filial y el concentrado si-lencio con El conduce a aquella forma de espiritualidad que est llena del don de la sabidura del Espritu Santo (cfr. Rom., 8, 14), y que podemos llamar, incluso en el simple fiel, vida contemplativa constituye en cierta manera un comienzo de la bienaventuranza (II-II, 180, 4); se refiere al epi-sodio de Marta y Mara, en el que esta ltima, absorta en el dilogo con Cristo, merece de El estas palabras clebres: Mara ha escogido la parte mejor, que no le ser arrebatada (Lc., 10, 42) nunca ms.

    La oracin, fuente de alegra y esperanza

    Esta es, pues, la consolacin que a todos vosotros deseamos: que podis encontrar en la oracin, cordialmente realizada, bien dosificada en su cantidad, siempre ferviente en la intencin (cfr. Le., 18, 1), Ia fuente de alegra y de esperanza de que tiene necesidad nuestra peregrinacin terre-na.

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    ES NECESARIO DESPERTAR EL SENTIDO RELIGIOSO DEL HOMBRE MODERNO

    (En la Audiencia General, 27-VIII-1969)

    Hay que despertar el sentido religioso en el hombre moderno.

    Os suplicamos que intentis comprendernos. De comprendernos en una de las preocupaciones mayores de nuestro ministerio, la de despertar el sentido religioso en el corazn de los hombres de nuestro tiempo. Lo que os decimos hoy se relaciona con cuanto decamos en otras audiencias, co-mo sta, sobre el deber y la necesidad de la oracin. Cmo se puede lle-var al hombre moderno a la oracin? Y antes de orar a que tenga aquel sentido quiz vago, pero profundo, misterioso y estimulante de Dios, que es la premisa de la oracin? La oracin es un dilogo; un dilogo de nues-tra personalidad actualmente consciente con El, con el Interlocutor invisi-ble, pero que descubrimos que est presente, el sagrado Viviente, que llena de temor y de amor, el Divino Inefable, que Cristo (cfr. M., 11 27), hacindonos el grande e inestimable don de la revelacin, nos ha enseado a llamar Padre, esto es, fuente necesaria y amorosa de nuestra vida, invisi-ble e inmenso como el cielo, como el universo, donde El se encuentra, crendolo todo, penetrndolo todo y actuando continuamente en todo. Cmo despertar este sentido fundamental religioso, en el cual solamente nuestra voz insignificante, pero llena de significado, llena de espritu, en-cuentra su atmsfera y puede expresarse gimiendo o cantando su palabra filial: Padre nuestro, que ests en los Cielos? Cmo despertar, decamos, en el hombre moderno este sentido religioso? (cfr. Guardini, Introduccin a la oracin).

    Se ha debilitado el sentido religioso en el mundo

    Advertimos la enorme y gran dificultad que hoy la gente encuentra en el hablar con Dios. El sentido religioso hoy parece haberse debilitado, apagado, desvanecido. Por lo menos as parece. Llamad como queris a este fenmeno: desmitizacin, secularizacin, racionalismo, autosuficien-cia, atesmo, antitesmo, materialismo..., pero el hecho es grave, sumamen-te complejo, aunque en la prctica se presente como tan sencillo, e invade las masas, encuentra propaganda y adhesin en la cultura y en las costum-

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    bres, llega a todas partes, como si fuera una conquista del pensamiento y del progreso; parece caracterizar la poca nueva, sin religin, sin fe, sin Dios, como si la Humanidad se hubiera emancipado de una condicin su-perflua y ofensiva (cfr. Gaudium et Spes, n. 7).

    La religin nos descubre el sentido de la vida

    Esto no puede ser, vosotros lo sabis; tal vez recordis para decirlo con una comparacin la parbola del hilo que viene de lo alto de Jo-ergensen, aquel hilo que sostiene toda la trama de la vida, roto el cual toda la vida se desorganiza y decae, pierde su verdadero significado, su estu-pendo valor; este hilo es nuestra relacin con Dios, es la religin. Esta nos sostiene y nos hace experimentar en una gama riqusima de sentimientos, la maravilla de la existencia, la alegra y la responsabilidad de vivir. Esta-mos segursimos de esto. Nuestro ministerio est esencialmente compro-metido en ello, y sufre observando cmo nuestra generacin siente fatiga cuando se trata de conservar y alimentar este sentido religioso, sublime e indispensable. Comprendemos, hijos del siglo, vuestras dificultades, espe-cialmente las de orden psicolgico; y esto aumenta nuestro inters y nues-tro amor hacia vosotros. Quisiramos ayudaros, quisiramos ofreceros el suplemento de espritu, que falta a la gigantesca construccin de la vida moderna. Nuestro oficio apostlico y pastoral va por ello en busca de la solucin de los grandes problemas pedaggicos de nuestro tiempo.

    La religin, en el vrtice y en la raz de la educacin

    Los problemas pedaggicos, decimos, los relativos a la formacin y al desarrollo del hombre en su integridad, en la interpretacin de su verda-dera y misteriosa naturaleza, de sus facultades y, finalmente, de sus desti-nos. La pedagoga de la verdad y de la plenitud conduce al hombre hasta los umbrales de la religin, a la necesidad de Dios y a la receptividad de la fe.

    Necesidad de encontrar mtodos eficaces

    La pedagoga es ciencia abierta a todos y en un arte que se ajusta muy bien con la vida genuina y honesta. Quin posee instintivamente mejor este arte que los padres? Y quin debera conocer sus secretos si no los educadores? Y en general todos aquellos que hablan a los hombres, los

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    publicistas, los artistas y los polticos. Y no debera cada uno de nosotros ser un buen maestro de s mismo? De otra manera para qu sirven la con-ciencia y la libertad? Pues bien: la religin se encuentra en el vrtice de la educacin humana; ms an, antes que el vrtice est en la raz de aqulla; fundamento y coronacin se le ha llamado en un texto clebre (art. 36 del Concordato), cuando la lnea del desarrollo humano tiene su direccin lgica y finalstica (cfr. Maritain, Por una filosofa de la educacin).

    Por eso llamamos en nuestra ayuda a todos vosotros, y a todo aquel que ame de verdad al hombre y tenga la intuicin de su necesidad religio-sa. Vosotros podis, examinando la experiencia misma de nuestro mundo, buscar y descubrir los senderos que conducen hacia el sentido religioso, hacia el misterio de Dios, y despus hacia el dilogo y la unin con Dios.

    El peligro de la civilizacin de la imagen

    Pongamos un ejemplo que se puede decir que afecta a todos: el de la imagen fascinante del cinematgrafo y de la televisin. Esta absorbe casi toda la disponibilidad de vida interior, especialmente en la juventud. La imagen multiforme se graba en la memoria y despus en la inteligencia; si se la busca con asiduidad, a veces obsesionante, llega a sustituir el pensa-miento especulativo, la llena de fantasmas vanos (cfr. Sab., 4, 12), la esti-mula a la imitacin, la exterioriza y la rebaja al nivel del mundo sensible. Cmo puede encontrar lugar la vida espiritual, la oracin, la elevacin al primer Principio, que es Dios, en una conciencia llena de esta habitual im-portacin de imgenes, frecuentemente intiles y nocivas? Es necesario introducir en esta conciencia un momento de descanso, de reflexin y de crtica. Un cineforum bien orientado puede ser un primer paso para re-cuperar la autonoma liberadora de la sugestin de la imagen; el pensa-miento triunfa sobre el sueo fantstico; se forma un juicio, y si ste no se limita a medir las impresiones recibidas con un criterio tcnico o esttico, sino que las confronta con la idea de hombre, con la vida moral, es posible tal vez una elevacin ms fuerte hacia lo alto, hacia la esfera espiritual y despus, en un momento dado, hacia la propiamente religiosa. Los recep-tores, esto es, los espectadores, dice el Concilio, particularmente los ms jvenes, acostmbrense a un uso moderado y disciplinado de estos instru-mentos de comunicacin social; busquen tambin la manera de pro-fundizar en las cosas vistas, odas, ledas y, discutiendo de ellas con sus educadores y con personas competentes, aprendan a formular un recto jui-cio (Inter mirifica, n. 10). Es necesario recorrer de una manera ascendente

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    el camino de la experiencia sensible, que por su atractivo y su objeto nos lleva a vivir de una manera descendente. A la diversin, en sentido pasca-liano (Pensamientos, 11), esto es, a la distraccin, que nos lleva fuera de nosotros y frecuentemente nos conduce a una experiencia malsana, hay que ponerle remedio con un retorno a nosotros mismos y esperar el en-cuentro religioso, tonificante e inefable.

    La vida religiosa en las clases trabajadoras

    Podramos considerar otro ejemplo, el del trabajo industrial y bu-rocrtico que reduce al hombre a una sola dimensin: la dimensin limi-tada, uniforme, mecnica, frecuentemente meramente fsica, inhumana y extenuante. Despus de este trabajo el hombre queda agotado, vaco; cmo puede tener el sentido de s mismo y de Dios, del que estamos hablando? No basta el simple reposo fsico. Es necesaria una terapia que lo eleve nuevamente: el silencio, la amistad, el amor hogareo, el contacto con la naturaleza, el ejercicio del pensamiento y del bien. En estas condi-ciones la oracin es fcil y viva. Tal vez nadie est ms preparado que este hombre, si, a su secreta necesidad y a su actitud sufrida se le ofrece un momento religioso, inteligente y amigable: la breve y dulce oracin en fa-milia y la misa de los das festivos, pueden ser una ayuda poderosa. La vi-da conquista de nuevo de este modo su dignidad, y el corazn su capacidad de amar y de gozar. Este es el gran problema de la asistencia religiosa a las clases trabajadoras modernas. Cada uno puede encontrar su propia manera de resolverla, y el camino seguro es el de integrarse por una hora en la co-munidad eclesial, donde la Palabra de Dios pide nuestra respuesta supli-cante y festiva, y donde la presencia sacramental de Cristo nos llena de fe, de esperanza y de amor.

    Pedagoga y cultura moderna

    Renunciamos de momento a considerar el caso de la mentalidad que nace de la cultura moderna, fundada en general sobre criterios de raciona-lidad cientfica y de pesimismo lgico y psicolgico, y privada de los prin-cipios racionales que hacen posible la ascensin metafsica y la aceptacin de fe, y por esto tambin de la vida religiosa adaptada a la cultura moder-na. La mediacin pedaggica puede intervenir en este caso y ste es el caso de la contestacin actual en la bsqueda prudente de razones de vida, vlidas para devolver la confianza al pensamiento especulativo y en

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    el progreso del orden social: aquellas razones de vida fcilmente reclaman el sentido religioso y se lanzan gozosamente al descubrimiento del mensa-je cristiano.

    Lo que importa, pues, es buscar el camino para encontrar la vida que slo el contacto con Dios puede darnos. Pensad en ello tambin vosotros con nuestra bendicin apostlica.

    LA INTIMIDAD CON DIOS SIGUE SIENDO OBJETIVO CAPI-TAL, PERO DIFCIL

    (Carta Pontificia al Obispo de Bayeux, con motivo del centenario de Santa Teresita del Nio Jess)

    En este ao de 1973, el centenario del nacimiento de Teresa Martn se presenta como una luz providencial. Que su proximidad a Dios y la sencillez de su oracin arrastren los corazones a buscar lo esencial! Que su esperanza abra el camino a los que dudan de Dios o sufren sus limita-ciones! Que el realismo de su amor eleve nuestras tareas cotidianas y transfigure nuestras relaciones en un clima de confianza en la Iglesia! Y, desde lo alto del Cielo, no lo dudemos, Santa Teresita del Nio Jess, a lo largo de este ao jubilar, no cesar de realizar sobre la tierra todo el bien que prometi.

    En nuestra poca, la intimidad con Dios sigue siendo un objetivo ca-pital, pero difcil. En efecto, se ha lanzado la sospecha sobre Dios; se ha calificado de alienacin toda bsqueda de Dios por s mismo; un mundo ampliamente secularizado tiende a separar de su fuente y de su finalidad divinas la existencia y la accin de los hombres. Y, por tanto, la necesidad de una oracin contemplativa, desinteresada, gratuita, se deja sentir cada vez ms. El mismo apostolado, a todos sus niveles, debe echar sus races en la oracin, alcanzar el corazn de Cristo, bajo pena de disolverse en una actividad que no conservara de evanglica otra cosa que el nombre.

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    Camino de infancia, no pueril

    Con la finura de su sensibilidad, la lucidez de su juicio, su deseo de simplificacin, su adhesin a lo esencial, se puede decir que ella sigui al Espritu Santo, llev una vida original, desarroll su propia personalidad espiritual y permiti a muchas almas que alcanzasen un impulso nuevo y apropiado a cada una de ellas.

    Necesidad de santidad en la Iglesia

    Pero para hacer esto, ella no se alej de la obediencia; supo utilizar con realismo los humildes medios que le ofreca su comunidad y que la Iglesia pona a su disposicin.

    No esper en modo alguno para comenzar a actuar, un modo de vida ideal, un ambiente ms perfecto; digamos, ms bien, que ella contribuy a cambiarlos desde dentro. La humildad es el espacio del amor. Su bsqueda del Absoluto y la trascendencia de su caridad la permitieron salvar los obstculos o, mejor, transformar estas limitaciones. Con confianza ha con-seguido de una vez lo esencial de la Iglesia, su corazn, que ella no ha se-parado jams del Corazn de Jess. Ojal pueda ella obtener hoy da a to-dos sus hermanos y hermanas catlicas, este amor de la Iglesia nuestra Madre!

    S, de su ejemplo, de su intercesin, esperamos grandes gracias. Que los laicos beban all el gusto de la vida interior, el dinamismo de una cari-dad sin fisuras sin separar jams su obra terrena de la realidad del cielo. Que los religiosos y las religiosas se sientan fortalecidos en su entrega total al Seor. Que los sacerdotes, por los cuales tanto or, comprendan la be-lleza de su ministerio consagrado al servicio del amor divino. Y que los jvenes, cuya generosidad o fe duda hoy da ante la perspectiva de una consagracin absoluta y definitiva, descubran la posibilidad y el valor in-igualables de semejante vocacin, ante la cual incluso antes de cumplir los quince aos, se dispuso a renunciar a todo lo que no fuese Dios, para mejor consagrar su vida a amar a Jess y a hacerlo amar. Ella no se arrepinti y dijo en su lecho de muerte que se haba entregado al Amor. Dios Padre es fiel: el amor de Jess no engaa; el Espritu Santo viene con toda segu-ridad en ayuda de nuestra debilidad. Y la Iglesia necesita, ante todo, santi-dad.

    Del Vaticano, 2 de enero de 1973. Pablo PP. VI.

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    NECESIDAD DE LA ORACIN

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    LA ORACIN, NUESTRA PRIMERA OBLIGACIN

    (Discurso de Pablo VI, en la clausura de la segunda etapa conciliar, 4-XII-1963)

    Por lo dems, no ha quedado sin fruto la ardua e intrincada discusin, puesto que uno de los temas, el primero que fue examinado, y en un cierto sentido el primero tambin por la excelencia intrnseca y por su importan-cia para la vida de la Iglesia, el de la sagrada liturgia, ha sido terminado y es hoy promulgado por Nos solemnemente. Nuestro espritu exulta de go-zo ante este resultado. Nos rendimos en esto el homenaje conforme a la escala de valores y deberes: Dios en el primer puesto; la oracin, nuestra primera obligacin; la liturgia, la primera fuente de la vida divina que se nos comunica, la primera escuela de nuestra vida espiritual, el primer don que podemos hacer al pueblo cristiano, que con nosotros cree y ora, y la primera invitacin al mundo para que desate en oracin dichosa y veraz su lengua muda y sienta el inefable poder regenerador de cantar con nosotros las alabanzas divinas y las esperanzas humanas, por Cristo Seor en el Espritu Santo.

    Estar bien que nosotros apreciemos como un tesoro este fruto de nuestro Concilio como algo que debe animar y caracterizar la vida de la Iglesia; es, en efecto, la Iglesia una sociedad religiosa, es una comunidad orante, es un pueblo floreciente de interioridad y de espiritualidad promo-vidas por la fe y por la gracia. Si nosotros ahora simplificamos algunas ex-presiones de nuestro culto y tratamos de hacerlo ms comprensible al pue-blo fiel y ms asequible a su lenguaje actual, no queremos ciertamente disminuir la importancia de la oracin, ni posponerla a otros cuidados del ministerio sagrado o de la actividad pastoral, ni empobrecerla de su fuerza expresiva y de su encanto artstico. S queremos hacerla ms pura, ms ge-nuina, ms prxima a sus fuentes de verdad y de gracia, ms idnea para hacerse espiritual patrimonio del pueblo.

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    EL CRISTIANO DEBE TENER UNA ORACIN PERSO-NAL PROPIA

    (En la Audiencia General, 22-IV-1970)

    Grandeza y suntuosidad de la Baslica Vaticana

    Quien entra en esta Baslica, por primera vez especialmente, experi-menta la fascinacin del edificio: su grandeza, registrada incluso sobre el pavimento en comparacin con las mayores iglesias del mundo, su carcter monumental, la suntuosidad de todos sus detalles, su manifestacin de grandeza y de arte por doquier, la profundidad de sus dimensiones, el triunfo en altura y en belleza de su cpula, todo atrae la mirada, todo con-centra el espritu en s. El alma se derrama, se distrae. Impresiones de todo orden la encantan: recuerdos histricos, estmulos estticos, contrastes ar-quitectnicos, maravillas extraas, sentido de la construccin perfecta y gigante... El alma casi se extrava: estamos en un museo?, en una casa incomprensible de admirar, pero no de habitar?, en un templo in-comprensible?, en un mundo de sueo, tanto ms etreo cuanto ms se expresa en una solidez magnfica? Esta es la primera impresin deslum-brante. Despus el alma se busca a s misma: yo estoy aqu para rezar; pero dnde?, pero cmo puedo hacerlo en este espacio grandioso que parece no puede ofrecer al espritu recogimiento ni descanso ni silencio?, dnde est su misterio?, cmo establecer una sinfona entre las notas de este poema triunfal y las tmidas voces de mi corazn?, cmo expresar aqu mis humildes deseos, mis dolores, mis dudas, mis gemidos, mis ingenuas jaculatorias?

    Aqu est San Pedro

    Y el alma permanece todava perpleja y extraviada, y busca en la compleja configuracin de la baslica un ngulo, un refugio donde recobrar el aliento y la voz para musitar una oracin; pronto esta bsqueda queda satisfecha: donde quiera que se dirija, all hay una invitacin a la plegaria, a una plegaria que se hace pronto intensa y volante en el plano ideal de la Baslica: aqu est San Pedro, el testimonio de la fe y el centro de la unidad y de la caridad; aqu est la Iglesia, la Iglesia catlica, la Iglesia universal, es decir, de todos, mi Iglesia, para m, para mi mundo, ms todava, para

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    todo el mundo; aqu est Cristo, presente e invisible, pero que habla de su reino, de su vida en los siglos, de su cielo.

    Para qu sirve la Iglesia?

    Es an itinerario comn; quien entra con nimo piadoso en este mau-soleo, que guarda la tumba y la reliquia de San Pedro, lo recorre rpida-mente, con fatiga alegre, con estupor satisfecho, con deseo reavivado de llegar ms adelante; y llega a la pregunta que nos planteamos: la Iglesia; qu hace la Iglesia?, para qu sirve la Iglesia?, cul es su manifestacin caracterstica?, cul es su momento esencial?, su actividad plena, que justifica y distingue su existencia? La respuesta brota de los mismos muros de la Baslica: la oracin. La Iglesia es una sociedad de oracin. La Iglesia es una societas spiritus (cfr. Fil., 2, 1; San Agustn, Sermn 71, 19; P. L. 38, 462). La Iglesia es la humanidad que ha encontrado, por medio de Cristo nico y Sumo Sacerdote, el modo autntico de orar, es decir, de hablar a Dios, de hablar con Dios, de hablar de Dios. La Iglesia es la fami-lia de los adoradores del Padre en espritu y en verdad (Jn 4, 23).

    Necesidad de Iglesias, lugares de culto

    Sera interesante, a este propsito, volver a estudiar la razn de la co-incidencia de la palabra Iglesia atribuida al edificio erigido para la ora-cin y atribuida a la asamblea de los creyentes, los cuales son Iglesia, tanto si estn fuera o dentro del templo, que los congrega para la oracin. Se puede entonces notar, entre otras cosas, que el edificio material, desti-nado a congregar a los fieles en oracin, puede y en cierta medida (que aqu se hace majestuosa) debe ser no slo lugar de oracin domus oratio-nis, sino ms bien seal de oracin, edificio espiritual y plegaria misma, expresin de culto, arte para el espritu; de donde procede la necesidad prctica de la construccin de lugares de culto para dar al pueblo cristiano la oportunidad de reunirse y de orar y de donde procede tambin el mrito de cuantos trabajan afanosamente para construir aquellas iglesias nue-vas, que deben acoger y educar en la oracin a las nuevas comunidades que carecen de sus indispensables domus orationis, de las casas donde reunirse a fin de celebrar su oracin comunitaria.

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    Carcter esencialmente religioso de la Iglesia

    Es decir: desearamos en este lugar y en este momento recordaros el apelativo que tan perfectamente define al catolicismo: Ecclesia orans, Iglesia que ora. Este carcter esencialmente religioso de la Iglesia es esen-cial y providencial para ella. Lo ensea el Concilio con su primer constitu-cin sobre la liturgia. Y nosotros debemos recordar este carcter de la Igle-sia, su necesidad y su prioridad. Qu ser la Iglesia sin su oracin?, qu sera el cristianismo que no ensease a los hombres cmo pueden y deben comunicar con Dios?, un humanismo filantrpico?, una sociologa pu-ramente temporal?

    Tendencia a secularizar todo

    Es conocido que hoy existe la tendencia a secularizar todo, y que esta tendencia penetra incluso en la psicologa de los cristianos; incluso en el clero y en los religiosos. De ella hemos hablado en otras ocasiones, pero es conveniente hablar de nuevo, porque hoy la oracin est en decadencia. Concretemos inmediatamente: la oracin comunitaria y litrgica est reco-brando una difusin, una participacin, una comprensin, que es cierta-mente una bendicin para nuestro pueblo y para nuestra poca. Debemos llevar adelante las prescripciones de las reformas litrgicas en curso, las cuales han sido queridas por el Concilio, han sido estudiadas con sabio y paciente cuidado por los mejores liturgistas de la Iglesia y sugeridas por ptimos expertos de as exigencias pastorales. Ser la vida litrgica, bien cuidada, bien asimilada en las conciencias y en las costumbres del pueblo cristiano, la que tendr vigilante y activo el sentido religioso en nuestra poca, tan profana y tan profanada, y que dar a la Iglesia una nueva pri-mavera de vida religiosa y cristiana.

    Toda alma es un templo

    Pero al mismo tiempo debemos lamentar que la oracin personal disminuye, amenazando de este modo la liturgia misma de empobreci-miento interior, de ritualismo exterior, de prctica puramente formal. El sentimiento religioso mismo puede decaer por la falta de un doble carcter indispensable a la oracin: la interioridad y la individualidad. Es necesario que cada uno aprenda a orar tambin dentro de s y por s. El cristiano debe tener una oracin personal propia. Toda alma es un templo. No sabis

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    dice San Pablo que sois templo de Dios, y que el Espritu de Dios habita en vosotros?. Y cundo entramos en este templo de nuestra conciencia para adorar all al Dios presente?, seremos nosotros almas vacas, aunque cristianas, almas ausentes de s mismas, olvidadas de la misteriosa e inefa-ble cita que Dios, Dios Uno y Trino, se digna ofrecer a nuestro filial y em-briagado coloquio, justamente dentro de nosotros? No recordamos la pa-labra final del Seor, en la ltima Cena: Si alguno me ama, guardar mi palabra, y el Padre lo amar; y vendremos a l, y fijaremos en l nuestra morada? (Jn., 14, 23). Es la caridad que ora (San Agustn): tenemos no-sotros el corazn animado por la caridad, que nos capacita para esta ntima oracin personal?

    La Iglesia nos quiere testigos y apstoles

    La Ecclesia orans es un coro de voces vivas singulares, conscien-tes, amorosas. Una iniciativa espiritual interior, una devocin personal, una meditacin elaborada con el propio corazn, un cierto grado de con-templacin que piensa y adora, que gime y se alegra, sta es la peticin de la Iglesia que se renueva y que nos quiere despus testigos y apstoles.

    Escuchemos el himno a Cristo, a Dios, que sube de esta Baslica, y procuremos secundarlo con nuestra propia y humilde voz. Ahora y aqu, y despus en todas partes y siempre. Con nuestra bendicin apostlica.

    LA RELIGIN, VRTICE DE NUESTRA VIDA INDIVIDUAL Y COLECTIVA

    (En la Audiencia General, 5-XII-1973)

    Cul es nuestro mximo problema? Es el de nuestra relacin con Dios. Todo est aqu, en este ncleo de cuestiones mentales, morales, espi-rituales, vitales. Nuestro concepto de la vida no puede prescindir de consi-derar esta relacin, para negarla, para discutirla o para afirmarla, ya que son stas las categoras sumas y sumarias en las que puede situarse esta problemtica relacin. Y todos saben hoy que nadie escapa a la necesidad de una opcin a tal respecto. La religin, quirase o no, en un sentido o en

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    otro, est en el vrtice de la definicin de nuestra vida personal y colectiva. Limitmonos ahora a la vida personal: la nota distintiva ms importante calificadora se toma de la actitud religiosa que el hombre profesa en orden a la concepcin de la propia vida.

    Se debe recordar que nosotros, que creemos en Dios y profesamos la adhesin a la economa cristiana, es decir, al designio establecido por Dios mismo sobre nuestro destino e instaurado por Cristo (cfr. Efes., 1 ss.), so-mos los primeros en reconocer que tenemos necesidad de un auxilio tras-cendente, divino, previo y gratuito, la gracia, para entrar efectivamente en el plan salvfico de nuestra religin (cfr. Denz. Sch., 1.525-797). Es decir, no nos bastamos a nosotros mismos para resolver positivamente el mximo problema, al que hemos aludido, el problema de la relacin con Dios, y por ello nos asemejamos, bajo este aspecto de la necesidad de ser salvados, por medio de la misericordia y del amor de Dios hacia el hombre, a todo ser humano, ya sea ateo o indiferente.

    Necesidad de adhesin voluntaria

    Pero, para disfrutar de esta inmensa fortuna de la intervencin salv-fica del Seor en el hombre adulto, se exigen algunas condiciones.

    Tambin ante el plan de la gracia, el hombre permanece hombre, permanece libre; se le pide una adhesin voluntaria, y por ello, sin una disposicin moral y una fidelidad sucesiva (recepcin voluntaria de la gracia; ibid., 1.528-799), la salvacin religiosa no sera operante para no-sotros.

    Se abre, por tanto, un complejo y voluminoso captulo psicolgico-subjetivo, sobre las disposiciones espirituales y morales, que el hombre debe presentar a la accin justificante y santificante de Dios: si queremos que el sol ilumine la estancia de nuestra alma debemos abrirle la ventana.

    Cmo se llama, evanglica y teolgicamente, esta ventana? Se llama conversin, la famosa metanoia (M., 3, 2; 4, 17; Hechos, 2, 28) del Evan-gelio, es decir, aquel cambio interior y luego exterior, que hace al hombre susceptible de la intervencin divina. Tampoco se produce la conversin sin una accin secreta de la gracia; pero, ahora, nosotros la consideramos al nivel de nuestra experiencia y de nuestra responsabilidad, en las que el juego de la libertad, de la voluntad, de los estmulos exteriores pone la conversin en la fatal aguja de nuestro destino religioso, y acaso tambin eterno.

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    En la prctica de nuestra vida espiritual, aqu se pondra la doctrina de la oracin, como condicin fundamental de nuestra religiosidad salva-dora. Nos referimos a la oracin, que abre el alma a la accin benfica de la misericordia de Dios, y que es, ms o menos, conocida de todos, bien en su definicin esencial de acto racional del espritu que se dirige volunta-riamente a Dios, o bien como acto de tensin amorosa hacia El (no existe ms que la nica caridad que ora, Bossuet, Serm. 374), o bien como ab-sorcin contemplativa y mstica de la presencia del interlocutor divino.

    Oracin y orientacin

    Pero la oracin, as concebida, supone el conocimiento y la fe en Dios, y frecuentemente tambin procede de la voz interior de una palabra que por nosotros no sabremos formular y que el Espritu Santo pronuncia en nosotros con acentos inefables (Rom., 8, 26). Y supone una regularidad de vida espiritual, que desgraciadamente hoy muchos, muchsimos, no tie-nen: son mudos, son incapaces de emitir con sentimiento de piedad el sim-ple nombre paternal, dulcsimo, santsimo, de Dios.

    Bajo qu punto, para esta gente, que es legin, puede la conver-sin presentarse?

    Vemoslo: debemos tener en cuenta el estado de nimo de aquella gente, digamos mejor, de aquel pueblo, de aquellos hermanos, que, por in-curia espiritual o por abuso crtico, no estn por el momento en con-diciones de balbucir aquella mnima oracin que establecera inmediata-mente una relacin con Dios. Cmo debemos proceder?

    Ciertamente no podemos resolver en este momento un problema espi-ritual de esta envergadura. Pero sugeriremos solamente dos palabras, las cuales pueden interesarse a nuestro caso. Es decir, antes de hablar de conversin, en el sentido pleno y saludable de este trmino, intentemos hablar de orientacin; pidamos, a los que se encuentran todava en los umbrales del mundo religioso, que dirijan, al problema que nos interesa y que debe interesar a todos, una simple mirada, una simple orientacin de su atencin. Es ste un acto humano superlativamente honrado, el de diri-gir al problema de Dios una reflexin, ya nazca de la interior necesidad de lgica y de verdad, o bien surja de alguna observacin exterior que sugiere y exige una llamada a un Principio Supremo. Orientarse hacia el faro inex-tinguible del Dios escondido, del Dios vivo. El problema religioso merece siempre la pena.

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    El silencio, requisito para la escucha

    La otra palabra, que sugerimos por su semejante condicin espiritual, parece una contradiccin, pero es una sencilla y razonable paradoja, y es la palabra silencio. Para comprender algo del problema religioso tenemos ne-cesidad de silencio, de silencio interior, el cual exige tambin un poco de silencio exterior. Silencio: queremos decir suspensin de todos los rumo-res, de todas las impresiones sensibles, de todas las voces que el ambiente impone a nuestra escucha, y que nos hace extrovertidos, nos hace sordos, mientras nos llena de ecos, de imgenes, de estmulos que, quirase o no, paralizan nuestra libertad interior de pensar, de orar. Silencio aqu no quie-re decir sueo, quiere decir, en nuestro caso, un coloquio con nosotros mismos, una reflexin tranquila, un acto de conciencia, un momento de soledad personal, un intento de recuperacin de nosotros mismos. Diremos ms: daremos al silencio la capacidad de escucha. Escucha, de qu?, de quin? No podemos decirlo; pero sabemos que la escucha espiritual nos permite captar, si Dios nos da la gracia de ello, su voz, aquella voz suya que rpidamente se distingue por dulzura y por vigor, por su palabra, la de Dios: el Dios que entonces, casi por impulso instintivo, nosotros comen-zamos a llamar por dentro, con avidez de conocer y de comprender, con angustia y con confianza, con inslita emocin y con invasora bondad; el Dios-Verbo, convertido en maestro interior.

    Hemos sido conducidos tras estas huellas por la estacin litrgica del Adviento: callar para escuchar, y por el apremiante motivo del Ao Santo, que impone silencio y oracin y prepara, para nuestras innumerables in-quietudes modernas, la respuesta de Dios, la de su amor y de nuestra sal-vacin.

    ES NECESARIO ORAR MS Y MEJOR

    (En la Audiencia General, 7-111-1964)

    S, la cuaresma nos ofrece la expresin apropiada para este momento. Qu ha de decir el Papa a quienes lo visitan durante este perodo espiri-tual especial? Debe decirles, nos parece, hijos, orad, orad un poco ms, tratad de orar bien, procurad uniros a la oracin de la Iglesia, que en este

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    perodo de preparacin pascual multiplica sus oraciones y les da una gama de ritos y frmulas bellsimas y riqusimas!

    Os confiaremos a este propsito un corto pero significativo episodio que ayer precisamente nos llen el nimo de gozo y admiracin. Un seor, muy sabio e importante, que en los aos siguientes a la guerra ha ocupado cargos de gran relieve y responsabilidad, ya anciano y cargado con una vasta y complicada experiencia acumulada en su larga vida profesional y poltica, nos deca, sacando casi del fondo del alma las palabras: Santi-dad, sabe lo que despus de todo y sobre todo me parece lo ms impor-tante en la vida del hombre? La oracin. S, la oracin!. Podemos ate-sorar tan abierto y precioso testimonio, que confirma la enseanza recibida del Seor, que la Iglesia repite en estos das: Es necesario orar siempre y no desfallecer jams (Lc., 18, 1).

    Que sea el recuerdo de esta audiencia haber recogido de la voz del Papa tan alto e importante precepto del Seor; la oracin. Sabis que el Concilio Ecumnico ha consagrado su primer pensamiento y su primera Constitucin precisamente a la oracin. Veamos si la podemos reavivar en nuestras almas! Ser una fortuna para ellas y lo ser para todo cuanto apreciamos en el mundo. Es el voto que os formulamos, enriquecindolo con nuestra bendicin apostlica.

    LA ORACIN, NECESARIA, ANTE LA INSUFICIENCIA DEL PROGRESO Y LA CIENCIA

    (En la Audiencia General, 10-V-1973)

    Necesidad de la oracin

    Estamos convencidos de que el mundo moderno tiene necesidad de aprender de nuevo a orar. Es decir, a manifestarse a s mismo delante de Dios: Dos misterios que se encuentran: la conciencia del hombre y el Ser infinito e inefable. Principio y Fin de todas las cosas. Que ste sea nuestro dilogo acostumbrado, cuando oramos, es sabido de todos, si bien frecuen-temente es malamente advertido; la oracin es la actividad caracterstica del hombre religioso, del creyente, del que busca y siente su comunin con

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    el Dios del universo, y que ha encontrado en Cristo el camino de expresin y de comunicacin entre el microbio, que somos nosotros, y el cielo infini-to, que es la patria de Dios. Haremos bien en reanudar la reflexin sobre esta actividad, que ejerce una influencia tan grande en nuestra personali-dad cristiana, y en aprovecharnos del gran esfuerzo de la reforma litrgica, promovida por el Concilio, para ratificar en nosotros las razones de la ora-cin y para adaptar nuestro lenguaje espiritual a las frmulas rituales, te-olgicas, comunitarias, que hoy nos ofrece la Iglesia.

    La arreligiosidad del hombre moderno

    Pero, en este momento, nuestra perspectiva es distinta; tendremos que volver no una sino muchas veces, sobre la oracin del cristiano que vive de su fe; mas ahora pensamos, como decamos, en el hombre moderno, es de-cir, en la mentalidad del que se alimenta de la experiencia de la vida con-tempornea, y que se considera autosuficiente, exento del recurso a Dios, a su Providencia, a su Presencia sobre y dentro de nosotros, a su Justicia, fuente para nosotros de temor y de responsabilidad, a su Paternidad, que apenas la consideramos, nos invita a deshacernos en amor y en alegra. Es decir, en el hombre dispensado de la relacin religiosa, y solo consigo mismo y con la sociedad y la naturaleza que lo rodean. La idea de Dios est prcticamente extinguida en los que reciben la educacin propia del secularismo contemporneo, sntesis de todas las opiniones que niegan la Realidad trascendente y la Verdad, bajo determinadas formas, viviente e inmanente dentro de nosotros. El hombre tipo, como debera ser y es el discpulo del atesmo que podemos llamar oficial, de nuestra poca, afirma que no tiene necesidad de Dios: basta la ciencia con todas sus conquistas prcticas; la ciencia, capaz de conocer y de explicar todas las cosas, y que satisface todas sus necesidades especulativas, prcticas, sociales y econ-micas.

    En un discurso, tan sencillo y breve como ste, no podemos cierta-mente resolver los problemas inmensos procedentes de esta deificacin de la ciencia; diremos solamente que tambin nosotros, mejor dicho, nosotros en primer lugar, tributamos a la ciencia el honor que le es debido, la pro-mocin, la apologa, de la que todava puede eventualmente carecer. Viva la ciencia, viva el estudio que la busca y la exalta. Pero Nos parece que podemos afirmar que ella sola no basta; ms an, decimos que exige tam-bin la relacin superior a que acabamos de dar el nombre de oracin.

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    Insuficiencia de la ciencia

    Podramos recurrir a la experiencia de las ms jvenes generaciones, a la de hoy: Basta la ciencia?, con toda su incalculable abundancia de aplicaciones tcnicas. La ciencia, en su momento puro, de anlisis, de in-vestigacin, de experimento, de descubrimiento, no hace sino ampliar el campo del conocimiento; de un conocimiento que no explica su profunda razn de ser, y que suscita, cada vez ms grave y amenazador, el rostro del misterio, el interrogante implacable del por qu primero y absoluto de lo que conocemos, y que se vuelve tormento deslumbrador para quien niega al pensamiento su lgico proceso, el vuelo hacia el Principio creador, hacia la Sabidura revelada y escondida, casi como en un sacramento, en las co-sas estudiadas. En este punto es necesario observar un hecho capital con respecto al pensamiento cientfico moderno; ste no sirve, prcticamente, a la contemplacin, es decir, al descubrimiento, posterior al de su estudio especfico, de las notas que proceden de las cosas conocidas, es decir, el orden, la complejidad, la ley, la grandeza, el poder, la belleza..., reflejos todos puestos en evidencia por la observacin cientfica, reflejos de un pensamiento generador, ilimitado e inmanente; pero pronto ha prevalecido una preocupacin, la de utilizar para fines prcticos, es decir, para aplica-ciones tcnicas, las verdades arrancadas a las cosas. De este modo, el utili-tarismo ha dominado a la ciencia, y la ha hecho opaca, y, bajo algunos as-pectos, peligrosa; sin voz para el espritu humano, si no es la legtima, pero insuficiente, del clculo sobre su empleo en beneficio de la vida temporal del hombre, el cual ha usufructuado y gozado de todos los hallazgos cient-ficos, que se han hecho disponibles por instrumentos tcnicos muy genia-les, pero sin que aumentase su verdadera felicidad y se aplacase la sed mis-teriosa de vid; de su corazn.

    Es necesario devolver a la ciencia sus alas; ella debe continuar apo-yando el itinerario espiritual del hombre; debe invitarlo a la poesa y a la plenitud de la oracin. Los cielos narran la gloria de Dios, y el firmamen-to anuncia la obra de sus manos (Salm 18, 2).

    Esto en el orden natural.

    Necesidad de la gracia

    Otra experiencia muy distinta nos conduce a una conclusin anloga; y es la del carcter ambiguo del progreso humano. Verdaderamente el hombre se hace ms bueno y ms amable procediendo en la historia slo

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    con sus fuerzas? Es verdaderamente capaz de instaurar un humanismo en el que los valores humanos de la persona humana sean garantizados y permanentes para todos? O no sucede que la progresiva afirmacin de di-chos valores, si se dejan sin una defensa divina, pueden en ciertas circuns-tancias histricas contradecirse a s mismos? La libertad, la justicia, la paz, resisten a la prueba del tiempo y al conflicto de intereses antagnicos? El derecho podr sustituir a la fuerza, y la organizacin de la civilizacin convertirse verdaderamente en un bien comn? Circulan, y justamente en estos das terribles y dolorosos, vientos de escepticismo sobre la capacidad de los hombres para ser y conservarse hermanos. La autosuficiencia del hombre para construir una civilizacin autntica y universal est sometida a una triste impugnacin. Los principios no son slidos y vlidos para to-dos; y entonces parece necesario el dominio de la fuerza, y necesaria la guerra. Y si incluso algunos principios fuesen y permaneciesen indiscuti-bles, podemos decir que el hombre, en general al menos, tiene la virtud de aplicarlos con desinters y sabidura? No es necesario, tambin aqu, el suplemento de una ayuda superior, de una gracia divina? Y, por tanto, de una splica que nos vea, a humildes y grandes, reunidos en oracin?

    Nos as lo creemos, y deseamos que la humanidad, en su conjunto, sea capaz de repetir con Cristo la oracin enseada por El: Padre Nuestro, que ests en los cielos!

    HOY SE REZA MENOS Y, SIN EMBARGO, NOS ES MS NECE-SARIO ORAR

    (En la Audiencia General, 14-VIII-1969)

    Necesidad de volver a la oracin

    En nuestra breve exhortacin del domingo pasado, a la hora del An-gelus, recordbamos a nuestros visitantes la oportunidad de reservar du-rante el perodo de las vacaciones estivales algn momento a la vida del espritu, al silencio, a la reflexin, a la plegaria. Este mismo motivo que-remos considerarlo hoy con vosotros, hijos carsimos, en este encuentro

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    fugaz, pero quiz importante, bajo un aspecto ms general, a saber, el de la necesidad de retornar a la oracin personal.

    Sabe rezar el hombre moderno?

    Por qu retornar? Porque creemos, creencia que quisiramos ver desmentida por los hechos (como, por fortuna, lo est en muchos casos) que hoy tambin los buenos, tambin los fieles, tambin aquellos que estn consagrados al Seor, rezan menos de un tiempo ac. Diciendo esto parece que deberamos ofrecer las pruebas y decir el porqu de ello. Pero no ex-plicaremos ahora este deber; exigira un muy largo discurso. Invitamos ms bien a cada uno de vosotros a hacerse esta reflexin: Se reza hoy? Sabe rezar el hombre moderno? Siente la obligacin de hacerlo? Siente la necesidad? Tiene el cristiano facilidad, tiene gusto, tiene empeo por la oracin? Siente afecto siempre por las formas de oracin que la piedad de la Iglesia, aun no declarndolas oficiales, es decir, propiamente litrgicas, nos ha enseado y recomendado tanto, como el rosario, el viacrucis, etc., y especialmente la meditacin, la adoracin eucarstica, el examen de con-ciencia, la lectura espiritual?

    La liturgia no sustituye ni empobrece la devocin personal.

    Nadie se permitir atribuir la disminucin de la oracin personal, y sobre todo de la vida espiritual, de la religiosidad interior, de la piedad, entendida como devocin, como expresin del don del Espritu Santo por el que nos volvemos a Dios en la intimidad del corazn con el nombre fa-miliar y confiado de Padre, a la liturgia, es decir, a la celebracin comuni-taria y eclesial de la palabra de Dios y de los misterios de la redencin; li-turgia que, por obra de un intenso y extenso movimiento religioso, corona-do, ms an, canonizado por el reciente Concilio ha adquirido incremento, dignidad, accesibilidad y participacin en la conciencia y en la vida espiri-tual del pueblo de Dios y que deseamos crezca en un prximo futuro. La liturgia tiene su propia primaca, su propia plenitud, y por s misma su propia eficacia que todos debemos reconocer y promover. Pero la liturgia, por su naturaleza pblica y oficial en la Iglesia no sustituye, no empobrece la devocin personal. La liturgia no es slo rito; es misterio y como tal exige la adhesin consciente y fervorosa de cuantos en ella toman parte; supone la fe, la esperanza, la caridad, y tantas otras virtudes y sentimien-tos, actos y condiciones como la humildad, el arrepentimiento, el perdn

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    de las ofensas, la intencin, la atencin, la expresin interior y vocal que disponen al fiel para sumergirse en la realidad divina que la celebracin litrgica hace presente y operante.

    Devocin personal y participacin litrgica

    La devocin personal, en cuanto a cada uno es posible, es condicin indispensable para una autntica y consciente participacin litrgica; y no slo eso, ella es tambin el fruto, la consecuencia de tal participacin ende-rezada precisamente a santificar las almas y a corroborar en ellas el sentido de unin con Dios, con Cristo, con la Iglesia, con los hermanos de la hu-manidad entera.

    Por qu, hoy, es menos intensa la vida interior?

    La disminucin, si se da, de la religiosidad personal debe ser buscada en bien distinta direccin. Probad an a preguntaros: Por qu hoy la vida interior, es decir, la vida de oracin, es menos intensa y menos fcil en los hombres de nuestros tiempos, en nosotros mismos? Pregunta que exigira una respuesta extremadamente compleja y difcil, pero que podemos ahora sintetizar as: nos hemos educado en la vida exterior que ha alcanzado un desarrollo y fascinacin maravillosos, pero no tanto en la vida interior de la que conocemos poco sus leyes y satisfacciones; nuestro pensamiento se desenvuelve principalmente en el reino sensible (se habla de la civiliza-cin de la imagen: radio, televisin, fotografa, smbolos y esquemas mentales, etc.), y en el reino social, es decir, en la conversacin y en la re-lacin con los dems; somos extrarreflejos; incluso la teologa cede a me-nudo el paso a la sociologa; la misma conciencia moral est abrumada por la sicologa y reivindica una libertad que, abandonndola a s misma, le hace buscar fuera de s, a menudo en el mimetismo de la moda, la propia orientacin. Dnde est Dios? Dnde est Cristo? Dnde la vida reli-giosa de la que todava y siempre sentimos oscura pero insatisfecha curio-sidad?

    Vosotros sabis cmo este estado de cosas constituye el drama espiri-tual, y, podramos decir, humano y civil de nuestro tiempo.

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    Dios est dentro de nosotros

    Pero ahora, por lo que respecta a nosotros, hijos de la Iglesia, bste-nos recordar, con un clebre pensamiento de San Agustn (intus eras, et ego foras; Conf., 10, 27; P. L., 32, 795), que el punto de encuentro esencial con el misterio religioso, con Dios, est dentro de nosotros, est en la celda interior de nuestro espritu, est en aquella actividad personal que llama-mos oracin. Es en esta actitud de bsqueda, de escucha, de splica, de docilidad (cfr. ]o., 6, 45) donde la accin de Dios nos llega normalmente, nos da luz, nos da sentido de las cosas reales e invisibles de su reino; nos hace buenos, nos hace fuertes, nos hace fieles, nos hace como El nos quie-re.

    Orad, hermanos

    A vosotros, hermanos y hermanas, consagrados al Seor, os decimos que tenis el derecho y el deber de mantener gozosa conversacin con El; a vosotros, jvenes vidos de encontrar la llave del nuevo siglo; a vosotros, cristianos que queris descubrir la sntesis posible, purificadora y beatifi-cante de la vida vivida hoy de la fe que tenis; a vosotros, hombres de nuestro tiempo, lanzados a la vorgine de vuestras agobiadoras ocupacio-nes y sents la necesidad de una certeza, de un consuelo que el mundo no os da; a todos os decimos: orad, hermanos, orate, fratres. No os cansis de intentar que surja del fondo de vuestro espritu con vuestra ntima voz este: T!, dirigido al Dios inefable, a ese misterioso Otro que os observa, os espera, nos ama. Y ciertamente no quedaris desilusionados o abandona-dos, sino que probaris la alegra nueva de una respuesta embriagadora: Ecce adsum; he aqu que estoy contigo (Is., 58, 9).

    LA IGLESIA ES LA SOCIEDAD DE LOS QUE ORAN

    (En la Audiencia General, 20-VIII-1966)

    Vuestra visita nos encuentra de vacaciones. En verdad nos encuentra en esta residencia estival de los Papas, donde el buen clima y la suspensin de algunos compromisos ordinarios de la acostumbrada actividad del Papa

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    prometen el restablecimiento de nuestras escasas fuerzas fsicas (nos pare-ce escuchar la invitacin corts que Cristo hizo en una ocasin a sus aps-toles: Venid aparte, a un lugar solitario, y descansad un poco (Mc., 6, 31), y nos encuentra en un sitio donde al mismo tiempo podemos dedicar-nos con mayor empeo y tranquilidad a dos formas de actividad inherentes a nuestro oficio apostlico: el estudio y la oracin.

    Esta ltima especialmente, la oracin. Cuando pensamos en las pala-bras del Maestro, que nos recuerda que es deseo del Papa encontrar adora-dores en espritu y en virtud (Jo., 4, 24); y cuando recordamos que El fue ejemplo y gua en la oracin, y que siempre exhort a los suyos a esta primordial actividad espiritual; cuando recordamos la escuela de los Aps-toles, que educaban a los nuevos fieles en la oracin continua (dice, por ejemplo, San Pablo a los tesalonicenses: Orad sin descanso 1, 5, 17); cuando tratamos de entrar en la visin global del cristianismo, de su esencia religiosa, de su diseo sobrenatural de las relaciones entre Dios y el hombre, de su mensaje de vivificacin de las almas, de la vocacin de cada fiel al sacerdocio real, que lo autoriza a entrar en dilogo con Dios, llamndolo Padre (cfr. Rom., 8, 15; Gal., 4, 6); cuando observamos la vida cristiana en la Historia, como se ha manifestado en sus expresiones ms elevadas y genuinas, y cuando miramos las ms verdaderas, profundas y descuidadas necesidades de los hombres de nuestro tiempo, no podemos menos que concluir con la primaca de la oracin en el campo de la mlti-ple actividad de la Iglesia.

    La Iglesia es la sociedad de hombres que oran. Su fin primordial es ensear a orar. Si queremos saber lo que hace la Iglesia, debemos advertir que es una escuela de oracin. Recuerda a los fieles la obligacin de la oracin; despierta en ellos la actitud y la necesidad de la oracin; ensea cmo y por qu se debe orar; hace de la oracin el gran medio para la salvacin, y al mismo tiempo la proclama fin sumo y prximo de la verda-dera religin. La Iglesia hace de la religin la expresin elemental y su-blime de la fe: creer y orar se funden en un mismo acto, y al mismo tiempo hace de ella expresin de la esperanza: es la Iglesia que, consciente de la enseanza de Cristo, nos recuerda continuamente cmo para obtener lo que deseamos es necesario orar: Pedid y recibiris (Jo., 16, 24; Mt., 21, 22); y, finalmente, la Iglesia proclama la identidad de la oracin con la ca-ridad; Bossuet lo afirma: Es evidente que es nicamente la caridad la que ora (Serm1, 374). Orar es amar (cfr. Bremond, Phil. de la prire, 21).

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    Todos conocis cuanto se ha hablado, escrito y trabajado sobre la oracin. Es tema de inagotable fecundidad. Lo que importa ahora notar, si queremos conocer la misin de la Iglesia, es la importancia esencial y su-prema que atribuye a la oracin, tanto como actividad personal, que brota del fondo del corazn humano, o como culto divino, en el que se expresa la voz de la comunidad cristiana; contemplacin y liturgia son dos momen-tos indispensables y complementarios de la expresin religiosa de la Igle-sia, invadida por el influjo del Espritu Santo y viviendo de Cristo, cuya vida persevera y acta en ella (cfr. Maritain, Liturgie et contemplation; Descle de Br.).

    Todos conocis tambin que la primera afirmacin, que la primera re-forma, la primera renovacin, que el Concilio Ecumnico ha dado a la Iglesia ha tenido por objeto la Liturgia, es decir, la oracin oficial y comu-nitaria de la Iglesia misma. Recordmoslo bien.

    Qu decir de quienes distinguen la actividad de la Iglesia en cultual y apostlica, separando una de otra, prefiriendo la segunda con menoscabo de la primera? Y qu decir de quienes creen artificiosa, enojosa e intil la vida interior, y prcticamente indican que es tiempo perdido y vano el es-fuerzo consagrado al silencio exterior para brindar al dilogo interior su voz ntima? Podr alguna vez el cristianismo documentarse a s mismo ante el mundo necesitado de verdad vital, si no se presenta como arte de explorar la profundidad del espritu, de conversar con Dios y de adiestrar a sus seguidores para la oracin? Habr alguna vez un cristianismo, privado de una profunda, sufrida y amada vida de oracin, la inspiracin proftica, que le es necesaria para imponer entre las miles de voces que se oyen en el mundo la suya que grita, que canta, que apasiona y que salva? Podr tener los carismas indispensables del Espritu Santo una actividad que pretendie-se testimoniar a Cristo e infundir en la humanidad el fermento de la nove-dad regeneradora, que no encontrase en la humildad y en la sublimidad de la oracin el secreto de su certeza y de su fuerza?

    Os decimos estas cosas, queridos hijos, para que est siempre en vo-sotros presente el concepto de la necesidad, de la prioridad de la oracin, y para que sepis corresponder a la solemne invitacin del Concilio Ecum-nico, que a todos invita a retornar a las aguas puras y vitales de la oracin de la Iglesia; ya sabis el esfuerzo que est realizando para devolverle al pueblo de Dios el sentido y la capacidad de orar con ella, y con ella cele-brar y vivir sus misterios de gracia y de presencia divina.

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    Os decimos esto para que en el perodo veraniego cada uno de voso-tros sepa encontrar algn momento de recogimiento interior, de fervor es-piritual, de renovacin religiosa. Que al descanso en las acostumbradas fa-tigas profesionales vaya unida una vigilia espiritual; el tiempo libre tam-bin debe servir para esto.

    Y puesto que vuestra visita nos ha conducido a esta consideracin y nos ha surgido esta recomendacin, confirmamos en vosotros el buen de-seo de una renovacin espiritual con nuestra bendicin apostlica.

    VACACIONES: TIEMPO PROPICIO PARA QUE EL HOMBRE SE ENCUENTRE A S MISMO

    (Durante el Angelus, 15-VII-1973)

    Nuestras palabras quieren ser hoy muy sencillas y cordiales, y ofrecer el deseo de buenas vacaciones a todos los que tienen la suerte de poder go-zar de ellas; y, mientras Nos mismo damos gracias al Seor, que nos per-mite trasladar nuestra residencia veraniega desde la ciudad al campo, in-mediatamente nos ponemos a pensar cmo sacar provecho de esta estan-cia, si es posible, para un cierto descanso (el Seor mismoleemos en el Evangelio invit a sus discpulos: ''Venid aparte, y descansad unos ins-tantes; Me., 6, 31), para algn momento de silencio, de reflexin, de estu-dio, de oracin; y querramos justificar esta costumbre de disfrutar las va-caciones, ahora ya comn, extendida y predominante sobre las exigencias de la severa disciplina de la laboriosidad moderna.

    Una pgina de filosofa humana se abre ante nosotros, la que habla de la insuficiencia de nuestra actividad ordinaria para satisfacer las necesida-des espirituales del hombre, el cual, cuanto ms oprimido se siente por los compromisos de su trabajo, tanto ms suea en poder evadirse de l y en tener un poco de tiempo libre. El tiempo libre debera dar al hombre la satisfaccin de encontrarse a s mismo; y ello, por dos caminos distintos, pero que pueden hacerse convergentes si se recorren con inteligencia. El hombre desea encontrarse a s mismo volviendo, en primer lugar, a un con-tacto directo y primordial con la naturaleza, con el grande, inmenso y estu-pendo cuadro del cosmos que nos rodea, del que frecuentemente nuestra

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    vida ordinaria nos hace forasteros; y este contacto tonificante debera ser el estmulo para una conciencia de las cosas y de nosotros mismos, que nos abre el segundo camino para la recuperacin de nuestro ser personal: el pensamiento y la oracin, sobre todo, y en el logrado equilibrio de las pro-pias facultades, el deseo del bien, el deber de amar y de atender libremente a las necesidades del prjimo.

    De este modo, tambin hoy hemos sido llevados de nuevo a la visin realista de nuestra sociedad, de la cual acaso nos quera alejar el encanto de las vacaciones; ahora bien, y sin duda alguna, en este instante de reposo fsico y espiritual, nos hacemos ms sensibles ante los sufrimientos de los dems; de todos aquellos, por ejemplo, que por compromisos de trabajo o por enfermedad o por pobreza, no pueden gozar de la distensin de las va-caciones; y de aquellos dramas atroces que todava consuma el hombre so-bre el hombre oprimido, o sorprendido por la delincuencia espantosa.

    Por ello, buenas vacaciones, pero jams para el ocio o para el olvi-do de la realidad y del deber.

    ES NECESARIO CULTIVAR LA ORACIN LITRGICA Y LA ORACIN PERSONAL

    (Al Congreso de Abades y Priores, l-X-1973)

    Vuelta a lo primario para el humano existir

    Sabemos que a la reunin que os congrega actualmente le ha sido asignado un tema de gran importancia: el modo de sentir a Dios en la vida monstica. Dicho tema presenta varios aspectos, ya se considere segn la doctrina bblica, segn la Sagrada Liturgia, segn la Historia o segn las condiciones y necesidades de estos tiempos. Aprobamos claramente este tema, ya que, alterada esta poca nuestra, no queda otro remedio que vol-ver a los pensamientos grandes y primarios que conciernen a la existencia humana misma. El peligro de hoy consiste en que los hombres aparten lo sagrado de su espritu y de la forma de conducirse y consideren que pue-den prescindir de Dios, al menos en el empleo mismo de la vida. De este

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    planteamiento secular pueden sentirse afectados, a veces, los que se entre-garon al servicio divino y se adscribieron al ministerio pastoral.

    Vosotros, pues, en cuanto monjes declaris, o conviene que declaris, por el aspecto, hbito y vuestro gnero de vida, ser vosotros hombres que no os detenis en las cosas inciertas y vanas de este mundo, sino que busc-is de todo corazn a Aquel que es Absoluto; nos referimos a Dios solo, Dios sumo bien, Dios eterno. Brilla aqu, ciertamente, ante los ojos del espritu la idea propia de la religin, por la cual el hombre arrepentido siente que est ordenado a Dios, creador, gobernador, fin ltimo y autor de la salvacin, al que rinde culto interno y externo. As pues, esta religin abarca a todo el hombre y con mayor motivo arrastra a los que se consa-gran a Dios plenamente.

    Excelencia de la oracin

    As pues, vosotros, que habis elegido la mejor parte (Lc., 10, 42) como aquellos cuyo principal deber es prestar a la divina majestad un humilde y al mismo tiempo noble servicio dentro de los muros del monas-terio (cfr. Conc. Vat. II, Decr. Perfectae Caritatis, 9), afirmis la fuer-za preeminente de la vida interior, oponindoos a aquella secular inclina-cin por la que se mueven los mortales de salir como de su centro y de-rramarse al exterior.

    Para ser religiosos, a los que conviene plenamente este ttulo singular, habis de preocuparos por realizar un esfuerzo cotidiano y esforzaros igualmente mediante el plan de vida contemplativa por elevaros a Dios ya que estis llamados a la profesin de sus consejos evanglicos. De este modo, no admits el olvido de Dios y el curso profano de la vida que se ex-tiende por el mundo en estos tiempos.

    De todo lo que os hemos expuesto brevemente, brilla ya la excelencia de la oracin que hay que elevar a Dios. Como ya sabis perfectamente, conviene que todos los hijos de la Iglesia adoren al Padre en espritu y verdad (confrntese Jn., 4, 23). Dado que en el mundo, en esta poca, la oracin est sometida a innumerables asechanzas y sobre la misma se cier-nen innumerables peligros, a vosotros, que estis situados en una posicin ms afortunada est confiada la labor peculiar de llevar a cabo un estudio y una labor para que la Iglesia aparezca realmente como Iglesia orante.

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    La liturgia y su renovacin

    Conocemos perfectamente cunto os habis preocupado con vuestro estudio del problema litrgico en este Congreso. Nos alegramos sincera-mente de vuestra diligencia y de vuestro deseo ardiente por conseguir que vuestra venerable tradicin permanezca vigente en vosotros y se conserve, lo cual constituye la parte esencial de vuestra vida espiritual y que a lo lar-go de los siglos sirvi para potenciar la vida de la misma Iglesia. Sabemos tambin que os sents afectados por cierta angustia sobre la fuerza vital, el alto significado y los beneficios que han surgido de la reforma litrgica llevada a cabo por vosotros; a esta ansiedad se une el temor de que los mismos beneficios no se interpreten rectamente, acaso ms por el hecho de que, en torno al orden que deba observarse en la Liturgia de las Horas, aparecieron diversas inclinaciones de nimo en la gran familia de San Be-nito; es decir, si conviene que en vuestros diversos monasterios el mismo orden sea uniforme o peculiar.

    Dicho problema reviste gran importancia, ya en lo que concierne a vuestra constante tradicin histrica y espiritual, ya en cuanto a vuestra unin monstica, que ya no se confirmara con una sola frmula de la Sa-grada Liturgia, sino que se expresara con muchas y distintas voces, de suerte que al cantar las alabanzas divinas ya no serais los que dicen con una sola voz. Por tanto, sobre este problema es necesario reflexionar de nuevo, ciertamente, con un plan que abarque todo de acuerdo con los votos emitidos por vosotros, antes de que se promulguen nuevas normas, que tengan fuerza de precepto.

    Atencin tambin a la oracin privada

    Verdaderamente deseamos afirmar que as suceder, a fin de que las dificultades surgidas se consideren de tal modo que se tenga la debida cuenta de los beneficios ya conseguidos, mientras que trabajis con un es-fuerzo comn por ofrecer a este mundo, que tiene el espritu secularizado, el testimonio de la oracin fervorosa y viva. Asegurndoos nuestra pater-nal solicitud por el bien de vuestras comunidades monsticas, os promete-mos que hemos de considerar atentamente el xito y los frutos de la labor llevada a cabo por vosotros en este asunto y os confesamos tenemos en gran estima la sabidura con que os entregis a este problema.

    Pero no solamente debis ocuparos de cumplir el oficio de la oracin litrgica, cuya importancia es realmente grande, sino tambin de la oracin

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    privada; de este tema el Concilio Vaticano II ha hablado claramente (cfr. Const. Sacrosanctum Concilium, 12), y el mismo San Benito, en su Regla, manda que se trate de ella en el captulo titulado De reverentia orationis Debemos orar al Seor Dios de todas las cosas con toda humildad y de-vocin de pureza (cap. 20; confrntese P. Delatte, Commentaire sur le Rgle de San Benot, Pars, p. 217).

    Las exhortaciones de vuestro padre fundador en modo alguno son ajenas a estos tiempos, en los que las cosas cambian y progresan rpida-mente. Como en otras pocas, tambin ahora os corresponde constituir la escuela de servicio del Seor (Reg. prol.); es decir, conviene que vuestros monasterios estn dispuestos de tal suerte, que los hombres que ingresan en ellos aprendan a servir a Dios y se dediquen constantemente a este ser-vicio. Este servicio comprende, en primer lugar, el culto divino, por el cual la virtud de la religin conduce al efecto que arriba indicamos y a la santi-ficacin.

    Eficacia apostlica del trabajo

    En lo que concierne al culto, conviene ilustrar el mismo con una luz peculiar; mientras cultivis constante y piadosamente, como corresponde, la Sagrada Liturgia, debe resonar aquella voz suavsima de la Iglesia que canta y no cesa nunca en vuestras sagradas residencias. Pues tambin los hombres actuales perciben la fuerza inefable, que eleva los espritus, con-tenida en el canto, el cual, con suave armona, interpreta el sentido de la adoracin, de la alabanza, de la penitencia y de la oracin.

    En lo que concierne a la santificacin, debe tenerse presente esta sen-tencia de San Agustn: No solamente tu voz ha de cantar las alabanzas de Dios, sino que tus obras deben estar de acuerdo con tu voz (Enarr. in Psal. 2; P. L., 37, 1899).

    Aunque estis separados del mundo, para entregaros a Dios, sin em-bargo, habis sido separados para el Evangelio de Dios (cfr. Rom., 1). De vuestros monasterios debe brotar aquella secreta fecundidad apostlica, de la que habla el Concilio (cfr. Decr. Perfectae Caritatis, 7) y derra-marse en la misma Iglesia y en la sociedad de los hombre. Preprese en ellos el fermento para conseguir que se renueve el mundo por la fuerza di-vina operante.

    Adems, esta santificacin no slo concierne a la vida del alma, sino tambin a aquellas cosas que hacis en el dominio del cultivo de la inteli-

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    gencia, en cuanto que, por citar algunos ejemplos, os entregis, para comn provecho, a los estudios especiales de los problemas litrgicos, bblicos e histricos, o perseveris en el trabajo, principalmente en el que se hace con las manos. Mediante l, ciertamente permtasenos aadir es-to, podis ayudar a los hombres que sufren pobreza y otras calamidades, sin dejar de observar, como es natural, las normas de la institucin mons-tica. Ello est de acuerdo con el criterio de los padres del Concilio, que ex-hortan a los religiosos en los siguientes trminos: lleven el alimento a los necesitados a todos los cuales deben amar en las entraas de Cristo (cfr. Decr. Perfectae Caritatis, 13; Constitucin Gaudium et Spes, 42).

    Valor de la vida en comn

    Finalmente, no slo la vida de cada uno de vosotros, sino, incluso, toda la vida comn que os une con el dulce vnculo de la caridad, debe bri-llar con esta nota de santificacin; por la sociedad vivida en comn, que se dirige a Dios, cada uno de vosotros sea ayudado a prestar el servicio del Seor, impelido a trabajar en favor de los hermanos, y defendido de los peligros. As, verdaderamente ofrecis al mundo el testimonio de la santi-dad de la Iglesia.

    Por ltimo, una comunidad de estas caractersticas es como un cierto noviciado, en el cual los religiosos, durante el curso de la vida, se preparan para el da sempiterno. Con razn, San Benito, entre los instrumentos de las buenas obras, incluye ste: Desear la vida eterna con todo deseo espi-ritual (Reg. cap. 4).

    D ejemplo de todo esto y excite a lo mismo a los hermanos que estn confiados a su cuidado. Aunque la misin de gobernar se ha hecho ms difcil en estos tiempos, sin embargo, aquel a quien se considera hace las veces de Cristo... en el monasterio (Reg. cap. 2), debe procurar, con todas sus fuerzas, que el vigor de la vida espiritual y de la disciplina monstica se confirme, se aumente y, si es necesario, se recupere. El abad tambin debe aspirar constantemente a conservar ntegra la unin con el magisterio de la Iglesia como canal por el que debe manar el agua viva pa-ra l mismo y para los hermanos que preside.

    Con espritu amoroso tenamos que deciros estas cosas, y no duda-mos de que trabajaris a fin de que vuestra Orden goce para la edificacin de la Iglesia de fuerzas espirituales, incluso en estos tiempos, y se adapte prudentemente a sus necesidades. A ello os aliente tambin el ya anuncia-

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    do Ao Santo, que, como sabis, queremos que sea un tiempo de renova-cin interior.

    Finalmente, como prenda de dones celestiales y como testimonio evi-dente de nuestro afecto, os impartimos en el Seor la bendicin apostlica, a vosotros, aqu presentes, y a todos los miembros de vuestras familias.

    LA ORACIN ES UNA ACTIVIDAD FUNDAMENTAL DEL HOMBRE

    (En la Audiencia General, l-IX-1965)

    La oracin y las relaciones entre Dios y el hombre

    Descubrindoos nuestros sentimientos sobre esta grande y especial necesidad de la oracin comn, creemos disponer vuestro pensamiento a una exploracin bien conocida, pero en este caso muy instructiva y carac-terstica de la religin catlica. Inmensa exploracin para quien la quisiera realizar, como que nos introduce en la visin general de las relaciones en-tre Dios y el hombre; son relacione