Para Leer de Boleto 3

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El proyecto de Para leer de boleto en el metro inició en el 2004. Desde entonces se han editado 11 antologías que incluyen cuento, poesía, teatro y crónica

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Para leer de boleto en el metro, 3Por la colección: ISBN 968-5903-01-8Por el presente volumen: ISBN 968-5903-03-4Ilustración de portada: José Castro Leñero“Paisaje en Franjas”

La presente antología fue seleccionada y coordina-da por Paloma Saiz Tejero.

TODOS LOS DERECHOS RESERVADOSNinguna parte de esta publicación, incluido el di-seño de la cubierta, puede ser reproducida, alma-cenada o transmitida en manera alguna ni porningún medio ya sea eléctrico, químico, mecánico,óptico, de grabación o de fotocopia sin permisoprevio de los editores.Impreso en México, D. F. 2005

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PresentaciónEl Metro es sin duda la red de transporte más uti-lizada por los habitantes de la ciudad de México.En sus andenes y vagones concurren ciudadanosde todos los puntos de la urbe, de diversos estra-tos sociales y de distintas y particulares formasde concebir su función en la sociedad.Además de trasladarse a diversos destinos, la po-blación realiza numerosas actividades determi-nadas por su edad, sexo, oficio, hábitos, etcétera.La lectura evidentemente es uno de esos pasa-tiempos y vocaciones que el pasajero ejerce ensu trayecto y en medio de circunstancias pococómodas.«Para leer de boleto en el Metro» pretende, comoel Sistema de Transporte Colectivo, convertirse enuna inmensa red de lectores y en una gran bi-blioteca pública, donde el derecho a leer se baseen la confianza, en la credibilidad de la palabra.Una vez que el libro ha transmitido sus conteni-dos al lector, éste debe regresarlo para que cum-pla con su objetivo comunitario. Un libro y unabiblioteca como medio de transporte del cono-cimiento. Estimado lector, canjea este libro porotro.

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ÍndiceEl cristal con que se miraGuadalupe Loaeza ...................................................... 9

Semana Inglesa en el MetroAgustín Sánchez González ...................................... 21

PoemasJosé Emilio Pacheco .................................................. 33

Cuentas por CobrarAlejandro Licona ........................................................ 43

Cosa pequeña, puesArmando Ramírez ..................................................... 59

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Hasta los insomnios provocados por las muchaspreocupaciones, por la angustia, por las deudas,por los vencimientos, por los telefonemas de losbancos, por los recordatorios del club, por el den-tista, por el psicólogo; pero los insomnios de An-tonio y de Alejandra tenían su lado bueno. Y eselado bueno, en el caso de Antonio, es que el ratoentre las cuatro y las siete de la mañana se habíaconvertido para él en un espacio de reflexión; obien se distraía imaginando la temperatura de lahabitación o se ponía a pensar en todo lo quedebía: en el banco; hacer con su vida; haber he-cho en relación con sus hijos; hacer, que no hu-biera hecho, si la vida le daba fuerzas.

Quizá y salvo contadas excepciones, Antoniono dormía más allá de las cuatro o cuatro y me-dia de la madrugada; en ocasiones hasta un pocoantes. En un principio trató de distraerse con latelevisión, pero los programas a esas horas eran

El cristalcon que se mira

Guadalupe Loaeza

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pésimos, o no tenía ánimo para ver películas cuan-do la angustia no lo dejaba dormir. Entonces, pre-fería refugiarse en su estudio. Escuchar buenamúsica era tanto como aceptar que no volvería adormir, de modo que tampoco encendía el esté-reo; una taza pequeña de café, para no espantarel sueño, lo acompañaba en sus cavilaciones.

Cuánto lo había perjudicado la impunidad rei-nante. En su caso, lo grave no era que miles dedelincuentes anduvieran sueltos por las calles; loterrible era la extendida cultura del no pago. Esaactitud tan enraizada provocó que no fuera posi-ble resolver los casos que gestionaba; que aun-que conseguía sentencias favorables resultaracasi imposible ejecutarlas. Era un hecho que enMéxico, si alguien no quiere pagar, simplementeno paga, y Antonio no tenía explicación razona-ble para sus clientes. Aunque estaban al tanto deldesastre bancario, el FOBAPROA y el IPAB, esosclientes, si encomendaban un caso a un aboga-do y éste no daba resultados, tendrían que con-seguir otro. Y consiguieron otro. La situación fuepara él cada vez más difícil.

Su primer enfrentamiento con la impunidad loescandalizó.

Nunca dudó de la existencia de pillos, trampo-sos, chantajistas, extorsionadores, bribones, sin-vergüenzas o cualquiera tipo de delincuentes,organizados o no. Pero encontrar a la delincuen-

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cia organizada en una secretaría de Estado fuealgo con lo que no contó. El asunto surgió cuandoun amigo suyo le informó que en la constructorade su familia habían recibido un emplazamientoa huelga de un sindicato desconocido para ellos,y al que no pertenecía ninguno de sus trabaja-dores. Pensó que se trataba de un error y recurrióa su amigo de la infancia en virtud de que era elabogado más cercano y de absoluta confianza.Antonio le explicó que él no manejaba asuntoslaborales, pero que lo podía presentar con el so-cio del despacho encargado del área. Su amigo,sin embargo, insistió en que mejor lo atendieraalguien más. La razón era muy simple: un bufeteinternacional en donde se cobraba por hora y endólares rebasaba sus posibilidades.

Dadas esas condiciones, Antonio se acordó deun viejo amigo de su padre que desde siemprehabía estado en la Secretaría del Trabajo. Nadiemejor que esa persona para recomendarle unbuen abogado laboral, sin muchas pretensiones,que se hiciera cargo del caso. Pidió una cita y lofue a ver. Una vez que le expuso el caso el funcio-nario le contestó sin pensarlo dos veces:

—Te voy a recomendar al mejor abogado deMéxico: el licenciado Antonio Rincón.

—Pero yo no soy laborista —intentó defenderse.—Pues desde ahora lo eres. Además, yo voy a

estar detrás de ti; y fíjate bien en esto, te estoy

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haciendo un favor a ti, no a tu cliente. Vas a co-brar bien. Aquí en la antesala está la solución a tuproblema.

El funcionario pulsó el intercomunicador y pidióa la secretaria que hiciera pasar a un tal licenciadoRamírez. Al poco entró un individuo obeso y en-sortijado, vestido de guayabera y calzado con bo-tines de charro color hueso. Tras las presentacionesde rigor, le alcanzó el papel que, minutos antes, leentregara Antonio y le preguntó si sabía de quién“era” ese sindicato. Bastó un segundo para que elaludido sentenciara: “Es de los que emplazan pordirectorio. Me parece que es de alguien cuyo nom-bre no recordaba. Ahorita mismo lo arreglamos.”

Sin esperar respuesta descolgó el auricular deuno de los muchos teléfonos dispuestos en lacredenza y pulsó algún número. Al poco estabaal habla con la causa del problema. Entre bromasy palabrotas le recordó que “hacía mucho que nose rompían la madre”, y que por lo pronto estabafregando a un cuate suyo. Le dio los datos del em-plazamiento, y preguntó sin rodeos, por último,que cuándo pasaba por el desistimiento. Siguie-ron más bromas y al fin una calurosa despedida.Sin consultar al funcionario se dirigió a Antonio:

—Ya está arreglado. Que pase después de lascinco por el desistimiento. Llévele un cheque de...—dos segundos de duda— diez mil pesos. Sí, condiez mil está bien.

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Todo esto lo decía mientras buscaba, en unaagenda de pasta de plástico, una tarjeta. Escribióunas señas en el papel y se lo dio a Antonio.

—Cobras bien. —dijo el funcionario— Te hiceel favor a ti.

Antonio comentó el suceso con los socios labo-ralistas del bufete. Aunque ya sabía de las mafiassindicales, sus compañeros le explicaron que ob-tener el registro de un sindicato era bastante di-fícil, pero que una vez conseguido, para muchosgángsters, era como sacarse la lotería. Se registraun sindicato de cualquier rama de la producción,y entonces a todas las empresas que tuvieran al-guna relación con esa rama, argumentando quepor decisión mayoritaria de los trabajadores de laempresa les correspondía a ellos la titularidad delcontrato colectivo, las emplazaban a huelga paraobtenerla. El procedimiento laboral para aclararla situación ante las Juntas de Conciliación y Arbi-traje es riesgoso y está lleno de mañas y triquiñue-las que esos gángsters conocen a la perfección.Es preferible, en cualquier caso, llegar a un arre-glo como el que Antonio había presenciado; o,mejor aún, contar con la protección de algunode los poderosos sindicatos que, mediante elpago de una jugosa iguala, no permiten la intro-misión en su territorio de gente ajena.

Cuando Antonio fue a dejar el cheque quedóimpresionado por lo bien puesto del despacho.

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Se enteró que ahí se manejaban cuarenta sindi-catos y se practicaban entre mil y mil quinientosemplazamientos al año. A diez mil pesos cadauno, pensó, y con el dólar a veintidós, descon-tando gastos, un abogado de esos se lleva me-dio millón de dólares al año. No cabía duda quelos mocasines Gucci dejaban menos que los bo-tines de charro, concluyó.

Pero lo escandaloso del asunto es que estoocurría a ciencia y paciencia de la Secretaría delTrabajo. Y era así porque, formalmente, estas per-sonas operan de acuerdo con la ley. Nadie puedeacusar a un sindicato de pretender la titularidaddel contrato colectivo de una determinada em-presa, pero disputarla era más caro, riesgoso parala empresa, que pagar para que se hicieran a unlado. Ése era el verdadero chantaje, y las autori-dades lo sabían, lo toleraban e incluso, posible-mente, hasta participaban de los beneficios. ¿Eraeso un Estado de derecho?

Ése fue su primer encuentro con la impunidad,pero no el último. Ya como abogado indepen-diente, representó a un ranchero de Michoacánque sufrió la invasión de su propiedad, ampara-da por un certificado de inafectabilidad, porcuenta de un grupo de campesinos desconoci-dos en la región. El ranchero fue despojado has-ta de la ropa que guardaba en su casa; y fueamenazado de muerte, por los invasores, para el

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caso de que se acercara al rancho. Recurrió a lasautoridades locales, y éstas levantaron un acta yle pidieron dinero. No pasó nada. Fue a ver al go-bernador pero nunca lo recibió. Contrató a unabogado y ganó un amparo que decía que la in-vasión había sido ilegal; pero nadie se atrevió asacar a los invasores. Diez años después conocióa Antonio. Y éste, por recomendación de su buenamigo el subsecretario de Gobernación, solicitóa la Secretaría de la Reforma Agraria el pago deuna indemnización, y por intermediación de suamigo el subsecretario logró que la SRA accedie-ra al pago mediante una transacción y partiendodel avalúo que realizaría la Comisión de Avalúosde Bienes Nacionales. El ranchero ya no tenía di-nero para lograr un avalúo justo, de tal modo queéste resultó bajísimo. Al fin, la secretaría le pro-puso el pago de cincuenta por ciento del valorde avalúo. ¿Había de otra?

Antonio se rehusaba a aceptar que, en un Es-tado de derecho, una persona sufriera la invasiónde sus tierras, amparadas por todos los títulos le-gales habidos y por haber, y que, tras diez añosde lucha, consiguiera la quinta parte y todavíatuviera que dar las gracias.

Recordó la genial novela de Mario Puzo, quedescribe la situación de una joven pareja que aho-rró con sacrificios lo necesario para comprar losmuebles de su futura casa. Los jóvenes entrega-

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ron el dinero a un rico comerciante que, al pocotiempo, se declaró en quiebra, librándose, ampa-rado en la ley, de entregar los muebles o devol-ver el dinero. Los jóvenes recurrieron a la policíay ahí se les dijo que la ley era la ley; tendrían quegastar en abogados para presentar su caso en lacorte de quiebras y, al cabo de algunos años, verrepartir lo recuperado entre todos los acreedo-res, acaso, veinte centavos por cada dólar que leentregaron. Acudieron los jóvenes al Padrino yéste constató que el comerciante vivía en unamansión y poseía autos deportivos y caballos decarreras; no entendía cómo la ley toleraba que élviviera con esos lujos mientras la joven parejacarecía de los modestos muebles de su hogar, yapagados, y con el fruto de su esfuerzo; pero encambio le quedó muy claro por qué ese indivi-duo había recurrido al mismo procedimiento envarias ocasiones: formar una empresa que vendea crédito, cobrar el enganche a tantos como se pue-da y luego declararse en quiebra. Como es de es-perarse el Padrino persuadió al comerciante dedevolver a los jóvenes hasta el último centavo.

La ley es la ley. Debe promulgarse teniéndoseen cuenta situaciones generales; y se aceptaque, en algunas ocasiones, al aplicarla a casos par-ticulares, puede resultar injusta. Pero esto debeser la excepción y no la regla.

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Lo que ahora siente Antonio es que el Estadode derecho quedó atrás. Vivió el caso del sindica-to que emplazaba a huelga con la sección amari-lla en la mano y vendía el desistimiento. Entonces,eso era la regla. Vivió el caso del ranchero despo-jado que mendigó durante diez años la quintaparte de aquello que le robaron. Y eso tambiénera la regla. Vivió el caso de una tintorería quecobraba ochenta pesos por lavar un traje y paga-ba treinta y cinco mensuales de renta congela-da. Y eso también era la regla. Si le preguntan porla justicia sabe que está más cerca del Padrinoque de los tribunales.

Hoy vive y padece la cultura del no pago, lacausa primera y última del tristemente célebreFOBAPROA. Es cierto que en un principio la gen-te no pudo pagar sus deudas, que los abonos desus casas o coches se triplicaron y que el “errorde diciembre” lo cometieron Salinas y Zedillo, osus secretarios, pero no el infeliz que pagaba congrandes sacrificios su hipoteca, aunque, comosiempre, fue él quien tuvo que pagar los platosrotos. Pero ese infeliz pronto descubrió que unabogado habilidoso o un Barzón temerario po-dían sacarlo del problema. Pronto descubrió laenorme ineptitud de la banca privatizada; la pre-cariedad de los contratos leoninos que le obliga-ron a firmar; la deficiencia del aparato contablede bancos y financieras; la ineficacia del aparato

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judicial para resolver los casos que le fueron plan-teados y, en última instancia, para hacer cumplirsus controvertidas determinaciones. Lo que co-menzó como una asociación de deudores ahor-cados se extendió hasta convertirse en el comúndenominador de los deudores holgados. Si la jus-ticia no puede obligarme a pagar, ¿entonces paraqué pago? La cultura del no pago se instaló defi-nitivamente. Los deudores pobres incumplieroncon sus pagos y los empresarios ricos incumplie-ron con sus pagos. El sistema bancario nacionalestá en quiebra y el rescate correrá a cargo, comosiempre, del contribuyente. Antonio no recorda-ba en sus treinta años de ejercicio profesionaltanta dificultad para lograr que un tribunal hicieracumplir sus determinaciones.

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Guadalupe LoaezaMéxico, DF, 1946

Periodista y escritora mexicana. Su obra va desde elensayo a la ficción. Articula y redefine el significadode los privilegios sociales, las angustias y el humor devivir en una sociedad marcada por diferentes clasessociales. Se distingue por su humorismo fino.

En 1982 publica su primer trabajo periodístico enel diario Uno Más Uno. En 2001dirigió el programaDetrás del Espejo en Radio Red y participó en el progra-ma Hoy en una sección de literatura. Ha escrito paraLa Jornada y El Financiero. Algunos de sus libros son:Las Niñas Bien, Mujeres Maravillosas, Nosotras, DetrásDel Espejo, y La Factura.

Actualmente escribe en: Reforma, El Norte, Mira,Paula y Kena.

Guadalupe Loaeza constituye, gracias a sus libros,colaboraciones en diarios y revistas, programas radio-fónicos y presentaciones personales, una lectura y re-ferencia obligada en casi todos los ámbitos de la vidade México. Se le comenta, se le critica, se le elogia.Muchos (y muchas) se irritan por sus afirmaciones;muchos siguen a pie y juntillas sus recomendaciones;lo que es cierto es que todo el mundo habla de Gua-dalupe Loaeza; políticos, empresarios, intelectuales,amas de casa, estudiantes. Sus juicios contundentes,su emotividad, su —no siempre perceptible— ácidosentido del humor, hacen que la lectura de cualquierade sus textos sea una experiencia siempre interesan-te. Obsesión pone de manifiesto las preocupacionescentrales, las pulsiones recurrentes, los temas de laautora quien, con la autenticidad y la franqueza, nosincita a compartirlos.

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Lunes de amor numérico

El flechazo amoroso suele darse en cualquierparte. El amor nace en las calles, las peseras, elcine, los parques y hasta en el metro; no tieneclases sociales, ni lugares precisos.

Ésta es una historia de amor rosa en la líneauno, del mismo color. Subo en Insurgentes. El va-gón se encuentra medio vacío. Son las doce deldía y nada parece que ocurrirá hoy.

Voy sentado frente a una mujer policía queplatica animadamente con otra mujer, vestida decivil. Mi vecino de asiento escucha sin parpadearlos comentarios en torno a las lluvias que azotanla ciudad.

La señorita policía se lamenta no poder ver lastelenovelas, ni los programas de moda; “me que-dé con las ganas de ver Big Brother”, cuenta, conun dejo de tristeza.

Semana Inglesaen el Metro

Agustín Sánchez González

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Y no ve televisión debido a que su misión en lavida es vigilar el orden, la seguridad y la legalidad.

—Tengo que conformarme con leer el resumendel Teleguía, se lamenta.

A mi vecino, un burócrata con aires preposmo-dernos, que viste saco azul, corbata de motas,calcetines blancos y mocasines negros, se le no-tan las ganas de intervenir en la charla.

En cada estación sube más gente. En un enfre-nón, a la uniformada se le caen sus revistas de lasmanos (trae varias: TVyNovelas, Eres, Teleguía yotra que no distingo).

Mi vecino, ni tardo ni perezoso, las recoge y selas entrega. La oficial se le queda mirando por pri-mera vez, y le extiende una sonrisa de agradeci-miento por favor recibido.

—Me deja ver tantito sus revistas, solicita elmuchacho de corbata roja con motas amarillas.

—¿A poco le gustan? responde la mujer policía.Yo, de mal pensado, me dije, ¡va la infracción!

Pero no, la charla se torna interesante. La amigapermanece en silencio, escuchando el diálogo:

—La otra vez fue a mi oficina Galilea Montijo,dice el hombre.

—¿No es muy payasa?, inquiere la uniformada.—¡Nooombre, es rete bien sencilla y bien bo-

nita, claro que no tanto como usted!La azuleja se sonroja. Jamás pensé ver a la jus-

ticia de esta manera. Cupido había lanzado su

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dardo y los ojos de la mujer parecían de pajaritoreprimido por guaruras.

—¡Ay, joven, no me vacile!El muchacho, se acomoda la corbata y sonríe,

mientras la guardiana no sabe donde poner la ca-chucha que lleva entre las manos y hasta sienteque le estorba su macana.

—En serio, señorita, desde que la vi me pare-ció tan bonita, usted se me hace como una de losÁngeles de Charlie, ¿se acuerda de ellas?

La mujer justiciera no sabe qué contestar, todose le mueve: las revistas, la cachucha, los guan-tes, la macana.

—¿Y cómo te llamas?, pregunta el burócrata.—Pues soy la 14811 Iztapalapa, ¿y usted?—Háblame de tú.—Bueno, ¿y tú?—El 8548 9711 de Banamex.El “banquero” aprovecha que la amiga de la

uniformada baja en San Lázaro para sentarse jun-to a la mujer policía. Yo me levanto rápido, puesdebía bajar en Pino Suárez, para transbordar rum-bo a Taxqueña.

El final pues, no lo sé, pero fue bonito ver unligue de números. ¿Se imagina un matrimonio así:Usted 14811 Iztapalapa acepta como esposo al8548 9711 de Banamex?...

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Martes: la historia según el metro

Tendría doce años. Vestía con limpieza y en surostro la alegría de ser portadora de una historiaque nadie podría imaginar. Con espejuelos, pa-recía una pequeña maestra.

Saludó con amabilidad. “Muy buenas tardes, se-ñores pasajeros”. Se cubrió la boca con la mano, altiempo que un sonrojo ocupó su pequeño rostro.

“Les voy a contar una historia que sucedió ennuestro país”, nos dijo. Las palabras nos trasladaronde un túnel subterráneo a un túnel del tiempo.

“Muchas personas se juntaron en Cuatro Ca-minos, para ir juntos a los Panteones a localizar aCuitlahuac y marchar a buscar el árbol de la no-che triste, en Popotla. Al llegar se enteraron quehabía partido al Colegio Militar, lo que no les pa-reció Normal. Fueron a consultar a San Cosme;supieron que era inevitable otra Revolución, ci-tada por el cura Hidalgo, en el palacio de BellasArtes, secundado por el capitán Allende, para lo-grar tomar el Zócalo, donde se les uniría el señorPino Suárez. Pidieron un milagro a San AntonioAbad, pero éste se hallaba comiendo un Chaba-cano en el Viaducto, que le regaló la señora Xola;lo rastrearon por Nativitas y en los Portales. Entanto, en la Ermita, el General Anaya les comuni-caba que se encontraba tranquilamente en Tax-queña.

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Otro día, la misma niña, contó otra historia,pero ahora en la línea tres: Los Indios Verdes fue-ron a la Basílica a rogar por el ingreso al Potrero,de toda la Raza de Tlatelolco, junto con el Gue-rrero Hidalgo y el patricio Juárez, replegando lasBalderas de los Niños Héroes, sin importar caeren el Hospital General o en el Centro Médico, oser repatriados a Etiopía por doña Eugenia; al finy al cabo tendrían el apoyo de la División delNorte y de Emiliano Zapata para llegar a los Vive-ros de Coyoacán, construidos por don Miguel deQuevedo para reconstruir Copilco e ingresar a laUniversidad.

“Voy a entrar a la secundaria”, contestó a mipregunta.

Recogió las monedas que la gente le dio porsus historias y subió a otro vagón a contar lo mis-mo, a mostrar como en el metro se encuentranlas historias más inverosímiles de la ciudad deMéxico.

Miércoles: Litro, no metro

Las recientes lluvias han provocado que la ciu-dad de México recupere su antiguo carácter deciudad acuífera, aquel que hizo que don Miguelde Cervantes, en sus Novelas Ejemplares, la com-parara con Venecia: “Estas dos famosas ciudades—dice don Miguel en El licenciado Vidriera— se

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parecen en las calles, que son todas de agua: lade Europa, admiración del mundo antiguo; la deAmérica, espanto del mundo nuevo.”

En Chilangolandia, las lluvias hacen ver lo in-creíble: automóviles nadando, grandes ríos enotros tantos charcos, derrumbes en casa de po-bres, inundaciones y goteras en varias estacio-nes del metro, etcétera.

Pareciera que TIáloc ha andado celebrando al-gún cumpleaños, olvidando el control del agua,no cerrando las llaves; o que San Isidro Labrador,aquel que quitaba el agua y ponía el sol, andaocupado en otros menesteres, mientras por es-tos rumbos se forman modernas acequias en laciudad de la esperanza (inútil, como diría DanielSantos).

Nos ahogamos. El famoso “cordonazo” de SanFrancisco, que se recordaba el día 4 de octubre,no sucedió. San Panchito lo olvidó y la lluvia si-gue. Andamos como sopa, los paraguas adornanlas tardes lluviosas. Los vendedores ambulanteshacen su agosto con ellos. Los pobres usan sushules azules de cinco pesos.

La lluvia hace todo lento. El tráfico es brutal.Los coches, que no saben nadar, avanzan metroa metro, aunque, debiera decirse, litro a litro.

En esos días, el transporte es pesado, vaporo-so, cansado, caótico. Cuando llueve, se detiene acada rato, deja de fluir, parece que se ahogara.

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La gente corre a cubrirse del agua. Otros ya nose inmutan, se han mojado tanto, que ya resultainútil resguardarse. Y el “¡qué bonito es ver llovery no mojarse!”, es un dicho falso ya que no es nadagracioso esperar largos minutos a que el metroavance, mientras se observan los embotellamien-tos de Tlalpan, por ejemplo.

La lluvia no tiene horario ni fecha en el calen-dario. El otro día había un sol esplendoroso porla mañana; la gente dejó el paraguas en casa, vol-vieron las ropas primaverales y, cuando menoslo esperábamos, vino el chubasco brutal.

Y el humor no se hace esperar. Hay quien diceque el metro pronto cambiará de nombre y ha-brá de llamarse... Litro.

Jueves: Dante se detuvo en Pantitlán

Como pollito de incubadora, como automóvil en elviaducto a una hora pico o como perro en el perifé-rico. Tal es la sensación que se siente en esos ra-ros encuentros chilangos en la estación Pantitlán.

Mateo debe ir al aeropuerto a recibir a unosamigos; tiene tiempo de sobra y viaja en el metro.Acostumbrado a las líneas dos y tres, usándolasdel Centro a C.U. o a Taxqueña; de Chapultepec aPino Suárez, y nada más; suelo viajar, en horariosen que la gente está en su trabajo o en su escue-la y creía conocer el metro.

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En Pantitlán la historia es otra, todo es tan dis-tinto. Es más, hasta arquitectónicamente la esta-ción es fea: una mole de concreto oscurecida porel smog.

Hay policías y vigilantes por todos los pisos deeste inframundo al que, de haber nacido Danteen esta época, seguramente trasladaría acá su es-cenografía.

Pantitlán recibe a toda la gente que llega deloriente a trabajar a la ciudad; también a losdesempleados, que revisan las posibilidades dechamba que ofrece “El aviso oportuno”.

Mateo se siente como personaje de novela deciencia-ficción, marcado por una clave, como au-tómata, avanzando por donde los ojos de un ver-dadero Big Brother naco, los vigilan y les ordenanlos pasos a seguir, los inciertos caminos de la vida;hay largas filas para caminar, para pasar de unpasillo a otro, para comprar boletos. Todo el mun-do, sin excepción alguna, se la pasa así; claro, sise quieren evitar, hay que comprar boletos máscaros con los revendedores que portan gruesosfajos de boletos.

La lentitud que se percibe, contrasta con el rit-mo cotidiano de estos lugares.

Las rejas que colocan los vigilantes impiden elpaso, y aunque las rejas no matan, si atarantan,desesperan a los que buscan transitar rumbo alos vagones por haber cometido el error de caer

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en el mismo lugar y con la misma gente, y es quelas señales existentes son tan confusas, tan irre-gulares y tan escondidas, que en esos momen-tos, todos los transeúntes caminan por inercia.

Ahí están, enrejados, deteniéndose a cada rato,a cada momento. Nadie voltea hacia atrás, parano correr el peligro de convertirse en estatua desal (recordemos que es una zona lacustre). Sonnotorios los rostros angustiados de las personasque transitan por ahí, que deben esperar a quie-nes van adelante, y los miran avanzar, mientrasaguardan su turno.

La separación incluye los sexos: mujeres y hom-bres transitan cada cual por un lado distinto. Enla sección masculina, sólo hay mujeres cuandovan acompañadas de su pareja.

Por una ventana, en el puente superior, pue-den verse los famosos chimecos asesinos, lospeseros azules que van al estado de México, losverdes “ecológicos”, del Distrito Federal y la con-taminación galopante.

Al pasar los torniquetes, todos se apresuran yal mirar los vagones corren más rápido, se alejandel infierno para llegar al paraíso, a la gloria.

Sin saber qué hacer, Mateo sube (o lo suben);intenta descender dos estaciones adelante, laaglomeración se lo impide; discute con alguieny cuando logra bajar, escucha que le dicen, “Ora,cabrón, al averno”.

A G U S T Í N S Á N C H E Z G O N Z Á L E Z

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Sale corriendo a buscar un taxi que lo lleve di-rectamente al aeropuerto, pues de otra forma nopodrá llegar a tiempo a recoger a sus amigos.

Viernes: El amor bajo el reloj del metro

Una y otra vez circulan los vagones del metro. Pa-rece una víbora color naranja a gran velocidad,que apenas permite distinguir a la gente que seasoma por las puertas y ventanas de cristal.

Los viernes, por la tarde, los relojes son mudostestigos de un sinfín de enamorados que espe-ran a su par. Los andenes huelen hasta bonito porlas lociones y los perfumes.

Me gustaría tener una cámara de video paracaptar las dulces, y a veces no tanto, parejas deenamorados. Hombres y mujeres para quienes elmundo no tiene otro sentido, cuando menos enese momento, que él, o la, compañero (a) que lle-van al lado, a la que entregan y de la que reci-ben, el amor solicitado.

Los enamorados que transitan por el metro sonfáciles de identificar. Casi siempre, se citan bajoel reloj de cualquiera de los andenes. (A pesar deque los relojes suelen no estar a tiempo. Comotampoco lo está alguno de los dos).

En el momento crucial, la hora de la cita, se lespuede observar con la chamarra bajo el brazo, sies hombre, y el rostro angustiado porque han

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pasado dos minutos y no llega la esperada. Encuanto se marcha el metro, caminan con deses-peración a lo largo del andén.

Al asomar un nuevo convoy, vuelven presuro-sos a situarse bajo el reloj, mientras otean las puer-tas de los vagones, deseando encontrar el rostroañorado.

Cuando han pasado diez minutos, la angustiaaumenta. A veces, al transcurrir más tiempo, es fre-cuente encontrar una discreta lágrima en los ojos.

El reloj es testigo de grandes pleitos que noesperan otro sitio. Reclamos, enojos y demás; aun-que también sucede lo contrario: el encuentro demanos, rostros iluminados, la felicidad.

Ya juntos, esperan el siguiente tren abrazados,o salen a la calle a mostrar al mundo que ellos,por lo pronto, son felices y saben que hoy es vier-nes y podrán estar juntos mucho tiempo más queel resto de la semana.

A G U S T Í N S Á N C H E Z G O N Z Á L E Z

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Agustín Sánchez GonzálezCiudad de México, 1956

Cronista urbano, historiador y periodista, es conside-rado como uno de los más importantes investigado-res de la caricatura mexicana. Tiene una larga lista delibros de crónica histórica, literatura, nota roja y hu-mor. Ha transitado por la sección cultural de los prin-cipales diarios nacionales. Durante diez años participóen la columna Cronista de Guardia, en El Universal.“Los caminos del metro” han sido descritos a travésde sus crónicas; en 2002 ganó el 2º Lugar del PremioBernal Díaz del Castillo con su obra “La vida es comoel metro”.

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Alta TraiciónNo amo mi patria.Su fulgor abstractoes inasible.Pero (aunque suene mal)daría la vidapor diez lugares suyos,cierta gente,puertos, bosques desiertos, fortalezas,una ciudad deshecha, gris, monstruosa,varias figuras de su historia,montañas—y tres o cuatro ríos.

José Emilio Pacheco

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Retrato de Familia¿Quiénes son los extraños que nos contemplandesde el fondo gris del retrato?Dieciséis años son un enorme trozo de siglo:generaciones, vidas, historias.Broma pesada de cualquier moda:cómo ridiculiza al viejo presente,nos obliga a reírnos de nuestro aspecto.Qué jóvenes, qué niños parecen todos.Cómo han cambiado nuestros muertos.Ya llevaban su muerte a cuestaspero nadie vio la guadaña.El vendaval arrasó con todo.Todos envejecimos menos la abuela—más hermosa que nunca a sus ochenta años.

Los AmoresCuando los dos estemos muertosnada habrá de estas rosasni de estos versos.

Mientras dure el amorámame, entonces.

¿Que harás todos los díasdesde que no te veo?

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GarabatoEscribires viviren cierto modo.Y sin embargo todoen su pena infinitaque la vida jamás estará escrita.

NubesEstas nubes inmóviles se irándentro de poco tiempo,cuando lo quiera el vientoy entoncesse quedarán la tarde y el bosqueya sin testigos,frente a frente y mirándose.

EpitafioLa vida se me fue en abrir los ojos.Morí antes de darme cuenta.

J O S É E M I L I O P A C H E C O

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Manuscrito de Tlatelolco(2 de octubre de 1968)

1. Lectura de los “Cantares Mexicanos”.

Cuando todos se hallaban reunidoslos hombres en armas de guerra cerraronlas entradas, salidas y pasos.Se alzaron los gritos.Fue escuchado el estruendo de muerte.Manchó el aire el olor de la sangre.

La vergüenza y el miedo cubrieron todo.Nuestra suerte fue amarga y lamentable.Se ensañó con nosotros la desgracia.

Golpeamos los muros de adobe.Es toda nuestra herencia una red de agujeros.

2. Las voces de Tlatelolco(2 de octubre de 1978: diez años después)

Eran las seis y diez. Un helicópterosobrevoló la plaza.Sentí miedo.

Cuatro bengalas verdes.

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Los soldadoscerraron las salidas.

Vestidos de civil, los integrantesdel Batallón Olimpia—mano cubierta por un guante blanco—iniciaron el fuego.

En todas direccionesse abrió fuego a mansalva.

Desde las azoteasdispararon los hombres de guante blanco.Disparó también o el helicóptero.Se veían las rayas grises.

Como pinzasse desplegaron los soldados.Se inició el pánico.

La multitud corrió hacia las salidasy encontró bayonetas.En realidad no había salidas:la plaza entera se volvió una trampa.

—Aquí, aquí Batallón Olimpia.—Aquí, aquí Batallón Olimpia.

J O S É E M I L I O P A C H E C O

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Las descargas se hicieron aun más intensas.Sesenta y dos minutos duró el fuego.

—¿Quién, quién ordenó todo esto?

Los tanques arrojaron sus proyectiles.Comenzó a arder el edificio Chihuahua.

Los cristales volaron hechos añicos.De las ruinas saltaban piedras.

Los gritos, los aullidos, las plegariasbajo el continuo estruendo de las armas.

Con los dedos pegados a los gatillosle disparan a todo lo que se mueva.Y muchas balas dan en el blanco.

—Quédate quieto, quédate quieto:si nos movemos nos disparan.

—¿Por qué no me contestas? ¿Estás muerto?

—Voy a morir, voy a morir.Me duele.Me está saliendo mucha sangre.Aquél también se está desangrando.

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¿Quién, quién ordenó todo esto?—Aquí, aquí Batallón Olimpia.

—Hay muchos muertos.Hay muchos muertos.

—Asesinos, cobardes, asesinos.

—Son cuerpos, señor, son cuerpos.

Los iban amontonando bajo la lluvia.Los muertos bocarriba junto a la iglesia.Les dispararon por la espalda.

Las mujeres cosidas por las balas,niños con la cabeza destrozada,transeúntes acribillados.

Muchachas y muchachos por todas partes.Los zapatos llenos de sangre.Los zapatos sin nadie llenos de sangre.Y todo Tlatelolco respira sangre.

—Vi en la pared la sangre.—Aquí, aquí Batallón Olimpia.

—¿Quién, quién ordenó todo esto?

J O S É E M I L I O P A C H E C O

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—Nuestros hijos están arriba.Nuestros hijos, queremos verlos.

—Hemos visto cómo asesinan.Mire la sangre.Mire nuestra sangre.

En la escalera del edificio Chihuahuasollozaban dos niñosjunto al cadáver de su madre.

—Un daño irreparable e incalculable.

Una mancha de sangre en la pared,una mancha de sangre escurría sangre.

Lejos de Tlatelolco todo erade una tranquilidad horrible, insultante.

—¿Qué va a pasar ahora,qué va a pasar?

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José Emilio Pacheco BernyCiudad de México, 1939

Sin duda, de los autores más prolíficos en las letrasmexicanas. Casi cualquier género referido a la litera-tura ha sido tocado por Pacheco con calidad y destre-za. Se le puede describir como poeta pero tambiéncomo periodista, novelista y hasta dramaturgo. Sucolumna Inventario en la revista Proceso da cuenta desu investigación y análisis de pasajes tanto literarioscomo históricos de la vida mexicana.

Pacheco realizó estudios de Derecho y Letras en launam, luego trabajó en Difusión Cultural de la mismainstitución (1959-65), donde fue jefe de redacción dela revista Universidad de México (1962).

Su voz es singular tanto en la poesía como en lanovela o el teatro. Entre sus trabajos poéticos a desta-car se encuentran Los elementos de la noche (1963), Elreposo del fuego (1966), No me preguntes como pasa eltiempo (1969, Premio Nacional de Poesía Aguascalien-tes), Irás y no volverás (1974), Los trabajos del mar(1983), Fin de siglo y otros poemas (1984), Alta traición(1985), Álbum de zoología (1985), Miro la tierra (1986),Ciudad de la memoria (1989) y El silencio de la luna(1994); en cuento destacamos trabajos como El vien-to distante (1963) y El principio del placer (1972).

En el género de novela, Pacheco es autor de la mag-nífica Las batallas en el desierto y la inquietante Mori-rás Lejos.

Y si alguien ha visto la película El Castillo de la Pureza,Pacheco es el autor del guión; y si alguien ha oído esafrase de No amo mi patria, su fulgor abstracto es inasi-ble... bueno, el mismo Pacheco también es el autor.

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Alejandro Licona

A Blanca Sánchez

PERSONAJES:

MujerHombreLadrón 1Ladrón 2Bombero

La acción se desarrolla en una oficina cualquie-ra en la ciudad de México, en la época actual.

(Una oficina. Ensimismados en su trabajo, unhombre y una mujer revisan montones de pape-les. Es de noche).

Cuentas por Cobrar

Farsa

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MUJER.— ¿Dónde está la tabla comparativa deesta orden de compra? No recuerdo haberla au-torizado…

HOMBRE.—¿Qué requisición es?MUJER.— La cero cincuenta y seis. Bomba de

engranes.HOMBRE.—Sí la autorizó, licenciada. Es más,

por aquí vi la tabla. Era una Fairbanks de cuatrocaballos. (Busca entre sus papeles).

MUJER.—(Cansada). ¿Cuántas requisicionesfaltan?

HOMBRE.—Yo creo unas quince, licenciada.MUJER.—(Viendo su reloj). Qué barbaridad. Es

tardísimo.HOMBRE.—Si quiere, ahí le dejamos. Mañana

podemos seguirle.MUJER.—(Indecisa). Es que mañana tengo una

junta. . .HOMBRE.—Como quiera, licenciada.MUJER.—Déme lo que falta. Yo después hablo

con el ingeniero Del Río.HOMBRE.—Sí, licenciada. (Empieza a juntar pa-

peles). ¿No gusta más café?MUJER.—Bueno.(El Hombre se levanta y va a una cafetera. La exa-

mina).HOMBRE.—Ya se acabó.MUJER.—Déjelo entonces.

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HOMBRE.—No, no. Aquí afuera Rosi guardamás café. No tardo nada.

(Cuando trata de salir no puede, por encontrarsecerrada la puerta con llave).

MUJER.—¿Qué pasa?HOMBRE.—Nada. (Forcejea). Ahorita abro.MUJER.—¿Nos encerraron?HOMBRE.—No creo. Debe estar trabada.

(Forcejea con más fuerza).MUJER.—¿Qué no avisó que estábamos aquí?HOMBRE.—Rosi vio que nos quedamos...MUJER.—¿Y ahora?HOMBRE.—Déjeme hablar para que vengan a

abrirnos.(El hombre va a un teléfono y marca un número.

La Mujer consulta molesta su reloj).MUJER.—¿Qué pasa?HOMBRE.—(Colgando). No creo que sea muy

difícil de abrir esa puerta. Las cerraduras son co-rrientes.

MUJER.—¿No hay nadie?HOMBRE.—Bueno, lo que pasa es que ya es

muy tarde y... ¿No tiene un pasador por ahí queme preste?

MUJER.—¡Pero qué irresponsabilidad! Deje ha-blar a mi oficina... (Recapacitando). No. No creoque haya nadie.

HOMBRE.—No se preocupe. Ya verá que aho-rita salimos.

A L E J A N D R O L I C O N A

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MUJER.—(Dándole un pasador). Voy a hablar ami casa, para que venga alguien.

(Marca un número, espera).HOMBRE.—Chín. Ya se rompió esta madre.MUJER.—(Impaciente). ¿Dónde andarán,

chihuahua? (Cuelga). ¿Qué pasa? ¿No se puede?HOMBRE. —(Incorporándose). Ahorita salimos

o dejo de llamarme Arturo.(Retrocediendo y la arremete contra la puerta. Se

da un trancazo. Varias veces lo hace, sin resultado).MUJER.—¿No que era fácil de abrir esa puerta?HOMBRE. —¡Hago lo que puedo, licenciada, no

soy mago!(Sigue arremetiendo contra la puerta. La Mujer

va de nuevo al teléfono).MUJER.—¿Sí? ¿Puede darme el número de la

policía, señorita? Sí. (Anota). Gracias. (Cuelga).HOMBRE.—¡Ábrete cabrona!MUJER.—¿Eh?HOMBRE.—Le digo a la puerta... Es inútil. No

se puede.MUJER.—(Tras marcar un número). ¿Sí? ¿La Po-

licía? Sí, mire, estamos encerrados en una ofici-na, en Tuxpan cincuenta y cuatro. . . ¿Que qué...?Estamos encerrados... Yo y el ingeniero Lara... No,no estamos haciendo nada.. . No le veo lo gracio-so, señor… ¿Quiere hacerme el favor de comuni-carme con su superior o con alguien que puedeayudarnos? ... ¡Majadero!

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(Cuelga de golpe.)HOMBRE.—¿Qué pasó?MUJER. —Mh. Con esta policía no necesitamos

delincuentes. ¿No se puede abrir esa porquería?HOMBRE.—Ya intenté todo. Tal vez si pidiéra-

mos auxilio por la ventana.MUJER.—¿En esta zona y a esta hora? Mh. Será

un milagro que pase alguien.HOMBRE.—Nada perdemos con probar.MUJER.—Eso sí.(El Hombre va a la ventana y la abre.)MUJER.—No se ve a nadie.HOMBRE.—Ahí viene alguien. (Gritando.) ¡Ey!

¡Ey! ¡Usted! ¡Eyyy! (Chifla.)¡Ey!... Se fue.MUJER.—Estamos muy alto. No creo que pue-

dan oírnos.HOMBRE.—Con suerte y si les aventamos algo,

volteen.MUJER.—Voy a volver a hablar. (Marca un nú-

mero.) Está raro que no haya nadie en casa.HOMBRE.—¡Ey! ¡Ey! ¡Fiiiuuu! ¡Usted! (Al ver que

no le escuchan, toma un cesto con papeles y lo arro-ja por la ventana.)

HOMBRE.—iEyyy! ¡Fiiiuuu!... Nada.MUJER.—(Colgando.) Nadie.HOMBRE.—Ahí viene un carro.(Con grandes esfuerzos toma una silla secretarial

y la arroja por la ventana.)

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HOMBRE.—¡Eyyy! ¡Párense, desgraciados!MUJER.—Es inútil. Vamos a arrojar toda la ofi-

cina y ni así. Quizás si llamamos a los bomberos,diciéndoles que hay un incendio, vengan aquí.

HOMBRE.—Oiga, pero está prohibido hacerese tipo de llamadas...

MUJER.—(Tomando el teléfono) No piensoquedarme aquí hasta el lunes que abran... ¿Sí?¿Podría darme el número de los bomberos? (Ano-ta.) Muy amable, señorita, gracias. (Cuelga) Ade-más, ésta es una emergencia. La policía no quisoayudarnos.

HOMBRE.—(Encogiéndose de hombros) Voy aver si pasa alguien.

MUJER.—(Por teléfono) ¿Estación de bombe-ros? Sí, señor, mire hablo para decirles que delsexto piso de un edificio que está en Tuxpan cin-cuenta y cuatro, sale mucho humo y se ven comollamas. Para mí que algo se está quemando. . . Ha-bla la licenciada Blanca de Gazcón... Sí... A usted,señor, muy amable. . . (Cuelga.)

HOMBRE.—¿Qué dijeron?MUJER.—Que venían para acá.HOMBRE.—¿No habría sido mejor decirles que

estábamos encerrados? Nos pueden multar porfalsa alarma.

MUJER.—Pues ya hablé. Si vuelvo a llamar vana pensar que estoy jugando... Además así vienenmás rápido.

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HOMBRE.—Bueno. Lo que podemos hacer esun simulacro de incendio cuando lleguen.

MUJER.—¿Cómo?HOMBRE.— (Quitando las cortinas) Sí. Para que

vean que no fue mentira, podemos encender es-tas cortinas para que hagan harto humo.

MUJER.—Mire, mejor deje ahí. No deveras sevaya a hacer un incendio y entonces sí.

HOMBRE.—No pasa nada. Las colocamos aquícerca de la ventana. No hay nada más que puedaquemarse. ¿Okey?

(La Mujer hace un gesto de fastidio y se sienta.Pausa.)

HOMBRE.—Hace calor, ¿verdad?(La Mujer lanza un gruñido como respuesta.)HOMBRE.—¿Qué podemos hacer mientras lle-

gan?MUJER.—Pues esperar, qué más.HOMBRE.—Yo decía para no aburrirnos.MUJER.—¿En qué estaba pensando?HOMBRE.—En nada... Sólo en hacer más agra-

dable la espera. ¿Le digo una cosa y no me la tomaa mal?

MUJER.—¿Qué?HOMBRE.—Pues verá. Usted siempre me ha

caído muy bien.MUJER.—¿Y?HOMBRE.—Cada vez que la veo entrar a esta

oficina, me siento enfermo, como si...

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MUJER.—Mire ingeniero, el hecho de que es-temos aquí encerrados no quiere decir nada. Dejede estarle haciendo al tonto, ¿quiere?

HOMBRE.—No tendría nada de malo que lo hi-ciéramos. No le estoy pidiendo que abandone asu familia.

MUJER.—Aunque estuviéramos en una isla so-litaria. Con usted nomás no se me antoja hacerlo.

HOMBRE.—Bueno, yo nomás decía...MUJER.—Pues no ande diciendo y mejor pien-

se cómo podremos salir de aquí.(Pausa. La Mujer se quita el saco, acalorada.)HOMBRE.—Oiga, licenciada. ¿Qué haría usted

si alguien la violara?MUJER.—(Recelosa) Ya le dije que no. No sea

usted necio.HOMBRE.—Era una suposición. De algo tene-

mos que hablar, ¿no?MUJER.—Cambie de tema, entonces.HOMBRE.—Era solo una pregunta. No le estoy

insinuando nada... Además, quién sabe cuántotiempo tarden los bomberos en llegar. Podemosmientras charlar o hacer otra cosa.

MUJER.—¿Cómo qué?HOMBRE.—Podemos jugar a representar algo.Por ejemplo, vamos a suponer que usted es una

ama de casa que se ha quedado sola una noche,y que yo soy un ratero que le trae ganas... al di-nero de la casa, claro, ¿sí?

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MUJER.—Mejor vamos a hablar.HOMBRE.—No, no. ¿Lista? Usted sin darse

cuenta ha dejado abierta una ventana, por don-de yo me meto...

(Hace la pantomima de todo lo que habla.)HOMBRE.—Sin hacer nada de ruido camino has-

ta la sala y me asomo. Como usted está viendo latelevisión, ni cuenta se ha dado de que estoy aquí...

MUJER.—No me gusta ver televisión...HOMBRE.—Me le quedo viendo fijamente y

me aproximo lentamente, sin hacer ruido... Sacouna navaja, listo para todo... (Gritando). ¡Aaaahhh!

(Al oír el grito, la Mujer se levanta asustada bus-cando protección tras el escritorio.)

HOMBRE.—Arriba las manos, muñeca y echatoda la marmaja que tengas por ahí.

MUJER.—No... Yo no tengo nada.HOMBRE.—Cómo de que no. ¿Y esta tele qué?

¿Te la regalaron acaso? Echa toda la pasta, si noaquí te quedas

MUJER.—De veras, si quiere, busque.HOMBRE.—¿Y tú que dijiste? Mientras este

güey busca, yo me le pelo, ¿no? Vas a ver. Te voya quitar lo lista para siempre.

(Se desabrocha la bragueta.)MUJER.—Oiga no, ingeniero. Yo así no juego.HOMBRE.—(Igual de teatral) Ven acá, morenota.

(La empieza a corretear por toda la oficina. Tras unacorta persecución, la Mujer toma una perforadora

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y con ella le da un golpe al Hombre. Este cae tras elescritorio.)

MUJER.—(Asustada) Ingeniero… Ingeniero...(Se agacha a examinarlo. Lo cachetea suavementepara reanimarlo.

HOMBRE.—Ay... No había necesidad de pegar-me, sólo estaba jugando.

MUJER.—Usted tuvo la culpa; lo hizo muy real.Además, yo desde un principio no quise jugar.HOMBRE.—De todas maneras. (Teatral). Ay,

Dios, no, puede ser. Veo todo negro... ¿Dóndeestá, licenciada?

(Se desmaya.) MUJER.—(Espantada) ¡Ingeniero! ¡I n g e n i e r o!

¡Vuelva en sí!(Se vuelve a acercar a reanimarlo. Cuando la tie-

ne cerca, el Hombre la sujeta con fuerza. Los dosforcejean en el suelo, tras el escritorio.

MUJER.—¡Suélteme, canalla, tramposo, des-graciado, suélteme!

HOMBRE.—Estáte quieta, Blanca, si no es porlas buenas, es por las malas.

MUJER.—¡Suélteme, le digo!.. No, ingeniero,no, por favor... Se puede enterar mi marido.... Ay,tiene las manos frías... No, ingeniero, me hace cos-quillas...

(La puerta se abre, entrando dos ladrones.)LADRÓN 1.—Chale, hijo, mira.LADRÓN 2.—Vámonos, Evodio.

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LADRÓN 1.—No, espérate.(Al oír las voces, el Hombre y la Mujer se levan-

tan.)HOMBRE.—¿Quienes son ustedes? ¿Qué bus-

can aquí?LADRÓN 1.—Buenas noches. Yo soy Evodio y

él es mi compadre Tacho y los dos venimos a ro-barnos todo el dinero que guardan aquí, de modoque si no tienen inconveniente, empezaremos,Tacho, saca la pistola por favor.

(El Ladrón 1 comienza a esculcar.)HOMBRE.—Aquí no va a encontrar nada de di-

nero.MUJER.—Esta es la oficina de compras, la de

contabilidad está en el otro despacho.LADRÓN 2.—¿Ya oíste, Evodio?LADRÓN 1.—Chale, a poco nos equivocamos.

(Saca un papelito). ¿Aquí no es el 502?MUJER.—No, éste es el 503.LADRÓN 2.—(Viendo la puerta) Es cierto, Evodio.LADRÓN 1.—Chale, qué quemada nos dimos,

hijín. MUJER.—A cualquiera le pasa.LADRÓN 2.—Oiga, señorita, ¿y de veras guar-

darán mucho dinero aquí en el 502?HOMBRE.—Mucho no, pero algo ha de haber

en la caja chica.LADRÓN 1.—Bueno, pues en ese caso nos re-

tiramos. Tacho, desconéctales el teléfono. Ahora

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por favor echen toda la lana que traigan y la ropatambién.

MUJER.—¿La ropa para qué?LADRÓN 1.—Para que no salgan a pedir auxilio.MUJER.—No es necesario. Pueden confiar en

nosotros. LADRÓN 2.—Listo, Evodio.LADRÓN 1.—Tienen un minuto para quitarse

la ropa.MUJER.—¿Pero qué necesidad hay de eso? Ni

que los conociéramos. HOMBRE.—Mejor obedécelos.MUJER.—Ni loca me desvisto. LADRÓN 1.—Compa, encuera a la vieja.(La Mujer rápidamente se va tras el escritorio y

se quita la ropa. El Hombre hace lo mismo.)LADRÓN 1.—Gracias. Que pasen buenas noches.LADRÓN 2.—Con permiso.(Se van, cerrando la puerta.)HOMBRE.—Ahora sí la amolamos.MUJER.—Qué vergüenza, Dios mío.HOMBRE.—Vamos, Blanca, con lamentarnos

no ganamos nada. Lo único malo es que cuandolleguen los bomberos, no nos van a creer lo de laencerrada y lo de los rateros, y nos van a llevar ala delegación.

MUJER.—Dios Santo, mi esposo me va a matar.HOMBRE.—No se diga mi señora. Se la pasa

diciendo que la engaño. Ahora que sepa esto, le

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va a dar el ataque. Y lo que es peor, sin provecho.MUJER.—¿Cómo sin provecho?HOMBRE.—Pues sí. Si nos van a acusar de

adúlteros, que sea por algo.MUJER.—Ay, ¿cómo se te ocurre pensar en eso,

en estos momentos?HOMBRE.—De todas maneras te lo van a acha-

car, ¿no?MUJER.—No... Es decir, no sé.HOMBRE.—Ándale, Blanquita. Fuera algo malo

ni te lo decía.MUJER.—Estáte quieto por favor.HOMBRE.—Ándale, no seas mala. Es nada más

por esta ocasión.MUJER.—Espérate. No tan fuerte... No. Arturo,

compórtate... Ay, espérate… Te están sudando lasmanos...

(Tras una corta resistencia, el Hombre faja a laMujer. Por la ventana y por abajo de la puerta em-pieza a salir humo.)

MUJER.—(Alarmada) ¿A qué huele?HOMBRE.—Como a plástico quemado.MUJER.—(Por el humo) ¡Mira! ¡Ay, Dios mío, nos

estamos quemando! ¡Pronto! ¡Pide auxilio! ¡Lla-ma los bomberos¡

HOMBRE.—¿Y cómo si desconectaron el te-léfono?

MUJER.—(Histérica) ¡Grita! ¡Muévete! ¡Haz algo!¡No quiero morirme todavía! ¡Estoy muy joven (Se

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escuchan llegar varios carros de bomberos.)HOMBRE.—Cálmate por favor. (Se asoma por

la ventana). Ya llegaron los bomberos.MUJER.—¡Diles que se apuren! ¡Que nos sa-

quen rápido de aquí!HOMBRE.—(Gritando) ¡Eyy! ¡Aquí estamos!

¡Vengan pronto! (A la Mujer). Ya nos vieron. Meestán haciendo señales. Dicen que tengamos unpoquito de paciencia.

MUJER.—(Calmándose) Ojalá no saquen pronto,HOMBRE.—Ya están preparando la escalera te-

lescópica. En unos cinco minutos más nos habránrescatado.

(El Hombre se retira de la ventana y triste sesienta.)

MUJER.—Bendito sea Dios que vinieron. (Ve alHombre). Por un momento creí que nos achicha-rrábamos. ¿Qué pasa? ¿No estás contento de quenos rescaten?

HOMBRE.—Para serte franco, no. Por mí hubie-ran llegado más tarde.

MUJER.—¿Para que nos encontraran hechoscarbón?

HOMBRE.—Sí, pero nos hubieran hallado jun-tos, abrazaditos, como no lo hemos podido estardesde que nos encerraron aquí.

MUJER.—Pero, Arturo, sólo nos hubiéramosamado una vez. Vivos, lo podemos hacer muchasveces.

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HOMBRE.—(Sorprendido) Pero, ¿tú querrías?MUJER.—Claro, ¿por qué no?(Feliz, el Hombre la abraza y la besa. Por la ven-

tana aparece un Bombero).BOMBERO.—¡Rápido, pero con calma! Está

muy alto.

TELÓNOctubre 30 de 1979.

A L E J A N D R O L I C O N A

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Alejandro LiconaCiudad de México, 1953

Estudió ingeniería química en el IPN y después parti-cipó en el taller de Composición Dramática de esa ins-titución. En 1972 ingresó al taller Emilio Carballido.Es guionista de programas para televisión. Coautor dela antología: Teatro mexicano del Siglo XX. 1900-1988.Catálogo de obras teatrales (1989). Autor de guionescinematográficos: Sueños comprados (1973), Asesinosde ideas (1975), La torre acribillada (1977), La coronelay sus muchachas y Sombras de muerte (1989); teatro:El diablo en el jardín (1976, Premio Punto de Partida),Máquina (1980, Premio Juan Ruiz de Alarcón), Huélumo cómo pasar matemáticas sin problema (1981), Can-ciones populares (1982), ¡Guau!, ¡vida de perros! (1982,Premio Concepción Sada), Si yo tuviera el corazón(1984), El bien perdido (1985), La amenaza roja (estrenoen televisión 1985), Raptóla, violóla y matóla (1988),Castigo ejemplar para los infractores de la ley (1989),Abuelita de Batman (1990), No mata el rayo sino la raya(1991), Me quieres a pesar de lo que dices (1992), Sólopara ardidos (1977) y En otoño los gatos tienen colita(1998). Becario del Centro Mexicano de Escritores(1983-84).

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Armando Ramírez

Cosa pequeña, pues

—¡ÉCHENLE AGUA...—¡Agua-agua! ¡Agua-agua!—¡Sí, sí, pileta... pi-le-ta, pi-le-taaa!

La calle mojada al sol. La mañana calurosa. Losgritos agresivos ululando en las cubetas. Cubetasen busca de llaves de agua. Agua para llenarcubetas. Cubetas para arrojar agua a los valien-tes que se atreven a pasar por estas calles de Dios.

Sábado de Gloria. Dice la conseja. Dicen losantiguos. Los más viejos del lugar asfaltado. Dicela tradición: se moja a la gente porque en estedía se abre la Gloria. Y nosotros, ¡oh, pobres mor-tales! tenemos que entrar limpiecitos. Según rezala opinión: el mugrosito se da en el barrio.

Y decir barrio, en la Ciudad de México ¡damasy caballeros! es decir: Tepito. ¿Cómo les quedó elojo? ¡Con su permiso!, grita algún abusado. Ha-blar de Tepito es hablar del lenguaje y las últimasconsecuencias en el trastocamiento del concep-

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P A R A L E E R D E B O L E T O E N E L M E T R O 3

to de las palabras. Ustedes dicen rana y yo salto.Salto yo y ustedes dicen “pus quihúbole”.

De la Gloria cayó Tepito para santo y seña delarrabal, del peladito, del albur, de la telenovelerarealidad, mi cuais.

Yo les voy a platicar de acá, de las de acá, don-de si las da hasta acá, entonces arremeda. La úni-ca diferencia entre el Arte y la Realidad es que laRealidad arremeda y el Arte hace gestos comogestas estas arremedadas.

Mientras la cubeta vacía de agua amaga al po-licía que intenta atrapar al barbaján, éste arrojael agua sobre los indefensos transeúntes, el ba-rrio suelta la carcajada. Carcajada estruendosa derencor y amargura porque el barrio también es elsanto y seña de la nota roja: ¡fiiirmes policíaPopocha!

Barrio satanizado, santificado, leyendizado,percudizado, lenguaguisado. Aportador de mitosurbanos. De leyendas sin gloria. Quebrantadoresde la ley para inscribirse en la leyenda hamponil.¡Buenas tardes doña Lola!

Doña Lola es doña Lola la Chata, el tío Bill, elgran Burroughs, casi seguro que la conoció. Des-facedora de vivos, cliente asidua de las cárcelesmexicanas, sacerdotisa del vicio, plañidera de labanqueta misericorde. Chatita, chatita por favorun papelito, una tecatita, qué le cuesta, una do-sis para éste su seguro y fiero servidor, lo que sea,

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doña, lo que sea, ya después con la muerte se lopalmaré. Ya ve cómo es la canija vida, ni avisacuando viene en la inquietante madrugada. Laangustia se me mete por las hendiduras de lasuñas, siento cómo voy siendo despellejado, en-tonces mi existencia es un atroz canal de resdestazada minuciosamente, pieza por pieza has-ta que me sorbe el tuétano... por favor doña nosea malita ya verá algún día he de agarrar la bue-na, entonces seré Sóstenes Rocha, entonces yano le compraré papelitos, nada más deme chancepor esta última vez... El dolorido andar se lleva aese guiñapo que espanta por las madrugadas enestas azoteas desnudas de todo cielo y toda luna.La Doña, la Chata, la Lola queda taciturna con suvientre histérico esperando la posteridad. Saltan-do la Candelaria de los Patos. Salve ¡Oh, grandio-sa Medusa! a este barrio bendito.

Nezahualcóyotl lo desdeñó y lo desdeñó por-que era el lugar de los macehuales. En el origende su nombre está cabalísticamente su significa-do. Salvador Novo, como gran contemporáneode todo tiempo, lo dice: “TEPITO quiere decir ennáhuatl, ‘cosa pequeña’ o ‘poca cosa’; TEPITOYOTLes pequeñez. En la historia de la Ciudad de Méxi-co, es la pequeñez de un barrio indígena fuerade la ‘traza’ en que vivían los españoles en los pri-meros tiempos del Virreinato.” Lugar hecho deresiduos, lugar despreciado y nostalgizado, lugar

A R M A N D O R A M Í R E Z

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P A R A L E E R D E B O L E T O E N E L M E T R O 3

de las afueras de la parcialidad de Atzacualco lla-mado así en tiempos de la esplendorosa Tenoch-titlan cuando el lago daba para comer a casitodos, lugar de las afueras de lo que sería nom-brado “de San Sebastián” por los cristianos. Lugarque por otra parte le tocaba estar en las afueritasde la parcialidad de Tlatelolco. A mitad de doscalpullis, uno de la parcialidad de Atzacualco, lla-mado Zacatlán que comprendería las calles deHéroes de Granaditas, avenida del Trabajo, Peña yPeña y Obreros. Y el de la parcialidad de Tlatelolcollamado Mecamalinco con límites en las calles deMatamoros, González Ortega, Héroes deGranaditas y Toltecas, eso sin contar el pedacitoque le tocaba de otros barrios de Tlatelolco o deAtzacualco. Lugar nunca oficialmente existente,como viene sucediendo hasta la fecha.

El barrio de Tepito comprende por un lado,parte de la Delegación Política Cuauhtémoc, porotro lado la Delegación Política Venustiano Ca-rranza, los distritos electorales cuarto, quinto yhasta parece que tercero y además es la coloniaMorelos y parte de la del Centro o sea que el ba-rrio de Tepito sólo existe en la mente de los habi-tantes del barrio como punto de identidad. Lugarinexistente, o como diría aquel periodiquero: Pe-dro Infante no ha muerto, ¡vive, vive, vive!... y eracierto: vivía en el corazón de todos los mexica-nos... Así, Tepito no ha muerto, y siempre ha exis-

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tido a pesar de los pesares, porque es una formade vida, un marco de referencias, una concepciónde la vida, una forma de decir: ¡aquí estoy, existoy quiero mentarles la madre!

A R M A N D O R A M Í R E Z

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Armando RamírezCiudad de México, 1952

Habitante del populoso barrio capitalino de Tepito,Ramírez busca en sus relatos reflejar el lado moridorde la vida como dijera el gran escritor José Revueltas.Sus personajes se mueven en un mundo de violenciay sexo y “fregar al que se deje”. Las novelas de Ramírezno son para quien se espanta con las malas palabraso situaciones escandalosas. Son provocadoras y almismo tiempo amenas y bastante divertidas.

Desde joven, Ramírez conoció el éxito cuando sunovela Chin Chin el Teporocho fue llevada al cine, lue-go escribió una novela alucinante y que vaticinaba elfuturo: Violación en Polanco, donde se narra el secues-tro de una mujer y su violación a bordo de un micro-bús. Historia terrible que Ramírez cuenta con unimpresionante manejo de los diálogos.

El autor también ha participado en el grupo TepitoArte Acá y ha sido guionista de varios programas detelevisión, así como comentarista de Letras Vivas yDetrás de la Noticia.

Es autor también de Crónica de los chorrocientos mildías de Tepito, Me llaman la Chata Aguayo, Noche deCalifas, Quinceañera y Pantaletas.

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