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    Para leer de boleto en el metro, 6Por la coleccin: ISBN 968-5903-01-8Por el presente volumen: ISBN 968-5903-06-9Ilustracin de portada: Javier Curiel

    Cuidado de la edicin: Concepcin Byron Rico

    TODOS LOS DERECHOS RESERVADOSNinguna parte de esta publicacin, incluido el dise-o de la cubierta, puede ser reproducida, almace-nada o transmitida en manera alguna ni por ningnmedio ya sea electrnico, qumico, mecnico, ptico,de grabacin o de fotocopia sin permiso previo delos editores.Impreso en Mxico, D.F. 2006

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    Presentacin

    El Metro es sin duda la red de transporte ms utili-zada por los habitantes de la ciudad de Mxico. Ensus andenes y vagones concurren ciudadanos de

    todos los puntos de la urbe, de diversos estratossociales y de distintas y particulares formas deconcebir su funcin en la sociedad.

    Adems de trasladarse a diversos destinos, lapoblacin realiza numerosas actividades determi-nadas por su edad, sexo, ocio, hbitos, etctera.

    La lectura evidentemente es uno de esos pasa-tiempos y vocaciones que el pasajero ejerce ensu trayecto y en medio de circunstancias pococmodas.

    Para leer de boleto en el Metro pretende, comoel Sistema de Transporte Colectivo, convertirse enuna inmensa red de lectores y en una gran biblio-teca pblica, donde el derecho a leer se base en laconanza, en la credibilidad de la palabra.

    Una vez que el libro ha transmitido sus conteni-dos al lector, ste debe regresarlo para que cumplacon su objetivo comunitario. Un libro y una biblio-teca como medio de transporte del conocimiento.Estimado lector, canjea este libro por otro.

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    ndiceUn ngel en la lluviaRolo Dez 9

    Como explicrselo a mamGerardo de la Torre 23

    Chapultepec 7 A.M. (Poemas)

    Elsa Cross 35

    Los territorios de la tardeRafael Ramrez Heredia 45

    Estn aventando genteGermn Dehesa 63

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    Un ngel

    en la lluvia

    Rolo Diez

    Como todas las tardes, llueve. Al medioda se

    puede cocinar sobre el asfalto. De noche refresca.Por la maana hay inversin trmica: Envuelto encapas de ozono, plomo y otros txicos que hanreemplazado al viejo aire, Jack el destripador ace-cha el paso de sus vctimas. Aunque, con menordramatismo pero igual efectividad, si alguiensale a correr por el parque en horas tempranas,no necesita topar con el destripador, igual caermuerto en el estanque de los patos. A partir de lassiete A.M. irrumpen furiosas manadas de bestiasmetlicas. La ciudad es prisionera del ruido y elholln de quinientos millones de automviles.Este expulsado de la pampa hmeda, natural deun pueblo donde circulan doce automotores porhora (sin contar caballos ni bicicletas) y el sonidoambiente se relaciona con gallos cantores, pe-leas de perros y madres que llaman a sus hijos,

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    convertiramos en espadas y lanzas de combates,imaginarios primero y verdaderos despus, alcalor de una puesta en escena realista, con lo quees de imaginarse que el promedio de duracinde nuestros paraguas andara por las dos horasde uso. Si a eso le sumamos la perspectiva de

    pescarnos un resfro, o peor todava, una gripecon su ebre y su doctor y sus remedios... Enn, que analizados pros y contras por nuestramadre, no era raro que hasta soportarnos todala maana en casa pudiera ser estimado un malmenor. Nada de ello impeda que apenas los ros

    del cielo se convertan en arroyos saliramos aorganizar carreras de botecitos en las aguas que,rumbo a las rejillas del desage, corran junto alcordn de la vereda, o, en ocasiones apotesicas,cuando dejaba de llover despus de hacerlo unda entero, decidiramos jugar en la esquina de laestacin de servicio, donde altas veredas y aguaestacionada formaban un lago a nuestra medida,ptimo para pescadores de pantalones cortos. As es el mal tiempo en General Viamonte: Apocalipsisy diluvio previo secuestro del sol. Una pera queempieza y termina en cualquier momento.

    Aqu es distinto. La lluvia est programada. Me-dio ao llueve, no agua bendita sino lluvia cidaun destilado de los alquimistas encargados deadministrar plagas sobre el mundo, que deja cal-vos a los hombres y los prepara para un futuro de

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    mutantes; en algunas orillas del Distrito Federalhay gente sobre los techos mirando nadar suscamas y gallinas. En la otra mitad del ao se secanlos mares, los patos se van del lago de Texcoco,ms de cuatro colonias de la ciudad quedan sinagua y los rboles resisten el humo de mil millones

    de automviles. En lo que me toca, debo admitirque pas un mes convencido de que en Mxicotodava no se inventaba la lluvia. Pero lleg mayoy todo cambi; ahora llueve a diario, de diecisisa dieciocho horas toca chubasco tropical, menosdenso que en el sur, recio, cortito como patada

    de chancho.Mi reloj indicaba las cuatro y media, eso signi-caba que tendramos agua por un rato. Me hallabaen la puerta del supermercado, con la botella deaceite, el kilo de harina y los huevos necesariospara que mam hiciera las tortas fritas que nues-tra nostlgica relacin con la lluvia llevaba unasemana de peticiones, programacin y exigenciasde ya mero y para ya.

    Un ngel apareci a mi lado y las tortas fritasdesaparecieron. Era un poco ms alta que yo, algomayor que yo, de unos veinte o veinticinco aos(insignicantes puertos donde los barcos del cora-zn no se detienen). Su boca era roja como el lpizlabial que la cubra, sus cabellos, una majada decabritos (le la imagen en El Cantar de los Cantares,no es usual pero si la Biblia lo dice...), sus ojos eran

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    a la vez tiernos y pcaros, su piel haba nacido parael beso, sus pechos elsticos puales hirieronel centro de mi pecho, sus labios se abrieron y elngel habl:

    Chn, cmo llueve!S, no?... respond con mi maldita boca

    seca.Y ahora cmo har para llegar a mi casa? susblanqusimos dientes me ofrecieron una sonrisade esas que pueden ablandar las piernas de uncorredor de maratn.

    Bien. Llega la hora de unas aclaraciones. Un

    pibe de General Viamonte no tiene paraguas nipuede usar el de su madre so pena de ser lapidadopor escandalizar a la comunidad masculina, peroa un joven del DF catorce aos bien cumplidos,camino de los veinte, esos problemas le hacenlos mandados. Puede usar tranquilamente elparaguas materno sin que nadie le ofrezca unamirada. Muy distinto es un pueblo donde todoel mundo juzga y condena a todo el mundo, deuna megalpolis con tantos tipos raros que no haytiempo para jarse en uno de ellos. Dicho de otramanera: yo enarbolaba en mi mano izquierda eloreado, color turquesa paraguas de mi madre.Y como algo, tambin mucho, he aprendido dela necesidad de interpretar los discursos femeni-nos, sin el menor sonrojo en la piel, con voz rmerespond:

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    Yo tengo un paraguas.Ella puls el arpa de su risa.Ya lo vi dijo y aadi. Para dnde vas?Para Atlixco, pasando Campeche.Qu, lstima la mirada del ngel atraves mis

    pupilas y lleg al comando cerebral donde se to-

    man las audaces decisiones. Yo voy para la Roma.Ah noms, despus de Insurgentes y aadi. Sifueras por ese rumbo, podramos ir juntos.

    Tambin voy por ah respond.Tienes tu casa chica? se divirti ella.Yo iba donde fuera su sonrisa, mi camino era

    el de sus ojos pcaros, mis pasos peregrinarandetrs de su perfume.Voy a visitar a mi ta, que vive por ese rumbo. Ah, s?, dnde?Dnde? Dnde?Cerca de Centro Mdico.Ella ri ms. Yo la haca feliz. Eso era evidente.Pero eso est muy lejos.Me gusta caminar.S, los milagros existen, especialmente cuan-

    do alguien trabaja para producirlos. La lluviahaba cedido y ya era posible que una pareja deenamorados, cobijada bajo un ntimo dosel, seaventurara bajo su rumor acariciante. Turquesa,de mujer, qu, importaba? Abr el paraguas. Elngel me ech un chorro de perfume, mostr losblanqusimos dientes.

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    Se lo robaste a tu hermana?Tentado estuve de salir a toda mquina para

    Atlixco y dejarla a merced de la furia de los ele-mentos. Esa vieja me estaba cotorreando o qule pasaba?

    Es de mi mam mortalmente serio yo, a pun-

    to de una ruptura de relaciones diplomticas.Debe haberse dado cuenta, algo le habr avisa-do del peligro de perderme para siempre, porqueme mir ms tiernamente, dijo: Es broma, no teenojes, y, se colg de mi brazo!

    Vamos dijo, y nos fuimos.

    Al parecer multiplicadas por la lluvia, histri-cas por la urgencia de llegar a sus cavernas dechatarra, las bestias metlicas atronaban con susclaxons y apuntaban sus ruedas a los ms grandescharcos, decididas a empapar a los peatones. Peromi brazo iba en las alas del ngel. Con su cabelloacaricindome la cara, su voz erizndome la piel,intoxicado por los perfumes del edn, camino levit mientras deseaba una sola cosa: que eltiempo se detuviera y la vida fuera siempre as,que no llegramos nunca a ninguna parte.

    Pese a mis deseos, pronto estuvimos en sucasa: azul y blanca, de dos plantas, con un orido jardn al frente, y horror!: envuelta en llamas.Un rayo, probablemente. La mezcla de agua conelectricidad es letal y lo mismo calcina un ombpampeano que una torre de cien pisos en la

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    mayor metrpolis del mundo. El ngel temblcontra mi cuerpo, seal hacia arriba y solloz:Mi querida perrita!. Asomada su cabeza por unaventana, vi un indefenso animalito blanco. Entr,tumbando las puertas que obstruan mi paso.Eludiendo pavorosas lenguas de fuego cuyo calor

    me achicharraba, tosiendo al borde de la asxiaentre azufradas nubes de humo, y llegu hasta lapequea mascota. La cubr con una toalla mojaday, cargndola en brazos, me largu, por dondevine, detrs mo los pisos se derrumbaban e in-mensas vigas caan sobre los lugares que acababa

    de dejar. A toda velocidad llegu, a la calle. Unamuchedumbre aplaudi mi herosmo. La dueade la perrita se ech en mis brazos.

    T no eres de aqu, verdad? investig elngel al cruzar el Parque Mxico.

    Soy argentino, y t? si nuestros destinos ibana unirse para siempre, lo mejor sera tutearla.

    Yo soy veracruzana, jarocha de hueso colo-rado, pero llevo diez aos en chilangolandia. Tegusta vivir ac?

    Me gusts vos, quiero decir, me gustas t, megustan tus piernas, tu cintura, tus pechos de pa-loma, tu boca roja que si me la sigues poniendoas de cerca me ver obligado a besar, me gustanel brillo de tus ojos, las aceitunas de tu piel y tubrazo tibio...

    S, me gusta dije.

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    Argentina es muy linda. Ro de Janeiro con sucarnaval, Via del Mar y su festival de la cancin.Yo quisiera ir ah desvari el ngel.

    Conjetur que en el cielo no deban preocupar-se mucho por la geografa terrestre, sin embargo,me pareci grave que tampoco conocieran la his-

    toria. Y como hay cosas que deben saberse, habl,sobre los asesinos uniformados que masacrabana mi patria, sobre las persecuciones sufridas porcreer en las elecciones y no apreciar la msicamilitar, y sobre cmo, milagrosamente, entre lostanques y las balas que silbaban en mis odos, ha-

    ba salvado la vida. Todo ello sirvi para preocupar,asustar y enternecer a mi acompaante. A m mesirvi para provocar lstima y recibir una cariciacorts en la mejilla.

    Corts o no, era una caricia. Las manos del ngeldel amor terminaban en uas tan rojas como suboca. Arrim mi brazo a su cuerpo; la compaerade viaje arrim su cuerpo a mi brazo.

    Vas bien? pregunt.Demasiado confes.A ella le dio otra vez la risa y llegamos a su casa.

    Anaranjada, de tres plantas, con rojas y azulesbuganvillas derramndose por los balcones, y,cosa extraa: la puerta abierta. Qu raro! Habrpasado algo? Quieres que entre contigo? S,tengo miedo. Djame ir adelante. Subimos poruna escalera alfombrada y en la primera planta

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    los vimos: mam ngel y pap ngel atados yamordazados en un silln. Cerca de ellos un la-drn, con antifaz y linterna y negra bolsa cargadade objetos robados, revisaba los cajones de unmueble. Eso pasa, las cortinas de la lluvia tambinson aprovechadas por la delincuencia. Me abalan-

    c sobre el ladrn y le acomod un botellazo deaceite Gloria en la cabeza. La botella se parti, lacabeza se aboll y qued como si hubiera pasadola noche en un barril de Glostora , y el facinerosocay desmayado. Chau, ladrn, chau, tortas fritas.Antes de ocuparse de sus padres, el ngel se ech

    en mis brazos.Al llegar a Insurgentes haba dejado de llover.Alguien se ocup de sealarlo: Ya dej de llo-ver. Como si yo no tuviera ojos ni fuera capaz dedarme cuenta.

    No. Todava llueve.Ya par.Sin lluvia no habra paraguas abierto, ni brazos

    enlazados, ni cabellos hacindome cosquillas, nifabulosas promesas de cuerpos que se rozan. Lasprdidas seran incalculables.

    Todava llueve.Estril discusin ya que, oscura como la des-

    gracia, a veinte pasos de distancia se alzaba sumorada: Un descascarado edicio de departa-mentos a punto de convertirse en ruina histrica.Ya llegu, muchas gracias eres muy lindo. Con

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    el tranquilo desapego de las apariciones, el ngelse marchaba. Hasta siempre o hasta nunca. Nosvemos. Chau. Sayonara. Todo en orden. Com-partimos diez minutos bajo la lluvia, caminamos juntos unas cuadras, ella entraba en su casa, yprobablemente alguien se perdera para siempre.

    Un soplo de tristeza habl de adioses sin remedio.Mi cara debe haberlo demostrado. Ello puedeexplicar que el ngel jarocho pusiera sus manosen mis mejillas y me plantara un beso en la boca.Un beso para no olvidar, para pasar en l cien aosy luego proponer: Va de nuez? Un vino suave y

    tibio y maravilloso, pese a la pastosidad del lpizde labios. No era el beso de un ngel, por suerte,sino el de una deliciosa veracruzana.

    Cinco de la tarde. Dej de llover. Arriba el cieloazul y bajo los pies un tapete de ores de jacaran-da. Mis pulmones se llenan con el aire hmedoque mezcla olores de tierra mojada y de vegetalesque han tomado su merienda. En el parque, lospjaros festejan el regreso del sol. La gente traba- ja, va y viene, se ocupa de sus familias.

    Como yo. Alguien ha puesto una or en el caode escape de un automvil. El horscopo paramaana promete lluvia, y agrega tortas fritas.

    (Un ngel en la lluvia , indito)

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    Rolo DezJunn, Argentina, 1940

    Exiliado en 1980, tras un periplo por diversos pasesde Europa, logr escapar a la condena de muerte delrgimen militar argentino. Desde entonces reside en

    Mxico donde trabaja como escritor, periodista y guio-nista. Prohibido durante aos en su natal Argentina,Dez goza de gran respeto en pases de habla hispana.Representante de la cultura argen-mex , ha publicadonovela policial negra y narraciones urbanas y subur-banas, libros periodsticos y ensayos histrico-polticos

    en Mxico, Argentina, Espaa, Italia, Francia, Inglaterra,Grecia y Alemania. Obras suyas se encuentran traduci-das al griego, italiano, francs y alemn.El sueo eterno de reinventar la vida; la guerra sucia;los stanos del terrorismo de Estado; el destierro delos sobrevivientes... la vida cotidiana, narradas sinembargo con humor, ternura y una aguda reexinpoltica, son las historias de Rolo Dez, donde sueo yrealidad, vida y literatura se invaden constantemente.El reconocimiento a su obra cuenta con los premios:Premio Internacional Dashiell Hammett, porLunade escarlata , (1995); Premio Nacional de Novela JosRubn Romero, porLa vida que me doy (1999); PremioUmbriel Semana Negra, porPapel picado (2003), cuyo jurado sentenci: Es un texto de cuidadsima factura

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    literaria que repasa una etapa trgica, aportando unaserie de elementos que ensanchan la literatura de g-nero negro; Premio Internacional Dashiell Hammett,de novela negra, por Papel picado (2004); y el GranAngular, porLa carabina de Zapata (2004).

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    Cmo explicrselo

    a mam

    Gerardo de la Torre

    A Juan Trigos

    La culpa fue ma, absolutamente ma. Vamos yvamos y vamos! Hasta que Sal, con su manse-dumbre habitual, se dej conducir a la cantina. Esdifcil encontrar una manera gallarda, pero no, nogallarda, sino suave, blanda, de decrselo a mam.Si dijera que Sal me llev, el ms tranquilo reven-tara de risa; pero si cuento que unos amigos nosinvitaron, van a preguntarse qu clase de amigospudimos conseguir Sal y yo, si entre nosotrosmismos, hermanos queridos, jams existi algoparecido a la amistad. En realidad ni yo me ex-plico cmo pude convencerlo de que esa tardesaliramos a caminar un poco y nos sentramosen la banca de un parque para conversar.

    Te gustan las tardes fras?S.

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    Ests contento?S.Quieres comer algo, tomar un refresco, una

    cerveza?- No.Conversacin con una mquina disparadora de

    monoslabos. Cmo pude convencerlo, enton-ces, de que me acompaara a la cantina...? Claro!,el hermano buenalma aceptando por bondad,regocijndose con la vieja imagen del ngel dela guarda. Pero eso nadie lo creer, y menos mimadre... Cmo explicrselo a mam?

    Seguramente nuestra madre ya se habr en-terado del accidente por los peridicos. Ahora seestar preguntando qu haca Sal (el bueno, elsanto, el reexivo) en un lugar de sos. Con segu-ridad, dirn los vecinos, la inuencia perniciosadel hermano, s, ocho aos mayor y (aqu la vozmuy baja) los cinco aos que pas en la crcely las malas compaas y la envidia, ese diabloamarillo e irascible que todo el tiempo lo estaraincitando contra Sal. La gente calentndole lacabeza a mam. Todos rodeando la mesa dondeella tiene extendido el peridico y todos santi-gundose y tena que ser y un sorbo a la taza decaf y una lgrima enjugada discretamente. Mimadre muy seria, con los ojos enrojecidos, perosin lgrimas, escuchando serena las patraas deaquellos imbciles.

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    En realidad, quise mucho a mi hermano. Nuncacongeniamos, quiz por los ocho aos, o porquel era tmido y cobarde y eso presta tintes desantidad. A m, en cambio, nunca me import loque pudieran pensar (o decir) de mis actos... Peroeso no podr decrselo a mam. Ella espera una

    explicacin clara de los hechos, un relato objetivoy sincero de lo que sucedi... Se le puede contara una madre toda la verdad? Podr decirle todo?Aprovechar la noche, ese momento inevitablede todos los velorios en que parece que nada hasucedido. El tiempo se detiene y todo es como la

    truculenta pesadilla de un enfermo.La verdad, mam, la pura verdad... Sal noquera ir a la cantina, se neg en redondo, argu-mentaba que eso te molestara, pero le toqula cuerda sensible. Ven conmigo, slo para queme cuides, para que me impidas beber de ms.Acept, pero: No me obligues a tomar una copa,ni una. Le promet todo lo que quiso y entramosen una cantina donde me conocen muy bien.Quiero decir que los meseros y el propietario meconocen; si los clientes me conocieran desapare-ceran en cuanto me viesen cruzar la puerta. Tlo sabes, me temen por aquello, pero tambinsaben que lo hice por ti... y en cierto modo pormi padre. Pero lo que importa es que Sal entrconmigo y nos escurrimos hasta un rincn oculto,oscuro y solitario, porque tengo la costumbre de

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    hacerlo as para evitar las miradas de agentes ypolicas. La marca en mi mejilla es muy notoria,y por eso, aunque ya estoy en paz con la justicia,siempre me siento con mi lado derecho hacia lapared. Por eso y porque me molesta que la gentemire mi cicatriz. En cuanto alguien le pone la vista

    encima siento que arde, que se extiende. Estodebes entenderlo muy bien.Me sent con la cabeza gacha y el sombrero

    bajado hasta media frente. Sal, el pobre, tansano y tan sin culpa, miraba para todos lados consus ojos ingenuotes y limpios, y mostraba clara

    inclinacin a abandonar aquel rincn tenebrosopara ir a un lugar soleado y brillante. Eso segura-mente lo hered de mi padre, hombre de paseosal campo y vacaciones en las playas. En una playa,si no me equivoco, conoci a Herlinda, la perra,diecisis aos y toda una prostituta y mi pap unviejo tonto que siempre crey que la nia estabaenamorada de l. En n, lugares claros... y yo tenaa Sal aburrindose en ese rincn lgubre.

    l beba, para acompaarme, vasos alternadosde limonada y agua mineral. Y yo, a la tercera ocuarta copa me sent, como siempre, un poco ma-reado, muy alegre y con inmensas ganas de bebersin interrupciones. Pero Sal estaba all conmigo,con su cara inexpresiva y buena, cara de santo deiglesia, de Cristo de yeso. Y yo bebiendo rones.Le ofrec, pero rechaz la copa y me record mi

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    promesa. Entonces me levant con el pretexto detelefonear y le dije a un mesero que la prxima vezle sirviera limonada con un poco, un poquitn devodka. Sal no sospechaba, no sospech, y creoque ni siquiera se dio cuenta de que despus dela cuarta limonada ya estaba borracho a medias.

    Por lo menos haba perdido la expresin de hojaen blanco y eso me tena contento.Seguimos bebiendo. Yo rones y l limonadas

    con su pizca de vodka. En el momento en que juz-gu que Sal estaba listo para correrse su primeraparranda, pagu la cuenta y nos levantamos. En la

    calle le ped que me acompaara a un cabaret. Alprincipio se negaba terminantemente, pero ya losvodkas haban ablandado sus defensas y con doso tres razones absurdas lo hice entrar conmigo alclub. All habl con un mesero para arreglar lo delas limonadas y despus de la tercera convenc a mi hermano de que bailara con una mujercitaque no apartaba la mirada de nuestra mesa. Ysi no quiere? Estoy seguro de que quiere. Meda vergenza. No seas tonto, la tienes muerta,mira qu ojos te echa. Se levant, bail y volvia la mesa completamente trastornado. Me dijoque haba descubierto un don Juan bajo su piel,el pobre, y nunca supo, ni sabr, que en un viajeal mingitorio le ped a mi antigua amante quebailara con Sal, que se dejara enamorar.

    A eso de las diez de la noche (y juro que me sen-

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    ta bastante torpe y atontado) salimos del cabaret.Se me haba metido en la cabeza la idea de visitarun burdel (el peor del mundo) que frecuent enmis parrandas juveniles. Se me ocurri que a Salle gustara conocerlo, y Sal ya no estaba paranegarse. Tomamos un taxi y en el camino Sal

    pareca muy divertido, riendo de todo, hablandocomo un merolico. Yo le haca segunda, pero, enrealidad, tras mi mscara de alegra se ocultabanreexiones muy amargas: los aos de crcel, la juventud desperdiciada, mi parasitaria vida ac-tual... Ahora volva al prostbulo al cual dej de ir

    a raz de la muerte de mi padre. Y por poca cosa:dos tiros a mi padre y cuatro a ella, en la cama deun hotel. Por entonces Sal tena trece aos y yaapuntaba su carcter retrado y dulce.

    El burdel estaba casi vaco. Un par de sillonesera ocupado por clientes al borde de la embria-guez total. Cinco o seis prostitutas se apiaban entorno a una mesa desnuda. Llam a un mesero yle orden que llevara copas a las mujeres; ellasme enviaron miradas perrunas de agradecimien-to. Para nosotros ped lo mismo, ya sin el recatode disfrazar los vodkas de limonadas. Hasta esepunto todo estaba muy bien; aun nuestra em-briaguez era normal. Pero entonces, mam, nos, la msica, el ron, los pecados de un hombrey de toda la humanidad se confundieron. Quierodecir que... Ya vas a verlo.

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    La banda, la vieja banda de la casa estaba all,segua tocando las viejas melodas con los vie- jos instrumentos abollados y carcomidos por eltiempo. El violinista era un anciano de cara largay bigotes cados. Tocaba con los ojos cerrados yno cabeceaba gracias a que tena el violn bajo la

    barbilla, pero a veces el brazo se detena a la mitadde una nota, como si el viejo durmiera. Y en unade tantas el brazo se detuvo para siempre. S, depronto el anciano del violn cay al suelo sin vida,aparentemente a causa de un sncope cardiaco. Elmesero corri por el cadver y lo arrastr fuera del

    saln; los otros msicos continuaron la meloda. Ami hermano esto le hizo mucha gracia. Comenza rer cuando el viejo cay muerto y segua rien-do cuando lo arrastraban fuera del saln. Param, una muerte ms, una muerte menos, pocosignicaban: en la crcel se aprende bastante.All me hicieron la cicatriz en la mejilla derecha,pero no me quejo: muchos cayeron muertos porrazones tan nimias como las que me condujerona aquel pleito.

    Pero no es todo, mam, tengo que hablartedel clarinetista. ste era un hombre encorvado,de nariz inclinada y hombros cados. Daba entodo momento la impresin de que se iba paraabajo. Y de repente, cuando trataba de alcanzaruna nota muy alta, sus viejos y fatigados pulmo-nes no resistieron y el viejo se fue efectivamente

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    para abajo. Se desplom sobre s mismo, enco-gindose, mientras de su clarinete escapaba unzumbido muy tenue, apenas audible. El hombrede la trompeta dej de tocar y puso su oreja en elpecho del clarinetista. Despus levant la cabeza,pase la mirada por los rostros atentos de clientes

    y prostitutas, alz los ojos al cielo y se santigu. Elmesero estaba por all, listo, y pronto se encargde sacar a rastras el cuerpecito que cada vez seencoga ms.

    Para mi hermano, el inusitado espectculoresultaba el mejor acto cmico del mundo. Rea

    y golpeaba la mesa con el puo y se apretaba elestmago para contener el espasmo. Los otrosclientes ni se volvieron a mirarnos, pues la embria-guez retena sus barbillas pegadas al esternn. Ylas prostitutas continuaban observndonos conojos amorosos y tristes, sin reproches.

    Ped nuevas copas para nosotros y para lasmujeres, mientras el do de piano y trompetainterpretaba una pieza sin sentido (el piano ibapara un lado y la trompeta para otro). Cuandoel mesero nos sirvi las copas le orden quellevara una a los msicos. As lo hizo. Los viejosterminaron la meloda y con un movimiento dela cabeza me agradecieron la invitacin. Despusbebieron, pero al instante el viejo de la trompetase llev las manos a la garganta, peg tres saltosdescomunales y cay de bruces en el piso lleno de

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    polvo. Nadie se preocup por atenderlo, porquetodos sabamos que estaba muerto, total y de-nitivamente difunto. El mesero lo arrastr comoa los anteriores msicos y asunto concluido. Elviejo pianista de cabellera larga y casposa siguiaporreando su instrumento con autntico entu-

    siasmo, como si la muerte inesperada y extraade sus compaeros no lo afectara, como si esasmuertes fueran nmeros rutinarios de la banda. Ymi hermano no cesaba de rer. Y rea no con la risaserena, rtmica y experta del hombre acostumbra-do a rer, sino con la risa desbocada, hipante, del

    que apenas la ha descubierto y quiere repetirla,realizarse en ella. Sal dejaba atrs aos de serie-dad y retraimiento y recuperaba la risa perdida,extrayndose hasta la ltima carcajada.

    Las mujeres, prostitutas viejas, desdentadas,maduras para la jubilacin, permanecan aga-zapadas tras de sus copas, clavndonos miradassoolientas, ajenas, que parecan salir de ojos muyprofundos o de la ausencia de ojos. Me levant yfui a su mesa (tienes que comprenderlo, madre,todo era una broma). Habl con la ms vieja y lasdems escucharon con atencin. S, entendieronque una copa despus habran de levantarse,cercaran a mi hermano y lo secuestraran. En elpiso de arriba, entre todas, utilizando sus artesms renadas, obligaran al bueno (Sal), al tonto(Sal), a sacricar su castidad.

    G E R A R D O D E L A T O R R E

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    Ped copas para todos, incluyendo a los clientesque dorman en los sillones. El mesero nos atendicon presteza. El viejo pianista bebi su copa de untrago y levant los brazos y los dej caer con fuer-za sobre el teclado. Principi a tocar un concierto.Msica aprendida por el nio destinado a ser un

    gran artista y olvidada ms tarde, en los das deprostbulo y miseria. Tocaba como nunca, comoel artista que tena dentro y que ahora creca,rompiendo la cscara que durante tantos aos lohaba ocultado tras las canciones de barrio bajoy borrachera. Todos (los que podamos) observ-

    bamos y escuchbamos embebidos, y entoncesuna tecla, una pieza blanca en un tiempo y porel momento amarillenta, salt impulsada por ungolpe de ndice o pulgar. Despus se desprendie-ron varias teclas ms, amarillentas y negras. Mstarde volaron por la habitacin todas las teclas delinstrumento, salt la tapa, cayeron los pedales,una pata se desmoron, los alambres reventaronuno a uno y el piano entero se desintegr. El viejo,con los brazos en alto, pareci resquebrajarse,como una vasija, y cay en pequeos trozossecos y crujientes que se confundieron con losrestos del piano. Mi hermano termin de rer. Sehizo un silencio magnco. En ese momento lasprostitutas se levantaron y se arrojaron comoarpas hambrientas sobre mi hermano. Gritaban,araaban y forcejeaban, pero Sal, mansamente,

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    se dej conducir.Ped la ltima copa, pero sin intenciones de

    beberla. Con el rostro entre las manos y los co-dos apoyados en la mesa, pens en mi hermanoSal, arrojado a la misma pendiente por la queaos antes comenc a resbalar. En aquel absurdo

    silencio que ni siquiera fue turbado por lamentos,gemidos o cualquier tipo de ruidos erticos pro-cedentes del piso superior, reexion largamente.De pronto un estruendo terrible y un relmpagoy el burdel en llamas. Sin pensarlo corr hacia lacalle, alejndome del fuego. Despus, muy lejos,

    a decenas de metros, record a mi hermano. Volv a la carrera a la casa. Intent entrar, pero una masade vigas y escombros ardientes me impidi elpaso. Demasiado tarde. Pens en Sal, en las seisprostitutas saltando desnudas entre el humo y laschispas. Demasiado tarde...

    Cmo explicrselo a mam?

    (Cmo explicrselo a mam , fue tomado de El vengador ,Joaqun Mortiz, 1973)

    G E R A R D O D E L A T O R R E

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    Gerardo De la TorreOaxaca, 1938

    Nada puede ignorarse en Gerardo de la Torre, muchomenos su obra, hecha a pulso y con una rectitud admi-rable. Con un ingenio ciertamente amargo, extrae la

    sonrisa del lector al dar en el blanco limpiamente; leeruna novela o un cuento de este escritor es adentrarse enuna ciudad con todo lo que la habita, donde justamentela realidad se desborda de s:las historias que buscanser contadas estn en todas partes, estn en el aire, en elinerno de la crcel, se pueden encontrar en las calles,

    en las escuelas, en las cantinas, en la vida cotidiana o enlos matrimonios, pero son como los chistes, se debensaber contar Para Gerardo de la torre, el articiode la palabra cobra vida en el margen discutible de laverdad, que aunque no es absoluta por su condicincticia, tampoco resulta hiriente o destructiva como lamentira. Ha practicado el periodismo y la traduccin, yelaborado abundantes guiones para historieta, cine ytelevisin. Trabajador petrolero en su juventud, partici-p en el taller literario de Juan Jos Arreola y fue becariodel Centro Mexicano de Escritores. En 1988 obtuvo elpremio de Novela Pemex 50 aos de la Expropiacin porHijos del guila, y en 1992, el Premio Nacional de NovelaJos Rubn Romero, por Los muchachos locos de aquel verano. Ha publicado una veintena de libros, es maestrode varias generaciones de literatos y miembro del Siste-ma Nacional de Creadores de Arte, desde 1994.

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    CHAPULTEPEC

    7:00 A. M.

    Elsa Cross

    PoemasEstos poemas estn dedicados

    a todos los corredores y caminantesdel Bosque de Chapultepec

    EL LAGO

    La luz se mece.Sobre el lago amanece.El agua es oro.

    En la calzada,puntitos de colores:los corredores.

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    LOS RBOLES

    Dejan los truenosgalaxias amarillasen el sendero.

    Un gran sabinorojas capas despliegaentre los pinos.

    Los eucaliptossu envoltura desechan

    qu piel tan blanca!

    Los viejos troenosvan trenzando racessobre del suelo.

    Alrededorzancadillas le tiendenal corredor.

    LA LLUVIA

    Desde un ciprsse escuchan ya los truenos:uno, dos, tres.

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    Sobre el abetosopla el viento con furia:llueven agujas!

    Las hojas tumbay tambin los zanates

    tiran sus plumas.

    Rayos y truenos!Llueven los troenos hojasy agua el cielo.

    La lluvia formaen sauces y eucaliptosnidos de aromas.

    Todo mojado.Se aventuran lombricesfuera del prado.

    En las baldosasteje verdes alfombrasqu resbalosas!

    Un pie mojado!Estn los viejos tenisagujerados.

    E L S A C R O S S

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    LUNES

    El da se erizaen vuelos y graznidos.Escaramuzas.

    Restos de pic-nic:banquete de gorrionesy de ratones.

    Trtolas bajan,entre tanto desorden

    buscan migajas.

    Piar extrao.A la rama me vuelvoes una ardilla!

    Corre feliz:un dorito se llevaa la nariz.

    CASA DEL LAGO

    Altas se erizanlas palomas en celopor las cornisas.

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    Gran alharaca!Dos palomos que rienpor la muchacha.

    Qu pavoneosentre picos tan pardos!

    qu contoneos!Golas hinchadas,alevosos ataques,crestas picadas.

    Sbito vuelo.La paloma desdeatanto revuelo.

    Vivo color,en sus alas se enciendeel sol que asciende.

    LA URRACA

    Sobre la cerca,pincelada exquisita,la urraca negra.

    Trazo sutilel vuelo que la llevahasta el pretil.

    E L S A C R O S S

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    Sobre una ramase queda quieta y formaun hexagrama.

    Al vuelo pasacon su rojo abalorio

    que guarda en casa.

    LA LUNA

    En viva plata

    la luna se derramasobre las ramas

    Entre la nieblalos rboles desnudos:almas en pena.

    La sombra cubrecon sus manos de froel mes de octubre.

    Luna perdida.Por mucho que la busquessigue escondida.

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    La ves, y ocultadetrs de los mantelessus cascabeles.

    Sale a pasear,asoma y se detiene

    del barandal.

    Lleva en su prisaun cascabel de platay otro de risa.

    Su vuelo cruzacallada y comedidauna lechuza.

    (Chapultepec 7:00 A.M., poemas inditos)

    E L S A C R O S S

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    ELSA CROSSCiudad de Mxico, 1946

    Elsa Cross escribe versos desde los 15 aos. Poeta,traductora y ensayista, hace algn tiempo declar quesu poesa es el vnculo de lo interno con lo externo. En

    una direccin o en otra, para m la poesa siempre seextiende entre lo de adentro y lo de afuera, es el caminoque va de uno a otro de estos espacios, pero que losune. Lo interno slo puede expresarse cuando se vereejado en lo de afuera necesita ese lazo, lo deafuera puede ser un espejo o al revs. Gran parte de su

    obra est reunida en Espirales.Poemas escogidos 1965-1999 (2000). Ha explorado diversos climas geogrcosy espirituales, en busca de sus vasos comunicantes,sus espejos y sus transmutaciones, y en su recorrido,ha enriquecido notablemente el mbito de la lricaactual, obteniendo por ello una considerable cantidadde reconocimientos a su obra literaria, entre ellos:El divn de Antar obtuvo el Premio Nacional de PoesaAguascalientes (1989), yMoira el Premio InternacionalJaime Sabines (1992). Se han publicado libros suyosen Blgica, Espaa, Canad y Estados Unidos. Tradu-cidos a doce idiomas, sus poemas han sido incluidosen diversas revistas y sesenta antologas de Amricay Europa.

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    Los territorios

    de la tarde

    Rafael Ramrez Heredia

    la nostalgia es una tristeza

    que no se cansa nunca

    As, desde su sitio, la ventana era marco de luz a lagura y si bien no poda detallar cada fragmentode un cuerpo demasiado conocido, s poda denirel perl y quiz, porque l no se saba observado,relajaba el abdomen y el perl en el estmago seabultaba como si todo el pasado se le estuvieraamacizando en esos msculos an vibrantes, perosin la dureza de los aos anteriores.

    Si se hubiese levantado, hecho siquiera elprimer movimiento para intentarlo, de seguro lhubiera metido el estmago y tensado el trax,los brazos, pero como ella segua recostada en lacama, el hombre continuaba con la vista perdidaen la plaza donde a esa hora de la tarde los turistasse sentaban a tomar caf a las mesitas con parasol,

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    y los romanos buscaban sitios tranquilos dondeterminar la jornada.

    Ella, de tanto observarlo, de tantos aos de be-berle el aliento, saba de la obsesin que le marcabalas arrugas de la frente, el crepitar de las venas enel cuello, las manos anchas, velludas, aferradas

    al pretil de la ventana y si pudiera or sus pensa-mientos quiz hasta escuchara los tambores y lastrompetas y las bandas de guerra y los murmullos,el chocar de los espadines y el ruido claveteadode las botas de la tropa. Porque ella estaba segurade que dentro de la casa, dentro de ese espacio

    reducido en comparacin a los salones por dondealguna vez los dos pasaron, los recuerdos eranbastidores eternos, sostenes acuantes de unamemoria vvida y que nadie, ni siquiera ella misma,ni siquiera su cuerpo joven, de curvas encendidas alos vellos del trax de l, podan detener ese rumorde olas, ese tic tac eterno, esa cantaleta no dicha,pero s mascullada en la cabeza y mirada por ellaa travs de los silencios, de las tantas veces quel se quedaba con el bocado en la cuchara, y losojos, an sin lentes, entrecerrados, con las lneasarrugadas hasta la calvicie, las patillas subiendo ybajando al ritmo de la sangre en las sienes, ocultaspor el cabello blanco.

    Esa luz de la calle que lenta se iba como si de-seara formar parte del pensamiento de la mujer,como si la luminosidad de afuera pudiera dar pie

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    a los das, a los muchos das que ya han vividosolos, sin el retimbar de los guardias, sin esperartelefonemas, los susurros dichos detrs de laoreja, las miradas de un extremo a otro de la mesaen las sesiones largas de trabajo, cuando l, ro-deado de sonrisas y caravanas, dejaba or su

    timbre de voz, su esgrima verbal, abombaba elpecho, endureca los msculos y le deca desdelejos, con ese cdice de miradas que ms de unperiodista observador pudo notar, que esperabael trmino de todo eso para que al subir al heli-cptero, al mirar desde arriba las manos despi-

    dindolos, l prendiera la pipa, se carcajeara y leacariciara los muslos haciendo que los ojos de loscolaboradores buscaran sitios en las nubes, ongieran que an miraban a los que lejos, puntoscasi, seguan agitando las manos, que esperabadejar el acto, el ruido de las notas del himno quesiempre le enchinaba el cuerpo, y perderse en elaire, el ser emplumado que se escapa, con lacomplicidad de sus custodios, a la playa lejana ydejar de pensar en el trabajo, en las sesiones de-claratorias, en que debe de hablar al sur, o aloriente y se metan al mar verdoso del caribe y juntos, como se lo dijo siempre estaremos juntospsele a quien le pese, se enroscan en las olas yella siente el trax y el miembro de l aplastarsecontra su cintura, contra sus piernas que algunavez fueron delgadas, a su maternidad olvidada, a

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    su cargo dentro del equipo de l que ahora es sul, sin compartirlo con los que lo abrazan, lo ha-lagan, lo estimulan, lo siguen, repiten sus frases,sus chistes, sus movimientos, su manera de vestir,sus orituras de palabras, ah son ellos, slo ellosdos clavados en lo tibio del agua, con los guardias

    sucientemente lejos para no delinearlos y locerca para correr si algo sucede, aunque nadapuede suceder porque el tiempo se ha detenido,se ha roto en el hechizo del regreso del dios, seha totalizado en ese hombre, en ese mismo quese carcajea escurridos los cabellos de agua salada,

    el mismo que est estatuado frente a la ventanaque da a la plaza Trastvere y que ella, con el sudoren las axilas, mira desde su sitio querindose in-fundir el nimo necesario para cerrar la pelcula,apagar las luces, estrellar los vidrios de la concien-cia que se hace tan gris como la misma luz de latarde y l, su l desde que la mir a los ojos antesde la campaa, desde que el otro le dijo quin ibaa sucederlo, desde entonces, porque no en vanose haba sabido mirada, revisada con los ojillos derisa, cercada con frases en apariencia de afecto,pero no en vano ella haba sabido del halago, delregodeo de las miradas cachondas, del deseo quevibraba desde que sali de la escuela y los mu-chachos decan frases en doble sentido, frases queella senta treparse sobre los mismos dichos, sobrela curva del estmago, por las rodillas, sobre la

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    nariz respingada y as siempre, desde los aos delas manifestaciones, de las pancartas, de los gritosestudiantiles que corearon sus vaivenes hasta esaboda silenciada aos ms tarde como si nadahubiera pasado, como si sus dudas y terrores nohubieran sido tangibles con la misma congura-

    cin real de la presencia de l quien la incorpora la gira, a ese recorrido por etapas donde l bus-caba conocer la realidad de un pas, a ese bam-bolear en carreteras y aviones, a esa gira pordonde una vez, sin siquiera pedirlo, el ayudantevestido con un trajecito apretado y el cabello

    corto, anunci la presencia del seor y ella lo mirentrar, sonriente, con las cejas bien arqueadas,golpendose un poco el abdomen con la manoizquierda adornada del Rolex de oro, el anillomatrimonial y sin ms, como si reiniciara unacharla recin cortada por algn ayudante moles-to, le explic los planes del da siguiente, le dijode sus ideas sobre determinado aspecto, us suvoz llena de matices, de metforas literarias, lehizo preguntas y termin diciendo de lo aburridasque a veces resultaban las intervenciones de al-gunos lidercillos locales y ella, juntando las pier-nas, con el vestido arriba de las rodillas, le dijo ques, que as era, y dio tambin sus razones porqueno era slo dejarlo hablar, era la oportunidaddeseada, la buscada a travs de cargos menores,de largas discusiones, juntas de trabajo y desve-

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    ladas, requerida desde la facultad de ciencias, dijoque la mujer no era un objeto de uso o de abusoy que ms haba en el cerebro que en la vagina,bueno as no habl, pero ella saba que sus pala-bras de alguna manera reejaban eso, as quesigui con las piernas cerradas, un tanto brillantes

    por el sudor, sin medias, y l hablando, paseandopor la habitacin, ancha y adornada, no como staa donde ella huele el humor de la pipa y apenasmueve el pie y piensa que todo puede cambiar,que nunca le harn mella los gritos, ni los insultos,ni los reclamos, ni todo lo que all dicen, que su

    silencio no le har contrastante a las antiguascaravanas untuosas y que ella estar junto a su launque escuche de nuevo la voz rasposa y tumul-tuaria de la seora que ya sin careta, sin los afeites,sin la mueca del mando, los ojos verdes toman elcolor amargo y reclama, grita por el telfono,suplica y seala que no habr nunca paz y la in-felicidad ser permanente en la casa de Romapues un hombre como l no es de los que se casanpara llegar a la quietud y menos si lo hace, comolo hizo, con laescuincla torpe, hecha genio porsimple decreto del amante y ella slo tapaba labocina y le peda a l que hablara con la exmujery l que no, que nada haba que decir, que nadahaba que hablar, que el dilogo fue roto desdeque dejaron la casa en la Colonia del Valle, que lodems fueron poses necesarias y quiz recordaba

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    los viajes de su exmujer y cuando mand a subirun piano de cola al edicio de 15 pisos, slo paraque tocara una noche, y ni siquiera completa, nisiquiera completa, le repiti a ella cuando acos-tados miraban el sol que humoso se levantabaen el lomero, y que no iba a tomar la bocina,

    mientras encenda la pipa y entonces ella tolera-ba los reclamos hasta que la otra, de seguro fati-gada, colgaba, como si el sermn ya hubieraterminado las palabras, que se hicieron cada vezmenos frecuentes cuando decidi divorciarse ycasarse con ella, sin importar las burlas y recorda-

    ba la cancin que le tocaban en todas partes, esaque los cancioneros crean de su preferencia y laechaban hasta el cansancio, porque como unavez l se lo dijo, pese a todotraa la muerte en el alma , traa todos los pesares de lo que l mismose dio en llamar la injusticia, en lo que l deca dela historia, y que al tiempo regresara la verdad yla mencin de cmo le llegaban los deseos deregresar todo, de caminar de nuevo por la mismava pero sin hacer eso y lo otro y lo de ms all, detodo lo que ahora, sin ella orlo, se arrepiente y lohace traer, como la cancin, un extrao pilotoconductor de un barco sin vela y sin ancla , y ellacallada, con los ojos hacia abajo, igual que lohaca en los actos pblicos para que supieran queera de l y que nadie deba de faltarle al respeto,no a la persona de la funcionaria, sino a la hembra

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    [de l], por eso guardaba el girar de los ojos, comoahora lo hace, como siempre lo hizo, como si es-tuviera de nuevo representando al pas en Chi-cago?, como se siente cuando l jala el aire y hablade traiciones, y ella sin voz, unida a ese corpachnojo, menos rudo, y sabiendo que en esa habita-

    cin de la plaza Trastvere quedaran guardadassus ambiciones, que en vano fueron los estudios,sus estudios, sus desvelos, su lucha por colocar ala mujer, as genricamente, a la mujer, no a ellacomo ser solitario, sino a todas, en el sitio que lescorresponda y no en el que los machos les han

    sealado como una defensa a su impotencia y as segua, murmurando, buscando escuchar laspalabras de l en el silencio, sin siquiera rascarseel lbulo de la oreja, mirando al hombre hechouna sola lnea contra la cortina como si nada im-portara y menos que a ella, esa misma maana lehubiera bajado la regla para que sin decir nada lrespingara, trabara las quijadas, dejara escaparesa mirada tan temida antes, tan buscada antes,levantara la cabeza y mostrara tambin el levan-tn de cejas hirsutas, buscadoras de regiones dela frente, una frente que no se movi, solo searrug, se hizo de ofrendas idas y contraria alvaivn de toda la cara. Algo quiso decir, quiz darpautas, espacio, buscar el siguiente mes o el otro,pero ella saba que le desagradaba no probar ah mismo, y con ella el valor de su simiente, como si

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    el hombre negara su edad, su abuelez, de que noera lo mismo estar en el piso en Roma que en lasgiras de trabajo, all, antes de haber terminadosu ciclo, en esas giras donde l era el esperado, el jefe, el gua, el dios alado, en esas giras de trabajocuando asustaba hasta a sus ayudantes al brincar

    bardas, o trepar de un solo salto a la camioneta,o correr 300, 500 metros y sentir la euforia en elpecho al ver que los dems trataban de seguirleel paso a l que siempre dom yeguas, que tiresgrima, que haca karate, s, haca eso, y una vezse lo demostr contra un soldado deportista y

    tambin le dijo, dos o tres das antes, antes tam-bin que supiera lo de la menstruacin, se lo dijoas, a media noche, cuando los dos saban, sindecirlo, que no dorman, cuando acompasabanla respiracin para ajustarla a un sueo ido, se lodijo, escuch su voz ronca, igual casi que siempre,slo que medio destimbrada por la duermevela,que el da que lo fueron a visitar todas las comi-siones a la secretara, la tarde del 22 de septiem-bre, l apenas poda caminar porque en laprctica de karate haba recibido un golpe, ungolpe muy fuerte, le repiti varias veces, en elmuslo y ella no quiso saber de ese 22 de septiem-bre lejano en ms de 12 aos atrs, sino que sesitu ah mismo, con la voz que la forzaba, o porlo menos intentaba, irse al revolvedero de losrecuerdos, y pens que junto al suyo tena ese

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    mismo muslo, ese mismo que los aos respeta-ban, el mismo trozo del cuerpo y dese olvidar12 aos porque era el mismo hombre, y lo acaricicon fuerza como si con ello buscara que los re-cuerdos se acostaran en su sitio.

    Tuvo entonces que hacer un leve movimiento,

    milmetro a milmetro porque la pierna izquierdareciba un adormecimiento y si no lo enfrentabaantes poda llegar a meterse hasta lo hondo dela carne, as que se arriesg y como si todo fueraen cmara lenta, friccion con la punta de los de-dos el msculo sin dejar de mirar al hombre que

    mostraba la barba crecida, ese cabello rebeldeque aun rasurado dos o tres veces diarias siempreasoma su testarudez y hace rasposas, blancuzcaslas mejillas, y se pierde en el cuello ancho, uncuello donde se ataron sus brazos y que l dis-frazaba con suteres de tortuga para que no se lemirara tan agresiva la papada batida a fuego deejercicios, de forzamientos de quijada, de nguloscontrados como si deseara continuar una especiede rito mgico, de juventud frenada, igualada a losaos de ella que nunca se opuso a sus caprichosdemostrativos de su poder de hombre, porque enltima instancia soy un hombre igual a los dems,le explic con ademanes la noche que dejaron lasuite cerca del pacco y los dos, con la escoltaa varios metros atrs, caminaron abrazados deltalle hasta el helicptero que los aguardaba en

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    la explanada de la mansin. No era entoncesel mismo olor de la tierra, ni el mismo paso delhombre, era una conjuncin extraa porque susudor se perda con el vuelo del aire y sus manosno acariciaban dudas, sino se metan valientes enlos huecos de su cuerpo y la apretaban al caminar,

    lentos, aspirando el humor de los tulipanes y ellostrataban de retener el tiempo, de atraparlo, antesde subir al aparato y devolver el reloj a los horariosy los compromisos.

    Y ya para entonces no importaba nada por-que ella, desde su sitio de trabajo, con la red de

    comunicacin interna como cordn umbilicalatado a los nervios de l, se su hombre al que aveces le pierde la huella y ni sus cercanos guardiasquieren decir dnde se encuentra, y disimulan suausencia con acuerdos importantes, o con citasde alta poltica, conferencias impostergables, esemismo que uno o dos das despus se reportabapor la lnea directa y la zalamereaba, le ngasorpresas, le hablaba de ciertos factores que seinterpusieron para no poder verse, ese mismo queest detenido en el sol de la tarde, se que alzabalos hombros y mascullaba palabrotas cuando ellamencionaba el hecho de que lo suyo, lo de l yella, lo de los dos, estaba ya en boca de muchagente, de gente ajena a su crculo, de gente quecaminaba en las calles, de gente que en los actospblicos la miraba tratando de descubrir los ojos

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    de la noche pasada, o el rubor que debe aoraraunque ella slo sienta el cansancio de soportarvaivenes, y clavadas de ojos, y manos que al sa-ludarla buscan un entendimiento de valores y aella le enrabia no eso sino el no poder mandar aldiablo a todos, abrazarlo ah mismo, echarle su

    propio cabello sobre los ojos y acariciarlo.Y de eso, como de otras muchas cosas noquera tratar. Lo acept as, no hubo engaos desu parte, l nunca habl de nada que no fueraamarse sin importar lo que dijeran, adems, ledijo una maana durante el acuerdo de trabajo,

    quin se atrevera a pronunciar una sola palabraen contra tuya? Y ella intent, olvidndose que seencontraban en su despacho, en ese lugar llenode banderas y de estatuas de los hroes del pas, justicar sus temores diciendo que se trataba dequitarle golpes a l, no a ella, y entonces el hom-bre, su hombre, se ech de carcajadas y dijo queaqu no se mova nada si no lo ordenaba su voz yque mientras se amaran como se amaban nadiepoda contra su palabra, contra la ma, le dijo altiempo que le alzaba y la untaba contra su cuerpoy le deca que era hora de que se marchara puesla agenda estaba llena de compromisos y que yaen la noche la buscara donde siempre. Un dondesiempre lleno de guardias, un donde siemprerepetido en boca de muchos colaboradores quesaban sin duda quin ocupaba el sitio, qu das

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    y las horas que los dos permanecan all adentro,un all adentro distinto, tan distinto y distante deesta casa frente a la plaza de Trastvere dondeel pequeo dolor de la pierna izquierda no cesaaunque las yemas de los dedos, animadas por laausencia de l que sigue frente al hilo de luz de la

    ventana, aprietan el msculo y tratan de reteneren las falanges el instante porque pudiera ser queno se repitiera y de pronto l se diera a charlar,a recordar, a justicar, a pedir, a mencionar, sinhacerlo, la menstruacin pasada y a ella le entrarla abulia, sentir que todo est tan lejos, que el

    hombre se nota ms viejo, que por muchos aosno podr estar en los sitios de su pas y mejor sedetuviera el calambre que terco, como si fueraparte de los que gritan su inconformidad, se ex-tiende cada vez ms alrededor de esa pierna mu-chas veces atrapada en los brazos de l y besadahasta dejar su olor pegado a los poros.

    Y cierra los ojos, busca entre el tumulto de re-cuerdos sus das felices, que claro, no fueron aque-llos cuando plantada en su amplia ocina dabala cara a problemas que tuvo que ir entendiendoporque en el momento que le dijeron que se ibaa hacer cargo de esa tarea ella pens que estababien como una aceptable tercera o segunda, peroser la cabeza en un ramo corra ms rpido que susaos de universitaria, cuando acept noviar con ellder del movimiento estudiantil, o se cas despus

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    con ese joven de sonrisa triste, o se divorci pese alos consejos de su suegra, o de sus hermanos queahora, ya a lo lejos, le parecen extraos, como siapenas hubieran sido unos peones de un ajedrezdonde ella era la reina siempre sacricada al jaque,que olvidaba esos tiempos felices cuando l le

    sealaba el vuelo de las gaviotas, y se mecan alamparo de los barcos de guerra que custodiabanlas andanzas de su l, que serva de refugio a losdos tendidos en la cabina dispuesta, con sonrisassemiocultas por los marinos que la saludaban conrespeto no carente de miradas que ella aprendi a

    soslayar porque vala la pena, se dijo tantas veces,vale la pena estar cerca del poder porque sus aosde estudiante le ensearon que para hacer algohay que manejar el poder y ahora se queda en elsilencio de la tarde sin esperar que ese bien se alar-gue porque ya no es posible hacer nada, menos elbien, cuando l fue arrollado despus de que dejsus funciones y el nuevo jefe ocup su sitio, unsitio que pareca eterno, que el tiempo rasg paradejarlos carentes de ese vuelo de gaviotas en unpas ajeno, con un hombre que se deslava apenaspor el sol de la tarde ms dbil a cada momento yque hace perder el contorno de la gura de l querespira fatigado, esparce el olor de su pipa en unrevuelo de fatigas mientras ella sostiene la batallafrontal contra el calambre que se ensancha hastalos muslos y busca rebasar sus fronteras.

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    Sabe, siente, casi palpa el deseo de l para mo-verse, lo siente no slo por reconocer la respiracinsino porque la intuicin es el producto de la expe-riencia, le dijo al subir al avin rumbo a sudamrica.Ella, parte de la comitiva ya estaba dentro del aviny l solitario cruz los espacios del aeropuerto, con

    ese paso erguido, con ese despeinar de cabellosque le daba un toque de hroe del siglo pasado,as lo mir desde la ventanilla y despus recono-ci su manera peculiar de saludar a la bandera ycruzar el resto del terreno con las largas trancadashasta la escalerilla del Boing 727 y aunque ya ella

    no mir el resto pudo adivinar su llegada hasta elnal de la escalerilla y desde all arriba, pegado casial fuselaje del avin, levantar la mano derecha sinimportarle que el saco gris perla quedara un tantoarrugado por el movimiento de la mano. Entoncesella puso su cara al frente del aparato hasta verloentrar sonriente y dirigir su vista a ella sin importar-le el resto y caminar hacia la mujer que baj los ojosy sinti el aliento un tanto agrio untarle los odosy escuchar, sin saber el porqu y el sentido, esode la intuicin y la experiencia. Despus, aunquel no viaj a su lado todo el tiempo porque tuvoque atender asuntos plantados en la mesa frentea su butaca, ella saba por intuicin que l pensa-ba en las horas siguientes cuando en silencio, unrelativo silencio, entrara a su cuarto, cercano porlas instrucciones siempre recibidas de los ociales

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    de servicio, y le relatara, quitndose con lentitudla ropa, de lo que haba dicho tal o cual persona, opreguntando su opinin sobre las palabras de talo cual funcionario extranjero.

    No era igual cuando la esposa iba porque enton-ces el disimulo era cubierto de sonrisas y saludos

    fros, como si de verdad le importara a la esposaque escudada en los afeites daba rdenes parademostrar que mientras estuvieran casados nohabra nadie que le quitara el cetro y ella no intent,sabiendo en lo que poda meterse, disputar abier-tamente la supremaca aunque en la soledad de lacama, cuando l se quitaba la ropa y manejaba elcuerpo para lucirlo, ella tena por territorios vastoslos velmenes de las sbanas y l, como queriendoquitar dudas, deca que practicaba el ejercicio por-que era vergonzoso mostrar un cuerpo fofo a losojos de la mujer que se quiere, a la que se quiere,le dijo, no a la que se soporta.

    Y entonces no pudo ms, estir la pierna sabien-do que la intuicin le deca que con ese movimien-to l saldra de su abandono pero no fue as aunqueella exion el cuerpo, se incorpor; fue entoncescuando vio que el hombre nunca iba a abandonarla ventana, que la luz y ella misma ya no existan,como nadie, ni siquiera los recuerdos estaban enesa casa, lejos de todo un ruideral de seis aos.

    (Los territorios de la tarde , fue tomado de Los territorios de latarde , Joaqun Mortiz, 1988)

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    Rafael Ramrez Heredia Tampico, Tamaulipas, 1942-2006

    A lo largo de 40 aos, se dedic a cultivar un tipo de escri-tura que se preocupara por contar historias que tuvieranun peso equivalente al de la realidad, a crear personajes

    y entornos con elementos verosmiles, que evitaran losarticios o las tramas rebuscadas. Ramrez Heredia seautodeni como un ratero de imgenes: en la litera-tura, lo ms fuerte es el lenguaje, que hace sentir el olor,el sabor y el ruido del lugar del que se habla, arm esteviajero incansable que recorri casi todos los rincones del

    pas impartiendo talleres literarios, que utiliz como unode los elementos principales en su literatura el recursode la palabra oral para crear personajes, para rescatar ellenguaje de arrabales marginales y cntricos de la vidaurbana o la provincia.

    Autor de cerca de 45 libros, incursion en la novela, elcuento, la crnica, el reportaje y el periodismo. Merece-dor de ms de una veintena de premios literarios tantoen Mxico como en el extranjero. Traducido o publicadoen diferentes pases, fue tambin reconocido director detalleres literarios impartidos en innumerables ciudadesdel pas y en otros como Guatemala, Honduras, Colombia,Argentina, Chile, Espaa, por mencionar unos cuantos.Algunas de sus novelas o cuentos han sido llevados alcine. Con Del trpico, El Rayo Macoy y La Mara, inici unatriloga que aborda la sordidez del Mxico moderno, quecontina en 2006 con la aparicin de La esquina de los

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    ojos rojos, novela ambientada en los barrios bravos de laciudad de Mxico.

    Como tributo a su pasin por la Fiesta Brava en 2000se public el libro titulado Tauromagias, compilacin derecuerdos taurinos y crnicas. Para este escritor, habitantede distintas geografas, al toro, como a la literatura o la vida,

    slo hay una manera de hacerles frente: Frente al toroes donde me siento ms yo que nunca, antes de torearme estoy muriendo de miedo, pero ya adentro, cuandos que antes me mata el animal de un pitonazo a que yome haga a un lado, es entonces cuando me siento llenode vitalidad. La vida es como el toreo, estar dispuesto a la

    muerte y as entregarse a la vida.

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    Estn

    aventando gente

    Germn Dehesa

    I

    La realidad es, adems de inverosmil, molestsima.Yo llevo 45 aos tratando de evitarla, pero no haymanera. Terca, tenaz y emperrada me alcanza estyo donde est. Ah tienen, por ejemplo, el lunes26 de febrero; salvo el inusual y pelado fro quereinaba, esa era que es la realidad pareca dormi-tar en calma. El da lo consum en mis habitualesfaenas y ya hacia la noche, y faltndome todavauna junta de trabajo, me comuniqu a la humildecasa de ustedes nada ms porque soy decente ypara que se vea que estoy atento a lo que ocurreen el hogar. Lo que ni yo ni nadie poda preverera que en ese exacto momento se estuvieradesencadenando en mi hogar una tragedia que,segn un rpido anlisis, tiene elementos de Lastroyanas ,La Celestina,Romeo y Julieta y todo esto

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    en versin de Jos Alfredo Jimnez. La herona(to say the least ) se llama Lola (nombre pasional ysospechossimo) y trabaja, en calidad de auxiliardomstica, en la casa que est junto a la ma. Se-gn se desprende de las primeras averiguaciones,la arrebatada Lola tena hasta el momento una

    foja de servicios intachable: cumplida, ordenaday muy acomedida es lo que declara de ella supatrona. Todo esto fue as hasta el domingo 25,fecha en la cual la feroz Lola recibi la infaustanueva (el cochino chisme) de que un jovencitocon el que ella cultivaba una incipiente pero t-

    rrida pasin y con el cual ya haba tenido, comodira mi abuela, sus dares y sus tomares, le eraostensible y bellacamente inel con otra jovencitacuyo nombre no ha podido obtener este cronista.Pongamos que se llama Enedina. Saber esto y caeren el negro y profundo pozo de la melancola fuetodo uno para la hipersensible Lola. Las primerasluces del da lunes la sorprendieron ojerosa y encalidad de quelite hervido. Todava, en un lti-mo y heroico alarde de servicio, baj a servir eldesayuno, tender las camas, darle una alzaditaa la casa (todo esto fue tomado de la pintorescadeclaracin de la patrona) y preparar y servirla comida. Al trmino del refrigerio, y mientrasacumulaba los trastos en el fregadero, anuncisu decisin de retirarse a sus habitaciones y yano bajar a servir la cena (por rotura de sonaja me

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    retiro de la danza, como dira Sonia Amelio). Suenigmtica explicacin para tan extraa conductafue: es que me siento muy triste. Los patrones,que son ms bien poco inquisitivos, aceptarontal declaracin y se olvidaron del asunto. Lola no.Lola se trep a la azotea, se atrinchil en su cuarto

    y de su bur extrajo una novsima botella de Ba-card que procedi a ingerir entera con la calma,la atencin y la concentracin que un menesteras requiere. Entre vaso y vaso tarareaba aquellode que nos entierren juntos y en la misma tumba .Ya con la uva totalmente a su favor (en este caso

    la caa y la qumica) la ferocsima Lola decidihacer la prueba. No la del aejo, no la del viento,sino la de la resistencia del piso en directa colisincon su muy extrao cuerpo. Ejecutiva como es, lagran Lola se trep a la barda de la azotea. Desdeall se contemplan dos posibilidades: caer al patiocomn, que es de dursimo adoqun, o caer en el jardn de los Dehesa, cubierto por un no y cos-tossimo pasto ingls amorosamente cuidado porla Tatcher. Dejemos a Lola en el pretil. Si ustedesquieren saber dnde azot Lola y todo lo que deah sigui, no se pierdan el prximo captulo deesta desgarradora serie.

    Marzo 7, 1990

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    II

    Lola est en el pretil. Pasin y ron domstico. Sisu intencin era arrojarse contra el patio y que-dar ah estampada en calidad de calcomana devericacin, su fracaso fue absoluto. Ahora bien,

    si su intencin fue, desde un principio, caer en el jardn de los Dehesa con un extrao sonido comode aguayn cuando lo ablandan, su xito fuetotal. La pequea Carlos, que ya ha presenciadoaguaceros, granizadas y un eclipse parcial de luna,tuvo ahora oportunidad de ampliar su reperto-

    rio de experiencias viendo el nada majestuosovuelo de Lola, que surc los aires cual meteoritomazahua y se incrust toda ella unos veinte cen-tmetros en nuestro cuidadsimo csped. Todavahoy la pequea sigue mirando insistentementehacia los cielos en previsin de que, en cualquiermomento, caiga alguna de sus abuelas o su taMaruca. La pequesima vea a Lola incrustada enel pasto como bajorrelieve maya, volteaba haciaarriba y algo intua de que las cosas no estabanmarchando normalmente. No tuvo tiempo deelaborar ms. En tromba aparecieron Josena,Juana Ins y la Tatcher que esto me lo explicdespus providencialmente se le haba hechotarde (slo se le hace tarde 300 das hbiles alao). Josena quera llevarse a la pequea Carlospara que no viera el espectculo y para darle un

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    migajn que le recogiera la bilis. Juana Ins estabapetricada y, vctima del sndrome de Ferriz, nosaba si rer o llorar. La Tatcher se dispona a ha-blarle a la Cruz Roja y las cuatro fminas estabanrealmente descontroladas.

    La nica tranquila, con esa serena catatonia

    que slo las bebidas nacionales proporcionan, eraLola. Se levant no sin cierto tambaleo, apreciel horizonte no sin algn desconcierto y acto se-guido emprendi el camino escaleras arriba. Seva a tirar otra vez!, grit Josena, que siempre hatenido la oculta vocacin de Casandra. La Tatcher

    solt el telfono (y miren que se necesita), la p-ber reaccion de su marasmo, la pequea Carlospalmoteaba presintiendo el bis y todas corrandetrs de Lola en una maniobra que en el futbolamericano es conocida como tacleo pandilla.Mientras esto suceda en la casa 6, en la casa 4 elpatrn de Lola, el nico responsable ante dios,ante el estado y ante la sociedad civil del destinode Lola, estaba en su camita enfundado en unabata azul de seda que compr a plazos disponin-dose a ver en la tele El hombre del brazo de oro .

    Brazo de oro fue el que necesit la robustaTatcher para, ms o menos, reducir al orden a laenloquecida Lola, que se retorca como almejacon limn y gritaba lo mejor delhit parade delas leperadas nacionales. Lleg la Cruz Roja. La

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    Tatcher dej a Lola en manos de los ambulantesy se retir discretamente a darse una arregladi-ta. No era cosa de que los ambulantes la vierande cara lavada. El panorama cada vez era mssombro. Los ambulantes se negaban a llevarse aLola porque no tena ninguna herida. A destiempo

    coment que si la hubieran dejado tirarse otravez, ese impedimento hubiera sido superado. Lomalo es que yo no estaba ah y en mi ausencia(sin mi freno moral) la Tatcher discurre purasinsensateces.

    En vista de que los ambulantes no queran

    recibir la mercanca, la Tatcher no hall mejor so-lucin que acomodar a la frustrada suicida en unarecmara y que ah los ambulantes la amarraran ala cama, mientras Lola canturreaba vagarosamen-te las obras completas de Jos Alfredo y citabaprrafos enteros de Picarda mexicana . Los am-bulantes se retiraron. Treinta segundos despus,llegu yo. De las tremendas e inesperadas cosasque sucedieron a partir de mi llegada se enterarel paciente y avisado lector que lea el tercer y nalcaptulo de este drama domstico.

    Marzo 10, 1990

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    III

    Todava no termino de narrar la increble y tristehistoria de Lola la voladora y ya los parientes yvecinos, azuzados por la Tatcher, se han dedica-do a desautorizar mi versin. Que no, que no fue

    as; que no fue a esa hora; que s tomo Bacard,pero no alcanz a terminarse la botella. Minucias.Para efectos de la inteligibilidad de la crnica, loshechos, tal como los cuento, son esencialmenteverdaderos. Estbamos con Lola amarrada yvociferante en una recmara de la humilde casa

    de ustedes. Yo vengo llegando, la Tatcher esten la cocina preparando dos hectolitros de t detila, mis hijas parecen anuncio deBeetlejuice conlos pelos erizados y la mirada extraviada. Desdela parte superior se oyen unos aullidos terriblescomo de seora que acaba de leer el recibo delagua. Es Lola, la tengo amarrada en la recmarade ngel, comenta la Tatcher con esa serenidadque le envidiara el almirante Nelson. Instintiva-mente yo busco mi frasco de Frisium, que es unestupefaciente legal que mi cardilogo me harecetado para cuando me ponga muy locochn.Quiero tomarme una pastilla (o quizs un puito)y, acto seguido, comentarle a la canciller de hie-rro mi total desacuerdo con la conduccin quehasta ese momento se le ha dado al affaire Lola.De nada me da tiempo. En el umbral de mi casa

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    se ha materializado el doctor Evadyne, afamadoneurlogo que haba sido convocado telefnica-mente por la Tatcher. Dentro de la mejor tradicinmdica mexicana, el doctor Evadyne lo primeroque hace es regaarnos: todo lo hemos hecho mal(yo acababa de llegar); se trata de un caso extremo

    de angustia y, en esos casos, lo menos indicado esamarrar al paciente. Yo por m pens tambinamarraba al doctor Evadyne, pero no dije nada. liba a hacerse cargo de la situacin. Profesional yresuelto subi la escalera seguido por la familia ypor un representante ocioso de cada una de las

    familias que pueblan esta unidad habitacional. Enmi libro de Historia sagrada recuerdo que habauna ilustracin titulada: Daniel entrando a lacueva de los leones. Hagan de cuenta. El doctorEvadyne se enfrent a Lola y, poco a poco, losgritos fueron cediendo hasta llegar al punto enel que slo se oa la voz del doctor Evadyne, queera como la de esos seores que hipnotizan tigresen los centros nocturnos. Despus, el silencio.Con gran majestad, el doctor Evadyne abandonel cuarto y mir a la boquiabierta multitud. Yaest dijo con su voz de mago, ya la desamarry se qued dormida; maana va a despertarsintindose muy mal. Yo quera gritar to-re-ro! yconcederle una oreja de Lola, pero prefer callar.En silencio bajamos la escalera y en silencio ledimos nuestro emocionado y agradecido adis al

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    doctor Evadyne. Treinta segundos despus se oyel horrsono alarido de Lola: ah te vamos hechosla mocha escaleras arriba. Cuando llegamos, Lolaya se haba trepado otra vez al pretil (alfizar serala palabra) de la ventana. Apenas alcanzamosa pepenarla. Comenz un forcejeo horrible: yo

    jalaba a Lola, la Tatcher me jalaba a m al gritode t no, mi rey, a ti te va a dar algo. Yo no soytu rey, esto es una repblica, alcanc a decir enel momento mismo en que sent que Lola se meiba a zafar. Ese fue el instante de la gran decisin.Yo nunca le haba pegado a una mujer (y no por

    falta de ganas, sino por tara educativa). No creoque ni siquiera Julio Csar Chvez logre superaresa combinacin de gancho de izquierda y rectode derecha con el que envi a la lona a la terribleLola. Ah qued, hecha una seda y lista para serentregada a su legtimo patrn, cosa que hice deinmediato. Hace unos das vino Lola por su ropay traa un pmulo tipo volcn. Dice que recuerdaque alguien la golpe, pero no se acuerda quin.Yo ya le hice jurar a Josena que ese secreto noslo llevaremos a la tumba.

    Marzo 14, 1990

    (Estan aventando gente , fue tomado de La familia y otrasdemoliciones , Planeta, Mxico, 2002)

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    Germn DehesaCiudad de Mxico, 1944.

    Destacado periodista, escritor y promotor cultural.Ingeniero qumico por profesin y escritor por voca-cin, Dehesa reconoce: No opto ni por literatura ni

    por la vida sino trato de ir y venir de la literatura a lavida, de hacerme mejor lector en la medida en quevivo mejor y vivo ms, y de hacerme mejor vividor enla medida en que la lectura ilumina mi vida. Lejos detodo encasillamiento, ha incursionado con xito enmuy diversas actividades literarias, es autor de obras

    de cuento, ensayo y novela; como dramaturgo esautor y director de ms de 50 espectculos teatrales yde revista, tiene varias obras publicadas y ms de 25inditas, todas representadas, llegando a participar lmismo como actor en muchas de ellas. Maestro conms de 25 aos de experiencia docente en la UNAM yprofesor invitado en la Universidad de Texas. En 1998,la Asamblea Legislativa del Distrito Federal le otorg ElPremio Anual de Periodismo Parlamentario, en la cate-gora de Mejor comentario editorial. Ha desempeado,adems, mltiples actividades en la radio y televisinmexicana, desde la creacin de guiones hasta la con-duccin; y de un trabajo periodstico ingenioso, crticoy humorstico. Por ello, su columna Gaceta del ngel,publicada en ms de 300 peridicos en Mxico y elextranjero es hoy por hoy una de las ms ledas.

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