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ISBN 978-958-99726-5-6 Para todo lo que quieres vivir... Experiencias turísticas únicas Sierra La Macarena y Caño Cristales

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Para todo lo que quieres vivir...

Experiencias turísticas únicas

Sierra La Macarenay Caño Cristales

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Buscando una nueva aventura escuchamos ha-blar acerca de un caudal de cinco colores, donde el Sol ilumina las aguas convirtiéndolas en cristales y en el que navegaron pueblos ancestrales que se guiaban por las estrellas y conocían los secretos medicinales de las plantas.

Descubrimos así ese lugar que tiene la aparien-cia de ser de otro planeta y donde el arcoíris parece abandonar el cielo y sumergirse en la corriente pa-ra pintar con suaves matices las cabelleras de unas ninfas con formas de plantas acuáticas.

En esa región quedamos cautivados por las historias de valerosos hombres y mujeres que hicieron de su pueblo un sitio de paz gracias a su música, sus cantos y bailes, y donde turis-tas de diferentes lugares del país y el exterior se sienten como en casa y hasta lloran por la

emoción que les causa ver aquellos paisajes indescriptibles.

En ese lugar, la Sierra de La Macarena ò y Ca-ño Cristales, situado al sur del departamento del Meta, a tan solo 50 minutos en avión de Bogotá, vivimos una experiencia inolvidable acompañados de Uber, guía profesional del lugar, y Jairo, funcio-nario de Cormacarena, una entidad que, junto con Parques Nacionales Naturales, promueven la con-servación de esos ecosistemas.

Durante varios días comprobamos lo que el caminante y reconocido fotógrafo de naturaleza Andrés Hurtado denominó “el lugar que se escapó del paraíso”: con sus ríos de sueños, sus formacio-nes rocosas milenarias, sus aves prehistóricas, sus peces gigantes, y sobre todo, su gente que respira paz por todos los poros.

La octava maravilla

“A través de este poema señores vengo a contarlesQue La Macarena ocupa hoy los primeros lugares (…) Porque es aquí donde se encuentran los más hermosos

paisajesEs la octava maravilla, sin temor a equivocarme (…)”.

“Encantos naturales”, tonada llanera de Jaime Soler Barreto, e interpretada por José Valencia “El Guate Llanero”.

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Del aeropuerto nos dirigimos al muelle Inderena, donde tomamos una lancha arte-sanal elaborada en cedro chuapo, un árbol que alcanza los 35 metros de altura. Nave-gamos las aguas del río Guayabero ù, que más adelante se convierte en el río Guaviare. Su nombre recuerda la tribu indígena de los guayaberos, o jiw.

En el recorrido, de 15 minutos, río arriba, contra la corriente, vimos, entre otras especies de plantas, ceibas, cacaos, cedros amargos y machos; también divisamos algunos guamos, un tipo de árbol cuyas raíces profundas evitan la erosión de las orillas de este caudal; además, sus ramas son el hogar de increíbles especies de reptiles escamosos, como las iguanas, y de aves, como las chenchenas o pavas.

Con asombro observamos varias especies de aves que parecen salidas de un cuento de ciencia ficción: alcanzan los 68 centímetros de altura, llevan una cresta en plumas, en forma de abanico, que las identifica, son bas-tante ruidosas y se consideran prehistóricas debido a que aún conservan en sus alas unas pequeñas garras parecidas a las encontradas en fósiles de aves que vivieron hace 145 mi-llones de años. Su mecanismo de defensa en los primeros días de vida es arrojarse al agua. El sistema digestivo es bastante peculiar y diferente de otros pájaros y, al igual que los rumiantes, utilizan la fermentación bacteria-na para descomponer las hojas que comen.

Minutos más tarde vislumbramos un pe-queño grupo de golondrinas que revolotea-ban en círculos y se les conoce como ‘Azul Blancas’, por su plumaje de color índigo y el pecho blanco. El río nos regaló la vista de una pareja de tortugas de la especie terecay, pequeñas y de color marrón, que tomaban el sol en una rama caída en la orilla.

Así arribamos al puerto de Los Mangos, como le han llamado los lugareños a un sitio de la vereda La Cachivera, donde abordamos un campero que nos condujo por un sende-ro de aproximadamente 9 kilómetros. A lado y lado se levantaban los morichales, que al-canzan una altura de 10 metros y son refugio para aves y fuentes de agua e inspiración de músicos y poetas llaneros.

Al final de ese trayecto nos encontramos con una pareja de jóvenes holandeses, quie-nes como nosotros visitaban por primera vez este lugar; nos contaron sobre sus expectati-vas y acerca de las fotografías que ya habían visto, tomadas por sus amigos europeos en viajes previos. Los invitamos a continuar jun-tos esta exploración.

Macarenias: ninfas de las aguas

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Caminamos durante 25 minutos y recorri-mos cerca de 2 kilómetros bajo un sol radiante, lo que para nuestros guías era como asistir a un inolvidable espectáculo de magia natural.

Cada paso que dábamos nos invitaba a escu-char las aguas tranquilas que corrían con suavi-dad, lo que preparó nuestras emociones para lo que venía; nuestra primera parada sería la que se conoce como la Piscina del Turista ä.

Nos acercamos rápidamente para contem-plar cuanto antes un majestuoso escenario único en Colombia, un elíxir para los senti-dos. De repente, a lo lejos vimos un caudal que deslumbraba como si el preciado líqui-do que llevaba contuviera cuarzos y piedras

preciosas que brillaban con el resplandor del sol. Y debajo de las transparentes aguas unos seres maravillosos se movían a un mismo rit-mo, al compás del agua, parecían diosas que entonaban los cánticos de la madre Tierra y que adornaban con sus “hermosas cabelle-ras”, que van desde el magenta oscuro hasta el verde oliva.

Era Caño Cristales, el río más bello del mundo. Nos sentíamos como en un sueño paradisia-

co, en un paisaje de otro mundo. Pasamos va-rios minutos en una especie de estado de levi-tación. Poco a poco comenzamos a apreciar los detalles: allí estaban los artífices de esta magia: unas plantas acuáticas que se multiplican en el

verano, crecen en el invierno y se alimentan de los nutrientes minerales que tiene la roca, los cuales han sido lavados por el agua.

Fueron bautizadas en 1949 por el biólogo Jesús Idrobo como Macarenias Clavígeras. Crecen adheridas a la roca y son responsa-bles del majestuoso colorido de Caño Cris-tales. Estas son una frágil especie endémica, que arroja sus semillas durante los últimos meses del año y durante el invierno crece y muestra distintas tonalidades del verde, lue-go se nutre con los rayos del sol y adquiere fantásticas coloraciones magenta.

Es, sin duda, una experiencia estética que cala profundamente en el alma.

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Paz es el sentimiento que produce el paisaje de La Macarena. Lo cual se respira en el trato con su gente, en la forma en que viven sus tra-diciones. Ellos nos entregan con generosidad su cultura ancestral y este magnífico ecosistema que alberga sus tierras y que purifica el alma cuando nos sumergimos en él: Caño Cristales.

A medida que avanzábamos por entre los senderos, seres curiosos continuaban ha-ciendo de este lugar una maravilla; hormigas llevaban a cuestas pequeños trozos de hojas hacia sus refugios; montículos de termitas se-mejaban gigantescas metrópolis; los líquenes (una simbiosis entre alga y hongo) aferrados a los árboles y a las rocas nos revelaban que este lugar alberga aire puro, alejado de la con-taminación que caracteriza las zonas urbanas; orquídeas, bromelias, el cabello de ángel y, adicionalmente, a las Vellousseas, una especie

Caminando en otro planetaendémica de La Macarena; estas son plantas litófitas y pirófitas, es decir que se aferran a la roca para sobrevivir y han desarrollado un me-canismo de defensa contra el fuego, en el que aparentan estar quemadas y ponen su tallo de color negro; además, su flor blanca con pistilo amarillo, que a lo lejos aparenta ser un copo de algodón, atrae a numerosas clases de insectos con su encantador aroma.

Era como caminar en otro planeta, en un mundo de los sueños donde la naturaleza nos mostró un sitio conocido como Los Ochos ë, donde durante siglos grandes crecientes de agua, en forma de remolinos, tallaron la roca y crearon profundos agujeros que se conocen como marmitas de gigante, se conectan en el fondo y dan salida al agua, dirigiéndola hacia una siguiente estación llamada el Coliseo Ro-mano, un pozo poco profundo cubierto por

Macarenias clavígeras. Pusimos las manos en uno de los agujeros que no tenían agua, para poder sentir la textura de la roca y comproba-mos que era suave al tacto, fue esculpida de una manera prodigiosa, “con la experiencia de un artista celestial”.

El cauce seguía su curso hacia una siguien-te parada, la piscina Carol Cristal ö, donde es posible nadar en aguas cristalinas, debido a que en algunas secciones no crecen las plan-tas acuáticas, ya que, como nos contaron los guías, el contacto con el cuerpo humano pue-de, incluso, matarlas lentamente. De esa mane-ra nos sumergimos durante algunos minutos y tomamos este momento como una terapia para nuestro organismo, mejor que cualquier sala de relajación. Pensamos en lo que hasta ahora habíamos conocido y agradecimos a la madre Tierra por ese fabuloso regalo.

Minutos más tarde nos deleitamos con un rico almuerzo que los lugareños llaman fiam-bre, compuesto por cachama, plátano y arroz, servido sobre hojas de bijao. Esta experiencia no podía ser más satisfactoria, pensamos…

En seguida continuamos nuestra aventura, es-ta vez observamos la división del brazo derecho y el brazo medio de Caño Cristales, ahora fantásti-cas caídas de agua esperaban por nosotros.

La primera que vimos la llaman Cascada de los Cuarzos ü, la más alta que tiene Caño Cristales, con 8 metros. Nos dejamos envol-ver con el sonido placentero de la caída del agua, el vapor que se generaba en el lugar y las rocas forradas con un traje verde elabora-do en musgo, incluso recorrimos el lugar y, en zonas distintas a la cascada, descendían pe-queñas gotas de agua que notamos mirando hacia al cielo, y que dejamos que nos cayeran en la cabeza para refrescarnos.

Luego, en el camino, encontramos las cas-cadas conocidas como Los Pianos Å, son tres, una más arriba de la otra, lo cual las hace parecer tres teclados diferentes de este ins-trumento musical, una sinfonía natural en la Sierra de La Macarena. También conocimos la cascada de la Virgen î, reconocida así porque su forma semeja el manto de la virgen María.

Más allá continuamos por el camino del ‘pa-so del mojado’, allí el agua es muy tranquila, las macarenias muestran diferentes tonalidades del magenta y del verde; además, la arenilla que está en el fondo del caño es iluminada por el brillo del sol, que hace de este lugar una resplande-ciente poceta que genera la sensación de haber sido construida en oro macizo por creadores mí-ticos. Nuestro corazón saltaba de gozo.

Gracias a la información de nuestros guías supimos que la serranía pertenece al sistema montañoso del escudo guyanés, una de las for-maciones geológicas más antiguas, la cual pose el 25 por ciento de los bosques tropicales del mundo, y que dio origen a unas mesetas eleva-das y aisladas de la geografía orinocense, cono-cidas como tepuyes. Es así como las formacio-nes rocosas de Caño Cristales pueden llegar a tener la edad de 1.200 millones de años.

A la sombra de un viejo árbol presenciamos el atardecer llanero, antes de irnos a descansar. Mientras el Sol se escondía por entre las nubes, coloreándolas de naranja, rojo y amarillo, un grupo de guacamayas carisecas, loros reales, un ave rapaz conocida como el ‘caracara moñudo’ y los sinsontes, que imitan los sonidos de otros pájaros, cerraron este inolvidable día que vivi-mos en un ‘lugar escapado del paraíso’...

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Muy temprano en la mañana nos preparamos para continuar con nuestra exploración, esta vez viajamos hacia la ‘zona verde’ de Caño Cristales, llamada Los Pailones y Los Estrechos Ø, donde solo crecen Macarenias clavígeras en tonalida-des verdes. Salimos en busca de ‘Caño Cristali-tos’, un caño de aguas cristalinas más peque-ño y cercano al casco urbano del municipio de La Macarena.

El clima no parecía estar de nuestro lado, ha-bía llovido durante la noche y las nubes grises acompañaban nuestro sendero; pero sin titubear, y con la aprobación de nuestros guías, insistimos en continuar la aventura. Caminamos, nueva-mente, hacia el muelle Inderena y allí nos subi-mos a una canoa impulsada por motor, que nos llevó 15 minutos río arriba.

El Guayabero es un río lleno de sorpresas, 5 minutos después de haber abordado la peque-ña embarcación, en un gigantesco tronco de un árbol, dos parejas de tucanes o pichis ban-dirojos aprovechaban los agujeros elaborados

por los pájaros carpinteros para instalar allí su nido. Estas curiosas aves tenían características diferentes a los tucanes que habíamos vis-to en otros sitios de Colombia. Suelen medir aproximadamente 45 centímetros de altura, su plumaje es negro en las alas, pero su pecho es amarillo con una banda roja horizontal, la región auricular es azul y, además, su pico alar-gado lleva unas manchas negras que tienen la apariencia de filosos dientes.

Cautivados por estas aves continuamos el trayecto, y más adelante un pequeño carde-nal pantanero, varios azulejos, un grupo de arrendajos ‘culiamarillos’ y las oropéndolas, que elaboran sus nidos en forma de mochila, se unieron a un espectáculo original llanero. Incluso, una familia de monos aulladores ro-jos, considerados como de los más grandes de América (entre 56 y 98 centímetros de al-to, exceptuando su cola) se balanceaban en-tre las copas de un árbol de caucho; pudimos ver la forma en la que la hembra llevaba a su

cría sobre el lomo y cómo pasaban de árbol en árbol utilizando su cola. Fue un mosaico inolvidable de la vida salvaje.

Al llegar a Los Mangos caminamos tres kiló-metros, durante 40 minutos. Pasamos por una finca ganadera y tomamos más arriba un camino en medio de imponentes árboles, donde habitan garcitas rayadas, gavilanes camineros, y, en las praderas, los tinamúes, o gallinas de monte, los cuales no pudimos ver pero sí escuchamos sus cantos. Después, más arriba, sobre algunas rocas crecía un ‘jardín’ de Vellousseas, que nos recibie-ron antes de recorrer los estrechos de Caño Cris-tales, donde el caudal se reduce a unos pocos me-tros y las plantas acuáticas permanecen con una coloración verde debido a que los árboles prima-rios que circundan el sitio impiden que la luz del sol caiga sobre las Macarenias de forma directa.

A pocos metros está el área conocida co-mo ‘Los Pailones’, una serie de pozos profun-dos en los que el pez Yamú viene a desovar en una época del año. Nos fuimos con esta

‘segunda cara’ de Caño Cristales, e implora-mos que el Sol nos acompañara de nuevo.

Volvimos a Los Mangos y nos embarca-mos 5 minutos más río arriba hasta una fin-ca conocida como ‘La Mojarra’, caminamos durante otros 40 minutos y, mientras nos íbamos acercando, las nubes se abrieron de una forma sorprendente para permitir el paso de los primeros rayos del Sol de esa mañana, los cuales iluminaron el sendero hacia Caño Cristalitos, para luego regalarnos un hermo-so paisaje rodeado de majestuosa vegetación protagonizada por morichales; al mismo tiempo las aguas estaban cubiertas por Ma-carenias de color magenta oscuro, esta vez en un pequeño caño cristalino, dotado de cortas caídas de agua, reducidas marmitas de gigan-te, no más profundas de los 60 centímetros, y algunas pocetas ‘de oro’ resplandeciente: el encanto de Caño Cristales reducido a una corta representación del Edén en la Tierra…

El Caño Cristalitos

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El mirador sobre el GuayaberoAl día siguiente, a las 4:30 a.m., ya está-

bamos listos para dirigir nuestro recorrido, durante 25 minutos, por la vía que conduce hacia San Vicente del Caguán, y después hacer un desvío por la ruta a Caño Piedra. Disfrutamos el amanecer en un sitio co-nocido como las Dunas de los Conejos Æ, formaciones de montículos, en medio de la planicie, que se le conocen como bancos de sabana donde solía haber esta clase de roedores. Este es un sector privilegiado, desde donde se alcanza a ver una serie de morichales, los cuales dan vida a uno de los caños más importantes para la producción de agua potable para el acueducto del muni-cipio de La Macarena: caño Nevera.

Advertimos cómo el astro Sol ‘encendió’ el cielo, puso los colores del fuego sobre el horizonte, mientras algunas aves que vola-ban se veían aún ensombrecidas; luego, los primeros rayos se asomaron por entre la bruma y empezaron a calentar la mañana, era el clima perfecto para continuar nuestra aventura hacia caño Piedra 11 .

Muy cerca del casco urbano del muni-cipio de La Macarena hallamos el sitio, un

“Pero cuando el día comienza, con el rocío mañanero/ Se ven garzas en bandada, luciendo en su raudo vuelo/ Buscando donde son sus lugares, que son sus pescaderos/ (…) Ahora me queda invitarlos a un atardecer llanero/ Paseando en Caño Cristales y divisando sus cerros/ Viendo cómo una tarde más se muere en el Guayabero/ Con el Sol entre rojizo, llamado Sol venadero/”.Poema que se entona en los parrandos llaneros.

riachuelo incrustado en la vegetación de la serranía, cuyas aguas ‘bañan a las Macare-nias’. Allí advertimos, también, que en pe-queñas pocetas cercanas unos diminutos pe-ces nadaban, a lo que Jairo y Uber nos con-taron que el agua de este lugar es aún más cristalina que la de Caño Cristales. Esta área comprende plantas acuáticas de diferentes tonalidades, es ‘un tapete multicolor’ del que los llaneros disfrutan los fines de semana y que se ha convertido en un balneario para los nativos de esta zona del país, quienes se deleitan con la frescura del agua.

De regreso en el pueblo almorzamos una deliciosa carne a la llanera, acompaña-da por papa, yuca y aguacate, para así reu-nir energías y continuar el viaje hacia dos sitios llenos de sorpresas: la zona en la que se encuentran el río Guayabero y el río Lo-sada, donde observaríamos a los delfines, y luego retomaríamos el camino a favor de la corriente hacia El Mirador.

De esa forma, nuevamente nos embarca-mos en la ruta del río Guayabero, las chenche-nas o pavas nos acompañaban en el trayecto con sus cantos estruendosos, al tiempo que

vimos una bella garza del sol, un ave magní-fica de 48 centímetros de altura, pico anaran-jado y plumaje castaño, que nos impresionó justo cuando empezó a volar porque llevaba en sus alas el rojo sol del llano.

Navegamos durante media hora en el Guayabero, contra la corriente; nos detuvi-mos en la unión de los dos caudales para comprender las diferencias de cada uno; el Guayabero, por ejemplo, es más oscuro por la cantidad de sedimentos que arrastra, y, después, nos adentramos en las bocas del río Losada, en cuyas aguas más tranquilas espe-ramos pacientes a que los delfines hicieran su aparición. Así, finalmente, presenciamos el juguetear en el agua de dos toninas (delfi-nes) que se acercaron a tan solo 4 metros de la embarcación, lo que nos causó gran ale-gría. En cuestión de segundos pudimos ver sus aletas dorsales en forma triangular; eran de color gris oscuro en el dorso y rosado en el vientre. Luego los vimos alejarse, así que retomamos el trayecto hacia El Mirador.

Después de 15 minutos de trayecto llega-mos a un lugar conocido como la Cascada del Mirador 12 , descendimos de la embarcación y

observamos el salto, que tiene unos 45 metros de altura, aproximadamente; una caída que se alimenta de las lluvias que se generan du-rante el invierno, lo que hace que se seque en su totalidad durante el tiempo de verano. Su belleza era tan solo una idea de lo que estaría-mos por observar metros más arriba; así que caminamos kilómetro y medio en pendiente hasta llegar a la cima de la meseta.

El camino era pedregoso y empinado, mien-tras ascendimos observamos las placas de la roca que parecían estar formadas una arriba de la otra. Encontramos por el camino a las magní-ficas Vellousseas, que nos llenaban de vitalidad para continuar a pesar del esfuerzo físico. Luego de 50 minutos aproximadamente avistamos un maravilloso panorama llanero. No hacía falta te-ner un avión y volar muy alto para darse cuenta de la hermosa naturaleza que compone esta zona de la serranía de La Macarena. Al sur, las sabanas del Yari, un territorio aproximado de 364 mil hec-táreas; hacia el occidente la serranía de La Maca-rena, y surcando la perspectiva el río Guayabero, que limita la zona de producción con la zona de conservación. Una vista de 360 grados que ena-mora e inunda de paz el alma.

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Pescando historias

“Que fue una noche sin Luna, inviernos del mes de mayo/ (…) se escuchaba en los murmullos, quejidos, y un llanto largo venía trayendo en las manos el ánima de un condenado./ El cuento que les relato ya muchos lo han escuchado y veneran al llanero que desafió al condenado./ (…) Llaneros de los contornos pocos llegaban al hato donde habita hoy la leyenda del caporal y el espanto/. ‘El caporal y el espanto’, del periodista, actor y locutor de radio Juan Harvey Caicedo. Correría ‘Tributo al llano’.

Bajamos del mirador y volvimos a las aguas del río Guayabero hacia una zona donde po-dríamos practicar la pesca deportiva en com-pañía de Henry, un hombre maduro que ha entregado su vida a convertir La Macarena en uno de los mejores destinos turísticos del país.

Se trata de utilizar una caña de pescar y un anzuelo especial y artificial para atraer a los peces, subirlos a la canoa, medirlos, pesarlos y regresarlos al agua, sin hacerles daño.

Después de que aprendimos la técnica, la competencia se inició entre Filiberto, el re-portero gráfico, y yo, y el reto era atrapar el pez más grande. Arrojamos las carnadas, que imitan pequeños peces de colores, y luego recogimos, con los carretes, el hilo nylon pa-ra hacer que los anzuelos simularan el movi-miento. Después de una tranquila espera sentí el jalonazo de un pez que se aproximaba, así que todos me ayudaron a mantener la caña con fuerza: se trataba de un Yamú que resultó medir 40 centímetros.

Muy rápido tomamos las fotografías pa-ra recordar este episodio, lo arrojamos al río nuevamente, y lo vimos alejarse. A los pocos minutos ocurrió lo mismo con el an-zuelo de Filiberto, quien atrapó a una palla-ra de 80 centímetros de largo; así, él había sido el ganador de nuestra prueba. Fue, sin

duda, una hazaña de dos inexpertos que jamás olvidaremos.

Después de las risas y las anécdotas de esta vivencia recreativa escuchamos, de parte de Henry, una serie de historias que hicieron este viaje algo más que una simple jornada de pes-ca. Conocimos la historia triste de la comuni-dad indígena Tinigua de la cual solo sobrevive Sixto Muñoz, conocido como ‘el último de los tiniguas’, y que se convirtió en un símbolo del renacimiento del pueblo de La Macarena que ve en el turismo una forma de afianzar la paz y la convivencia en su territorio.

Conocimos también la historia de los indí-genas guayaberos, o jiw, que se encuentran en algunas zonas de los departamentos de Meta y Putumayo, a lo largo del río Guaviare. Cerca de 600 personas hacen parte de esta comuni-dad, que habla la lengua ‘mitua’, conserva el conocimiento ancestral, un patrimonio hu-mano, entre muchas otras culturas, que aún tiene Colombia.

El atardecer pintaba el cielo con maravillo-sas tonalidades, a la vez que el Sol empezaba a ocultarse para dejar que algunas estrellas hicie-ran su aparición en el horizonte. Bajamos de la canoa y al tiempo que la amarrábamos a una es-taca, a orillas del Guayabero, un anciano llanero nos invitó a su casa para charlar con nosotros.

En su patio, frente a una fogata, escucha-mos las historias de este imaginativo pueblo que parecían surgir de las llamas. Nos dijo, por ejemplo, que algunas veces en la noche, cuan-do los caminantes se han perdido de su reco-rrido, o en los silenciosos bancos de sabana, se puede observar una gran llamarada de la que cualquiera pensaría que es un incendio que se está originando en la lejanía; no obstante, de forma sorpresiva se ve cómo esta se convierte en una esfera luminosa que empieza a crecer desmesuradamente y que luego avanza a gran velocidad hacia quienes la miran. Se dice que es el alma en pena de un tirano a quien el des-tino obligó a convertirse en un temible ser; incluso el anciano describió que de sus ojos y boca salen gigantes relámpagos de fuego. Nosotros no podíamos pronunciar palabra. En silencio escuchábamos.

En seguida, de forma inesperada, oímos un silbido, parecía ser la melodía de un ave hasta que el anciano nos dijo que ese podría ser el grito del Silbón, un hombre alto, desgarbado, de grandes manos y pies que deambula pro-duciendo el sonido de la escala musical. Su relato nos transportó en el tiempo; contó que muy joven, pescando en el Guayabero con su hermano, percibió un silbido que parecía originarse en tierra, entre los árboles, y como

él no conocía aún la historia decidió simularlo; cuál sería su sorpresa cuando al terminar de hacerlo, a los pocos segundos, volvió a escu-charlo, esta vez a dos metros de distancia de la embarcación, como si el eco se produjera entre las aguas. Esto sucedió durante varios minutos, hasta que él y su hermano sintieron que era sobre su canoa de donde provenía el extraño ruido, por lo que, temerosos, decidie-ron abandonar las aguas y volver al pueblo para dejar al Silbón tranquilo entonando su tonada de lamento y, como él nos contó, nunca más volver a invocarlo.

La noche finalizó con un cuento legendario que muestra la gallardía del hombre de esta región, se dice que en una noche de invierno, en plena lluvia de mayo, un hombre se atrevió a desafiar un espanto, a un condenado cuya “risotada acobarda hasta al más guapo”, cuen-tan que el hombre lo retó y luego peleó con él y que después de la tempestad, al amanecer, cuando despertó el llanero con el rocío de la mañana, sintió una “brisa que disolvía el olor a azufre quemado”, mostrándole que él ya no volvería a ver jamás el alma del condenado “porque la valentía de un llanero al mal había derrotado”.

Con estas historias que nos revolvían antiguos temores infantiles, nos retiramos a dormir.

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En un parrando llanero brilla la pazEl tiempo de la aventura se estaba acabando.

Los muchos amigos que hicimos en La Macare-na nos prepararon una fiesta de despedida en la noche: un parrando llanero. Para la ocasión nos invitaron a compartir con ellos los preparativos, comenzando por la comida típica de la región, conocida con el nombre de ‘mamona’.

Así llegamos a un patio donde el cocinero encendía la hoguera para preparar el banquete, así que nos acercamos para aprender la forma en la que lo hacía. Nos dijo que el primer paso consistía en alistar la hoguera, de la cual es im-portante que contenga más brasas que fuego, para que, de esa forma, la carne no se queme sino que se cocine perfectamente. Luego trajo varias presas enteras de una ternera que había cumpli-do un año de edad y aprendimos a diferenciarlas por sus nombres, como la raya, las costillas, la garza, los pechos y los lomos. Nos explicó que a las mismas no se les hace ningún tipo de corte hasta que están cocidas. Posteriormente, juntos las sazonamos con sal y bañándolas en cerveza, la cual ayuda a conservar mejor los jugos de la carne. Después las acomodamos en unas barras delgadas de madera y las amarramos en la parte superior. El secreto, nos reveló, es no avivar el fuego sino dejar que durante 6 horas, aproxima-damente, se ase la mamona, volteándola de vez en cuando para que quede en su punto.

Agradecimos al experto chef por sus cono-cimientos y nos fuimos a almorzar, mientras la mamona quedada lista para el parrando llanero.

El restaurante nos preparó ese día un delicio-so platillo conocido como ‘amarillo a la monse-

ñor’, compuesto por un bagre amarillo en salsa, acompañado de arroz y ensalada. Compartimos manteles con 7 mujeres mayores de edad que habían llegado desde Medellín para conocer Caño Cristales. Nos sorprendió su curiosidad por lo que nosotros ya habíamos explorado, su sagacidad para descubrir los bellos paisajes de Colombia y el espíritu aventurero de todas ellas que, sin importar su avanzada edad, les daba las energías suficientes para realizar cualquier tipo de caminata y de esfuerzo físico. Eran unas triun-fadoras de la vida y las compañeras perfectas para bailar joropo.

Fuimos a buscar nuestros atuendos para la fiesta de despedida. Fili con su liqui-liqui, tuco (pantalón) y sombrero negro, el ropaje tradicio-nal y formal de los hombres llaneros; y yo, por otro lado, vestía un traje estampado con flores, cuello bandeja adornado de arandelas, cotizas y un peinado elaborado con flores naturales. Así que nos dirigimos hacia el lugar donde habían sido invitados otros turistas provenientes de Ho-landa (volvimos a encontrarnos los ocasionales compañeros de aventura), Bélgica, Estados Uni-dos, Argentina y Alemania.

Sin importar las barreras culturales e idiomá-ticas todos disfrutamos el parrando mezclados con la comunidad, siguiendo los ritmos que en-tonaba un conjunto llanero con canciones llenas de vivencias y amor por la tierra, y con largos poemas que nos hicieron sentir nostalgia y tam-bién reír a carcajadas.

Al fin fue servida la mamona, acompañada por papa, plátano y aguacate. Nos sentíamos

orgullosos de haber ayudado a prepararla. Después de una placentera cena, varios gru-

pos de niños vestidos como nosotros iniciaron el baile, acompañados por las notas de un arpa de 32 cuerdas, las maracas o capachos, y una peque-ña guitarra con cuatro cuerdas llamada, por estar razón, ‘cuatro’. Los niños y niñas ‘adoptaron’ a los turistas y nos dieron un curso acelerado del baile llanero que representa la conquista del llano, su trabajo en los trapiches y con el buey, además del uso de la cuerda para enlazar el ganado.

Aprendimos que mientras el hombre hace el ‘galopeo’, la mujer hace el ‘escobillado’, y fue de esa manera como danzamos en compañía de esos pequeños y hábiles niños; fue, sin duda, una noche que dejó ver el embrujo de estas tierras y la personalidad de su gente, de estos incansa-bles llaneros trabajadores y comprometidos con llevar una vida en paz, felices con su cultura y su maravilloso entorno ambiental.

En los parrandos el llanero canta alegre y muy fuerte para enfrentar el desafío de cada día y de su trabajo de rutina, pero también lo hace suave-mente cuando enamora a una mujer o admira el rojizo atardecer.

Al final, hombres y mujeres de esta zo-na, pertenecientes a una región de un alto potencial turístico, nos dieron un fabuloso mensaje: su compromiso con la paz. Una apuesta que renuevan todos los días por me-dio de la conservación del medio ambiente, con la reconciliación, el intercambio cultural y la participación comunitaria.

Este esfuerzo ya ha dado sus primeros frutos.

Henry, por ejemplo, nos contó cómo en los últi-mos 8 años, se formaron en el municipio de La Macarena cerca de 300 guías, que tienen la deli-cada misión de contar los secretos de la naturaleza por estos ‘mágicos corredores’ a casi 4.450 turistas, que los han visitado cada año, entre extranjeros y nacionales (una cifra que en el 2006 llegaba solo a los 600 y que este año esperan alcance los 8.000).

Tal es su convicción que firmaron hace poco, en una rueda de negocios organizada por el Vi-ceministerio de Turismo con asistencia de 23 em-presarios de todo el país, su adhesión a la Declara-ción de Bogotá ‘Turismo y Paz’ de la Organización Mundial del Turismo, donde se comprometieron a seguir construyendo una cultura de paz. En ese importante documento solicitaron al Gobierno Nacional que se declare La Macarena como región piloto de la iniciativa de turismo y paz de Colom-bia; lo cual fue recogido positivamente por esta entidad, que la incluyó en el plan de turismo del próximo cuatrienio por ser este un gran aliado en estas regiones para lograr un desarrollo sostenible y participativo.

Estos hechos dejan ver que definitivamente estos hombres y mujeres llaneros promulgan la paz con incansable espíritu luchador, uno que nos invita a volver, a recorrer nuevamente estas tierras bañadas por fuentes de agua cristalina en las que reinan las Macarenias que hace miles de años se ‘tiñeron’ con los colores del arcoíris.

Colores, sabores, sonidos y sentimientos que nos traemos bien metidos en los pliegues del alma.

• No todas las zonas de Caño Cristales están habilitadas para el baño recreativo, por lo cual debe consultarse a los guías. Recuerde que lo más importante es la protección de las Macarenias clavígeras, estas plantas acuáti-cas son muy frágiles.• Lleve a Caño Cristales unos zapatos adi-cionales que pueda mojar completamente. La mayoría de los senderos tienen pequeñas vertientes llenas de agua.

• Si viaja por su propia cuenta desde Bo-gotá, al llegar al municipio de La Macarena podrá solicitar el acompañamiento de un guía en las oficinas de turismo junto al aeropuerto. Es imprescindible su compañía, ya que ellos tienen el conocimiento de los senderos para llegar a los diferentes destinos. • El río Guayabero es un fabuloso escena-rio para la observación de aves, pregunte a su guía.

• Para poder apreciar las Macarenias clavígeras viaje a Caño Cristales desde mi-tad del mes de junio, hasta principios de diciembre.• Puede tomar un vuelo desde Bogotá direc-tamente hacia el municipio de La Macarena, o, también, desplazarse hacia Villavicencio y allí abordar una pequeña avioneta que lo llevará a la Macarena. Asesórese con las agencias de viaje reconocidas que ofrecen este destino.

Para vivir mejor esta experiencia…

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Copyright 2013. Ministerio de Comercio, Industria y Turismo. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin autorización escrita de su titular.

La Macarena

Océano Pacífico

Bogotá

Ubicación: Sierra La Macarena ubicada entre los municipios de La Macarena, San Juan de Arama, Planadas, entre otros. Caño Cristales: en el departamento del Meta, en la Sierra de la Macarena y al norte del municipio de la Macarena.Altura: entre los 400 y los 1.400 m.s.n.mExtensión: total del municipio de La Macarena: 11.229 Km2. Temperatura promedio: entre los 25ºC y los 29ºCIndicativo telefónico: (57- 8)Gastronomía: platillos tradicionales de la cultura llanera: cachama asada, mamona asada, carne a la llanera y bagre en salsa.