Paul Robin. La Enseñanza Integral

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LA HOJA VOLANDERA RESPONSABLE SERGIO MONTES GARCÍA Correo electrónico [email protected] En Internet www.lahojavolandera.com.mx LA ENSEÑANZA INTEGRAL Paul Robin 1837-1912 Paul Robin (nació el 3 de abril en Toulon, Fran- cia; se suicidó el 31 de agosto en París), además de su actividad política como dirigente obrero – formó parte del Consejo General de la Primera Internacional–, realizó una importante labor pe- dagógica la que tuvo una gran influencia entre muchos sectores educativos europeos; entre éstos, destaca la Escuela Moderna, cuyo fundador, Francisco Ferrer Guardia, descubrió en las ideas y experiencias de Robin elementos que le dieron sus- tento a su propuesta de renovación pedagógica. Co- mo director del Orfanato Prévost de Cempius, Ro- bin llevó a la práctica su doctrina sobre la educa- ción integral del educando. Ante todo considero como de capital importancia que los adultos tengan el mayor respeto a la libertad del niño, y que renuncien sinceramente a imponerle una autoridad cuya única base es el de- recho del más fuerte. Para mí, la casi omnipotencia del padre de fa- milia es uno de los restos más funestos del Estado teocrático pri- mitivo. La libertad del niño está suficientemente limitada por los obstá- culos de toda clase que le presentan los fenómenos naturales, entre los cuales cuento la resistencia que le opondrá el grupo a cuyas li- bertades pudiera dirigir una amenaza. Pero, antes de ocuparme de las relaciones del niño con los compañeros de su edad, debo tratar sobre las que tiene con sus pa- dres o sus educadores. La superioridad física e intelectual es pronto notada por el niño; naturalmente recurrirá a la fuerza y a la ciencia de sus mayores. Ahora bien ¿quién está en mejor disposición para esta confianza que los padres y los educadores, en contacto conti- nuo con los niños? ¿No es preferible que esta confianza espontánea reemplace completamente a la obediencia pasiva que exige una absurda autoridad, que la secta religiosa más esparcida de Occiden- te considera como la principal virtud? Para llegar a esta confianza es preciso decir sin vacilación al ni- ño, desde sus primeros pasos, desde sus primeras palabras: eres li- bre, haz lo que quieras; que no sienta más obstáculos que los natu- rales, y de ahí deducir sencillamente que todos son libres como él, que pueden hacer lo que quieran y no pensará en atacar la libertad de nadie. Todo ello en gran beneficio de los mismos educadores, porque en este punto como en todo lo demás, subsiste esta verdad: la tiranía reacciona, el déspota es siempre por algún concepto la víctima de sus esclavos. Pensamos que este método, mejor que vanos discursos, dará al niño la noción práctica de la verdadera libertad. Citemos todavía algunos argumentos en su favor. Por todas partes se reclama la libertad del hombre; pero el niño no llega brus- ca, sino gradualmente al estado del hombre, y no puede aplicarse a las diversas épocas de su vida regímenes bruscamente diferentes. Jamás se llegará a conocer realmente los instintos naturales del hombre, sino cuando se le haya observado atentamente en su tier- na edad, en su libertad más completa; los perfeccionamientos de la ciencia de la educación dependen de esa condición. En vano los pe- dagogos antiguos pretenden que esos instintos son malos, que la naturaleza es viciosa y debe ser reformada por una educación se- vera. Asombra esa opinión en hombres religiosos que sostienen la doctrina del libre albedrío; nosotros pensamos, por el contrario, que la mayor parte de los vicios que se reprochan a los niños, tie- nen su origen en la educación teológica y antinatural del día. Mil ejemplos particulares lo prueban, y esta verdad se hará incon- testable cuando el nuevo método, que hasta ahora sólo ha sido aplicado a corto número de individuos, lo haya sido a grupos nu- merosos. Dad buenos ejemplos, consejos apoyados sobre razones con- vincentes, jamás sobre la violencia; no mandéis, no obliguéis ja- más. En el medio actual, el niño oirá hablar de maestro; que no tar- de en aborrecer esa palabra; que le inspire odio la autoridad bajo cualquier forma que se presente, y que durante el período tran- sitorio sea a su vez el espíritu de rebeldía la primera de las virtu- des. Hemos dicho que, en cuanto el niño pueda andar, tiene necesi- dad de compañeros de su edad. Muchos padres, no sin razón, ven mil peligros para él en la frecuentación de las escuelas actuales, y a este inconveniente prefieren uno menor, a su parecer, el de conser- var su hijo en su casa, a lo menos hasta cierta época, dándole la educación individual en medio de personas de edades muy di- ferentes a las suyas, o a lo más de algunos hermanos o hermanas, en número demasiado corto para ser útiles a su desarrollo. Hay un medio mejor de resolver la cuestión: es indispensable que los mismos padres comprendan perfectamente el nuevo méto- do de educación, y que sea puesto en práctica en la familia como lo es en la escuela. Para esto se necesita que existan comunicaciones frecuentes entre los padres y los educadores. No vacilaría yo al principio en poner como condición indispensable para la admisión de alumnos externos en la escuela modelo, la presencia de los pa- dres en una o dos asambleas generales al mes. Si esa práctica puede inspirar seguridad a los educadores de que la enseñanza no será destruida por los hábitos rutinarios de la familia, debe también tranquilizar a los padres, quienes podrán Mayo 25 de 2008

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LA HOJA VOLANDERA RESPONSABLE SERGIO MONTES GARCÍA

Correo electrónico [email protected] En Internet www.lahojavolandera.com.mx

LA ENSEÑANZA INTEGRAL

Paul Robin 1837-1912

Paul Robin (nació el 3 de abril en Toulon, Fran-cia; se suicidó el 31 de agosto en París), además de su actividad política como dirigente obrero –formó parte del Consejo General de la Primera Internacional–, realizó una importante labor pe-dagógica la que tuvo una gran influencia entre muchos sectores educativos europeos; entre éstos, destaca la Escuela Moderna, cuyo fundador, Francisco Ferrer Guardia, descubrió en las ideas y experiencias de Robin elementos que le dieron sus-tento a su propuesta de renovación pedagógica. Co-mo director del Orfanato Prévost de Cempius, Ro-bin llevó a la práctica su doctrina sobre la educa-ción integral del educando. Ante todo considero como de capital importancia que los adultos tengan el mayor respeto a la libertad del niño, y que renuncien sinceramente a imponerle una autoridad cuya única base es el de-recho del más fuerte. Para mí, la casi omnipotencia del padre de fa-milia es uno de los restos más funestos del Estado teocrático pri-mitivo.

La libertad del niño está suficientemente limitada por los obstá-culos de toda clase que le presentan los fenómenos naturales, entre los cuales cuento la resistencia que le opondrá el grupo a cuyas li-bertades pudiera dirigir una amenaza.

Pero, antes de ocuparme de las relaciones del niño con los compañeros de su edad, debo tratar sobre las que tiene con sus pa-dres o sus educadores. La superioridad física e intelectual es pronto notada por el niño; naturalmente recurrirá a la fuerza y a la ciencia de sus mayores. Ahora bien ¿quién está en mejor disposición para esta confianza que los padres y los educadores, en contacto conti-nuo con los niños? ¿No es preferible que esta confianza espontánea reemplace completamente a la obediencia pasiva que exige una absurda autoridad, que la secta religiosa más esparcida de Occiden-te considera como la principal virtud?

Para llegar a esta confianza es preciso decir sin vacilación al ni-ño, desde sus primeros pasos, desde sus primeras palabras: eres li-bre, haz lo que quieras; que no sienta más obstáculos que los natu-rales, y de ahí deducir sencillamente que todos son libres como él, que pueden hacer lo que quieran y no pensará en atacar la libertad de nadie. Todo ello en gran beneficio de los mismos educadores, porque en este punto como en todo lo demás, subsiste esta verdad: la tiranía reacciona, el déspota es siempre por algún concepto la víctima de sus esclavos.

Pensamos que este método, mejor que vanos discursos, dará al niño la noción práctica de la verdadera libertad.

Citemos todavía algunos argumentos en su favor. Por todas partes se reclama la libertad del hombre; pero el niño no llega brus-ca, sino gradualmente al estado del hombre, y no puede aplicarse a las diversas épocas de su vida regímenes bruscamente diferentes. Jamás se llegará a conocer realmente los instintos naturales del hombre, sino cuando se le haya observado atentamente en su tier-na edad, en su libertad más completa; los perfeccionamientos de la ciencia de la educación dependen de esa condición. En vano los pe-dagogos antiguos pretenden que esos instintos son malos, que la naturaleza es viciosa y debe ser reformada por una educación se-vera. Asombra esa opinión en hombres religiosos que sostienen la doctrina del libre albedrío; nosotros pensamos, por el contrario, que la mayor parte de los vicios que se reprochan a los niños, tie-nen su origen en la educación teológica y antinatural del día. Mil ejemplos particulares lo prueban, y esta verdad se hará incon-testable cuando el nuevo método, que hasta ahora sólo ha sido aplicado a corto número de individuos, lo haya sido a grupos nu-merosos.

Dad buenos ejemplos, consejos apoyados sobre razones con-vincentes, jamás sobre la violencia; no mandéis, no obliguéis ja-más.

En el medio actual, el niño oirá hablar de maestro; que no tar-de en aborrecer esa palabra; que le inspire odio la autoridad bajo cualquier forma que se presente, y que durante el período tran-sitorio sea a su vez el espíritu de rebeldía la primera de las virtu-des.

Hemos dicho que, en cuanto el niño pueda andar, tiene necesi-dad de compañeros de su edad. Muchos padres, no sin razón, ven mil peligros para él en la frecuentación de las escuelas actuales, y a este inconveniente prefieren uno menor, a su parecer, el de conser-var su hijo en su casa, a lo menos hasta cierta época, dándole la educación individual en medio de personas de edades muy di-ferentes a las suyas, o a lo más de algunos hermanos o hermanas, en número demasiado corto para ser útiles a su desarrollo.

Hay un medio mejor de resolver la cuestión: es indispensable que los mismos padres comprendan perfectamente el nuevo méto-do de educación, y que sea puesto en práctica en la familia como lo es en la escuela. Para esto se necesita que existan comunicaciones frecuentes entre los padres y los educadores. No vacilaría yo al principio en poner como condición indispensable para la admisión de alumnos externos en la escuela modelo, la presencia de los pa-dres en una o dos asambleas generales al mes.

Si esa práctica puede inspirar seguridad a los educadores de que la enseñanza no será destruida por los hábitos rutinarios de la familia, debe también tranquilizar a los padres, quienes podrán

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ejercer así una vigilancia exacta sobre los que les reemplazan en sus funciones naturales. Respecto a este asunto, voy mucho más lejos haciendo esta proposición que destruiría en pocos años las escuelas oficiales y clericales si osaran admitirla: la escuela, en todos los mo-mentos y para todos los ejercicios, es pública para los padres o sus representantes. Los locales deben de estar dispuestos de manera que puedan penetrar en ellos fácilmente y sin interrumpir ningún ejercicio; tampoco interrumpirán ninguno, y sólo podrán tomar la palabra en ciertas formas claramente especificadas en las conven-ciones concluidas por los alumnos, convenciones cuyo espíritu in-dicaremos después.

He ahí lo que sustituirá ventajosísimamente las inspecciones oficiales, tan multiplicadas y tan pomposamente inútiles.

Admitido que los malos hábitos provienen menos de la natura-leza que del medio en que se vive, éste no sería formado más que de niños, cuyo contacto no fuese peligroso para los otros. No sería en el establecimiento ordinario de la educación, sino en estableci-mientos especiales, donde deberían ser tratados los desgraciados de la naturaleza y aquellos a quienes su funesto medio hubiera vi-ciado pronto. La educación es la higiene moral aplicable a la gene-ralidad. La medicina moral necesaria para algunos es una ciencia, a nuestro juicio, apenas esbozada hasta el presente, pero sobre la cual no podemos extendernos en este momento.

Fuertemente arraigada ya en los niños la conciencia de libertad, la base de sus relaciones será la justicia; entendiendo por ella, sin metafísica, la noción suficientemente clara para todos de la recipro-cidad que resulta de la igualdad. Bastarán entonces algunas indica-ciones al principio para ver esos niños reunidos, como jóvenes le-gisladores, formar entre sí contratos con fuerza de leyes, nombrar jueces para aplicarlas, convertirse todos en auxiliares de sus magis-trados, reunirse en asambleas generales, pueblo soberano, juzgar a su vez los actos de sus funcionarios elegidos, revocarles si es nece-sario, y preparar así la gran organización social del porvenir.

Sólo a los niños corresponde arreglar la policía de sus reunio-nes; tengan por objeto el juego o el estudio, asistan o no los educa-dores y los padres, la independencia del grupo ha de ser completa; a la junta regularmente constituida corresponde conceder la palabra por turno a los nuevos como a los antiguos; tanto peor para los que no saben hacerse entender de su auditorio, pues será sencillamente prueba de su incapacidad como profesores, cualesquiera que fue-sen las mentidas afirmaciones de su diploma. Libres quedan, como todos, de convocar reuniones en las condiciones que mejores les parezcan; pero libres son también los niños de no asistir a ellas o retirarse si en ellas no están a gusto. Los educadores que prevalez-can en semejante régimen son los únicos buenos; los otros son re-conocidamente inútiles.

¿Todos los miembros de esa gran comunidad serán electores con igual derecho; los niños de dos años, los jóvenes de dieciocho, los hombres de treinta? Dejo la resolución de este asunto a los mis-mos grupos, seguro de que, gracias a la facilidad de revisión de las constituciones, se llegará en este concepto, después de algunas ten-tativas, a soluciones excelentes. Me contento con pensar que, la competencia, determinada, no por la edad, sino por productos po-sitivos, será la base del derecho de voto y de la elegibilidad para las funciones.

Haré aquí una observación: entre las numerosas investigacio-nes que pueden interesar a los niños, aun a los de menor edad, se halla su autobiografía detallada bajo todas las relaciones, la estadís-tica de su individuo desde el punto de vista material e intelectual, las fechas memorables de su propia historia sobre todo la cuenta exacta de sus gastos y de sus productos.

No puedo insistir aquí sobre las luces que la síntesis de esas observaciones personales aportaría a la antropología y por con-

siguiente a la educación; me limito a señalar la facilidad que daría para introducir en la práctica un principio que no ha sido jamás cla-ramente enunciado, que yo sepa, y que lleva en sí mismo su irrefu-table demostración.

Ha llegado verdaderamente al estado de hombre el que ha pro-ducido tanto como ha gastado, y continúa produciendo, por lo me-nos, tanto como gasta. Así es ciudadano de mundo, y, como tal, tiene el derecho completo y exclusivo de tomar parte en los asuntos del país que habita y del universo entero.

Falta decidir detalladamente en qué medida podría aplicarse es-te principio a las diversas épocas del período de adquisición espon-tánea, cuando el niño está en deuda con la humanidad. Señalemos solamente todavía una época notable de la vida del hombre joven, aquella en que produce por término medio tanto como gasta, que-dando deudor respecto del tiempo pasado de un adelanto que pa-gará produciendo en lo sucesivo más de lo que consuma

El establecimiento de instrucción es un verdadero mundo en pequeño, instituciones no tienen la casi inmutabilidad, sensible muchas veces, de la sociedad actual. La rutina y el egoísmo no de-saniman incesantemente en ella el progreso; en ella no existen con-servadores acérrimos como se ven en tan gran número en los paí-ses que pasan por ser los más adelantados.

Allá pueden ejercer sin peligro los innovadores. Sus teorías no serán sistemáticamente rechazadas y podrán ser sometidas al expe-rimento. Tomemos como ejemplo uno de los problemas más can-dentes de la época, el de la propiedad: en todas partes del estable-cimiento de instrucción de hecho la posesión o propiedad regulari-zada del grupo que de ellos se sirva; la porción que quede como posesión individual será más o menos considerable según los lu-gares. En unos puntos el productor entregará todo su producto a la colectividad, pidiéndole en cambio la satisfacción de todas sus ne-cesidades, en otros conservará sobre su producto un derecho más o menos extenso, posesión limitada, propiedad ilimitada.

Según los casos, se crearán instituciones más o menos durade-ras para la producción colectiva, para el gasto colectivo, el cambio, el crédito, el adelanto de materiales y de herramientas pagadero en productos, etc.

Yo no quiero prejuzgar aquí el resultado de esos ensayos, y de-jo al experimento realizado sin pasión y sin prejuicios, el cuidado de decidir si tendrán razón las tendencias colectivistas antiautorita-rias que manifiesta el proletariado productor en los países del globo más avanzados en civilización, o la afirmación enérgica de la pro-piedad individual, conservada en el rango de dogma fundamental en todas las instituciones burguesas.

La historia es actualmente una ciencia de la cual es casi imposi-ble dar nociones serias a los niños. Rechazando la base providen-cialista y el entusiasmo patriótico de la enseñanza antigua, no po-dríamos explicar los innumerables crímenes cuyo relato habríamos de presentar más que como aberraciones del espíritu humano, lo que produciría una perturbación funesta en los cerebros infantiles. La parte filosófica de la historia es inaccesible a unos niños cuyo espíritu se ha procurado alejar de toda idea teológica y metafísica, para que puedan comprender la influencia que han tenido esas ideas en el pasado y la que todavía tienen en la actualidad.

Sería excelente, a nuestro parecer, dar a los niños detalles so-bre el origen y el desarrollo de los descubrimientos y de los inven-tos, presentándoles, en una palabra, la historia del trabajo. En ese nuevo plan, los despotismos célebres, las conquistas, las batallas, en lugar de ser como en el día los puntos importantes de la his-toria, no serán más que las causas perturbadoras de los progresos de la humanidad.

Es sensiblemente evidente que, bajo este aspecto, casi todo es-té sin hacer, y que los elementos sean tan poco numerosos.

Fuente: Paul Robin, “La enseñanza integral (fragmentos)” en De educación y otros temas, Ant. preparada por Sergio Montes García

(En prensa).

PROFESOR, consulta la HV en Internet. En este número:

De los profesores: “Desaprender para aprender, un rompimiento de paradigma” por Eduardo Chávez Romero. De los estudiantes: “Competencia para la formación” por José Miguel Sánchez. De la HV: “De los estudios” por Francis Bacon.