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ILUSTRACIONES DE

Paulina Mönckeberg B.

GABRIELA KAST R.

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VIA CRUCIS PARA NIÑOSAcompañemos a JesúsSerie Cuentos para Conversar Nº 7

Edición preparada por Mario V. Tubert

Texto: Gabriela Kast R.

Ilustraciones: Paulina Mönckeberg B.

Inscripción No: 82.226

© Editorial Nueva Patris S.A.José M. Infante 132, ProvidenciaTels/fax: 235 8674 - 235 1343

Santiago, ChileE-Mail: [email protected]

www.patris.cl

ISBN: 978-956-246-665-3

1ª Edición eBook: 2011Buscalibros

Chile

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A mis padres,que con infinita generosidad me regalaron la posibilidad de conocer a Dios.

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ContenidoIntroducción ............................................................................. 9

¿Qué es un Via Crucis? ........................................................ 11

Primera Estación“Jesús es condenado a muerte” .......................................... 13

Segunda Estación“Jesús carga con la cruz” .................................................... 18

Tercera Estación“Jesús cae por primera vez bajo el peso de la cruz”........ 20

Cuarta Estación“Jesús se encuentra con su madre” .................................... 23

Quinta Estación“Simón de Cirene carga con la cruz de Jesús” ................ 27

Sexta Estación“Verónica limpia el rostro de Jesús” ................................. 30

Séptima Estación“Jesús cae por segunda vez” ............................................... 33

Octava Estación“Jesús consuela a las hijas de Jerusalén” .......................... 36

Novena Estación“Jesús cae por tercera vez” .................................................. 39

Décima Estación“Despojan a Jesús de sus vestiduras” ................................ 42

Decimoprimera Estación“Jesús es crucificado” .......................................................... 45

Duodécima Estación“Muerte de Jesús en la cruz”.............................................. 48

Decimotercera Estación“Jesús es bajado de la cruz y entregado a su madre” ..... 52

Decimocuarta Estación“Dan sepultura al cuerpo de Jesús” .................................. 56

La resurrección ....................................................................... 59

Guía para padres y educadores ....................................... 65

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Introducción

Seguramente se preguntarán: ¿Por qué un Via Crucis para niños?

¿Para qué hacerlos sufrir con algo tan triste? ¿No sería mejor que vieran películas lindas de Jesús, o que sólo recibieran al “conejo”, buscando huevitos de chocolate?

¿Para qué hablarles de la muerte, siendo que la muerte es aquello a lo que ningún ser humano puede sustraerse?

¿Para qué hablarles del sufrimiento cuando aún son tan inde-fensos y la vida es tan corta? Dejemos que vivan felices, “sólo son niños”.

¡Que tremenda equivocación!

Los niños están siempre ahí, mirando, escuchando; esperan que se les tome en cuenta, que se les hable y se les explique. Ellos quieren que se les pidan cosas grandes como, por ejem-plo, rezar por una intención especial: adquieren así el sentido de la importancia de su oración.

Los niños saben mucho más de lo que creemos, pues son muy perceptivos. Desde los cuatro años, ya tienen capacidad para retener y entender las grandes verdades de nuestra fe, por su-puesto a su nivel. No existe en ellos la duda y son verdaderos templos del Espíritu Santo: puros, limpios y transparentes. Todo lo preguntan y expresan sin vergüenza ni rodeos.

Cuando en cada iglesia ven a Jesús clavado en la cruz, sufriente y traspasado por el dolor, ¿quién sabe cuántas interrogantes sin respuestas se producen en su conciencia y en su corazón?

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¿Por qué no ser nosotros, los papás, los llamados a conversar so-bre Jesús? Debiéramos contarles por qué ofreció su vida y por qué murió.

Es con este espíritu que hemos concebido este relato, destinado a ser compartido por padres y educadores con los niños a su cargo.

Preparemos la Semana Santa con quince días de anticipación, de-dicando un día para preparar cada estación del Via Crucis.

Que la Semana Santa no llegue a nosotros como una simple semana de días feriados, dedicada al turismo o a diversiones superficiales.

Ésta es la fiesta máxima de nuestra Iglesia Católica. Nos recuerda el momento decisivo en que fuimos salvados. “Alguien” que me quiere, como a nadie aquí en la tierra, dio la vida por mí, para que yo pudiera vivir para siempre, con mi Padre Eterno en el cielo.

Si nos preocupamos de la fe de nuestros hijos cuando aún son pe-queños, no les costará mantenerla cuando sean adultos. La fe es un regalo gratuito de Dios, pero no debemos olvidar que la fe también se cultiva y se cuida. Algunas prácticas de piedad nos pueden ayu-dar: la oración familiar al terminar el día, el bendecir los alimentos, las pequeñas renuncias voluntarias, celebrar el mes de María en fa-milia, rezar el Via Crucis. Sería también valioso retomar la antigua tradición de persignarse con agua bendita.

Este libro es un relato para niños sobre lo ocurrido en los últimos días de vida de Jesús en la tierra. Quisiéramos que ustedes, padres, al revivirlo, siguieran los caminos que hemos elegido para que este dolor no perturbe, en forma destructiva, el alma de nuestros ni-ños, sino que les haga sentir la cruz como expresión de amor y de entrega. Debemos conducirlos pacientemente hacia la redención. ¡Qué privilegio el nuestro, como padres, poder educar a nuestros hijos en la fe! Comencemos junto a ellos una vida nueva, una vida en Cristo Jesús muerto y resucitado, que vive y actúa en cada uno de nosotros si lo invitamos a compartir nuestra vida.

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¿Qué es un Via Crucis?

–¿Qué es un Via Crucis?– preguntó Martín, mientras ju-gaba con su camioncito.

–Un Via Crucis –contestó el papá– es recordar cada mo-mento importante del camino que recorrió Jesús llevando la cruz, hasta que murió.

Por primera vez Martín era invitado a rezar el Via Crucis, pues sólo tenía cinco años. Sus hermanos ya lo habían he-cho varias veces: Tomás tenía trece años y Francisca diez. Todos, junto a sus papás, irían ese día a la iglesia para re-correr las catorce estaciones del Via Crucis.

–¿Son como las estaciones del ferrocarril?– preguntó Martín.

Sus hermanos se rieron, pero el papá explicó que en la iglesia había un conjunto de catorce cuadros pintados en la pared, representando la historia de la muerte de Jesús, llamada la “Pasión”. Cada vez que Jesús se detiene en su camino es porque algo importante ha ocurrido, y a eso se le llama una Estación.

Todos se prepararon para salir. Martín estaba muy conten-to: ¡Por primera vez le dejaban participar con los grandes! Miraba a sus hermanitos menores, unos mellizos de dos años y medio, con picardía y superioridad.

Ese día sólo habían almorzado tallarines, ya que en Sema-na Santa el viernes no se come carne. Además, la mamá

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les había dicho que tampoco se podía comer dulces ni chicles y que los papás también hacían sacrificios: por ejemplo, no tomaban vino ni bebidas. En Semana Santa todos debían acompañar a Jesús ha-ciendo algún sacrificio.

Pero se hacía tarde. Los tres hijos partieron con sus papás y ense-guida llegaron a la iglesia.

–¿Por qué está todo oscuro?– preguntó Martín. Él recordaba la iglesia bien iluminada en los días de misa.

–Hoy no hay misa –le explicó la mamá–. Fíjate. Allí, adelante, de-trás del altar, hay un cofre que se llama Tabernáculo. También lo llaman “Sagrario” y allí se guardan las hostias consagradas. Pero hoy no están, porque el Viernes Santo se recuerda que Jesús mu-

rió y entonces ese día él no está en la iglesia, no está en el Sagrario donde siempre se encuentra bajo la

forma de una hostia.

Hablaba en voz muy baja, mientras camina-ban hacia la pared de la izquierda donde se

veían grandes cuadros en colores, pintados en la pared. Allí se detuvo el papá y les

dijo, en voz muy baja:

–Miren, ésta es la Primera Esta-ción, el primer momento im-portante del Via Crucis. Aquí pueden ver cuando a Jesús lo condenan a morir.

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Primera Estación

“Jesús es condenado a muerte”Te adoramos, Cristo, y te bendecimos,que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Martín, mirando todo con ojos muy grandes, preguntó en voz baja:

–Papá, óyeme. ¿Me puedes decir por qué Jesús dejó que lo mataran?

Sin esperar respuesta, Francisca, su hermana, también preguntó:

–¿Acaso no es Dios? ¿Por qué no les mostró, a los malos que querían matarlo, que él era más fuerte, que él tenía más fuerza que todo el mundo?

Y Martín insistió:

–¡Mamá! ¡Mamá! ¿Por qué Jesús se entregó?

La mamá y el papá se miraron y sonrieron. Estaban con-tentos por las preguntas de sus hijos, que no solamente miraban las pinturas sino que querían entenderlo todo.

–¿Sabes Martín –respondió cariñosamente el papá– tu pregunta no es fácil de contestar. Pero estoy seguro de que lo que no comprendas con la cabecita, lo entenderás con el corazón. Escuchen, pongan atención:

–Hace muchos años, a lo mejor miles de años, Dios creó los primeros hombres en la tierra. Pero ellos se portaron mal con Dios y no le obedecieron. Pensaron que no ne-

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cesitaban de Dios y eligieron un camino sin él. Un camino sin Dios es algo triste, muy oscuro, sin luz.

Francisca lo interrumpió con una pregunta:

–¿Por qué Dios, que todo lo puede, dejó que los hombres no le obedecieran?

Su mamá le contestó:

–Dios nunca obliga. Deja que cada hombre elija si quiere un cami-no con él o sin él. El hombre tiene libertad para elegir.

–Bueno, sigo explicándoles –dijo el papá–. Dios estaba muy triste por lo que había ocurrido cuando los hombres se alejaron de él. Pidió entonces a su Hijo que hiciera algo muy importante. Si lo hacía, las puertas del cielo, que estaban cerradas para los hombres, volverían a abrirse.

–¿Qué tenía que hacer Jesús? –preguntó Tomás–.

–Algo muy difícil –contestó su papá–. Nada menos que hacerse hombre, venir a la tierra y aceptar la muerte.

Y la mamá agregó:

–Dios Padre no exigía a Jesús que aceptara morir como un hom-bre. Le pidió que ofreciera su vida, que muriera por todos nosotros, para que así todos sus hijos pudieran vivir con él para siempre, en el cielo.

–Papá, ¿esto es como pagar un rescate?– preguntó Martín.

–Puedes decirlo así –le contestó su papá–. Sí, la muerte de Jesús fue como el rescate que él pagó para que los hombres pudieran ir al cielo.

–Y ustedes, ¿por qué saben tanto? –preguntó Francisca–. ¿Quién les contó todo esto?

–¿Sabes?, a tu mamá y a mí, nos ha contado todo esto… ¡Dios!

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Tomás, el mayor, exclamó con voz demasiado fuerte:

–¿Pero cómo? ¡No entiendo! ¡No me pueden decir que Dios se sentó al lado de ustedes para contarles toda esa historia!

–Tranquilo, Tomás, no te agites y habla más bajo –le respondió su papá–. La cosa es así: tu viste el libro grande que tenemos al lado de la cama. Se llama Biblia. Ese libro es la palabra de Dios. ¡Dios nos habla en ese libro!

–Pero ese libro, ¿quién lo escribió?

–Lo escribieron hombres, pero Dios, que todo lo puede, hizo que ellos escribieran lo que él quería decir. Hay hombres, llamados pro-fetas, que tienen el don de escuchar la palabra de Dios. Después repiten esas palabras y otros las escriben.

La mamá agregó:

–Tu papá y yo leemos todas las noches una página de la Biblia y así conversamos con Dios.

Se quedaron todos en silencio, y Martín fue el primero en hablar:

–Ahora entiendo porqué Jesús aceptó la muerte, y no sacó a relucir su gran poder para salvarse y vencer a sus enemigos.

Entonces la mamá les habló a los tres hijos:

–Estamos mirando la Primera Estación, es decir, estamos frente a una pintura que representa lo que ocurría en ese momento. Ahora, ustedes imaginen que están viendo lo que pasó, hace más de dos mil años, cuando Jesús es condenado a morir. Jesús está solo, parado en el palacio de Pilatos. Sus amigos, asustados, se han escapado. Toda la gente le grita cosas feas y también le escupen y lo insultan. Pero Jesús no se enoja, se queda tranquilo soportando todo por amor a nosotros. Nos enseña de este modo a usar el silencio cuando la maldad no quiere escuchar palabras buenas.

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–Ustedes ya saben también porqué, siendo hijo de Dios Padre, y Dios él mismo, aceptó morir como un hombre. Ahora, quédense en silencio; piensen en todo lo que hemos hablado, y luego me conta-rán lo que le diría cada uno de ustedes al Corazón de Jesús.

Todos los niños cerraron los ojos y también lo hicieron el papá y la mamá.

El primero en hablar, muy despacio, fue Martín:

–¿Quieren saber lo que le dije al corazón de Jesús? Le dije que no se preocupara, que nunca más se sintiera solo. Que yo siempre lo iba a acompañar, que todo lo que fuera un esfuerzo y un sacrificio para mí, a él se lo iba a regalar: prestaré mi pelota de fútbol aunque no quiera hacerlo, comeré toda la comida, aunque no me guste. Así nunca dejaré solo a Jesús.

Francisca estaba impaciente porque también quería hablar:

–¡Uy!… yo le dije… que cada vez que mi papá o mi mamá me pidie-ran algo, trataría de hacerlo, sin enojarme, porque también quiero acompañar a Jesús y quiero que nunca más esté solo.

Tomás, mientras tanto, tenía un nudo en la garganta y no pudo decir nada en voz alta. Recordaba cuántas veces había dejado solo a Jesús, cuántos domingos iba a misa y no quería recibirlo en la comunión. Se sentía como un cobarde que huye. Sólo pudo decir:

–Perdóname Jesús.

REFLEXION

¿Cuántas veces he dejado solo a Jesús?

¿Qué puedo hacer para cambiar?

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Segunda Estación

“Jesús carga con la Cruz”Te adoramos, Cristo, y te bendecimos,que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

–¡Qué pena me da ver a Jesús con esa cruz tan grande y pesada sobre sus hombros! –exclamó Francisca mientras miraba la pintura de la Segunda Estación del Via Crucis.

–¿Sabes cuánto medía?– preguntó el papá, y enseguida se lo explicó:

–Medía más o menos cuatro metros de altura y tres me-tros de ancho. Además de clavarlo en la cruz le pusieron una corona de espinas mientras se burlaban de él llamán-dolo Rey.

Al escuchar todo esto, Martín se enojó y dijo:

–¡Son unos abusadores! ¿Por qué Jesús no dejó esa Cruz tan pesada en el suelo mandando a alguien para llevarla?

–Sí, ¡eso hubiera hecho yo! –agregó Francisca–. Así todos sabrían que Jesús es el que manda, porque es Dios.

–Niños, –les respondió suavemente el papá– recuerden lo que ya les explicamos: Jesús aceptó porque quería hacer la voluntad de su Padre Dios; él dijo “Sí”, para salvarnos. Era necesario hacerlo.

–Miremos todos la Cruz, en silencio –pidió la mamá– y pensemos que cada vez que nos portamos mal, que gri-tamos, que mentimos o que peleamos, cada vez que no

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lo visitamos el domingo durante la misa o que no nos confesamos, esa Cruz se vuelve más pesada para Jesús, más difícil de llevar. Cada uno de nosotros tiene que pensar con qué cosas ha hecho más pe-sada esa Cruz.

Esta vez nadie se animó a hablar. Todos se quedaron pensando, bastante tristes.

REFLEXION¿Con qué cosas he hecho yo más pesada la Cruz de Jesús?

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Tercera Estación

“Jesús cae por primera vez bajo el peso de la cruz”Te adoramos, Cristo, y te bendecimos,que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Toda la familia siguió caminando hasta llegar a la Tercera Estación. El papá explicó lo que estaban viendo:

–Jesús caminó por toda la ciudad con la cruz sobre sus hombros. Como la cruz era tan pesada, el cansancio lo

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venció y sus piernas se doblaron: no podía resistir el peso de la carga.

Sus ojos se llenaron de lágrimas y cayó al suelo oprimido por la cruz.

Martín escuchó el relato, con sus ojos color café muy abiertos, y exclamó:

–Seguro que le dolió. Yo me caí muchas veces de mi bicicleta, y sé que duele de verdad.

Francisca, muy preocupada, preguntó:

–¿Se volvió a levantar?

–Sí, hija. Jesús se levantó, fue valiente y siguió caminando– le res-pondió su mamá.

Mientras tanto Tomás tenía la mirada fija en Jesús. Sentía que ya estaba aprendiendo a quererlo.

Luego todos quedaron silenciosos, pensando en Jesús, en su caída y pensando también en sí mismos.

De repente Francisca miró a su mamá, preguntándole:

–Mamá, ¿te has caído alguna vez?

–Muchas veces, Francisca, pero no como tú crees. Hay muchas ma-neras de caerse.

Claro, –dijo Martín– te puedes caer de un caballo o de un árbol.

–No, Martín, no hablo de eso. Esa manera de caerse es la que vemos por fuera. Pero hay una manera de caerse por dentro, con nuestras malas acciones. Ésas son caídas que

nadie ve, salvo Dios nuestro Padre.

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A él le duelen mucho nuestras caídas, pero permite que nos levan-temos de nuevo. Y Jesús nos enseñó cómo hacer para levantarnos: hay que confiar en su ayuda e intentarlo siempre de nuevo.

–Mamá, si yo miento, ¿es como caerme?– preguntó Francisca.

–Sí, hija– le respondió con cariño la mamá .

Mientras tanto Martín pensaba: “Si es así, entonces yo también me caí muchas veces. Creo que así me caí muchas veces más que de la bicicleta”.

Por su parte, aunque no se atrevía a decirlo, Tomás sentía que tam-bién se había caído muchas veces. Recordaba especialmente algunos exámenes en el colegio: había copiado, había engañado. Recordan-do el esfuerzo que hizo Jesús para levantarse nuevamente, pensaba en lo difícil que sería para él no repetir estos engaños. Pero final-mente se dijo a sí mismo: “Si Jesús se levantó después de la caída, yo también puedo y debo intentarlo hasta lograrlo”.

REFLEXION

¿Qué faltas mías han hecho caer a Jesús con la Cruz?

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Cuarta Estación

“Jesús se encuentra con su madre”Te adoramos, Cristo, y te bendecimos,que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Para Francisca, ésta era la estación preferida. Le gustaba mucho, pero no recordaba cómo había sido el encuentro entre Jesús y su madre.

–Papá, ¿puedes contármelo todo de nuevo? He olvidado muchas cosas.

–Les contaré como ocurrieron las cosas– respondió el papá:

–Jesús apenas podía caminar por el peso de la cruz. Avan-zaba muy despacio. Mientras tanto la Virgen María, su madre, había corrido a ubicarse en una calle para ver pa-sar a su hijo y acercarse a él. No le permitían ayudarle ni abrazarlo. Con mucho esfuerzo encontró un lugar y, de pronto, mientras esperaba que él se acercara, escuchó las voces de los guardias, el ruido de sus armas y escuchó también cómo gritaban y se reían de él. Así vio venir a su hijo, a su amado hijo, al que había cuidado, al que había alimentado y al que le había cantado. Ahora, él, que era Hijo de Dios, era tratado como el peor criminal.

Sus ojos se llenaron de lágrimas. Su corazón sintió un dolor muy grande, como si le hubiesen clavado un cu-chillo.

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Sólo pudieron mirarse. Los dos sufrían. No se hablaron porque no se lo permitían, pero Jesús se sintió amado y apoyado por su madre.

Mientras escuchaban este relato, la mamá, Tomás, Francisca y Mar-tín permanecían en absoluto silencio que sólo se interrumpió cuan-do Martín habló:

–¡Pobre Virgen María! ¡Cómo debe haber sufrido! Yo, en el lugar de Jesús, ya habría botado la cruz, ¡y me hubiese escapado con mi mamá!

Todos sonrieron, pero Francisca le contestó:

– Dime, Martín, ¿cómo se iba a escapar, con guardias por todas partes?

–Además, –agregó la mamá– no olviden que Jesús quería hacer la voluntad del Padre Dios. Tenía que llegar a la cima del monte Cal-vario llevando la cruz a cuestas. Sabía que la muerte le esperaba al final de ese camino, pero también sabía que por último él vencería a la muerte, resucitando.

Mientras hablaba su mamá, Tomás miraba a la Virgen María y a Jesús, y las lágrimas caían de sus ojos. Se las secaba rápidamente

para que nadie lo notara.

De repente, en voz muy baja, todos escucharon la oración de la mamá:

–Gracias, Virgen María, por enseñarme a no des-confiar de nuestro Padre Dios, y por enseñar-

me a decir siempre “sí” a lo que el Padre Dios quiere, aunque me cueste.

Francisca preguntó:

–¿Ustedes creen que cuando algo nos cuesta, y sin embargo lo hacemos con

esfuerzo, le estamos diciendo “sí” a Dios?

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–Sí, Francisca –le contestó su papá–. Ese “sí” que pronuncias con tu sacrificio, es un verdadero regalo a Dios, que no se pierde, porque él lo usa. Con los sacrificios que nosotros hace-mos, Dios puede salvar a todos los que están alejados de él, a todos los que no creen.

–Pero, papá, –dijo Martín–. ¡Hay tantos millones de niños en todo el mundo! ¿Cómo puede Dios escu-char cuando yo digo “sí”, cuando yo hago un sacrificio?

–Pon atención, Martín, que esto es muy importante –le contestó su

papá. Para Dios, no hay confusión alguna: él conoce por su propio nombre a cada niño, a cada per-sona, aun entre los miles de millones que existen en la tierra. Sabe lo que cada uno hace y deja de hacer, lo que piensa y lo que siente. Quiere a cada uno como un padre, porque él es el Padre de todos y de cada uno. Yo soy tu papá y siempre miro con cariño lo que tú haces y lo que te pasa. ¡Más todavía lo hace tu papá del cielo, tu Padre Dios!

REFLEXION

¿Podré imitar a la Virgen María?

¿Podré ser como ella, olvidarme de mis penas, de mis dolores y pensar en los demás?

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Recordar un caso en que podía haberlo hecho.

Quinta Estación

“Simón de Cirene carga con la cruz de Jesús”Te adoramos, Cristo, y te bendecimos,que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

–¿Cómo se llama ese señor que está ayudando a Jesús?– preguntó Francisca mientras miraba la Quinta Estación del Via Crucis.

–Se llama Simón, y había nacido en un lugar llamado Ci-rene, en África –contestó su papá–. En aquel entonces, no existían los apellidos y la gente se llamaba por el nom-bre y el lugar donde habían nacido. Por ejemplo, Jesús se llamaba “Jesús de Nazaret”.

–¿Fue el único que ayudó a Jesús?– preguntó Martín.

–En realidad, a ese señor le pagaron para que llevara la cruz por un rato. Temían que Jesús no tuviera fuerzas para llegar hasta el lugar donde sería crucificado. Simón venía de su granja y le pidieron que hiciera ese trabajo.

Luego el papá siguió contando:

–¿Saben por qué esto que sucedió con Simón de Cirene se recuerda en una estación? ¡Es porque Simón aceptó llevar la Cruz! Sin quererlo al principio, ayudó a Jesús a recorrer el camino más importante, el camino que lleva a la salvación de todos los hombres. Mientras llevaba la

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Cruz, ese señor parece que comprendió lo que estaba haciendo, porque se convirtió y creyó en Jesús.

Mientras su papá hablaba, Tomás miraba a Simón y pensaba: “¡Qué suerte tuvo! ¡Ayudar a Jesús en algo tan importante!”. Así se lo co-mentó a su mamá, quien le contestó con estas palabras:

–Sí, Tomás, él encontró la fe llevando una cruz que no había bus-cado. Pero no creas que sólo él tuvo suerte. Tú también tienes esa oportunidad: puedes tomar la Cruz y ayudar a Jesús.

–¿Pero cómo?– la interrumpió Tomás.

–En su vida, cada persona tiene algo que le cuesta hacer, algo de lo que generalmente escapa o no quiere ver. Si tú prestas atención a eso que no te gusta, si aceptas hacerlo, o cambiarlo, y lo haces con amor y alegría ofreciéndoselo a Dios, ¡eso es llevar la Cruz! Es una cruz que no se ve, pero que se lleva en el corazón.

Tomás cerró los ojos y pensó en lo que más le costaba hacer: sus estudios. Se daba cuenta que amaba a Jesús y que lo estaba nece-sitando cada día más. Si se trataba de ayudar a Jesús, regalándole lo que le costaba mucho, debería estudiar como nunca, cada vez más, y ofrecerle ese sacrificio. Se sintió muy raro por dentro, y dijo en voz alta:

–No sé lo que me pasa. Siento en mi corazón un impulso por ayudar a Jesús. Creo que él se fijó en mí, pero soy flojo, tan desordenado, creo que no le sirvo.

Su mamá le contestó enseguida, muy cariñosamente:

–¡Seguro que se fijó en ti! Y también en todos nosotros. Él necesita nuestra ayuda. Y aunque pienses que eres desobediente, desorde-nado, flojo, recuerda siempre que él te necesita, precisamente para esto, para que cambies, para que te esfuerces más.

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REFLEXION

¿Cuáles son las cosas más difíciles en mi vida?

¿Podré amar las cosas difíciles que aparecen en mi vida, y hacerlo con alegría?

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Sexta Estación

“Verónica limpia el rostro de Jesús”Te adoramos, Cristo, y te bendecimos,que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

–¡Qué linda es esa señora que se acercó a Jesús! ¿Quién es?– preguntó Francisca.

–Se llamaba Verónica –le contestó su papá–. Era una mujer muy callada que nunca llamaba la atención. Pero cuando vio a Jesús sangrando, no lo pudo soportar, y sin querer se hizo notar. Tanto es así que después de más de dos mil años, ¡todavía hablamos de ella!

El papá continuó explicando:

–Ella se abrió paso entre toda la gente y limpió la cara de Jesús con un paño blanco. Lo hizo con tanto cuidado y cariño, que el rostro santo de Jesús quedó marcado en el paño. Pueden imaginarse como Verónica conservó ese lienzo tan precioso. Era cómo si Jesús le hubiese entre-gado su imagen a manera de premio.

Mientras tanto, Martín contemplaba admirado a Veróni-ca y le dijo a todos:

–Creo que esa señora fue muy valiente, porque se atre-vió a ser buena con Jesús delante de todos los hombres malos. Eso sí que es difícil.

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–Tienes razón Martín –le contestó su papá–. A veces queremos ser buenos, pero no nos atrevemos, por vergüenza, por lo que puedan pensar los demás.

Francisca escuchaba pensando que su papá del cielo seguramente se había puesto muy contento cuando vio lo que hacía esa señora, que había sido tan buena con su Hijo Jesús. Después de un rato, les dijo a todos:

–¿Saben? Yo creo que Dios le debe haber pedido a Verónica que ayudara y consolara a su Hijo. Es como si lo hubiese hecho Dios mismo. ¡Verónica le prestó sus manos a Dios para ayudar a Jesús!

–Francisca, ¡qué cosas tan lindas dices! ¿Quién te las contó?– pre-guntó la mamá.

–Estas cosas siempre las hablamos en clase, mamá –contestó Fran-cisca–. Ahí nos explican que todos debemos prestarle a Dios nues-tras manos, nuestros ojos, nuestros oídos, nuestra boca. Entonces Dios los usa como a él le gusta, y entonces es como si Dios viviera en nosotros.

Tomás escuchaba y no podía dejar de recordar que muchas veces se había negado a prestar sus manos y todo su ser, a Dios. No estaba nada contento consigo mismo. Pero pidió perdón y rezó. Entonces se sintió más tranquilo.

REFLEXION

¿Cómo puedes prestarle a Dios Padre tus manos, tus ojos, tu oído, tu boca y tu corazón?

¿Puedes recordar algún caso en que hiciste lo que Dios quería de ti?

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Séptima Estación

“Jesús cae por segunda vez”Te adoramos, Cristo, y te bendecimos,que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

El papá acababa de contarles que Jesús estaba cada vez más cansado y más débil, que sus pasos se hacían cortos y tropezaba. Apenas había cruzado las puertas de la ciudad, cuando sus piernas se doblaron y cayó por segunda vez.

Todos miraban la escena pintada en la pared, en la última estación del costado izquierdo de la iglesia.

–Hay dolor en su rostro –decía el papá– pero observen que también hay algo más en su expresión. Todo el cuerpo gime por el dolor y el esfuerzo insoportable. Recuerden que Jesús es hombre verdadero. Pero, al mismo tiempo, como Hijo de Dios, como Dios él mismo, sabía muy bien que esa horrorosa cruz tan pesada era la llave para abrir las puertas del cielo. No puedo decir que su expresión sea de alegría, pero hay una luz de esperanza y de felicidad dolorosa en sus ojos. ¿Alcanzan a darse cuenta?

–No entiendo, papá, –dijo Martín–. ¿Cómo puedes tener dolor por fuera, en tu cuerpo, y felicidad por dentro, en tu corazón?

–Martín, yo sé que no es fácil comprenderlo. Pero presta bien atención: a veces sientes dolor por algo que te ocu-

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rre; por ejemplo, te golpeas un dedo con un martillo o te pica una abeja. Entonces gritas y lloras con desesperación: el dolor parece insoportable. Pero, si por un segundo te contienes, y en tu corazón ofreces ese dolor a Dios, se produce algo maravilloso. No te diré que el dolor desaparece, pero se vuelve soportable. Antes te ocurría algo terrible, un dolor sin sentido. Ahora tu dolor sirve para algo: sientes a Dios en ti, sientes amor, tu corazón se alegra, el dolor se puede soportar.

Entonces dijo la mamá:

–A Jesús le pasaba lo mismo. Su cuerpo se rebelaba, porque sentía mucho dolor. Pero su corazón irradiaba alegría

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porque estaba ofreciendo un sacrificio enorme para salvarnos a todos los hombres.El papá agregó:

–Sobre sus hombros llevaba los pecados de todos nosotros, una cruz muy pesada. ¡Son los pecados de todo el mundo los que lo hicieron caer!

Francisca, que había permanecido en silencio hasta ese momento, preguntó:

–Mamá, ¿crees que siempre podré levantarme después de una caída?

–Hija, sola no lo lograrás, pero sí con la ayuda y el perdón de Dios.

REFLEXION

¿Sentiste alguna vez un dolor muy grande? Cuenta como ocurrió. Si volviera a producirse, ¿crees que podrías ofrecerlo a Jesús?

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Octava Estación

“Jesús consuela a las hijas de Jerusalén”Te adoramos, Cristo, y te bendecimos,que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Toda la familia se dirigió al otro lado de la iglesia. Frente a la Octava Estación, Francisca, que miraba deslumbrada la escena, exclamó:

–¡Miren a todas esas mujeres! Se nota que querían mucho a Jesús: todas están llorando.

–Sí, lo querían mucho, aunque Jesús les pidió que no llo-raran por él –les aclaró el papá.

–Entonces, ¿por qué lloran?– preguntó Martín.

El papá les explicó:

–Jesús les había dicho: “no lloren por mí, lloren por ustedes y por sus hijos”, lloren por los pecados que cada uno hace cada día, por los que están lejos de Dios. Yo creo que esas mujeres comprendieron, pero a pesar de eso siguieron llorando por Jesús.

La mamá agregó:

–Esto que acaba de explicarles el papá, es muy importan-te: todavía hay mucha gente que no cree en Dios, ni en Jesús que tanto sufrió para darnos la vida eterna, la vida para siempre en el cielo. En ellos pensaba Jesús cuando

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dijo a esas señoras que no lloraran por él. Nosotros también tene-mos que hacer como dijo Jesús. Debemos preocuparnos por esas personas alejadas de Dios, pero también por nosotros mismos, por-que muchas veces le fallamos a Dios.

–Sí, dijo Tomás– y debemos rezar mucho por esas almas que están lejos de Dios, y por nuestras faltas.

–¡Eso me gustó! –exclamó con entusiasmo el papá–. Estamos re-zando muy poco. Y luego agregó:

–¿Qué les parece si desde hoy rezamos en familia, haciéndolo por los que no creen en Dios?

–¿Yo también puedo rezar?– preguntó Martín.

–Sí, tú también –respondió el papá– si así lo deseas.

Martín pensó: “Entonces, yo también rezaré por la conversión de los que no creen en Dios, y para que cada día sea más bueno”.

REFLEXION

¿Podré hacer desde hoy una pequeña oración por los que es-tán lejos de Dios?

¿Podré, desde hoy, actuar y hablar de tal modo que yo sea siempre un ejemplo para las personas que no conocen a Dios? Si así lo hago, quizás yo sea el único Evangelio que ellas puedan conocer.

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Novena Estación

“Jesús cae por tercera vez”Te adoramos, Cristo, y te bendecimos,que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Martín trataba de sacar cuentas y se preguntaba cuántas personas existían en el mundo. No podía creer que Jesús cargara con los pecados de todos. La familia había llega-do frente a la Novena Estación y Martín, al ver a Jesús nuevamente caído, agobiado por el peso de la cruz, se inquietaba calculando el peso de todos los pecados del mundo.

–Papá, ¿cuántos habitantes hay en el mundo?

–¿Por qué, Martín?– le contestó el papá.

–Quisiera saber cómo sería de pesada esa Cruz que lleva Jesús, cargando todos nuestros pecados.

El papá explicó:

–Somos, más o menos, cinco mil millones.

Francisca, que estaba escuchando, exclamó:

–¿Cómo? ¿Y Jesús cargó con los pecados de todos los de antes, los de ahora y los que vendrán?

–Sí, hija, de todos.

–¡Con razón se volvió a caer!– opinó Martín.

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La mamá había escuchado la conversación en silencio. Les pidió entonces que cada uno, sin hablar, le dijera algo a ese Jesús caído por el peso de la Cruz y de todos nuestros pecados.

Tomás, en su corazón, habló así con Jesús:

“Oye, Jesús, yo sé que no soy más que una hormiga sin importancia al lado de todo el mundo, pero quiero pedirte perdón. He pensado siempre sólo en mí, quejándome de las cosas que no me regalaban, de lo que pueden darme y no me dan. He sido muy egoísta, pero ahora, al verte de nuevo en el suelo, derribado también por mis cul-pas, te digo de corazón que quiero cambiar. Aunque soy tan poca cosa, quiero dar, quiero ser otro Tomás, distinto, preocupado por los demás. ¡Señor! ¡Ayúdame a levantarme yo también, dejando de lado todos mis egoísmos! ¡Ayúdame a ser como tú, que diste tu vida por todos! Yo quiero ayudarte y alivianar tu Cruz, pero necesito tu ayuda para poder cambiar y ser generoso”.

Mientras tanto, Francisca también hablaba con Jesús, y le decía en silencio:

“Jesús, no entiendo lo que me pasa. A veces estoy tan aburrida porque las cosas no me resultan como yo quiero. Siempre te pido ayuda pero no siempre veo si lo haces, no tengo paciencia y no sé cómo empezar de nuevo. Me cuesta volver a alegrarme. Ahora te veo caído pero sé que luego pudiste levantarte, a pesar de llevar esa cruz tan pesada. Si tú pudiste hacerlo, yo también trataré de esfor-zarme. ¡Te quiero, Jesús!”.

En cuanto a Martín, que miraba fijamente a Jesús caído, debajo de la cruz, le dijo a su mamá:

–Yo podría ponerme debajo de la cruz, al lado de Jesús, y hacer fuerza con él para ayudar a levantarla, ¿no te parece mamá?

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–Sí, hijo. Pero hay una sola manera en que puedes hacerlo: tienes que ser muy generoso y servicial. Luchar con todo lo malo que puede haber en ti. Cada vez que te esfuerzas, levantas un poco esa cruz tan pesada y alivias a Jesús.

REFLEXION

¿Podré levantarme de nuevo como lo hizo Jesús?

¿Qué podría hacer para ayudar a Jesús y levantar su cruz tan pesada?

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Décima Estación

“Despojan a Jesús de sus vestiduras”Te adoramos, Cristo, y te bendecimos,que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Martín no podía creer lo que estaba viendo. Nunca se había dado cuenta: ¡le habían quitado la ropa a Jesús, dejándolo desnudo!

–Papá, yo les hubiera pegado con un palo a esos malos, por hacerle eso a Jesús. ¡Seguro que si tú y yo hubiésemos estado ahí, no se hubieran atrevido a hacerlo!

Nadie respondió y todos miraban la Novena Estación, representada en la pared de la iglesia. Lo hacían en silen-cio y con mucha pena.

La primera en hablar fue la mamá, para contarles lo que ahí había sucedido:

–Ocurre muy a menudo que la gente, cuando ve a alguien caído, se burla de él. Si lo ven indefenso, lo atacan más. Así pasó con Jesús. Le sacaron toda la ropa y ¡la rifaron! Quedó desnudo y seguramente debió sentir vergüenza. Fue otro sacrificio más que ofreció para salvarnos. Él todo lo ofrecía: cada dolor, cada pena, cada vergüenza.

El papá interrumpió el relato y les dijo:

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–¡Cuidado! No deben olvidar que a Jesús le quitaron todo, pero lo más importante, su alma, no pudieron quitársela.

Francisca, que había escuchado todo con mucha atención, pensaba: “¡Qué equivocada estuve hasta hoy!” Y en voz alta dijo:

–Mamá, ¿sabes?, yo me preocupaba tanto de la ropa que se usa, de los vestidos que tienen mis amigas, y no me preocupé de mi alma, como nos ha dicho el papá. Tengo que pensar más en vestir mi alma y no tanto en lo que está de moda.

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Después, Francisca le habló a Jesús y le dijo:

–Yo ya no puedo ayudarte en lo que pasó hace tanto tiempo, pero cada día más, en mi corazón, puedo cubrir tu cuerpo desnudo con mis oraciones, siendo buena, alegre y ayudando a los demás.

Tomás rezaba en silencio. Pidió perdón por todas las veces que se había burlado de otras personas, porque sus cuerpos le parecían feos. El cuerpo desnudo de Jesús le hacía comprender que hay algo puro y secreto en el cuerpo de cada hombre, porque en él vive Dios, por más pequeño que uno sea. Pensó: “si yo me burlo del cuerpo de otra persona, soy igual que los guardias que se rieron de Jesús”. Finalmente se dijo a sí mismo, siempre en silencio: “Debo cuidar de mi propio cuerpo. También en mi cuerpo vive Dios”.

REFLEXION

¿Cuido mi cuerpo?

¿Recuerdo que mi alma vive en él?

¿Respeto el cuerpo de los demás porque sé que en él vive Dios?

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Decimoprimera Estación

“Jesús es crucificado”Te adoramos, Cristo, y te bendecimos,que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Llegaron así a la Estación número once. Martín se tapó los ojos al ver a Jesús clavado en la cruz:

–Mamá, no me gusta verlo así. Nunca me ha gustado ver-lo con los brazos abiertos, con esos clavos en sus manos y en sus pies. Prefiero no mirarlo. ¡Me da mucha pena!

La mamá le respondió:

–Martín, yo sé que te da pena, pero piensa en lo valien-te que fue Jesús. Piensa que lo hizo por amor a ti y por amor a mí. Piensa que sus brazos abiertos, clavados en la cruz, significan otra cosa también: Jesús dice así que nos recibirá siempre con los brazos abiertos a todos, a todos los que nos portamos mal pero nos arrepentimos.

El papá abrazó a Martín, diciéndole en voz baja:

–Martín, no olvides que Jesús vivió 33 años y que siem-pre supo cómo terminaría su vida: sabía que debía acep-tar esa muerte, porque era la voluntad de su Padre. Éste fue el momento más importante de su vida en la tierra, mientras fue un hombre como nosotros.

La mamá lo interrumpió, y le explicó a Martín:

–Fíjate en la madre de Jesús, la Virgen María. Su dolor era terrible. Imagínate lo que sintió al ver que iban a ma-

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tar a su Hijo adorado. Pero ella fue valiente y siempre lo acompañó. Ella sabía que Jesús aceptaba la muerte para salvarnos.

Luego, dirigiéndose a todos, siguió diciendo:

–¿Saben niños, lo que pidió Jesús a Dios, su Padre, cuando lo esta-ban clavando en la Cruz? Jesús dijo así: “Padre, perdónales, por-que no saben lo que hacen”. Es decir que fue capaz de perdonar a todos los hombres que le estaban haciendo daño, que le estaban quitando la vida y pedir que su Padre los perdonara.

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Entonces Francisca miró a su mamá y le preguntó:

–Mamá, si Jesús siempre nos perdonó, hasta lo más grave, ¿por qué a nosotros nos cuesta tanto perdonar?

La mamá le contestó con cariño:

–¿Sabes? Somos muy débiles para hacerlo sin la ayuda de Jesús. Si pe-dimos ayuda, seguro que nosotros también podremos perdonar.

–¡Cuantas cosas habrá pensado Jesús mientras estaba clavado en la cruz, antes de morir! –comentó el papá–. Él sabía que esa Cruz, en la que estaba muriendo, nos daría la vida para siempre. Jesús ya sa-bía en ese momento que al mirar una cruz aprenderíamos a confiar, sabiendo que, a pesar de todo el dolor y sufrimiento que tengamos, existe la esperanza de la felicidad y del amor eternos, porque la vida continúa junto a nuestro Padre, en el cielo.

Francisca se acercó a la cruz, miró a Jesús y le dijo:

–¡Gracias, Jesús! Fuiste muy valiente y generoso. Quiero ser como tú.

–¿Sabes, papá? –dijo Martín–. Ahora me gusta mirar la cruz. ¿Puedes poner una cruz en mi pieza? Me gustaría tener una como la tuya.

REFLEXION

Cuando miro la Cruz de Cristo, ¿lo hago con amor y agradecimiento?

¿Quieres ser valiente y generoso como Jesús?

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Duodécima Estación

“Muerte de Jesús en la cruz”Te adoramos, Cristo, y te bendecimos,que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Tomás estaba intranquilo. Miraba con bastante inquie-tud el cuadro que representaba la muerte de Jesús en esa estación. Su abuelito, a quien tanto quería, había muer-to poco tiempo atrás. ¿Cómo puede ser que alguien esté hoy con nosotros y de pronto ya no esté más?

“Nunca volveré a ver a mi abuelito. ¿Por qué? ¿donde está?” pensaba, y quería llorar. Preguntó entonces a su papá:

–Yo sé que Jesús murió en la cruz. Pero, ¿cómo fueron sus últimos momentos? ¿Qué dijo antes de morir?

–Escucha, Tomás –le respondió su papá–. Jesús, hasta el fin de su vida, seguía pensando en nosotros, en todos los hombres. Fíjate que la muerte en la cruz es terrible. El sufría mucho, pero aun así se preocupó por nosotros, y nos dejó a su mamá.

–¿Cómo? –interrumpió Martín–. ¿Nos regaló a su mamá?

–Sí, Martín –contestó el papá–. Ese día, desde la cruz, “viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quién amaba”, le dijo: “…ahí tienes a tu hijo”. Y luego le dijo

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a su discípulo Juan: “Ahí tienes a madre”. Al decir esto, nos decía lo mismo a todos nosotros.

Después de escuchar esas palabras, Francisca exclamó muy impre-sionada:

–¡Papá! Yo no sabía que Jesús nos había regalado a su mamá en la cruz. ¿Eso quiere decir que desde ese momento pasó a ser mamá de todos nosotros?

–Sí, Francisca. Así es, desde ese momento.

Tomás seguía pensativo, y volvió a preguntar:

–Papá, ¿qué más dijo Jesús antes de morir?

–Poco antes de morir, Jesús le habló a su Padre Dios, y le dijo: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”.

–¿Qué significa eso, papá? –preguntó Tomás, muy extrañado.

Fue la mamá quien lo explicó:

–¿Sabes? Eso significa que Jesús, hablando con su papá, le decía: “papá, estoy tranquilo, recíbeme en tus brazos, recibe mi alma, voy hacia ti, recíbeme, no me dejes solo.

Francisca sentía que las lágrimas caían de sus ojos, y en silencio le dijo a Jesús: “Jesús, cuando me muera, me gustaría poder decir lo mismo que tú: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Ahora ya entendí lo que quiere decir”.

Mientras tanto, Tomás preguntaba:

–¿Qué pasó después? ¿A qué hora fue?

–Después de encomendarse a su Padre –siguió explicando el papá– Jesús murió. Eran las tres de la tarde, en pleno día. De repente todo se oscureció, como si fuera de noche, y se produjo un temblor de tierra, un temblor muy fuerte: la tierra entera se estremecía por la

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muerte del Hijo de Dios. Pero en ese mismo momento se habían abierto las puertas del cielo para todos nosotros.

El papá sonrió y les dijo:

–Hijos, no se apenen. No olviden que esa muerte trajo algo nuevo al mundo: el cielo floreció como la primavera y se llenó de almas que alcanzaron la vida eterna.

Tomás se esforzaba por no llorar. Entonces su papá agregó:

–El abuelito, a quien tú tanto extrañas, ya está con el Padre Dios en el cielo. Seguramente se siente más feliz que nunca, y esto gracias a Jesús. Creo que en este momento él nos mira con cariño desde el cielo.

Todos miraron a Tomás que dijo, secándose las lágrimas:

–Tienes razón, papá: y eso, gracias a la muerte de Jesús.

REFLEXION

¿De qué modo puedo agradecer a Jesús su sacrificio en la cruz?

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Decimotercera Estación

“Jesús es bajado de la Cruz y entregado a su madre”Te adoramos, Cristo, y te bendecimos,que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

–Papá –preguntó Martín ¿Cómo pudieron bajar a Jesús de la Cruz? ¿Quienes lo hicieron? ¿Los buenos o los malos?

–Sus amigos– contestó su papá.

Pero Francisca quería saber más detalles y preguntó:

–Papá, ¿qué pasó?

El papá relató lo siguiente:

–Ese día Viernes, el mismo en que murió Jesús, cuando ya casi era de noche y estaba oscureciendo, la Virgen Ma-ría y Juan seguían al pie de la cruz. Ella sentía su corazón destrozado por el dolor y lloraba. ¿Cómo bajar el cuerpo de su hijo? No podían hacerlo sin el permiso de Pilatos. Sufría mucho: su hijo estaba muerto y ella ansiaba que su cuerpo santo reposara en algún lugar donde ya nadie pu-diera hacerle daño. Eran tanta su pena y sus lágrimas que ya ni siquiera podía ver a su hijo allá arriba, en la cruz, en la oscuridad creciente.

En ese momento aparecieron dos señores. Uno se llamaba José de Arimatea y el otro señor se llamaba Nicodemo.

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Los dos eran personas muy importantes en el pueblo judío, pero nadie sabía que ellos amaban a Jesús. Nunca se lo habían dicho a nadie, aunque siempre lo escuchaban y rezaban por él desde lejos. Jesús los conocía y también los quería, a pesar de que nunca se atre-vieron a seguirlo. Pero, cuando Jesús murió, se animaron y fueron valientes. Hablaron con Pilato, pidiéndole un permiso para bajar de la cruz el cuerpo de Jesús y entregárselo a su madre, la Virgen María.

Martín, que no perdía palabra del relato de su papá, preguntó:

–Papá, Juan, ese apóstol super amigo de Jesús, y también José y Nicodemo, ¿fueron ellos los que bajaron el cuerpo de Jesús?

–Si, Martín. Y puedes imaginarte con qué cuidado y veneración lo hicieron, hasta depositar ese cuerpo en los brazos de su mamá.

–¡Pobre mamá! –dijo Francisca con lágrimas en los ojos–. ¡No sé como pudo aguantar todo esto!

Al escucharla, la mamá de Francisca la miró y le dijo:

–¡Porque lo quería, Francisca! Por amor. Ella lo soportó e hizo lo que yo les decía que es necesario hacer: Ofreció a Dios su dolor, enseñándonos así que siempre hay que cumplir la voluntad de Dios y no lo que nosotros pensamos o queremos.

Francisca movió la cabeza con pena y dijo:

–Nunca había pensado en todo lo que sufrió la Virgen.

Mientras tanto Tomás pensaba:“¡Qué valiente y qué sola estuvo la mamá de Jesús en un momento tan terrible!”. La miró y, en silen-cio le dijo:

“Desde hoy seré tu ayudante. Haré lo mismo que tú y ofreceré a Dios todas mis penas, todo lo que me cuesta hacer y me duele. ¿Sabes, Madrecita? Te quiero, te quiero mucho. Nunca más estarás sola. Nosotros te acompañaremos”.

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Martín había escuchado todo y quedó en silencio durante un largo rato, mirando fijamente la cruz. De repente, en voz alta, les dijo a todos:

–¿Saben? Yo no puedo desclavar a Jesús de la cruz, pero hay algo que sí puedo hacer: lo voy a desclavar en mi corazón.

–Y eso, ¿qué quiere decir?– le preguntó Francisca.

–Eso quiere decir que estoy decidido a hacer todas las cosas bue-nas que pueda hacer, aunque no me gusten. Voy a prestar mi bici-cleta y no dejar comida en mi plato. ¿No te parece que es sacarle por lo menos un clavo a Jesús? ¡Seguro que Jesús estará contento conmigo!

Todos se quedaron mirándolo: Martín ya no parecía el niñito de siempre.

REFLEXIÓN

Virgen María, madre mía, quiero acompañarte en tu dolor.

¿Qué buenas acciones puedo hacer para desclavar a Jesús de la cruz?

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Decimocuarta Estación

“Dan sepultura al cuerpo de Jesús”Te adoramos, Cristo, y te bendecimos,que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Caminando lentamente llegaron todos, los papás y los tres hijos, hasta la última estación del Via Crucis. Era la número catorce

Francisca se acercó a su mamá y, abrazándola tímidamen-te, le preguntó:

–Mamá, ¿llevaron a Jesús a un cementerio como cuando murió el abuelito?

Los tres niños habían sentido algo parecido, una sensa-ción de pena en el corazón, recordando el funeral del abuelo.

–No, Francisca, –contestó la mamá–. Jesús nació pobre, en un pesebre, y también murió pobre, sin tener un se-pulcro dónde reposar después de la muerte.

–Entonces, ¿adónde lo llevaron? preguntó Martín.

–Escuchen –dijo el papá–. Esto fue lo que ocurrió:

–¿Recuerdan a José de Arimatea? Ese amigo de Jesús que consiguió el permiso de Pilato y ayudó a bajarlo de la cruz. Tenía un sepulcro, para él y su familia, que había mandado cavar en una roca redonda, donde un hombre

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de pie apenas podía tocar el techo. La puerta era pequeña y había que agacharse para entrar. En ese sepulcro nuevo dejaron a Jesús. Lo llevaron hasta allí su mamá, la Virgen María, el apóstol Juan que también era amigo de Jesús, José, Nicodemo y varias mujeres. Una de estas se llamaba María Magdalena.

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–Para la Virgen María fue un momento muy triste, pero ya estaba tranquila pues sabía que su hijo estaría abrazándose con el Padre Dios. Siempre, después de la tempestad, viene la calma. Y ahora María, que tenía una profunda fe en Dios, aceptaba una vez más lo que Dios había permitido.

–Papá, interrumpió Francisca–, si Jesús no tenía dónde descansar su cuerpo al morir, ¿qué pasa si yo le regalo mi corazón para que descanse, como en ese sepulcro donde lo puso José de Arimatea?

–Francisca, yo creo que Jesús estaría muy contento y agradecido contigo– le respondió el papá.

–Niños, agregó, ahora nos iremos a la casa. Ojala que este silen-cio que hemos vivido en la iglesia, acompañando a Jesús en el Via Crucis, podamos seguirlo durante el resto del día de hoy y tam-bién mañana, Sábado Santo. Tratemos de no gritar, de no pelear, de ayudarnos entre todos. Acompañemos a la Virgen María. Ella está muy triste y sola porque su querido hijo murió. No olvidemos hablarle, rezarle, en un día tan doloroso para ella. El Sábado Santo se dedica a la Virgen Dolorosa, que es otro de los nombres de la Virgen María.

Tomás, Francisca y Martín hablaban entre ellos. Habían decidido preocuparse especialmente de la Virgen María en estos dos días de espera. Estaban decididos a hablarle y rezarle tratando de no de-jarla sola en ningún momento, como se hace con alguien que está sufriendo mucho; y su mamá del cielo estaba ahora sufriendo más que nunca.

REFLEXIÓN

¿Podré ofrecer mi corazón a Jesús para que descanse?

¿Cómo acompañaré a la Virgen María hasta que su Hijo resucite?

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La Resurrección

Por fin el gran día había llegado. ¡Jesús Resucitó!

Apenas amaneció, Francisca saltó de la cama y corrió a despertar a sus hermanos. Primero a Martín y a Tomás y luego a los mellizos Manuel y José.

–¡Es domingo, es domingo! –gritaba, alborotando a to-dos–. ¡Hoy celebramos! ¡es fiesta, es fiesta!…

–¿Por qué es fiesta?– preguntó Martín, aún con sueño.

–Es fiesta porque Jesús resucitó: ya no está muerto, volvió a vivir y por eso hoy celebramos. Vamos a ver a los papás –contestó Francisca–… Seguro que ya están despiertos y nos esperan… A lo mejor tenemos una sorpresa.

Todos corrieron nerviosos hasta el dormitorio de los pa-pás:

–¡Papá, Mamá!, hoy resucitó Jesús, ¡es Domingo!– gritó Martín, repitiendo lo que había dicho Francisca.

–Sí, así es, ¡vengan todos!– contestó la mamá.

Saltaron sobre la cama y se saludaron felices. El papá, con inmensa alegría, le dijo a Tomás:

–¡Feliz Pascua, hijo!

–¿Por qué me dices así, papá?

–Así es como debemos saludarnos en este día, Tomás. ¡Es Pascua! Estamos celebrando la Resurrección de Jesús. Esta

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resurrección significa que fuimos salvados y podremos vivir con él para siempre en el cielo.

–¡Feliz Pascua, papá! –contestó Tomás. Por primera vez se daba cuenta que la Pascua no es la Navidad. La Pascua es la fiesta de la Resurrección.

La mamá ya tenía preparado para ese día un desayuno muy especial. Justo en el centro de la mesa había puesto una torta con una vela y la mesa estaba adornada con muchos dulces y chocolates.

Los primeros en correr a la mesa fueron los mellizos, Manuel y José.

–Mamá, ¿puedo encender la vela? –preguntó Francisca. Y así lo hizo.

Todos ya estaban sentados en su sitio pero nadie tocaba nada porque antes de comenzar a comer había que rezar: ¡todos juntos! Fue una oración alegre y feliz Después cantaron, y luego … ¡a celebrar!

Todos los niños disfrutaban cada dulce, cada chocolate. No habían probado ninguno desde el Viernes y todo lo encontraban más rico que nunca.

Unos días antes habían pintado huevos que se veían preciosos. ¡Qué felices estaban, compartiendo la mesa en familia! La mamá les explicó:

…Ahora estamos todos juntos en nuestra mesa, pero luego iremos a compartir la mesa con Jesús, y eso será la misa de Pascua de Re-surrección.

Se vistieron y se encaminaron hacia la iglesia, también los me- llizos.

–¡Jesús nos quiere ver a todos! –dijo la mamá.

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Habían llegado muy temprano a la Iglesia, porque los papás que-rían que sus hijos estuviesen muy cerca de Jesús que había vuelto al Sagrario.

–¿Mamá? –preguntó Francisca–. ¿A qué hora resucitó Jesús?

–Fue muy temprano. El sol apenas había salido. Durante la noche, el sepulcro en la roca estuvo muy bien cerrado y vigilado por guar-dias que había puesto Pilato. Mucha gente decía que Jesús iba a resucitar y por eso vigilaban para que nadie sacara su cuerpo.

–Así fue– continuó explicando el papá–. Pero nadie pudo robar el cuerpo. Él, por sí mismo, se levantó y salió vivo del sepulcro. Los guardias no pudieron verlo, estaba glorioso, lleno de luz.

–El Evangelio no dice que Jesús se apareció primero a su mamá –agregó el papá–. Nadie lo vio, pero seguramente eso fue lo pri-mero que hizo.

Tomás, que escuchaba atentamente, asintió con la cabeza y comentó:

–Yo también creo que así ocurrió. Un hijo siempre quiere ver pri-mero a su mamá, quitarle la pena y el dolor.

En ese momento comenzó la santa misa. Todos participaron con alegría, cantaban y contestaban.

El papá, les dijo en voz baja:

–Jesús está ahí, vivo, resucitado mirando a cada uno de ustedes, a todos los niños, a los jóvenes, a los abuelos y a nosotros. Se siente feliz porque todos lo acompañamos.

A su vez la mamá agregó:

–Él nos mira con mucho amor. Si lográramos escucharlo, sabríamos que a cada uno de nosotros nos pide que tengamos fe, que con-fiemos, porque después de cada cruz, de cada dolor, llega una luz, llega una Resurrección. Creo que también a todos nos diría que lo

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llevemos a nuestra casa, al trabajo al colegio, a todas partes, para compartir su alegría y su paz. ¡Debemos prometerle a Jesús que lo visitaremos a menudo!

La misa había terminado y los niños calculaban entre ellos cuántas veces por semana visitarían a Jesús. Pero el papá los interrumpió, diciendo:

–Falta algo muy importante. Debemos saludar y felicitar a nuestra madre, la Virgen María, porque su Hijo está vivo, porque resuci-tó.

–¿Cómo puedo felicitarla? –preguntó Martín.

–Hay una oración muy linda para felicitarla –le respondió el papá. Escuchen la oración:

Alégrate, Reina del Cielo¡Aleluya!Porque el que mreciste llevar en tu seno;¡Aleluya!Resucitó como dijo;¡Aleluya!Ruega por nosotros a Dios;¡Aleluya!Gózate y alégrate, Virgen María, Aleluya; Porque resucitó, en verdad, el Señor, ¡Aleluya!Oremos

–Después dice así –agregó el papá: Oh Dios, que por la Resurrec-ción de tu Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, te dignaste regocijar al mundo: concéde, te suplicamos, que por su Madre, la Virgen María, alcancemos el gozo de la vida eterna. Por el mismo Cristo Nuestro Señor, Amén.

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–Papá, – dijo Martín– me gustaría aprenderla de memoria. ¡Voy a decirla todos los días!

–En casa la copiaremos en un papel –contestó el papá.

Después de la Misa de Resurrección, todos volvieron entonces a la casa. Estaban alegres: realmente era un día de gran felicidad. Los niños, inquietos, corrían y alborotaban.

–¿Habría para ellos un huevito de chocolate escondido en el jar-dín?–, se preguntaban entre sí.

De pronto una gran campana sonó:¡Tilín tilín, tilín tilón! –Niños llamó la mamá–. A buscar… a buscar ¡A ver si encuentran un hue-vito de chocolate!

¡Qué felices estaban el papá y la mamá mirando sus cinco hijos que buscaban los huevos de chocolate! Es una antigua costumbre eu-ropea, que enseña cómo debemos “buscar” a Jesús en nuestras vi-das. Al principio no se encuentra, pero si no dejamos de buscar… se acaba por descubrirlo. Por otra parte, el huevo también había sido siempre uno de los símbolos de la vida.

–Mamá, papá, ¿no van a buscar huevitos de chocolate? –preguntó Martín.

–¡Por supuesto, ahí vamos!

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Guía para padres y educadores

Antes de leer los dieciséis relatos a hijos o alumnos, será necesario leerlos uno mismo con detención y en una ac-titud interior profundamente reflexiva.

Quince días antes del Viernes Santo, es conveniente ini-ciar la lectura para los niños a fin de concluir los relatos en esa fecha.

Es decir, cada día sólo se debe leer la narración correspon-diente a una estación, con el objeto de permitir al niño que madure el contenido de cada etapa del Via Crucis.

Si los niños a quienes va destinado el relato fueran muy pequeños, será necesario sustituir la lectura por una adap-tación, relatando con palabras más sencillas las imágenes principales. No debiera ser motivo de preocupación si no logran comprender todo. Alegrémonos aun si sólo se en-tretienen con los dibujos. Mirar las imágenes con cariño ya tiene el significado de un encuentro con Jesús.

Llegado el Viernes Santo, se recomienda que cada niño recorra íntegramente todo el Via Crucis, examinando nue-vamente las imágenes. Es una especie de recapitulación, pues las ilustraciones evocarán en su memoria todos los relatos de los días anteriores.

Se debe felicitar al niño cuando ha hecho sacrificios des-tinados a “hacer más liviana la Cruz de Jesús”. Es total-mente contraproducente amenazarlo con anular el valor

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de los sacrificios ya realizados, pretendiendo así corregir un comportamiento negativo.

En ninguna circunstancia se debe obligar a escuchar estos relatos. Cada niño tiene un “tiempo” propio y no siempre estará receptivo en el sentido deseado. La lectura de estos relatos debe ser una invitación a penetrar en el misterio de la Pasión de Cristo.

Pero, por otra parte, no debemos subestimar la impor-tancia de hacer dicha invitación en forma temprana. Re-cordemos siempre que lo que no se fomenta o enseña de niño, tarde o mal se repara.

Para terminar, cabe recordar que en la vida de muchos santos, hombres y mujeres, el rezo del Via Crucis jugó un rol muy importante, acercándolos profundamente a Jesús y haciéndolos merecedores de muchas gracias y bendiciones.

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