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Curso “Identidad, memoria e historia” (Texto de uso interno: no reproducir) Pedro Milos 1 Historia: por la identidad y con la memoria "La historia es la sola disciplina donde los sujetos reales tienen una posibilidad de ser descritos como tales". D. Bertaux Para que 'los árboles no nos impidan ver el bosque', habría que recordar que el sentido de trabajar los conceptos de identidad y memoria venía dado por la existencia de un campo común de preocupaciones entre antropólogos, sociólogos e historiadores. Preocupaciones comunes que eran la expresión de ciertas tensiones que recorrían desde hace algún tiempo la reflexión de las ciencias sociales: la tensión entre relevar los rasgos de unidad o de diversidad social, entre privilegiar la objetividad o la subjetividad en los procesos sociales, en fin, si enfatizar en lo individual o en lo colectivo como unidad de análisis. Identidad y memoria nos parecían dos conceptos -y por tanto dos realidades, ya que no hay concepto sin realidad- que junto con expresar estas tensiones permitían abordarlas y aventurar caminos de resolución. Por eso, al momento de trabajarlos, enfatizamos en sus cualidades relacionales, sintéticas. A nuestro juicio, la disciplina de la historia está plenamente concernida por tal debate y, más aún, creemos que su desarrollo futuro depende de su capacidad no sólo de participar en él, sino de esforzarse por jugar un rol protagónico. De allí la opción por devolver la reflexión general al campo de la historia, examinando su relación con los conceptos de identidad y memoria. Este ejercicio, que hemos realizado en las páginas precedentes, confirma a nuestro juicio la centralidad de la historia en los procesos identitarios y el gran aporte que realiza a la producción de las memorias sociales. Sin embargo, con la misma claridad demuestra que esa centralidad y ese aporte no son independientes de las orientaciones teóricas y metodológicas que tomen la disciplina en general y los historiadores en particular. Es en esta perspectiva que queremos explicitar lo que a nuestro juicio son algunas de las implicancias que para la disciplina de la historia tiene el asumir la identidad y la memoria como preocupaciones centrales de su quehacer. Implicancias de orden general que presentaremos bajo la forma de las siguientes seis proposiciones, cuatro principales (1, 3, 4 y 6) y dos complementarias (2 y 5): 1) Una historia de, para y con los actores individuales y colectivos 2) Una historia atenta a los excluidos, a las irrupciones y a lo cotidiano 3) Una historia que conjugando diversas temporalidades revaloriza el acontecimiento 4) Una historia que se asume como representación social y como conciencia histórica 5) Una historia en busca de comunicación 6) Una historia que complementa diversos métodos. 1 Milos Pedro. Texto de referencia: Tesis Doctoral “los movimientos sociales de abril de 1957 en Chile: un ejercicio de confrontación de fuentes” (1996)

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Curso “Identidad, memoria e historia” (Texto de uso interno: no reproducir)

Pedro Milos1

Historia: por la identidad y con la memoria

"La historia es la sola disciplina donde los sujetos reales tienen una posibilidad de ser descritos como tales".

D. Bertaux Para que 'los árboles no nos impidan ver el bosque', habría que recordar que el sentido de trabajar los conceptos de identidad y memoria venía dado por la existencia de un campo común de preocupaciones entre antropólogos, sociólogos e historiadores. Preocupaciones comunes que eran la expresión de ciertas tensiones que recorrían desde hace algún tiempo la reflexión de las ciencias sociales: la tensión entre relevar los rasgos de unidad o de diversidad social, entre privilegiar la objetividad o la subjetividad en los procesos sociales, en fin, si enfatizar en lo individual o en lo colectivo como unidad de análisis. Identidad y memoria nos parecían dos conceptos -y por tanto dos realidades, ya que no hay concepto sin realidad- que junto con expresar estas tensiones permitían abordarlas y aventurar caminos de resolución. Por eso, al momento de trabajarlos, enfatizamos en sus cualidades relacionales, sintéticas. A nuestro juicio, la disciplina de la historia está plenamente concernida por tal debate y, más aún, creemos que su desarrollo futuro depende de su capacidad no sólo de participar en él, sino de esforzarse por jugar un rol protagónico. De allí la opción por devolver la reflexión general al campo de la historia, examinando su relación con los conceptos de identidad y memoria. Este ejercicio, que hemos realizado en las páginas precedentes, confirma a nuestro juicio la centralidad de la historia en los procesos identitarios y el gran aporte que realiza a la producción de las memorias sociales. Sin embargo, con la misma claridad demuestra que esa centralidad y ese aporte no son independientes de las orientaciones teóricas y metodológicas que tomen la disciplina en general y los historiadores en particular. Es en esta perspectiva que queremos explicitar lo que a nuestro juicio son algunas de las implicancias que para la disciplina de la historia tiene el asumir la identidad y la memoria como preocupaciones centrales de su quehacer. Implicancias de orden general que presentaremos bajo la forma de las siguientes seis proposiciones, cuatro principales (1, 3, 4 y 6) y dos complementarias (2 y 5): 1) Una historia de, para y con los actores individuales y colectivos 2) Una historia atenta a los excluidos, a las irrupciones y a lo cotidiano 3) Una historia que conjugando diversas temporalidades revaloriza el acontecimiento 4) Una historia que se asume como representación social y como conciencia histórica 5) Una historia en busca de comunicación 6) Una historia que complementa diversos métodos.

1 Milos Pedro. Texto de referencia: Tesis Doctoral “los movimientos sociales de abril de 1957 en Chile: un ejercicio de confrontación de fuentes” (1996)

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Proposición 1: Una historia de, para y con los actores individuales y colectivos Sólo en el contexto de una opción historiográfica de alta complicidad con los actores de la historia es que cobra todo su sentido la atención a la identidad y la memoria. Tal como hemos visto, la identidad, sea en su dimensión individual o colectiva, está a la base de los procesos de constitución de los actores de la vida social. Y la historia, sea entendida como el resultado concreto de sus acciones en el tiempo o en su sentido historiográfico, juega un rol central en la constitución de dichas identidades. Por su parte, la memoria, sobre todo cuando se la entiende en su dimensión plural, colectiva, social, o sea en su realidad de 'memorias sociales', sólo se constituye en complemento insustituible de la historia, cuando ésta se propone trascender las instituciones y su objetividad y se sumerge en la comprensión de los actores sociales que les dan vida con su subjetividad. Ahora bien, esta opción por una disciplina histórica ligada a los actores responde, en última instancia, a una opción por el desarrollo de la historia real. Es decir, a una opción por expandir cada vez más la cantidad y la calidad de los sujetos capaces de producir historia. Una opción por acrecentar el caudal de aquellos que pasan de la 'pasividad' histórica a la 'productividad' histórica, de ser objetos de las condiciones históricas a ser sujetos de la historia. Y para eso, se requiere de una disciplina de la historia en condiciones de producir un tipo de conocimiento del pasado que desate, precisamente, esas capacidades de ser sujetos. Una vez más recurriremos a B. Jewsiewicki para reforzar nuestro planteamiento de fondo: "Es contando el pasado que uno imagina el futuro, del cual nace y donde se justifica un proyecto social. Entonces quien controla los discursos sobre el pasado y el futuro, controla irremediablemente lo que está entre los dos: el presente. Cuando el ejercicio de esta autonomía es cedido a las instituciones es cuando se produce la alienación más profunda"2. Se trata, precisamente, de 'democratizar' ese control de los discursos sobre el pasado. Y para ello, los historiadores tenemos dos posibilidades: - ya sea producir un tipo de discurso que de cuenta efectiva de la diversidad de actores de la historia (un discurso que 'identifique'), y para cuya producción deberemos recurrir a los actores ("todo discurso sobre lo social-histórico que no deja ningún lugar a la voz de los protagonistas concretos está condenado a presentar de su 'objeto' una imagen mutilada"3); - o bien, favorecer la capacidad de los propios actores de producir sus discursos sobre el pasado, socializando el "saber-hacer" historia, proporcionando la información requerida, gatillando las memorias latentes, fecundando las memorias parciales, precipitando las difusas. Una historia que opta por los actores y que quiere contribuir en la tarea de democratizar la producción historiográfica, bajo cualquiera de los dos caminos mencionados, debe trascender lo que se ha denominado la dimensión 'estructural' de los procesos históricos. A diferencia de la economía y de la sociología, que se entienden como cuerpos de saberes sobre las estructuras, la historia ubica su saber entre ellas y los hombres. ¿Cómo mantenerse fiel, entonces, a eso que se estudia dando cuenta no sólo de sus aspectos estructurales, sino igualmente de lo que allí hay de praxis? ¿Cómo hacer entonces para devolver el rostro y la realidad a lo que fue movimiento y que no lo es más?, se pregunta, casi con angustia, Daniel Bertaux. Es él mismo quien

2 MORIN, J.-M., op. cit., p. 275. 3 BERTAUX (D.), "'Eppur si muovono'. Le problème de l'expression des sujets dans le discours des sciences sociales", in: B. Jewsiewicki (sous la direction de), Récits de vie…, p. 92.

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sugiere que, para ello, el historiador puede revivir el contexto en que se sitúan sus documentos, o interrogar la memoria colectiva, o escribir la biografía de un actor central, o activar los reflejos emocionales del lector para hacer revivir la experiencia… "En breve -concluye- los historiadores tienen algunas posibilidades de resolver el problema4". Enorme desafío para nosotros los historiadores; sólo comparable con la talla del esfuerzo de creatividad que se requiere para asumirlo. Así, sobrepasar el terreno de las estructuras supone, entre otras cosas, adentrarse en el de las subjetividades. Y esto no es simple, ya que la noción de subjetividad remite a dos ámbitos: "…la cabeza y los brazos, es decir, la subjetividad como percepción emocional y como potencial de acción"5. A una historia de los actores no concurren, entonces, solamente las múltiples expresiones de la acción humana, autodeterminada o condicionada, individual o colectiva -lo que ya es un gran desafío-, sino que también los componentes no racionales de su práctica histórica. Un buen ejemplo de un procedimiento de este tipo, lo encontramos en el caso de un estudio sobre el movimiento Mau-Mau en Kenya y que, a juicio de Jewsiewicki, "reconoce a cada actor colectivo (…) su historicidad y su especificidad, sin detenerse en fronteras de raza, de etnia o de grupo social. La subjetividad cultural de cada grupo y la identificación de sus intereses en los dilemas del conflicto, permiten comprender que la faz más visible del conflicto fue, de una cierta manera, la menos importante"6. He allí la complejidad de nuestra tarea: así como no siempre la primera imagen de los hechos es la más importante, no siempre el rostro más nítido de la historia corresponde al de sus actores más relevantes. Esta voluntad de acercar la producción histórica a los actores encuentra también expresiones o traducciones políticas. Una de ellas pueden ser aquellas investigaciones que explícitamente tratan de poner el saber colectivo sobre el pasado al servicio de determinados objetivos comunes a investigadores y grupos específicos. Otra, más explícitamente política, podría ser el caso de "una investigación colectiva partida desde abajo, para que un grupo social dado acceda al manejo de su pasado, en vistas de llevar mejor sus luchas comunes". Se trataría de una recuperación del pasado común en función de un proyecto político: "sea para una reflexión estratégica de conjunto, necesidad de reflexionar sobre el pasado, para analizar el presente y visualizar un futuro distinto (los campesinos, por ejemplo, en relación a la evolución del campo en un período de treinta años); sea para reunir informaciones técnicas, para adquirir un mejor conocimiento de la evolución concreta de la cual depende el presente (el caso de los habitantes de un barrio para hacer frente a los promotores inmobiliarios); o como contribución a una mejor vida colectiva en el presente, en busca de una mejor calidad de vida; o para amplificar, sensibilizar la colectividad por el llamado de su pasado común (la situación de minorías nacionales o grupos regionales)"7. En fin, más allá de sus diversas posibilidades y desafíos, si tuviésemos que sintetizar en una palabra el sentido de esta primera proposición de una historia de, para y con los actores, ella sería la de autonomía. Aspiramos a un tipo de producción historiográfica que acrecente los grados de autonomía de los actores o movimientos sociales frente a los distintos poderes que condicionan sus acciones de hoy y sus aspiraciones de mañana. 4 BERTAUX, D., op. cit., p.90-91. 5 Ibid., p.93. 6 JEWSIEWICKI, B., "La mémoire", …, p. 62. El estudio al que se hace referencia es el siguiente: John Lonsdale, "La pensée politique kikuyu et les idéologies du mouvement Mau-Mau", Cahiers d'études africaines, 107-108, 1987, p. 329-358. 7 DOSSIER, op. cit., p.8.

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Proposición 2: Una historia atenta a los excluidos, a las irrupciones y a lo cotidiano En el marco de la opción por los actores, esta proposición complementaria apunta a señalar que la atención a 'los excluidos de la historia' o a los grupos marginales puede contribuir, en primer lugar, a su reconocimiento como actores sociales y, luego a un mejor conocimiento de la realidad social que los rechaza. Atención que se podrá focalizar tanto sobre las manifestaciones disruptivas, de protesta, violentas o no, que ellos protagonicen así como sobre su vida cotidiana. Precursora en esta perspectiva ha resultado la Histoire de la folie à l'âge classique, de Michael Foucault, escrita en los inicios de los 60. La preocupación creciente, desde hace algunos años, por la historia de las mujeres puede también ser vista como expresión de esta mirada sobre los grupos dominados, segregados o excluidos, en busca de conocer sus valores y normas, tanto en lo que tienen de confrontación con lo establecido así como en aquello de propuesta de cambio. En esto que se podría denominar la "historia de la marginalidad", se observa una gran "inventiva para captar, a través de todas las manifestaciones de no pertenencia al orden, la manera en la cual una sociedad reina contradictoriamente, y llega a veces a transformar la mayor parte de sus normas colectivas a través de sistemas ambivalentes de adhesión y de rechazo, de desafío y de escarnio"8. La vida cotidiana, ya lo hemos visto, constituye una dimensión privilegiada para conocer los procesos de constitución no sólo de estos grupos excluidos sino, en general de todos los actores sociales. Y si bien no profundizaremos en ella ahora, sí queremos dejar subrayado su valor historiográfico. La otra dimensión importante a considerar es aquella, no ya de la cotidianeidad, sino de las manifestaciones de ruptura, de protesta o de disconformidad con el orden establecido. Dentro de la historiografía, las huelgas han sido el tipo de acción colectiva de protesta más estudiado, en un comienzo bajo una cierta influencia de la sociología y principalmente a través de métodos cuantitativos. Sin embargo, cada vez más se avanza hacia estudios más comprehensivos, ya que, "sobretodo por su carácter de fractura brutal, de pequeña crisis, la huelga es un momento privilegiado que revela las latencias de una situación conflictual y los valores de un grupo obrero o patronal"9. Numerosos y muy valiosos han sido los trabajos consagrados al estudio de las manifestaciones huelguísticas. Pero es uno de ellos, La France conteste de 1600 à nos jours, publicado por el norteamericano Charles Tilly en 1986, el que en los últimos años ha servido de referencia en el tema. Se trata de un intento por "inventariar y desmontar el fenómeno del rechazo popular", modelizando a partir de una serie de estudios de caso, lo que supone trabajar estrechamente la teoría y lo concreto. El autor combina una matriz de inspiración sociológica -aplicable en todo tiempo y lugar y construida en torno a cuatro factores, como son el interés, la ocasión, la organización y la acción-, con una mirada más historiográfica sobre lo que él llama "el repertorio de la acción colectiva10". Eje central al cual agrega otras miradas históricas hacia la demografía, la economía, las mentalidades y el marco político. Entre los aportes más interesantes de la obra de Tilly, puede destacarse la constatación de que los movimientos contestatarios introducen una nueva periodización que no coincide con los cortes de la historia tradicional. Esto pone en cuestión la posibilidad de establecer causalidades directas entre las estructuras

8 FARGE, A., "Marginaux", in: A. Burguière (sous la direction de), Dictionnaire des sciences historiques, Paris: Presses Universitaires de France, 1986, p.436-438. 9 LEQUIN, Y., "Grèves", in: A. Burguière, op. cit., p.322-323. 10 NICOLAS, J., "Comptes rendus", in: Annales ESC, N°1, 1988, p.137-138.

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políticas y los fenómenos contestatarios. Entre sus debilidades, se puede señalar "una contradicción difícilmente resuelta entre la rigidez del esquema rector y el desmenuzamiento de la sobreabundante y diversa información"11. En todo caso su análisis de los casos particulares tiene la virtud de respetar la complejidad de lo real. La existencia y el impacto de estudios como el de Tilly, no debiera opacar la enorme producción de estudios monográficos en torno a los más diversos movimientos de contestación y que parecieran confirmar la impresión de Yves Lequin: en el campo de las representaciones y de la memoria, la media estadística no tiene casi sentido y una sola huelga puede inflamar por largo tiempo las imaginaciones y fortalecer las convicciones. Sin embargo, la huelga, en tanto instrumento de presión principalmente ligado a la producción económica, no es la única expresión del descontento ni la más expresiva de los grupos excluidos. Estos, muchas veces se manifiestan a través de movilizaciones espontáneas, motines, revueltas o asonadas, sin una clara organización ni convocatoria. La violencia suele ser una de sus características, sin que necesariamente esté siempre a cargo de ellos. Muchas veces la violencia es el recurso de los que sin tener cómo justificar la opresión, recurren a la represión. Pero, la violencia también se hace presente de una manera menos espectacular pero a menudo más devastadora. La criminalidad es una de ellas. "Formas de violencia ordinaria y cotidiana, constitutivas de relaciones sociales; violencias vividas en el día a día, a la vez toleradas e insoportables, y cuya complejidad hace su historia totalmente interesante"12. Una "violencia endémica" cuyo principal interés radica en que ella forma parte, al mismo tiempo, de las tensiones sociales como de las formas de sociabilidad. Incorporar la violencia como tema de historia, permite no olvidar -en palabras de Arlette Farge- que el funcionamiento de las sociedades reposa en el conflicto y en las solidaridades y contra-solidaridades que éste genera. Así, buscar los medios y destinar las energías necesarias para conocer o favorecer la identidad histórica de los grupos excluidos o marginalizados, así como para activar su memoria en torno a su vida cotidiana, a sus expresiones de ruptura, violentas o no, constituye, a nuestro juicio, una de las tareas importantes de una historia ligada a los actores. He allí el sentido de una historia atenta a los excluidos, a las irrupciones y a lo cotidiano. Proposición 3: Una historia que conjugando diversas temporalidades revaloriza el acontecimiento Sin negar el valor de una mirada historiográfica de larga duración, sobre todo para comprender la evolución de los comportamientos humanos, la opción por los actores supone una atención especial al tiempo real en que estos actores se desenvuelven y se manifiestan. Una atención preferencial al tiempo histórico en que sus identidades se expresan y sobre el cual construyen su memoria. La reacción 'anti-événementiel', que a partir de los años cincuenta se observa en la historiografía, es equivalente al peso y al estatuto que la historia positivista le otorgaba al 'hecho histórico'. O sea, al hecho que se supone dejaría una huella única y singular, que marcaría la historia por sus consecuencias particulares e inimitables. Un tipo de hecho, "l'événement", que puede ser considerado como el "verdadero átomo" de la historia positivista13, expresada en historiadores como Seignobos o Bourgeois.

11 NICOLAS, op. cit., p.138-139. 12 FARGE, A., "Violence", in: A. Burguière, op. cit., p.685. 13 DUMOULIN, O., "Histoire événementielle", in: A. Burguière, op. cit., p.271.

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La búsqueda de otras temporalidades, que trascendieran el tiempo restringido de los acontecimientos, se vio fuertemente marcada, en los años cincuenta, por la asunción del concepto de 'estructura' por parte de los historiadores. En efecto, ello marca una transformación progresiva de sus objetivos y de sus métodos. Ya no bastaba con tener en cuenta estructuras desprendidas de otras disciplinas, como las estructuras agrarias o las estructuras sociales; se requería de una conceptualización que diera cuenta de las nuevas incursiones de los historiadores en el tiempo. Así, a fines de los cincuenta, Pierre Chaunu definía una estructura como "todo lo que en una sociedad, en una economía, está dotado de una duración suficiente para que su movimiento escape a la observación ordinaria"14. Pero es, sin duda, Fernand Braudel, con la incorporación de la estructura y la coyuntura a las duraciones de la historia, quien mejor cristaliza esta pretensión de aprehender la totalidad de la diacronía. De allí una de las características que marca la historiografía de los años 60: la ampliación del registro temporal de la historia. Fernand Braudel sostiene que "la historia tradicional, atenta al tiempo breve, al individuo, al acontecimiento, nos ha habituado desde hace mucho al relato precipitado, dramático, de corto aliento". La nueva historia económica y social, por su parte, continúa Braudel, "pone en el primer plano de su investigación la oscilación cíclica", constituyendo, al lado del relato o 'recitatitivo' tradicional, un 'recitativo' de la coyuntura que analiza el pasado a través de tramos largos: decenas, veintenas o cincuentenas de años". Para concluir que "más allá de este segundo recitativo se sitúa una historia de aliento mucho más sostenido aún, de amplitud secular esta vez: la historia de larga, incluso de muy larga duración"15. Tres tipos de relatos o 'recitativos', entonces, que dan cuenta de tres temporalidades, cada una de ellas con sus características particulares. Tres temporalidades, pero entre las cuales hay una que para Braudel es dominante: la larga duración. "…es en relación a esas capas de la historia lenta que la totalidad de la historia puede ‘repensarse’, como a partir de una infraestructura. Todos los niveles (…) del tiempo de la historia se comprenden a partir de esta profundidad, de esta semi-inmobilidad; todo gravita en torno a ella"16. De allí la toma de distancia de Braudel respecto del tiempo de los acontecimientos, aunque reconociendo siempre que "las duraciones que distinguimos son solidarias las unas de las otras: no es la duración la que es creación de nuestros espíritus, sino los cortes de esta duración"17. Así, finalmente, Braudel reconoce que la larga duración, la coyuntura y el acontecimiento debieran encajar sin dificultad, al final del trabajo del historiador. La importancia de distinguir estos tres tipos de duración no es sólo metodológica sino que involucra también la relación que desde el presente se establece con el pasado. Ya que, como dice J.-C. Perrot, la duración "es ese movimiento por el cual las sociedades seleccionan, a cada instante del presente, el stock de sus experiencias, autorizan el retorno de las técnicas y de los gestos de producción, permiten al pasado de estar de nuevo plenamente acá". Y esto, llevado al trabajo que el historiador realiza en relación a la duración, opera de manera similar: se trata de la "selección de los hechos según la riqueza de su futuro ahora demostrado", y de la explicitación del "orden que el tiempo deposita entre las cosas"18. Y en esta tarea no es indiferente el que se trabaje en el registro de una u otra de las duraciones de Braudel o en el de las tres. Porque si bien es cierto que 'el mapa no es el territorio', como decía Borges, así como la historia no revive el

14 CHAUNU, P., Séville et l'Atlantique, 1504-1650, t.VIII (I), Structures, Paris, 1959, p.12, citado por M. Aymard, "Structures", in: A. Burguière, op. cit., p.645. 15 BRAUDEL, F., "La longue durée", in: Fernand Braudel, Ecrits sur l'histoire, Paris: Flammarion, 1969, pp.44-45. 16 BRAUDEL, F., op. cit., p.54. 17 Ibid., p.76. 18 PERROT, J.-C., "Le présent et la durée dans l'œuvre de Fernand Braudel", in: Annales ESC, N°1, 1981, p.7.

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pasado, no es menos cierto que la escala espacial en un caso y la escala temporal en el otro condicionan su representación de la realidad. Así, a partir de los años cincuenta y en el curso de los sesenta, lo 'événementiel' fue progresivamente desacreditado por una historia cada vez más sensible a los movimientos de larga duración. El tiempo de las estructuras y las coyunturas pasaron a ser predominantes: vino el contacto con la economía y el auge de la historia serial. Sin embargo, a no mucho andar, sobre todo cuando la investigación se orientó hacia otros campos, como por ejemplo el de las mentalidades, la dupla estructura/coyuntura tendió a debilitarse: "la estructura recupera su libertad para llegar a ser un instrumento de comprensión autónomo y de insersión en el campo de la historia de una siempre más larga duración y de nuevos objetos; las fronteras de la permanencia y del cambio se dilatan así de algunos siglos a muchos milenios"19. Comenzó a discutirse, entonces, la relación entre el acontecimiento y las fluctuaciones cíclicas. Los ciclos, por su carácter repetitivo y más aún si no daban paso a grandes cambios, tendieron a ser asociados a las estructuras. Se volvió entonces a valorar el acontecimiento, o al menos los acontecimientos que pusieran en escena o tradujeran una mutación de las estructuras. Pero fue Pierre Nora quien más claramente llamó la atención sobre esta suerte de 'retorno del acontecimiento': "Hoy en día, en que la historiografía entera ha conquistado su modernidad sobre el borrado del acontecimiento, la negación de su importancia y su disolución, el acontecimiento nos vuelve -otro acontecimiento- y con él tal vez la posibilidad misma de una historia propiamente contemporánea"20. Un "otro acontecimiento" porque, a juicio de Nora, ya no se trata de aquel que santificaron los historiadores positivistas, sino del que casi monopolizan los medios de comunicación de masas. Un "acontecimiento moderno" íntimamente ligado a su expresión, pleno de virtualidades emocionales y que se desarrolla sobre una escena inmediatamente pública. Las masas participan afectivamente en él, constituyéndose en casi su única forma de participar en la vida pública. Este 'nuevo' acontecimiento que nos muestra Nora contiene, en su opinión, una paradoja de mucho interés para el historiador del presente: "el desplazamiento del mensaje narrativo a sus virtualidades imaginarias, tiene por efecto subrayar, en el acontecimiento, la parte de lo 'non-événementiel'". Así, para Nora, el acontecimiento pasa a ser "el lugar temporal y neutro de la emergencia de un conjunto de fenómenos sociales surgidos de las profundidades y que sin él habrían permanecido ocultos en los repliegues del mental colectivo21". El acontecimiento habla menos por lo que él es que por lo que él desencadena. Su significación se absorbe en su resonancia; él no es más que un eco, un espejo de la sociedad. En suma, para P. Nora el acontecimiento es un "lugar de proyecciones sociales y de conflictos latentes, (…) el encuentro de muchas series causales independientes, una rasgadura del tejido social que el sistema mismo tiene por función de tejer". Y lo que debe interesar al historiador, entonces, es "el doble sistema que se cruza en el acontecimiento, sistema formal y sistema de significación y que él está mejor ubicado que nadie para captarlo"22. En definitiva, lo que el acontecimiento permite a juicio de Nora, es dejar en evidencia el sistema, comprender la naturaleza de la estructura. 19 AYMARD, M., op. cit., p.646. 20 NORA, P., "Le retour de l'événement", in: J. Le Goff et P. Nora (sous la direction de), Faire de l'histoire, t.1, Noveaux problèmes, Paris: Gallimard, 1974, p.226. 21 Ibid., p.222. 22 Ibid., p.224.

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Analizando también la relación entre estructura y acontecimiento, más o menos en la misma época, a comienzos de los setenta, E. Le Roy Ladurie distingue tres modos de abordarla. La primera manera es la que surge desde la historia "estructural" o "total" o "sistemática", que cuando se enfrenta al acontecimiento lo hace para ubicarlo en relación a una estructura. Se trataría de una perspectiva reductiva, en que el objetivo sería "de trascender el acontecimiento, o de fagocitarlo o de recuperarlo". Una segunda manera, a su juicio, ha sido la de los historiadores de la "new economic history", quienes han tratado de "domesticar el acontecimiento, dándole un lugar específico en la historia estructural o cuantitativa". Tal es el caso de las "hipótesis contrafactuales": ejercicios de suponer la no existencia de ciertos acontecimientos a los que se le atribuyen efectos económicos importantes y ver si eso modifica o no el curso de la historia económica del período. Y una tercera manera -en vistas a "devolverle al acontecimiento la dignidad que merece" y que a Le Roy Ladurie le parece la más sugerente- sería la de tratar de analizarlo en tanto que tal pero reinsertándolo en las estructuras de su tiempo. Es lo que a juicio de Le Roy Ladurie hace Paul Bois en su libro Paysans de l'Ouest, y que denomina como procedimiento "événementialo-structurale"23. Por distintas vías, entonces, se fue dando una tendencia a revalorar el acontecimiento, en primer lugar como representación, como expresión del imaginario y de las inquietudes colectivas, y luego como cristalización del funcionamiento de un sistema. Así, actualmente, ya no se trata solamente de un 'retorno del' acontecimiento, como lo analizaba en los años setenta Nora, sino más bien de un 'retorno al' acontecimiento, como lo sugería F. Hartog en los ochenta24. Acontecimientos que pueden introducir rupturas "en las grandes estabilidades estructurales o en los grandes movimientos seculares (y que) permiten entrever las latencias, los rechazos sociales constitutivos de toda sociedad, incluso si ellos son 'normalmente' escondidos"25. Un retorno al acontecimiento en la medida que éste puede ser el detonador de dinámicas sociales nuevas. Pero también una vuelta al acontecimiento en tanto revaloración del tiempo corto, de los hechos, como referencia cronológica preferencial de los actores. Porque, como bien dice Guyvar'h, "la relación con el pasado se construye a partir de esas referencias cronológicas" y "la memoria se organiza en torno a hechos ('antes de la guerra', 'en los tiempos del Frente Popular', etc.)"26. Los acontecimientos van dando el ritmo al movimiento de una historia que puede entonces volverse relato. La importancia que a nuestro juicio tiene esta reflexión sobre el tiempo en la historia es la siguiente: la reacción frente a una historia que pretendía una reconstrucción 'positiva' del pasado con absoluta prescindencia del presente, y para lo cual constituía el 'hecho histórico' en su principal objeto de estudio, llevó a la afirmación de una perspectiva globalizante. En efecto, la noción de estructura, de larga duración, de proceso, tiene el valor de proyectar los acontecimientos sobre un fondo que los trasciende y que, muchas veces, los explica, los hace comprensibles. Sin embargo, a nuestro juicio, este ejercicio de comprensión a través de la totalidad, introduce una racionalidad historiográfica que encierra el siguiente peligro: puede terminar por obviar el análisis del tiempo histórico en el cual los actores actúan concretamente. Es decir, la fuerza interpretativa de la larga duración, casi omnipotente, puede llevar a despreciar el sentido particular que los actores sociales, en tanto sujetos, le otorgan a su acción histórica. ¿Se trata, entonces, de empujar nuevamente el péndulo hacia el polo de los acontecimientos y del tiempo corto? No. Se trata de avanzar hacia una historia que conjugando diversas temporalidades revaloriza el acontecimiento. Una historiografía que sin negar el desarrollo de los procesos históricos sobre un fondo 23 LE ROY LADURIE, E., "Evénement et longue durée dans l'histoire sociale: l'exemple chouan", in: E. Le Roy Ladurie, Le territoire de l'historien, Paris: Gallimard, 1973, p.169-186. 24 HARGOT, F., "Marshall Sahlins et l'anthropologie de l'histoire", in: Annales ASC, N°6, 1983, p.1262. 25 PAILLARD, B., "Histoire immédiate", in: A. Burguière, op. cit., p.349. 26 GUYVAR'H, D., op. cit., p.20.

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temporal acumulativo, de larga duración, le reconoce al tiempo vital de los actores una importancia capital para comprender el sentido de su historia. En este marco, los 'acontecimientos' se nos presentan como una concreción de esta temporalidad propia de los actores. He allí el desafío de esta tercera proposición. Proposición 4: Una historia que se asume como representación social y como conciencia histórica No sólo por su fidelidad a los actores y a la dimensión subjetiva que ellos aportan a la vida, sino por la esencia misma de la identidad y de la memoria y las características del propio conocimiento que produce la disciplina de la historia, ésta debe asumir su pertenencia al ámbito de la conciencia humana. Hablar de identidad, hablar de memoria o hablar de historia, es hablar de representaciones de la realidad. Una imagen de sí mismo o del grupo al que se pertenece, un recuerdo personal o la huella de una rememoranza colectiva, un relato histórico o una autobiografía, son todas representaciones de la realidad social o personal y no simples reflejos de ella. Elaboradas con elementos simbólicos, las representaciones tienen una realidad específica dada por su existencia misma y por su impacto en las mentalidades y en los comportamientos colectivos. B. Baczko nos propone llamarlas "imaginarios sociales". A lo largo de la historia de la humanidad, se ha ido creando una actitud instrumental y utilitaria respecto de estos imaginarios colectivos. Han sido y son utilizados ya sea para crear imágenes disminuidas de los adversarios, para así minar su legitimidad, o bien para agrandar el poder y las instituciones del campo propio. Esto es posible en la medida en que lo social, en un sentido weberiano, se produce a través de una red de sentidos, tanto como de referencias por las cuales los individuos comunican, se dan una identidad común, designan sus relaciones con las instituciones, etc. "La vida social es así productora de valores y de normas y, con ello, de sistemas de representaciones que los fijan y los traducen. Así operan códigos colectivos según los cuales se expresan las necesidades y las expectativas, las esperanzas y las angustias de los agentes sociales. Dicho de otra manera, las relaciones sociales no se reducen nunca a sus componentes físicos y materiales"27. Para B. Baczko, el imaginario social es una de las fuerzas reguladoras de la vida colectiva, una pieza del dispositivo de control de la vida colectiva y del ejercicio del poder. "Es el lugar de los conflictos sociales y uno de los desafíos de esos conflictos"28. En el fondo, la vida social está constituida por un conjunto de representaciones colectivas que, a juicio de F. Raphaël, "simbolizan la estructura de un grupo social, la manera en que reacciona frente a tal o cual suceso, el sentimiento que él tiene de sí mismo o de sus intereses"29. Ahora bien, si estas nociones de representación social las trasladamos al campo de "las representaciones concernientes al carácter histórico del mundo social y del ser individual", entramos en el terreno de la "conciencia histórica", según la define Grabski30. Es en torno de la conciencia histórica que se organiza el

27 BACZKO, B., Les imaginaires sociaux. Mémoires et espoirs collectifs, Paris: Payot, 1984, p.25. 28 Ibid., p.32. 29 RAPHAEL, F., "Le travail de la mémoire et les limites de l'histoire orale", in: Annales ESC, N°1, 1980, p.142. 30 GRABSKI, A., "Un problème de l'histoire des mentalités: la conscience historique", in: Mélanges Robert Mandrou, Histoire sociale, sensibilités collectives et mentalités, Paris: Presses Universitaires de France, 1985, p.135.

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conjunto de una visión de mundo. Pues la conciencia histórica, como lo ha subrayado el historiador polaco Jerzy Topolski31, contiene los dos aspectos: el conocimiento histórico y la "valorización" que de él se hace. Asumir una visión de la vida social que va más allá de sus componentes físicos y materiales y reconocer la existencia y el rol de una conciencia histórica, supone aceptar que la historia no se puede reducir a la 'reconstitución cronológica de los hechos del pasado'. Supone abrirse a una historia que se asume ella misma como una de las alternativas de representación de ese pasado, así como supone también una valoración de las fuentes, o testimonios, que pueden dar cuenta de dicha conciencia. Supone, por último, oponerse y revertir una tendencia a "la neutralización del sujeto-actor, (que) lleva, en la práctica, a una indiferencia acrecentada hacia la conciencia de los protagonistas" y según la cual el que "ellos sean conscientes o no de las estructuras descubiertas por el investigador no podría en ningún caso confirmarlas o desmentirlas"32. Si, en cambio, lo que se quiere es situar el centro de gravedad de la verificación cada vez más cerca del sujeto histórico, se requiere entonces de una disciplina histórica que trabaje explícitamente el campo de las representaciones y de la conciencia histórica. Llevado este concepto de conciencia histórica al terreno de la investigación histórica, obliga a considerar distintos elementos, que constituyen lo que Grabski llama "el campo operacional del concepto". Campo operacional en el que es posible distinguir los siguientes problemas33: a) la constitución de una información histórica, provenga de una participación en los acontecimientos vividos o de testimonios que se ha recogido de actores o testigos y que es uno de los fenómenos que han sido insuficientemente analizados en las investigacionse históricas; b) la fase de la fijación de las informaciones históricas, en que la información, una vez establecida, debe ser enseguida situada y fijada en relación al conjunto de las otras y para eso valorizada; c) mucho más clara, pero también más compleja, es la noción de transmisión, es decir de la difusión de dichas informaciones; d) por último, está el funcionamiento de los acontecimientos históricos valorizados en la conciencia social. Esta adquiere la dimensión histórica gracias a la interiorización de la conciencia del tiempo: el sentimiento de que la realidad cambia en el tiempo implica una concepción lineal de éste así como la convicción de la interdependencia de los tres elementos de la tríada: pasado-presente-futuro. A juicio de Grabski, a menudo se piensa que lo que es difundido es necesariamente retenido, reduciendo la cuestión de la integración de las informaciones históricas en la conciencia de un grupo a la simple difusión. Pero el asunto es más complejo. "La información difundida puede ser integrada, con adaptaciones, a la estructura de una visión de mundo cuando los valores de una y de otra no son opuestas; en el caso contrario, generalmente hay rechazo34". Es común que 'lo verdadero' termine siendo aquello que 'debe ser verdadero' según el sistema de valores de cada grupo. Una segunda propuesta de operacionalización del concepto de conciencia histórica, nos viene de parte de Nicole Gagnon. En este caso, se transita entre dos nociones de conciencia histórica. La primera, de Gaétan Tremblay, que la entiende como "la repercusión sentida por el individuo de su insersión en la historia"; y la

31 TOPOLSKI, J., "De la notion de la conscience historique", in: J. Topolski, La conscience historique des polonais. Problèmes et méthodes des recherches, Lódz, 1981, p.26, citado por A. Grabski, op. cit., p. 135. 32 MILO, D., "Pour une histoire expérimentale, ou la gaie histoire", in: Annales ESC, N°3, 1990, p.719. 33 GRABSKI, A., op. cit., p.137-138. 34 Ibid., p.138-139.

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segunda, de acuerdo a F. Dumont: "transcripción de las referencias sociales del tiempo en los criterios personales donde la conciencia reconoce su temporalidad"35. En términos prácticos y operacionales, se recurre al relato de vida para conocer la manera en que los cambios sociales habían sido vividos e interpretados, buscando los puntos de referencia históricos (fechas, hechos, personajes) utilizados para ir marcando el relato. Esta modalidad de analizar la conciencia histórica se ha mostrado productiva en el caso de relatos de profesionales, militantes sindicales y otros en quienes se expresaba "una cierta conciencia de haber participado en la historia colectiva". No así en los relatos de obreros textiles, parvularias o domésticas, en quienes "no se encuentra ningún punto de referencia que permita a la partida hablar de conciencia histórica, es decir de un sentimiento de correspondencia entre una vocación personal y un destino colectivo". Esta ausencia de referencias no significa, a juicio de N. Gagnon, que no haya una representación del tiempo subyacente a cada relato. Lo que sucede es que a menudo "la historia no aparece como la mutación estructural separando dos épocas", sino bajo otras modalidades de reconstrucción del tiempo. Al menos tres: "la conciencia histórica propiamente dicha, que se teje con la historia oficial o que trata de expresar una "histoire à nous autres"; la representación social del cambio que permite objetivar el pasado; la imagen personal del tiempo"36. Tres modos de representarse el tiempo que se corresponden con tres vivencias particulares y que conducen a tres representaciones sociales diferentes de la historia. Una historia que se asume como representación social y como conciencia histórica, nuestra cuarta proposición, significa reconocer que ningún proceso social, ninguna sociedad o grupo social es el simple reflejo de la realidad. Todos están sujetos a mediaciones simbólicas y mentales que son necesarias de considerar al momento de producir un conocimiento histórico que, a su vez, es una entre otras representación del pasado. Proposición 5: Una historia en busca de comunicación Con esta quinta proposición, complementaria a la anterior, queremos destacar uno de los elementos comprometidos en la producción de la conciencia histórica: la comunicación o, como en términos restrictivos se dice habitualmente, la difusión de la historia. En efecto, vimos recién cómo los procesos prácticos de transmisión de la información histórica no eran ajenos a la constitución de una conciencia histórica. El caso más elocuente es el de la enseñanza de la historia al cual hicimos referencia al analizar la relación entre identidad e historia. Una enseñanza que muchas veces se basa en textos escolares o manuales que presentan una visión de la historia tan distante e institucional que no dejan al 'alumno' otra alternativa que la de sentirse absolutamente ajeno e impotente frente al devenir histórico. Normalmente cuando se habla o piensa en el problema de la transmisión de la historia, la imagen recurrente es la de la obra clásica de difusión histórica, impresa, y se olvida o subvalora la influencia de una multitud de otros medios de transmisión, orales y visuales, y sobre todo la de los medios de comunicación de masas. Como se olvida también el rol de la investigación histórica en esto. 35 GAGNON, N., "Sur l'analyse des récits de vie", in: B. Jewsiewicki (sous la direction de), Récits de vie…, p.200-201. Citadas a partir de: Gaétan Tremblay, "La conscience historique et la société globale", Québec, Département de sociologie, Université Laval, 1971 y F. Dumont, Le lieu de l'homme. La culture comme distance et mémoire, Montréal, HMH, 1968. 36 Ibid., p.201 y 203.

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Por el valor práctico que representa en torno al tema, queremos exponer a continuación los contenidos básicos de la propuesta que hace André Ségal y que denomina "programa de una historia comunicada"37. Programa que contempla tres partes: a quién comunicar, cómo comunicar y qué comunicar. Es decir: "el análisis de la memoria colectiva, luego la adquisición de técnicas específicas de comunicación y, finalmente, la reflexión sobre el interés de los contenidos y los objetos de la investigación". Veamos, brevemente, las implicancias de cada punto: a) un conocimiento diferenciado de las memorias colectivas y sus funcionamientos, lo que requiere el análisis de los componentes de la memoria colectiva y de su variedad para comprender cómo los unos y los otros se articulan. Entre los componentes están los de origen interno y los de origen externo y su relación con los recuerdos transmitidos. La variedad remite a la existencia de una pluralidad de memorias colectivas. b) un aprendizaje de los medios técnicos apropiados para la comunicación en historia, ya que la relación entre memoria colectiva e investigación histórica se puede desarrollar en los dos sentidos. El primero, de la memoria a la investigación, es el más conocido y desarrollado, pero ¿cómo la investigación histórica puede alimentar las memorias colectivas? Un problema de formas de comunicación de la historia, de soportes de la comunicación y de aptitudes que los historiadores debieran tener para comunicar útilmente el resultado de sus investigaciones. c) una reflexión sobre los contenidos comunicados: de una parte, qué lugar le corresponde a los 'saberes' existentes y cuál es su validez y, por otra, qué lugar para el 'saber-hacer' crítico. ¿De qué sirve discernir bien las diferentes memorias y los soportes, si no manejamos el objeto a comunicar y los objetivos de la comunicación? Tras estas proposiciones, André Ségal concluye que "dejar la comunicación de la historia al técnico de la comunicación conduce a distorsiones inevitables, a menos que el comunicador sea también historiador, lo que reviene a nuestra intención de volver al historiador, comunicador"38. Por nuestra parte, concluimos que, por el momento, lo que hay que asegurar son experiencias que permitan reforzar una historia en busca de comunicación, es decir, experiencias que innoven en la siempre necesaria difusión, pero que, sobre todo, establezcan comunicaciones múltiples y recíprocas entre los historiadores y los sujetos de la historia. Proposición 6: Una historia que complementa diversos métodos La superación del falso problema -y falso debate, a veces- entre enfoques analíticos o factuales, cuantitativos o cualitativos, globales o particulares, parece imprescindible para que la historia encuentre los caminos metodológicos que mejor le permitan producir un conocimiento social acorde a las necesidades del presente. Ya el tipo de conceptualización de identidad y memoria que trabajáramos en un capíyulo anterior, que explotaba el valor de la integración de distintas perspectivas epistemológicas, justificaría esta sexta proposición. Si, además se toma en cuenta el análisis de la relación entre dichos conceptos de identidad y de memoria y la historia, la proposición se vuelve indispensable. ¿Cómo alimentar, si no, desde la disciplina de la historia los distintos niveles y dimensiones que compromete un proceso de identificación?, ¿cómo dar cuenta, si no, de la diversidad de memorias que cautelan los

37 SEGAL, A., op. cit., p. 142-145. 38 SEGAL, A., op. cit., p.144.

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recuerdos individuales y sociales?, ¿cómo ser consecuentes, si no, con el imperativo dialógico que supone el intercambio y la interacción entre historia y memoria? Se trata, en suma, de asumir la necesidad de contar con variados procedimientos heurísticos, sin lo cual, por ejemplo, la memoria de una sociedad podría permanecer muda, como decíamos en páginas anteriores. No se trata de un problema nuevo, sin duda. A fines de los años cincuenta Fernand Braudel decía que no había una historia, un oficio de historiador, sino oficios, historias: "tantas maneras discutibles y discutidas de abordar el pasado, como actitudes frente al presente". Ante a lo cual, a su juicio, la tendencia de la historia no era a escoger entre caminos distintos sino a "adicionar esas definiciones sucesivas en las que se ha intentado, en vano, encerrarla. Pues todas las historias son nuestras"39. D. Crozier, por su parte, pocos años más tarde, coincidía en que en los últimos cien años la evolución de la historia mostraba "un aumento constante del número de factores que el historiador considera como elementos de su explicación de la evolución social, política y económica". Su conclusión, sin embargo, a diferencia del deseo de Braudel, era que se había "producido por consecuencia una fragmentación creciente de los estudios históricos"40. Cabe preguntarse, entonces, si en el curso de las últimas décadas todas las historias han llegado a ser efectivamente 'nuestras' o si lo que ha predominado es la dispersión. Sin entrar en el análisis de las tendencias que han recorrido la historia en el último tiempo, se podría decir que si alguna de las historias ha ido 'dejando de ser nuestra', esa ha sido la historia llamada positivista. Y este hecho no es menor porque, precisamente, su cuestionamiento es el que ha dado paso a la ¿necesidad?, ¿posibilidad? de interrogarse en el plano de las metodologías. Así, por ejemplo, a fines de los setenta era claro que "una interrogación sobre la historia, sobre la sociedad, que no asuma la tarea de interpretar los datos puestos en forma por la ciencia, no se abrirá camino"41. Y ya iniciados los ochenta, Hobsbawm, refiriéndose a las ciencias sociales en general, afirmaba que a esas alturas nadie aceptaba "el punto de vista positivista simplista según el cual el hombre de ciencia observa una realidad objetiva que existiría fuera de sí mismo, (…), realidad de la cual la esencia y las leyes serían descubiertas por la aplicación del método científico". Para luego afirmar que la historia permitía analizar, por una parte, "los lazos que existen entre numerosas maneras de observar la realidad de la naturaleza y de la sociedad" y, por otra, las condiciones externas que determinaban las "múltiples teorías y explicaciones" existentes42. Cabe preguntarse nuevamente: si la historia era capaz de hacer esa contribución al resto de las ciencias sociales, ¿podía ella misma mantenerse al margen de esa eclosión de puntos de vista? En 1988 la duda y el cuestionamiento golpean las puertas mismas de uno de los bastiones de la historiografía francesa. En esta ocasión es la revista de los Anales la que se interroga sobre el presente y el futuro de la disciplina. Llegado, a su juicio, "el tiempo de las incertidumbres", perdidas las "capacidades estructurantes de los paradigmas dominantes", y ante los "desarrollos multiformes" de la investigación, la historia no logra escapar a esta suerte de "crisis general de las ciencias sociales". En opinión de los Anales, "la denuncia de la 'desagregación de la historia' ha servido para designar tanto las consecuencias inevitables de especializaciones necesarias, como el eclecticismo de una producción abundante pero anárquica". La imagen que se ofrece es la de una historia invadida por las "soluciones perezosas". A su juicio había llegado el momento de repartir nuevamente las cartas, esperando con ellas poder armar un nuevo juego: "a partir de

39 BRAUDEL, F., "Histoire et sociologie", in: Fernand Braudel, Ecrits…, p.97 y 101. 40 CROZIER, D., "Histoire et antropologie", in: Revue internationales des sciences sociales, N°4, 1965, p.605. 41 LEFORT, C., op. cit., p.8-9. El subrayado es del autor. 42 HOBSBAWM, E.J., "La contribution de l'histoire aux sciences sociales", in: Revue internationale des sciences sociales, N°4, 1981, p.696.

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las experiencias adquiridas y en curso, se trata de intentar desprender algunos puntos de referencia, de trazar algunas líneas de conducta para prácticas rigurosas e innovadoras en tiempos de incertidumbre"43. Podemos ver así que lo que ha caracterizado el desarrollo de la historiografía en las últimas décadas ha sido la proliferación de sus puntos de vista y de sus contenidos, pero eso no ha producido necesariamente el efecto sumatorio que anhelaba Braudel. Ni siquiera, a nuestro juicio, ha producido un debate metodológico profundo. A pesar del cuestionamiento generalizado al positivismo, las corrientes historiográficas más conservadoras mantienen un poder y una influencia considerable en la formación de los nuevos historiadores. Y las corrientes de innovación teórica y/o metodológica, con buenos resultados en el plano de la investigación, no logran proyectarse a través de una puesta en común de sus búsquedas, debiendo contentarse con ver naufragar sus pretensiones de constituir 'escuelas' por sí solas. Así tenemos que el enunciado de nuestra sexta proposición, por obvio que suene al oído y por necesario que parezca, está lejos aún de ser realidad. Tal vez las urgencias y los llamados a avanzar hacia la confluencia de métodos y a la creación de nuevos procedimientos de investigación, tan recurrentes en el discurso, no sean necesidades reales en los centros de reflexión y formación más activos y prestigiados, como los europeos y norteamericanos. Y tal vez habrá que esperar y contribuir a que realidades sociales e históricas como las del tercer mundo, urgidas por resolver sus problemas actuales y cargadas de exigencias de futuro, logren proyectar teórica y metodológicamente sus experiencias historiográficas más renovadas. Tal vez el tiempo de un "nuevo humanismo", del cual hablaba hace algunos años A. Bouhdiba a propósito del encuentro entre la historia y las ciencias sociales en el mundo árabe44, no esté tan lejos. En el intertanto, es necesario seguir avanzando en la identificación de aquellas relaciones que práctica y realmente abren posibilidades a la complementariedad metodológica. Desde aquellas generales, como lo es la relación permanente entre pasado y presente y que posibilita, por ejemplo, formular lo que M. Finley llamaba "las 'preguntas operatorias', esas que permiten desprender la especificidad de las sociedades antiguas respecto a al mundo moderno"45; hasta las más particulares como el hecho de que a los trabajadores no les basta apoyarse en su "memoria obrera" sino que requieren también de "materiales provenientes de otras esferas sociales"46, para llegar, por ejemplo, a negociar con la administración de la empresa o del Estado. Es a partir, entonces, de necesidades muy concretas de investigación que se perciben con mayor claridad los posibles cruces metodológicos. Por ejemplo, el uso combinado de teorías generales y de técnicas análogas de aislamiento experimental, tales como la comparación sistemática de casos y el estudio estadístico de fenómenos. Esto, en la medida en que "la historia exige no solamente análisis que aclaren los mecanismos que rigen la evolución en general y los cambios que intervienen en tal o cual estadio de desarrollo, sino también explicaciones que den cuenta de los resultados específicos del cambio"47. O bien, el tránsito desde la conciencia del peligro de usar cifras despegadas del contexto en el cual sucedieron los fenómenos que ellos testimonian, hacia la convicción de que "los datos cuantitativos pueden constituir un punto de partida muy útil, pero ellos deben estar asociados a elementos de orden cualitativo si se quiere llegar a conclusiones

43 ANNALES, "Histoire et sciences sociales. Un tournant critique?", in: Annales ESC, N°2, 1988, p.291-292. 44 BOUHDIBA, A., "Les sciences sociales à la recherche du temps", in: Revue internationales des sciences sociales, N°4, 1981, p.646. 45 MOSSE, C., "Moses Finley ou l'histoire ancienne au présent", in: Annales ESC, N°5-6, 1982, p.997. 46 DOSSIER, op. cit., p.9. 47 HOBSBAWM, E.J., op. cit., p.689.

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que tengan alguna validez"48. O, un último ejemplo, cómo el seguir una huella micro-económica puede conducir a restituir poco a poco las fuerzas macro-económicas, con lo cual "el historiador de la economía contemporánea puede entonces recurrir al tiempo corto, como palanca de una reflexión, iluminando los vuelcos de las tendencias económicas"49. El tiempo corto pasa a ser así un arma al servicio de la comprensión del tiempo económico largo. En suma, con esta última proposición, de una historia que complementa diversos métodos, lo que queremos afirmar es la necesidad de salir, como decíamos al comienzo, del falso problema de tener que optar entre las categorías de análisis y los relatos de acontecimientos, o entre los conceptos globalizantes o el sabor de lo inmediato. En este sentido, hacemos nuestra la síntesis de N. Watchel: "ya que no podemos comprender al mismo tiempo la originalidad de la vivencia y la generalidad de la abstracción, estamos condenados a un va y viene indefinido entre las dos perspectivas, la una y la otra indispensables, si queremos responder a la exigencia de una historia inteligible y de una memoria viva"50.

* * * Seis proposiciones a través de las cuales hemos querido explicitar las implicancias historiográficas que a nuestro juicio tiene la opción de trabajar con los conceptos de identidad y memoria. Proposiciones de orden general, pero que pueden operar como supuestos teóricos y metodológicos de nuestras investigaciones, como referencias. No constituyen ni una teoría ni una metodología. Con bastante más modestia, sólo quieren perfilarse, hasta aquí, como marco teórico-conceptual. Seis proposiciones que no fueron pensadas de manera encadenada, pero que si ahora las ligáramos podrían sintetizarse como sigue: en la perspectiva de favorecer los procesos de identidad y de contribuir a desplegar las memorias sociales, se requiere una disciplina de la historia comprometida con los actores sociales, poniendo especial atención en aquellos que son excluidos de la historia oficial, y que articulando distintas temporalidades prioriza en aquella que más la acerca a dichos actores; una historia que se asume como representación del pasado, que se construye en diálogo con otras representaciones sociales y que participa de la formación de una conciencia histórica, para todo lo cual debe plantearse creativamente el problema de sus formas de comunicación; una historia, por último, que encuentra en la complementariedad de sus métodos de trabajo la principal fuente de creatividad para construir los instrumentos que le permitan cumplir con los propósitos indicados.

48 ROMANO, R., op. cit., p.701-702. 49 BONIN, H., "L'année 1954: un cas de sortie de crise. Temps court et temps long en histoire économique contemporaine", in: Annales ESC, N°2, 1987, p.347-348. 50 WATCHEL, N., "Le temps du souvenir", in: Annales ESC, N°1, 1980, p.148.

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