Pedro Mir, Cuando amaban las tierras comuneras

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Junio siempre nos trae el recuerdo de Pedro Mir. Nuestro gran poeta. Pudimos haber tenido otros, pero este fue el nuestro, el más amigo y personal. Daba gusto hablar con él. Era un derroche de sabiduría. Historiador, narrador, poeta, estéta, filósofo, fue un maestro en amor al pueblo. Sus luces nos llegan, nos iluminan; su obra no deja de espejear la dominicanidad. Dejo aquí algunas ideas sobre su novela Cuando amaban las tierras comuneras.

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Pedro Mir

Historia y literatura en Cuando amaban las tierras comuneras.

Miguel Ángel Fornerín

Esta obra de Pedro Mir parece un esfuerzo

intelectual del autor por participar de la gran oleada

de novelas que, con suficiente éxito, se publicaron

desde la década del sesenta en todo el continente y

parte de Europa. Mir había expresado a la prensa de

su país su decisión de escribir novelas. Argumentó

que éste era el género del futuro. Se dirigió a los

jóvenes incentivándolos a producir en ese género.

Había expresado anteriormente que no tenía dotes

de narrador. Cuatro años antes de publicar esta

novela, Mir decía en una entrevista concedida a

Guillermo Piñas Contreras: “La novela es un género de análisis: toma un

pequeño aspecto de la realidad y lo desmenuza en pequeños fragmentos.

Esto se puede ver en cualquier novelista, el deleite prolongado de describir

un acontecimiento minúsculo que puede llevarse decenas de páginas.”[1]

No hay la menor duda que en esta teoría de lo que es la novela y de lo que

ésta debe ser, Pedro Mir se adscribe a la novela realista. La relación entre la

escritura y el reflejo de la realidad es bien clara. Cuando Mir enuncia esos

principios, ya la novelística ha pasado por unos procesos creativos donde

la escritura se dirige a crear la realidad de la propia

novela. No es “la novela de aventura sino la aventura de

la novela”, como señalara Céspedes en uno de sus

estudios. El ritmo de la novela y el ritmo de la poesía

son diferentes por la tensión en que es puesto el sentido

en cada una de ellas. Hoy las barreras entre la poesía y

la prosa se reduce más y más por el trabajo que con el

sentido de la escritura realiza el sujeto escritor, como

demostraremos en la práctica de la novela que realiza

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Pedro Mir. Tiempo y espacio son dos categorías que pueden ser

introducidas dentro del análisis de la novela, pero dentro de una dialéctica

del sentido. Cuando trabajamos el espacio-página y el tiempo novelístico,

nos encontramos con una realidad extraliteraria y una puramente literaria.

Para una crítica materialista del lenguaje, esta relación revela una

importancia capital. El gran ausente en esta teoría que esboza Mir es el

lenguaje. Éste es la materia prima de la escritura, en él y por él se realiza la

tensión histórica que es la escritura.

Cuando Mir teoriza la novela como el relato detallado, minucioso de

la realidad, se está refiriendo a la novela precursora de la novelística actual.

Ésta fue analizada desde su

perspectiva metafísica por

José Ortega y Gasset. Pero

la novela no puede

reducirse al relato o a la

dramatización, pues éstos

son parte de una serie de

elementos significantes.

Antes de Mir enunciar

estas ideas sobre la novela,

había demostrado su

carácter de narrador y en

cierto sentido de novelista en sus obras históricas. Como el objetivo de Mir

al trabajar la historia es el rescate del tiempo histórico, el relato es la forma

más adecuada para acercar el sentido de un texto al sentido de la realidad.

A menudo, los escritores realizan mejor teoría cuando escriben que cuando

teorizan. A continuación vamos a plantear la teoría que sobre la novela

tiene este escritor a través de su propio trabajo novelístico.

Estructura y sentido histórico. Todo lo que está en la obra es parte de su

sentido. El campo semántico que la obra crea se debe al carácter del

lenguaje que en ella está trabajado con una intención simbólica. El

simbolismo expande su significado y lo hace cada vez menos racionalizable

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y reducible a cualquier situación real e histórica. Este sentido de la escritura

la hace transhistórica, transocial y transideológica, como bien se ha

establecido.[2]

El ritmo como significante mayor organiza todo el sentido de la

escritura. En Noción de período en la historia dominicana de Mir hay muchos

elementos que se convierten en sentido de ella por la forma y la reiteración

con que, el autor los trabaja. El autor ha organizado su trabajo de manera

que al terminar cada apartado, coloca unos versos de Antonio Machado.

Estos versos tienen un valor importante en la obra porque hay una

constancia de sentidos

dialogantes que vienen a

actuar de forma paralela y

nueva en su sentido. Una cita

de Diderot al iniciar el libro,

remite al sentido de la obra:

“¿Quieres conocer la historia

de todos nuestros sinsabores?”

Se podrá llegar a conocer algo

a través de la obra. Ya hemos

aceptado que no se conoce

nada a través de la obra

porque ella no es

conocimiento, sino

semantismo infinito del

trabajo que realiza un sujeto con el lenguaje en contra o a favor de las

ideologías de unas épocas.

El tiempo es parte fundamental del sentido. El autor introduce lo

temporal para dar constancia al sentido del texto. Al principio, aparece con

una acción detenida que dura 40 segundos, y éstos dan la base para una

descripción y acontecimiento que no pasan en el tiempo del texto.

Romanita frente al vertedero a punto de lanzar el paquete se convierte en

una acción simbólica detenida y que el autor va a retomar en otros espacios

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textuales. Además, en torno a la concepción cíclica

que tiene Mir sobre la historia, el tiempo significa que

la historia se repite como ha señalado Vico, pero con

la salvedad de que esa repetición se da en un estadio

superior de su desarrollo. En el texto Mir trabaja la

historia en su repetición de lo “real” a “lo histórico” y

de éste a lo recuperable.

Señala el yo narrador de la novela que: “si es

verdad que la historia se repite aunque sea en un

grado superior de desarrollo entonces el viejo además

de un viejo viene a ser un depósito maravilloso de

repeticiones de la historia y una especie de fuente

donde beber no solamente el pasado sino también el porvenir puesto que

ese pasado habrá de repetirse”.[3] El tiempo histórico está trabajado en el

texto, así como también el tiempo del texto y la teoría de la Historia. Cada

uno forma parte del sentido de la obra que se dirige al sentido de la

historia. Sin embargo, esta dirección es utópica, ya que el tiempo histórico

es irrecuperable. Sólo nos queda el valor dado por los sujetos a esa historia.

Por lo tanto, toda búsqueda se queda en el discurso, en la ideología, en el

terreno de los relatos.

[1] Piña Contreras, Guillermo. Doce en la literatura dominicana. Santiago de

los Caballeros: Universidad Católica Madre y Maestra, 1981.

[2] Céspedes, Diógenes. Estudios sobre literatura e ideología. San Pedro de

Macorís: Universidad Central del Este, 1983.

[3] Mir, Pedro. Cuando amaban las tierras comuneras. México: Siglo XXI, 1978,

pág. 282.

(Véase, Miguel Ángel Fornerín: Ensayos sobre literatura puertorriqueña y

dominicana. Santo Domingo: Ferilibro, 2004).