Pensamiento Político Padre Osvaldo Lira

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Autor: Juan Carlos Ossandón Valdés.ISBN:978-956-8798-03-1.217 páginas.El Padre Osvlado Lira tal vez sea uno de los más grandes intelectuales que haya dado Chile a Occidente. Un tomista de primera línea, un esteta profundo, un filósofo universal. No es de extrañar que el Chile posmoderno lo ignore, haga como que nunca existió. Es necesario rescatar su obra, para reencontrar las raíces de Occidente, en particular de su herencia política auténtica, en especial en esta época convulsionada por los cambios antioccidentales que se suceden sin resistencia. Juan Carlos Ossandón Valdés, nos presenta de manera alcanzable las alturas de un saber profundo y antiguo. Este libro es un desafío también, para que las nuevas generaciones se atrevan a mostrar a la sociedad la esencia de la Política aristotélica-tomista, receptora de los valores y principios evangélicos, únicos dadores de la paz y la justicia, bajo el prisma que corresponda a cada tiempo y espacio particular. Es una bandera también, que ondea en medio de las renuncias y displicencias.

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  • JUAN CARLOS OSSANDN VALDS

    TOMO I: PENSAMIENTO POLTICO

    LA SABIDURA DEL

    R.P. OSVALDO LIRA

    PREZ SS.CC.

    (1904-1996)

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    Nostalgia de Vzquez de Mella. Editorial Andrs Bello. 2 edicin Santiago. Chile. 1979.Visin Poltica de Quevedo. Seminario de Problemas Hispanoamericanos. Madrid. 1948 La Vida en Torno. Revista de Occidente. Madrid. 1949.Hispanidad y Mestizaje. Editorial Covadonga. 2 edicin. Santiago. Chile. 1985.Ortega en su Espritu. Pontificia Universidad Catlica de Chile. Santiago. Chile. 2 volmenes: 1965 y 1967.Poesa y Mstica en Juan Ramn Jimnez. Pontificia Universidad Catlica de Chile. Santiago. Chile. 1970.El Misterio de la Poesa. I. El Poeta. II. El Poema. III. La Clave del Poema y del Poeta. Ediciones Nueva Universidad. Santiago. Chile. Vol. I, 1974; vol. II, 1978, vol. III, 1981.Verdad y Libertad. Ediciones Nueva Universidad. Santiago. Chile. 1977.De Santo Toms de Aquino a Velsquez, pasando por Lope de Vega. Academia Superior de Ciencias Pedaggicas. Santiago. Chile. 1981.El Orden Poltico. Editorial Covadonga. Santiago. Chile. 1985.Ontologa de la ley. Editorial Conquista. Santiago. Chile. 1986.Catolicismo y Democracia. Corporacin de Estudios Nacionales. Santiago. Chile. 1988.Cultura y tica. Corporacin de Estudios Nacionales. Santiago. Chile.

    1989.

    Derechos Humanos: Mito y Realidad. Nuevo Extremo. 1993.

    Innumerables artculos en revistas y conferencias que no es posible incluir aqu. Algunas conferencias fueron grabadas y estamos esperando su publicacin.

    OBRAS

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    Naci en Santiago un 11 de Febrero de 1904, da dedicado a honrar a la virgen de Lourdes, buen indicio de una vida consagrada al servicio de Dios. Despus de cursar un ao de ingeniera y otro de derecho en la Universidad Catlica de Chile, ingres en la congregacin de los Sagrados Corazones en la que fue ordenado sacerdote en 1928. Antes de recibirse, inici su actividad docente entre sus compaeros de estudio en el seminario de la congregacin. Su primera tarea, ya ordenado, la cumpli dedicndose a la enseanza de la filosofa, la historia y el castellano en los colegios que su congregacin mantena en Valparaso, Concepcin y Santiago. Con Jaime Eyzaguirre, Armando Roa y otros intelectuales redactan la revista Estudios, famosa revista de pensamiento catlico de aquellos aos. Por razones polticas se le orden irse a Blgica en 1939. Al mismo tiempo que llegaba a su destino, Hitler iniciaba su ofensiva. A causa de la situacin, el superior que lo recibi lo envi a Espaa. En sta sigui enseando en colegios de su congregacin: Miranda del Ebro y Madrid. Incluso dict cursos en la Universidad Internacional de Verano de Santander, en los cursos de verano de Cdiz y de Santa Mara de La Rbida. En Madrid inicia la publicacin de libros que no se interrumpir hasta su muerte. Desavenencias con su superior provincial determinaron su regreso a Chile en 1953. Esta vez ejerci su docencia en la Universidad Catlica de Valparaso, de la que fue alejado, una vez ms, por razones polticas, siendo acogido por la Pontificia Universidad Catlica de Santiago

    PRLOGO LA PERSONA

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    donde ejerci por muchos aos hasta su retiro por su avanzada edad. Falleci el 20 de diciembre de 1996.

    Lo ms descollante de la figura del sacerdote Osvaldo Lira fue su calidad de profesor. Siendo mero estudiante de teologa, ya enseaba a sus condiscpulos, por encargo de su profesor, el P. Adalmauro Maury SS.CC. Para ello se basaba en las obras de Santo Toms, pues no aceptaba un mero manual escolstico. Como tal fue, a mi juicio, un verdadero maestro. Hablaba con el corazn y convenca con su palabra mucho ms que con su pluma. Quien no fue su alumno no conoci el aspecto ms sobresaliente de su personalidad. Un hecho que vale por mil palabras: a quien desease saber donde estaba, le bastaba con mirar al patio de la universidad. All donde haba un corro de alumnos, al centro estaba l, que, por su baja estatura, desapareca entre sus alumnos. Claro est que, as como era amado, era odiado. Por ello fue objeto de constante persecucin. Expulsado de Chile, como sealamos, viaj a Blgica. Aconsejado de salir del pas, se dirigi a Espaa, donde no era esperado. Despus de recorrer diversas localidades, lo que le permiti leer en su integridad el comentario de Cayetano a la Suma de Teologa de santo Toms, es destinado a Madrid, ciudad que apreci su genio y public varias de sus obras. En este mbito es notable su produccin, tanto por su profundidad como por su extensin. Por desgracia, sus libros no son fciles de leer. S, porque, as como era cautivante su palabra, es algo trabajoso seguir sus escritos. Tengo la impresin de que tena tanto que decir, y tanta prisa, que se atropellaba; por lo que sola recargar de conceptos las frases, las que, adems, suelen ser bastante largas, lo

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    que dificulta su comprensin. Por ello son ms livianos sus primeros escritos. No obstante lo cual, por lo realmente importante, a saber, la doctrina, vale la pena el esfuerzo.

    Dicen que el genio se muestra cuando mira lo que todos miran, pero ve lo que nadie ve. En todos los temas que abord el P. Lira surgen novedosas doctrinas, nuevos anlisis, luminosas enseanzas. Por ello es muy difcil dar una remota idea de su vala intelectual en una breve exposicin. Intentaremos dar algunas pinceladas que nos abran el apetito para acercarnos a tan gran pensador.

    Tambin es cierto que, a veces, los genios tienen un genio! Su claridad mental era tal que no poda comprender las dificultades de los que carecemos de sus aptitudes. Como fue tan perseguido, su pluma se fue volviendo ms y ms acerada. En sus ltimos libros es tal la cantidad de improperios con que abruma a los que no son capaces de comprender lo que l, con tanta claridad ve, que resulta molesto de leer. Sucede que el error es propio de mentecatos, de aqul que es incapaz de engaar a quienquiera posea una mnima lucidez en su mente, es lo menos que dice. Por desgracia, lo que para l era una mnima lucidez estaba por encima de la capacidad de la mayora.

    Y para muestra, un botn. Todos conocemos el adagio escolstico: omne individuum inefabile1. A qu se debe esta curiosa caracterstica y su enorme extensin?

    1 Todo individuo es inefable; es decir, inabarcable para la inteligencia humana. Derechos Humanos: mito y realidad. Nuevo Extremo. Santiago. Chile. 1993. Pg. 114.

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    Observemos que, como si tal cosa, abarca a la totalidad de los entes. Esta inefabilidad del individuo significa que, en su condicin precisa de individuo, no cabe ni podr caber jams en un concepto, nos aclara. Nos permitimos preguntarnos cmo puede estar tan seguro de verdad tan extensa que no deja nada fuera, como si fuera una de esas dignitates2 de los medievales. Prosigamos nuestra lectura: Porque lo individual es lo existente, y el existir no podra tener jams otra expresin que la generacin del Verbo eterno en el seno del Padre Celestial.

    Quisiera saber si algn asiduo lector del Aquinate, mientras estudiaba el dogma de la Santsima Trinidad, advirti que ese dogma explicaba la inefabilidad de todo individuo. A m, por supuesto, jams se me pas por la cabeza. Ms no se detiene all nuestro buen sacerdote. Tambin halla en l, por qu no decirlo, su grandeza, en cierto modo, infinita: porque todo individuo es tal por su participacin del existir divino; limitado segn su esencia, naturalmente. Por ello no es, estrictamente hablando, infinita; solo a Dios se puede predicar este vocablo tan en boga en nuestros das.

    Nada infinito hay en el hombre, por supuesto; pero su grandeza procede de su origen y destino divino. Espero que nadie sea tan torpe como para comprender esta doctrina de modo pantesta. Detengmonos aqu, porque la correcta inteleccin de la sentencia del P. Osvaldo, solo puede comprenderla quien haya estudiado a

    2 Los medievales llamaban dignitates a los principios supremos de la razn, gracias a los cuales pode-mos razonar, como el de no-contradiccin, fundamento de todo raciocinio.

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    fondo el dogma de la Santsima Trinidad. Baste este ejemplo para comprender cun original y profundo era, no importa qu tema tocase su aguda inteligencia.

    De all su furia contra el idealismo, el fenomenismo y todos los ismos modernos que privan a la creacin generosa del Padre eterno de toda densidad ntica, reducindola a una creacin de mentirijillas, como le gustaba decir. Como buen sacerdote, el P. Osvaldo amaba la Verdad, que, para todo cristiano, tiene nombre de persona, la de Jess de Nazaret, y odiaba el error, tal como Aqul, Sabidura infinita, lo odiaba. Por ello jams acept esa tontera de que cada uno tiene su verdad, y de que nadie es dueo de la verdad. Por la fe, Jess, la Verdad, nos da a conocer lo que debemos saber y no admite discusin. Nadie le discute a Dios

    Dems est decir que era fidelsimo discpulo de santo Toms de Aquino. Metafsico, por aadidura. Rara avis, en verdad; tal vez por ello sus libros resultan tan novedosos y, al mismo tiempo, difciles de comprender. Porque entrar en las materias que estudia aplicndoles los conceptos metafsicos del ngel de las Escuelas es algo que hoy no est de moda. En parte a esto obedece la dificultad que se halla al leerlos; pero en ello estriba, tambin, su valor nico.

    Su universalidad fue admirable. Abord infinidad de temas. No puede decirse de l que fuera autor de un solo libro o que escribiera sobre un solo tema. Su cultura era tan vasta que resultaba estimulante su conversacin, ya que sintetizaba innumerables aspectos en sus

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    juicios lapidarios. Hasta era versado en ciencias experimentales! Sabe usted qu diferencia hay entre neblina y bruma? El P. Osvaldo la saba.

    Realmente era un gran conversador, como que poda alargar su charla hasta despuntar el alba. Quien no haya gustado de estas largas tertulias no conoci el aspecto ms atrayente de su personalidad. Con naturalidad pasmosa se paseaba por la teologa, la filosofa, la historia, el arte, las ciencias y toda la actividad nacional e internacional. Era lector impenitente y de extraordinaria memoria. Poda dar la lista del curso al que haba hecho clases haca unos cincuenta aos!

    A pesar de lo dicho, hemos de reconocer que era, por encima de todo, telogo. Ms que eso, era telogo catlico, personaje escassimo en la actualidad. Tambin aqu brillaba su genio. Enseaba, por ejemplo, que el catolicismo no es una religin sino una vida sobrenatural que se nos infunde por el bautismo. Del mismo modo que toda actividad realizada por un hombre es humana, as toda accin hecha por un catlico es catlica en su raz, aunque su objeto no sea religioso ni lo pretenda; es que su sujeto es un ser sobrenatural por la vida que Jesucristo le concede a sus discpulos: los hace hijos de Dios. Como la vida es el propio existir del ser vivo, nuestro existir mismo se sobrenaturaliza, se hace, en cierto modo, divino. Nuevamente observamos hoy cmo se desnaturaliza una verdad bsica de nuestra fe y se atribuye dicha condicin a todos los hombres. No, por cierto. Ellos son criaturas de Dios, hechos a su imagen; pero no son hijos suyos, hasta que acepten a Jesucristo y reciban una participacin

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    de su Vida. Ahora nos resulta ms comprensible que la grandeza del hombre bautizado sea, en cierto modo, infinita. Claro est que somos hijos de Dios por adopcin, no por naturaleza.

    Esta verdad la tena tan intensamente grabada que le horrorizaban aquellos que procuraban ocultar su carcter de catlico. Actuar como si no se tuviese fe le era incomprensible, ya sea en filosofa, arte, poltica o cualquier otra actividad. Es que la diferencia es entitativa entre el que vive en estado de Gracia y el que no, y esta diferencia es mxima para el metafsico. Por lo mismo vea con angustia la apostasa de las naciones cristianas donde la vida religiosa ha quedado limitada al estricto mbito familiar. Todo catlico, al salir de su casa, parece que dejara de serlo. Al menos esto es claro en el mbito pblico, poltico. Lo que ms le dola era la claudicante actitud de los obispos, de los vigilantes, a quienes estaba encomendada la tutela de la comunidad y que parecen estar tan a gusto en esta sociedad laicizada. Pero l no lo estaba, en absoluto!

    Sirvan estas lneas como un esbozo de su cautivante personalidad. Mas ahora queremos invitar al lector a que recorra sus obras, las que procurar sintetizar brevemente, a fin de invitarlo a dirigirse a la fuente de este pensamiento tan vigoroso. Le aseguro que no se sentir defraudado. Por ello me limitar a sealar las verdades ms olvidadas y desconocidas que nuestro autor expone. Quien quiera hallar su pleno desarrollo y justificacin, deber acudir a la fuente. Espero que, una vez comprendida las verdades fundamentales, resulte ms fcil abordar sus obras y comprenderlas con menos dificultad.

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    Procurar agrupar sus obras por temas, en la medida de lo posible. Est claro que evitar las palabras hirientes que, en su impaciencia, dedica el P. Osvaldo a sus enemigos intelectuales. Me limitar a recoger sus ideas, en especial las ms novedosas, tratando de conservar ese orden lgico que le era tan caracterstico. Procurar expresar su doctrina lo ms al alcance que pueda de quienes, sin ser filsofos de profesin, desean penetrar un pensamiento realmente genial que vio la luz en esta tierra donde no abundan las mentes metafsicas. No se me escapa que mi eleccin ser discutida por todos los conocedores del P. Osvaldo. No me defender; ante tanta riqueza de conceptos, es dificilsimo elegir y, menos an, dejar contentos a los que admiran el genio del P. Osvaldo. Espero la comprensin de los buenos amigos.

    Termino este prlogo con las palabras con que sola terminar los suyos: Y encomendndonos a Dios, entramos en materia.

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    VCTOR PRADERA (1873 - 1936)

    VCTOR PRADERA Y EL ESTADO NUEVO3

    En 1936 fue asesinado por las hordas de milicianos socialistas que entonces desolaban Espaa el intelectual y jefe poltico Vctor Pra-dera. Fue uno de los tantos intelectuales asesinados de esa manera; es decir, sin juicio ni causal alguna, a pesar de que los milicianos, se supona, obedecan rdenes del gobierno liberal que diriga la Rep-blica espaola. Aumenta la gravedad del asesinato el hecho de que, junto al pensador poltico, fue ajusticiado su hijo menor de edad.

    Como homenaje a su notable calidad intelectual, el P. Osvaldo le dedica un artculo en la revista Estudios, dirigida por su amigo el historiador Jaime Eyzaguirre. En l destaca el novedoso pensamiento del espaol, tan opuesto al liberalismo que nos invade, y uno de los autores que inspirar su propio pensamiento. Claro est que el metafsico chileno no puede evitar expresar el suyo al exponer el del estudiado. Esto es fcil de notar por las alusiones a la filosofa y a la teologa escolsticas que fundamentan adecuadamente las intuiciones del autor que presenta.

    A continuacin expondremos una sntesis de lo que ensea este artculo.El pensador espaol enfrenta decididamente al liberalismo triunfante y, desengaado por sus consecuencias, propone organizar de modo

    3 Revista Estudios, N 67, Octubre de 1936.

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    nuevo al Estado, de all su nombre: Estado Nuevo. Sin embargo, Pradera no intenta partir de cero. Porque, en definitiva, no depende de nuestros caprichos la constitucin de un Estado: Dios creador ha determinado sus leyes que nosotros hemos de respetar. Y lo primero ser restablecer el concepto de Nacin.

    Por su materialismo, el liberalismo solo puede concebir a la nacin como a un hombre inmenso, porque la suma es de la misma naturaleza que los sumandos; adems, para colmo, le atribuye las mismas facultades que a la persona individual. De ah que haya proclamado una guerra de exterminio a las sociedades intermedias entre el Estado y el individuo. De ah tambin la progresiva uniformidad que reina en dichos Estados.

    La Escolstica, por el contrario, es la doctrina de las formas y predica la analoga del ser. En esta doctrina, el hombre tiene un fin ltimo absoluto, al que orienta todas las instituciones que crea. De este modo los fines particulares de esas instituciones no se excluyen sino que se entrelazan y conducen al mismo y nico fin. Por lo tanto, la nacin es una sociedad mayor de sociedades, explica el espaol; en vez de una sociedad de individuos, como predica el liberalismo. Por lo mismo ser necesario un principio de cohesin que la haga perdurable. Ser de naturaleza espiritual, obviamente, ser una verdad; porque se es el objeto de la inteligencia. Esa verdad se presentar a la voluntad como un bien digno de ser amado. En nuestro caso ser el bienestar material y moral, condicin imprescindible para alcanzar la bienaventuranza eterna, nuestro fin ltimo. Y como este fin es el

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    mismo para todos, no es ajeno a nuestra humanidad el deseo de constituir una nica sociedad universal. Pero claro, sin el uniformismo liberal, sino con la plena aceptacin de las formas inferiores que distinguen a las nacionalidades.

    Para Pradera, la existencia de los consorcios subordinados es la manera ms eficaz de evitar los desbordes totalitarios de la autoridad, en caso de producirse. La Revolucin mediante una de las leyes ms vergonzosas, ms injustas y ms tirnicas de que haya memoria en la vida de la humanidad, suprimi los gremios4. Peor aun: suprimi a la autoridad. Cmo? Dividindola. Cuando hay gremios poderosos, se puede conservar la unidad del poder; cosa que en el liberalismo no se da5.

    Pradera va a profundizar el concepto de autoridad. La teora liberal no es ms que una ficcin, ya que la sociedad liberal no es ms que la suma de los individuos, sin un principio interno de actividad comn. Qu puede delegar una mera masa informe? Nadie da lo que no tiene. Por lo dems, una simple masa carece de autoridad. solo las personas fsicas poseen actividad propia, pero tienen soberana individual solamente, no colectiva. La verdad es que los asociados solo pueden localizar la autoridad, no otorgarla. El poder, por otra

    4 Las palabras entre comillas pertenecen al intelectual espaol y as las cita el P. Osvaldo en su artculo.

    5 En Chile, en los tristes aos 70, cuando un tirano intent imponernos el marxismo mediante el terro-rismo de Estado y el hambre, fueron los gremios los que salieron eficazmente a la lucha. Los partidos polticos solo eran capaces de declaraciones tericas y brindarles apoyo. Naturalmente, esta nota la agrego yo, pero al P. Osvaldo le gustaba destacar este juicio.

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    parte, no es ms que la autoridad en accin y ha de ser tan nico como lo es la persona que lo posee. En l se dan los tres poderes que los liberales separan artificialmente.

    La monarqua representativa, como le gusta llamarla, no es absoluta. En las Cortes se renen los delegados de las asociaciones que conforman a la Nacin. Los Consejos aportan la sabidura de los ms destacados. As las Cortes no legislan sino que aportan la materia del bien comn.

    Como vemos, Vctor Pradera perteneca a lo que ha venido llamndose el tradicionalismo espaol.

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    II JUAN VZQUEZ DE MELLA Y FANJUL (1861-1928)NOSTALGIA DE VZQUEZ DE MELLA6

    El tema poltico era, posiblemente, el que ms le apasionaba y el motivo de muchas de sus persecuciones. Enemigo del liberalismo, del socialismo y de todos los ismos que los Pontfices condenaron, busc un pensamiento original que permitiese una nueva organizacin de la convivencia nacional. De ah su obra predilecta, al menos as me lo parece por el modo cmo se refera a ella, Nostalgia de Vzquez de Mella. El ttulo ya dice cun hondo haba calado en l, el pensamiento del poltico carlista, apasionado defensor de la tradicin espaola. Es ms, cuando se habl de su reedicin en Chile, como ac nadie conoce a Vzquez de Mella, se le solicit cambiar el nombre al libro. No acept razones. Su deuda con el pensador espaol le impeda aceptar un ttulo ms atractivo para su venta. En Espaa supe cun admirable haba sido su trabajo. Porque el famoso orador nunca sistematiz sus ideas, las que estn derramadas en unos treinta gruesos volmenes, hoy imposibles de hallar, al menos en Chile, que recogen, principalmente, sus fogosos discursos. Por ello nadie, segn me dijeron, haba logrado realizar una sntesis tan perfecta como la que el P. Osvaldo escribi, en la que, con tanto acierto se expresan sus ideas capitales.

    Comencemos, pues, el estudio de esta opera prima, y, de paso, comprenderemos por qu fue tan odiado.

    6 Editorial Andrs Bello. 2 Edicin. Santiago. Chile 1979.

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    Tal vez lo que ms le atrajo del pensador espaol fue su actitud tradicionalista, o, dicho con sus propias palabras, la comprensin amorosa de su patria como resultado del sufragio universal de los siglos7. De este modo, podemos considerar a Vzquez de Mella como al ms grande pensador poltico de las Espaas, en perfecta armona con la concepcin escolstica de la tica social.

    Podemos comenzar con un tpico juicio suyo que, en este caso, pertenece al autor estudiado: La democracia liberal es intrnsecamente mala y abominable8; sobretodo, porque se basa en los partidos polticos; adems de ser un totalitarismo que pretende no serlo, con evidente hipocresa. Por ello, la doctrina de Vzquez de Mella es la nica que podr conducirnos a un autntico y definitivo orden social9. Orden que se basa, por cierto, en la primaca de la persona humana; pero no en la divinizada por los liberales que se presenta como un absoluto, un fin en s misma, sino la real, constituida por relaciones que determinan deberes, los que, a su vez dan origen a los derechos. Es obvio que, con tales ideas, nuestro querido P. Lira solo poda ser odiado y perseguido por los cultores de la tolerancia.

    Porque, al fin y al cabo, la sociedad ha de asegurar las condiciones ms favorables para el desarrollo integral y efectivo de la personalidad humana10.

    7 Nostalgia pg. 11. En adelante, si no se cita la obra, nos referimos a sta. Nota que vale para todos los libros que consultemos.

    8 pg. 13.9 pg. 14.10 pg. 21.

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    Porque11, adems, sta es el arquetipo de todas las personas colectivas que se constituyen a su semejanza. Como la sociedad civil es la superior, ha de reproducir mejor que las dems al modelo. Pues bien, la persona establece cuatro tipos de relaciones: de causalidad, de finalidad, de igualdad y de superioridad. Cada una de ellas es el fundamento de un deber moral, el que, a su vez, lo es de un derecho. Por la primera, reconoce su dependencia de Dios y sus deberes teolgicos; por la segunda, su deber de perfeccin y conservacin; por la tercera, el deber de cooperacin social, y por la cuarta, somete a s a las restantes criaturas y adquiere propiedad12.

    Una sociedad que aspire a ser justa ha de reconocer y poner en prctica estas cuatro relaciones con todos los deberes y derechos que de ellas resultan. De este modo, la sociedad queda fundada en la persona humana y no en mayoras circunstanciales y pasajeras. Es la nica manera de que una sociedad sea duradera.

    Una de sus aportaciones al pensamiento poltico radica en su concepcin de la Nacin. Como a la persona, la concibe compuesta de alma y cuerpo, por muy accidental o adjetiva que sea. Lo que hemos de entender de modo analgico13, por supuesto. As, pues,

    11 Si un purista, con razn, me critica esta repeticin de la palabra porque, que hallar a menudo en este escrito, sepa que era una caracterstica de su modo de expresarse, especialmente en sus conferencias. Con este porque iba hilvanando sus razonamientos a gran velocidad.

    12 pg. 23-24.13 En filosofa se estudia que los conceptos se predican nivocamente; es decir, tienen una sola signifi-

    cacin; las palabras, equvocamente; es decir, aceptan significaciones inconexas entre s. Finalmente hay palabras que se refieren a varios conceptos relacionados estrechamente entre s de modo de conformar, hasta cierto punto, un solo concepto. As, llamamos sano: a) al cuerpo que goza de salud, b) al alimento que la favorece, c) al rostro que la manifiesta, etc . Entender algo de modo analgico implica la necesidad de advertir que diversas realidades coinciden en cierta unidad, como todas esas cosas que hemos considerado sanas. Pero hay que tener clara las diferencias.

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    una nacin existe en virtud de su alma, principio configurador de su entidad. ste radica en un fondo de ideas, sentimientos, aspiraciones y tradiciones de que se nutre un pueblo14. Por ello puede decirse que toda nacin tiene vida propia, diferente de la de los organismos que la integran, y tanto ms vital ser, cunto ms consistencia posea su alma. Por desgracia, el elemento material tiende a desunir, por lo que importa tanto que en la sociedad prime lo espiritual. Por lo mismo, su existencia se ver marcada por esta lucha sin poder darla por terminada jams. Para ello habra que eliminar la materia. Porque los hombres se agrupan primero en unidades ms cercanas a sus intereses materiales. La Nacin ha de dirigir aquellas unidades al bien comn, jams suprimirlos, gran error liberal. Por ello su existencia estar marcada por el drama, como toda vida humana.

    Pero aqu ocurre lo contrario, por as decirlo. En el compuesto sustancial humano, el alma puede seguir viviendo, por ser espiritual, mientras sus componentes se hunden en la materia inanimada; en cambio, en la Nacin, sus elementos materiales pueden seguir existiendo, incluso si aqulla cesara de existir. De ah que sea de vital importancia el que la Nacin respete y promueva los fines de los organismos inferiores que la integran. De ello depende su ser. Es necesario advertir que la unin de estos organismos tiene carcter histrico, pues es la historia la que va uniendo los consorcios en una Nacin. Por eso se la suele definir como un todo sucesivo que requiere de un perodo de tiempo para ser tal15. Por eso, ninguna generacin puede considerarse a s

    14 pg. 30.15 pg. 37-8.

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    misma como la Nacin, ya que es fruto de una tradicin que debe prolongarse despus de ella.

    Los liberales conciben al pueblo como una multitud indiferenciada de individuos iguales. Para Vzquez de Mella, por el contrario, estamos ante un organismo sumamente complejo. Distingue dos aspectos, que el P. Osvaldo califica de elemento anatmico y de elemento fisiolgico, para seguir con su analoga. El primero incluye los municipios, comarcas, regiones; el segundo, gremios, corporaciones, etc. En la base de todo est la familia, por supuesto.

    Lo primero que brota de la familia es el municipio. Notemos que ste no desciende del Estado, sino que asciende de la familia. Por ello ha de calificarse de natural, lo que quiere decir que brota de exigencias muy profundas de nuestra naturaleza, por lo que son previas a cualquier otra organizacin social. Hoy los Estados crean y suprimen municipios a voluntad, como si fuesen un don suyo. Por ser anteriores, aqul ha de limitarse a reconocer su naturaleza para facilitarles su labor en lo que de l dependa. Al concentrar todo poder en el Estado, el liberalismo ha creado un Estado monstruoso y un centralismo del que todos nos lamentamos aunque no acertamos a ver su causa. Los municipios han de recobrar su valer y sus atribuciones y no seguir dependiendo del Estado. Son los vecinos quienes se agrupan y deciden qu hacer en su mbito. Habra que comenzar por reconocer su independencia econmica y seguir por la aceptacin de su derecho a asociarse con otros para crear una regin, por ejemplo, y terminar por su derecho a darse las atribuciones que estime convenientes. Todas estas

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    asociaciones han de poseer los tres poderes tpicos: administrar, legislar y juzgar, sin los cuales carecen de verdadera autonoma y son absorbidos por el Estado totalitario liberal. A decir verdad, en este tipo de organizacin poltica, hay una sola persona colectiva, el Estado, ante la cual nada pueden los individuos pulverizados. Por eso es tan importante la presencia de los consorcios de todo tipo donde las personas ejercen su soberana social16.

    Adems de las asociaciones vistas, de la familia deriva otro tipo de asociaciones: las clases sociales, como las denominaba Vsquez de Mella y que hoy llamamos, ms bien, los cuerpos intermedios. stas brotan de las facultades humanas y de sus objetivos17. Mientras las anteriores representan el aspecto anatmico de la sociedad, stas representan el aspecto fisiolgico. Porque toda persona vive en un municipio y en una regin que le da la base de sustentacin, pero tiende a unirse con los aptos para desarrollar una misma actividad. Aqu surge la clase social o gremio, como se le llamaba en la Edad Media.

    Mientras las regiones tienden a yuxtaponerse, las clases unen a los hombres de las diversas regiones que efectan una misma labor y contribucin al bien comn; por lo que son bsicas en orden a confirmar la unidad nacional. En ellas se manifiesta mejor esa unidad nacional que sobrepasa los lmites regionales.

    16 pgs. 44 y ss.17 pg. 63.

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    Pero no limitemos su funcin a lo meramente profesional. Cuando nacieron, los gremios tenan carcter religioso y se preocupaban especialmente de la formacin espiritual de sus agremiados, adems de la profesional, por supuesto. En sta se inclua velar por la calidad de los productos ofrecidos a la sociedad y de su abundancia, segn las necesidades de la poblacin. Y en toda esta actividad no intervena para nada el Estado. Es que el totalitarismo no haba nacido. De ah su radical diferencia con las corporaciones creadas por el Estado fascista18, meras sucursales de ste.

    Si hoy no se quiere llamarlas clases sociales, tal vez se deba a que las actuales estn llenas de espritu de lucha y odio, mientras aqullas lo tenan de cooperacin y dignidad. Su organizacin y existencia procede del derecho de asociacin propio de los ciudadanos, si bien el Estado ha de cautelar su subordinacin al bien comn. Estas clases o gremios expresan los intereses bsicos de toda sociedad. Vzquez de Mella los enumera: inters intelectual, representado por academias, universidades, docencia, etc.; inters religioso y moral, representado por el clero; inters material, representado por la agricultura, comercio, industria, etc.; inters aristocrtico, representado por todos aquellos que se destacan por sus mritos, su prestigio, su beneficencia, etc.; y finalmente, el inters de la Defensa19.

    El realismo de Vzquez de Mella es notable: nada de individuos abstractos que no se hallan en ninguna parte, sino hombres de

    18 pg. 67-8.19 pg. 69.

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    carne y hueso, de una regin y una clase, son los que conforman la sociedad. Estos son los que deben participar en el gobierno y no aqullos. Por lo cual no duda en otorgar a las clases lo mismo que a los municipios: las funciones de administrar, legislar y juzgar; es decir, su propia autarqua. Vamos comprendiendo cun totalitario es el Estado liberal que reconoce tan un solo poder legislativo, un solo poder ejecutivo y un solo poder judicial?20

    Otro acierto de este autor, y que el P. Osvaldo califica de novedad absoluta, es la distincin que introduce en la soberana: hay una social y otra poltica21. El gran error liberal consisti en haberlas confundido. De all su persecucin de la Iglesia, ya sea matando a sus miembros, ya sea robando sus pertenencias. Su historia muestra abundantemente ambas criminales actitudes desde el siglo XVIII al XX. Y todo para terminar, gracias a la libertad de pensamiento, en la abolicin de la razn, la que, desprovista de fundamento, termina, inexorablemente, en el atesmo. Qu dira Vzquez de Mella si pudiera comprobar que, al terminar su siglo, ya no queda nacin alguna que pueda considerarse catlica? Todas se han convertido a un atesmo militante. Su juicio fue absolutamente proftico, como que fue proferido el 12 de mayo de 1898. Nuestro autor termina calificando al Estado liberal de Estado Pontfice, para pasar a llamarlo, en seguida, Estado imbcil. La libertad ilimitada, declarada en los principios liberales, se convierte en limitada por preceptos negativos que impiden vivir la fe

    20 pg, 73.21 pgs. 75 y ss.

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    al interior del Estado. sta queda recluida al mbito privado, lo que implica, ciertamente, la muerte del cristianismo, como la historia lo est demostrando.

    Suprimida la soberana social, se produce un vaco que es llenado por los partidos polticos de los que abomina Vzquez de Mella porque conducen al totalitarismo y a la tirana. Es que el Estado est al servicio del alma de la nacin y, en modo alguno, ha de atribuirse derechos absolutos. Sobretodo ha de reconocer su lugar a la soberana social. Su funcin es unificadora y pacificadora, verdadero muro ante el que se estrellan los desbordes a que son tan inclinados los ambiciosos, sean individuos o colectividades; entre estas ltimas sobresalen los partidos polticos.

    Pero regresemos a la distincin entre las soberanas. La poltica per-tenece al Estado, la social dimana de la familia y sus asociaciones: municipio y regin. El P. Osvaldo siempre expresa de modo tomista las geniales intuiciones del pensador tradicionalista espaol. De este modo nos explica que la soberana social es un principio poltico ma-terial que ha de ser determinado por el alma nacional y su soberana poltica22. Se trata, ni ms ni menos, de los derechos naturales de las asociaciones sealadas que deben ser respetados por la autoridad civil. Ya vimos que stas estaban dotadas de la triple potestad que los liberales solo reconocen a la soberana poltica y que Vzquez de Mella extiende a todo poder en la sociedad que merezca el nombre

    22 pgs. 76 y ss.

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    de tal. Subordinados al poltico, claro est, pero no suplantados por ste. Porque cada asociacin tiene su autarqua de modo que ella vela por su coherencia interna. Esta soberana exige la existencia de Cortes, usando la palabra espaola, que no parlamentos, para usar la de moda, que carecen absolutamente de representacin real, como ya vimos. Y stas tienen dos fines: permitir al pueblo expresar sus de-rechos y permitir al soberano enterarse de lo que el pueblo necesita.

    Vzquez de Mella sintetiza en cuatro las caractersticas de las Cortes23.

    Sea la primera el representar las clases, es decir, las fuerzas vivas de la nacin, compuestas de hombres de carne y hueso, y no de nmeros abstractos, donde la mayora no tiene cabida. De este modo no se presentan aspiraciones dogmticas que expresan los prejuicios de un partido, sino las necesidades reales de los trabajadores de la Nacin. Cada clase habla de lo suyo, de lo que sabe, y as evitamos esos sabelotodo del parlamento liberal. Cada proyecto de ley es creado por quienes entienden de ello y no por testaferros de los partidos polticos. Pero ellos no legislan, pues quien decide es el monarca, despus de or las encontradas opiniones de los gremios en disputa. No se dictarn, pues, esas leyes casi ininteligibles que emiten con frecuencia los parlamentos y donde hay que darle un rinconcito a cada partido poltico para que apoye al proyecto con sus votos.

    23 pgs 80 y ss.

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    Otra lacra que termina en esta visin es el poltico profesional. En vez de proyectarse polticamente en virtud de su profesin, lo hace a pesar de ella. Es el politiquero. Cunto tiempo, esfuerzo y dinero gastados en politiquera! En el sistema liberal es una necesidad absoluta y lleva a la hipertrofia del Estado. Es que el liberalismo destruy la organizacin social y convirti al pueblo en plebe pulverizada, incapaz de nada sin la ayuda de los politiqueros.

    El P. Osvaldo nos recuerda la historia. Mientras los parlamentos liberales se han impuesto al ejecutivo mediante procedimientos revolucionarios, las Cortes lo lograban sin salirse de la legalidad y sin gobernar jams; es decir, sin declararse poder legislativo como aqullos24.

    La segunda caracterstica de las Cortes, que tambin las opone radicalmente al parlamento liberal, es la representacin por mandato imperativo. En el parlamento, el individuo est permanentemente imposibilitado de ejercer su derecho a gobernar, por lo que lo ejerce a travs de su representante; el cual, en realidad es perfectamente independiente de l y tan solo representa un colectivo imaginario;25 mas, en realidad y de verdad, representa al partido poltico que depende de quienes lo financian; mientras que, en las Cortes, el representante ejerce su mandato bajo la dependencia y vigilancia de los dueos del derecho. Porque resulta perfectamente absurda la independencia del representante en el sistema liberal. Se trata

    24 pgs. 88-89.25 pgs. 89-90.

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    de una mera ficcin, por supuesto, y lo increble es que tantos y tantos se han dejado engaar completamente. As tambin, la tan trada y llevada opinin pblica, siempre desconocida en el sistema liberal, en el tradicional se reconoce siempre y de inmediato. Porque los representantes hablan de lo que saben y su voz tiene unidad, al menos en su gremio o clase; condiciones ausentes de lo que hoy se moteja de tal y sin las cuales, de qu se habla?

    Es bueno observar una nueva ventaja: el mandato imperativo impone prudencia al candidato a representante, porque ha de responder por sus promesas ante la clase que lo eligi. Adems de aparecer una incompatibilidad total entre el cargo de representante y cargos gubernativos y de impedirse esas mayoras oficiales que distorsionan todo el sistema y sin el cual no puede funcionar.

    El actual sistema, debido a tales mayoras, no halla otro modo de evitar los desbordes polticos del Poder que dividindolo en tres sper-poderes supuestamente independientes y antagnicos. Vzquez de Mella comprenda que romper la unidad solo poda debilitar al gobierno. En cambio, histricamente, la soberana social se mostr capaz de ello sin debilitar la autoridad de aqul. Ante la anarqua a la que llevaba la nueva concepcin, de hecho se ha dado una concentracin de todos los poderes en el ejecutivo como jams antes conoci rey alguno26. El resultado ha sido el Estado absoluto y totalitario, aunque solapado, que hoy nos gobierna y que lleg

    26 pg. 98.

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    al mximo en el rgimen marxista, su hijo natural, en la que se lo practica sin tapujos.

    Una de las claves del pensamiento de Vzquez de Mella es su crtica a los partidos polticos27. Con sagacidad advierte que, por naturaleza, son ms escuelas de pensamiento que partidos y que su afn totalitario apenas puede disimularse. Deben, pues, ser incluidos entre las calamidades pblicas que pueden destruir a una Nacin. Por naturaleza, tienden a llenar todo el espacio no dejando lugar a otro tipo de asociaciones, las religiosas, por ejemplo, y a convertirse en partido nico, dado que su doctrina es la nica que interpreta el bien de la Nacin28. Por eso cultivan el odio de todos contra todos, ya que en su naturaleza est implcita la divisin de los espritus. Estas crticas, hechas a fines del siglo XIX por Vzquez de Mella, se confirman con la historia de Rusia, Alemania, Italia, etc. durante el veinte.

    Un partido poltico debe ser considerado una contradictio in adjecto29. Es claro que siempre habr partidos parciales y circunstanciales, porque siempre los hombres disentirn entre s ante problemas concretos. Lo malo est en los partidos permanentes. stos son sistemas filosficos poseedores de la solucin de todos los problemas de la Nacin y como se supone que deben alternarse en el poder qu razn hay para excluir a los ms extremos? Por lo dems, stos son los ms permanentes y los ms lgicos.

    27 pgs. 100-121.28 pg. 107.29 Contradiccin en lo que se aade. Expresin latina que indica que es un grave error predicar de un

    sustantivo lo que lo contradice, como cuando se afirma que un crculo es cuadrado.

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    Como cada partido considera que su programa es el nico aceptable, debe procurar la destruccin de los otros, si alguna lgica queda en l. Con otras palabras, todo partido tiene por vocacin convertirse en partido nico, y esto por necesidad patritica, ya que todos los otros son incapaces de hacer algo bueno; por lo menos, impiden la realizacin del programa salvador que el partido encarna. Acaso no se lleg a ello despus de la primera guerra? Vzquez de Mella lo haba previsto desde mucho antes. Partidos tolerantes? Son ilgicos, porque niegan su esencia. Claro que, como toda opinin es buena, estamos ante una suma de contradicciones que atraviesan el sistema. Toda opinin debe ser tolerada y permitida su realizacin, en qu queda el programa salvador? Si toda opinin es buena, nadie puede ser condenado por llevar su opinin a la realidad, aunque sea criminal. Porque lo es en tu visin, no en la ma, dice el delincuente. Etc., etc. Vzquez de Mella concluye: (los liberales) levantan tronos a los principios y cadalsos a las conclusiones30.

    Por otra parte, estos partidos se oponen a todo otro tipo de organizacin social porque llevan en su seno un espritu de divisin, mientras stas han de ordenarse a la unidad, condicin de existencia de toda entidad. Por ello, cuando no pueden suprimirlas, las infiltran desnaturalizndolas. Fenmeno que adquiri singular virulencia durante la felizmente fenecida unidad popular31, de triste memoria en nuestra patria. Por desgracia, el partido comunista basa su brillo en la incapacidad de los otros partidos para realizar lo que constituye su

    30 pg. 110.

    31 pg. 114.

  • Pensamiento poltico 33

    esencia: la expresin totalitaria y absoluta del sistema. Por lo mismo, a pesar de que su programa es abiertamente abominable, los dems partidos se sienten obligados a tolerarlo. Y por ello ha triunfado en tantos pases32.

    Con todo, lo que realmente subraya Vzquez de Mella es la tradicin, alma de los pueblos, sufragio universal de los siglos33, en su atinada frmula. Dado que la nacin es un todo sucesivo, ella es la que lo mantiene con vida a travs del tiempo. No es sustancial, acota el P. Osvaldo, sino una relacin predicamental contingente34 que podra ser clasificada como un habitus35 operativo, si la relacionamos con su correlato que es el cuerpo nacional. La nacin, pues, tiene vida propia, expresada por su tradicin, a la que se subordinan las organizaciones que, en su seno, cobija. Por ello nuestro autor identifica el alma nacional con la tradicin de un pueblo. Pero como no es un ente natural, esas organizaciones subordinadas pueden mantener su vida sin sta, por lo que es de su inters proporcionarles lo que necesitan para desarrollarse36. Por ello, la democracia liberal, al juzgar que les otorga por concesin y tolerancia un derecho a existir, en verdad, da

    32 Recordemos que el P. Osvaldo publica esta segunda versin a fines de los aos setenta, mucho antes de la cada de tan ominoso rgimen, si bien ya haba perecido en Chile. Pero como su padre, el libera-lismo, sigue vivo, est siempre latente y a punto de revivir. Mientras haya liberalismo, habr socialismo y marxismo para representar a los daados por el rgimen.

    33 Pg. 123.34 La relacin predicamental contingente es la que se da entre entes ya plenamente constituidos. As, la

    amistad que une a dos personas.35 La palabra hbito, en espaol, est desnaturalizada. Expresa la mera costumbre mecnica de hacer

    algo. Mantengo, pues, la palabra latina que significa la capacidad de hacer algo con perfeccin, gusto y facilidad.

    36 pgs. 35-36.

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    un golpe de muerte a la libertad y revela su totalitarismo substancial. No. Cuerpos intermedios y clases sociales tiene derecho a una vida propia. Tienen derecho a manifestar su inters intelectual, moral y religioso, aristocrtico, material, etc. que constituyen su soberana social. Por ello no ha de haber un nico poder legislativo, ejecutivo y judicial, como ya vimos, sino tantos cuantos sea menester para abarcar toda la rica vida de la nacin. Conviene recordar, por ejemplo, que, en rabe, alcalde significa juez37.

    En su inicio, la tradicin es un dbil germen que va creciendo con las gestas y epopeyas que brotan de su seno. Por eso es tan grave su ruptura o debilitamiento. Dejar de ser estmulo para ser pesadumbre. El desarrollo de una Nacin se identifica con el desarrollo de su tradicin. Es ms, la tradicin misma es un efecto del progreso; es un progreso hereditario, y el progreso, si no es hereditario, no es progreso social38. Destruirla equivale a destruir una herencia, lo que no conviene a los herederos. Pero hay ms. Como la Nacin es un todo sucesivo, su voluntad nacional se confunde con su tradicin. Es ms amplia que la famosa voluntad soberana liberal, y ms estrecha; porque Vzquez de Mella no es tan insensato como para no reconocer que todo se haya sometido a la ley natural tanto como a la divina, ambas ignoradas por los liberales. La tradicin, pues, es la base de la Nacin, como lo es de todo hombre quien, desde su nacimiento, es una tradicin acumulada39. Por ello todo revolucionario no es ms que una tradicin compendiada que se quiere suicidar40.

    37 pg. 17738 pg. 130.39 pg. 135.40 pg. 138.

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    La sociedad civil ha alcanzado el estatuto de perfecta, es decir, goza de soberana plena y no depende de ninguna otra para alcanzar sus objetivos. Por lo cual ha de organizar un Poder que la exprese. ste es el Estado. Pero no hay que confundirlo con el concepto hoy en boga que no considera nada por encima de l; los tradicionalistas, en cambio, reconocen la primaca del derecho natural y divino, al que se subordina toda ley para tener carcter de tal. Esa es la diferencia entre el Estado totalitario actual y el tradicionalista. Tampoco ha de considerarse una forma natural que resulta ser el principio unificador y perfectivo de todas las dems formas del ente. No. Se trata nada ms que de incorporar la comunidad de intereses y aspiraciones de los hombres que lo constituyen. Porque su fin es la perfeccin de la persona natural y no su supresin. Se trata tan solo de una propiedad humana, es decir, de un accidente. El Estado es el representante, no la causa de la sociedad. Representa a la sociedad para evitar todo desborde, ya sea de personas o instituciones, manteniendo as el orden jurdico que sta se dio41. Porque, como no cabe la menor duda, la unidad social y su ordenamiento es anterior al Estado.

    Cuando esa comunidad de intereses y aspiraciones es poderosa, el Estado no necesita de la coercin; cuando se debilita, o aparecen individuos que la contradicen, solo entonces se ha de echar mano de ella. Conviene distinguir, en este punto, el alma del cuerpo nacional. Sobre la primera, el Estado no puede actuar legtimamente de modo directo porque pertenece al fuero interno de los ciudadanos,

    41 pgs. 146-7.

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    donde solo penetra Dios. Su accionar recae sobre las instituciones subalternas: regiones, clases, etc., para impedir que no se opongan al alma nacional. Porque el Estado es para la Nacin, y no la Nacin para el Estado42. Su misin, pues, se reduce a perfeccionar el alma nacional, llevando a todos los individuos a identificarse con ella. No como lo hara un nazi o un comunista, que trata a todos como si fueran menores de edad, ni tampoco suponindolos angelicales, como hacen lo liberales. La visin tradicional es un justo medio entre ambas falsas doctrinas.

    Esta visin justifica el que la Nacin se alce contra el Estado si ste deja de ser su servidor. Porque el Estado est al servicio tanto del alma como del cuerpo nacional. Ejemplo realmente increble de un alma nacional que subsiste a pesar de carecer del apoyo de un Estado lo constituye la Reconquista espaola que se tom ochocientos aos en recuperar su territorio perdido, o el de la vinculacin de las naciones que pertenecan a Imperio Britnico con su metrpolis una vez que ste hubo fenecido. Es que, en cierto modo, la soberana pertenece a las personas que se van dotando de sociedades para alcanzar sus fines. Por ello distinguamos una soberana social de la poltica. sta ltima pertenece al Estado y consiste en una verdadera autarqua, ya que la sociedad civil no depende de otras para cumplir su misin. Pero el verdadero sujeto de dicha soberana es el alma nacional, mientras el sujeto de la social es el cuerpo nacional. Pero no hay que olvidar que una persona es una criatura dependiente de su Creador;

    42 pg. 152.

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    en consecuencia, tambin lo ser la soberana poltica43. Por otra parte, ha de mantener su independencia ante las dems naciones y organismos internacionales, como lo hace toda persona singular. Respecto de sus sbditos, la soberana poltica obliga a mantener el orden, amparando sus derechos y ordenando todo al bien comn. Pero Vzquez de Mella, al contrario de los polticos actuales, no entrega al Estado poder para meterse en lo que es propio de la soberana social, es decir, en la administracin detallada de la vida econmica. No. La misin del Estado es la de unificar. No se trata de uniformar ni de suprimir autonomas legtimas, sino de subordinar a un principio superior. Aqu surge que lo que hoy llamamos principio de subsidiariedad, desconocido fuera de la tradicin catlica, en ese entonces. As cada sociedad subalterna, en virtud de su soberana, cumple su misin sin interferencia alguna por parte del Estado; limitndose ste a la unificacin de todas esas actividades, subordinndolas al bien comn de la Nacin.

    Los famosos tres poderes que los liberales separan como condicin absoluta de buen gobierno, nuestro autor los declara medios comunes de la accin estatal44, simples funciones del poder, incluso de los consorcios inferiores. Obviamente, da la primaca al legislativo, a cuyo servicio estn el ejecutivo y el judicial. Porque es la razn - no la voluntad - la base de todo poder. La negativa liberal a reconocer estos poderes en la soberana social es la causa de la concentracin del poder en las capitales y su sobrepoblacin que hoy las ahoga.

    43 pg. 164.

    44 pg. 174.

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    El P. Lira juzga que el principal problema poltico radica en la conciliacin entre estas dos soberanas de que venimos hablando, por lo que les va a dedicar un captulo especial.

    En primer lugar, va a examinar cmo lo resolvi la monarqua tradicional, cuyo mejor terico es el autor estudiado en este libro. En ella se las distingue perfectamente y se pone la poltica al servicio de la social. Los nuevos regmenes, al desconocer esta distincin, caen por igual en el absolutismo, porque la poltica invade el territorio de la social; y, de ah, adviene la tirana45. Porque no es la divisin de poderes lo que la impide, sino el reconocimiento de la soberana social. Este reconocimiento permite una democracia jerrquica, la nica que puede limitar el absolutismo estatal y evitar ese centralismo agobiante del que hoy nos quejamos sin hacer nada por evitarlo. Porque no hay nada ms real que la desigualdad que exige organizarse jerrquicamente para que haya orden sin violencia. En esas condiciones, imponer igualdad resulta violento.

    Esa soberana social se expresa en las Cortes y harto tendran que decirnos sobre su eficacia los reyes medievales hasta el mismo Carlos V. Porque la monarqua tradicional no es la absolutista de los Borbones, sino la de Alfonso VI, San Fernando, Reyes Catlicos, etc. Asimismo, esta democracia est exigiendo una aristocracia, es decir, el reconocimiento de la funcin insustituible de los mejores en cada aspecto de la vida social. Los liberales simplificaron todo y crearon,

    45 pg. 181.

  • Pensamiento poltico 39

    primero, una oligarqua y, luego, una demagogia; que a eso llaman democracia46. Porque, para Vzquez de Mella, lo que hoy se entiende por democracia solo podra darse a nivel municipal. Fuera de l, jams ha sido posible47.

    Tan poco dogmtico era nuestro autor que reconoce que su monarqua aristocrtica y democrtica es compatible con la repblica! Suele ponerse como diferencia esencial la precariedad republicana, cuyo jefe es elegido por un breve tiempo, contra la solidez monrquica, cuyo rey gobierna de por vida. Mas la historia nos revela que los Dux venecianos eran elegidos y vitalicios, como lo eran los emperadores del Sacro Imperio. No era monrquica la repblica socialista sovitica y no es republicana la monarqua inglesa? Es que la miopa liberal considera gobierno nicamente al central, mientras Vzquez de Mella, como ya vimos, le da tal carcter a todo consorcio subalterno en su esfera propia. Cada uno de ellos tiene derecho a organizarse como mejor le convenga segn su naturaleza48. Es el gobierno central el que ha de ser siempre monrquico. Por qu? Demostrando sus dotes metafsicas, el orador espaol distingue los derechos primarios que permiten cumplir los deberes morales, de los intereses subalternos de las mismas personas. stos dependen de su voluntad, aquellos no. solo Dios, autor de la ley, identifica su voluntad con su derecho; no as el hombre. La monarqua, como la familia, vela por los primeros, los consorcios subalternos por los segundos49.

    46 pg. 193.47 pg. 194.48 pgs. 197-199.49 pgs. 200-202. Discurso pronunciado en mayo de 1903.

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    En stos conviene la repblica; en aquellos, la monarqua. Porque la forma de gobierno no es arbitraria sino que responde a la naturaleza de la institucin. Los demcratas son dogmticos; los tradicionalistas, no. No son iguales las sociedades, ya que sus fines son diversos; por ello tambin lo ser su organizacin. Porque la repblica es ms administrativa que poltica, mientras el Estado es todo lo contrario. Por ello la democracia es materialista y anti-humana, ya que aparta al hombre de su Creador, de la ley natural y de la divina, que son su fin ltimo y los medios para alcanzarlo.

    Por otra parte, si hay algo que necesita la nacin es estabilidad y continuidad debido a su carcter histrico. Por ello le conviene la monarqua familiar. Porque el sistema democrtico se basa en la voluntad arbitraria de un da, en vez de hacerlo en la tradicin de los siglos. Adems, aquel sistema le otorga unidad y responsabilidad al gobierno, y, adems, a largo plazo, ya que nadie quiere crearle problemas a sus hijos.

    No debe extraarnos que el P. Osvaldo, en seguimiento del pensador espaol, meta en el mismo saco al absolutismo solapado de la democracia liberal con el desembozado de las dictaduras totalitarias, porque ambas desconocen la soberana social entregando todo a la poltica. Es que el absolutismo consiste en la ilimitacin jurdica de la autoridad50, tan propio de las democracias como de las dictaduras nazi y comunista.

    50 pg. 211.

  • Pensamiento poltico 41

    Es curioso que todo el mundo crea que el liberalismo es la mejor valla contra el totalitarismo y la tirana. Vzquez observ con sagacidad que al fundir ambas soberanas en exclusivo beneficio de la poltica, el sistema se converta en totalitario51. Eso se debe a la ilimitacin jurdica de la autoridad. sta se sale de su rbita y absorbe la esfera de otras personas jurdicas. No solo esas personas han sido desconocidas, tambin lo ha sido el orden natural y, mucho ms an, el orden Revelado. Es que mientras los liberales miran al fascismo, nazismo y marxismo, como doctrinas opuestas a la suya, Vzquez las ve como sus hijos naturales, tal como lo adverta el Magisterio Eclesistico en el siglo XIX52. Con una diferencia, eso s: las dictaduras son ms lgicas que las democracias.

    El liberalismo, en verdad, ser incapaz de justificar ese mnimo de tica que los pueblos necesitan respetar para vivir en paz, limitando su accin a conseguir un bienestar material, exclusivamente terrestre53. A la postre caemos necesariamente en el atesmo oficial del Estado y pasamos del Estado imbcil liberal al Estado Pontfice marxista54. Pensar que esta profeca data de 1906

    Con certera frase, Vzquez de Mella grafica la historia poltica que hemos presenciado y seguimos observando con estupor: la invasin

    51 pg. 210.52 Karl Popper en su La Sociedad abierta y sus enemigos (Paids Barcelona, 1982), centn liberal anti-

    marxista, descubre con sorpresa que el ideal ltimo de Marx coincide plenamente con el liberal (pg. 319).

    53 pg. 224.54 pg. 230.

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    de la Nacin por el Estado55, en desmedro de aqulla, por supuesto. La gran diferencia, entre los liberales y los totalitarios marxistas o nazis, est en los procedimientos, no en los fines. Por eso el liberalismo es calificado de hipcrita, aunque moralmente no lo sea, ya que jams revela abiertamente sus principios. Parece ser incapaz de pensarlos. Por eso no logra justificar la libertad y ese mnimo de tica que hace posible la convivencia civilizada, y no trepida en arroparse con restos de cristianismo. Al final, negado el orden sobrenatural, el Estado pasa a ser un dios, abiertamente en los totalitarismos, larvadamente en las democracias.

    Pueden sorprender esas incapacidades que tan vehementemente denunciara el eminente carlista, mas son obvia consecuencia de la absoluta libertad de conciencia que pretende. Pero hay ms, porque tambin se niega a Dios el derecho a revelarle una doctrina a esa inteligencia. Porque tampoco, en esta ptica, se pueden determinar el origen y el fin del hombre, con lo que se hace imposible conocer su esencia. Queda, entonces, que el hombre sea tan solo un detalle de la materia o un producto de su evolucin. En ambos casos no puede ser libre, ya que no lo es la materia ni la evolucin; o bien admitir la aberracin que implica que el efecto sea superior a la causa56. El principio de causalidad y el de contradiccin han sido violados, la razn ha muerto. Es que, en definitiva, el liberalismo no sabe que la verdad es absolutamente obligatoria para todos57. A pesar

    55 pg. 222.56 pg. 226 y ss.57 Cfr. pg. 229 y ss.

  • Pensamiento poltico 43

    de lo cual se autoproclama juez de doctrina al sostener que todas son igualmente dudosas. En vez de proclamar dogmas positivos, impone negativos y limita la libertad. Y si permite discutir sus mismos dogmas, es imbcil. Por ello constantemente se contradice a s mismo y se las da de pontfice (ayer fue el combate al comunismo, hoy al antisemitismo, agrego yo). Porque mientras los liberales adoran las libertades pblicas en plural al mismo tiempo, abominan de la verdadera libertad humana, as, en singular58.

    El Estado, pues, se ha cargado de pesados organismos en contradic-cin con su doctrina que pretenda abolirlo. Esto ha ocurrido porque se ha roto el principio de unidad nacional dondequiera haya triunfa-do el liberalismo y se ha visto obligado a imponer un poder totalita-rio. Al no haber unin hay coaccin.

    Vzquez de Mella no profundiza el tema de la organizacin del Estado, porque ste debe adecuarse a las cambiantes condiciones de los tiempos y los lugares. El P. Osvaldo cita, pues, a Vctor Pradera, quien, en su Estado Nuevo nos da una visin ms detallada, siempre inspirada en el pensamiento del gran Orador. Estos organismos son tres: monarqua, cortes y consejos.

    El monarca o jefe del Estado tiene la responsabilidad de la unidad espiritual de la Nacin y es responsable moral de los resultados de la administracin. Como nadie lo sabe todo, los consejos reales asesoran al monarca y proponen la legislacin ms adecuada 58 pg. 234.

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    despus de concienzudo estudio. Estos consejos son integrados por los que realmente saben, quienes se pronuncian sobre esa materia y no sobre otra. Nada parecido a los parlamentos democrticos, cuyos integrantes votan leyes que ni siquiera han ledo. Paradigma de consejo real fue el Consejo de Indias que produjo una legislacin hasta hoy admirada. De ellos depende el carcter racional de la legislacin que hoy tanto echamos de menos59.

    Ms toda ley busca el bien comn. Hay que reconocer que son los sbditos quienes mejor conocen sus necesidades. Por ello es preciso contar con las Cortes. En ella se expresa el sentir de las corporaciones y clases de que hemos hablado. En la monarqua espaola, stas autorizaban al monarca a crear nuevos impuestos, y ms de una vez, se negaron. Pero la promulgacin de la ley es acto privativo del jefe del Estado.

    De este modo se cumple a la perfeccin la definicin de ley dada por santo Toms: ordenacin racional (consejos reales) orientada el bien comn (cortes) promulgada por el que tiene a su cuidado la comunidad (jefe del Estado)60.

    Respecto de la administracin del Estado y de la justicia, ni los consejos ni las cortes han de tener participacin alguna. Dependen exclusivamente del jefe de Estado y han de adecuarse a las condiciones de tiempo y lugar, como ya dijimos.

    59 pg. 240.

    60 pg. 245.

  • Pensamiento poltico 45

    En un tratado de tica social o poltica no poda faltar un captulo dedicado a la legitimidad del poder. El P. Osvaldo, como buen metafsico, nos aclara que todo depender del fin que le asignemos al Estado; porque ser muy distinto el que reconozca principios extrnsecos inmutables y absolutos del que los desconozca61.

    Siguiendo la tradicin escolstica espaola, Vzquez de Mella distingue dos tipos de legitimidad: de origen y de ejercicio. La primera implica que se ha obtenido el poder conforme a derecho, sea escrito o consuetudinario. Tal legitimidad es perfectamente accidental puesto que hay muchas circunstancias distintas en el modo de adquisicin del poder y cada pueblo las fija segn su cultura. La que importa es la otra, la que depende de que el poder se ejerza respetando el derecho natural, el positivo divino y el positivo humano, aunque no sea escrito62. Dems est decir que en los regmenes liberales este aspecto esencial de la legitimidad no se toma en consideracin. Le basta la paz de la calle, aunque la miseria se haya apoderado de las clases obreras gracias a su doctrina econmica (Qu bien expres Goethe este punto de vista cuando dijo: Prefiero la injusticia al desorden, me permito agregarle al libro que comento).

    La primera condicin de la verdadera legitimidad radica en el respeto de la ley natural que rige toda actividad humana y de la que dimanan todos los deberes y derechos que pertenecen a la persona. Ante el Estado, tenemos que hacer valer el derecho que poseemos a cumplir

    61 pg. 248.

    62 pg. 251.

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    nuestro deber, y ste viene fijado por aquella ley. El primer deber es el de adorar a Dios tal como l quiere serlo; el segundo es el de cultivar rectamente nuestra personalidad, y tantos otros que no es del caso precisar. El Estado tiene aqu una funcin negativa: ha de remover los obstculos que nos impidan cumplir con nuestro deber, y nada ms63. Como el objeto de la inteligencia es la verdad y de la voluntad es el bien ilimitado, surgen derechos que el Estado debe cautelar y que, hoy por hoy, no sospecha. Debido a su ignorancia, el estado liberal, al suprimir los gremios, se ha llenado de obligaciones que le incumban a stos y se ha convertido en un monstruo que se halla perfectamente incapacitado para desembarazarse de la pesada carga que se ha auto impuesto.

    La segunda condicin la deja el P. Osvaldo para tratarla cuando estudie sus relaciones con la Iglesia, por tratarse del derecho divino positivo que sta detenta. Pasemos, pues, a la tercera. Vzquez de Mella tiene la originalidad de poner, en este punto, en primer lugar, el respeto por la Tradicin64. Es que las naciones se han ido formando muy lentamente y as deben seguir transformndose en pos del bien comn. La teora liberal del contrato social no pasa de ser un mito sin fundamento alguno. Una generacin amotinada contra sus padres es una vergenza. As como se form lentamente, toda nacin va progresando al mismo paso; pero es ms importante an sealar que los cambios necesarios, y siempre los habr, han de guardar una necesaria homogeneidad con esa tradicin. Esta idea es considerada

    63 pg. 25464 pg. 256 y ss.

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    sumamente original por el P. Osvaldo. Es la formadora del alma nacional por lo que el gobierno ha de velar por ella. El no conformarse con ella ira contra esa alma nacional. Son esas hazaas realizadas por nuestros antepasados, de las que vivimos, las que la formaron, y no un supuesto contrato social que la habra improvisado. No olvidemos que la nacin es un todo sucesivo, formado histricamente al correr de los siglos. Es una suerte de sufragio universal de los siglos, que ha de ser respetado por todo gobierno. Estamos observando hoy verdaderas generaciones de amotinados que en nada estiman su tradicin. Obviamente, tales gobiernos, los liberales, no son legtimos.

    Es bueno destacar que la rutina nada tiene que ver con las tradiciones que insuflan vida y progreso al cuerpo social, mientras aqulla no es ms que anquilosamiento. Se trata, en suma, de un desarrollo homogneo, como el crecimiento del cuerpo humano, que da nuevos frutos sin discordancias con las races que lo fecundan.

    En definitiva, sin importar la legitimidad de origen, si un gobierno acata estas condiciones, se legitima y debe ser obedecido. Porque el derecho de la sociedad a ser bien gobernada se impone al derecho del gobernante desposedo a recuperar su poder65. Pero si el nuevo gobierno no cumple adecuadamente dichas condiciones, se conserva el derecho del gobernante desposedo. Es lo que ocurre con todos los gobiernos liberales, que por serlo, jams cumplirn con ellas. De estas consideraciones arranca el derecho de rebelin, tan estudiado

    65 pg. 261-262.

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    por los cultores del pensamiento tradicional y solo por ellos. Porque si bien es verdad que el soberano no responde legalmente ante nadie, ya que no tiene superior, s responde ante la soberana social, que exige ser respetada, y ante Dios, autor del derecho natural.

    El poder civil viene limitado por la soberana social. sta permite al pueblo sublevarse ante el poder ilegtimo. De ah que Vsquez de Mella, fundamentado en los grandes escolsticos espaoles, estudie con detencin las condiciones de legitimidad del poder poltico y lo enfrente al poder social. Contrariamente al pensamiento liberal del siglo XIX, el monarca es responsable, mucho ms que el ministerio liberal que jams ha respondido por nada. Pero su responsabilidad no es legal, sino social. Curioso pensamiento que merece alguna explicacin.

    Quin es superior al monarca? Nadie. Por lo que nadie puede llamarlo a juicio en conformidad con la ley que rige al pueblo. Irresponsable, entonces? Por supuesto que no. Su responsabilidad es social. Porque no hay tal monarca absoluto de que tanto uso y abuso han hecho los liberales al referirse a los monarcas del pasado. Ante l se alza la soberana social que debe respetar. Por tanto se le exige responsabilidad social y sta exigencia puede llegar hasta la rebelin armada.

    Tres responsabilidades distingue el ilustre pensador espaol: la moral, por infracciones de su santa ley; la histrica, ante el pueblo venidero, y la social ante la sociedad actual. Es obvio que tales responsabilidades

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    no caben en la cabeza de un liberal y, por ello, se limitan a la poltica o legal. Pero es sabido que los poderes legales se subordinan entre s, por lo que hemos de llegar a uno que los subordina a todos y no puede ser juzgado por nadie. Quin est por encima del poder supremo? Los liberales no entienden nada de filosofa de modo que no comprenden siquiera este modo de pensar. De ah que calumnian a los reyes al motejarlos de absolutos; su sistema, en cambio, s puede calificarse de tal. Por ello el P. Osvaldo justifica las rebeliones carlistas del siglo XIX que intentaron liberar a Espaa de los gobiernos liberales. stos se salvaron por el apoyo forneo.

    En el plano internacional, Vsquez de Mella le propone a los espa-oles tres metas: la recuperacin del Estrecho de Gibraltar; la fede-racin con Portugal y la confederacin con la Amrica Hispana66. El primer objetivo concierne tan solo a Espaa, aunque tiene una reper-cusin en la que no se sola pensar entonces: la propiedad de todo el estrecho. Con Portugal, las Espaas estuvieron unidas desde la poca de Felipe II hasta Felipe IV. Ms interesante para nosotros es la ltima de sus metas. Vzquez de Mella propone los Estados Unidos Espao-les para contrapesar a los Estados Unidos sajones. Naturalmente, se-gn la tradicin de las Espaas, no se trata de ninguna absorcin ni centralizacin, sino una suerte de supra nacionalidad en la que cada nacin conserva sus peculiaridades67. Al llegar a este punto, profti-camente, el P. Osvaldo advierte que el sano nacionalismo, que busca

    66 pgs. 274 -295.67 En este sentido me permito dirigir al lector a la obra del historiador Jean Dumont, quien, a pesar de

    ser francs, deja bien claro este aspecto de la poltica tradicional espaola. El P. Osvaldo no conoci la extensa obra de este historiador.

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    que la nacin incorpore los valores fundamentales de la cultura, se va desvaneciendo, vctima del agresivo liberalismo. Tal como antao aniquil a los gremios, hoy pretende avasallar a las naciones y crear organizaciones supranacionales68. Es que el individualismo liberal totalitario no puede concebir diversificaciones cualitativas, sino tan solo las cuantitativas69. Para el tradicionalismo, en cambio, la apari-cin de una unidad superior no aniquila a las inferiores, sino que las dirige, perfecciona y unifica con otras encausndolas tras objetivos ms universales. Tiene cuidado el P. Lira en evitar que se confunda este nacionalismo con el de un Richelieu, Bismarck o Hitler: naciona-lismos exacerbados y exasperados. Por lo dems, los internaciona-listas no deben olvidar que tambin lo fueron Lenin y Stalin y otros genocidas inspirados en Marx.

    Ya expresamos que el totalitarismo del Estado est limitado por el poder social que, desde abajo, de las entraas del pueblo organizado, pone una valla eficaz contra aqul. Nos queda por examinar la otra valla, la que viene de lo alto.

    La Iglesia sobrepasa al Estado, porque su misin consiste en conservar la Revelacin que Dios se dign hacer al hombre y mantener la vida sobrenatural en los fieles mediante los sacramentos70. Dada la

    68 Notemos que estas reflexiones del P. Osvaldo parecen pertenecer al libro editado en 1942, en plena segunda guerra mundial. Por estar agotado, la Editorial Andrs Bello lo reedit en 1979. El P. Osvaldo agreg algunos nuevos desarrollos, por lo que no es siempre seguro saber si pertenecen al escrito original o a la nueva edicin.

    69 pg. 290.70 pg. 299.

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    superioridad de su fin respecto del propio del Estado, es obvio que tiene derecho a intervenir, y ste ha de reconocerlo, cada vez que algo estorbe a la persona el poder alcanzar tal fin. Vzquez de Mella, usando el vocabulario tradicional, reconoce, pues, a la Iglesia una soberana indirecta y parcial. Porque las sociedades se especifican por sus fines y el de la Iglesia es sobrenatural. Por ello es superior a toda otra sociedad. Es decir, en lo que se refiere a la sumisin del orden natural al sobrenatural solamente. Hay que comprender que ste se apoya en aqul; por lo que podra ocurrir que un determinado elemento natural sea un obstculo para su adecuada realizacin. Si alguna materia no interfiere con su fin sobrenatural, no incumbe a la Iglesia pronunciarse sobre ella. Es de notar que, como el fin de la Iglesia es superior, a ella le compete decidir en estas cuestiones.

    El P. Osvaldo no deja de lamentar que ni los mismos cristianos comprenden hoy la grandeza de su Iglesia y suelen defenderla por los servicios que ha prestado a la civilizacin y a la cultura. Lo que es absolutamente cierto, pero subsidiario. Lo propio de la Iglesia es su valor sobrenatural. Su misin es entregarle a los hombres la Verdad, que es el camino que conduce a la Salvacin, y la Vida, que permite recorrerlo mediante los sacramentos. En una palabra, como ya lo deca Bossuet: La Iglesia no es otra cosa que Jesucristo difundido y comunicado71.

    71 pg. 304. Quisiera agregar a lo dicho por el P. Osvaldo que, en perodos de decadencia, los catlicos suelen olvidar esta doctrina. As, en el s. XVIII, en Francia, muchos abates justificaban a la Iglesia por su ayuda en pro de que la virtud prevalezca en las masas populares, y, en el actual, parece que solo se mira su labor social a favor de los desposedos.

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    Comprendidas bien las cosas, observamos que el Estado y la Iglesia son absolutamente independientes en lo que se refiere directamente a su fin. El problema se plantea cuando un hecho concreto los entrelaza, como ya vimos. Por eso la Iglesia puede insinuar la conveniencia de tal o cual disposicin natural, visto que ayuda a los ciudadanos en su prosecucin del fin sobrenatural. Ms grave es una segunda posibilidad: que una disposicin natural lo contravenga; en cuyo caso, la Iglesia tiene el deber de exigir que sea eliminada.

    Cuando el poder intenta subordinar a la Iglesia y entrometerse en sus funciones, se hipertrofia, lo que lo daa a l tanto o ms que a la Iglesia, advierte sagazmente el orador espaol72. El mximo, en este sentido, fue claramente sealado: De ah nace sta que yo llamo Estadolatra contempornea, el Estado-Dios, presente en Hegel, que todo lo avasalla73. Y cuya mejor realizacin correr por los epgonos de ese hegeliano tardo, Carlos Marx; realizacin que no presenci el pensador espaol, sino tan solo sus inicios en Rusia.

    Es obvio que el primero de los derechos de la Iglesia es su autarqua, es decir, el derecho a regir su vida interna segn su constitucin propia; lo que es comn a todas las sociedades anteriores al Estado, como ya hemos visto. Claro est que, por fundacin divina, la Iglesia es absolutamente soberana, cosa que no es ni siquiera el Estado. Mas Vzquez de Mella no se limita a esto, procura, adems, sealar los dems derechos de la Iglesia que el Estado ha de respetar: magisterial,

    72 Cfr. pgs. 307 y ss.73 pg. 310.

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    sacramental y litrgico, jerrquico, de comunicacin con sus fieles y de evangelizacin de los infieles, finalmente, el econmico74. No es del caso detallar su contenido fcilmente comprensible. Dems est decir que son tales porque, previamente, son deberes de sta para con su fundador, Nuestro Seor Jesucristo, agrega el P. Osvaldo.

    El totalitarismo liberal, por ejemplo, lo vemos claramente sealado en su negativa a reconocer el derecho al magisterio propio de la Iglesia. Qu repblica democrtica le permite educar a sus hijos segn su doctrina? Todos estos Estados totalitarios han creado un sistema de enseanza acorde con su ideologa y, solo a veces, se ha permitido a la Iglesia tener sus establecimientos donde debe seguir la enseanza estatal obligatoria. Es verdad que se le permite -colmo de la tolerancia! - dedicar alguna hora a la enseanza de la religin; pero de ningn modo se tolera que toda la instruccin sea determinada por ella. Ningn monarca, supuestamente absoluto, se permiti tal exceso de tirana, agrego yo. Muy por el contrario, nos ensea el P. Osvaldo, el Estado tradicional no posee derecho a ensear, salvo subsidiariamente, cuando la familia y la Iglesia no lo hagan o en la media en que no lo hagan75. Como aclara Vzquez de Mella, el Estado neutro o inter confesional nada sabe de religin ni de moral, ni, mucho menos, tiene una nocin de la naturaleza del hombre. En tales condiciones cmo puede educar? Sera una contradiccin manifiesta. Es un ejemplo del ms puro totalitarismo.

    74 pg. 326.75 pg. 331.

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    El pensador carlista preconiza una unin moral del Estado con la Iglesia que le permita a sta cumplir su misin con toda libertad, para lo cual necesita plena independencia administrativa y econmica. Recordemos que el Estado totalitario liberal, o democracia, rob todo lo que pudo a las instituciones religiosas hasta llevarlas a la miseria. En algunos casos se ha prestado generosamente a ayudarla con sus ddivas, que es la mejor manera de tenerla sujeta.

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    III LA DEMOCRACIA EN VZQUEZ DE MELLA76

    A pesar de haber sido escrito en 1950-51, hace cincuenta y tantos aos, este ensayo parece hablar del da de hoy. Especialmente en sus primeras pginas.

    Comienza el telogo chileno recordando lo que sola expresar el poltico espaol: los hombres solo han estado siempre de acuerdo en no estar de acuerdo jams77. Sin embargo, el muri antes de ver cmo se deshaca la civilizacin y la cultura occidentales. Porque hasta el fin de sus das, los hombres, a pesar de sus crmenes, tenan conciencia de que haba ciertos lmites que no se podan sobrepasar; haba un clima espiritual que lo impeda. No haba nacido an el cinismo colectivo y pblico; tan solo se haba llegado a cultivar la hipocresa, ltimo homenaje del vicio a la virtud, como le o decir al P. Osvaldo en muchas ocasiones. El cinismo implica que las ltimas reservas morales de la nacin se han agotado. Notemos que nuestro telogo muri antes de que se extendiera por el planeta aberraciones como los matrimonios gay y un largo etctera de atrocidades.

    Como telogo pona el acento en la doctrina de la Iglesia y vea con horror cmo telogos (?) catlicos desvirtuaban completamente la nocin de Dios, de la Gracia santificante, del misterio, del orden sobrenatural, etc. Como pensador poltico se asombraba ante el triste

    76 Hispanidad y Mestizaje. Editorial Covadonga. Santiago de Chile. 2 edicin. 1985. Es el tercer ensayo de este libro. Este escrito contiene, adems, uno que da el ttulo al mismo y otro sobre la originalidad del arte espaol que estudiaremos en el tomo dedicado a su esttica.

    77 pg. 183.

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    espectculo de tanta gente de orden cooperando con los asesinos de la inteligencia. Es que ha llegado el tiempo de la apostasa colectiva, ya vista por el espaol.

    La Edad Media impregn la sociedad de espritu cristiano; pero esta impregnacin fue exitosa en el plano intelectual, no tanto en el afectivo donde siguieron fuertes afectos paganos. No es de extraar dada la herencia del pecado original. Hoy tal parece que vuelven por sus fueros costumbres brbaras bien notorias en el modo cmo se portaron los que ganaron la segunda guerra, al erigirse el vencedor en juez del vencido; con lo que quedan demolidos los fundamentos de toda jurisprudencia civilizada78.

    Pues bien, si algo ha sido completamente desfigurado a fuerza de mentiras sistemticas, ha sido el concepto de democracia. Parte de la culpa se halla en el mismo concepto debido a su ambigedad. Desde que hay participacin popular en el gobierno puede hablarse de democracia, pero Cunta diferencia hay entre el rgimen poltico de Atenas y la monarqua medieval espaola! Por lo mismo este rgimen puede acompaar cualquier tirana, como lo demuestra la historia. Porque la democracia se refiere a la participacin, la que nada nos ensea mientras no conozcamos otros aspectos del rgimen as calificado. Se puede participar de un acto heroico como de un crimen. Es urgente, pues, precisar el concepto.

    78 pgs. 187-188.

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    As el P. Lira, de la mano de Vzquez de Mella, se va a dedicar a la tarea de delinear una democracia que sea compatible con las exigencias vitales del cristianismo79. Ms que un estudio sistemtico del pensa-miento del poltico carlista, l desea subrayar aquellos aspectos que nos permitan comprender cmo nos mienten los demcratas.

    Una vez ms nos sorprende el telogo chileno con una rotunda afir-macin: el poltico espaol es un ferviente y autntico demcrata80. Su constante preocupacin gira en torno a la participacin del pue-blo en el gobierno, dado que son personas y no cosas, responsables de sus decisiones. La persona es la realidad suprema en este mundo, como ensea santo Toms. Por lo mismo ataca a la democracia mo-derna porque no ha resuelto el problema, sino que lo ha caricaturiza-do al mediatizarla por los partidos polticos. Los diputados no repre-sentan nada ni a nadie porque les falta lo esencial: ser representan-tes. Porque todo representante est normado por su representado, lo que hoy no ocurre; mejor dicho, sucede en todos los planos, menos en los parlamentos polticos.

    Este monrquico carlista considera que la democracia es la expresin de la soberana social; es decir, la expresin del derecho de los individuos y sociedades que conforman la sociedad civil81. Nuevamente nos sorprende al explicar que la soberana social es el derecho a ser gobernado, no a gobernar; por ello no es poltica,

    79 pg. 190.80 pg. 191.81 pg. 192.

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    como la del rey, sino social. Pero, si los parlamentos fueran realmente representativos, la soberana social tendra armas para imponer un buen gobierno.

    Como buen metafsico, el P. Osvaldo busca de inmediato, los fundamentos ltimos que separan la postura de Vzquez de Mella de la moderna. Es que el mundo actual no cree en la inteligencia, Vzquez, s. Como metafsico y telogo, nuestro maestro seala que la inteligencia o se identifica con el ser, o tiende al ser. La primera es la divina, la segunda es la humana. Su primer enemigo fue el racionalismo que la independiz hacindola autnoma; el segundo fue el vitalismo que, en su anti-intelectualismo, atribuye la creacin a la imaginacin. Ambas concepciones matan a la verdadera inteligencia. De este modo, tambin la poltica se ha independizado de toda finalidad trascendente, con lo que queda anulada la principal referencia a la inteligencia. La poltica queda reducida a una mera tcnica, al servicio de fines arbitrariamente escogidos segn el beneplcito de los hombres. Por ello, los regmenes totalitarios, marxista y nazi, no han hecho ms que llevar los principios liberales a su ltima consecuencia.

    Quien subordina la poltica a la inteligencia y cree en ella, hace dos cosas: en el orden terico la subordina al ser, que recibe el nombre de verdad; en el prctico, al fin ltimo del hombre (su bien comn trascendente, agrego yo). Por ello, en el orden ya directamente poltico, no puede aceptarse una participacin indiferenciada del pueblo en el gobierno. La razn no puede ser ms simple: la masa

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    no es inteligente. solo vale la opinin de quien se ha especializado en un tema. El mismo monarca debe ser considerado un experto en coordinacin. La masa acta por mayora y los ineptos son mayora. Conviene distinguir un cuerpo y un espritu en cada problema. El primero es la entidad fsica escueta del mismo, por ej.: crear una universidad; el segundo consiste en referirlo a un sistema de principios generales, a sus causas y a sus efectos. Si una multitud puede adquirir el primero, el segundo se le escapa por completo; pero ste es el ms importante y decisivo a la hora de tomar la determinacin.

    Resulta curioso que las democracias, cuando hay problemas excepcionales, han suspendido la participacin ciudadana para operar como una dictadura; justo cuando cuatro ojos ven ms que dos, axioma muy democrtico. Bastante sospechoso, no? Roma, durante su historia democrtica, es el mejor ejemplo de ello.

    Pero los romanos tambin son ejemplo en que supieron distinguir al pueblo de la plebe. El acceso de sta al gobierno solo signific luchas incesantes hasta el advenimiento del Imperio que la alej definitivamente. El pueblo no es indiferente ni irresponsable; es orgnico y responsable. Tenemos, pues, la tarea de convertir a la plebe en pueblo. Hay que diferenciar actividades, darles organizacin permanente y encauzarlas hasta la funcin poltica. Vzquez de Mella las denomin clases sociales, cuya misin es dar a conocer las necesidades del pueblo a la autoridad. Para evitar su anquilosamiento, es necesario que nadie est obligado a pertenecer a ellas, sino que lo haga libremente, por conveniencia. De este modo

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    se elimina ese engendro indeseable de la organizacin liberal: el poltico profesional.

    Que todos intervengan en todo es la ilusin liberal; que todos intervengan, pero cada uno en lo que realmente sabe, es sensato. Las clases conocen muy bien sus propios problemas. Pero no deben gobernar porque no conocen los problemas de las otras clases y podran daarlas al buscar su provecho. Pasaramos as de la soberana social a la poltica, lo que no es conveniente. Porque mirar al bien comn de la nacin es tarea muy compleja, fuera del alcance de la mayora de los ciudadanos.

    Mas, aunque nos sorprenda, la soberana poltica est al servicio de la social y no a la inversa. Pero, entendmonos; si la soberana social se somete a la poltica, es porque sta es capaz de conducirla a su bien comn. De aqu ese corolario que tan pocos entienden: el derecho a rebelin, predicado abiertamente en tiempos de una supuesta monarqua absoluta. Porque si la autoridad no labora eficazmente en pos del bien comn sino que lo entorpece, la soberana social puede poner fin a dicho gobierno82.

    Vzquez de Mella muestra muchas diferencias entre las clases y los partidos polticos83. El P. Osvaldo se va a detener en una de ellas: las

    82 Quisiera agregar a lo que expone aqu el P. Osvaldo que hemos de aplicar tal doctrina no solo al desa-bastecimiento y hambre que provocan los marxistas cada vez que llegan al poder, como experimen-tamos en Chile, sino tambin, y es lo ms grave, a una legislacin que dificulta el desenvolvimiento moral y espiritual de los ciudadanos, como lo hace la democracia liberal, aunque con ms disimulo que la marxista.

    83 Una descripcin de los males propios de tales partidos se halla en el discurso pronunciado el 29 de julio de 1902, publicado en el tomo V, pg. 278 y ss., citado por el P. Osvaldo en pg. 210-211.

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    clases sociales se conectan bien con el gobernante, no as los par-tidos. Las clases, por ser especializadas, incluyen un germen de di-visin, que puede ser letal al convertirse estas clases en elementos polticos de primera importancia. El mismo defecto de los partidos? No; porque stos son antagnicos y exclusivistas; mientras aqullas no lo son. Para que haya verdadero antagonismo, ambos elementos deben referirse a lo mismo. Es lo que ocurre con los partidos que tie-nen la solucin de todos los problemas de la nacin en su programa. De ah su carcter totalitario. En cambio, las clases se complementan y necesitan mutuamente. Porque no se oponen las labores que ejer-cen. Vzquez de Mella se refiere a seis clases diferentes: inters mate-rial (econmico), docente, religioso y moral, aristocrtico y defensa. Es bueno aclarar que por aristocrtico entiende a los que descuellan en su actividad propia, sea la que sea. Creo que es fcil comprender que no hay oposicin entre ellas.

    De este modo puede tambin fcilmente entenderse que, mientras los partidos polticos van contra el bien comn, las clases lo necesitan. Adems de ser el antdoto ms eficaz contra todo totalitarismo, las clases desean su armona, ya que ninguna de ellas pretende ser la nacin y tener la solucin a todos sus problemas. Acaso la industria no pide ms educacin para sus obreros? Pero ellos no son expertos en educacin. Deben dejar a otros encargarse del problema, a los que entienden el proceso de transferir conocimientos a la juventud. Por lo dems, ninguna persona puede ser enclaustrada en una clase; porque la persona, por ser sustancia, tiene necesidad de desarrollarse en diversos mbitos, por lo que no podra tampoco pretender ser

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    representante de diversas clases. Un zapatero no solo es zapatero, tambin es padre de familia, tiene vida deportiva y religin. Ninguna de estas clases puede monopolizarlo y l no puede ser experto en todas ellas. Pero hay ms, porque las clases se necesitan hasta el punto de que, sin la nacin que las engloba a todas, perecen. Por lo que jams podrn aspirar a tener el monopolio, aspiracin propia de los partidos y realizada por marxistas, nazis, etc.

    Tambin el poder poltico necesita de las clases para no convertirse en el testaferro de una oligarqua que pasara a gozar de las ventajas del gobierno sin ninguna de sus responsabilidades. As ambos elementos se constituyen en la materia y forma de la sociedad civil, no pudiendo existir la una sin la otra de modo que ninguna de ellas intente asumir las funciones de la complementaria. Pero no olvidemos que, en este caso, la forma es accidental, mientras la materia, conformada, en ltima instancia por personas, es substancial. Por lo que el fin que busca la autoridad civil es accidental, mientras que el fin ltimo absoluto de las personas es substancial. Por ello el Estado no puede pretender copar toda la actividad de sus sbditos y subordinarla a su fin, a menos que sa fuera la nica manera de llegar al fin substancial. La nica sociedad que tiene ese privilegio es la Iglesia. Aadamos que, como ese fin es un