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  • (PER)VERSIONES

    -Cuentos Populares-

    (PER)VERSIONES VOLUMEN 1

  • (Per)versiones: Cuentos Populares

    Autores: Jorge Asteguieta Reguero, Moiss Cabello, Ignacio Cid Hermoso, Susana Eevee, Aintzane Egiluz Romero, Hctor Gmez

    Herrero, Alejandro Guardiola, Eugeni Guillem Darn, Julio Igualador, Antonio J. Llatas Lpez, Laura Lpez Alfranca, Sergio Macas Garca, Mario Manzano Vzquez, Josep Martin Brown,

    Ricardo Montesinos, Ana Morn, Diana Muiz, Manuel Osuna, Juan Carlos Pereletegui, Jos Mara Prez Hernndez, Virginia Prez de la

    Puente, David Prieto, Laura Quijano Vincenzi, Leonardo Ropero, Juan Jos Tena, Alex V. Vegas

    Prlogo: Jos Antonio Cotrina

    Diseo de cubierta: David Prieto Ilustracin de cubierta: Jonathan Cheuken

    Maquetacin: David Prieto y Susana Torres Ogando Correccin de estilo: Susana Torres Ogando

    Colaboran: Grupo AJEC Sedice.com

    Primera Edicin: Julio 2010

    Produce: David Prieto

    Contacto:

    http://perversionesliterarias.blogspot.com/ [email protected]

    ISBN: 978-84-614-2220-3

    Depsito Legal: SE-4623-2010 Printed by Publidisa

    Los textos y las ilustraciones contenidos en este volumen son

    propiedad de sus respectivos autores y se encuentra protegido bajo licencia Creative Commons.

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    PRLOGO

    Nos han estafado. Llevan aos hacindolo. Nos han cambiado los cuentos. Lo hicieron poco a poco.

    Retorcieron la fuente original, la suavizaron, edulcoraron los contenidos para hacerlos ms digeribles al gran pblico. Idea-lizaron a los prncipes azules y nos colaron leadores dispues-tos a salvar a muchachitas en apuros; les arrancaron toda la barbarie y la crueldad para hacerlos aptos para nios. Lo po-lticamente correcto no es una invencin de nuestra poca, viene de antiguo.

    Nos han engaado. A la Bella Durmiente no la despierta un prncipe azul, des-

    pierta en el momento de dar a luz a unos gemelos fruto de la violacin a la que la someten mientras duerme. Un lobo tra-vestido obliga a una inocente muchacha de caperuza roja a desnudarse y meterse en la cama con l, despus de darle para cenar los restos de su abuela; y no hay leador que val-ga. La Cenicienta no era tan inocente como aparentaba: ase-sin a su primera madrastra.

    Nos han cambiado los cuentos. Lo han hecho siempre. Ahora nos toca a nosotros. A ellos ms bien, un puado de

    escritores valientes y sin prejuicios que dan un paso adelante para regalarnos sus particulares (per)versiones de los cuentos clsicos. Y vais a poder comprobar que no se detienen ante nada. Veremos los cuentos de siempre enfocados en clave de ciencia ficcin, de terror, de novela negra, plagados de humor, casquera y algn que otro muerto viviente. Vamos a asistir al desfile de un sinfn de personajes clsicos fcilmente recono-cibles pero vistos desde prismas completamente nuevos, que estoy seguro de que os sorprendern tanto como a m.

    Atreveos a contemplar el verdadero horror de Hansel y Gre-tel. Acompaad a Gulliver en un nuevo viaje, todava ms fantstico. Visitad el reino de Oz desde una perspectiva que nunca hubierais esperado. Asombraos con la sorpresa que esconde en esta ocasin Ricitos de Oro. Sorprendeos con lo nico que aterra a Huan sin miedo. Sed testigos de las atroci-dades del nuevo Barba Azul. Escuchad la nueva cancin de la sirenita...

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    Nos cambiaron los cuentos. Es el momento de la venganza. Es el momento de (Per)versiones.

    Y, como no poda ser de otra forma, permitidme levantar el teln con un:

    rase una vez

    Jos Antonio Cotrina

  • (PER)VERSIONES

    -Cuentos Populares-

    La vida es como un cuento relatado por un idiota; un cuento lleno de palabrera y frenes, que no tiene ningn sentido.

    William Shakespeare

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    Jorge Asteguieta Reguero (1973) vive en Vitoria. Es tcnico especialista en informtica de gestin. Literariamente hablan-do es un recin llegado a esta aventura del escribir y cuenta tan slo con un puado de relatos. Recientemente su relato Suerte 1.0 ha sido incluido en la antologa de relatos II Premio Ovelles Elctriques.

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    EL VIAJE DE GULLIVER AL PLANETA LILIPUT

    Jorge Asteguieta Reguero (adriker)

    No le ha quedado ms remedio a mi conciencia que poder ver refle-jada en papel la historia que vais a leer a continuacin. Ya os ad-vierto de antemano: va a parecer un cuento, un delirio de mi ima-ginacin. Prevengo, porque al menos as se lo pareci a quienes antes que a vosotros se la cont de viva voz.

    Es un testimonio real, muy real, y yo lo s porque fui su forzado protagonista; aunque confo en que al mutarlo de voz a letra, ste cobre ms fuerza, y sobre todo mayor veracidad y realismo. Por lo tanto, aqu pongo mi cuestionada cordura, a expensas de lo que este buen arte disponga.

    Una ltima cosa: ya he adelantado que el protagonista principal de la narracin no ser otro que servidor mismo, pero quien ha ofrecido su buen hacer como escritor para redactar esta increble aventura aunque como tambin os he dicho, no menos cierta, ha sido mi grandsimo amigo Jonathan Swift. De justicia me pare-ce destacarlo.

    Espero que os guste, pero sobre todo espero que os la creis.

    Gulliver tuvo desde bien pequeo un sueo: viajar. As que estu-di cartografa espacial, suponiendo con poco acierto, que le sera fcil hacerse con algn puesto en las muchsimas naves que en aquellos das surcaban el Universo Conocido.

    Conforme se acercaba su licenciatura, la exploracin espacial fue perdiendo atractivo; el coste de los viajes espaciales era de-masiado cuantioso para unos beneficios escasos y, al no hallarse tampoco indicios de vida aliengena que ofrecieran al menos un aliciente romntico al propsito, los proyectos fueron reducindo-se paulatinamente.

    Una vez terminada la carrera, no le qued ms remedio que conformarse con un trabajo mal pagado en un minsculo labora-torio gubernamental, desarrollando mapas tericos de los nuevos planetas descubiertos en los que se buscaban recursos energti-cos que poder explotar.

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    Frustrado en su anhelo, se refugi en tertulias taberneras donde mayormente se chachareaba sobre el temido sur tridimensional de La Galaxia. Varios cientos de naves haban desaparecido sin motivo explorando aquella inmensa latitud durante el auge espa-cial. Las hiptesis eran tan variadas como la carta de licores; Gulliver las conoca todas as como tambin los licores, aun-que ninguna le llegaba a convencer.

    Una noche de cielo estrellado, y en una animada conversa-cin, conoci al capitn Will Prichter, patrn de la nave Antlope. ste confi a sus tertulianos la intencin de emprender en fechas prximas un atrevido viaje, fanfarroneando con que llegara ms all de los lmites seguros del espantoso sur. Su intencin era la de ganarse primeramente la gloria, convencido de que sta iman-tara a continuacin la fortuna.

    Gulliver, emocionado, sinti que tena ante s la oportunidad que siempre haba estado esperando y, en cuanto el capitn ago-t su turno de palabra, lo apart hasta un reservado en donde le propuso su deseo de formar parte de la tripulacin, acabando por insinuarle que incluso pagara si fuera necesario.

    El capitn acept gustoso. Un cartgrafo le sera de gran ayu-da a la hora de demostrar la autenticidad de su viaje. Lo contrat con sueldo de grumete, pero con categora de ingeniero de ruta csmica, y ya fantaseando con el futuro mapa de una nueva por-cin galctica hasta aquel entonces desconocida, que preten-da que Gulliver le trazara.

    La Antlope, de corta eslora, se asemejaba en su forma mucho ms a un viejo barco volador que a una nave espacial. Incluso su color exterior imitaba al de la madera autntica, y fue entonces cuando Gulliver comprendi el porqu de ese argot marinero del que tanto gustaba destilar el capitn.

    Leven anclas marineros, nos disponemos a zarpar rumbo a los mares del sur de la galaxia en busca de prestigio y riqueza, brome el capitn ante toda la tripulacin, intentando aligerar la tensin del despegue.

    Los siguientes cinco meses transcurrieron sin grandes noveda-des, aunque durante ese tiempo, Gulliver pudo contemplar fasci-nado las vivas postales de aquella extrema maravilla que le ofre-ca el espacio: multitud de planetas y sus lunas en trnsito con sus estrellas, los nacimientos de nuevas galaxias de hermossi-mos colores y extraas formas, las bellas y luminosas superno-

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    vas, y los ms preciosos lienzos de la actividad estelar en las ne-bulosas.

    Prcticamente finalizando el quinto mes, traspasaron la zona delimitada como segura.

    Se encontraban muy cerca del borde de La Galaxia, y ya en te-rreno inexplorado, cuando el operador de radar alert sobre una gigantesca tormenta espacial que se acercaba a ellos por babor. En el momento en que les dio alcance, incontables anillos de luz abrazaron a la Antlope; eran de un blanco tan puro como cega-dor. La nave, impotente, comenz a zozobrar en violentas sacudi-das, bogando a la deriva sin control alguno por el espacio sideral.

    Gulliver que sufra de una habitual modorra profunda, se encontraba en esos instantes adormilado en su camarote. El ca-pitn lo llam furioso por medio del intercomunicador a la cabina de mando. No poda gobernar la nave ante el implacable embate de aquella tempestad magntica, incluso tema que la Antlope llegara a hundirse en el universo abismal, y necesitaba urgente-mente a su cartgrafo junto a l para intentar al menos orientarse.

    Gulliver se desmay repentinamente cuando pretenda incor-porarse. Un poderoso destello de energa lo haba envuelto y, a causa de tal efecto, su cuerpo se descompuso a nivel atmico, siendo arrastrado inconsciente a travs de un corredor vaporoso y etreo por una atraccin ante la que no pudo ejercer ni la me-nor de las resistencias.

    La fra temperatura del agua lo despert sobresaltado. No en-tenda cmo haba llegado hasta all, no encontraba ninguna explicacin lgica que no quebrara con las leyes elementales de la fsica que l conoca. Pero Gulliver se encontraba flotando en el mar, de eso no caba duda.

    Divis la orilla de una playa en el horizonte, y nad como mal saba hasta alcanzarla. Exhausto por el esfuerzo, no le qued ms remedio que tumbarse, intentando recuperar un aliento casi perdido. Y sin quererlo en uno ms de sus ataques de sopor, volvi a quedarse dormido sobre la arena.

    Los centinelas que lo vieron llegar, enseguida dieron la voz de alarma: Un gigante ha llegado del mar!, pregonaron en palacio. El pnico se adue rpidamente de los habitantes, temiendo que fuera un enviado del enemigo para acabar con ellos. Acucia-dos por el miedo, tras comprobar que el gigante estaba dormido,

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    clavaron cientos de estacas en la arena, hasta que stas rodearon por completo el colosal cuerpo. De inmediato, y encaramndose sobre Gulliver, pasaron unas gruesas cuerdas que trenzaron de manera hbil, sujetndolas firmemente anudadas a las estacas.

    Miles de curiosos, que haban escuchado el rumor acerca de la presencia del gigante, comenzaron a acercarse desde la ciudad hasta el lugar donde se hallaba Gulliver, an dormido y bien atado.

    En cuanto despert, not cmo unas finas cuerdas le ataban el cuerpo. Intent moverse, pero fue intil, porque stas lo tenan inmovilizado por completo.

    Percibi entonces cmo un hombrecillo se le acercaba temero-so por un costado, no creyendo que ste pudiera medir ms de quince centmetros. Cuando el diminuto hombre lleg a la altura de los ojos de Gulliver, comenz a hablarle en una lengua desco-nocida. No lograba entender una sola palabra, aunque algo en ellas se le haca familiar, como si pertenecieran a un aejo dialec-to de la suya propia.

    Ms hombrecillos empezaron a acercarse tmidamente. Gulli-ver carraspe para aclararse la voz, y los ms cercanos salieron despedidos por los aires.

    Gulliver escuch entonces el gritero confuso de una gran mu-chedumbre. Cuando la calma pareci instalarse otra vez, empez a notar unos dolorosos pinchazos que le castigaban por todo el cuerpo. Los arqueros cargaban una y otra vez contra el gigante.

    Colrico por el molesto suplicio, se revolvi cuanto pudo, lo-grando por fin liberar el brazo derecho. Contando con la ayuda de su diestra, en pocos segundos fue capaz de librarse por entero de las ataduras. Entonces se puso en pie cual largo era ante los miles de minsculos ojos que lo observaban horrorizados. Gulli-ver, con marcado gesto de enfado, cogi a un arquero en cada mano y los sacudi hasta que soltaron el arma. Todos los dems dejaron de dispararle, as que los volvi a dejar suavemente en tierra firme. Muertos de miedo, pero libres.

    El gento, tras un lapsus de incertidumbre y dndose cuenta de la bondad del gigante, comenz a aplaudir al unsono, para seguidamente escoltarle entre vtores hasta el palacio.

    Del balcn ms alto del palacio sali una diminuta mujer ves-tida de alta alcurnia. Gulliver, muerto de sed y hambre, y notan-do que sta le estudiaba con detenimiento, aprovech para hacer-le el gesto universal caracterstico para estas necesidades. Momentos despus dispusieron ante sus pies numerosas barri-cas de vino y cerveza. Mientras las iba vaciando de un solo trago, ollas con diversos guisos y cocidos fueron apareciendo del inte-rior del palacio. Toda la ciudad se haba congregado para verlo, y

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    observaba atnita cmo el gigante engulla y beba todo cuanto se le ofreca. Nadie se atrevi a molestarle mientras disfrutaba del festn.

    Fue tras la comilona cuando la mujercilla del balcn empez a hablar a Gulliver. ste, con la panza llena y la conciencia ms reposada, puso mayor empeo en entender lo que la fastuosa dama quera decirle. Gulliver crey traducir que aquella diminuta mujer era reina de una vasta y prspera tierra, motivo por el cual su pueblo se vea amenazado por la envidia de un poderoso y malvado pas vecino. Le dijo tambin que teman que los ataca-sen en cualquier momento, por lo que solicitaba su ayuda para derrotarlos y poder salir as su pueblo triunfante en aquella justi-ficada guerra. Le prometi finalmente que lo recompensara con lo que deseara, siempre y cuando esto estuviese a su alcance.

    Gulliver dud en un principio de las palabras de la reina, l era de espritu bohemio y nada belicoso. Pero qu saba real-mente de aquellas tierras que le daban alimento y le ofrecan alojo? As que no del todo convencido, termin por aceptar.

    El compromiso recin acordado pareci activar algn resorte m-gico, porque tan slo unos instantes despus, las trompetas de guerra atronaron la ciudad. El infame pueblo vecino los atacaba por mar con toda su flota. Posean ciertamente una armada in-vencible, la reina no menta.

    Gulliver se meti en el mar y se dirigi directamente hacia la flota enemiga, la cual se encontraba ya muy cerca de la orilla. Al verle, muchos de los barcos lograron virar por completo, huyendo despavoridos de nuevo mar adentro. Pero fueron muchos tam-bin los que no pudieron escapar de los manotazos que Gulliver reparti. En pocos minutos haba derrotado a aquella armada. Miles de enemigos, tripulantes de los galeones hundidos, nada-ron hasta la costa, donde los soldados de la reina los hicieron prisioneros, ejecutndose vilmente a la mayora poco ms tarde.

    La reina, exultante de gozo, le repiti que hara por l lo que hiciera falta. Gulliver que no haba quedado nada contento con el abuso de una batalla tan desigual, exigi inmediatamente a la reina que escuchara las pretensiones del enemigo, y que des-pus firmaran entre sus pases un tratado de paz, en el que l ejercera de desinteresado intermediario.

    La demanda de Gulliver no fue del agrado de la reina, pero, obligada por la deuda del trato, accedi a que se escuchase a los prisioneros de noble cuna que se haban dejado con vida.

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    stos, curiosamente, tambin hablaban otro dialecto del idio-ma de Gulliver, por lo que aunque con alguna que otra dificul-tad, acab entendindolos tambin.

    stos le contaron que atacaban aquel pas porque su malvada reina, Isabel I, haba ordenado asesinar injustamente a una no-ble dama. Esta dama, compatriota de los prisioneros que dec-an ser espaoles, se haba llamado Mara Estuardo, y defenda unas ideas religiosas al parecer contrarias a las de la prfida re-ina inglesa. Prometieron adems a Gulliver que aquella ejecucin no fue ms que la gota que acab derramando el vaso, que los ingleses los atosigaban continuamente por mar en malintencio-nados y cobardes ataques piratas. Y continuaron durante largo rato con un arsenal de acusaciones cruzadas; cada cual con una versin bien distinta segn de qu bando partiese.

    Gulliver no sala de su asombro; en aquel planeta pareca dar-se mucha ms importancia a la obsoleta religin de divinidades imposibles que a la propia razn absoluta. Todas las guerras son absurdas y estriles, aqu tambin.

    Tras la firma del tratado, la reina Isabel estaba furiosa. Crea que con l, los espaoles haban salido ms que favorecidos, y el efec-to de anestesia que le haba provocado la rotunda victoria cambi radicalmente tras la firma. Comenz a ver a Gulliver ms como a un traidor que como a un aliado de la corona.

    Henchida de odio, la reina orden secretamente a sus cocineros que aadiesen un narctico a la bebida de Gulliver. Tena la clara intencin de que se quedara dormido sin que ste lo esperara.

    En cuanto la reina not que la droga comenzaba a cumplir su esperado efecto ya que Gulliver se sentaba en el suelo con cla-ros sntomas de mareo, lo acus de alta traicin a la corona y a los intereses del pueblo de Inglaterra, condenndolo por ello a muerte. La ejecucin se llevara a cabo de inmediato, le termin asegurando.

    El somnfero le haba dejado bien aturdido, aunque no acaba-ba de dormir a Gulliver. Horrorizado al escuchar la sentencia, y sintindose a la vez acorralado por los soldados, hizo acopio de fuerzas, y opt por huir nuevamente al mar. El agua pareci des-pejarle y pudo observar cmo un numeroso ejrcito fuertemente armado se agrupaba en la orilla.

    Gulliver, al encontrarse desesperado, nad mar adentro. El narctico finalmente cumpli con su cometido, y lo dej hun-dindose en las aguas del Canal de la Mancha.

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    La multitud reunida en la orilla pudo ver cmo Gulliver era tragado por el mar. El gigante se haba ahogado. Mas su historia correra seguro de boca en boca, de generacin en generacin, pervirtindose sin remedio. Hasta que alguien en aquel loco pla-neta de liliputienses llamado Tierra se decidiera tambin a escri-birla.

    Mientras Gulliver naufragaba, la todopoderosa fuerza universal que lo haba transportado hasta aquel recndito lugar volvi ca-prichosamente a hacerse cargo de l, invirtiendo su accin vital de bucle redundante. Descompuso y compuso otra vez a Gulliver en un tiempo y espacio que no hallaban medida de razn. Gulli-ver segua en la Antlope; de hecho, en clculo temporal nunca haba terminado por irse.

    La furiosa tormenta estaba amainando y la Antlope era de nuevo controlada por el capitn. La tripulacin, casi amotinada, exiga el regreso. Estas peticiones, junto con las tempestades que se podan divisar al frente, convencieron al capitn, que se decidi por la vuelta. Haban llegado a zonas nunca antes holladas y se dio por satisfecho. Tiempo habra para nuevas aventuras.

    Nunca ms he vuelto a viajar por el espacio, y nunca ms lo har. Viajar me horroriza de verdad. Tan de verdad, como la aventura que acabis de leer.

    Gulliver

    Basado en Los viajes de Gulliver

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    Moiss Cabello naci en 1981 en la isla canaria de Tenerife, y tras varios aos como redactor de diversas publicaciones de ocio electrnico tuvo su debut literario en 2005 con la novela Armantia, que iniciara la Serie Multiverso y cuya edicin digi-tal sobrepas las cinco mil descargas en la primera semana.

    En 2007 public la segunda parte de la Serie Multiverso, Gemini.

    En 2008, publica el relato corto Se encuentra usted bien?, finalista en el I Certamen de relatos Hellinfilm, y ga-nador en la categora de ciencia ficcin.

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    CRECIENDO EN NUNCA JAMS

    Moiss Cabello (Moises_C)

    A bordo del Jolly Roger, James Garfio oteaba la costa de Nunca Jams con su catalejo dorado, en busca de seales de Peter Pan y su pandilla de mocosos.

    Smee dijo al aire, esperando que su segundo le escuchara en los alrededores.

    Diminutos puntos oscuros se alzaron sobre la costa hasta es-conderse tras las nubes. Pero l saba que no eran pjaros. Daba igual, esta vez los estaba esperando, de hecho no pudo evitar una sonrisa por lo predecible.

    Smee! grit tan alto que le sali un gallo. Capitn! replic el orondo pirata, resollando an por la ca-

    rrera. Qu diablos estabas haciendo? Escuchando a madre Wendy contarnos un cuento, capitn. Pues eso se acab por ahora. Peter Pan y sus mequetrefes

    perdidos se dirigen hacia aqu, y creo que vienen a llevarse a la seorita Darling.

    No! No habr ms cuentos si se sale con la suya, Smee. Preparad

    los caones. Pero el cuento no ha terminado, capitn... Que preparis los malditos caones! grit exasperado dan-

    do un pisotn. Capitn! exclam el contramaestre con apremio. El catalejo apuntaba ahora hacia las nubes, buscando a su

    pesadilla voladora. Aquel muchacho entrometido que le recordaba el nauseabundo lugar en el que estaba. La tierra de nunca, nun-ca, nunca, Nunca Jams.

    Fuego! exclam sealando al cielo. Un puado de anillos de cielo azul se abri en las nubes sin

    mayores consecuencias. Pero cmo diablos lo hacen? dijo James, harto de que

    nunca acertaran. Me buscabas? Peter Pan estaba suspendido en el aire, como era habitual en

    l. Sus manos arrogantemente apoyadas en la cintura delataban

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    su mayor diversin: mofarse de James. A su espalda, gritos y sa-bles chocando; los Nios Perdidos ya haban abordado el barco y peleaban con su tripulacin para rescatar a Wendy.

    Garfio, Garfio... dijo Peter desaprobador, negando con la cabeza.

    Me llamo James! grit encolerizado, desenvainando para asestarle una estocada al menos en la pierna. Siempre consegua enfadarle de la misma manera. Pero Peter ya haba volado a su alrededor, y ahora estaba a su espalda, a un par de metros del suelo, mirndole de brazos cruzados con ese aire de superioridad.

    Te llamas Garfio insisti sealando a su antinatural extre-midad.

    Fuiste t quien me reban la mano, miserable! Te parece gracioso? Baja para que tengamos una pelea de iguales!

    Oh, Garfio, a veces eres tan aburrido... Peter extrajo su daga e intercambi desde el aire algunas esto-

    cadas con James. La pelea se recrudeci y lucharon alrededor de toda la cubierta entre los combates ya iniciados por quienes los rodeaban.

    A que no adivinas quin ha venido hoy a vernos pelear, capi-tn? dijo Peter despreocupadamente mientras las hojas silbaban en el aire.

    James conoca perfectamente la respuesta. Ech un rpido vis-tazo al mar y pudo advertir la espalda y cola del enorme monstruo desplazarse sinuosamente tras las olas.

    Maldito loco! Es que disfrutas con esto? Pero si es divertidsimo! No te gusta? Culpa tuya por bajar

    la guardia en aquella pelea, Garfio. Quin iba a decir que tu ma-no iba a gustarle tanto a ese cocodrilo como para perseguirte has-ta el fin de tus das? Aunque no me lo explico, debes saber a ra-yos.

    Condenado perturbado! gritaba James cada vez ms can-sado. Peter poda haberle matado haca rato, pero estaba jugando con l. Porque le resultaba divertido, porque era un cruel y retor-cido cro.

    Por qu sois tan lentos los mayores? continuaba mofndo-se Peter.

    Pero James no haba perdido la concentracin. Tarde o tem-prano, Peter podra tener un descuido, su arrogancia le jugara una mala pasada y la pesadilla terminara. Siempre jugaba a re-volotear alejndose mientras l le persegua buscando un error en la defensa. El momento clave era en el que Peter pasaba a la ofen-siva y volaba hacia l hacindole retroceder hasta la otra punta del barco. La prxima vez no deba retirarse. Sera peligroso, pero vala la pena el riesgo.

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    As que James continu el juego del perro y el gato asediando a Peter hasta un extremo del Jolly Roger, y cuando le toc retroce-der, empez el movimiento dando un paso atrs, que sirvi real-mente como carrerilla para intentar atravesar el corazn de Peter Pan con una sorpresiva y fugaz estocada.

    Esa ha estado cerca! exclam Peter sonriendo. Tanto me odias? Es porque no me hago viejo y lento como t? O porque me puedo restregar ambos ojos a la vez?

    S, es cierto! Te odio, te odio por todo lo que representas. Vie-jo me llamas, y viejo debera ser, pero... por qu entonces necesi-tamos mis piratas y yo a una madre que nos lea cuentos? Eh? Mientras nios osados y perversos como t respiren ser imposi-ble ser del todo adulto en este lugar! Eres como una enfermedad... estoy seguro de que al otro lado del mar hay algn sndrome con tu nombre. Curar al mundo de ti!

    Reanud el ataque, pero no fue tan fiero como sus palabras, pues al joven de verde le result fcil rechazar sus estocadas des-de el aire, y para colmo rea a carcajadas.

    Cuando te enfadas eres an ms divertido, pero tambin muy torpe, Garfio.

    No poda ganar con la espada, as que decidi optar por las pa-labras. James saba perfectamente cunto podan cambiar a un nio.

    La seorita Darling tambin contaba cuentos a tus niatos perdidos y a ti... cierto? dijo a su volador enemigo defendindo-se de sus estocadas.

    Y esta noche volver a hacerlo. Ya que te gustan, te voy a contar uno dijo James con una

    sonrisa siniestra. Un cuento narrado por el Capitn Garfio! Lo que me voy a

    rer. rase una vez...! exclam reanudando su ataque con cuan-

    ta ferocidad fue capaz. Sin embargo, Peter continuaba repeliendo sus golpes como si de un rutinario entrenamiento se tratara. ... un mocoso hurfano que viaj a Nunca Jams empen-

    dose en no crecer. Descubri su pasatiempo favorito atormentan-do constantemente al capitn de los piratas.

    James empez a perder el control de sus emociones mientras narraba, resultando en una ofensiva aun ms virulenta.

    Hasta que un da cruz la lnea y consigui deshacerse de l. Aquel da algo cambi en su interior. Creci, Peter. Creci. Dej de volar, se enemist con los indios, las sirenas del lago le retiraron la palabra, hasta las hadas huan de l...

    Advirti con satisfaccin que Peter iba reduciendo su altura. S, la historia iba haciendo mella.

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    ... y contagi su pesar a los Nios Perdidos, que crecieron con l. Los cuentos ya no los entretenan, la nia que se los contaba volvi a casa con sus hermanos. Se quedaron solos. Tristes y so-los.

    Menudo cuento estpido! escupi Peter. Sin embargo, ya peleaban ambos con los pies en cubierta. Ver

    cmo daaba a un enemigo que siempre pareca fuera de su al-cance proporcion seguridad a James en su ataque. Por fin podra salirse con la suya.

    Ya sin ms aventuras continu James, decidieron probar con una nueva frontera. En el mar, el antao malcriado y entro-metido nio encontr una libertad que no senta desde que vola-ba; se hicieron con un barco y descubrieron que la forma de vivir ms y mejores aventuras an creciendo era la piratera. As es, Peter. Los Nios Perdidos se convirtieron en piratas, y el mocoso volador, en su capitn. Pero en el fondo seguan siendo hurfanos que aoraban el cario de una madre y las noches de cuentos a la luz de las velas.

    Peter alternaba las estocadas con golpes y patadas, con lo que el equilibrio de la pelea volvi a perderse. Estaba en mucha mejor forma que James. Alrededor de ellos todo haba quedado quieto. Los Nios Perdidos haban reducido a sus piratas, y animaban a Peter en la pelea, ajenos a sus palabras. Este, para diversin de sus amigos, llev la pelea hasta el trampoln con el que James pensaba amenazar con tirar a Wendy por la borda, acorralando al capitn.

    Y pese a todo continu James los nuevos piratas haban alcanzado cierta paz consigo mismos. Pero entonces otro infeliz sin padres lleg a Nunca Jams!

    No me gusta tu cuento! grit Peter empujndole al trampo-ln. El capitn perdi el equilibrio, y agitando cmicamente los brazos comenz su inexorable cada hacia atrs. Pero el chico le sostuvo por el garfio. Al final le salvara para seguir divirtindose otro da? Abajo, su monstruo de pesadilla ya tena las fauces abiertas.

    Peter le mir unos instantes. Ya no haba diversin en su ros-tro, ni furia, sino algo ms sereno y sombro. Retorciendo un poco el garfio, se lo sac de la mano y le propin una patada que lo tir de cubierta.

    Mientras vea cada vez ms dientes aproximarse, James no pudo reprimir una sonrisa al saber quin sera el prximo Capitn Garfio.

    Basado en Peter Pan

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    Ignacio Cid Hermoso (Madrid, 15-01-1985, residente en Mstoles) estudia en la actualidad 5 de Ingeniera Industrial junto con su novia de toda la vida. No obstante, su verdadera vocacin siempre fue la de ser escritor. De corte surrealista y estilo barroco, en el ltimo ao decidi probar suerte en el mundo de los certmenes literarios, consiguiendo aparecer publicado en las antologas del I Certamen Hellinfilm y el I Premio Ovelles Elctriques, as como en el nmero 8 de la revista Katharsis y el futuro nmero 4 de la revista Club Biza-rro. Tambin fue finalista en el I Certamen El Dirigible, el I Certamen El Espejo Maldito y ganador del premio del jurado en el II Certamen Monstruos de la Razn en la categora de terror. Su premio ms importante hasta la fecha es un Accsit y Mencin Especial por Cabecita de Plstico en el I Certamen de novela corta Katharsis.

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    EL PLACER DE COMER

    Ignacio Cid Hermoso (K)

    Hansel, con el pecho an manchado de chocolate, se aferraba jadeante a los barrotes de su jaula. Sus manos, convertidas en rollizos apndices cruzados por dedos rechonchos y sin forma definida, sujetaban con pesadez los hierros oxidados que le con-finaban en aquel reducido infierno decorado con sus propios ex-crementos. El hecho de que su propia hermana le limpiara la mierda una vez a la semana no impeda que el olor se hubiera adueado del cuartucho donde sufra aquel vil encarcelamiento.

    Al siguiente anochecer, se cumpliran siete semanas desde que aquella hacedora de aquelarres los hubiera encontrado ro-yendo los contornos fabulosos y acaramelados de su cabaa sus-pendida en ese bosque de nimas.

    Todo empez cuando, cierto da, los dos hermanos amanecie-ron sobre la alfombra de humus entretejido que conformaba el asiento vegetal de la floresta. Sin razn aparente, haban sido abandonados en mitad de la noche, apenas ataviados con unos harapos y una cuerda de esparto ciendo sus cinturas, las cuales fueron estrechndose ms a cada jornada hasta casi llegar al aviso de su inminente extincin. As pasaron los das, confusos, hambrientos, aterrados, atravesando las profundidades extraas y colmadas de alimaas del horrible boscaje, recorrindolo en crculos interminables, sin ser capaces de abandonarlo nunca, muriendo lentamente de inanicin, delirando a causa de la fiebre, conscientes de que su fin se encontraba enredado entre matorra-les y gimnospermas. No entendan cmo haban podido llegar a esa situacin, y quizs su inocencia o su corta edad les impeda admitir que su madrastra los haba utilizado como pasto para las bestias, alienando a su padre hasta el punto de convencer a aquel bruto de que el abandono de los pequeos a su suerte era la mejor opcin para todos. Si Hansel y Gretel hubieran podido intuir la naturaleza malvada de su suerte y al mismo tiempo hubiesen sabido verbalizar alguna maldicin, quizs aquel eterno vagar por el bosque en busca de refugio y comida se les hubiera antojado ms rpido al hervirles el odio en la sangre. Pero como su candor era infinito y slo conocan el lenguaje del miedo y del dolor, continuaron caminando con aquellas alpargatas descosi-

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    das a travs de la negrura de su trgico destino en forma de ar-boleda interminable.

    Sin embargo, presos de un cuento macabro, lleg el infame da en que se encontraron con un claro en el bosque. En l se alzaba apetecible la maravillosa estructura de una casita de cho-colate, que descansaba dulce sobre unos pilotes de bombn, atravesada por cerchas de avellana y nuez moscada, de tejado crujiente y recubierto de pralin. Esclavos del hambre y los deli-rios de la locura, se arrojaron a los brazos de aquel azcar divino, que los acogi en su seno con la suavidad de la vainilla. Comie-ron con la avidez de dos moribundos, ajenos a la improbabilidad de los tableros de mantequilla y las contraventanas de bizcocho, devorando la trufa de los pilares que sostenan el porche y el chocolate espeso que se afiligranaba entre los escalones de la entrada. Fue unos minutos despus, mientras reposaban la vianda tendidos sobre el camino de entrada al casern, cuando la vieja abri la puerta y los descubri all tumbados. El resto ya lo conocen

    Dale ms de esa paletilla de cordero, que no se quede con hambre deca la bruja, con su voz de alfiler.

    Aquel ser de nariz retorcida y verrugosa, con pestaas trenza-das en torno a unos ojos amarillentos y nicotnicos, clavaba sus palabras en vaharadas de aliento descompuesto, ordenando a la nia Gretel que alimentara sobremedida a su hermano mayor. Cuando ella se negaba a hacerlo con lgrimas en los ojos, la bru-ja la golpeaba con su vara de madera de olmo, o en ocasiones formulaba un cambalache con sus dedos artrticos y de uas roosas para causar los ms terribles dolores en la carne de su esclava infantil. Ante ese avasallamiento, Gretel no poda hacer ms que obedecer y seguir ofrecindole tierno cordero, seboso cerdo y patata asada a su hermano Hansel, quien, hechizado por la bruja, senta la urgencia del alimento en su estmago y no poda dejar de comer.

    Come, pequeo cerdito, come as estars ms jugoso y tierno para m declamaba la sucia y torva bruja.

    Gretel observaba cmo el sebo de la carne ligeramente asada resbalaba por la blanda papada que se haba alojado bajo la bar-billa de su hermano, quien devoraba msculos, depsitos de gra-sa, arterias y tendones con ambas manos, embadurnndose en la propia esencia del animal que degluta. La nia sinti una arca-da, pero al cabo, la violencia de la madera de la bruja le quit las ganas de vomitar su escaso rancho del medioda.

    No vayas a vomitar, nia estpida, si no quieres que te re-tuerza los intestinos con algn truco escupa aquella inefable arpa, nacida del tero del mismsimo diablo.

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    Gretel era muy pequea an, pero ya era capaz de intuir su responsabilidad sobre el estado y el futuro de su hermano, quien haca das que haba perdido la capacidad del habla, pues ya slo consegua emitir una suerte de respiracin aflautada, como de fuelle averiado, que a duras penas le serva para mantener venti-lados sus pulmones y as continuar inflndose de comida. Gretel albergaba una sensacin rayana en la culpa, pero su fragilidad de nia dbil le haca temer an ms el dolor fsico infligido por la bruja que el dolor moral, de cuya habilidad para crearlo ya haba sido testigo en varias ocasiones. As que continuaba ali-mentando a Hansel, observando cmo este degeneraba a cada da en su mrbida obesidad, convirtindose en poco ms que en un redondo de carne con algunos huesos en su interior.

    Cuando la bruja hubo quedado satisfecha, deleitndose al es-cuchar los eructos colmados de Hansel, orden a la nia que parase. Despus se retir a sus aposentos, arrastrando su capa atezada tras de s, tejida por la cloaca de mil viudas negras. Con ella, tambin se alej su risa, tan ftida como su aliento y tan afilada como su voz de cristal.

    Hansel y Gretel volvieron a quedarse solos una vez ms, aun-que nicamente Gretel permaneca despierta, pues Hansel se haba desmayado ante el colosal esfuerzo digestor de sus entra-as. Como cada noche, la puerta del stano quedaba cerrada con llave y un madero atravesado por fuera. Era imposible escapar de all, y aunque Gretel lo haba intentado durante los primeros das, ya apenas le quedaban fuerzas para aporrear la puerta, debido a su deficiente alimentacin.

    Perdidos en la oscuridad, apenas intuyendo los pocos y polvo-rientos objetos que se hacinaban en torno a ellos, Gretel tom la mano inanimada de su hermano e intent secar con ella sus l-grimas, pidindole perdn con voz trmula y muy bajita.

    El da que todo haba de acabar, Gretel fue instada con vehemen-cia a sacar a su hermano de la cochambrosa jaula y untarlo con una grasa especial que la bruja le tenda. La nia Gretel, entre gritos y sollozos, abri la portezuela de la nfima prisin y Hansel cay rodando pesadamente hasta quedar boca arriba. El chiquillo tena los ojos abiertos y en ellos se reflejaba un terror visceral, como de mueco de trapo que poco ms podra hacer que pata-lear por mantener su integridad fsica. A Gretel se le cay el alma a los pies cuando, de la lata de sebo que la bruja le tenda, hubo de comenzar a extraer el viscoso aceite para embadurnar la piel replegada y fofa de su hermano, otrora gil y risueo jovenzuelo. Las lgrimas que le caan por las mejillas se mezclaban con la

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    grasa, redundando en el brillo del cuerpo rechoncho de Hansel. Sus ojos horrorizados se le clavaban a Gretel como dos estacas intentaba hablar, pero su garganta no era ms que un depsito de carnes que le constrea las cuerdas vocales, por lo que su nico lamento era una especie de gemido becerril que inundaba de miserias los odos de su hermana.

    No-no puedo no puedo hacerlo dijo Gretel finalmente, agachando la cabeza.

    La bruja, que avivaba con lea el fuego de la enorme caldera, situada en el ngulo ms oscuro del stano, cerr la portezuela y se quit la manopla de cocina con la que trajinaba.

    No puedes decirlo en serio, nia boba! grazn. T hars lo que se te ordene, o los dedos de mil demonios hurgarn en tus tripas hasta que se te salgan por la boca!

    No, por favor!, no me haga dao!, no puedo hacerlo!, no puedo cocinar a mi hermano!

    Esto ltimo lo dijo ponindose de rodillas, dejando caer la lata de sebo y besndole las pezuas a la hechicera. El estrpito me-tlico enlaz con el acerado chillido que emiti aquella arpa ni-gromntica, sorprendida y encolerizada. Sacudi su pierna vellu-da y delgada, pateando la boca de Gretel, que cay como un pelele al cochino suelo, sangrando.

    Hars lo que se te ordene, raposa! chill. Pero no puedo!, es mi hermano!, no puedo meterlo en el

    horno! La bruja, encorvada y con los pechos rozndole las rodillas

    como los cadveres de dos animales muertos, ulul al aire viciado y corrompido de la estancia. Despus, retorci sus muecas y traquete con los dedos, arrojndose sobre la nia sollozante. Rasg la camiseta de la nia con las uas largas y afiladas, de-jando al descubierto un vientre blanco y hundido, allanando el terreno a unos pechos pequeitos y respingones. La bruja enterr su rostro arrugado y repulsivo en la tripa de Gretel, que grit aterrada ante aquel arrebato violento de la dama negra. Cuando la bruja se apart, tena los labios hinchados y amoratados. Gre-tel se agarr las tripas y retrocedi hasta la jaula donde patalea-ba y gimoteaba su hermano. Se arrastr desnuda por el suelo sin dejar de mirar a la bruja. Cuando top con los fros y oxidados barrotes de la jaula, un reguero de sangre comenz a fluir espeso desde su entrepierna. El dolor no se hizo esperar, y Gretel aull con fuerzas, sacndole una sonrisa a la terrible arpa. Se llev los dedos hacia su sexo y sinti cmo la sangre se filtraba entre ellos. Estaba profundamente asustada, slo Dios saba qu pe-rreras le habra provocado aquella maldita hechicera en las en-traas.

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    La prxima vez te har sangrar por la boca y morirs dijo la bruja, como contestando a la mirada enloquecida de la nia. Es sencillo o me entregas a tu hermano, o mueres t tambin.

    Por qu he de hacerlo yo?, por qu!? chill Gretel, in-tentando taponar su hemorragia vaginal con las manos pegajo-sas.

    Porque el fratricidio aviva la carne, evita que esta se vuelva correosa le sorprendi la bruja, contestndola en absurdos trminos gastronmicos.

    Sea como fuere, Gretel comprendi al instante que slo con-templaba una opcin, pues si obedeca, an tendra una oportu-nidad de sobrevivir. No se par a pensar si merecera la pena vivir en esas circunstancias, o si el tormento del acto que se dispona a cometer le impedira volver a sonrer en el tiempo que le queda-ra sobre la tierra. Quiz su debilidad de corazn le viniera de sangre, y fuera un ser tan pusilnime como lo era su propio pa-dre, quien vilmente los haba abandonado a su suerte en aquel ttrico bosque. Amparada por ese sucio pensamiento, simple-mente se levant y se dispuso a recoger la lata de grasa del suelo.

    No le conmin la bruja, no utilices la grasa utiliza se llev las manos a su aejo y yermo sexo, arqueando leve-mente las piernas utiliza tu sangre

    Gretel la mir aturdida, incapaz de entender aquella locura. Observ cmo una baba verduzca resbalaba por las comisuras arrugadas y peludas de la bruja. Se limit a obedecer sin dejar de llorar.

    Desliz su mano teida de rojo por la frente y el rostro de Hansel, quien comenz a resoplar y a ponerse colorado. Sus ojos le bailaban en las cuencas, el pavor de su nimo se filtraba a travs de sus pupilas: por qu me haces esto, hermanita, por qu obedeces a la bruja? parecan decir pero Gretel se limit a bajar el rostro y apartar su mirada de los ojos de Hansel.

    Despus de todo, no le qued otra opcin que la de cocinar a su propio hermano.

    Dos horas de horno ms tarde, el asado estaba al punto. Doradi-to y crujiente, listo para servir. La bruja malvada luca un fabulo-so babero a la mesa, su lengua lasciva rebordeaba los labios, ansiosa por degustar la pieza que tan bien haba cuidado y ali-mentado durante tanto tiempo. Enfrente suya esperaba Gretel, taciturna y con la cabeza gacha. Tena los ojos rojos e irritados, pero ya no lloraba. Armada con un cuchillo largo y un tenedor de dos puntas, la bruja se levant sobre la fuente y pinch el vientre hinchado del nio. Atraves la piel corrugada como pan de oro y

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    penetr en la carne humeante y sonrosada. Gretel se llev una mano a la boca. El cuchillo se desliz con agilidad, recortando un buen filete de la zona del costado, que sirvi con ceremoniosa cordialidad a su invitada. Despus hizo lo propio con su parte, eligiendo la ms jugosa zona del muslo. Desde la fuente, Hansel los miraba con ojos vidriosos y los brazos atados a la espalda. Su cabeza calva an crepitaba por el calor que emanaba desde las entraas. La bruja se llev un buen pedazo al gaznate y lo masti-c con la boca abierta, chascando sus dientes y revolviendo nau-seabundamente la carne entre sus muelas.

    Come, pequea sabe a cerdito le anim, sonriente y con pedazos de su hermano entre los colmillos.

    Gretel arm su cuchillo y penetr la carne asada que otrora consistiera en el fraternal regazo sobre el que tantas noches pa-sara en vela all en el bosque. Despus de tanto sufrimiento pens aquel era el trgico final de su hermano: acabar sa-liendo con un mondadientes de entre las muelas de aquella an-ciana y diablica bruja. Acabar siendo engullido por su propia hermana

    Gretel pinch un pedacito de Hansel con el tenedor y se lo lle-v a la boca.

    Saba a hermano mayor. Al primer bocado, Gretel vomit hasta su primera papilla so-

    bre el asado.

    El sabor agrio de su propio vmito la despert. Desorientada, mir en derredor y vislumbr la casona entre la bruma de la ma-drugada. Intent abrazarse para proteger su liviano cuerpecito del fro, pero ni fuerzas albergaba para mover los brazos. Otro pinchazo le oblig a vaciar su vientre por la garganta. En el vmi-to haba sangre, madera, barro y algn que otro clavo. Gretel no entenda nada. Comprob que tambin tena sangre en su vesti-do, manchndole desde la entrepierna hasta el faldn. A su dere-cha descansaba Hansel, horriblemente delgado y con la boca ensangrentada y manchada de alguna sustancia negra y espesa. Gretel se arrastr hacia l y lo bes, enfervorecida, por toda la cara. Sin embargo, comprob que este no se mova. Ya no respi-raba. Confundida, se abraz a su hermano y comenz a llorar muy dbilmente. Despus, otro pinchazo le hizo doblegarse ante el dolor lacerante que manaba de su vientre. Gretel no entenda cmo el regusto dulzn del chocolate haba desaparecido de su boca. Alguien encendi entonces las luces de la casita, y del por-che sali una mujer envuelta en una bata tan negra como la no-che.

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    La bruja, pens Gretel. Pero aquella mujer, que en ese momento se agachaba acongo-

    jada sobre los dos nios moribundos que yacan entre vmitos a los pies de su porche, poco o nada tena de parecido con la bruja de sus sueos.

    Por Dios Santo!, qu os ha pasado, criaturitas de Dios?, qu os habis comido?

    La bruma se arremolinaba en torno a los tobillos y la bata de aquella mujer de cabellos de oro, presta a ayudarlos, aunque ya fuera demasiado tarde...

    Dios Santo!, qu tienes en la boca, nia de mi vida? dijo la asustada mujer, sacando un trozo de madera embarrada de la boca de Gretel. Esto es es un pedazo de mi porche? Esc-pelo, escpelo ya!

    Pero Gretel, que nunca conocera el significado del trmino mdico delirium ex inanitione que jams llegara a saber que aquella sangre formaba parte de su primer y ltimo flujo mens-trual y que an arda en deseos por llevarse al otro mundo un retazo del placer papilar de este plano de realidad, se relami los labios ensangrentados, atravesados de astillas, y dijo:

    Es chocolate chocolate de su casita de caramelo. Y despus, ya no dijo nada ms.

    Basado en Hansel y Gretel

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    Susana Eevee (1968) naci en Vigo, ciudad en la que reside y donde estudi Relaciones Laborales. Ha participado en la an-tologa Atmsferas, libro solidario a favor de la Fundacin Vicente Ferrer (Vision Libros, 2009) con el relato Monzn. Ha escrito la novela de fantasa pica Dos Coronas, de prxi-ma publicacin en Grupo Ajec.

    http://susanaescribe.blogspot.com/

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    GOLDILOCKS Y LOS OSOS MONTAESES Y ZOMBIS

    Susana Eevee (susana-eevee) Oye, ap, pa dnde vamos tan temprano en la maana?

    El padre dej caer una condescendiente mirada sobre su reto-o y comenz a rezongar entre dientes:

    Ya sabes cmo cocina am. A esas gachas no hay quien leche el hocico. Calientes y apestosas. Puaj.

    Ja, ja, ja ri el hijo las gracias de su progenitor. Apenas despuntaba un palmo del suelo, aunque llegaba un poco ms arriba de las corvas zambas del padre.

    Iremos a por un buen conejo pala comida, pues. El padre palme la vieja carabina que llevaba al hombro.

    Ja, ja, ja. A ver si eso es cierto, ap. El hijo sacudi la cabeza, arriba y abajo. Su picudo y desastrado sombrero de fiel-tro acompas el movimiento.

    Caminaron un trecho, abrindose paso entre la espesura. El padre fren sus toscas zancadas y alz el can ante sus ojos.

    Creo que por all anda un conejo. Oliste al conejo, ap? Nadie sabe oler como t hueles, ap. El padre encogi los belfos, levant el morro y olisque los mil

    aromas de la floresta. Apret el gatillo y el arma escupi una an-danada de perdigones. Padre e hijo se aproximaron al lugar don-de haba cado la pieza.

    Guau, pero qu conejote! exclam el pequeo. Ji, ji se carcaje el padre. S lanz un gruido, sa-

    tisfecho, este s que es un buen conejo. Menudas orejotas. El roedor yaca muerto con la lengua colgando bajo los promi-

    nentes incisivos. Sus ojos, abiertos, parecan dos botones rosa-dos cosidos en un abrigo de pelo espeso y lanudo.

    Caldo de conejo. Se relami el padre, pensando en aprove-char hasta el ltimo de los huesos.

    Con la pieza a cuestas, emprendieron el regreso a la cabaa. No tardaron en ver el hilo de humo sobre las copas de los rboles que, como un gallardete ensortijado, anunciaba la presencia del dulce hogar.

    Dejando atrs la arboleda del bosque, atravesaron la huerta por el atajo, cuidando de no pisar los lustrosos tomates ni los tiernos brotes del maizal. Pasaron junto al tendal que se extenda

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    entre manzano y manzano. La colada se agitaba, suave, con la brisa fresca que bajaba de la montaa. Algunas prendas espera-ban dentro del cubo, an sin tender.

    Am! llam el hijo. Dnde ests, am? El padre gru. Gru y ri. Y gru. Se habr ido a visitar a esos cochinos Mojarras dijo, al

    fin. Y mira que le dije que no quera ms tratos con los vecinos. Bien que le gustan a esa traicionera las escabullidas!

    Ahora recuerdo, ap. Dicen que Chivatn Mojarra est en-fermo, que anda ms muerto que vivo. Tal vez am le lleve un obsequio para aliviar la influencia. Un tarro de miel y unas habi-chuelas.

    Ji, ji. El padre se rasc el cogote con su zarpa. Creo que tienes razn, huerco. Pues no dicen que estn cayendo como moscas. Ji, ji.

    O un ruido raro, ap avis el hijo. Entremos en la casa, ap.

    Entraron por la puerta trasera, la que daba a la cocina. En la mesa haba tres cuencos de gachas: uno era grande, otro media-no y otro pequeo. El padre gru. All se quedara su desayuno. l ya tena una comida mucho ms sabrosa que echarse al golle-te. Dejo el conejo y la carabina sobre la mesa.

    Qu ha pasado aqu, huerco? El padre seal el suelo. Las tres sillas estaban patas arriba, destrozadas, masticadas. Un poco ms all, una mancha roja y espesa se colaba por debajo de la puerta que separaba la cocina del saln.

    Al otro lado oyeron un rechino. El padre abri la puerta de so-petn. Ola a muerto, a muerto pasado, reseco y putrefacto. Y, en efecto, all estaba la criatura, con los ojos tan muertos como su pellejo fofo y verdoso. Con los rubios tirabuzones teidos de san-gre. Hambrienta, devoradora, abrazada a la madre, mordindole la cabeza, partindole el crneo como si fuera un meln.

    Crachs. Basado en Ricitos de Oro y los tres osos

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    Aintzane Egiluz Romero (Meiroi) vive en Portugalete, pobla-cin costera del Cantbrico que le ha proporcionado con sus aires un buen nmero de gripes, catarros y resfriados. Vcti-ma de convalecencias varias aprovech para iniciarse en esto de la literatura y ah sigue. Ha prometido en innumerables ocasiones que en cuanto tenga un trabajo fijo (ay, infeliz!) y acabe la tesis (slo lleva diez aos con ella) va a ponerse en serio con la escritura. Mientras tanto, y a la espera de su xito internacional, se consuela presentndose a concursos de reci-tacin potica y coleccionando gatos (entre ella y su madre han llegado a siete).

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    CHUFO O CHOTA Aintzane Egiluz Romero (Meiroi)

    Ellas consintieron.

    El fulano me cay mal desde el principio. No sabra decir por qu: por todo en general. Le mirabas y enseguida te dabas cuenta de que era un nio de mam que no haba tenido que mover un dedo en toda su vida para llevarse la comida a la boca. Tan gua-peras, tan moreno, tan bien peinado Se vea de lejos que haba ido a colegio de pago, instituto de pago y universidad de pago. Seguro que en vez de cera le sala cultura por las orejas.

    Pero no vayan a creer que el figurn lleg con miedo o impre-sionado. Nada de eso. Apareci por la puerta con la cabeza bien alta, como si no hubiese roto un plato en su vida. El chufo pa-reca saber bien con quin se jugaba los cuartos e iba de rompe-dor, con lo cual no extraa que pasase lo que pas.

    A los pocos das de ingresar, su abogado ya se haba puesto en contacto con todos nosotros, y bajo la consigna trtenlo como a un rey los billetes haban sido repartidos con generosidad. Por supuesto, yo no me negu; con la mierda de trabajo que tenemos y la porquera de sueldo que ganamos est la coyuntura como para decir que no. Otra cosa es lo que sucede de puertas para adentro. La verdad es que los guardianes le pusimos hasta punti-llas en la cama, pero los presos

    Y qu se poda esperar? No se deca que haba violado a una docena de putas de las de a cincuenta el polvo? Lo cierto es que con el dinero que tena seguro que se las poda haber tirado a todas con su paga semanal; pero no, tena que ir de listo y chulo. Pues ah se las diesen todas. Lleg el da y los guardianes nos encontrbamos mirando hacia otra parte cuando el Tres Piernas entr en la ducha acompaado del Duracell y el Escopetao. La desbandada silenciosa del resto de presos fue generalizada y bajo el agua finalmente se quedaron los tres bichos y el panoli.

    Hubo gritos, para qu negarlo, pero tambin es verdad que fueron menos de los esperados. Aunque aquellos tres hijoputas salieron muy satisfechos de s mismos, el morenito an tuvo la suficiente entereza como para arrastrarse sin dar escndalo has-ta su celda.

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    Lo admito. Me impresion. Esperaba a un to blandito por dentro, miedoso, capaz de cagarse encima en cuanto viera el ar-mamento que le vena por la retaguardia. Pero no. Aguant. Con un par.

    Cllate, malnacido! Maltratador Mataputas! Nos disculpamos como pudimos ante el abogado que, odas

    las excusas, no dej de escanciar dinero (aunque en cantidades ms sobrias) pues le constaba que, para lavar el fallo cometido, a partir de ese momento al jovencito lo bamos a cuidar como a un hijo. Por mi parte empec a sentir tanta curiosidad por aquel individuo que acab consultando todo lo que la prensa publicaba sobre sus miserias. La de revistas del corazn que tuve que ocul-tar en la taquilla para que los compaeros no se rieran de m. Encima tuve que aguantar los comentarios de la Loli, mi parien-ta, que deca que no comprenda cmo poda leer algo sin dibuji-tos explicativos. Y? Qu pasa si no me gustan los libros? Slo los ricos pueden darse el lujo de perder el tiempo con un libro. Mira si no al niato ste: con un ttulo de Bellas Artes, un master en ingeniera alternativa y una biografa apalabrada sin llegar a los treinta y dos aos. Seguro que su biblioteca es impresionante. Es una pena que nunca haya salido fotografiado junto a sus li-bros: al pobre lo situaban siempre junto a la miss de turno o la calientabraguetas de moda. Poooobrecillo. Como para no dejar de llorar.

    Mientras las revistas crecan debajo de mi ropa sucia, yo em-pezaba a pensar que me haba equivocado de medio a medio: ese mierdecilla con pasta poda haber salido con dignidad de una situacin con el Tres Piernas? O haba algo que se me esca-paba o no poda tratarse de la misma persona. Ped entonces a mi hija (la gloria bendita en miniatura, la ms guapa y la ms lista) que me mirase en el Internet ese algo sobre el chufo que no coincidiera con lo que se publicaba sin parar sobre l. Mi nia me dio en veinticuatro horas la suficiente informacin como para empapelar el vter del rey dos veces: el padre era un industrial hecho a si mismo; la madre, una marquesa sin un duro que ha-ba dado el braguetazo adecuado; el nio criado en internados; los padres dedicndose a la noche marbell y el jovencito exhibido desde los dieciocho. Su nico trabajo conocido era un restauran-te que mont con un amigo y que tuvo que cerrar, pues la mejor carne del local era la que el hijo de la marquesa llevaba sobre sus huesos. Quizs por eso, desde haca un par de aos, haba des-aparecido del mundillo rosa y se haba encerrado tras los muros

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    de su casa..., de la casa de sus padres, digo, sin que nadie supie-ra qu haca all.

    Hasta que las putas empezaron a hablar. Orden en la sala!Orden en la sala! Abogado, haga callar a

    su defendido. En cuanto al resto de los presentes, si no dejan de insultar al acusado, me ver obligado a ordenar que despejen este lugar y el juicio se realizar a puerta cerrada.

    El origen de todo fue la Adalgisa. Era una furcia sudamericana bastante conocida en los menti-

    deros del barrio de Lacarne, donde est la mayor concentracin de putas de la ciudad. Tena muy pocos clientes, ya que los indi-viduos teman coger algo, pues la mujer estaba siempre llena de cardenales y, aunque haca lo posible para que no se notaran, con esa piel tan blanca y la sangre asomando de forma insana por debajo de la piel, siempre daba la impresin de que estaba a punto de palmarla o de que su chulo la odiaba a muerte. O am-bas cosas. A lo mximo que poda aspirar era a dar lstima, por-que deseo... Ya hay que ser desgraciada para recorrer medio mundo en busca de algo de fortuna e ir a parar a un oficio en el que lo mejor que puede suceder es que te regalen unas gafas de sol y un kilo de maquillaje.

    De verdad que no s cmo esa chica se hizo puta, con el bicho que tiene en la sangre, ya sabe, la mofilia esa. Y que conste que hablo de lo que he odo, eh?, que a mi mujer no le he puesto los cuernos nunca... excepto la vez que dijo que ya estaba hasta el moo de un lerdo que crea que ir de vacaciones era mandarla a ella y a la cra a la piscina mientras el lerdo (es decir, yo mismo), se quedaba en casa tocndose los santos cojones todo el da en el sof. Y me dej sin folleteo durante todo el mes de agosto la muy... pero, quitando esos das, nada de nada. Que conste.

    Pero en la prisin es que se oye hablar de cualquier cosa y las putas estn a la orden del da. Los presos se conocen a las habi-tuales de la ciudad al dedillo... Je! El dedillo, no es ocurrente? Como le deca, pasas delante de ellos y los oyes comentar cosas sobre la Chola, la Macarena, la Iri... Aqu hay material de los cuatro (o son cinco?) continentes, material bien utilizado por las diversas mafias que ltimamente parecen estar muy bien aveni-das en las calles.

    Y cuando la Adalgisa tir de la manta apareciendo en la comi-sara, contando que el heredero la haba maltratado, salieron lo menos una docena de coristas de la profesin imitndole el gesto.

    Maltrato. Esa es la palabra exacta del asunto. En las decla-raciones de las putas nunca se habla de nada ms. Nada de vio-lacin, nada de intento de asesinato. Nada de nada. Para esa memez tuve que dejarme la mitad de la paga extraordinaria en

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    manos del licenciado, el desgraciado del pasante de la fiscala que es pariente del Jeremas, mi vecino de taquilla, que tiene tanto de licenciado como yo de fsico nuclear. Un ttulo de admi-nistrativo en la FP y va que chuta y, claro, con la pasta que da eso, procura sacarse unos extras de vez en cuando: que si ami-gos, que si curiosos, que si periodistas...

    El da que le pillen los de arriba se le cae hasta el pelo de la polla, no le digo ms, pero a m me hizo un servicio pues el chu-fo dichoso cada vez me tena ms enganchado a su mierda de vida.

    As pude enterarme de lo del maltrato de las narices. Las ne-nas alegaban que el to las invitaba a cenar, como chico fino que era, les preguntaba con disimulo en la cena si estaban operadas y si la respuesta era no y se lo crea, les pagaba por adelantado. Luego las encerraba en una habitacin durante toda una noche, solas, con una cama con media docena de colchones que ocupa-ba todo el espacio. Por ms que las tas le gritaban que les abrie-se, el tipo deca que no, que se echasen en la cama y que se dur-miesen. Cuando llegaba la maana las dejaba ir y ellas salan escopetadas.

    Hombre, raro s que era (y un desperdicio tambin), pero tanto como maltrato... La nica que haba salido lesionada del asunto era la Adalgisa, que despus de la noche de encierro se present ante su chulo llena de moratones. Para qu quiero ms, pen-sara el macarra cuando la furcia le explic quin le haba canea-do. En la foto que me pas el licenciado es que, ms que blanca, pareca morada. Como se lo cuento. Lo ms curioso es que la individua no llegaba a explicarse la forma en que el heredero industrial la arre porque, al parecer, ni se enter del asunto: deca que se durmi poco despus de que la dejase en la habita-cin y que no se despert hasta que vio las primeras luces y ya entonces pareca llevar la sotana de un obispo.

    Raro, raro. Ya que parecen haber entrado en razn, letrado, puede co-

    menzar con su alegato. Como no consegua aclararme con el chufo y sus andanzas,

    aprovech la conexin con el licenciado y consegu un pase para asistir al juicio. All se fue el resto de la paga extraordinaria... Qu dice de la piscina? Ah! Errr... S, ha sido justo este verano, s. Cmo que Y el dinero de las putas? Esccheme... El dinero del abogado? Pero bueno! Estamos hablando del marquesito o de m? Eso s, si va a pagarme ms, le explico mi vida con pelos y seales... No, verdad? Pues deje de incordiar con preguntas chorras.

    Por dnde...? Ah! El juicio!

  • 47

    Sin duda ya ha odo hablar de lo que fue aquello: decenas o quizs centenas de periodistas apelotonados a la entrada de los juzgados como sardinas en lata, esperando como buitres a que apareciesen los personajes rosas, y la sala con casi el doble de las personas permitidas (el licenciado debi de forrarse; ya ve-remos cunto le dura la fiesta) con lo que hubo que esperar a revisar los pases. Tuve que dar gracias a que haba pedido el mo al primo del Jeremas mucho antes de que saliese la fecha del juicio, porque all los ltimos en llegar fueron los primeros en irse de patitas a la calle. Y an as, aquello fue un circo.

    La madrsima marquesa apareci con un modelito que pare-ca que iba a un sarao marbell antes que a un juzgado a ver c-mo hundan a su hijo. Y qu moreno luca! Y qu ciruga plsti-ca! Se lo contaba a la Loli y se me mora de risa, sobre todo cuando me pona a imitarles, con esos gestos y esas caras... Y usted por qu coo se sonre?... Vale, pero cuidadito, eh? Que yo no soy uno de esos cantamaanas con los que trata todos los das. A m se me respeta.

    Sigamos. Pues s, la marquesa pareca un figurn de revista y el padre,

    aunque bien vestidito y dems, se vea a la legua que no saba dnde meterse. Me imagino que la vergenza le coma por dentro y no es de extraar con semejante familia: a l se le vea normali-to tirando a jefe y estaba casado con una zorra de lujo que le haba dado un hijo al que le caa viruta de la mollera. Una des-gracia como la copa de un pino, estaba claro, pero lo apechugaba como poda.

    Lo mejor fue cuando aparecieron las furcias y se sentaron en los bancos de los testigos. No iban de prostitutas ni nada seme-jante pero, an as, se notaba el tufo del catre barato a distancia. Se sentaron todas juntas, muy modositas ellas. La Adalgisa des-tacaba como un faro, pues, aparte de la piel plida y llena de golpes, iba vestida de blanco de la cabeza a los pies. Y sin gafas de sol, para que resaltasen an ms los restos de los moratones.

    Hasta que el juez lleg, la gente hablaba de los presentes en la sala a grito pelado y ya cuando apareci el heredero maltratador fue el acabose. Slo falt que soltase la gilipollez esa de que las pavas haban consentido cuando le preguntaron si se declaraba inocente o culpable. El gritero lleg entonces al smun, pero el juez sali bien del aprieto: mantuvo la calma y los puso a todos en su sitio cojonudamente. Eso s que es autoridad! Y con un martillito de chichi morondanga.

    Despus de eso la cosa fue ms pacfica: los abogados solta-ron su rollo y empezaron a desfilar las putas por el estrado. Fue de lo ms divertido. No te jode que todas se haban aprendido el

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    mismo rollo de memoria? Lo bueno fue cuando el abogado del chufo (el mismo que nos haba untado en la crcel) fue desmon-tando uno a uno sus relatos: al final result que ninguna de las individuas fue forzada a quedarse all encerrada. Todas accedie-ron porque el hijo de la marquesa les haba pagado las ganancias de un mes. Y a todas las dej ir despus de preguntarles qu tal haban dormido. De lo ms inocente y bobo, ya ve.

    Menudos lagrimones empezaron a soltar las furcias cuando el abogado las empez a coser a preguntas. Impresionante, oiga. Qu to! Lo que hacen unos estudios bien empleados. Y no me diga ahora nada sobre libros, que le veo venir! Algunas veces los libros sirven y otras no, y lo dejamos aqu que si no me largo, entendido?

    El relato de la Adalgisa, sin embargo, fue diferente. Se vea a la legua que lo que contaba era la verdad. En ningn momento ocult que acept el dinero y que consinti en dormir en la habi-tacin de los colchones.

    Se port en todo momento como un caballero, solt emocio-nada.

    Y a partir de ese momento, como se lo cuento, todo cambi. De ser yo el fiscal no hubiese dejado declarar a la Adalgisa ni

    en sueos: elev al heredero de to peligroso con gustos raros a individuo extrao pero educado. La gente la miraba y le miraba y se percataba de que all haba algo ms que una vctima y un criminal. Ella no le odiaba en absoluto y se notaba que incluso le respetaba. El fiscal intent hacerla callar, pero el juez se neg a ello y su declaracin fue decisiva.

    Qu pasaba all? Si me pregunta a m (y aunque no me pre-gunte se lo digo), la culpa de que aquello hubiese llegado a los tribunales la tenan a partes iguales el chulo de la puta, que bus-caba pasta, el fiscal, que buscaba fama, y la prensa rosa, que necesitaba carnaza. Slo as se entiende que la marquesa se pu-siese a llorar a lgrima viva en cuanto subi a declarar: aquel putn de diseo empez a desbarrar con que si su hijo siempre haba sido un poquito raro, que siempre hablaba de buscar a su mujer ideal y que nunca haba dado al dinero el valor necesario y por ello lo malgastaba con alegra. Pero el chico era bueno, muy bueno. Un angelito, vaya. Y los chochitos de la sala moqueando a la par con ella. Pattico. La pena fue que no hubiese un fotgrafo para registrar aquel momento, porque le juro que tenan que haberla nominado para los premios del scar ese.

    Y el fiscal no la hizo temblar ni un poquito. La joda es una actriz que te cagas!

    Pero lo mejor lleg con el chufo.

  • 49

    Cuando el hijo de mam empez a declarar, ya tena ganada a la audiencia. Entre la Adalgisa que le trataba de lord y no saba cmo aparecieron los cardenales (inexplicables sin mediar gol-pes algo que machac bien el fiscal) y la madre que lo dibujaba como un desdichado nio rico, las mujeres ya se haban rendido como borregos ante su flequillo pijo y su carita cansada... y los tos, que es lo peor, se lo estaban pensando.

    Yo alucinaba. Pero qu era aquello? El captulo final de al-guna telenovela sudaca? Slo faltaba que empezasen a gritar: Sultenlo, sultenlo! No ven que es inocente?. Un puetero pasteleo. Eso era.

    El nio guapo empez a decir que si haba dedicado toda una vida a buscar una mujer que le quisiera no por su dinero, sino por todo el amor que poda brindarle (aghhh; asqueroso total, oiga) y que desisti de encontrarla en su mundo de comodidades porque todas eran tas falsas, retocadas y siliconadas. Y dnde poda ser mejor valorada su sinceridad que entre aquellas a las que poda ofrecer un corazn entregado y que haban perdido hasta el respeto de sus congneres? Mujeres sin operaciones ni en el alma ni en el corazn, con una piel delicada que mereca cuidarse como un tesoro. Porque las tas no son putas sino seres humanos que merecen la mayor consideracin de los hombres y bla, bla, bla... Estuvo un buen rato soltando esas chorradas has-ta que su abogado le hizo callar. Le toc entonces al fiscal, que hizo una nica pregunta: esas opiniones eran preciosas, pero cmo poda explicar que Adalgisa Ruiz amaneciese con el cuerpo lleno de laceras..., lacerar..., lacerciones?

    La gente de la sala qued completamente callada. Se poda or hasta cmo te creca el pelo. Y estall la bomba.

    Puse un guisante bajo los colchones. Su piel es tan delicada que no pudo resistirlo.

    Estuve a punto de echarme a rer. Ese to era una autntica chota marinera! Se le deban de haber cado todos los tornillos al mismo tiempo. Menos mal que no llegu a sonrer siquiera por-que los meapilas de la sala me hubiesen asesinado all mismo. No te jode que a todos se les comienza a iluminar la cara, se les desguaza el gesto con sonrisas tontas y empiezan a llorar como si no tuviesen esperndoles en casa la hipoteca, el trabajo y la pa-rienta cabreada?

    Para rematarlo, el chufo salta como la cabra loca que es des-de el estrado, hace que los alguaciles se le echen encima y desde el suelo, de rodillas, proclama a los cuatro vientos:

    Eres la mujer que siempre busqu. Por qu huiste de m aque-lla maana? Tu piel es tan tierna y pura como tu alma. T sers mi reina!

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    Espere que llega lo peor... o lo mejor, usted dir, porque ante el asombro del respetable, e incluso del juez que estaba como un pasmarote con el martillito en la mano, la Adalgisa se puso en pie sorbindose los mocos como una posesa y dijo con un chorrillo de voz:

    Lo que t digas, prncipe. El acabose, oiga: la gente que se la a llorar, a aplaudir, a sil-

    bar como en un partido de ftbol... En fin, seguro que ya lo ha ledo por ah. Me da ya la pasta?

    Cien, doscientos... Que yo soy insensible? Oiga, djese de pa-yasadas, que soy un simple funcionario y necesito el dinero... S, para llevar a mi mujer a Cancn, pasa algo? Al menos sacar algn beneficio de toda esta memez y distraer a la parienta por-que me tiene frito de tantas veces como le he contado la historia. Qu bonito!, dice siempre hecha una fuente cuando acabo. Y luego me echa unas miradas como si estuviese contemplando a un mono peludo en vez de a su marido!

    Como ya le dije, ese fulano me cay mal desde el principio... Basado en La princesa y el guisante

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    Hctor Gmez Herrero es natural de Navalmoral de la Mata (Cceres). Escribe desde nio y ha ganado varios certmenes a nivel universitario. Fue finalista en el I Premio Ovelles Elc-triques con su relato El Curandero. Ha formado parte de los autores seleccionados para la antologa Visiones publicada por la AEFCFT en los aos 2007 y 2009 con sus relatos Haces de Plata y Ori Kami, respectivamente. Y publica sus cuentos, amn de otras muchas cosas, en su blog personal: www.inthenameofgoth.com/hectorgomez

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    HASTA LAS CENIZAS

    Hctor Gmez Herrero (hgomez)

    Hay tres cosas que mueven el mundo: Dinero, Sexo y Sangre. El dinero se puede aparentar, el sexo se puede comerciar y la sangre slo es necesaria cuando se necesita consolidar el poder. Eso es algo que todo el mundo debera saber y que yo aprend tal vez demasiado pronto.

    Pero de eso es de lo que hablan los viejos cuentos, porque eso es lo que somos: Ambicin, Lujuria y Venganza. Nunca hablaron de pudor o inocencia. Ni siquiera mi historia, tantas veces conta-da, retorcida y tergiversada a lo largo de los siglos.

    Seguro que por ms que lo pienses nunca has odo mi nom-bre. Hace demasiado que se hundi en las nieblas del tiempo. Como mi verdad. Como la verdad de todos los que quedamos en la memoria de los hombres. Siempre cambiando. Siempre conde-nados a ser palabras que nunca podr llevarse el viento.

    Tal vez debiera haber comenzado con un rase una vez, pero deseo que se haga justicia, al menos por una vez. As que sta es mi historia, sin tapujos ni engaos. Con todo su dolor y sus l-grimas. Con todas sus mentiras, sus traiciones, y sus vengan-zas.

    I

    Mi madre muri al darme a luz, as que nunca conoc el calor materno, a pesar del cario y atencin de mi padre, pero un hombre no sabe hacer el trabajo de una madre. An as, he de reconocer que no me falt de nada. ramos una familia acomo-dada, con ttulo y tierras. Y con el tiempo mi padre volvi a ca-sarse. Ella haba enviudado haca poco y tena dos hijas algo mayores que yo. Y durante algn tiempo fuimos una familia feliz. Pero ninguna felicidad dura para siempre.

    As que lleg la guerra, el hambre y la peste. Y mi padre no vi-vi para volver a ver tiempos felices.

  • 54

    II

    No s si enloqueci al enviudar por segunda vez o si toda su amabilidad y amor slo haban sido fingidos durante aquellos meses. Pero una vez que mi padre muri, aquella mujer cambi para siempre.

    Con los malos tiempos nuestra casa haba cado en desgracia, los sirvientes se haban marchado, y nuestras tierras pasaron a ser eriales casi yermos de los que no poda extraerse ms que el polvo y la dura piedra.

    As que yo deba cumplir con las tres premisas. Pas a ser una criada y una sierva al cargo de que nuestra ca-

    sa al menos aparentase el dinero que haca tiempo que habamos dejado de tener. Y cuando las escasas visitas venan a nuestro hogar, si era necesario era comerciada para satisfacer sus nece-sidades y placeres por el sexo.

    En cuanto a la sangre, bien, no fue necesaria por algn tiempo.

    III

    Supongo que no es necesario que os cuente las miserias y des-gracias de nuestro prncipe al llegar a la edad adulta en soledad, o la urgencia de su madre por encontrarle una esposa. Esa parte ya la conocis todos. Pero no puedo ahorrarme lo que ocurri aquel da, porque es el centro de toda mi historia, y la razn de todo lo que vino despus.

    Nunca he sido la nia estpida que muchos han querido ver. Desde el primer momento supe que no podra ir al gran baile, as que no me hice ilusiones. La maana del gran da baj al merca-do, cargada con una enorme vasija, igual que todos los das. Compr todo lo que necesitbamos en la casa y con el dinero que restaba compr un pequeo bollo de pan para m. En el camino de vuelta llen el cntaro en la fuente.

    Despus me sent para descansar y comer el pan. Mientras lo haca, una anciana se acerc y se sent a mi lado. La conoca desde que era pequea. Su marido haba sido amigo de mi padre, e igual que l, haba muerto durante la hambruna tras la guerra. Antes haba sido una mujer poderosa, influyente y rica, ahora lo haba perdido todo. Vesta con ropas viejas y me miraba ham-brienta desde el otro lado de la fuente. Part mi bollo y le di la mitad de lo que me quedaba. Comimos las dos en silencio. Des-pus me levant, me ce bien el zurrn y me coloqu el cntaro sobre la cabeza.

    Cuando me alejaba subiendo por la calle, me llam.

  • 55

    Muchacha. Me volv. Cuando te quedes sola esta tarde, ven a mi casa. Y sin romper mi silencio continu con mi camino.

    IV

    Mi madrastra y mis hermanas se vistieron y se acicalaron con sus mejores galas. Las penurias de nuestro hogar tambin ha-ban hecho mella en ellas, pero he de reconocer que nunca las haba visto tan hermosas. Antes de marchar, me avisaron de que estaran de vuelta poco despus de la medianoche y se alejaron en un modesto carruaje a primera hora de la tarde.

    Cuando me qued a solas cumpl con mis tareas y obligacio-nes. Una vez que todo estuvo hecho abandon la casa y me dirig al hogar de la pequea anciana.

    V

    La mujer viva en una casa minscula al otro lado del pueblo. Con un huerto lleno de plantas raquticas y algunas gallinas. Cuando llegu me estaba esperando. Dentro todo ola a polvo y a viejo. Ella estaba sentada en una mesita baja, junto a una tetera humeante de t recin hecho. Me sent frente a ella y guard silencio.

    Hace mucho tiempo, y puede que esto no lo recuerdes bien, tu padre y mi marido eran muy amigos. As que cuando naciste, nos pidi que fusemos tus padrinos.

    Asent. No lo recordaba, pero era bien posible. Por ello es mi deber cuidar de ti y ayudarte en todo lo po-

    sible. No hace falta que hagis nada. S, mi nia. La fiesta de hoy es para todas aquellas que son

    de sangre noble, y en cambio t ests aqu parloteando con una vieja.

    Pero Pero an eres la heredera de tu padre. Por mucho que diga

    tu madrastra, tu lugar no es el de la sierva. Si sigues mis conse-jos te prometo que conquistars a ese prncipe.

    En sus ojos brillaba algo, no saba el qu, pero acept.

  • 56

    VI

    Los preparativos fueron todo un ritual. Lo primero que hube de hacer fue salir al pequeo huerto y escoger una calabaza. Eleg una pequea y de piel brillante. Entonces la anciana me ba y me pein. Y sin siquiera secarme me entreg un cuchillo de hie-rro. Corta la calabaza, dijo, y la part por la mitad. Entonces ella la cogi y unt mis pechos y mi vientre.

    La calabaza es la fruta de la prosperidad y la salud. Y de la fertilidad.

    Despus, perfum mi cuerpo y me entreg un vestido antiguo, de seda y gasa, y unos zapatos minsculos de cristal. Una vez vestida teji flores entre mis cabellos.

    Por ltimo, me entreg una semilla de la calabaza y el cuchillo con el que la habamos cortado.

    Gurdala bajo tu lengua durante toda esta noche, y pase lo que pase consrvala junto al cuchillo y no dejes que ni tu ma-drastra ni tus hermanas te descubran.

    VII

    Cuando llegu, el castillo estaba abarrotado de gente. El patio estaba lleno de acentos y voces extraas y exticas. No slo las jvenes de nuestro pequeo reino habamos acudido a la llamada de nuestra reina. Me adentr en el castillo sin que nadie me de-tuviese. Los hombres me miraban extasiados al pasar, y as avanc hasta la gran sala de baile.

    Exceptuando los lacayos y el propio prncipe, haba pocos hombres en el gran saln, pero sent todas sus miradas clavn-dose en m segn descenda la enorme escalinata. El prncipe se acerc y me hizo una reverencia. Casi no pude contener la risa y la sorpresa en aquel momento. Yo acept su ofrecimiento y bai-lamos y charlamos toda la tarde. Y durante la gran cena me sent a su derecha. Daba igual lo que yo hiciera o dijese, aquel hombre estaba completamente ensimismado conmigo. No s lo que hizo aquella vieja bruja, pero fuera lo que fuese, lo hizo realmente bien.

    VIII

    Y entonces el reloj dio la medianoche.

    Y corr como no haba corrido nunca. Y s, el prncipe y sus lacayos trataron de detenerme. Pero

    cualquier mujer que cargue con un cntaro lleno de agua por

  • 57

    ms de una milla, da tras da, es mucho ms gil y rpida que cualquiera de esos culos acomodados de palacio.

    As que sal corriendo del castillo sin problema. Hasta que tro-pec con las escaleras y baj rodando sus ms de cien escalones. Slo recuerdo que me incorpor y segu corriendo como alma que lleva el diablo. Hasta un buen rato despus no fui consciente de haber perdido aquel dichoso zapato.

    Mi nica posibilidad de no ser descubierta era atajar campo a travs, evitando el camino que tomara el carruaje de mi madras-tra y mis hermanas. As que cruc barrizales y zarzas. Y cuando llegu a casa, estaba irreconocible para cualquiera que hubiese visto a la preciosa muchacha del gran baile. An as, escond el vestido, el zapato, la semilla y el cuchillo lo mejor que pude, y despus me tizn de nuevo la cara y el cabello con el holln de la chimenea para parecer la sierva que siempre fuera.

    IX

    Los rumores circularon durante meses, hablando de extraas enfermedades y melancolas del prncipe, de mdicos que iban y venan, de amantes imaginarias. Hasta que la noticia corri como la plvora. Dado que lo nico que el prncipe conservaba de la misteriosa muchacha era un zapato, aquella en cuyo pie cupiese sera su esposa.

    Y as comenz, primero como un gran peregrinaje de mujeres a palacio, y finalmente como un viaje de puerta en puerta, la bsqueda de la muchacha.

    Mis hermanas estaban histricas ante la idea de poder enga-ar al prncipe. As que cuando la comitiva real lleg vestan sus mejores galas, deseosas de calzar aquel maravilloso zapato. Su sorpresa fue mayscula al ver el tamao ridculo que posea. Al verlo, la mayor de ellas me orden que le trajese rpido un cu-chillo.

    As que corr a mi pequea celda y cog el cuchillo de hierro que me regalara la anciana y volv a colocar la semilla de calaba-za bajo mi lengua.

    Al entregarle el cuchillo discretamente, mi hermana aprovech el largo de la falda para cortar su taln y deslizar su pie en el zapato sin que nadie la viera. Todo el mundo estall en risas y jbilos. Hasta que al ir a subir a la carroza uno de los lacayos se percat del reguero de sangre que, resbalando del zapato, no paraba de manar. Entonces el prncipe estall en ira, y lo que dijo no lo repetir nunca. Cuando al fin le calmaron, le convencieron para que mi otra hermana se probase el zapato. Nuevamente ella me requiri el cuchillo y yo se lo entregu discretamente sin que

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    nadie nos viera. Ella opt por rebanar su pulgar para poder desli-zar su pie dentro del zapato. Pero el resultado fue el mismo, pri-mero el jbilo y luego la ira cuando el mismo lacayo descubri el embuste.

    Entonces el prncipe se encar con mi madrastra: Tenis alguna otra hija con la que tratar de engaarme? No, mi seor. Lo siento de verdad, mas La hizo callar con un solo gesto de su mano. Y ella? dijo sealndome. Es slo una criada. Dadle el zapato. Uno de los lacayos se puso de rodillas y me tendi el zapato.

    Yo ni siquiera me agach, tan solo levant mi pie descalzo y lo deslic sin problema dentro del cristal. Mis pies, mis ridcula-mente pequeos pies, eran los nicos que podan caber dentro de aquellos minsculos zapatos. No era de extraar que ninguna otra mujer pudiera calzarlos.

    Entonces slo hubo tiempo para el jbilo. Mi madrastra fue castigada como una traidora, y mis hermanas quedaron casi co-jas a causa de las mutilaciones que se causaron con motivo de su engao. Y el prncipe y yo nos desposamos.

    Y fuimos felices, por algn tiempo.

    X

    Yo qued encinta pronto. As que cuando la ira de mi marido se apacigu, me convenci para que mi familia fuera a vivir a pala-cio con nosotros, y as ayudarme a criar a nuestro hijo. En un principio me opuse, pero finalmente me dej convencer. Tal vez s era esa nia estpida despus de todo.

    Trat de convencer a la anciana, mi madrina, para que se trasladase al castillo con nosotros, pero se neg. Lo ms que con-segu fue que la eximiesen de sus impuestos. Deca que no podra alejarse de su casita y que la vida de palacio era un nido de vbo-ras estiradas y maquinadoras. Cun sabia era.

    Mi marido me amaba como ningn otro hombre lo haba hecho hasta entonces. Con pasin, pero tambin con cario y respeto. Mas he de reconocer que era insaciable. Cuando mi em-barazo fue hacindose evidente y la comunin carnal se hizo im-posible hubo de comenzar a controlarse. Al principio lo soporta-ba. Pero, poco a poco, se fue distanciando. Cuando di a luz fue paciente hasta que yo estuve recuperada, pero entonces fue dis-tinto. Como si le fuese indiferente, como si ya no desease ayun-tarse conmigo. Pens que era el hecho de ser padre, el haberse

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    saciado de m durante todos esos meses de desenfreno, que tal vez su amor estaba cambiando.

    Pero slo haca ms que mentirme y engaarme a m misma.

    XI

    El descubrimiento vino una maana fra de principios de marzo. Paseando entre los jardines vi a mi prncipe jugueteando con la mayor de mis hermanas en uno de los patios. Me sent estpida. Defraudada. Pero an as, dud. No poda, no quera estar se-gura.

    Mand llamar a un lacayo e hice que me llevaran en carroza a la casa de mi madrina. Entr all sola, nadie ms poda entrar nunca en aquella casa, y le cont mis temores, y mis dudas.

    An conservas la semilla que te di? S asent. Gurdala en tu sexo durante tres noches. Las dos primeras

    mantente clibe. Pero la tercera entrgate a l. Si por la maana la semilla est manchada con su sangre querr decir que te ha sido infiel.

    Asent y me levant, humillada y hundida, dispuesta a irme. Si es un adltero desears algn castigo? Me qued all de pie. Al final todo es siempre un asunto de sangre. Asent por ltima vez y me march.

    XII

    Cumpl a rajatabla lo que la anciana me dijo. Alegando malestar compartimos lecho, pero no carne durante dos noches, y a la tercera me am con la pasin y el cario de nuestros primeros das. Pero por la maana su sangre manchaba mi semilla.

    Llev el cuchillo de hierro y aquella semilla marchita y roja a la anciana. Ella alz el cuchillo y me mir:

    Deseas castigar a las dos hermanas. Dud por un instante. No, slo a la mayor de ellas. Ella parti la hoja en dos y me mir esperando. Seal una de

    las manos y ella tir la parte alta del filo a una olla hirviendo, junto con la semilla. Entonces salmodi y teji extraas palabras sobre aquel horrible brebaje. Yo dese no ver todo aquello.

    Cuando termin, la anciana se me acerc. Por qu me diste aquel trozo de pan cuando an no sabas

    quin era? La mir mientras pensaba por un segundo.

  • 60

    Saba que habas sufrido igual que yo. Que habas tenido todo, y que ya no tenas nada.

    Ella me tendi una minscula ampolla de cristal. Si nosotras no cuidamos las unas de las otras quin lo

    har? Para tus hermanas siempre sers la criada, la sierva, la escoria. Has de hacer lo que has de hacer.

    Asent. Y aquella noche di a mi marido de beber aquel brebaje mientras dorma. Fue rpido. Tres das despus tena lceras cubriendo todo su cuerpo, no pas mucho antes de que mi her-mana comenzara a manifestar los mismos sntomas. Era como si aquello les devorase la carne desde dentro. Consumindolos. Hundindolos en una orga de dolor y gritos.

    Cuando al fin murieron, todos no pudimos pensar ms que en una liberacin.

    No dejamos correr el tiempo, y aquella misma noche quema-mos los cadveres por miedo a que la enfermedad se expandiese. Todos se alejaron mientras las piras an ardan. Slo quedamos mi otra hermana y yo. Aguantando all hasta que despuntara el alba. Sin poder dejar de pensar en todos los crmenes que haba cometido. En todo lo que haba hecho, y en lo que haba dejado que me hicieran. Esper hasta las brasas. Pensando si, tal vez, mi madrastra hizo lo mismo. Si a fin de cuentas no fui mejor que ella. Esper hasta las cenizas. Tratando de convencerme de que mis pecados seran expiados. Intentando ahogar las lgrimas, pensando en la fidelidad de mi otra hermana. Entonces le entre-gu a mi hija, me agach y hund mis dedos entre las cenizas, y con ellas me ung la frente y el vientre. Y las amonton bajo mi lengua.

    Y as marqu esa hora, prometiendo que nunca ms me entre-gara a hombre alguno.

    sta es mi historia. Y he de reconocer que no creo en las morale-jas, ni siquiera todos los cuentos las tienen. Cul creas que era la de esta historia? Que a la gente buena al final le pasan cosas buenas? No. Si quieres sacar una leccin de aqu, que sea una sobre la ambicin. Las personas somos capaces de dar nuestra sangre por aquello que ansiamos. Y oh! Pobres de aquellos que lo hacemos.

    Basado en La Cenicienta

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    Alejandro Guardiola (1978) naci en Barcelona, aunque ha pasado la mayor parte de su vida en Zamora, en la actualidad vive y trabaja en Salamanca. Es Licenciado en Filologa Ingle-sa y empresario.

    Ha publicado varios relatos, Sueo.5 (e-zine Aurora Bitzine 51) y ngel Cado (Relato finalista del I Certamen El Crculo de Escritores Errantes); El Maletn, en la antologa Tierra de Leyendas V; Bean Sdhe seleccionado para el Tierra de Leyen-das VI; Proyecto Britania en Jodido Lunes! Antologa del Re-chazo (Bubok y Lulu) y su cuento Lubin consigui un accsit en el certamen Monstruos de la Razn, del que se publicar una antologa por la editorial Saco de Huesos.

    La Cabeza de la Seora Lucinia recibi una mencin espe-cial por parte del comit seleccionador de la antologa Visiones 2009, destacando su calidad.

    Su novela Sombras de una Vieja Raza result finalista en el III Premio Minotauro de Ciencia Ficcin y Literatura Fantsti-ca (2006), publicada en la coleccin Albemuth de Grupo Ajec en Junio de 2009.

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    LA TNICA DEL PROFETA

    Alejandro Guardiola (Meliot)

    rase una vez en un lugar muy, muy lejano, una vieja repblica haba dejado de serlo para convertirse en un Imperio. El respon-sable de tan radical cambio de gobierno no era otro que Raimun-do Ray Campos, quien se haba auto proclamado Emperador.

    Por desgracia, Ray ejerca el poder sobre los ciudadanos con estricta severidad y mano frrea, pues entre sus cualidades no se encontraban la benevolencia o la piedad. Aquellos que se oponan a sus opiniones o dictados, resultaban eliminados sin ningn miramiento. As se las gastaba.

    Como resultado de su tirnico comportamiento, fueron cre-ciendo las facciones que queran deponerlo de inmediato, esta-llando una guerra fratricida que duraba ya veinte aos. Un ban-do, el oficialista, segua al Emperador a pies juntillas. El otro anhelaba la democracia que Ray haba eliminado por medio de un golpe de estado militar. En efecto, haba asaltado el centro del poder del pueblo, la Asamblea, con su poderosa Milicia. Esta era un cuerpo de soldados de lite que constitua poco menos que una secta religiosa. Los elegidos que conseguan abrirse camino hasta la Milicia eran designados por el propio Emperador.

    El pueblo llano sufra la brutal cantidad de impuestos que se vean obligados a pagar por mandato de su lder. La mayora no poda permitirse tal carga fiscal. Muchos se negaron a pagar, siendo ejecutados al da siguiente en la plaza mayor de la capital, como medida ejemplar. Por tanto, el resto, si apreciaba en algo su vida, tuvo que buscar un trabajo extra para conseguir pagar las tasas; otros se dedicaron a comprar y vender bienes en el crecien-te mercado negro, pues tambin tenan limitada la cantidad de vveres y objetos para uso privado que podan adquirir.

    Por qu tantos impuestos? La recaudacin de esos fondos serva para pagar el creciente gasto