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    Ivana Frasquet (coor), De las revoluciones de independencia a la formacin de los Estados Liberales, 1808-1850.Madrid, Veubert/Iberoamericana, en prensa.

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    El periplo revolucionario rioplatense1

    Beatriz BragoniCONICET, UNCuyo

    Desde la constitucin de las disciplinas acadmicas que acompaaron laformacin del estado nacin, la revolucin rioplatense ha sido objeto de intermitentes

    pesquisas. No obstante, en los ltimos treinta aos los historiadores han ofrecido nuevas

    y renovadas lecturas como resultado de empresas intelectuales de largo aliento quemodificaron las versiones cannicas acuadas por las historiografas nacionalistas (yrevisionistas) que haban hecho de ella el ncleo fundacional de la nacionalidad.

    Al interior de esa dilatada trayectoria emerge desde luego la obra que TulioHalperin Donghi le dedicara a aquel atribulado pasado poltico en el cruce de lastransformaciones econmicas y sociales que acompaaron la crisis del orden colonial, yla formacin de una elite poltica y militar dispuesta a fundar una nueva legitimidad enlos territorios que haban integrado los confines australes del imperio espaol enAmrica2. Desde entonces, esa verdadera usina de problematizaciones ha sido objeto denuevas y variadas indagaciones que si bien dialogan con ese potente legado, enfatizanalgunos temas y enfoques como resultado de nuevos climas institucionales ehistoriogrficos3. A excepcin de algunas obras colectivas que ofrecen versionesaggiornadas de aquel fragmento de la vida histrica argentina, los abordajes

    prevalecientes sobre la revolucin rioplatense hacen de ella un marco de referenciascontextual sobre el cual concurren problemas y tratamientos especficos vinculados alfenmeno revolucionario en sentido estricto, y a la caracterizacin del orden social y

    poltico que sigui al colapso de la entidad que haba nacido de ella en 1820. Esadistincin que eleva a un primer plano la produccin historiogrfica sobre la experienciade Buenos Aires, se completa con un repertorio de investigaciones en el que puedendistinguirse algunas lneas de trabajo que participan del clima intelectual que remoz elestudio de la especificidad rioplatense en el concierto de las revoluciones de

    independencia hispanoamericanas. Una parte de esa literatura ha hincado suspreferencias a explorar la configuracin de la cultura poltica revolucionaria atendiendoa los referentes doctrinarios e ideolgicos, las formas de sociabilidad de las elites, la

    prensa y la formacin de la opinin pblica, el itinerario de la soberana y larepresentacin, la experiencia del sufragio y las instituciones, nociones y prcticas de

    justicia4; de manera complementaria, la produccin historiogrfica ha contribuido

    1 El presente trabajo es resultado de una investigacin realizada en el marco de PIP CONICET 60732 Halperin Donghi, Tulio:Revolucin y guerra, (1979)3 Sobre el resurgimiento de la historia poltica vase, Halperin Donghi, Tulio:El resurgimiento, 20044 La literatura es abundante. Citar aqu algunos trabajos representativos, Halperin Donghi Tulio:

    Tradicin espaola, 1988; Chiaramonte, Jos C: Formas de identidad, 1989; El federalismo argentino1994;Acerca del origen 1995; Ciudades, provincias, Estados, 1997. Myers, Jorge: Orden y virtud, 1995;Una revolucin en las costumbres, 1999; Gonzlez Bernaldo de Quirs, Pilar: Civilit et politique, 1999;

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    decididamente a mejorar los instrumentos analticos y heursticos para penetrar en lasmotivaciones, prcticas y cosmovisin poltica de los grupos plebeyos como resultadodel proceso de militarizacin y politizacin que acompa y sucedi al completo ciclorevolucionario5.

    De cara a esa compleja trama de investigaciones que han complejizado las

    interpretaciones sobre el caso rioplatense o argentino, en estas pginas el lectorencontrar un recorrido sinttico y necesariamente parcial de algunos nudosproblemticos que se consideran indicativos del curso de acontecimientos queantecedieron a la ruptura revolucionaria, a los dilemas abiertos a partir de su irrupcinen la antigua geografa virreinal y a un mosaico de experiencias regionales quefocalizan el peso de la militarizacin revolucionaria como rasgo distintivo de lamovilizacin social y politizacin de los grupos sociales ajenos al mundo de las elites.

    En el preludio de la revolucin

    En contraste con otras regiones de la Amrica espaola, la crisis de la monarqua

    disparada con el avance napolenico en la pennsula esmeril aun ms el frgilconsenso que penda sobre el sistema institucional virreinal despus que los gruposcriollos haban enfrentado con xito las invasiones inglesas de 1806 y 1807.

    Cabe recordar que ambas incursiones haban puesto en evidencia no slo laactitud complaciente del Cabildo y de la Audiencia frente a los invasores, sino queadems haba mostrado la insuficiencia de la estrategia defensiva diseada por laadministracin borbnica con la que haba aspirado proteger sus territorios de ultramardel acecho de los poderes imperiales desde el siglo anterior. En su lugar, la reconquistay defensa de la capital virreinal haba recado en cuerpos milicianos integrados porhabitantes de Buenos Aires, y de otras jurisdicciones del virreinato, que desde entonces

    pasaron a ocupar un lugar protagnico en el curso de los acontecimientos queacompaaron el proceso de decisiones polticas que culminaron con la Revolucin de1810. En efecto, la militarizacin que experiment Buenos Aires supuso una importantemovilizacin de hombres y recursos que alcanz a las elites y a la plebe urbanamodificando la conformacin de los regimientos y batallones, los cuales pasaron a serorganizados por afinidades tnicas o de origen (patricios, andaluces, catalanes y dearribeos o de las provincias interiores) e introdujo la eleccin por aclamacin de los

    jefes de los cuerpos milicianos que, si bien haba recado en personajes con algn tiponotabilidad, modificaba de hecho el proceso de seleccin de la oficialidad que primabaen los estatutos del antiguo rgimen. Esa incipiente participacin democrtica queintroduca un giro en el vnculo entre oficiales y tropa, y que alcanzaba a 7574

    habitantes de la ciudad sobre un total de 40000, sera acompaada de otros cambiosigualmente importantes: la militarizacin urbana haba exigido de la administracinvirreinal mayores recursos financieros para sostener las milicias, y ello habadisminuido los envos de metlico a la metrpoli. Segn los clculos ofrecidos porHalpern el gasto destinado al presto salario pas de representar el 33.25% al 60.30%de la Caja Real de Buenos Aires6. Por consiguiente, el acecho ingls haba dado origen

    Cansanello, Oscar:De sbditos a ciudadanos,1995;.Goldman, Noem y Salvatore Ricardo: Caudillismosrioplatenses, 1998; Ternavasio, Marcela:La revolucin del voto, 2001.5 Vase entre otros, Fradkin Ral: Represntations de la justice (1999); Facinerosos contra cajetillas?,(2000); La historia de una montonera, 2008; Salvatore, Ricardo: Reclutamiento militar,1992; Loscrmenes de los paisanos,1997; Wandering Paysanos.State, 2003; De la Fuente, Ariel: Children of

    Facundo, 2000; Di Meglio, Gabriel: Viva el bajo pueblo!, 2007; Frega, Ana:Pueblos y soberana, 2007;Mata, Sara:Paisanaje, insurreccin y guerra, 20086 Halperin Donghi, Tulio, Militarizacin revolucionaria,1978; Guerra y finanzas, 2005

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    a una importante reasignacin de los recursos del reino cuyo principal destinatario habasido la plebe urbana criolla.

    La militarizacin en la capital virreinal tambin introdujo cambios polticos araz de los cuestionamientos que cayeron sobre el Virrey Sobremonte despus de lamalograda estrategia con la que pretendi defender la ciudad. Para entonces, ningn

    argumento poda ser capaz de detener las presiones ejercidas por el Cabildo, laAudiencia y la opinin pblica portea para precipitar su destitucin, y resolver la crisisde autoridad siguiendo los procedimientos instituidos a la espera de la intervencin de lametrpoli. De acuerdo a ello, el mando poltico fue asumido por las instituciones queantes haban consentido la incursin de los ingleses, mientras que el mando militarrecay en el hroe de las agitadas jornadas patriticas, Santiago de Liniers, un emigradofrancs que resida en la ciudad desde veinte aos atrs. Aunque la destitucin delvirrey y el desempeo exitoso de los vecinos de Buenos Aires contribuy a sedimentaridentidades y sensibilidades patriticas, en ningn caso las innovaciones institucionalesy polticas se inscriban en un registro distinto al de la obediencia a la monarquaespaola.

    Sobre ese suelo patritico en la que la heroica Buenos Aires ya era objeto deevocaciones picas y lricas, el escenario rioplatense habra de conmoverse aun mscuando se difundieron las noticias sobre la captura de Fernando VII, el traspaso de losderechos mayestticos a la familia Bonaparte y el rechazo de la opinin pblicaespaola que vigoriz la formacin de juntas insurreccionales que se arrogaron larepresentacin del rey cautivo en el conflictivo proceso abierto en mayo de 1808. Y esedilema del trono vaco que habra de conmover al completo orbe imperial si exhibi unaidntica concepcin en relacin a la reversin de la soberana, dara lugar en las tierrasdel Plata a un espectro variado de situaciones cuya originalidad dependi de la maneraen que las condiciones locales gravitaron en las interpretaciones que los actores hicieronde aquel incierto escenario.

    A esa altura, el clima virreinal acusaba mayores tensiones como consecuenciadel arribo de la corte portuguesa a Ro de Janeiro que reanim antiguas rivalidadesfrente a un eventual avance lusitano convertido en aliado del mandn de Europa.Frente a esa amenaza que se hizo visible con la llegada del enviado del brigadier Curadoaunque fue rechazada especialmente por el Cabildo, condujo a las autoridades adisponer la jura de Fernando VII. Por otra parte, el arribo del enviado de Napolen, elMarqus de Sassenay, aument la inquietud al poner de manifiesto no slo la versinimperial del traslado de la corona a la nueva dinasta sino tambin la confirmacin deLiniers en el cargo. Aunque el virrey interino orden la expulsin del comisionadonapolenico y adelant la jura al monarca cautivo, la desconfianza sobre la lealtad de

    Liniers a la monarqua espaola fue explotada entre sus rivales abroquelados en elcabildo de Buenos Aires.Entre tanto la puja por la sucesin abierta con la crisis dinstica incluy a otros

    actores que imaginaban una solucin de reemplazo independiente de la situacinmetropolitana. El protagonismo ms decidido estuvo en manos de los enrolados tras lasaspiraciones de la infanta Carlota Joaquina que desde Ro calcul reunir las posesionesespaolas en Amrica bajo su regencia. No obstante, esa pretensin resultabasimultnea a la de su esposo, el prncipe regente de Portugal, quien bajo el argumentode proteger sus territorios proyectaba ocupar militarmente la Banda Oriental. Ambas

    pretensiones resultaron inaceptables para las autoridades rioplatenses aunque elcarlotismo consigui adeptos entre los reunidos en el denominado partido de la

    independencia, quienes llevaron a cabo una activa poltica de propaganda que penetr

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    en el interior del virreinato con el objetivo de mantener el vnculo colonial comoestrategia alternativa a quienes bregaban por soluciones separatistas.

    Para entonces la unidad virreinal ya haba sido fisurada, y la fractura tendracomo sede la ciudad de Montevideo cuando el gobernador Francisco Javier de Eliodesafi la autoridad virreinal al propiciar en combinacin con el cabildo de Buenos

    Aires ante la Real Audiencia, la destitucin del virrey bajo la sospecha que el origenfrancs de Liniers poda favorecer las aspiraciones imperiales del tirano invasor sobrelas posesiones espaolas americanas. La negativa de los oidores condujo a seguir los

    pasos del movimiento juntista peninsular dando origen a la primera junta erigida en elsuelo sudamericano que reasuma la soberana a nombre de Fernando VII, y que pas agobernar su jurisdiccin con independencia de las autoridades de la capital virreinal7.

    Aunque la reaccin fidelista y separatista de Elo no result suficiente paraquebrar la autoridad virreinal en Buenos Aires, contribuy a alimentar la opininadversa sobre la figura del virrey entre los integrantes del Cabildo que haban

    participado de las intrigas para destituirlo. Esa particular coyuntura habra de gravitar enlos preparativos de renovacin de los cargos concejiles al despuntar el ao 1809 cuando

    todo haca prever que Liniers arbitrara su influencia para que la eleccin recayera entresus adictos; de tal forma, el 1 de enero de 1809, los capitulares, liderados por elinfluyente comerciante vascongado Martn de lzaga (quien tambin haba jugado unrol protagnico en la defensa de la ciudad en 1807), activaron la movilizacin de lasmilicias de europeos a la Plaza Mayor para formar una Junta en reemplazo de laautoridad del virrey. La aspiracin de los peninsulares result infructuosa cuando el jefede regimientos de patricios, el coronel Cornelio Saavedra, inclin la adhesin de lasmilicias criollas a favor de la continuidad institucional precipitando una serie demedidas que robusteci el protagonismo de la elite criolla en desmedro de los espaoles

    peninsulares: as, mientras los responsables del movimiento fueron condenados aldestierro en un perdido reducto de la Patagonia, el cabildo orden la disolucin de loscuerpos de milicias integradas por peninsulares con lo cual el poder militar urbanoqued bajo predominio criollo, y de los peninsulares que sostuvieron a Liniers.

    El apoyo brindado por las jefaturas criollas a la autoridad virreinal no esquivabade ningn modo el dilema que penda sobre el carcter provisorio de un liderazgoedificado sobre una base local, y ajeno por el imperio de las circunstancias a los resortesinstitucionales del corrodo sistema imperial. Liniers haba sido designado virreyinterino como resultado de la destitucin de Sobremonte en 1807, y la crisismetropolitana haba demorado su designacin oficial. Esa situacin provisional intentser reparada por la Junta Central Suprema que intercedi en el delicado climarioplatense a travs de la designacin de un nuevo virrey, Baltasar Hidalgo de Cisneros,

    quien antes de arribar a Buenos Aires detuvo su marcha en la fidelista ciudad deMontevideo donde orden la disolucin de la Junta disidente restaurando con ello launidad virreinal bajo gida monrquica. Las medidas implementadas por el flamantevirrey buscaron atemperar la inquietud aunque no disminuy las desconfianzas entreuna porcin de la opinin portea que ya haba tomado posicin sobre la endeblelegitimidad retenida por las instituciones metropolitanas que resistan el avance francs.Los sucesos del Alto Per contribuyeron a vislumbrar el alcance de la conflictividad, ysi ese nuevo despertar juntista a nombre de Fernando de VII pondra de manifiesto elfrgil consenso que penda sobre el sistema institucional, la represin ejecutada desdeLima por el celoso guardin de la monarqua, el virrey Fernando de Abascal, yconsentida por Buenos Aires, puso en evidencia la ruptura del equilibrio que hasta ese

    7 Frega, Ana,La Junta de Montevideo, (2007: 242-268)

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    momento haba arbitrado el vnculo entre las elites criollas y las autoridades espaolas.Asimismo, el conflicto altoperuano introdujo nuevos problemas a los ya existentes alinterrumpir el flujo de metlico potosino que alimentaba el circuito mercantil, ycontribua a financiar el sostenimiento miliciano. Esa urgencia oblig a Cisneros adecretar la libertad de comercio con naciones aliadas y neutrales, y la apertura de los

    puertos del virreinato a la navegacin mercantil extranjera satisfaciendo las expectativasde quienes como Mariano Moreno y Manuel Belgrano, el secretario del Consulado-venan bregando por la apertura comercial como dispositivo favorable al fomento de lariqueza agrcola y ganadera en las regiones del Plata.

    La ocupacin de Andaluca abri el proceso que clausur la vigencia del antiguorgimen. Una vez conocidas las noticias de la formacin del Consejo de Regencia, a

    pesar de que el virrey haba extremado medidas para postergar su anuncio, los lderes delas milicias criollas, encabezadas por Saavedra, exigieron la reunin de un cabildoabierto que se celebr el 22 de mayo al que asistieron una porcin de vecinosmayormente decididos a crear una base de poder legtima local independiente de lasautoridades metropolitanas. Aunque aquel debate memorable se convirti en un

    preanuncio de las diferentes concepciones que iban a jalonar el itinerario de la soberanay la representacin en el curso posterior, la decisin de crear una Junta encabezada porel Virrey no sobrevivi a la presin de las milicias movilizadas y la agitacin populardando como resultado la designacin de una nueva Junta que estuvo dominada por los

    partidarios de la ruptura e integrada por criollos y peninsulares.A partir de entonces, la formacin de la Junta del 25 de mayo de 1810 constituy

    un acto soberano que aspiraba a traspasar la base capitular que le haba dado origen,para lo cual deba asumir el desafo de extender su influencia al conjunto de los puebloso ciudades que integraban la jurisdiccin virreinal. Las primeras acciones de gobiernoestuvieron dirigidos en esa direccin: se asegur la obediencia del cabildo, de laAudiencia y del virrey destituido, expidi una circular invitando a los pueblos delinterior a enviar sus representantes para integrar el flamante cuerpo colegiado erigido anombre de Fernando VII, y convirti a las milicias criollas en fuerzas auxiliares de larevolucin.

    El periplo revolucionario

    La reasuncin de la soberana, el argumento conforme a derecho utilizado porlos revolucionarios de 1810, arroj resultados dispares en la geografa virreinal a raz dela pluralidad de interpretaciones disponibles de acuerdo a las tradiciones doctrinarias y

    polticas de la poca. Para algunos la nocin de pueblo era entendido en clave plural,que remita a las vertientes iusnaturalistas que haba reactualizado la tradicin pactistahispnica8; para otros, el vocablo pueblo supona una ruptura en relacin a ese legado, yasociaban su significado con el principio de soberana popular que fundamentaba el

    poder poltico moderno, es decir, como nica fuente de soberana e indivisible. Decualquier modo, y al igual que en otras regiones hispanoamericanas, la soberana

    popular habra de convertirse en el supuesto bsico al que iban a apelar quienesaspiraran a heredar el poder vacante para construir una legitimidad de reemplazo a laque hasta ese momento haba prevalecido en las relaciones entre gobernantes ygobernados.

    8 Chiaramonte, Jos C.:Nacin y Estado (2004); Quijada, Mnica:La potestas populi (en prensa)

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    La disputa por la sucesin abri carriles insospechados y las diferencias queemergieron actualizaron antiguas rivalidades e inauguraron otras completamentenuevas. Una cara de esas tensiones remite, como ha sealado Jos C. Chiaramonte(1997), a los conflictos que enfrentaron a las ciudades cabeceras de intendencia entre s,y las que prevalecieron entre stas y sus subalternas. Esas soberanas en lucha que

    puso en evidencia la naturaleza vertical y horizontal de la reversin de la soberana a lospueblos como resultado de la vacatio regis, haba sido correlativa, como sugiereAnnino, de otro dilema no menos crucial de carcter constitucional la vacatio legis-que estara destinado a prevalecer en la invencin de la civitas liberalen los flamantes

    poderes soberanos emergidos del colapso de la monarqua espaola9. Ese particularderrotero de ningn modo exclusivo del Ro de la Plata revolucionario, exhibesituaciones relativamente comunes a las que se enfrentaron quienes aspiraron heredarlos despojos de la unidad imperial bajo formatos republicanos como nica frmula degobierno posible ante la ausencia del rey y la todava inexistencia de la nacin.

    Con todo, la revolucin rioplatense habra de experimentar un sinuoso recorridoen la jurisdiccin heredada del virreinato borbnico a raz de los conflictos territoriales,

    polticos y sociales ya en curso al momento de su irrupcin, o de los suscitados enrelacin con ella, que llev la guerra ms all de las fronteras de Buenos Aires, por locual las elites revolucionaras se vieron obligadas a postergar sus pretensiones de origen.Como ha sealado Tulio Halperin (1985) si algo la distingue de los emprendimientossoberanos erigidos en otras regiones de la Amrica espaola (y que slo puede seremulada con la Nueva Granada), es justamente que su supervivencia frente al reflujocontrarrevolucionario hara estallar en pedazos la aspiracin de construir un ensayoindependiente en la completa geografa del antiguo virreinato.

    Ese resultado se hizo visible de inmediato. En Montevideo el antecedentesecesionista dio como resultado la ruptura con Buenos Aires despus de haber juradoobediencia al Consejo de Regencia, y a ella le siguieron Colonia y Soriano. En cambio,la adhesin de las ciudades que integraban la gobernacin de Buenos Aires, resultexitosa a raz de la sustitucin del personal administrativo con personajes influyentes dela localidad. Un derrotero distinto experimentaron las revoluciones del interior: en 1810el triunfo en el bastin cordobs se produjo despus de reprimir la resistencia ofrecida

    por las autoridades que culmin con el fusilamiento del gobernador intendente, del jefede las milicias y del mismo Liniers en el camino que los conduca a Buenos Aires. Esasevera seal infundida a quienes se negaran a prestar obediencia a la autoridad de laJunta portea, habra de contribuir a consolidar la revolucin en las ciudades deMendoza, San Juan y San Luis, cuyos cabildos venan bregando desde finales del sigloXVIII por abandonar la dependencia de la ciudad cabecera de la intendencia. La

    gobernacin de Salta de Tucumn mostr resultados semejantes aunque menosdramticos que el cordobs: all el gobernador intendente mantuvo vigilia hasta que elingreso de las fuerzas expedicionarias precipit la adhesin de los cabildos de Jujuy,Tucumn, Santiago del Estero y Catamarca a la autoridad de la Junta. Esas solucionesauspiciosas no se reprodujeron ni en el Paraguay ni tampoco en el Alto Per; en la

    primera, la noticia arribada desde Buenos Aires precipit el consentimiento al Consejode Regencia, y ninguna de las acciones dirigidas desde la antigua capital virreinal queincluy la prohibicin de la navegacin mercantil y el envo de fuerzas expedicionariasa cargo de Manuel Belgrano- fueron efectivas para afirmar su autoridad e impedir laconfiguracin de un emprendimiento independiente no slo de la insurrecta Buenos

    9 Annino, Antonio: Soberanas en lucha,1993: 235 y ss;El paradigma y la disputa, 2005;La ciudadanaruralizada, 2006

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    Aires sino tambin de la metrpoli10. En el Alto Per las respuestas fueron diversas:mientras Potos neg el reconocimiento, la gobernacin de Charcas (capital y Oruro) sesum a la revolucin introduciendo mayor conflictividad a la existente a raz de larepresin que sigui a la ereccin de las juntas altoperuanas el ao anterior, dandoorigen al estallido de movilizaciones campesinas e indgenas frente a las fuerzas

    realistas.Al finalizar el ao 1810, el poder revolucionario haba conseguido afirmarsesobre la base de un juego de negociaciones y conflictos entre centros y periferias en elque la guerra ya representaba un mbito primordial, aunque no excluyente, deresolucin poltica. El himno o cancin nacional, el principal dispositivo simblico dela liturgia revolucionaria, exhibi en registro pico la compleja e incierta geografasobre la cual se erigan las Provincias Unidas del Sud que segua la ruta de los xitosguerreros cosechados hasta 1813. Ese relato destinado a inflamar el espritu pblico afavor del sagrado sistema de la libertad, que sera cantado a partir de entonces en lasfiestas cvicas, en las escuelas y los ejrcitos no slo vertebraba un texto que englobaba

    pasado, presente y futuro de la integralidad de la nacin sino tambin construa el mito

    que glorificaba una entidad poltica especfica y la distingua de sus pareshispanoamericanas11. El congreso soberano reunido en Tucumn en 1816 contribuy acristalizar ese proceso de diferenciacin declarando la independencia de las ProvinciasUnidas de Sudamrica al momento que el poder revolucionario destinaba sus recursosen Cuyo para llevar a cabo la empresa militar con la que aspiraba consolidar el centrorevolucionario; no obstante, ese experimento poltico reuni tan slo a una porcin de larepresentacin de los pueblos libres emergidos de la revolucin rioplatense. Otra

    porcin de poderes soberanos se enfrent a ella aspirando a celebrar un congresoalternativo en torno al liderazgo del jefe del federalismo oriental Jos Gervasio deArtigas que desde 1813 haba roto con el centro revolucionario, y cuyo influjo se haextendido incluso hasta la misma Buenos Aires12. Y si la costosa empresa militardirigida a reconquistar el bastin chileno fortaleci las aspiraciones de quienes bregaban

    por una conduccin centralizada que iba a adquirir visibilidad en la Constitucin de1819, los denuedos a los que se vio expuesto por el conflicto en el Litoral habran deconvertirse en el nudo gordiano que pulveriz el rgimen revolucionario en 1820. Paraentonces, las Provincias Unidas haban sucumbido dando origen a un archipilago de

    provincias soberanas dispuestas a establecer un nuevo tipo de vnculo para restablecer laantigua unin.

    La militarizacin revolucionaria y sus variantes

    Entre el estallido y el declive del periplo revolucionario emergen huellasinsoslayables de las transformaciones operadas en el espacio rioplatense como resultadode la profundizacin de procesos que ya estaban en marcha como los ubicados en laesfera del orden mercantil, que articul la integracin de la regin pampeana en laeconoma atlntica- o como correlato de las novedades introducidas en materia poltica.La soberana popular convertida en principio de legitimidad y la adopcin de la ficcin

    jurdica y normativa de igualdad de todos los hombres bajo una misma ley, hicieron dela invencin ciudadana una pieza central de la legitimidad del nuevo poder13. Y si bienlas primeras elecciones celebradas en la capital virreinal en 1809 como resultado de la

    10Areces, Nidia:La construccin de identidades, en prensa

    11

    Buch, Esteban: O juremos con gloria, 199412 Frega Ana:Pueblos y soberana, 2007; Herrero, Fabin ;Buenos Aires ao 1826, 199513 Sabato, Hilda ; Ciudadana poltica, 1999

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    convocatoria gaditana no constituyeron ningn tipo de garanta para que larepresentacin rioplatense participara del debate que en la pennsula aspiraba a reunir lanacin espaola de ambas orillas del Atlntico14, ese anticipo perfil las iniciativasinstitucionales que desde entonces aspiraron a dotar al poder revolucionario de una baserepresentativa ms amplia a la erigida en Buenos Aires el 25 de mayo de 1810. En tal

    sentido, en cualquiera de los casos, la normativa y reglamentaciones emanadas desde elcentro revolucionario y que fuera aceptadas por las provincias de la unin-instrumentaron procedimientos electorales en clave corporativa o territorial depositandoen los cabildos el mecanismo de delegacin soberana de los vecinos de las ciudades, yslo eventualmente de sus campaas (1815)15. Esa tendencia prevaleci incluso en elensayo constitucional de 1819, emanado del congreso soberano, cuando los diputadosaspiraron a institucionalizar en el cuerpo de la nacin una representacin corporativaque se puso de manifiesto, particularmente, en el Senado el cual sera integrado por lossenadores de provincias elegidos por las municipalidades, y representantes de lascorporaciones militar, eclesistica y universitaria.

    Si con ese frustrado experimento normativo que finalmente haba adoptado la

    frmula republicana bajo un esquema de poder centralizado, las elites revolucionariashaban confiado integrar en el nuevo cuerpo poltico las aspiraciones de quienes habanoptado por la independencia, el cambio en las reglas de juego haba introducido un girosustantivo en la naturaleza de los vnculos que hasta ese momento haban prevalecidoentre los que haban encabezado la pirmide social y los ubicados en su baseconvertidos ahora en rbitros de la nueva coyuntura. En torno a ello, convendra atendera dos asuntos igualmente relevantes que vertebraron las relaciones formales einformales de la entidad poltica reunida bajo el nombre de Provincias Unidas erigida dela fragmentacin del antiguo virreinato rioplatense: si la invencin de la poltica habrade trastornar las posiciones y funciones de las elites urbanas sustrayndolas parasiempre de los entretelones de la lucha entre familias y camarillas rivales que habanalimentado las nervaduras del orden colonial16, las urgencias de la guerra aceleraron lainclusin sbita de vastos conglomerados de individuos al campo poltico ante el ciclode movilizacin y politizacin disparado con la ruptura revolucionaria.

    Ahora bien, ese escenario de experimentacin poltica comn al espaciohispanoamericano, en el cual la guerra no slo opera como teln de fondo de la polticasino que interviene decididamente en la conformacin de la efmera entidad polticanacida de la revolucin rioplatense, hizo de las milicias y los ejrcitos institucionescentrales del nuevo escenario al propiciar experiencias de participacin e integracinsocial y poltica distintivos del ciclo revolucionario. Qu caractersticas asumi lamilitarizacin revolucionaria? Cul fue su geografa y alcance social? En qu medida

    milicias y ejrcito representaron experiencias favorables a la formacin de identidadespolticas?Ensayar respuestas a los interrogantes formulados requiere en primer lugar

    identificar algunas notas comunes a los efectos de realizar una adecuadacontextualizacin del fenmeno. Por una parte, la formacin y consolidacin del centrorevolucionario requiri de una maquinaria guerrera que fue organizada sobre la base delas milicias veteranas de la capital, y que aspiraba a nutrirse con contingentes milicianosde las jurisdicciones del interior igualmente organizadas por las reglamentaciones

    14 Goldman, Noem: Crisis del sistema institucional, 2007:227-24115 Chiaramonte, Jos C.: Ciudades, provincias, Estados,1997; Ternavasio, Marcela: La revolucin del

    voto, 200116 Bragoni, Beatriz :Los hijos de la revolucin, 1999; Ziga, Jean Paul : Clan, parentela, familia,(2000:51-60

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    borbnicas. Ese propsito aunque no siempre satisfizo las expectativas de susejecutores, activ la movilizacin de las milicias locales aun antes del arribo de lasfuerzas expedicionarias dirigidas desde la capital, y que no casualmente haba incluidoentre sus filas a flamantes oficiales nacidos en el interior que haban integrado elregimiento de arribeos durante las invasiones inglesas17. Por otra parte, la

    militarizacin revolucionaria supuso una indita movilidad territorial de personasdestinadas a traspasar las fronteras de sus jurisdicciones con objetivos primordialmentepolticos. Finalmente, un tercer rasgo distingue las guerras de independencia comoguerra de recursos, esto es, una forma especfica de guerra que involucra a las

    poblaciones donde se desarrolla, y que exige para su sobrevivencia la extraccin derecursos de sus sociedades y economas en hombres, ganados, vituallas y dinero18. Estaapretada caracterizacin nos habilita a retomar el punto de partida; este es, el de atenderlas formas que asumi la militarizacin y politizacin de la poblacin rural y urbana

    para lo cual conviene visitar algunas experiencias regionales.Como se sabe, la militarizacin revolucionaria en Buenos Aires modific el

    esquema miliciano que haba sido eficaz durante las invasiones inglesas al ser

    remplazadas por formaciones militares permanentes que fueron organizadas en cincocuerpos de veteranos de infantera, uno de granaderos y uno de castas. En 1811, y a razdel conocido motn del cuerpo de Patricios, el gobierno introdujo cambios en laorganizacin y disciplina militar dando origen a cuatro compaas que reunan 7627soldados enrolados (5923 de infantera y 1704 de caballera)19. Al ao siguiente, elfrente de guerra en la Banda Oriental, en Paraguay y en el Alto Per exigieron nuevasreformas que fueron ejecutadas en su mayora por oficiales entrenados en el ejrcitoreal y con experiencia en la guerra peninsular- a travs de las cuales se robusteci loscuerpos de infantera, artillera y la caballera a travs del regimiento de granaderos.Segn los clculos, a fines de 1814, el ejrcito de los insurgentes porteos comofuera identificado por el virrey del Per, Fernando de Abascal- reuna 8000 veteranos encombate ms 6500 plazas de milicias aunque no todos participaban de la guerra. Elnmero de reclutas en la jurisdiccin de la antigua gobernacin de Buenos Aires fue enaumento: a mediados de 1815, la presin reclutadora haba alcanzado a 14000 efectivosde lnea, y ese nmero parece haber sido aun mayor si se tienen en cuenta que, en 1817,la infantera solamente reuna 13743 hombres. Las ricas evidencias reunidas por Fradkinle permiten conjeturar que en 1815 la jurisdiccin tena 11000 efectivos movilizados

    para los desempeos guerreros reunidos entre efectivos de lnea, milicianos de la ciudady de los suburbios, y milicianos activos de la campaa los cuales representabanalrededor del 12% del total de la poblacin (que alcanzaba 92000 habitantes).

    Ahora bien, el nmero de movilizados aumenta si se tiene en cuenta los reclutas

    reunidos en los ejrcitos de operaciones que llevaban a cabo la guerra en la BandaOriental o en Paraguay que haba exigido el desplazamiento de los cuerpos reunidos enla capital y sus campaas (y eventualmente incluy los reclutas del interior). Laexpedicin al Paraguay parti con 200 hombres entre granaderos, arribeos y pardoslibres, a los que se sumaron 300 efectivos ms provenientes de Buenos Aires y sucampaa, Santa Fe, Paran y Corrientes que en total ms de 2000 hombres. En la BandaOriental la movilizacin fue mucho mayor si se atiende al carrefourde fuerzas militaresdirigidas y/o acantonadas en la jurisdiccin durante la dcada revolucionaria. En 1811 laadhesin de Artigas al gobierno central con sede en Buenos Aires le haba permitido

    17 As lo atestiguan los casos de Manuel Corvaln y Bruno Morn en Mendoza, y el de Ortz de Ocampo

    en Crdoba.18 Fradkin, Ral:Las formas de hacer la guerra, 200819 Vase un tratamiento renovado del conflicto en Di Meglio, Gabriel: Viva el bajo pueblo!, 2007

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    reunir bajo su mando 2500 hombres entre reclutas orientales y los enviados por elgobierno de Buenos Aires; ese nmero aument despus de la ruptura, y hacia 1815alcanz a 3000 reclutas de los cuales la tercera parte estaba bajo su mando exclusivo. Aesos conglomerados de hombres armados hay que sumar, los movilizados por lasautoridades de Montevideo que, en 1812, alcanz a 1885 efectivos en su mayora

    milicianos que luego se duplic con el arribo de contingentes armados desde lametrpoli. La estrategia de ocupacin portuguesa profundiz la movilizacin guerreraen la Banda Oriental la cual pas de 5000 efectivos a 17000 en el momento de mayortensin. Frente a tales condiciones, concluye Fradkin, Artigas se vio exigido amultiplicar los dispositivos reclutadores dando como resultado la reunin de 6000reclutas frente a 12000 portugueses. Entre tanto la movilizacin en Entre Ros y enSanta Fe no era menos impactante a la exhibida en la Banda Oriental. En la primera elnmero de reclutas pas en 1814 de 400 a 1100 mientras que los artiguistas sumabancerca de 5000 hombres en armas, y en la segunda, las fuerzas directoriales pasaron de1500 en 1815 a 4000 en 1819. En suma, el territorio santafesino exhiba la confluenciade 7000 hombres movilizados frente a una poblacin estimada en 15000 habitantes, es

    decir, que equiparaba casi la mitad de la poblacin de la provincia. En suma, esta rpiday apretada caracterizacin del nmero y geografa de la militarizacin revolucionaria enel Litoral exhibe un formidable proceso de movilizacin de hombres entre fuerzasmilicianas y ejrcitos sujeto a formas de reclutamiento voluntario o coactivo, yvertebrado por estmulos variados que podan incluirprest, expectativas de ascensosocial por la va militar, y un sistema de intercambios materiales que inclua el saqueode establecimientos productivos y de poblados como estrategia o tctica de combatedistintiva de la guerra de recursos, o de la guerra de revolucin si nos ajustamos a laclave interpretativa propuesta por Fradkin. Prcticas y formas de guerras no del todoausentes en la sedimentacin de identidades polticas diferenciadas que distingue laidentidad portea de otras en competencia como espaol, oriental, santafesinoo paraguayo.

    Esa experiencia guerrera caracterstica de las formas convencionales de laguerra de recursos, invita a ser contrastada con procesos de militarizacin simultneosa su emergencia en la jurisdiccin de Salta y Jujuy, convertida hacia 1814 en la fronteranorte de la influencia de los revolucionarios porteos, si nos ajustamos al lenguajeutilizado por las jefaturas realistas que pretendan hacer de esa garganta una va deacceso eficaz de represin insurgente. Para ello conviene reparar en sus ritmos y en lasformas adquiridas durante el ciclo revolucionario. Los datos aportados por Sara Mata

    permiten apreciar el peso relativo de las milicias de Salta en relacin a las de Jujuy: enefecto, en 1803 la capital de la intendencia reuna 900 milicianos mientras que Jujuy

    sumaba 300

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    . Ese panorama no parece haberse modificado con el cambio operado apartir de 1810 aunque existen evidencias sobre las tensiones generadas al interior de loscuerpos y jefaturas milicianas como consecuencia de las iniciativas implementadas conla adopcin al nuevo rgimen despus del arribo de las fuerzas expedicionarias dirigidasdesde el centro revolucionario. Los cambios se visualizaron en 1811 cuando seinstrument una reforma que previ la organizacin de milicias por partido, y eladoctrinamiento de los milicianos cuyo nmero (403) parece verificar el argumentoesgrimido por Manuel Belgrano, el jefe del Ejercito auxiliar del Per, cuando lament elescaso entusiasmo que las armas de la Patria despertaban sobre la poblacin rural. Esaatona social habra de exigirle sumar a la presin reclutadora, el traslado forzoso de la

    poblacin de Jujuy generando mayores trastornos a la economa de la jurisdiccin21.

    20 Mata, Sara:La guerra de independencia,2003:113-143 yPaisanaje, insurreccin y guerra ,2008:61-8221 Paz, Gustavo L.,El orden en el desorden, (2008: 86)

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    Esa situacin se modific radicalmente despus de 1812 ante la segundainvasin realista que restaur el pendn real e hizo jurar la constitucin de Cdiz aldespuntar el ao 1813. El casi inmediato triunfo del ejrcito de Belgrano en lamemorable batalla del 20 de febrero no slo introdujo un giro decisivo a favor de larevolucin sino adems activ un proceso de movilizacin miliciana indito que alcanz

    el paisanaje rural. La presin sobre la tierra y el ganado a los que estaban expuestos lospequeos productores o arrenderos, el juicio negativo que pesaba sobre laadministracin borbnica, las fisuras en las cadenas de autoridad en las milicias localesy la resistencia campesina ante al despojo de sus bienes por parte de las tropas dirigidas

    por el jefe realista Joaqun de la Pezuela, no slo estara destinada a consolidar la opcinrevolucionaria entre los sectores plebeyos urbanos y rurales sino que adems convirtila guerra de guerrillas en estrategia eficaz para esmerilar el poder realista en Salta y surea de influencia, y a Martn de Gemes en su nico jefe militar. Aunque las fuentesresultan parcas para calcular el nmero de movilizados contra las fuerzas realistas,Apolinario Saravia, no dudaba en expresar que el xito de la resistencia haba dependidode las armas de la Patria, es decir, de los gauchos movilizados que, en 1815, sumaban

    1000 hombres en armas de los cuales la mitad eran originarios de Salta.A partir de all, la movilizacin no slo multiplic el nmero de reclutas (los

    datos disponibles oscilan en 4000 y 5000) sino que adquiri ribetes distintos alinstitucionalizarse en cuerpos de lneas y milicias cvicas que gozaban de salario y fueromilitar, e integrados bajo la jefatura de Gemes sobre la base de una nutrida red delideres locales que integraba los valles salteos y se extenda a los de Jujuy; aunque esamaquinaria miliciana se haba organizado como una divisin del Ejrcito Auxiliar delgobierno revolucionario, la autonoma guerrera adquirida por Guemes afianz suliderazgo entre sus subalternos frente a los oficiales porteos. Para ese entonces, la

    presin reclutadora del lder salteo alcanz a vastos contingentes de hombresmovilizados que inclua a negros, mulatos y pardos, algunos esclavos, tributarios indiosde procedencia altoperuana, espaoles o blancos pobres y mestizos. De acuerdo a losdatos reunidos por Mata, los escuadrones gauchos reunan a 6610 hombres que enabrumadora mayora eran originarios del Valle de Lerma (44%). Esa experiencia

    poltica parece haber intervenido decididamente en la transformacin de las identidadessociales y polticas al momento de la revolucin: por una parte, la militarizacin y

    politizacin del paisanaje rural impactaron en el proceso de autoidentificacin de losmovilizados al sustituir las categoras sociales prevalecientes (tnicas y/o socio-ocupacionales) por la adopcin del apelativo gaucho, trmino que aluda a los pobresrurales reclutados o alistados en la milicia. Asimismo, y como ha sealado Gustavo Paz,la movilizacin campesina salto-jujea se sostena en la ideologa republicana que

    moldeaba el concepto de patria, vagamente definida, pero que inclua los conceptos deigualdad ante la ley y la abolicin de las diferencias tnicas22.La clave interpretativa propuesta por Paz acerca de los significados y mviles

    patriticos de la poblacin campesina como resultado de la guerra de independencia enla jurisdiccin salto jujea, invita a introducir algunas notas distintivas de lamilitarizacin y politizacin popular en la jurisdiccin cuyana.

    En Mendoza, el primer atisbo desde luego ha de localizarse en la apelacin a lasarmas con las que el Subdelegado de Armas aspir a someter las pretensiones

    patriticas de quienes apoyaban lo decidido en la capital virreinal despus de lastertulias mantenidas entre el vecindario ms reputado con el portador del pliego de laformacin de la junta, el comandante de frontera Manuel Corvaln (nombrado por el

    22 Paz, Gustavo L.:El orden en el desorden, 2008:85

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    todava virrey Cisneros despus de haber participado en las invasiones inglesas en elcuerpo de arribeos). Ese destello miliciano que incluy la toma del cuartel y la entregade armas a vecinos y esclavos, result ms tarde controlado con el arribo de laexpedicin dirigida por el oficial Bruno Morn, otro mendocino que tambin haba

    pertenecido al regimiento de arribeos. Situaciones semejantes se vivieron en las

    jurisdicciones de San Juan y San Luis. En cualquiera de los casos, la obediencia oadhesin de los pueblos cuyanos al centro revolucionario se tradujo con el envo demilicianos a la capital. En 1812 un acontecimiento inesperado perturb el clima polticocuyano cuando un grupo de esclavos conspiraron contra el gobierno con el objetivo deobtener la carta de libertad para integrarse a los cuerpos milicianos que respondan a laJunta de Buenos Aires. Aunque la rebelin fue desbarata por las autoridades, laresolucin del caso favoreci a los negros insurrectos los cuales fueron declarados libres

    para integrarse a las armas de la Patria23. El conflicto que favoreci la consolidacin delos grupos o del partido patriota en la ciudad de Mendoza, dio lugar tambin a lainstrumentacin de medidas innovadoras orientadas a satisfacer los reclamoscorporativos de los jefes milicianos de la jurisdiccin que incluyeron desde nuevos

    nombramientos hasta la equiparacin de sueldos con los percibidos por el cuerpo deAlabarderos.

    No obstante, el avance de la ocupacin realista sobre el bastin patriota enSantiago de Chile introdujo cambios relevantes en la jurisdiccin: por un lado, elgobierno revolucionario elev el status de la jurisdiccin por lo que los pueblos cuyanos

    pasaron a integrar la Gobernacin de Cuyo (1813) abandonando la dependencia deCrdoba por la que venan bregando desde antes de la revolucin. Por otra parte, lacrtica coyuntura por la que atravesaba la revolucin chilena, acechada por el avancerealista y la puja entre Concepcin y Santiago, aument la amenaza sobre los territorioslibres del Plata acelerando el proceso de militarizacin cuyana. En efecto, hasta 1814la nica tropa de lnea consista en una reducida compaa de blandengues del fuerte deSan Carlos que reuna 30 hombres; a ella se sumaban las milicias urbanas y rurales, esagente que no era de guerra, que aparecan divididas en cuerpos milicianos de blancos y

    pardos, que sumaron 280 hombres de infantera y 600 de caballera24. Esa situacin ibaa modificarse sustantivamente con la cada de la Patria Vieja en Chile despus que lasfuerzas patriotas resultaron derrotadas en Rancagua (octubre de 1814). Frente a laamenaza latente que penda sobre la frontera oeste de la revolucin rioplatense, elgobernador de Cuyo Jos de San Martn aceler el ritmo de la presin reclutadora con elobjeto de dirigir una estrategia militar ofensiva para reconquistar Chile y avanzar sobreLima, el centro del poder realista. A semejanza del caso porteo, la reglamentacinsobre vagos y mal entretenidos oper como torniquete del reclutamiento militar sobre la

    poblacin masculina sin trabajo estable aunque tambin penetr entre quienes lo tenan,a pesar de la crnica escasez de mano de obra reconocida por propietarios como por elgobierno; segn Draghi Lucero los mestizos y criollos pobres que inclua desdeluego pobladores indgenas- engrosaron las filas de la caballera, mientras que laoficialidad fue integrada por vstagos de familias aristocrticas. Algunos hancalculado que de los 5187 hombres que integraron el ejrcito al momento del cruce delos Andes, 3610 eran originarios de la jurisdiccin cuyana (se calcula que fueron 2080los movilizados en 1815 sin contar los contingentes enviados de Buenos Aires sobre una

    poblacin estimada hacia 1812 de 43.134 pobladores).La poblacin esclava masculina fue tambin objeto de la leva. Una primera

    disposicin orden a reclutar esclavos de 16 a 30 aos pertenecientes a europeos

    23 Bragoni, Beatriz:Esclavos, libertos y soldados, 200824 Comadrn Ruiz, Jorge: Cuyo y la formacin, 1978

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    peninsulares sin carta de ciudadana: de all salieron 23 esclavos aptos que pasaron a serlibertos del ejrcito mediante rescate; poco despus fueron confiscados los esclavos

    pertenecientes a los americanos contrarios al sagrado sistema. No obstante, en elcurso de 1816 el reclutamiento alcanz a la completa jurisdiccin cuyana sobre la basede un acuerdo entre las diputaciones de Mendoza y San Juan: slo dos tercios de la

    esclavatura seran cedidos al Ejrcito con la excepcin de los brazos tiles para lalabranza bajo un doble compromiso que prevea abonar a los propietarios un justovalor, y que los esclavos formaran un batalln separado de los dems cuerpos bajo laconduccin de oficiales de las compaas de cvicos esclavos. Si esta ltima condicintrasluca las sospechas que pesaban sobre la inclusin de las castas en los cuerposarmados fenmeno comn al exhibido en el Per -, el cabildo de Mendoza puso enmarcha el operativo ordenando a los vecinos de la ciudad y la campaa presentar atodos los esclavos varones que tengan desde la edad de 12 aos para arriba para queexcluyendo los intiles, queden nicamente los tiles en el manejo de las armas, los queser justipreciados por los seores de la comisin. De acuerdo a las evidenciasdisponibles, la leva alcanz a 710 esclavos distribuidos del siguiente modo: 482

    originarios de Mendoza, 200 de San Juan y 28 de San Luis los cuales fueron destinadosmayoritariamente a la infantera, sumndose ms tarde al batalln de libertos arribadodesde Buenos Aires25: toneleros, zapateros, alfareros, sastres entre otros oficiosrepresentaron algunos de los perfiles sociales afectados por la leva. Dcadas ms tardeel general Espejo calcul que 1552 libertos formaron los contingentes de infantera quearribaron a Chile en 1817 por lo que la representacin de los negros originarios de Cuyoequivala prcticamente a poco menos de la mitad. Es conocida la opinin valorativa deSan Martn de estos perfiles en las filas del ejrcito: el mejor soldado de infantera quetenemos es el negro y el mulato; los de estas provincias [blancos, mestizos e indios], noson aptos sino para la caballera26. Como se sabe, se trataba de una opinin distinta a laemitida por el general Manuel Belgrano quien en 1813 haba juzgado imprudente laintegracin de negros y mulatos al ejrcito27. En tal sentido, la decisin sanmartinianaintroduca un giro marcadamente distinto a las opiniones emitidas en relacin alimpacto de la militarizacin entre esclavos y negros libres: en junio de 1812 la Gazetade Buenos Aires se haba hecho eco del dilema en relacin al conflicto desatado enSanto Domingo y a la aspiracin de los negros de equipararse con los blancos28.

    La militarizacin alcanz tambin a los pardos libres e introdujo reformas alrgimen de milicias heredado del antiguo rgimen. Entre 1814 y 1815 el aumento de

    pardos libres en los cuerpos cvicos no haba tenido resultados satisfactorios frente a laausencia de equipamiento necesario para asegurar la disciplina en los cuerpos: lasmilicias son despreciables por su indisciplina -confes San Martn al ministro de

    guerra. Para entonces, estaban organizadas por cuatro compaas, dos de cvicos pardos

    25 Aunque el censo de 1812 no distingue entre negros libres y esclavos ilustra la representacin de lacasta en la composicin social de Cuyo antes de la leva. Sobre 8506 negros registrados en toda lajurisdiccin, Mendoza reuna 4456 (33% sobre total de la poblacin), San Juan 2577 (20%) y San Luis1473 (9%). En sntesis Mendoza reuna ms de la mitad, San Juan el 30% y San Luis el 16%. Masinicalcula que el total de 4200 esclavos pudo haberse distribuido del siguiente modo: Mendoza 2200, SanJuan 1500 y San Luis 500. Cifras que le permiten considerar una representacin aproximada de 16,5%para la capital, 11,5% para San Juan y 3,1 % para San Luis. Vase Masini, Jos Luis:La esclavitud negra1962;196326 Correspondencia de San Martn a Toms Godoy Cruz, Mendoza 12 de junio de 1816.27

    Correspondencia de Manuel Belgrano a San Martn, Jujuy 25 de diciembre de 1813: EpistolarioBelgraniano, Prlogo de Caillet-Bois, Ricardo, 2001:247-25128 Gazeta Ministerial del Gobierno de Buenos Ayres, 19 de junio 1812, n 11.

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    y dos de blancos a lo que se sumaban tres escuadrones de caballera29. La gestinsanmartiniana introdujo cambios significativos en el segundo semestre de 1815 aldisponer que se triplicara el nmero de pardos libres al servicio miliciano para lo cualorden al Cabildo confeccionar una lista de pardos libres entre 16 y 50 aos de la capitaly la jurisdiccin con el fin de fomentar por todos los medios la fuerza para sostener

    nuestra libertad civil contra los tiranos peninsulares30

    . No obstante, la sospecha de unavance del ejrcito realista desde Chile a Cuyo para sofocar a los insurgentesporteos31, justific profundizar la presin reclutadora que impact prcticamentesobre toda la poblacin negra masculina: por un bando del 12 de enero el gobernadorintendente orden la formacin de dos compaas cvicas de infantera con todos losesclavos de la ciudad y de la campaa entre 14 y 45 aos los cuales deban cumplir conlos ejercicios doctrinales, y oblig a los amos correr con los gastos de uniforme comoorden expresa y terminante. Dos bandos siguientes completaron el cuadro: por el

    primero se elev la edad de los esclavos de 45 a 55 aos; por el segundo, los libertos yesclavos originarios de la emigracin chilena fueron tambin integrados a los batallones.En suma, entre 1813 y 1816, la organizacin miliciana de negros libres y esclavos

    experiment un aumento significativo en el nmero de cuerpos y de plazas aunquepreserv la divisin de castas vigente al momento de la Revolucin. Con ello se ponade manifiesto las influencias ejercidas por los capitulares, convertidos en la voz oficialde los amos, con el fin de evitar la alteracin de las jerarquas sociales heredadas delantiguo rgimen al interior de la experiencia de militarizacin conducida por elgobernador intendente. Que ese resultado haba desviado la intencin uniformizadoraoriginaria del jefe del ejrcito, dio cuenta el mismo San Martn en una contundentemisiva dirigida al Director Supremo Juan Martn de Pueyrredn:

    El nico inconveniente que ha ocurrido en la prctica de este proyecto a fin dereanimar la disciplina de la infantera cvica de esta Ciudad, es la imposibilidad dereunir en un solo cuerpo las diversas castas de blancos y pardos. En efecto, eldeseo que me anima de organizar las tropas con la brevedad y bajo la mayor orden

    posible, no me dej ver por entonces que esta reunin sobre impoltica eraimpracticable. La diferencia de castas se ha consagrado a la educacin ycostumbres de casi todos los siglos y naciones, y sera quimera creer que por untrastorno inconcebible se llamase el amo a presentarse en una misma lnea con suesclavo. Esto es demasiado obvio, y as es que seguro de la aceptacin de S.E., hedispuesto que permaneciendo por ahora las dos compaas de blancos en el estadoque tienen hasta que con mejor oportunidad se haga de ellas las innovaciones ymejoras de que son susceptibles, se forme de slo la gente de color as libre como

    sierva, un batalln bajo este arreglo; que las compaas de granaderos y primerade las sencillas se llenen primeramente de los libres con la misma dotacin deoficiales que tiene y que la segunda, tercera y cuarta la formen los esclavos. Deeste modo, removido todo obstculo, se lograrn los mejores efectos32.

    29Anales. Libro Copiador de la correspondencia del Gobernador Intendente de Cuyo, Tomo II,Mendoza, UNC-Facultad de Filosofa y Letras, 1944, p. 246, 247 y 49030 Oficio del Gobernador Intendente de la Provincia de Cuyo solicitando al Cabildo lista de pardos ymorenos libres entre 16 y 50 aos de la capital y su jurisdiccin, 10/06/1815. Documentos para la

    Historia del Libertador General San Martn, Tomo II (1944: 414)31 Archivo General de Indias, Diversos 4 y 5.32 Masini Caldern, Jos L, 1962:24

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    En suma, y de acuerdo a lo sealado por la literatura33, los noveles reclutas de lajurisdiccin fueron encuadrados con oficiales y tropas ya experimentadas cuyascombinaciones dieron origen, entre 1814 y 1816, a los batallones n 1 de Cazadores y n11 que sumaban 560 y 683 hombres; ms 50 artilleros al mando de Pedro Regalado dela Plaza. A partir de 1815, y en el curso del ao siguiente, se organizaron los batallones

    n 7 y n 8 de Infantera, que totalizaron 1552 plazas, de las cuales 1045 fueron enviadosdesde Buenos Aires que se complet con los esclavos de la regin. La caballeraestuvo representada por los cuatro escuadrones de Granaderos a Caballo y el ncleo deun quinto que form la escolta del general en jefe con el nombre de Cazadores aCaballo, para lo que se reunieron sus efectivos hasta entonces en la Banda Oriental y enel ejrcito del Norte, a los que se agregaron reclutas de San Luis hasta completar 742

    plazas. Los efectivos de la artillera, un batalln de 258 hombres, provino de BuenosAires durante 1815 y 1816.

    En suma, la experiencia de militarizacin en Cuyo exhibe la confluencia desoldados con procedencias sociales y territoriales diversas en una maquinaria guerreracomn dependiente del gobierno central de las Provincias Unidas recin declaradas

    independientes. Ahora bien hasta qu punto esa sociabilidad guerrera haba favorecidola formacin de identidades polticas? Una serie de conflictos suscitados en Chile comoconsecuencia del arribo del xito obtenido por el ejrcito de los Andes en Chacabucoiluminan aristas fascinantes acerca del interrogante formulado. Para ese entonces, yaunque San Martn haba renunciado al cargo que el cabildo de Santiago le haba

    propuesto, cediendo paso a la eleccin de Bernardo de OHiggins a la cabeza delgobierno patriota, la presencia de las tropas libertadoras generaron disturbios ydesconfianzas a pesar de las recomendaciones dirigidas desde arriba por robustecerlazos de unin. La proclama dirigida por el lder chileno en ese contexto, no habasurtido el efecto esperado:

    Es una de mis primeras obligaciones recordaros la ms sagrada que debe fijarse envuestro corazn. Nuestros amigos, los hijos de las Provincias del Ro de la Plata,de esa Nacin que ha proclamado su independencia como el fruto precioso de suconstancia y patriotismo acaban de recuperarnos la libertad usurpada por lostiranos [] La condicin de Chile ha cambiado de semblante por la grande obrade un momento en que se disputan la preferencia el desinters, mrito de loslibertadores, y la admiracin del triunfo34.

    El problema se haba suscitado concretamente cuando OHiggins deleg elmando poltico en el coronel del ejrcito de los Andes, Hilarin de la Quintana, queintegraba la flamante Logia con la cual los lderes patriotas crean asegurar el controldel poder revolucionario en Santiago. Aos despus el antiguo guerrero de la

    independencia atribuy los orgenes del malestar a las murmuraciones que circularon enla capital de que aquel pas era una provincia de Buenos Aires cuando tena sugobierno independiente y estaba formado su ejrcito, y que la existencia de esasdesconfianzas se manifestaban sobre todo al interior de los cuerpos armadosacantonados en la ciudad: los oficiales tenan choques diarios, y siempre era necesario,

    por poltica, dar la razn a los naturales de Chile, y reprender a los de la RepblicaArgentina, y aun hacer repasar la cordillera a algunos, por invitaciones del gobiernochileno. Y despus de lamentar que tal ha sido la suerte de los porteos en todas

    partes, por premio de haber llevado la libertad en todas direcciones, concluy suexposicin argumentando:

    33 Goyret Jos Tefilo:Las campaas libertadoras, 2000:318-31934 Espejo, Jernimo, 1963:410

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    Para dar a los ingratos una leccin prctica de las ideas de la Republica del Plata,tom sobre m solo, y contra la responsabilidad declar e hice proclamar laindependencia de Chile, fij su bandera nacional, hice batir moneda del mismocarcter, y mud la escarapela a los cuerpos chilenos, que hasta entonces usaban lamisma que sus auxiliares35.

    Aun aceptando que la relacin del coronel del ejrcito de los Andes aparezcaviciada de defensa pblica por el desacertado comportamiento poltico, un dato resultaelocuente: ninguna representacin corporativa y/o militar poda ser capaz de esmerilarlas fricciones, inestabilidades y tensiones alimentadas al interior de los regimientos y

    batallones arribados desde la jurisdiccin rioplatense con los nuevos reclutados en elbastin reconquistado a la causa independiente. En otras palabras, la militarizacinrevolucionaria forjada de cara a una empresa poltica americana haba precipitado elreemplazo del esquema de identificacin socio-cultural y poltico heredado del antiguorgimen, erigiendo en su lugar una lealtad poltica preferencial en relacin a difusas eindeterminadas soberanas/estado/patrias por sobre otras cuya obediencia no resultabaser fcilmente transferible.

    *

    Hacia 1819 la revolucin rioplatense languideca completamente. La sancin yjura de la Constitucin centralista emanada del seno del Congreso soberano resultinsuficiente para hacer de ella un pacto poltico estable entre las provincias de la unin.Para entonces, la renuncia de Pueyrredn como Director Supremo haba impedido elfinanciamiento de la campaa al Per y disminuido el ascendiente de San Martn enSantiago de Chile: un ejrcito acuciado en equipos y salarios repas la cordillera de losAndes a fines de 1819 en medio de un clima conflictivo que habra de precipitar lafractura definitiva del gobierno de las Provincias Unidas. Despus de desor la orden dela autoridad central de enfrentar el ejrcito a su mando contra los anarquistas ofederalistas del Litoral, San Martn emprendi el regreso a Chile. El 9 de enero de1820 estall en San Juan una rebelin liderada por tenientes y sargentos del batalln deCazadores de los Andes que cuestion el sentido de unidad eficiente dado al gobierno

    por los enrolados en el partido martiniano y depuso al teniente gobernador; das mstarde presentaban su renuncia el teniente gobernador de San Luis, y el Gobernadorintendente de Cuyo. La ocupacin de la plaza sanjuanina al grito de muera el tirano yvivas a la libertad y a la federacin pona punto final a la Gobernacin cuyana dando

    origen a tres provincias. Dos das despus, los oficiales del Ejrcito del Norte tampocoprestaron obediencia al gobierno central precipitando la completa pulverizacin delcentro revolucionario que qued rubricada con la derrota de las fuerzas directoriales enlos campos de Cepeda (3 de febrero 1820). El xito de los lderes federales que desdeaos atrs vean cercenando las bases sociales y polticas en las campaas de BuenosAires, abrieron un escenario radicalmente distinto dando origen a la proliferacin desoberanas independientes en la completa geografa de las antiguas Provincias Unidas.

    La especificidad del ciclo poltico que se extiende entre 1820 y 1852 exhibe como ha sealado Jos Carlos Chiaramonte- una confederacin de soberanasindependientes sujetas a pactos interprovinciales que no consiguieron hacer de ella unEstado-nacin moderno frente a la ausencia entre otras cosas de elites polticas

    35 Hilarin de la Quintana, 1963:33

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    unificadas. No obstante, esa emergencia no impide identificar algunas notas comunesdel drama poltico y social al que se enfrentaron las nuevas entidades polticasemanadas del colapso del poder central. En torno a ello, la movilizacin de las miliciasurbanas y rurales en beneficio de las identidades provinciales, el sistema de incentivosmateriales arbitrado por los gobiernos provinciales para garantizar su adhesin (que

    inclua por desde el fuero militar hasta el salario), el realineamiento del personal polticoy administrativo, y el proceso de institucionalizacin orientado a asegurar el control enlas campaas, se convirtieron en dispositivos medulares del orden posrevolucionarioque prevaleci hasta las ltimas dcadas del siglo XIX. La centralidad obtenida por esaamalgama compleja de actores sociales y polticos movilizados por las guerras deindependencia y las civiles que le sucedieron, habra de convertirse en nervio de laconstruccin del sistema poltico nacional. Y sobre ella habra de operar decididamentequienes imaginaron su integracin como decisiva en el cuerpo poltico de la nacin paracuando el gobierno central dispuso la creacin de las guardias nacionales despus desancionar la constitucin nacional de 185336. Para ese entonces, no eran pocos los quecrean posible hacer del ciudadano en armas un sujeto primordial de edificacin

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