Perros en el cielo

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PERROS EN EL CIELOCamila Bordamalo García

ISBN: 978-958-98368-9-7Diseño de carátula e ilustraciones:

Camila Bordamalo Garcí[email protected]

www.flickr.com/photos/dibujosdecamilabordamaloCorrección de estilo:

Álvaro Moreno

ANTIQUUS EDITORES LTDA.Diseño y diagramación:

Exneyder GonzálezCra. 3 No. 8-62 Bogotá, Colombia

Tel: 571-3411114Fax: 571-2813571

Email: [email protected]

Prohibida la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio, sin autorización escrita de la Editorial y el Autor.

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No le cuente a nadie que leyó este libro

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A mi tío, y a mi mamá que inventaba historias para mí cada noche

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1998-2000

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-¡Qué originales!- Somos los únicos dueños de casa que nos entramos por la ventana, le dije a mi mamá mientras me trepaba. Cosas de otras vidas: tengo ínfulas de ladrón, me encanta meterme por la ventana y lo hago con tanta frescura. Si pasara alguien que no me conoce se diría: qué ladrona tan descarada, se entra por la ventana del frente; ese alguien obviamente sería un paranoico citadino, y si pasara un solapado ladrón se diría: ¡qué falta de pudor, qué falta de discreción y de astucia! Entrarse por ahí resulta demasiado evidente y arriesgado, necesita unas clasecitas, primero que todo hay que entrarse por detrás. Si me viera una monja pensaría: ay, Dios mío, pobre gente le van a desocupar la casa, ¡Dios mío, protégela!, es que este mundo está tan endemoniado. Y si pasara un profesor pensaría: qué jóvenes tan desubicados los de ahora, les falta mano dura, se ve que no estudian, se ve que no hacen tareas ni ayudan a sus padres; vagos. Si me viera un policía... me cogería a garrote; si en ese momento pasara un rebelde revolucionario se diría: esa puede ser una gran estrategia, sería ideal que el pueblo se tomara las casas entrándose por las ventanas. Si un joven me viera le parecería...eso depende de la clase de joven, le podría parecer divertido o le podría parecer ridículo. Y si pasara un hombre solitario, él tal vez pensaría lo correcto, que olvidé la llave, o de pronto se asustaría. Y si por ahí anduviera un predicador !Oh¡ no quiero ni pensarlo, eso sería terrible, me diría: ¡hija mía, conviértete!, encontrarás la luz, pero ahora bájate de esa ventana, ¡escúchame! Dios está contigo, mira, yo antes era un ser sin rumbo, perdido en el mundo... Y si pasara un poeta, eso no sería nada malo, convertiría el hecho de treparse por una ventana en algo maravilloso y celestial, escribiría una poesía sobre mi cuerpo trepando. Y qué tal que pasara un pintor, él pensaría: buena

Un escrito monótono

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pose para un cuadro y a lo mejor me pintaría. Si me estuviera viendo mi mamá, ella, como siempre, esperaría a que le abriera la puerta. Y si me viera mi hermana se pondría a pelear porque seguramente a ella también le gustaría entrarse por la ventana.

Lo que he dicho no tiene sentido porque nadie me ve cuando entro por la ventana.

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Sucedió en una casa grande. Vivían varias personas y ninguna de ellas se imaginó que Carmen, la callada, siempre pálida y con cara de yo no sé, moriría primero. Tenía 16 cuando murió.

Hacía poco había salido a vacaciones. Era domingo y acababa de llegar del pueblo con su mamá. Se había comprado una colombina –a ella siempre le gustó el dulce–. Era un día caluroso y todavía no estaba el almuerzo, la gente de la casa se movía en distintas direcciones y Carmen le dijo a la señora del servicio que le dolía la nuca y que se iba a recostar. Con seguridad nadie notó su ausencia hasta que se llegó la hora de almorzar. Entonces mandaron a la empleada que llevaba mucho tiempo trabajando con ellos, una cincuentona delgada y canosa que a pesar de ser muy seria tenía algo especial. Ella fue a llamarla, pero Carmen no se despertó. La imagen era estremecedora: la cama en la mitad de la habitación y sobre ella recostada Carmen, en posición relajada y con la colombina entre la boca.

María llamó casi paralizada. Todos entraron al cuarto y se quedaron mirando a Carmen sin acercarse demasiado. Entre la multitud estaba un niño de cinco años, pero nadie se había percatado de su presencia, pasó por entre las piernas de los adultos, se acercó a Carmen y antes de que alguien pudiera pronunciar una palabra, cogió la colombina y ¡pum! se la metió a la boca.

Niños

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Que moda tan cruenta esa, a mí me angustia mucho, además todos están neuróticos, tanto, que el señor encargado de contar los cadáveres se desesperó porque empezó a contar y se confundió. Tenía todos los muertos en fila, entonces intentó otra vez, pero perdió la cuenta. Lo hizo de nuevo, pero se volvió a confundir. Entonces se puso histérico y decidió decir que eran quinientos muertos.

La reportera en el noticiero dijo: “en Barranca una cruenta masacre de quinientos muertos”.

Y pasaron las imágenes en todos los noticieros hasta que ya los cuerpos se empezaron a descomponer y ahí sí se percataron de que en vez de filmarlos debían enterrarlos. Mientras los iban enterrando, los iban contando, y se dieron cuenta de que eran doscientos treinta y dos cadáveres. En esa ocasión, como cosa rara, rectificaron la información en el noticiero y la reportera anunció: ¡Ah! Sólo fueron doscientos treinta y dos muertos, no quinientos. Solamente doscientos treinta y dos.

Colombia moda

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Por ahí va el José, no se le acabó el mundo. Recuerdo que se había ido a preparar a su mamá para el fin, que según él era el 31 de diciembre del 99, pero el mundo no se acabó y ahora no ha sido capaz de mirarme a los ojos, yo puedo imaginármelos a él y a su mamá arrodillados con un rosario esperando el fin que nunca llegó. Como quien dice, se quedó con los crespos hechos.

Comisuras

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Ahorcarse no porque sería muy patético para el que la encontrara. Lanzarse por la ventana tampoco porque existía el riesgo de quedar viva y eso sería peor. Pastillas menos porque de pronto llegaba algún imbécil y la salvaba. Cianuro no era fácil conseguirlo y menos para ella que no conocía a nadie. Cortarse las venas no porque no merecía una muerte tan larga. Quería algo rápido y sin dolor. Pegarse un tiro: tendría que conseguir un arma y además no sería capaz de apretar el gatillo.

La única forma de matarse, aunque lenta, era lo que había hecho siempre: levantarse al otro día e irse al trabajo. Eso fue lo que hizo: abrió los ojos y se levantó a iniciar otro día. Vio la luz y, aunque habría preferido que no amaneciera jamás, se paró, se bañó y se fue al trabajo.

La suicida

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“El alcalde es marica”, eso era lo que se oía en todas partes: en los restaurantes, en la calle, en las papelerías, en las tiendas, en los supermercados; en todas partes, en los buses, en el banco..., “el alcalde es marica”. “Sí, el alcalde es marica”, repetía cada persona en San Gil.

Al fin se pronunció al respecto: Todos dicen que soy marica.

¡Maricas los que votaron por mí!

La respuesta inteligente

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Erase una vez un ser de belleza singular que en lugar de decir suave decía sutil, en vez de decir rápido decía fugaz. Cuando algo le parecía bello decía es sublime; si sentía algo real decía “siento algo corpóreo”. No decía sensible sino sensorial, y él no tenía sueños en su mente sino quimeras. Lo agradable le parecía embriagador y cuando conocía algún otro ser pacífico, decía “él es dulce”. Al placer lo llamaba deleite... y él vivía feliz, pero un día conoció a una mujer igual a él y entonces, sabiendo que ella era todo eso junto, dijo: “loca”, y no volvió a hablar. Lo invadió el silencio.

Nebulosa

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En la universidad les gusta jugar a la lleva congelada, sólo que el que se congela, se congela de verdad, para siempre... Hacen dos equipos, uno está vestido de verde y el otro se tapa la cara; unos son los cazadores, otros los venados; unos, los verdes, tienen armas; los otros, los venados, corren y se defienden con piedras o con papas.

De vez en cuando congelan a algún venado, sólo que eso no se sabe, pero cuando congelan a los cazadores... entonces sale en la televisión, el juego se reanuda, no se vale el tapo. En la universidad les gusta jugar a la lleva congelada, los verdes se esconden en sus caparazones y los que se tapan la cara prenden hogueras.

Lleva congelada

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Yo sugiero, yo pienso, pues en mi opinión, yo creo que... a mi manera de ver, digo yo, sería bueno.

Cansado de su mala suerte le pegó una cuarta hoja al trébol y lo guardó en la billetera. Cuando se encontraba con sus amigos decía: Me encontré un trébol de cuatro hojas, soy muy afortunado, tengo buena suerte.

Trébol

El buzón de sugerencias yel hombre que no decía nada

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Ludovico se mira al espejo. Se cambia porque tiene una cita muy importante, su primera cita. Busca un cepillo y se peina. No le gusta como se ve, se vuelve a peinar, se sigue peinando durante un rato hasta que dice: “no, me veo demasiado peinado”. Entonces se despeina. Después limpia cuidadosamente sus zapatos. Se levanta, se echa perfume y se vuelve a mirar al espejo. No le gusta la ropa que lleva puesta. Saca otra camisa y la aplancha. Se la pone y se mira otra vez. Saca un pantalón y lo aplancha. Se cambia el pantalón también y se vuelve a mirar, esta vez si le gusta. Se queda cinco minutos mirándose: se siente elegante, tan elegante como para ir a su primera cita. Mira el reloj y sale de su casa.

Camina unas cuadras. Se siente bien aunque un poco nervioso. De repente pasa un carro y lo salpica, lo empapa con agua sucia.

Ludovico y su primera cita

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Cuando Ludovico está aburrido da vueltas por su casa, entra al cuarto, se mira al espejo, se desespera, piensa en algo para hacer, tal vez leer un libro o ver televisión. No quiere hacer nada, pero le da remordimiento perder el tiempo, entonces piensa en qué hacer y llega a la misma conclusión: no hay nada que pueda desaburrirlo.

Al fin se decide por lo mismo, lo que hace en sus ratos de ocio. Sale de su casa y se va al único consultorio del pueblo que siempre está lleno de gente. Llega a la sala de espera y se sienta. Ahora está haciendo algo, no está perdiendo el tiempo, está esperando. Ve a la gente que entra y que sale y espera.

Ludovico ya no está aburrido, está esperando, a pesar de que no va a entrar al médico nunca. La señora del lado le dice: “es su turno”. Ludovico se para y se va. Si le queda tiempo busca una fila muy larga y espera. Eso es lo que hace Ludovico en sus ratos de ocio.

Ludovico y sus ratos de ocio

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Algunas veces Ludovico amanece chistoso, amanece burlón, con ganas de molestar a los demás. Va a la cafetería de la esquina, que es grande, atendida por tres viejas, y se acerca al mostrador. No hay nadie porque es muy temprano o muy tarde. Ludovico camina y las tres viejas se le acercan, le preguntan qué se le ofrece y se quedan mirándolo, esperando a que diga algo, pero Ludovico no dice nada, se devuelve y se va.

Espera media hora y vuelve a entrar, como no hay nadie más a quien atender, las tres viejas se acercan otra vez, sólo que esta vez no le preguntan nada, sino que esperan a que él pida lo que quiere, pero hacen cara de “qué se le ofrece” Ludovico mira todo, pero no se decide por nada y vuelve a salir. Se ríe mucho afuera, espera media hora y vuelve. Las tres señoras ponen cara de bravas, pero igual se acercan al mostrador porque no hay nadie más a quien atender. Ludovico mira todo lo que hay, las viejas esperan, él sigue mirando. Se demora mucho porque está pensando en algo que no haya para pedirlo, y no es difícil dar con algo porque en esa cafetería no hay casi nada: hay más personas atendiendo que productos. Mira al techo, al lado, a través, al revés y dice: “¿Tiene sándwich con salsa de ajonjolí?”, pero las señoras no tienen. Entonces Ludovico se va y se ríe, piensa a quién va a molestar ahora.

Ludovico y sus bromas

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El que menos corre vuela

“Si vieras, el día de mi cumpleaños mis papás hicieron la comida y después nos dejaron solas, entonces empezamos a tomar y llegaron otras amigas con unos tipos churrísimos, no los rumbeamos a todos. Había uno de gafitas divino, si vieras, me lo rumbié, hicimos de todo.

“Yo sé que esas como tú, con cara de mosca muerta, de yo no fui, son las más lanzadas. Apenas tienen la oportunidad cogen a los tipos y no los sueltan, son unas pisa pasito, solapadas. Yo sé, ya te veré cuando tengas la oportunidad”.

Eso me dijo mi amiga. Lo que no sabía es que el de gafitas era yo disfrazada.

La travesti

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El once de septiembre en el preciso instante en que un avión se estrellaba contra las torres gemelas, una hormiga de un parque público llevaba un pétalo a su hormiguero, un gusano salía de su crisálida, una gata daba a luz en un rincón lejano del planeta, una avispa refrescaba sus huevos, un niño moría de hambre en Somalia, en ese preciso instante...

No hubo ningún nuevo orden mundial: la hormiga siguió cargando su pétalo, el gusano salió de la crisálida, la gata parió tres críos, la avispa refrescó sus huevos, y el niño, como muchos otros, murió.

Hechos

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Pagué con un billete de diez. La señora sacó una caja de metal verde, la abrió y me dio las vueltas. En ese momento su hijo, al que le calculé unos cinco años, se le acercó y le dijo: ¡Huy, qué cantidad de dinero! -Sí hijo, aquí hay mucha plata- ¿Mamá, y tú por qué nunca te lo has robado?

Al otro día volví, pero ya no atendía la misma señora, y la caja verde estaba vacía.

Hijos

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Yo sabía que había algo que no me dejaba estar cómoda con ellos, pero no podía identificarlo. Era algo que ellos tenían y yo no, o al contrario. Lo cierto es que había algo que hacía que yo no encajara, yo lo sabía. Hasta que un día descubrí qué era: eran sus narices, todos ellos tenían las narices iguales, menos yo. Su igualdad consistía en la anchura, todas sus narices eran tan anchas, tan protuberantes, que les impedían ver más allá: no veían más allá de sus narices. Eso era. Lo descubrí un día que estaba sentada con ellos en la cafetería. Los estaba mirando a todos y de pronto advertí la similitud de sus narices y me di cuenta de que mi nariz no tenía nada que hacer ahí. Les agradecí la paciencia, la tolerancia a una nariz diferente y me fui espantada.

Incompatibilidad

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“El problema fue muy fácil de solucionar, a nosotros no nos gana nadie. No hay de otra ¿cierto? Fíjese que la cosa funcionó.

“Suicidios ¿Recuerda que antes les daba a todos por el suicidio? Se tiraban de los edificios, de los puentes, se les atravesaban a los carros, se envenenaban, en fin... Y nosotros jodidos hermano, jodidos porque entonces quién iba a producir, quién mantendría nuestras casas, nuestras fincas, quién iba a patrocinar nuestros viajes, nuestras rumbas... qué vidas íbamos a controlar, de quién íbamos a abusar, de quién nos burlaríamos, y ya ni la religión, acuérdese, ni los curas podían impedir que la gente se suicidara, ¡Ni que fuera tan terrible! La opresión se hizo para ellos, ellos lo querían así, pero el suicidio se puso de moda y las cosas empezaron a complicarse. Es que era mucha gente la que se mataba, eso era una pérdida económica muy grande. La demanda bajó y nuestras industrias se estaban quebrando, y por otro lado no había quien trabajara. Preguntaba uno por el empleado fulano y se había suicidado; iba uno a dónde las putas y se habían suicidado hermano.

“Pero la solución era simple; un intento fallido de suicidio y pa´ la cárcel. Y si se mataba, los hijos iban a la cárcel, y si no tenía hijos, la mamá, y si no tenía mamá, los hermanos, la novia... y funcionó. Funcionó porque son vulnerables. ¿Se quieren cierto? No son egoístas como nosotros. Ninguno era capaz de matarse sabiendo que su pequeño hijo de once años pasaría el resto de su vida en una cárcel. Entonces el número de suicidios bajó mucho. Se amenazaban entre ellos, decían cosas como: “si se suicida no le voy a dar digna sepultura y lo voy a odiar”, “si se suicida lo mato”. Solucionado el problema.

Políticas

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“Se cambió la legislación, se agregó el deber de estar vivo, se agrandaron las cárceles y estuvo solucionada la vaina; pero hubo un caso aislado acuérdese, una familia entera se suicidó, pero sólo una.

“¿Brillante, no? Esa fue idea de mi bisabuelo. Es que era un duro ese man, era muy inteligente el hombre, nadie le ganaba… a nosotros nadie nos saca de aquí, viven y producen, ¿Cierto? ¡Qué tal!, si se suicidaba dejaba a su prole en la cárcel!

“Pero sabe qué hermano, yo ya no tengo familia, ya los maté a todos, ya les quité lo que pude. Estoy sólo así que nadie va a ir a la cárcel por mi suicidio”.

Caminó hacia la ventana, la abrió y volteó a mirar a su interlocutor por última vez. Entonces se subió y se embarcó en un descenso de 20 pisos.

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Por una de las calles aledañas a la plaza corrían un par de niños. A su paso dejaban a un vagabundo tirado en el andén con una herida en la cabeza. El hombre no tuvo fuerzas para defenderse del ataque de los impúberes, que lo cogieron a piedra hasta dejarlo sangrando. Estaba inconsciente y de su frente manaba sangre. La gente lo miraba con asco. Algunos, interrumpiendo su marcha, se detuvieron a mirarlo y a murmurar frases ininteligibles; nadie estaba dispuesto a untarse las manos ayudándolo y, aunque su aspecto les espantaba, intentaron despertarlo, pero creyeron que estaba muerto y se alejaron.

Minutos después el vagabundo se despertó al sentir un golpe en la pierna. No pudo ver al niño sonriente que lo pateó, porque el pelo le tapaba la cara y retirárselo implicaba un esfuerzo que no podía hacer.

Pasó la noche así, inmóvil, tirado en la acera. Había llegado al pueblo en la madrugada y después de andar buscando su casa fue sorprendido por los niños que lo redujeron a ese desagradable estado de delirio e impotencia. Venía desde muy lejos. Había recordado su morada y a su madre después de largos años de olvido, y lleno de dicha se había echado a caminar en busca del pueblo. Su travesía duró varias semanas, pero ahora, tirado en el suelo no podía disfrutar de la llegada.

Con la luz del sol llegaron no sólo los cantos de los pájaros que anidaban en los árboles de la plaza, sino también los ruidos de los carros y las bicicletas, y el zapateo de las gentes que iban presurosas de un lado para otro. El moribundo se despertó, se tocó la herida y se echó el pelo hacia atrás.Se levantó con dificultad y reconoció la calle.

El vagabundo

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Una callada emoción lo invadió al recordar el regazo materno. Se miró: su aspecto andrajoso lo avergonzaba más ahora que había recobrado la memoria. Caminó hasta el parque y se acercó a la pila que quedaba en el centro, rodeada de grandes árboles. Vio su reflejo en el agua y se lavó bien la herida y la cara, después se arrancó una de las hebras que colgaba de su pantalón y se recogió el pelo. Se metió la camisa sucia y raída, y después de mirar sus pies descalzos, se quedó pensativo contemplando todo cuanto veía. Permaneció así un rato, hasta que vio acercarse a un policía que lo miraba con recelo, entonces se alejó caminando torpemente.

La ilusión del hogar lo hizo olvidarse de su cojera. Ahora veía todo más claramente. Recordaba la tienda de la esquina, el restaurante, la miscelánea de más allá... Algunas cosas habían cambiado, pero no lo suficiente como para perderse. Mientras caminaba, pensaba en la reacción que tendría su madre, esperaba un abrazo, la veía llorando emocionada por su regreso. Después de tantos años lo debía creer muerto. Seguramente hasta lo había buscado, pero él, sumido en los abismos, no había podido recordar nada sino hasta ahora.

Agilizó el paso, volteó por la esquina y vio a media cuadra la puerta de su casa. Sintió miedo. Se acercó y golpeó, pero no le abrieron. Volvió a golpear pero nadie salió. En la ventana de la casa vecina se asomó una mujer. Él, impaciente, se fue a la panadería del barrio con la esperanza de ser reconocido, pero no lo recordaron. Salió de ahí dispuesto a esperar frente a su casa y se encontró con una multitud lúgubre que caminaba silenciosamente y lo miraba con desconfianza. Se dejó arrastrar por ella mientras buscaba a su madre. No la encontró, pero siguió buscando porque sabía que si el muerto era conocido ella podía ir vestida de luto entre esa gente. Fue adelantándose poco a poco hasta que, entrando a la iglesia, vio a los hombres que cargaban el ataúd y reconoció a uno de ellos. Era el vecino. Se le acercó a ver si éste si lo reconocía, pero pasó inadvertido.

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Estando tan cerca no pudo evitar mirar a la muerta. El cajón tenía destapada la ventanilla y el rostro de su madre se veía fácilmente.

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Baja en picada desde el noveno piso una procesión multiforme. Conforme a las leyes de la física, va cada vez más rápido. Si se observa detenidamente puede verse que, además, se ha ido estirando; esto debido a su liquidez. Una descripción exacta de dicha procesión sería muy difícil si el autor no fuera el que la ha alentado en su descenso, pero como no es el caso puedo contarles, además, que entre ella van pedazos de zanahoria, arveja, habichuela y hasta papa, todo esto unido por un líquido bastante vulgar, que no se diferencia en nada al aglutinante de cualquier sopa: tiene el mismo color pálido y podría decirse que la única diferencia la hacen los pedacitos de zanahoria y demás que son los que dan el sabor. Pero eso no importa ahora que la exuberante procesión está próxima a caer. Si mis cálculos no fallan, está pasando en este preciso instante frente a la ventana del tercer piso.

Su fin es marcado por el sonido casi estridente que se produce al chocar ésta con el suelo, ¡splash! Los miembros quedan ahora esparcidos en el patio del primer piso. Es posible que más adelante sean los causantes de la caída de un desprevenido inquilino o, si corren con mejor suerte, pueden ser lamidos por una mascota; incluso podrían ser pretexto para una carta quejumbrosa.

La procesión

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Eso es, dos puntos que se atraen no eligen necesariamente la línea recta. Hay ciertos puntos por ahí que han decidido encontrarse en zigzag, otros en curva, y otros, los más incomprensibles, no llevan una trayectoria definida y hacen cosas bastante absurdas antes del encuentro, tal vez porque en esas está el placer. Lo que seduce nunca está donde se piensa y ciertos puntos no llegan a encontrarse nunca.

Teoría de los puntos

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La mayoría de los puntos son iguales, tanto así que proclaman la famosa consigna “todos somos iguales” y hasta se les llena la boca cuando la pronuncian. Es por eso que cuando aparece un asterisco por ahí, los puntos se inquietan hasta el punto de llegar a destruirlo.

Cada vez que llega un asterisco hay alboroto y angustia, pues su presencia amenaza las consignas tan orgullosamente proclamadas por los puntos. Los asteriscos son escasos y se ven obligados a vivir escondidos o a camuflarse anulándose y moldeándose lo más parecido que puedan a un punto, pero sus intentos son inútiles, los puntos no se dejan engañar fácilmente y pueden oler a mil leguas a los asteriscos.

Idiosincrasia de los puntos

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El gran punto, creador del mundo puntual, está perplejo porque desde lo alto divisa líneas torcidas. El gran punto ve con asombro cómo ciertos puntitos lo desafían construyendo líneas que no son rectas, líneas enredadas y extrañas.

El sumo sacerdote se queja porque, según él, los puntos están construyendo líneas desviadas y se está armando un enredo terrible. Hay caos -dice el punto sacerdote- quizá el gran punto logre desenredar todo desde arriba.

El caos de los puntos

El gran punto

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En estos tiempos es difícil que el punto llegue a la punta, la punta no puede moverse según lo ha convenido la sociedad puntual. Si una punta decide moverse es condenada, y hay incluso quienes se atreven a llamarla “una punta cualquiera“, los más atrevidos hasta le quitan la n.

Los puntos, por su parte, sienten miedo de acercarse tanto a la punta que lleguen a caerse, por eso le huyen. En estos tiempos es difícil que el punto llegue a la punta.

Los asteriscos son víctimas de su propia luz y los puntos de su oscuridad. Pero los puntos no se dan cuenta de su propia oscuridad que los oprime y beben la luz de los asteriscos sin consideración, sin conciencia de la condena que sufren los asteriscos por su luz.

Condena y redención

Los prejuicios de los puntos

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Un problema muy común en el mundo de los puntos es el espacio; las confrontaciones se dan la mayoría de veces entre puntos y asteriscos. A los asteriscos les molesta que los puntos no les dejen espacio con sus trayectorias lineales inevitables e infinitas, y los puntos se empeñan en reducirle el espacio a los asteriscos hasta convertirlos en vulgares puntos. El asterisco se opone y el punto se impone.

Una razón por la que los asteriscos son tan escasos es que ocupan mucho espacio y con uno sólo basta para prolongarse en el espacio y en el tiempo; los puntos, en cambio, pululan por ahí condenados a la invisibilidad.

La lucha por el espacio entre los puntos y los asteriscos

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Tira la piedra y esconde la mano

En la infancia y desde lo alto en los tejados, Sade le apuntaba con su cauchera a uno de los obreros que arreglaban las goteras del techo de abajo. Escondido en la buhardilla con un montón de municiones, pasaba el tiempo tratando de darle a alguno en la cabeza, tarea cada vez más fácil, no sólo por la destreza que ya había adquirido, sino también porque el tamaño de las piedras, cuidadosamente seleccionadas, era cada vez mayor. Habiendo usado piedritas chiquitas e inofensivas en sus comienzos, Sade usaba ahora unas mucho más grandes, que le proporcionaban aciertos más frecuentes y hacían de su pasatiempo algo más divertido que el simple entrenamiento en el lance con cauchera.

Al principio se escondía cuando le daba a alguno, pero pronto entendió que el placer estaba en ver lo que sucedía después del golpe. Entonces se quedaba mirando imperturbable, mientras su mano escogía de entre el montón de municiones la próxima piedra. El obrero, llevado por una ira súbita, se tocaba la cabeza y miraba desesperado a sus compañeros. Después volvía a su trabajo y se detenía de vez en cuando a mirar a todas partes. El regocijo que esto le causaba a Sade no tenía límites.

Y así pasaba sus días: escogiendo piedras en el jardín y amontonándolas en la buhardilla, para luego deshacerse de ellas lanzándolas con la cauchera.

El pasatiempo fue volviéndose cada vez más metódico y más parecido a una disciplina, aunque no por eso desprovisto de las

Desde lo alto

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precauciones necesarias para no ser descubierto. Sade pasaba largos ratos esperando el momento oportuno para lanzar la piedra sin ser visto.

Un día, después de haber subido las municiones, se asomó desde la buhardilla con la piedra lista en la cauchera para ser disparada y le apuntó a un obrero que se detuvo unos instantes para limpiarse el sudor de la frente. El albañil, cansado y bronceado por el sol del mediodía, lo miraba fijamente con los ojos arrugados por la luz. Después de sostener la mirada unos segundos, Sade soltó el caucho y la piedra salió disparada con tanta velocidad que en un parpadeo lo alcanzó.

El hombre, que estaba al borde del tejado, tambaleó unos instantes antes de caer al piso. Mientras tanto Sade miraba, desde su escondite, cómo los demás obreros se asomaban presurosos al borde y veían desde lo alto al hombre inerte tendido en el piso y con la cara hacia el cielo, entre un charco de sangre.

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La carga que lleva es pesada, es dos o incluso tres veces más grande que ella. Sin embargo la puede levantar, con mucho esfuerzo, pero la puede levantar. Hace mucha fuerza, suda, arruga la frente... pero su enemigo no puede ver esto porque su vista es limitada, es tan corta que hasta le limita la conciencia. Ella no se rinde y sigue cargando esa mole inmensa de comida. Le duelen las piernas que, al lado de la carga, no son más que unas piernitas. Avanza lentamente, no puede levantar la cabeza, va mirando al piso concentrada para no perderse y camina con un esfuerzo que su adversario no percibe, pues es inhumano. Es un esfuerzo inhumano.

Él no se conmueve, coge la carga que la trae a ella consigo y la devuelve, la pone muy atrás en el camino. Ella siente un vértigo inexplicable, un vacío que la marea, y reniega del viento, pero vuelve a emprender su marcha paciente y así avanza cada vez más. Él en cambio, muy quieto en su lugar, la observa para cogerla otra vez y devolverla. Ella siente un mareo extraño que la deja como sin sentido, pero, pasados unos segundos, se reincorpora, mira a su alrededor y prosigue. Le parece que está más atrás, pero no tiene tiempo para detenerse a pensar en cosas raras, entonces sigue.

El se ríe deleitosamente y ella se apresura porque va a llegar tarde y todavía le faltan unas toneladas más para llevar, pero él la vuelve a elevar y la suelta, ella cae vertiginosamente varios miles de milímetros atrás; ya doblegada por el peso y además mareada por ese extraño retroceso en el espacio, suelta la carga. Él ríe de nuevo y coge una piedra. Ella ve de

Inhumano

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pronto una sombra grande en el piso, una sombra que se oscurece cada vez más y la llena de miedo. Mira para arriba y ve la piedra inmensa que se le viene encima. El niño la aplasta con fuerza y dice: hormiguita, hormiguita.

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PERROS EN EL CIELO

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Suspendido en el aire está el enunciado. Tras mucho tiempo de permanecer así se impacienta y se mueve en busca de un enunciador, pero no lo encuentra, parece ser que a nadie se le ocurre semejante enunciado. Se traslada de un idioma a otro, tampoco así logra ser dicho.

Algunas veces es pensado por alguien, pero nunca pronunciado por pena, por miedo y hasta por olvido.

Cierto día alguien intentó decirlo, pero terminó diciendo una cosa totalmente distinta y el pobre enunciado tuvo que conformarse.

Después se metió en la mente de un incauto y lo atormentó creyendo que así, tarde o temprano, iba a ser pronunciado, pero no resultó, y el incauto, enloquecido por su impronunciabilidad, se suicidó.

Al fin a alguien se le ocurrió y el enunciado feliz acudió al llamado. Se sentía cómodo en esa mente que lo descifraba hasta el final, pensaba que ya había encontrado a su enunciador, pero tampoco esa vez logró ser dicho porque la joven era muda. El pobre sigue dando vueltas por ahí buscando quien lo pronuncie.

Suspendido en el aire está el enunciado.

El enunciado sin enunciador

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…Este barrio se llama así porque es muy solo, por las tardes es soolo...solo, no se ve ni un niño por ahí, ni viejitos tampoco, le dijo la niña a la señora, que era una señora solamente para esa niña, para los demás era una muchacha de veinte.

-¿Cuántos años tengo yo? Le preguntó la señora a la niña.-Uuuh... por ahíii... ¡Cuarenta!-No te creo que el barrio se llame así porque es muy solo, eso es invento tuyo.-No. Es verdad.

La niña mentía. El barrio si se llamaba La Soledad, pero no era solo, la misma señora lo pudo comprobar cuando salió a la calle y vio que estaba llena de transeúntes: se veían niños, algunos llevaban cono y otros llevaban sólo a su perro, viejitos también había, varios niños eran los nietos de esas ancianas que los llevaban cogidos de la mano. Esa tarde hacía sol y por eso la señora sintió que era domingo; además, tanta gente le daba un aire festivo al barrio. -Dizque este barrio se llama así porque es sólo-, pensó la señora con burla y en ese momento vio en la mitad de la calle a una mujer de ojos grandes parada mirando a un perro, sintió curiosidad por ella. Esta si es una señora, tiene una pinta que bien podría ser la de una joven de 20, pero se ve mayor, bastante mayor -pensó cuando la mujer la miró- hasta podría ser una pinta mía. Después de estas consideraciones sobre la edad de la mujer, la señora para la niña, la joven para nosotros, miró al perro. Era un perro grande y bonito, estaba tirado en el piso sin moverse, miró otra vez a la mujer, vio sus grandes ojos tristes y sintió

La Soledad

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que le quería decir algo. Entonces miró para adelante y aligeró el paso; en ese instante comprendió que el perro estaba muerto. Había gente por todos lados, unos venían y otros iban, pero nadie se detenía ante la mujer, algunos hasta aligeraban el paso al pasar a su lado. Así que este barrio se llama la Soledad porque es muy solo... tiene razón la niña -se dijo la señora- y siguió su camino.

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“Wer es macht, der braucht es nichtWer es kauft, der will es nicht

Wer es braucht, der weiβt es nicht.”

“El que lo hace, no lo necesita,El que lo compra, no lo quiere,

El que lo necesita, no lo sabe”

Oyó cuando el árbol se vino abajo. Se asomó a la ventana y se quedó viendo las gotas caer. Apenas cesó la tormenta se puso sus botas y salió a mirar qué había pasado. A pocos metros de su casa yacía, tirado en el piso, un árbol; ya los primeros insectos habían salido de su escondite y caminaban sobre el tronco recién muerto.

Hacía tanto frío que no se quedó mucho tiempo. Unas horas después volvió con dos hombres que le ayudaron a llevarlo hasta su casa. El árbol no era tan alto y entre los tres pudieron cargarlo. Los hombres no preguntaron nada, el frío hacía que no tuvieran ganas de hablar -este invierno nos va a matar a todos-.

Lo dejaron frente a la puerta del garaje, recibieron su pago y se alejaron en silencio. Un niño se acercó y dijo: ese palo no le sirve, está verde.

Él no dijo nada y el niño se entró a la casa. Era el hijo de los cuidanderos. Subió al taller y bajó una sierra, cortó el árbol y se lo llevó. Después se midió contra la pared y volvió a cortar. Durante varios días estuvo concentrado en su obra. Empezó por sacarle lo de adentro. De

El árbol (invierno)

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vez en cuando se aparecía por ahí el niño y le preguntaba si no iba a comer nada. Se notaba que había sido mandado por su madre, que se preocupaba por el señor y no se atrevía a preguntar ella misma. Comió muy poco en esos días, su obra le quitaba todo el tiempo. Ni siquiera se bañó en casi una semana. Qué será lo que está haciendo, -se preguntaba la mujer- pregúntale qué está haciendo.

Pero él no contestó, seguía concentrado en su trabajo. Llevaba más de dos semanas en eso. Un día salió al fin y regresó con unas bisagras. Estuvo toda la mañana trabajando y por la tarde salió a caminar al bosque. Llegó con la corteza de un árbol y siguió trabajando hasta bien entrada la noche; lo forró todo con la corteza. Al otro día lo limpió con un aceite, y se sentó a descansar frente al gran ventanal.

-El señor está mirando por la ventana, mamá, mira y mira, yo no sé qué ve, qué es lo que ve que no se cansa...

-El paisaje -dijo ella-. Pero no había ningún paisaje, la niebla lo cubría todo.

Levantó el teléfono, habló unas palabras y bajó. Entró a la casa de los cuidanderos y les dijo que al otro día vendría un camión por ellos, que les había conseguido un trabajo mejor en una finca más bonita donde les iban a pagar más y sacó de su mochila un fajo de billetes.

El camión llegó y la mujer, su marido y el niño se fueron. Cupo todo y hasta sobró espacio. No tenían nada, sólo una cómoda vieja y una cama, una lámpara...muy pocas cosas.

Él vio desde la gran ventana cómo el camión se alejaba y cómo el camino se perdía entre la niebla. Las primeras gotas empezaron a caer y otra vez sintió ese frío insoportable subiéndole por los huesos; cuando estaba trabajando no lo sentía, no se daba cuenta.

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Miró el reloj, faltaba una hora para que llegaran, había pagado para

que fueran hasta allá, para que nadie tuviera que tomarse el trabajo de avisar, porque además habrían tardado mucho en darse cuenta y todo sería muy desagradable.

Ya estaba todo listo, se asomó por última vez al ventanal, contempló su obra con satisfacción, se acercó al armario y sacó el arma.

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El corazón es la única parte de la piña que no tiene ojos, el corazón es la única parte de la piña que no pica. Quisiera ser el corazón de la piña, porque ojos que no ven corazón que no siente.

El corazón de la piña

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2005

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Por eso le decía que fuimos como aves de mal agüero, porque nos miraron raro y se quedaron largo rato con la vista quieta sobre nosotros. Yo creo que es porque venían oyendo nuestra conversación. Han debido oír cuando él me dijo:

-No nos damos cuenta, uno puede morirse y no darse cuenta.

- ¿O sea que estamos muertos?

Eso le pasa a uno por estar hablando de lo que no sabe y por no creer en el poder de las palabras. Porque yo sí me di cuenta cuando el bus empezó a andar como borracho y todos gritaban. Yo oí el grito de esa mujer que se angustió tanto y, después, cuando el bus al fin paró, me di cuenta de que había sido un accidente y de que la mujer que gritaba estaba parada y bien y de que nosotros estábamos bien. Pero ellos han debido oír nuestra conversa, porque se nos quedaron mirando con los ojos como raros.

Él me cogió de la mano y como pudimos nos trepamos por la registradora y salimos. El otro carro era pequeño y estaba todo arrugado, ya no tenía forma, hasta podía uno pensar que eso no era ni había sido nunca un carro. Yo no vi bien porque él no me dejó. Él si vio la sangre ahí, derramada sobre el asiento. Y después nos echamos a correr, pero ni así podíamos dejar de sentir sus miradas. Es que fuimos como aves de mal agüero.

No nos damos cuenta

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Estamos huyendo. Le tenemos miedo al loco ese que viene a bajar los tacos de la luz. Cree que lo persiguen agentes secretos y apaga todo para que no lo vean, para que crean que no hay nadie. Nosotros ya estamos cansados.Le tenemos miedo al loco, por eso no contestamos el teléfono. No queremos que venga. Estamos tan hartos del loco ese, que bajamos los tacos de la luz para que crea que no hay nadie y se vaya.

El loco

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Por allá nada se movía, no corría el viento. Los únicos que nos movíamos éramos nosotros, Azabache y yo. De vez en cuando veíamos en el camino algún zapato viejo. Yo me pregunto quién habría botado sus zapatos en semejante desierto para que se le quemaran los pies, o serían los zapatos de algún difunto.

No había ni un palo que diera sombra y hasta los cactus estaban muertos. Pobre Azabache, que no tenía que mover dos patas como yo, sino cuatro, jadeaba y jadeaba, y yo sin una gota de agua para darle.

El sol de mediodía alumbraba todo el camino, pero ni siquiera así podíamos ver el final. El camino era largo y ancho. De vez en cuando parábamos, pero pronto sentíamos que el sol nos quemaba y entonces seguíamos. “Tranquilo Azabache que cuando salgamos a la carretera algún carro pasará”, y Azabache me miraba con esa mirada suya tan dulce.

Caminamos durante largas horas. A veces, al lado del camino, detrás de las cercas de piedra, encontrábamos algún cementerio de tumbas sin nombre y sin dueño. Se veían sólo cruces desnudas; a una le habían escrito torcido y de para abajo, “murió el día lunes”.

“¿Qué día es hoy, Azabache?” Pero si no sabía yo, mucho menos iba a saber Azabache. En el cementerio había una enramada, ahí nos sentamos a descansar. Esa fue la única sombra que encontramos en el camino, la de los muertos.

Después de mucho caminar llegamos a la carretera. “Ya verás que nos recoge un carro”. Paró una camioneta, pero él no se quería subir, con todo y lo cansado que estaba no se quería subir. “Vamos que así vamos a llegar más rápido”. Dos hombres me ayudaron a subirlo, pero él no quería, chillaba y se echaba de para atrás, se quería escapar.

Eso es todo lo que recuerdo

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La vida le habla a uno, pero uno se hace el sordo; me acuerdo cuando volteó a mirarme con esos ojos como de ternero degollado. Al subirlo le dieron un golpe en las costillas. Era puros huesos, Azabache era puros huesos: tan mala vida le había dado yo. Pero ahora podríamos al fin llegar a algún lado y estar bien.

En la camioneta iban más pasajeros. Hablaban en una lengua extraña, tenían los ojos negros y brillantes: gentes del desierto. Azabache babeaba y gemía, a veces parecía que se iba a botar a la carretera, pero entonces se volteaba a mirarme asustado, con ojos suplicantes. Si al menos hubiera podido calmar su sed, pero uno no oye las señales, uno se hace el sordo.

La camioneta paró y recogió a una wayúu con un perro, pero ese no hizo tanto escándalo. Total, se bajaron adelantito, en cambio nosotros seguimos. Yo miraba para atrás, veía esa línea amarilla de la carretera que se perdía en el horizonte y se metía entre el cielo y veía a una vaca que cruzaba la carretera y pensaba en Azabache, de eso me acuerdo. Vi también la tractomula que venía detrás de nosotros, cada vez más cerca. Pensé que quería adelantarnos, pero me quedé esperando, porque cuando me di cuenta la mula se nos venía, se nos fue encima. Eso es todo lo que recuerdo. Y de Azabache no quedaron ni los huesos. La vida le habla a uno, pero uno es terco, uno no quiere oír. Si por lo menos hubiera calmado su sed.

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Nací el 9 de octubre de 1919, tengo 85 años y soy soltera, solterona. Estoy nerviosa, dentro de unos minutos firmaré mi testamento por segunda vez. Mis sobrinos se enteraron, no sé cómo, del anterior y armaron tanto problema que tuve que cambiarlo. Yo pienso que fue la empleada de servicio la que les dijo. Las muchachas del servicio son las peores enemigas que uno puede tener, por eso le inventé que un sobrino viene para acá y la mandé a esperarlo abajo.

A esta edad ya se me torcieron los dedos, por eso he tenido que imprimir mi huella digital dos veces. También me he ido encogiendo: todos mis trajes me quedan grandes y los pies me quedan colgando cuando me siento.

Estoy nerviosa porque estoy esperando la muerte. Los testigos me dicen que tengo mucha vitalidad, que tengo más vitalidad que ellos. Son muy jóvenes, y he tenido que pagarles porque estoy sola, no tengo hijos, nunca me casé, soy solterona y ninguno de mis sobrinos podía servirme de testigo, porque les contaría a los otros y se matarían todos por mi rancho y mi carro. Por eso he tenido que pagar testigos, igual ahora plata es lo que sobra.

Parece que a mis ochenta y cinco años no logro escapar de los juzgados, de las secretarías ni de las filas. Todavía me veo envuelta en papeles y firmas. Llevo dos horas esperando para poder firmar el testamento. Hay un matrimonio y hasta que no salgan ellos no puedo entrar yo. El notario me dice que estoy en perfecto uso de mis facultades mentales, pero en mis ojos ya se vislumbra el final. Parecen ojos de vidrio, grises y transparentes.

En la notaría

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Si mi hermano viviera me ayudaría con todo esto; él podría encargarse de todo. Le dio un infarto saliendo de la oficina, la gente pasaba y creía que era un borracho, eso fue hace ocho años. El sí, todos los demás son humanos.

El matrimonio ya está por salir, se está tomando fotos con toda la familia. Nosotros no nos vamos a demorar en eso, no nos vamos a tomar fotos.

No tengo descendencia directa a la cuál dejarle mis pertenencias y he decidido dejárselas a mis sobrinos, que esperan mi muerte. Ya he firmado el testamento, y ahora me voy para mi casa. Por aquí no volveré. No es que me haya molestado nada, me han tratado muy bien, pero prefiero esperar en mi casa.

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Les voy a revelar mi verdadera edad: tengo 200 años. Mi apariencia de niña lo disimula muy bien, pero tengo 200 años. Me duelen todos los huesos, hasta los del dedo meñique. Estoy tan cansada que siento un peso constante en la espalda y tengo que hacer un esfuerzo permanente para poder respirar; me duelen los bronquios, y los pies al caminar. Mis ojos ya ven sin mirar, están cansados de ver lo mismo; siempre tengo sed, me duelen el cuello y la garganta y no me dan ganas de decir nada. Ya las noches no me alcanzan para descansar, los dientes se me destemplan y me rechinan, mi paladar se niega a probar los mismos sabores de siempre. Las cosas no han cambiado en estos doscientos años.

Me cuesta mucho dormir, mis párpados ya no quieren cerrarse, están aburridos de hacer siempre lo mismo. La sed no se me quita con nada y tengo las articulaciones como oxidadas, tengo que hacer fuerza para moverme y me duelen, he perdido el olfato, para mi pobre nariz todo es igual, después de tanto tiempo está cansada de oler lo mismo. Siento como si mi cuerpo fuera de trapo, lo siento enclenque y débil. Cada día que empiezo se me trepan por la espalda, sin previo aviso, los doscientos años.

Doscientos años

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Hubo un tiempo en el que era normal para todos los caracoles dejar huella. Todos dejaban su huella tornasolada.

Ahora, en cambio, es muy raro el que la deja, la mayoría está condenada a morir sin que nada se sepa de su camino.

¿Cómo pasó? No hay una respuesta clara, no hay una fecha exacta. Fue un cúmulo de cosas. Todo empezó hace mucho tiempo, cuando el imperio apenas comenzaba a formarse. Los caracoles se vieron de pronto llenos de ocupaciones y sin tiempo para fabricar esa cosa extraña de la que estaba hecha su huella. Todo eso fue muy lento, por eso nadie se dio cuenta a qué horas pasó.

El imperio fue creciendo cada vez más y a los pocos caracoles que aún dejaban huella se les prohibió y a algunos hasta se les obligó a desandar el camino recogiéndola. Los mandaron de vuelta a casa, y aunque el destino de todo caracol en ese entonces era volver a casa, a los que dejaban huella se les obligó a volver antes de tiempo.

El imperio siguió creciendo y los caracoles tuvieron que andar con la casa a cuestas, así como andamos nosotros con la muerte. Pero en un principio no era así, los caracoles andaban por ahí y dejaban huella, siempre sabían el camino de regreso a casa; ahora, después de tanta prohibición y con ese imperio tan grande, no hay caracol que deje huella, ya no tienen un camino para regresar, porque no hay a dónde regresar, porque no tienen esa cosa rara con la que hacían su huella y porque ya todo se les olvidó.

Historia de los caracoles

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1. Léase bien: tan “sabido” no tan “sabio”.

-Estamos aquí por algo muy importante. La cuestión es la siguiente: Hay cosas que están mal, la gente habla mal y los errores se transmiten de generación en generación. Estoy hablando del tan sabido1 dicho: “Más terco que una mula”. Yo les pregunto ¿las mulas son tercas, son verdaderamente tercas?

Y lo que es más importante, ¿les trae algo malo a las mulas su “supuesta” terquedad?

(Un largo silencio, los interlocutores parecen no entender.)

- ¿No, cierto? ¿Entonces por qué decimos terco como una mula y por qué nos empeñamos en seguir transmitiendo este dicho equívoco?

(Se cruzan miradas.)

- Pero ustedes se dirán “¿Para esto nos ha hecho venir?”

(Gestos de afirmación.)

-No ha sido sólo para eso, sino para hacerles una invitación al cambio. ¿Qué tal si cambiamos la mula por otro animal, eh? ¿Qué les parece?

(Sonrisas tímidas.)

-Pensemos en un animal que sea terco y al que su terquedad le traiga consecuencias funestas. ¿Se les ocurre alguno?

El terco

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(Silencios)

-Bien, ese animal es la chicharra. La chicharra pita y pita, nunca para, ¿nunca se cansa, cierto?

(Un “sí” desganado.)

- La chicharra es terca y ¿cómo muere la chicharra, alguien sabe qué le pasa al final?

(Gestos de negación)

-Se revienta, se revienta de tanto pitar. La chicharra es terca y su terquedad le trae nada más y nada menos que la muerte. Entonces, ¿cómo sería el dicho?

(Caras inexpresivas.)

-“Terco como una chicharra”. Yo los invito a hacer esa corrección, cada vez que alguien diga: terco como una mula, ustedes van a repetir lo que dije aquí hoy. Necesitamos que el nuevo dicho coja fuerza y desplace al antiguo, así es que necesito de su ayuda, de ahora en adelante nadie va a decir: “terco como una mula”, sino “terco como una chicharra”.

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Cuando D sacó las medias veladas del tercer cajón del clóset, el cajón de la ropa interior de su señora, todo imaginó menos que ella, debido a un pequeño percance, se devolvería, a saber, por el olvido de su crema para la boca. Y aún menos imaginó que se percataría del olvido cuando él ya se las había puesto después de arduas dificultades, y que llegaría cuando se terminaba de maquillar frente al tocador, valga decir, con las pinturas de su señora.

Pero así son las cosas y para D ya era muy tarde: los tacones, la falda, el chal y el maquillaje de su señora saltaban a la vista y no se podían disimular con un movimiento rápido.

Habría contado con mejor suerte si su esposa hubiera sido una señora más despistada, que no se detuviera en detalles banales, y tuviera mucho afán, porque entonces habría entrado apresurada, lo habría mirado a la cara y le habría dicho rápido: “¿D, no has visto mi cremita para la boca? No le habría dado tiempo para responder, sino que habría corrido al otro extremo del cuarto, la habría cogido de la mesa de noche y se habría ido en seguida como si nada hubiera pasado. Porque en realidad nada había pasado para ella, sino para D, que estaba a punto de morir de un ataque al corazón.

Ella nunca se habría dado cuenta o, en el peor de los casos, lo recordaría tan vagamente que lo confundiría con un sueño y lo contaría extrañada una mañana mientras se tomaba el café. Pero las cosas no siempre salen de la mejor manera y la señora de D le echó un primer

La señora de “D”

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vistazo a sus tacones y después, con la boca abierta, lo recorrió con la mirada. Acto seguido, pegó un grito ahogado y salió no como si nada hubiera pasado.

Esta vez no lo confundiría con un sueño, sino que se lo contaría a sus amigas del costurero cuando se reunieran a tomar el té y D estaría oyendo las risas de las señoras desde su habitación, valga decir, desde su lecho nupcial.

-Si por lo menos guardara el secreto- pensaba D avergonzado cuando las señoras lo saludaban. Pero no, las cosas no siempre salen de la mejor manera y a ella no le bastaba con contarlo como un chiste en todas las reuniones sociales sino que además se lo recordaba todos los días, tratándolo como a un niño: “no te vayas a disfrazar con mi ropa”, o “no te pongas mis medias veladas que me las dañas”, o “no uses mi labial”, le decía ella.

-Si tan sólo me hubiera esperado-, pensaba D. Pero así fueron las cosas y cuando D sacó las medias veladas del tercer cajón en el closet...

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Seguramente ha pasado mucho tiempo desde que me enterraron aquí. Para mí es siempre la misma noche larga, pero deben haber pasado siglos.

De nada me sirve saberlo porque lo olvidaré al rato. Siempre olvido que estoy muerta, ahora lo veo con claridad, pero dentro de un rato, cuando me harte otra vez de esta oscuridad, se me va a olvidar y voy a esperar a que amanezca. En vano, porque aquí nunca amanece.

Malditos sean los que me enterraron aquí. Si hubiera sabido que el castigo era eterno, no me habría suicidado, o me habría ido a otro país donde el castigo no fuera tan severo. Malditos sean por siempre, me han atado de por vida a este dilema insoportable. Me imagino que las cosas han cambiado, pero es que ya no sé cuánto tiempo ha pasado. No sé, pueden ser siglos o tan sólo unas noches, para mí es lo mismo siempre. Si no han cambiado, debe haber muchos en mi situación. No sé para dónde coger, quiero irme ya, pero veo los caminos y no sé por cuál irme. Eso era lo que querían cuando me enterraron aquí. A todos los suicidas nos enterraron en un cruce de caminos, para que nuestra alma no supiera por cuál camino coger.

Y nuestra alma no sabe.

No sé por dónde irme. Tengo miedo. Voy a esperar a que amanezca. Con la luz del día lo veré todo claramente y entonces me iré. Tal vez de día reconozca algún camino y pueda irme. Ya casi se va a acabar la noche. No se ve nada.

Cruce de caminos

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Mañana será otro día.

Debo estar soñando. Tengo una pesadilla, quiero despertarme. Cuando la luz entre por la ventana me voy a despertar y escogeré un camino. Todo es una pesadilla. Pronto va a terminar y, cuando despierte, ya no tendré que escoger, ya no estarán los caminos. Cuando despierte veré cómo la luz inunda mi cuarto y empezaré otro día más y ojalá no recuerde esta pesadilla, porque me da miedo.

Pero no me despierto ¿Por qué no me despierto? Debería despertarme ya.

¿Y si estoy despierta? Si, estoy despierta, esto no es un sueño, no va a llegar el día.

Estoy enterrada en un cruce de caminos porque me suicidé. A otros les quitaron la mano derecha para que no pudieran saludar a Dios. A mí me enterraron en un cruce de caminos, malditos sean por siempre. Quiero irme y no puedo. Tengo miedo, no puedo escoger. Esto no es cosa de muertos: para poder escoger tendría que estar viva. No puedo irme ¿Cuántos siglos más me esperan aquí?

No quiero estar aquí sola en esta oscuridad, la noche me da miedo.

Esta oscuridad eterna me da frío. No debe faltar mucho para que amanezca. Apenas entre la luz me voy. Esta noche está muy oscura, es la noche más oscura de todas. No veo nada. Quisiera salir.

¿Por qué no puedo salir, por qué?

No, no puede ser, no es posible, no puedo estar muerta. No puede ser, este miedo es una pesadilla. Ya me despertaré. Todo no es más que un sueño.

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Esta oscuridad eterna me da frío. No debe faltar mucho para que amanezca; apenas entre la luz me voy a levantar. Esta noche está muy oscura, es la noche más oscura de todas. No veo nada, quisiera salir. ¿Por qué no puedo salir, por qué? No, no puede ser, no es posible, no puedo estar muerta. No puede ser, este miedo es una pesadilla, ya me despertaré, todo no es más que un sueño. Pero, por qué…

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“Como te ves, me vi.

Como me ves,te verás.

Piensa más en Dios,Que pronto estarás aquí.”

Inscripción cementerio del Palmar (Santander)

Por allá no ha pasado lo que pasó por acá.

Nuestro pasado es su futuro, así como nuestro presente ya es el pasado de otros y nuestro futuro el presente de algunos.

Y pronto esto pertenecerá a nuestro pasado, tan pronto como termine de decirlo.

¿Ya?

Pasa-tiempo

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Aquí vivimos en un campo minado, no nos queda otro remedio. Todos los campos a nuestro alrededor están minados.

Es mejor tener cuidado al dar cada paso, pensarlo mil veces y no traicionarse.

Nos tratan como asesinos. No entiendo por qué nos temen.Han comprado a todos los que aún podían protegernos.

Antes de dar cada paso hay que pensarlo muy bien. Tarde o temprano uno cae, porque estar inmóvil lleva a la desesperación y hay minas por todas partes. No podemos escapar.

Este paso puede hacer que una mina... mejor me detengo, puede estar en la próxima palabra.

El paso

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* Trémulus temerosus.

Este miedo paralizante que yo tengo viene de atrás, de una vida pasada en la que fui zancudo y tuve que presenciar con horror la muerte de algunos de mis amigos y familiares. Caían sin previo aviso, ninguno pudo ver nunca las telarañas, ninguno podía ver la muerte. Yo le temía a las telarañas y ese miedo era espantoso porque de todas formas no me podía quedar quieto; debido a mi condición de zancudo me movía todo el tiempo, era por mi especie*: no podíamos quedarnos quietos en el aire, tampoco podíamos ver las telarañas. Yo vivía con terror, moviéndome atropelladamente hasta que un día me arañó la tela. Perdón, me teló la araña.

Telaraña

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Ustedes me ven en este momento rodeado de amigos: Se ven todos tan tiernos en torno mío, sonriendo a cada cosa que digo, hasta se podría pensar que me miran con cariño, pero no me miran a mí, ven sólo esto que sostengo en mi mano, de esto depende su amistad. No quiero que se vayan, sostengo esta botella con mucho cuidado. Trato de alargar el tiempo, prolongar al máximo la situación. Al menor descuido desaparecen todos de mi lado y yo los quiero tener aquí, así como ahora, sonriendo a todo lo que digo.

Un sorbo menos y su amistad se hace más débil, a cada sorbo dejan de quererme un poquito. Cuando ya no quede nada me odiarán.

No la quiero pasar porque falta poco para que se acabe y quiero tenerlos un poco más así, en torno mío. Quiero estar rodeado de amigos. Hablo para entretenerlos, pero las miradas en torno a la botella se vuelven ineludibles. Uno ya me ha pedido tímidamente que se la pase, otro lo secunda:

-O tome usted un poco, ¡pero muévala! -Un momento-, les contesto.

Y así es como se va acercando el instante aquel inevitable en el que la botella se acaba y mis amigos ya no me quieren y se van y yo me quedo solo como siempre.

Licor

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Ya ni siquiera se baña, duerme todo el tiempo, sólo se para a comer. Come mucho, eso sí. Será cierto eso de que enfermo que come nunca muere; pero no está tan enfermo. Nosotros lo cuidamos y le damos remedios, y cuando ya está bien otra vez, se para y se va, y dura uno o dos días por allá. No sabemos para dónde se va ni que hace, lo cierto es que siempre llega lleno de heridas.

No puede casi ni moverse. Antes era alegre y simpático, ahora no es tan confiable: a veces está de mal humor.

Ya ni siquiera se baña y es perezoso, no hace nada, duerme y duerme y si uno lo va a alzar se lamenta; busca puntualmente su comida y después se va otra vez.

Nosotras de todas formas lo queremos, lo consentimos y le damos comida cuando quiera, lo recibimos cuando llega y lo queremos igual, pues pensamos que debe tener sus motivos. No es una simple enfermedad, no es algo físico, es algo del alma: es que se le está muriendo. Apenas si hace el esfuerzo para aparecérsele en los ojos cuando nos mira.

Anda todo sucio y desganado, pero nosotras lo seguimos queriendo porque sus motivos debe tener, vaya uno a saber.

No sabemos para dónde va ni qué hace. Pero lo seguimos

queriendo porque cuando alguien está perdido no queda más remedio que quererlo.

Doribio

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PERROS EN EL CIELO

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Yo estaba mirando los rieles. Me detuve a mirarlos y pensaba en todas las historias que han tenido lugar en los trenes, pensaba si estos tenían alguna diferencia con los de mi país y hacía mis apreciaciones de ingeniero. Yo sólo estaba ahí mirando y pensando, pensando en no sé qué. Tal vez pensaba en cuántos hombres estarían ahora mirando unos rieles en algún lugar remoto y lamentaba que en mi país no tuviéramos ya tranvías. Pensaba en los suicidas y miraba. Me daba el gusto de pensar en mi idioma. Después de todo estaba solo y podía mirar los rieles y pensar, y tal vez esperar a que pasara el tren. Sólo miraba, no iba a hacer nada. Me detuve a mirar, tenía tiempo y podía todavía mirar lo que se me antojara y no como ahora, que sólo puedo ver esta pared.

Pero entonces tenía que pasar ese hombre que empezó a gritar como loco. Decía que yo me quería suicidar. Gritó tanto que de la nada empezó a llegar gente. Llegó la policía. Yo trataba de explicar, pero ellos actuaron tan rápido que no me dieron tiempo. Yo quería explicarles en mi mal inglés, pero no me creyeron. Alguien que se detiene a mirar los rieles no puede ser más que un loco. Eso es lo que recuerdo. Después me llevaron a una clínica y allá me dejaron así como estoy ahora, sin memoria y loco, porque ahora sí soy un loco de verdad.

Menos mal que en mi país ya no hay ferrocarriles, no soportaría ver uno, ahora sí que no lo soportaría.

Londres

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2006

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-Que ahora nos conozcamos se debe sólo a que en el fondo del restaurante uno queda oliendo a comida y a que en los puestos de adelante sólo había un puesto libre, el de la mesa donde yo estaba comiendo. Por eso te sentaste al frente mío. Podrá deberse a más cosas, pero todas igual de triviales. Si ese día no hubiera sido yo la que estaba en esa mesa sino otra ¿la habrías llamado?

-Te llamé a ti.

-Pero habrías llamado a cualquier otra.

-Te llamé a ti porque me gustaste.

-Te habría gustado otra.

-Sí.

-No me necesitabas a mí, necesitabas a alguien.

-¿Y?

-Y nada tiene valor, no tiene caso. Lo nuestro no vale nada. Somos sólo objeto de una historia que aún sin nosotros habría sucedido.

-¿Como piezas de ajedrez?

-Peor. Como comodines.

-¿Y?

-Y por eso lo nuestro se acabó.

El búlgaro y yo

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CAMILA BORDAMALO GARCÍA

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Mi padre nos dijo que moriría. Fue un día después de venir del cementerio. Había ido a visitar las tumbas de mis abuelos y cuando quiso salir vio que la puerta tenía candado y que no había nadie. Viéndose encerrado se trepó por la pared. Tuvo que saltar una tapia muy alta para venir hasta aquí y decirnos que le había llegado la hora, que sus padres se lo dijeron en el cementerio.

- Me dijeron que ya debía unirme a ellos.

Él sabía, mi mamá no supo si creerle o no. Pero a la semana se enfermó y a los quince días de habérnoslo dicho, murió en el hospital de una apendicitis.

Él lo sabía muy bien y dejó todo listo, todos los papeles en regla. Llamó a mi mamá dos días antes: -Mija, ahí le dejo los papeles, están en el cajón del escritorio. No sé si le dijo algo de la maleta, ella dice que él le dijo que en la maleta no había nada que sirviera.

De eso hace ya cuatro años y mi mamá no ha querido abrir la maleta, la guarda con celo en su clóset. Yo no la he abierto, ella lo notaría inmediatamente.

Cuando habla de mi papá, los demás siempre le preguntan por la maleta, pero ella desvía la atención y no responde o se pone a llorar. Siempre dice que no la ha abierto y yo sé que dice la verdad. Ella no ha abierto la maleta, lo sé.

Mi papá dejó todo arreglado y dejó esa maleta ahí.Creo que mi mamá nunca la abrirá y yo ya he empezado a perder el interés.

La maleta

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Ya ha empezado a llegar gente al salón de reuniones. Un poco tarde como siempre. La administradora del conjunto sí llegó puntual y se lamenta por la aparente inasistencia de algunos miembros, pero concluye que todavía pueden llegar y espera. Mientras tanto hace firmar el control de asistencia a los que han llegado y se queja de gripe.

Pasado un tiempo, después de los correspondientes comentarios

de las señoras, cuando los temas del resfriado y del clima se han agotado, deciden empezar con la reunión, no sin antes comentar con tono de reproche la ausencia de algunos y, dicho sea de paso, la presencia de otros.

Escogen rápidamente por secretaria a una tal Lucy, que parece muy diligente y se dispone a escribir el acta. Acto seguido se prosigue con la lectura del orden del día:

Primero: Explicación del caso.Segundo: Consideración del caso.Tercero: Recomendaciones para el caso.

“El motivo por el que he convocado a esta reunión es la muerte de Benjamín nuestro portero. Los carteles invitando a la reunión llevan más de quince días en el ascensor. Es un lugar donde todos los ven, y aún así falta don Alberto y los del 501. En cambio la señora del primer piso, que no tiene necesidad de subir al ascensor, si ha venido. Así pues que no es mi culpa”.

Varios de los presentes asienten enérgicamente.

La historia de Benjamín

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CAMILA BORDAMALO GARCÍA

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“Para los que no saben, tengo el penoso deber de comunicarles que Benjamín murió, y aunque supongo que el rumor ya corrió, me veo en el deber de aclarar la situación, pues no me parece bien que se murmuren historias falsas y que haya personas que, a estas alturas, no lo sepan, y se empeñen en llamar Benjamín a José.

“Lamentablemente tengo que relatar los hechos tan trágicos, tan penosos. Deseemos que no se vuelva a repetir un incidente así en el conjunto. Yo todas las noches cuando rezo le pido a Dios que no vuelva a suceder algo así y que no vaya a haber un terremoto. Recuerden que las áreas comunes no están aseguradas.

“El sábado 22 de febrero un hombre pasó en una moto y le disparó a Benjamín. En cuestión de segundos llegó una ambulancia de la Cruz Roja, pero cuando llegaron a la clínica era demasiado tarde”.

Entre los presentes se perciben caras de tristeza y de espanto. Algunas señoras se tapan la boca.

“Benjamín tenía un hermano gemelo. Nunca nos lo contó, ni nosotros se lo preguntamos. Ninguno demostró el interés suficiente por Benjamín como para preguntárselo. Él ha venido a reemplazarlo indefinidamente. Él es, pues, quien ocupa el cargo.

“Prosigamos con el segundo punto: Consideración del caso. Unánimemente consideramos este caso como algo muy triste ¿o me equivoco? Me corrigen si me equivoco. Pero más consideración nos merece José, que tiene que soportar que cuanta persona entra, cuanta persona sale, lo llame Benjamín: Buenos días Benjamín, gracias Benjamín, Benjamín pa`quí, Benjamín pa`llá, Benjamín vaya y venga.

“Yo sé que es difícil acordarse, pero por favor, tengan compasión con este hombre que acaba de perder a su hermano, no se lo recuerden. Yo sé que se parece, ¡pero, por Dios su nombre es José! Que ocupe el lugar de Benjamín no les da derecho a cambiarle el nombre, Benjamín, que en paz descanse (se persigna).

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“José no sabe el motivo de esta reunión. No quise invitarlo porque la muerte de Benjamín es todavía muy reciente y no querría provocarle otro derrame de lágrimas. Cuestiones de prudencia ya saben”.

Los miembros se muestran algo confusos. Hay algo que no les cuadra bien y tratan de explicarse entre ellos. Un señor se levanta y dice en un tono muy perspicaz: “Y a nosotros quién nos garantiza que al que mataron fue a Benjamín y no a su hermano. Vaya a saber uno cuántas veces lo pudo haber reemplazado”.

Se sienta. Se percibe un silencio aplastante, todos hacen como si no hubieran oído nada.

“¿Está todo claro? Siendo así vamos a seguir con el orden del día:

“Recomendaciones para el caso. Yo humildemente les recomiendo que no le llamen Benjamín, su nombre es José, y que a toda aquella persona que les visite le cuenten la historia, que no es que a Benjamín le dio el capricho de cambiarse el nombre, no, y así poco a poco todos se enterarán. A los que no vinieron cuéntenles, por favor. Y a los niños explíquenles la situación. Con ellos es difícil, yo sé, pero ustedes buscarán los métodos didácticos para lograrlo. Y cuando vayan saliendo tengan la amabilidad de decir: Buenos días, José, gracias, José. Acuérdense, por el amor de Dios. Confío en ustedes. Miren que José ya está cansado y una renuncia no nos convendría.

“Siendo las ocho y cuarenta y cinco de la noche del cinco de marzo del 2006, doy por terminada la reunión, con motivo de la historia de Benjamín y José”.

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Todas las víctimas de violación se llamaban Norma.

Jurisprudencia

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“Hoy quise invitarlos a cenar, yo mismo he preparado la comida. He pensado: tantas reuniones y nunca he tenido un detalle con ustedes, sólo hablo y hablo, ¿cierto? No desfallezco en mi misión de pedagogo, siempre impartiendo clases, siempre con mi cátedra. Pero para que vean, para que ustedes se den cuenta -ya estoy hablando otra vez como profesor- de que yo soy una persona como todos ustedes, los he invitado hoy a comer algo que yo mismo preparé. Porque aunque no parezca, yo también disfruto de labores tan cotidianas como cocinar. Y lo hago excelentemente ¡Prueben ustedes!

(Prueban)

“Esta reunión también tiene un sentido pedagógico, ya lo verán ustedes. Seguro algunos han pensado luego de probar la comida: “No sabe a nada”, “está desabrido”. Yo les digo: “El sin sabor nace del sin saber, sépanlo bien”. ¡Sépanlo bien y verán que ahora sí les sabe a algo!”

El sin sabor

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-Otra vez los he reunido. Perdonen que les haga perder el tiempo, pero es para algo importante, seguro. Ustedes dirán, “tantas reuniones”.

(Caras indulgentes)

-Para no demorarnos les voy a decir de qué se trata. Seguro todos nosotros hemos usado alguna vez la preposición “hasta” ¿o no? Que levante la mano el que se haya abstenido de usar esa palabrita “hasta”.

(Nadie levanta la mano)

-Hasta cuándo, pensarán ustedes, pero no se preocupen que no me voy a demorar. Lo que yo quería decirles hoy aquí es que la preposición hasta se usa para indicar el fin de una acción, no el comienzo. Hace un rato oí a uno de ustedes diciendo: la reunión es hasta las cinco.

(Se miran entre ellos)

-No voy a decir quién lo dijo, cada uno de ustedes sabrá. La intención no es dar nombres, ni acusar, todos cometemos errores. La intención es corregir. La persona en cuestión quiso decir: la reunión es a las cinco o la reunión comienza a las cinco, no: termina a las cinco ¿cierto? Porque ya son las cinco y media y no ha terminado.

(Miran el reloj)

-Para indicar el comienzo de una acción se utiliza la preposición “desde”, la reunión es pues, desde las cinco hasta las seis. ¿Está claro?

Desde luego

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-Sí.

-Los invito a corregir este error. Ahora, cuando se vayan a ir, seguro van a cometer el grave error. Ya los veo, voy a comprobar que no han entendido nada. Me parece oírlos, los veo levantarse de sus sillas y decir: “Hasta luego”, o “hasta pronto” dirán los más corteses.

(Caras de sorpresa y confusión)

-¿No han entendido nada verdad? Así como no es debido decir por ejemplo: la tienda abre hasta las nueve, sino la tienda abre desde las nueve, así no es correcto decir “hasta luego” o “hasta la vista” o “hasta pronto” sino “desde luego” , “desde la vista” o “desde pronto”.

(Caras de extremo cansancio)

-Espero que haya quedado claro ¿Alguna duda?

(--------)

-Desde luego, que les vaya bien.

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Yo ya estoy mamado. Eso de recoger muertos caídos del cielo todos los días es una mamera: Todos escogen este lugar. Como ya casi no es transitado y ya no cumple con su vieja función, les queda fácil venir a matarse aquí. Yo ya me he quejado, pero en todas las oficinas a las que he ido se han reído y me han cambiado el tema. Les da risa que mi casa quede debajo de un puente y se dedican a hablar de eso y así el verdadero motivo de mi queja queda olvidado. Empiezan a hacerme preguntas estúpidas y me convierten en el centro de atención de todo el que llega. Todos caen al patio de mi casa. Yo a veces los he visto antes de lanzarse y les he gritado:¡Vayan a suicidarse a otro lado! Pero no me hacen caso y caen todos en el patio. Estoy harto. Yo creo que me va a tocar abrir un hueco y que caigan ahí de una vez.

Caídos del cielo

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F: No quiero ser la forma de este contorno.

C: No quiero ser el contorno de esta forma.

Pobrecitos ustedes, pues yo soy la que maneja el torno y una vez en el horno ya no hay retorno.

Un hombre obliga a otro a tomarse un veneno mortal con un revólver en la sien. El hombre se lo toma.

Miedo

En-torno

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Esa idea me valió el ascenso. No sé cómo no se les había ocurrido antes si este es un país de gente pragmática. Aquí se le saca provecho a todo, se vende hasta la basura. Esta idea me valió varias condecoraciones y aun hoy me tratan con respeto, porque saben que soy brillante y que en cualquier momento se me puede ocurrir otra gran idea que enriquezca a la nación.

La cantidad de dinero que la industria cinematográfica gastaba antes en dobles y en efectos era cuantiosa, y el resultado no se podía comparar: por más buenos que fueran los dobles, se notaba cierta falsedad y eso lo dañaba todo, le quitaba credibilidad a la historia y de qué nos sirve una historia si no podemos creerla. Con mi idea las cosas cambiaron, no sólo se le mostró al espectador el dramatismo puro y convincente, sino que se le dio un sentido a la muerte de los condenados.

Los condenados a muerte en este país son muchos; antes morían y ya, ahora, gracias a mí, salen en las películas y eso los hace sentir mejor, su muerte no es en vano. Las películas de guerra abundan y los condenados siempre tienen la oportunidad de salir en alguna y morir en “plena acción”. Hay películas de asesinatos, de accidentes… aquí somos expertos en el cine de acción, se requieren muchos condenados. La industria cinematográfica no escatima en el uso de ellos.

Esta idea fue buena para todos, los condenados ya no se entristecen ante la idea de una muerte vulgar, pues mueren heroicamente. La industria ahorra dinero que puede invertir produciendo más películas, y la gente

Estados Unidos

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tiene la posibilidad de ver escenas reales. No es lo mismo ver escurrir un poco de salsa de tomate que ver escurrir sangre de verdad, la anilina no es nada comparada con el realismo de nuestro fluido vital. Las muecas trágicas de los actores no son lo mismo que la expresión de terror en el rostro de los condenados.

Al principio alguien malintencionado notó que los condenados no iban a ser suficientes para tantas películas e insinuó que eso iba a hacer que la justicia empezara a condenar a más gente para satisfacer la demanda de la industria cinematográfica. Yo digo que no hemos tenido necesidad de condenar a nadie injustamente. Los asesinos potenciales, después de ver tantas películas de acción, de desastres, de mafia, de guerra… dejan de ser potenciales. Yo siempre he dicho que la pantalla ejerce un poder malévolo en ciertas mentes dadas a la maldad. Es curioso, pero a medida que aumentan las películas, aumentan los condenados a muerte y, como digo, no ha habido necesidad de condenar a nadie injustamente. Los asesinatos en este país son muy frecuentes.

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Para salir tengo que abrir la puerta.Para abrir la puerta tengo que salir.

Quiero ir a visitarte. Para ir a visitarte tengo que despertarme. Para despertarme tengo que interrumpir este sueño en el que quiero ir a visitarte. Y luego tendría que ducharme. Para ducharme tengo que levantarme. Quiero ir a visitarte. Para ir a visitarte tengo que vestirme, para vestirme tengo que secarme, para secarme tengo que…

Y después salir. Para salir tengo que abrir la puerta, para abrir la puerta tengo que salir de este sueño en el que…

Quiero ir a visitarte, pero he preferido escribir. Para escribir sólo necesito este lápiz y este papel.

Entre sueños

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Él se ha quedado sordo. Yo lo quería, lo quería hasta más no poder, pero se ha quedado sordo. No entiende nada de lo que le digo, no entiende nada de mí. Es como si al quedar sordo hubiera perdido también la memoria; el médico me dice: no es ausencia de memoria, es ausencia de comprensión. Ya no tengo con quien compartir las tardes de lluvia, ya no tengo a quien contarle las cosas. Me ha confinado al silencio más cruel. Lo dejaré. Sé que nunca encontraré a alguien que me escuche como lo hacía él, nadie me entenderá como lo hacía él, pero ¿qué puedo hacer?, ¿de qué me sirve quedarme a su lado si se ha vuelto sordo como todos?

Pasó de repente, yo no pude hacer nada, aunque intenté salvarlo. Me pregunto hasta dónde habrá sido mi culpa, si mis palabras lo ensordecieron, o si no me fui volviendo yo sorda con él. Somos un par de sordos ligados por el lazo de la nostalgia. Yo lo quería.

No tengo con quien compartir las tardes de lluvia

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En el parque el hombre encorvado, sentado al lado de su pequeño hijo. Encorvado por el peso de la obligación, con la mirada triste del que no se ha dado cuenta de nada, del que no sabe por qué está donde está. Cerca una joven que describe al hombre encorvado y que desearía estar ya en el final de sus días. También una anciana que quiere morirse, pero no se muere porque no está enferma; para ver si se muere ha dejado de hablar. No quiero volver al parque.

No quiero volver al parque

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Estamos solos. Somos un montón de locos solos, pero un montón. Todos sabemos que lo importante es hacer bulto y por eso éste es nuestro imperio. Mayoría gana.

Sin título

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Después de veinte años de prisión han descubierto que soy inocente. Veinte años. No maté a nadie. Perdí mi vida en un cuarto tras las rejas, perdí todo. En mí ya no hay ni un asomo de alegría.

Las cosas que vi en la cárcel. No hay reparación posible.

Por eso voy a matar a alguien, me sigue martirizando la idea de mi inocencia. Veinte años en prisión y soy inocente. La injusticia es tan grande, que nada podría repararla. Si matara a alguien me pesaría un poco menos.

He pensado en las personas a las que me gustaría matar. Ninguna es lo suficiente como para merecer la hendidura de mi puñal. Lo más lógico sería que matara al juez, pero, después de todo, él sólo cometió un error en su trabajo, como un panadero que olvida la levadura. ¿Cómo podía saber el juez que se equivocaba?

Mi hermana era la única persona que tenía y nunca fue a visitarme. En los veinte años nunca fue a visitarme. Nadie fue. Los demás recibían visitas y cartas, yo no recibí nada.

A mis “amigos” no los mataré, nunca fueron, pero el error era mío al esperar algo de ellos. Al creerlos mis amigos el error fue mío. En cambio mi hermana, el único ser que tenía, me dio la espalda. Nunca pude soportarlo. La mataré y me desharé de esta jodida inocencia que me duele como nada en el mundo. No podrán llevarme preso, ya pagué la condena, ya pagué por su muerte.

Mi hermana

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Tal vez siempre quise matarla.

Tocaré a su puerta y la encontraré cubierta de canas y caminaré hacia ella. Cuando esté lo suficientemente cerca le enterraré el puñal y veré cómo resbala la sangre por la alfombra y cómo lentamente se apagan sus ojos.

Me lavaré las manos y saldré a comer.

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El gran conflicto de la forma: tener contenido o, en otras palabras, ser contenida. ¿Cómo puede una forma ser contenida? ¿Cómo contenerse? ¿A cambio de su voluptuosidad? Sacrificar aquellas formas redondas e insinuantes sólo por un contenido. ¿Por qué contenerse?- piensa la forma- ¿No es más fácil no contenerse? ¿No es más sencillo ser vacía, dejar que las voluptuosidades afloren?

El conflicto de la forma

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El gran conflicto del contenido: tener forma, o en otras palabras, ser formal. ¿Cómo puede un contenido ser formal? ¿Cómo formalizarse? ¿A cambio de su libertad? Sacrificar su indeterminación, su amorfismo sólo por una forma. Por qué formalizarse- piensa el contenido- ¿no es más fácil ser informal? ¿No es más sencillo ser libre y dejar que el amorfismo aflore?

Un hombre que lleva horas concentrado y encorvado frente al computador, como en un acto de reverencia, ha tenido un súbito arranque de rebeldía, porque se ha dado cuenta, de repente, de que lleva horas sentado frente al computador.

Las horas que pasan

El conflicto del contenido

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Cuando a un animal no se le ha dado carne nunca, pueden pasar dos cosas cuando se le muestre un pedazo, o se abalanza ansioso sobre él o ni lo mira. Yo prefiero a los segundos porque son libres. Los primeros seguirán abalanzándose ansiosos siempre y esperarán con desespero cualquier pedazo de carne.

No hay razón para albergar pensamientos oscuros en esta cómoda y bien dispuesta sala. No hay razón, me repito, y alejo de mí los pensamientos negros que no combinan con la claridad de esta cómoda y bien dispuesta sala.

La sala

Rojo

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Conozco a un hombre que como trabaja tanto tiene una casa muy grande y bonita. Acogedora la casa, con tres suntuosas salas. El hombre, como trabaja tanto, no tiene tiempo para sentarse en ninguna de las salas. La muchacha que va a hacer el aseo desearía tener una casa así, con tres salas. A veces se sienta en uno de los cómodos sofás a descansar, pero no lo disfruta. Piensa todo el tiempo: “si yo tuviera un sofá como éste”… Y no lo disfruta porque sabe que no es suyo y que llegará a su casa a sentarse en una incómoda banca de madera. Conozco también a un hombre que no trabaja y no tiene donde sentarse; le gustaría trabajar para tener un cómodo sofá. Conozco a otro que trabaja solo medio tiempo y se puede sentar, pero como no trabaja tanto su sofá es muy incómodo: quiere trabajar más para poder tener un mejor sofá. En la fábrica de sofás está prohibido sentarse. Yo he visto a un gato durmiendo cómodamente en su sofá.

Quiero ser gato

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Esto que yo tengo, cariño mío, es más que un presentimiento, es un pre-presentimiento. Ya ni siquiera eso. No miento, es un pre-prepresentimiento. Me temo que no siento.

La tartamuda

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El bus olía a vómito. Las personas que se acababan de subir miraban todo tratando de encontrarlo, pero el vómito no estaba. Yo les dije: es que lo limpiaron mal y por eso huele, pero me miraron desconfiados y siguieron escudriñando y moviéndose con desconfianza. Pasados unos minutos se subía otra vez alguien que volvía a decir: huele a vómito, e inspeccionaba todo para saber dónde sentarse. Yo me cambié de puesto varias veces después de concluir cuál puesto había sido vomitado, pero el olor estaba en todas partes. Unos jóvenes a mi lado sacaron perfume y se lo untaron en la nariz.

La cuestión habría sido hasta divertida, si no fuera porque el olor da náuseas e induce al vómito. El problema se perpetuará hasta que el conductor logre limpiar muy bien el bus y quitar ese olor que atrae más vómito. Mientras tanto los viejos olores se mezclarán con los nuevos y será intolerable. Se lo expliqué detalladamente al conductor. No dijo nada.

Vómito

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Me parecía una persona bastante tonta en vista de que, a pesar de haber sido secuestrada, no había aprendido a odiar. No aceptaba ningún sentimiento “negativo” en sí mismo y tampoco en los demás, lo que era peor, pues uno no podía tener nunca la confianza para hacer un comentario irónico o malévolo. Todos sus pensamientos estaban invadidos por la ridícula pretensión de la bondad, lo que no dejaba en él el más mínimo espacio para una verdadera personalidad y le confería a todo su ser la actitud de un adoctrinador, de un pastor. Se sentía con autoridad para reprimir los sentimientos “negativos” de los demás. No sabía odiar, no tenía el valor suficiente para aceptar que había sido ultrajado y que tenía rabia, no tenía el valor para sacar el odio que debía sentir. En lugar de eso hablaba del pecado y condenaba a los hombres normales, capaces de sentimientos sencillos como el odio. Era un juez en espera de la menor oportunidad para dar su sentencia, que no era nunca contra los que le habían hecho daño sino contra los que querían defenderse o descargar su rabia. Para él el odio y el deseo de venganza eran un pecado y no la consecuencia lógica y normal de cualquier ser humano sano que ha sido ultrajado. Pretendía exterminar el corazón y poner en su lugar esa tonta pretensión de la bondad ilimitada. Una bondad falsa que sólo hace daño. Por eso me parecía una persona tonta, lo bastante tonta como para escapar de su presencia..

El bueno

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2007

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Este escrito no tiene objeto, alguien podría objetármelo. Pero entonces dejaría de ser un escrito sin objeto y ¿qué objeto podría tener esa objeción? Objetivamente hablando, este escrito no es más que el objeto de mi distracción. Ya objetivado el asunto, ¿qué objeto tiene continuar? Dígamelo usted sin convertirme en objeto de sus burlas.

Objetos

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Yo, Presidente de la República de Colombia, decreto, invocando a Dios y en nombre de la Patria, que quedan estrictamente prohibidas las personas mayores de 60 años. Es un deber de todo ciudadano denunciar ante las autoridades su existencia para que éstas tomen cartas en el asunto.

La gente, como los electrodomésticos, se daña con el tiempo.

La gente

Decreto N°. 134

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El problema, lo que nos daña la vida a todos, es la excesiva cantidad de gente. Ni siquiera la guerra logra solucionarlo, no mueren los suficientes: cuando muere uno nacen cinco. La vida sería perfecta con menos gente, tanta gente sobra, contamina. Hemos empezado con los procedimientos. A esta hora en los barrios más miserables de la ciudad muchos hombres y mujeres ya habrán bebido, sin saberlo, el agua que lleva esterilizantes. Es una forma efectiva de romper con el círculo de la miseria, la desnutrición y la delincuencia. Así se podrá al fin limpiar la ciudad de tanto gamín. La calidad de vida mejorará mucho: las filas no serán tan largas, el trasporte público no estará tan lleno, la guerra por la supervivencia será menos cruel. El sida ya nos ha ayudado bastante. El procedimiento por seguir es el de los esterilizantes en la cerveza. Ya estamos avanzando en eso.

Una buena política

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Recuerdo cuando perdí la cabeza. Empecé a verlo todo negro y a gritar, ¿qué es esto?, ¿de qué se trata todo esto? Gritaba muy fuerte, corría por las calles buscando una respuesta. Afortunadamente ya recuperé la cabeza y sé cuál es mi misión en esta empresa.

When I lost my mind

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Deje su mensaje después del tono. Piiiihh…Habría preferido decírtelo personalmente; espero que tu máquina contestadora tenga suficiente espacio, porque la historia es larga. Contrario a mi voluntad, no voy a poder ir a la comida con tus padres. Es por una razón de fuerza mayor, por la misma por la que no pude ir a decírtelo personalmente. En este momento no puedo salir de mi casa, hacerlo sería mortal, sería una tragedia de grandes dimensiones. Está rodeada. No me lo vas a creer, pero te estoy diciendo la verdad. Todo empezó esta mañana cuando una vaca que pasaba por la calle decidió cruzar a la derecha y entrar a mi casa, aprovechando que la puerta estaba abierta ¿Por qué dejé la puerta abierta? Yo la espanté haciéndole ¡chite, chite!, pero ella no me hizo caso y como era tan grande y pesada no pude sacarla yo mismo. Entonces me asomé a la puerta a ver si veía a alguien que pudiera ayudarme y vi a tres hombres que venían corriendo. Uno traía un cuchillo, todos tenían las ropas untadas de sangre. Se detuvieron frente a mí y uno dijo: “venimos por la vaca, se nos escapó del matadero”. Tú sabes que soy simpatizante de la sociedad protectora de animales y además vegetariano. Les dije que la vaca había pasado corriendo y se había ido, pero me respondieron que la habían visto entrar y que los dejara seguir para sacarla.

Les dije que no podían entrar a mi casa y dicho esto les cerré la puerta. Los hombres siguieron ahí y me gritaron que les abriera, que la vaca era de ellos y que más me valía entregarla o la sacarían a la fuerza. Les dije que la vaca pesaba mucho y que ni a la fuerza se iba a poder sacar, pero siguieron insistiendo y, tú sabes, yo no iba a dejar que mataran al pobre animal. Así que cerré todas las ventanas y metí a la vaca en el

No puedo ir a comer con tus padres

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cuarto de atrás. Los hombres empezaron a golpear la puerta cada vez más duro. Arrastré los muebles para que les quedara más difícil entrar, hice lo mismo con las ventanas y llamé a la sociedad protectora de animales. La secretaria me dijo que la persona encargada no estaba. Dejé de oír ruidos, pero al rato los carniceros volvieron con más hombres y sonaron disparos al aire, que me instigaban a abrirles. Ahora están tratando de romper la ventana. Hace unos minutos uno se subió al techo, pero yo le lancé una piedra y lo tumbé.

No voy a dejar que se lleven a Francisca -así le puse-. No puedo ir a comer con tus papás y tú no puedes venir, nadie puede acercarse, sería muy peligroso. Los carniceros enloquecidos pueden hacer cualquier cosa, están muy agresivos. El problema es que no sé cuánto pueda durar esta situación y no tengo comida para Francisca que ya acabó con el jardín. No te preocupes que la casa está muy bien protegida y yo me defenderé. Por favor dile a tus padres que lo siento mucho e invéntales cualquier cosa. Un beso.

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iNos reservamos la identidad del señor X porque no viene al caso.

El primer caso de este tipo se dio en Minneapolis cuando un hombre de mediana edad solicitó a los habitantes de su edificio el permiso para gritar. Escribió una carta a la administración diciendo que sentía la urgente necesidad de gritar muy fuerte, y puesto que no había ningún campo abierto en toda la ciudad, estaba obligado a hacerlo en su casa. No quería violar las normas de convivencia ni ser tomado por loco, por eso solicitaba el permiso, tampoco quería tener problemas con la policía. Después de que el hombre explicó los motivos que lo inducían al grito, la administradora convocó a una asamblea general en la que se discutió el asunto.

La señora del primer piso dijo que a ella le tenía sin cuidado si el señor Xi gritaba o no, pero no todos los inquilinos tuvieron una actitud tan indiferente y el caso se volvió tan polémico que no bastó una asamblea, ni dos. Algunos propusieron pasar el caso a una instancia mayor; otros dijeron que el señor X debería aguantarse las ganas de gritar. El señor del segundo piso dijo que si el señor X estaba dispuesto a gritar a una hora razonable y a notificar la fecha y hora del grito, él no tenía ningún problema en permitirlo. El inquilino del cuarto piso llamó la atención diciendo que si ahora le permitían un grito qué seguiría después. La administradora manifestó su sospecha de que con o sin su autorización el señor X gritaría y que después no habría nada que hacer, pues el señor X tendría la prueba de que, como todo un ciudadano ejemplar, había solicitado el permiso; y después de todo un grito no era algo tan terrible y si él tenía, como era seguro, la delicadeza de avisar la hora y la fecha, todos podrían hacer un esfuerzo que no duraría más de cinco minutos, por lo cual ella

El grito

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consideraba apropiado darle el permiso y así evitarse desavenencias con el señor X.

Después de una larga discusión decidieron concederle el permiso, tras lo cual el señor X fijó el día y la hora. Llegado el momento, el señor gritó fuerte, tan fuerte como pudo, con la tranquilidad de que ningún policía tocaría a su puerta. Todo lo cual se consignó en un acta que permanece legible hasta la fecha y que ha sido encontrada por el sociólogo encargado de la investigación. Los casos similares son cada vez más numerosos y se deben a la ausencia de espacios verdes y, en general, a la pérdida del entorno natural del hombre ocasionada por la construcción masiva de edificios.

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La mujercita de este cuento vivía a las afueras de Dortmund en una casa humilde, sin gusto, un bloque completamente rígido y feo. Era como un rectángulo dividido en dos: en la primera división estaba la parte habitable de la casa; la segunda era tierra, tierra negra y opaca. La mujercita se había puesto en la tarea de hacer una huerta. De nada habían servido los consejos de todos, que eran uno solo: no siembre porque no se va a dar nada, vivimos en Dortmund, aquí nada crece. Pero la ilusión de comerse un vegetal fresco y crocante pudo más, y la mujercita hizo su huerta. Las ganas de sentir en su boca la frescura y el verdor perdidos hacía mucho en Dortmund eran cada vez mayores y se habían vuelto insoportables. Por eso ella, con todo su empeño, sembró semillas traídas de otras tierras y retoños de otros lares. Tenía la esperanza de que la vida fuera más fuerte y se abriera paso entre ese mundo de humo y hollín. Quizás hasta pudiera contrarrestar un poco la polución y brindarles aire fresco. Muy juiciosamente regó la tierra, muy juiciosamente aró, pero nunca creció nada. Estaban en Dortmund.

Dortmund

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No indagar nunca en la creencias personales de los otros, ser amable y no averiguar su pensamiento político ni religioso, ni sus deseos y aspiraciones más íntimas. Tener una comunicación superficial y regida por las normas de la buena educación.

Lo que más conviene cuando se es muy pobre, insoportablemente pobre, es la ignorancia, porque no hay mayor desdicha que saber qué tanto se podría tener y no tener la más mínima posibilidad de conseguirlo. La clase política lo sabe y lo fomenta.

Política de conveniencia

Diplomacia

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Hay gente que cree que uno es bobo. Hay gente que cree que uno es cosas que no es, que uno es quien no es. Yo he preferido alimentar el engaño de los otros, pues no me interesa perder el privilegio de ser la que sabe la verdad. No vale la pena perder el tiempo queriendo hacerles ver a otros su error, no vale la pena demostrar nada; mantenerlos en el engaño puede ser muy útil o, cuando menos, agradable, porque sentir que uno tiene la verdad y ver el tamaño del engaño de los demás es sin duda agradable, da una sensación de superioridad; o no, no una sensación, da superioridad. El que ve el engaño en los otros y lo alimenta es superior, es más inteligente.

Para los tontos

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Harry llevaba una vida anodina, una vida perfectamente normal, tan normal como la suya y la mía, pero por cosas del destino se convirtió en el artista más famoso del mundo. No tuvo tiempo para cambiar. Todo sucedió de un momento para otro. Un día caminaba tranquilo por las calles de su barrio y al otro iba en limosina para MTV. Así fue como pasó en la vida de Harry: dejó de tocar guitarra en su oscuro cuarto para tocar en los escenarios más famosos del mundo.

Es el artista más grande, no sólo de nuestra época, sino de la historia. Su fama no tiene límites y para su desdicha no existe un solo ser humano en todo el planeta que no lo conozca. Lo primero que ven los bebés es a Harry en la pantalla chica, si no oyen su música en la radio o ven un afiche con su foto en la pared. Todos amamos a Harry, Harry nos pertenece, todos sabemos cómo es Harry, jamás lo confundiríamos con nadie, nunca le negaríamos un saludo, todos queremos una foto con Harry, que Harry nos mire, que nos diga algo, que nos dé un autógrafo.

Harry tiene mucho poder y es muy elegante; el único artista del pasado comparable es Michael Jackson. Así como Jackson alquilaba todas las habitaciones del hotel a donde iba, para disfrutar de la soledad y del silencio, en especial para no encontrarse con nadie en los pasillos ni en el ascensor, Harry, haciendo uso de todo su poder, compró una ciudad entera para volver a caminar por las calles. Compró todo y decretó prohibida la entrada a su ciudad. Les pagó excelentemente bien a todos y cada uno de los habitantes y los reubicó en otro lugar, Harry es bueno.

El artista

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Dicen que aún no ha recorrido toda su ciudad. Tal vez Harry no nos ame tanto como nosotros a él, pero no importa, nuestro amor es incondicional, unilateral.

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En el más allá los muertos estaban hartos de Gregorio, que no hacía sino quejarse de que no había podido pagar salud porque estaba sin cinco.

En el más allá

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Cuando me llamaron de la agencia de casting me alegré y dije que iría. El dinero no me caería nada mal, pero nunca pensé que se tratara de algo tan ridículo, no me lo esperaba. Aun yendo dispuesto a pasar los límites de mi reputación y hasta de mi dignidad, no me lo esperaba.

Y los muy cabrones no me lo dijeron sino hasta el final. Cuando lo pregunté me cambiaron el tema, me maquillaron, me vistieron…y ya cuando creyeron que no había vuelta atrás, me lo dijeron.

Todo el tiempo lo estuve preguntando sin que se me diera respuesta. Tranquilo, me decían, es sencillo, no es nada del otro mundo. El sólo hecho de que mi papel en el comercial fuera el de un padre de familia no me hacía ya mucha gracia, pero nunca imaginé hasta qué punto pretendían llevarme, hasta que horrible punto en el culo de un bebé, los muy cabrones, con razón no me lo decían.

Ya cuando estaba maquillado y listo, lo trajeron al estudio, en ese momento me percaté de lo enrarecido que estaba el ambiente, lo pusieron boca abajo en una mesa y una mujer, que supuse era su madre, le quitó el pañal. “Mi bebé, le decía, vas a salir en televisión, tan joven y ya sales en televisión”.

Después me dijeron: bueno listo, la idea es la siguiente, usted es un padre de familia ejemplar, quiere mucho a su bebé, mucho y por eso le da un beso en el pompis, el bebé está limpio, su madre hasta lo ha empolvado.

El casting

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- No le voy a besar el culo a ese bebé. Me miraron en silencio.- Ya todo está listo ¡Cámaras, luces…!- Ni por un millón de dólares le besaría el culo a nadie y mucho

menos a un bebé.- Pero por favor, -me dijeron-, usted se comprometió, no nos puede

dejar con todo listo. Rápido, al niño le va a dar frío y va a empezar a llorar.-Se va a orinar- interrumpió la madre. No estamos para eso, no tenemos quien lo reemplace.

- ¿Qué se han creído, cabrones? ¿Por qué no le besan el culo ustedes, me han hecho salir de mi casa para esto?

-No se puede echar para atrás, no tenemos tiempo.-Nunca le besaré el culo a ese mugriento bebé, no me pueden

obligar, ¡llamen, llamen a seguridad a ver si es que así pueden obligarme!No querían dejarme salir, me cerraron la puerta; el bebé empezó a

llorar, el director estaba furioso.- Le vas a besar el culo o como se llame al bebé ya. No tengo tiempo

para tus niñerías y no voy a perder el dinero, porque tú, un actorucho de quinta, no le quieres besar el culo a este bebé.

Le di un puño al director, una patada a la puerta y salí de ahí de

muy mal humor.

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Mi tía tiene miedo de que todo se le dañe, siempre está diciendo: No porque se daña. Todo se puede dañar con mucha facilidad, según mi tía. A mi tía las cosas le duran mucho. Las cuida tanto que parecen nuevas.

Todo sobre mi tía

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Yo vi la muerte, lo seguía de cerca, tan de cerca como su sombra. La cargaba encima con resignación, con una tristeza amable. Yo la vi y no me di cuenta, la vi y no pude decirle nada. Yo misma no la entendí, vi cómo era atropellado y alejé ese pensamiento de mí, me regañé por ser ave de mal agüero y tener malos pensamientos, no se me ocurrió nunca que era un presagio. Tuve ese pensamiento minutos después de despedirle con un beso en la mejilla. Me senté en una banca y vi su muerte. La vi mientras él correteaba por ahí con sus amigos, pero todo esto pasaba por mi mente de una manera callada, inconsciente. No así en mi ánimo que se había entristecido “sin razón”.

Premonición

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No es raro que se encuentre a una persona muerta tranquilamente en una habitación pequeña en la que ha fallado una estufa de gas una mañana fría.

De todo un poco, un poco que no toco. De todo un poco y queda del todo muy poco y del poco un todo. De todo un poco que apenas toco, un todo que ni toco.

De todo un poco

No es raro

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¿Cómo puede ser? Esto no es posible,- se dijo mientras miraba las fotos-. No es posible, -se repetía una y otra vez-, no, no puede ser. Dio vueltas por la toda la habitación, se cogió el pelo, se tocó la frente. Pero cómo es posible -se repetía el hombre-. La cámara registraba fotos de momentos antes del disparo. Él ya había notado algo raro. Efectivamente su cámara registraba fotos de un poco más de 60 segundos antes de que él hubiera oprimido el botón, esto no podía ser, no tenía explicación, hasta donde él sabía la tecnología no había avanzado tanto como para poder devolver el tiempo, no era posible que al oprimir el botón para tomar la foto del momento actual la cámara devolviera el tiempo y fotografiara actualmente el momento pasado, y esto es así con o sin flash, de ningún modo es posible, se dijo el hombre, no cabe. Pero este hecho minó su confianza en sí mismo, en su percepción del tiempo. Se preguntaba si se adelantaba a los hechos, si se adelantaba al momento futuro, si estaba loco. Sólo estaba seguro de una cosa: sólo uno de los dos tenía razón, la cámara o él. Qué era más probable, se preguntaba el hombre, que fallara un aparato tan fiel a la realidad como una cámara o que fallara un pobre mortal como él. No pudo volver a dar un solo paso con seguridad.

El hombre y la máquina

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Interesante Escribir una novela en la que el personaje principalVa a la escuela municipalLe va muy bien Y se gradúa sin desdénDe inmediato entra al bachilleratoLo termina al ratoSin pérdida de tiempo entra a la universidadSe gradúa, sorprendente para su corta edadSin saber si está haciendo la carrera de la vidaO la del suicidaEmpieza la maestríaLa termina con agradoY se mete en el doctoradoPara hacer patrimonioContrae matrimonioSin ninguna riñaTiene una niñaPara más aliñoLlegan el niñoY el trabajo en la casa de Nariño Vive en la casa idealCon su perro lealSu esposa fatalY un auto sin igualInteresante.

Interesante

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2008

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El gato se ha atorado con una bola de pelos. La ha tragado al limpiarse, pero el gato es inteligente y no olvida su fin único: la limpieza. Por eso después de buenos esfuerzos escupe la bola. Se siente limpio, feliz, la ha expulsado de su cuerpo, la ha vomitado y está renovado y limpio. Cada vez que quiera limpiarse, tendrá que tragar un poco de su porquería para escupirla luego.

La limpieza

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Me han dicho que habrá un sismo. Me han dejado con un gran nerviosismo, pero, como siempre, ha sido mayor mi escepticismo. ¿Cuándo? He preguntado ahí mismo. “No poseemos semejante grado de especifismo”, me contestaron con algo de cinismo.

Mirándolo bien, el miedo del enano a una inundación era perfectamente comprensible.

El enano

El sismo

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La consecuencia de esta secuencia de demencia no la conoce la ciencia. Hay que tener paciencia.

Con-secuencia

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El suicida tampoco sabía en qué momento esas ideas iban a dejar de rondarle la cabeza y lo iban a llevar a cometer el acto. Se fue ciego tras ellas en el momento menos pensado: no fue en un día gris, fue en un día feliz, un día soleado, cuando todo iba de maravilla. Cómo explicarlo, quién podría entenderlo, quién conociera la causa que lo llevó a lanzarse. Qué motivos podría tener un joven como él, con una vida normal, sin problemas…se pregunta la gente. Gente tonta.

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El muerto que reposa entre su sangre en la carrera séptima no ha sido atropellado. La gente lo mira; eso le pasó por imprudente, piensan. Por no mirar al pasar la calle, por no cruzar en el semáforo. Pero el muerto tiene una cara sonriente, nunca se le había visto tan feliz, nunca su rostro había irradiado tanta tranquilidad. Se ve que descansa, que duerme en el más placentero de los sueños. Cuántos atropellados serán como él.

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Y se lanzó. Se hizo una con la inmensidad, con el cielo vasto. Todo cesó. Los transeúntes impresionados no podían vislumbrar la gloria tras el cuerpo esparcido.

De suicidas

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Los informes siempre son uniformesCon todo conformesY así no hay quién deformeNi quién forme.

Los gatos de ahora, muy amoldados a la vida moderna, se abalanzan sin hacer el mayor esfuerzo sobre los ratones. Hay que ir al centro de tecnología casi todas las semanas.

Los gatos de ahora

Los informes

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Que pesadumbre la que sentí en esa fiesta en la casa de la 82, cuando la mayoría se vino contra mí, cuando esos borrachos desagradables se peleaban por defender al presidente Uribe y alabar al ejército colombiano. Qué pesadumbre esa cuando mi mirada los obvió y se detuvo en la foto del Che que colgaba detrás de sus cabezas.

Pobre lector ingenuo, si lo hubiera sabido, nunca habría tocado este libro, o acaso no. Unas cuantas horas o a lo sumo unos pocos días después de leer esto, encontrará una persona que le cambiará la vida, una persona por la que lo dejará todo sin saber por qué, sin saber cómo, una persona por la que dará mucho. Mandará todo por la borda. Su vida anterior le parecerá sólo un recuerdo lejano, algo a lo que no podrá volver. Emprenderá un largo viaje. Ahora ya no hay nada que hacer, ya he puesto el punto final.

Una esperanza

Mc Guevara o Che Donald

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La turista ha dejado esa ridícula condición para convertirse poco a poco y sin querer, en viajera. Ha botado su bloqueador solar, ayer se cayó en un charco de barro. Su apariencia ha empezado a desmejorar y no parece importarle.

Los extranjeros salen en busca de una pareja que esté dispuesta a tener sexo delante suyo. Pretenden comprar a la pareja de colombianos con droga, pero su coca parece más bien bicarbonato de sodio. Todo resulta falso. Todo es un remedo mediocre: la pareja no es pareja, la coca no es coca, los extranjeros están en el lugar equivocado. Nada es lo que parece.

Lima

La turista

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El fraile se arrojó a las olas del mar cuando vio que su amor se alejaba en un barco.

Entre los turistas que visitan las catacumbas de Lima hay una mujer que no se cansa de repetir que los curas violaban a las monjas ahí abajo, que quién se iba a dar cuenta, que quién iba a escuchar los gritos, que todavía.

Catacumbas

El salto del fraile

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Viajas, dejas tu casa, dejas tu país, pero te empeñas en llevar esa ridícula corbata, la llevas en el desierto, la llevas en la playa y en la montaña, la mandas lavar en seco. Es tu polo a tierra, tu vestigio de dignidad.

El antropólogo buscaba presas fáciles para los alienígenas, terrícolas incautos que se dejaran seducir por la oferta de una experiencia digna de contar en la oficina de su lejano país.

El antropólogo

El viajero con corbata

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El perro daba alaridos, lloraba largo y sentido, los otros perros se inquietaban. Daba alaridos como hilos de sangre que salían de su boca y se escurrían por el lodo. La vida quedaba ahí, en un charco de lodo y sangre, y el perro yacía solo. Lanzaba su grito al aire.

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Al principio el viajero tenía miedo de la gente: se cuidaba de los extraños, miraba con recelo, escondía sus cosas. Después, el viajero dejó de temerle a la gente y empezó a temerse a sí mismo.

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El hombre baja la voz cuando le dice: se avistan platillos voladores, naves. El que se acerca demasiado muere o desaparece. La mujer piensa qué gesto hacer, pero el único gesto que le sale es el de una mujer que está pensando que gesto hacer.

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El niño no acepta la comida que le da su padre, se acerca a las mesas de los clientes y les pide comida cual si fuese un perro.

Fragmentos de viaje

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Me sorprende mi parecido con la gente de aquel extraño país, me entiendo perfectamente con aquel grupo de Letonia.

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Todos fueron muy amables conmigo hasta que apareció aquel chico sexy de Barcelona.

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Hoy soy una serpiente decepcionada porque al cambiar de piel me ha salido una igual a la de antes.

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Hacía pocos minutos le había dicho que estaba dispuesto a dar su vida por ella cuando la empujó por las escaleras.

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2009

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Me encuentro aquí sentado al borde del camino con este mensaje en mis manos. Sé que contiene una mala noticia, lo vi en la cara de mi amo. Y ahora estoy aquí pensando en escapar; es bien conocido el destino de los mensajeros que llevan malas noticias y no sé si arriesgarme. No es que a todos los maten, pero es que no me he de fiar de su majestad, conocemos bien sus actos de brutalidad. He parado tantas veces a pensar qué debo hacer, me cuesta creer que esto pueda traerme la muerte, es difícil de creer. Desde esta piedra fresca donde oigo el canto de los pájaros, todo se ve tan apacible, los árboles, y este camino genuino. No tengo escapatoria. Si huyera lo único que podría hacer sería divagar por los campos, me condenaría a una vida de fugitivo y en esta época de oscuridad las gentes son tan malas que no podría esperar caridad alguna, me atraparían. Llevaré este mensaje y me arriesgaré. A lo mejor el emperador está de buen talante y yo logro salir con vida de ahí y si no, tal vez mi vida no valga tanto, tal vez las cosas al otro lado sean mejores y me vaya bonito.

El mensajero de las malas noticias

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Hoy me pregunté aquí, cuando estaba recibiendo la tibia luz del sol en el patio, bajo el cielo más azul y más limpio, rodeada de flores amarillas y blancas y rojas, y los insectos muertos bajo mis pies eran transportados por la procesión incesante de hormigas; si la gran diferencia entre este lugar y Bogotá, o entre entre este lugar y los otros lugares, radica en que hay más luz y el clima es perfecto y hay silencio y abundan las flores y las mariposas, o si se trata más bien de algo místico, si, sin darme cuenta estoy viviendo un intenso viaje cósmico y he viajado al edén, o a otra dimensión, o al país de los muertos…qué tal si despierto de un coma pasado mañana en Hong Kong y lo primero que veo son las paredes frías de un clínica.

La casa de mi madre

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En el mundo hay una cosa que es la tuya, una pareja que es la tuya, un lugar que es el tuyo…pero hay tantas cosas en el mundo que se te puede ir la vida sólo buscando lo que es tuyo. Que lo encuentres depende en ocasiones de una revelación que puede llegarte en cualquier momento, como en la banca de un parque cualquiera de una ciudad cualquiera.

Lo tuyo

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Cuando tienes la juventud, te hace falta la educación. Cuando tienes la educación, te hace falta la experiencia. Cuando tienes la experiencia, te hace falta el dinero. Cuando tienes el dinero, te hace falta la pareja, cuando tienes la pareja, te hacen falta los hijos, cuando tienes los hijos te hace falta la juventud.

La misma historia

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Hoy que decidí asar una arepa en un tiesto de barro, hoy que yo misma amasé la masa y le di la forma, reparé en la arepa asándose en su tiesto y al ver los colores recordé la vida en el campo y me di cuenta una vez más de que todo cobra sentido cuando estamos cerca de las cosas genuinas. Todo es diferente cuando se arranca la fruta del árbol, diferente a comprar la fruta en el Súper de la avenida y sacarla de su empaque de icopor. Para mí esto es algo obvio, pero creo que las personas que han tenido un contacto mínimo con el campo no notan esa diferencia o les parece mucho mejor la ciudad. Yo necesito el contacto con lo natural porque me da vida, porque la vida se multiplica infinitamente allá; en la ciudad, en cambio, pareciera multiplicarse la muerte. Se observa el afán enloquecido que nos precipita a ella, nos rodea el concreto gris y sólido, el encierro.

De la vida de campo

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Traumas hay de todos y de lo más variados, sobre todo en este país donde la enfermedad mental es la principal en la población, es decir, sobre todo en este país lleno de locos. La historia de esta loca era loquísima: era una situación en la que todos los presentes estaban locos, cada uno a más no poder. Esta situación se repetía incesantemente, no se sabe si en la realidad o si sólo en la cabeza de la afectada; o no lo sé yo, un siquiatra diría que en la mente loca de la mujer y que el acontecimiento sólo había sucedido una vez en la vida real o, quizás nunca, y todo no era más que un invento. Pero yo no puedo saber eso y es por mi credulidad que no sería una buena siquiatra, pues nada me impide creer que esa escena ha podido repetirse hasta el cansancio en el interior de un hogar conformado por locos, en una sociedad devastada por la enfermedad mental, en la vida real. Debo decir, además, que esta mujer era notablemente loca o que su fisonomía correspondía perfectamente con los síntomas de la enfermedad, es decir, ojos extraños y mirada extraviada.

La mujer nunca podía explicar bien lo que había sucedido, porque la angustia y el pánico se apoderaban de ella antes de que pudiera explicar la historia en un orden cronológico. La cara se le empezaba a mover alternando de un miedo a otro y sólo soltaba frases inconexas que ponían a todo el mundo a adivinar la verdadera historia; o no al todo el mundo, a mí, que soy la única que le pone atención a los locos, la única que los toma en serio y pierde el tiempo con ellos. Pero ahora contaré al fin el trauma loco de esa loca, lo que viene a continuación es la historia que yo pude reconstruir luego de varias sesiones con ella. Esta mujer negra tuvo de joven un pelo excepcionalmente hermoso, más hermoso que el de todas

La loca de palmira

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las demás negras. Como todos sabemos, el pelo es magnético; no hay que tener conocimientos profundos de ciencia para saber que el pelo absorbe todas las energías del ambiente y que está cargado magnéticamente. Basta con recordar ese simple experimento de frotarse un lapicero en la cabeza y pasarlo luego por unos pedacitos de papel para que éstos se peguen como imanes. Cargar un pelo así, llamativo, grande, magnético, expone a cualquiera a acontecimientos peligrosos, a fuertes descargas de energía. Si a esto le sumamos que la mujer vivía en un pueblo donde todos estaban locos, el cuadro no es muy alentador, y si le sumamos también que había muchos negros buscando la oportunidad de saciar sus deseos más animales, entonces el cuadro es espantoso. Lo que las palabras de la mujer dejaban entrever era el acontecimiento traumático y probablemente la causa de su locura, que había tenido lugar en una habitación de su casa. Mientras ella se miraba al espejo, habían entrado un par de hombres, que yo identifico como su padre y su hermano, y una mujer, que supongo era su madre, y de una forma violenta, o cuando menos brusca, le habían ordenado que se recogiera el pelo. Estaban angustiados y bravos y ella había sentido que estaba haciendo algo terriblemente malo al tener su pelo suelto.

Cuando la mujer contaba esto revivía todo un torbellino de emociones que la arrastraba al llanto y al temblor. No puedo asegurar, debido a la confusión de sus palabras, que le hubieran cortado el pelo, pero si tengo la certeza de que lo que pasó fue violento, tan violento que la mujer no podía contarlo, presa de una alteración poderosa. Llevando un poco más lejos mi análisis puedo decir que la mujer relacionaba el pelo con el pecado, con la suciedad, con la impureza, y que la represalia de su familia pudo deberse a su inmoralidad, al pecado de cargar un pelo que despertaba el deseo sexual de todo el pueblo. Yo imagino que le dieron una gran golpiza y le cortaron el pelo.

La mujer lleva el pelo muy corto y recae en su crisis cuando me ve con el pelo suelto. Recuerda la situación y se apresura a cogerme el pelo

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y a hacerme advertencias llenas de angustia. Dice que es peligroso, que me lo recoja, que me pueden matar. El trauma adquiere una gran complejidad si se piensa que detrás de esa escena, o que las consecuencias de esa escena, son la total laceración de su sexualidad, aún más, la castración total de su deseo, de su feminidad, mediante un consenso de violencia de toda la sociedad, mediante un acuerdo tácito de todos los locos del pueblo que habitaba.

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El mudo, el que llama y no habla. Siempre ha habido uno en mi vida. Yo le pongo música o le digo cosas como: hable o calle para siempre, o ¿si es mudo, para qué llama? Pero el mudo sigue llamando y hasta me envía mensajes vacíos al celular.

El mudo

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Esa época de la vida, esa época de incertidumbre total no pasaba, esa época parecía haber dejado de ser eso, una época, para ser mi vida entera. Sentía que había caído en un hueco y que ya no podría salir nunca, sentía lo que siente quien se cae en una trampa en el bosque y levanta la mirada hacia la salida luminosa del hoyo profundo, sabiendo ya que nadie podrá auxiliarlo, pero incapaz de resignarse a su muerte y sin dejar de mirar para arriba. Sólo un milagro podría salvarme. Eso sentía. Tenía la sensación de que cada paso que daba me hundía más en las arenas movedizas de mi cotidianidad. Como quien se hunde en el recuerdo de un niño muerto que nunca fue porque nació muerto. Me sentaba a escribir mi situación en presente para que por un sortilegio de la palabra esa sensación se fuera, me dejara. Me sentaba a escribir.

Una historia

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Anoche estuve en una fiesta y un grupo de tres seres bastante extraños se dedicó a tomarme fotos durante toda la noche. Eran una mujer disfrazada muy fea, creo que se disfrazaba para hacerles creer a quienes la veían que su feura provenía del disfraz y no de ella. Era encorvada y gorda. Estaba rapada y toda envuelta en su ropa: tenía un gabán rojo y la capota con la que se ocultaba era blanca; le faltaba una canastita para quedar como el lobo disfrazado de caperucita. Era una mezcla entre caperucita roja y un detective secreto. Podría ser un detective disfrazado de caperucita para atrapar al lobo, un detective inconsciente de que por más disfrazado que estuviera no iba a lograr jamás el sex-appeal de caperucita.

Esta mujer estaba acompañada de dos hombres, uno de ellos era alto y se parecía a Herman Monster. Le colgaban de la cabeza unas horribles mechas, grande y pesado era la personificación del cansancio, el otro tenía el despreciable don o, más bien, la infernal condena de la insignificancia y la invisibilidad. Lo observé varias veces, pero no había nada particular en él, aparte de esa obstinada insignificancia. Era delgado, vestía colores opacos indistinguibles unos de otros, chaqueta de jean… y si uno miraba su rostro no veía nada. El lugar era oscuro y su presencia no decía absolutamente nada. La presencia de los otros dos, en cambio, era tan pesada que aún entre sombras se sentía. En la fiesta nadie los conocía. Toda la noche me tomaron fotos a hurtadillas, finalmente decidí irme del lugar. Me pregunto por qué una gente tan siniestra quiere fotos mías, para qué. La certeza de mi buena estrella me tranquiliza en seguida.

Nightclubbing

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Es poco lo que se puede decir sobre el hombre que cayó al barranco. Apareció de la nada, de noche, y atravesó el pueblo con su paso rápido. Todo el mundo lo vio porque nunca va nadie y menos de noche. Iba solo y caminaba sin mirar a la gente. Vestía de un modo extraño y jamás habría podido pasar por un habitante más del pueblo si es que a eso se le puede llamar pueblo, en lugar de caserío miserable, sin ser falsos o irónicos. Llevaba afán, pero no sabía a dónde iba porque nunca había estado allí antes. Siguió siempre por la misma calle, como si quisiera llegar al final del pueblo, y no miró a ninguno de los que se topó en el camino. Todos estaban sentados en las puertas de las casitas y la calle se fue volviendo tan angosta, que llegó incluso a rozarse con un hombre que subía. Lo siguieron con la mirada hasta que se cayó. Iba cada vez más rápido, perseguido por tantos ojos. Llegó al final de la calle y se cayó al gran barranco y rodó y rodó.

El hombre del barranco

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PERROS EN EL CIELO

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Si yo llego a ser una fracasada es por culpa del cine que vi, si algún día me vuelvo una fumadora es por culpa de Hollywood y su empeño en mostrarnos gente glamurosa fumando. Si sueño con asaltar un banco es culpa de Bonnie and Clyde. Si no llevo relaciones estables puede ser por 2046. Si he aceptado los guiños de las drogas es culpa de Trainspotting. Si soy promiscua es por tanto Sex and the City. Si soy trágica ha de ser por Muñecas. Si soy idiota debe ser porque vi mucho cine gringo. Tal vez los padres y madres de familia, trabajadores y que aman la patria, que conservan un buen empleo y no tienen ideas raras, no van tanto al cine.

No van al cine

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Descubrí un método eficaz de eliminar a los tacaños de la faz de la tierra. En ese entonces vivía de ponerle corriente a la gente. Yo era uno de esos hombres que se paseaban por ahí con una batería de manivela, buscando a quien ponerle un poco de corriente en las manos a cambio de algunas monedas. Pero la gente no valoraba mi trabajo, no lo tomaba en serio y me daba muy poco siempre. Cuando yo alegaba y pedía más se negaban, hasta que encontré la forma de chantajearlos y hacerles al mismo tiempo una oferta llamativa: si soportaban los 200 voltios no tendrían que pagar nada.

El hombre de la manivela y los tacaños

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Nunca había estado tan resuelta como cuando le mandé tumbar los dientes. No hubo ni un atisbo de duda en mi decisión. Me lo quitó todo. Abusó de mi bondad, de mi amor; me enredó, me conquistó y después me quitó todo lo que tenía: el apartamento, el carro, el dinero, todo. Me dejó sin un centavo, pero el tipejo este me cobró muy barato, doscientos mil pesos, -que no le quede ni un diente-, le dije. Y así fue, no le quedó ni un diente. Se habrá gastado toda mi herencia poniéndose dientes. Me lo imagino mirándose al espejo y pasándose la lengua por las encías muecas. Se habrá preguntado si acaso sus dientes y su sonrisa valían más que todo mi dinero. Le costará volverle a sonreír a una mujer.

Justicia

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Yo robé un banco, fue muy fácil. Salirse con la suya es fácil. Pero no es para cobardes. Se necesita sólo una cosa: valor, agallas. No es para nenitas esto. Y lo hice sola. Me hospedé a una cuadra del banco, me aseguré de quedarme en una de las habitaciones de arriba, desde donde podía espiar quién entraba y quién salía. Estuve sólo diez días y estudié los movimientos del carro recaudador; vi a los idiotas esos bajándose con sus bazucas, haciendo su showcito marica. Ridículos, como si un ladrón fuera tan estúpido de atacarlos en ese momento.

La vieja del hotel no podría dar una descripción útil de mí porque me encargué de cambiar radicalmente mi aspecto. Esos días me aprovisioné de unos cuantos cigarros y me dispuse a observar. Diez días de paciencia vigilando la presa. Encontré fácilmente el momento en el que había bastante dinero y faltaba aún un buen tiempo para la llegada del carro. Son muy predecibles los tontos. Creen que pueden engañar a todo el mundo con su dramatizado de seguridad. No son más que unos actores.

Aún así reconozco que dejé mucho al azar, todo por actuar sola. No quería arriesgarme involucrando a alguien más. Tuve suerte, pude habérmela asegurado haciendo que alguien se apostara en el punto más distante -sólo había una carretera de acceso- y me avisara cuando viniera el carro. Pero tuve suerte. Se necesita arrojo para tener suerte. Observé dónde parqueaba el carro la policía y pedí prestado el baño al vigilante del parqueadero que fue lo suficientemente descuidado para permitirme pinchar una llanta. Ni siquiera tuve que dormirlo como lo había considerado. Después me dirigí al banco y me acerqué al guardia de la entrada. Le hice una pregunta. El hombre se acercó a mí para escuchar mejor y entonces saqué mi arma y le apunté a la sien. Lo tomé por el

Conficción

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cuello, como en las películas, el quité el arma y lo llevé hasta donde estaban los cajeros. Les ordené que me echaran el dinero en el morral que llevaba si no querían ver la sangre salpicada y untarse de sesos.

Había pocas personas, estaban tan asustadas que ninguna intentó huir, yo hablaba duro y con agresividad. Hijueputas, les gritaba, a la cuenta de tres y le vuelo la cabeza. Al salir, todavía con el guardia sostenido por el cuello, instalé la supuesta bomba en la puerta. Pasé unos cablecitos por el asa de la puerta y les dije que apenas la abrieran todo volaría en mil pedazos. Se creyeron semejante pantomima y duraron varios minutos paralizados, mientras yo me subía al carro y huía. Llamaron a la policía muy rápido; los muy idiotas tenían el carro pinchado. Mientras tanto, yo iba a toda mierda por la carretera. Cinco kilómetros adelante me bajaba de ese carro y me subía al bus; más lejos me bajaba y me metía por el monte, cruzaba el río y llegaba a un caserío desde donde me iría en una camioneta hasta otro punto. Y así fui llegando, sin que me pisaran los talones, pero siendo precavida para no dejar huellas. Siempre supe que sería fácil, por eso lo hice. Ahora vivo cómodamente. Nunca nadie sospechó de mí. Y mi condición de escritora me permite el placer de confesarlo sin que ello tenga ninguna repercusión: nunca creerán que lo hice y por si acaso, siempre podré decir que escribo ficción.

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(Para los clasificados)PD: Poner el teléfono de un amigo, no el de uno.

Si alguno de ustedes sabe de una casa, avíseme por favor. Pero que no tenga patio. Llevo mucho viviendo en casas con patio. Por el patio se entraron los ladrones. Luego, cuando me mudé, por el patio me espiaban los vecinos. Por el patio se inundó la casa. Quiero una casa sin patio. Me avisan si saben de una.

Busco casa sin patio

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Yo tengo un instinto que es el que me dice cuándo actuar, desde niño lo siento. Yo veía las oportunidades en el momento. Después entendí que sólo tenía que cargar un arma y esperar a que estas se dieran, eso era todo, el arma hacía todo lo demás. Nunca planeé nada. No he desaprovechado ninguna oportunidad, he asaltado muchas tiendas y recorrido muchas ciudades.

Si no me dispara lo mato.

La ocasión hace al ladrón

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La presente ediciónde “Perros en el cielo”

de Camila Bordamalo García,se terminó de imprimir enDiciembre de 2009 en los

talleres deAntiquus Editores,

en un tirajede 500

ejemplares.

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