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¿Qué le ha pasado a la izquierda francesa? Mélenchon, ascenso y crisis del Parti de gauche El Parti de gauche estaba llamado a reforzar la izquierda francesa. Pero, ¿por qué esos esfuerzos han sido en vano? El cinco de julio de 2015, fecha del referéndum griego, alentó las esperanzas de millones de europeos izquierdistas. Pero la capitulación de Syriza ante sus acreedores en aquel mismo mes supuso un recordatorio de la cruda realidad que afronta la izquierda europea: todavía perdura la profunda crisis en la que se encuentra. Una amplia coalición de izquierdas fundada en noviembre de 2008 con el nombre de Front de Gauche aunó diferentes organizaciones progresistas: el recién fundado Parti de gauche (PG), el centenario Parti communiste français (PCF) y otras tendencias izquierdistas de menor tamaño, surgidas en noviembre de 2013 para conformar una nueva organización, Ensemble!. Su objetivo original era construir una amplia coalición de izquierdas que desafiase la hegemonía del Parti socialiste (PS) en el campo de la izquierda francesa mediante la lucha por reformas. A pesar de ser una organización joven, el PG asumió el papel rector de la coalición, en mayor medida que el PCF. La lenta descomposición del primero ofrece buenas explicaciones sobre el fracaso del Front de gauche (FDG) en su desafío al dominio socialista. ¿Un partido en crisis? Clément Petitjean 13/11/2015

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El Parti de gauche estaba llamado a reforzar la izquierda francesa. Pero, ¿por qué esosesfuerzos han sido en vano?El cinco de julio de 2015, fecha del referéndum griego, alentó las esperanzas de millones deeuropeos izquierdistas. Pero la capitulación de Syriza ante sus acreedores en aquel mismo messupuso un recordatorio de la cruda realidad que afronta la izquierda europea: todavía perdura laprofunda crisis en la que se encuentra.

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¿Qué le ha pasado a la izquierda francesa? Mélenchon, ascenso y crisis del Parti de gauche

El Parti de gauche estaba llamado a reforzar la izquierda francesa. Pero, ¿por qué esos

esfuerzos han sido en vano?

El cinco de julio de 2015, fecha del referéndum griego, alentó las esperanzas de millones de

europeos izquierdistas. Pero la capitulación de Syriza ante sus acreedores en aquel mismo mes

supuso un recordatorio de la cruda realidad que afronta la izquierda europea: todavía perdura la

profunda crisis en la que se encuentra.

Una amplia coalición de izquierdas fundada en noviembre de 2008 con el nombre de Front de

Gauche aunó diferentes organizaciones progresistas: el recién fundado Parti de gauche (PG), el

centenario Parti communiste français (PCF) y otras tendencias izquierdistas de menor tamaño,

surgidas en noviembre de 2013 para conformar una nueva organización, Ensemble!. Su objetivo

original era construir una amplia coalición de izquierdas que desafiase la hegemonía del Parti

socialiste (PS) en el campo de la izquierda francesa mediante la lucha por reformas.

A pesar de ser una organización joven, el PG asumió el papel rector de la coalición, en mayor

medida que el PCF. La lenta descomposición del primero ofrece buenas explicaciones sobre el

fracaso del Front de gauche (FDG) en su desafío al dominio socialista.

¿Un partido en crisis?

Clément Petitjean 13/11/2015

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En julio, el PG celebró su cuarto congreso bajo el título “La solución es el pueblo”. Esta convención,

considerada un éxito por los líderes, tuvo lugar en un contexto que muchos calificarían de “crisis de

partido”. Durante los dos años anteriores, los comités locales de todo el país empezaron a perder

miembros de manera progresiva. Algunos proclamaron su desacuerdo con el programa del partido y

la falta de democracia interna, mientras otros tan solo lo abandonaron sin hacer ruido.

De los 8.000 militantes que dice tener el partido, solo 1.700 participaron en la votación a las

plataformas que competían por su dirección. Por primera vez en la corta historia del PG, había dos

plataformas aspirantes, y no solo una. La opción mayoritaria, apoyada por la ejecutiva del partido,

cosechó solo el 55 % de los votos, mientras que la otra plataforma competidora obtuvo el 45 %. La

perdedora, al tiempo que reclamaba una ruptura radical con el PS, abogaba por un compromiso

renovado con las clases trabajadoras mediante la defensa de la “soberanía nacional” y la salida de la

Unión Europea (UE).

Pero hablar de la crisis del PG no basta para abordar el tema. La totalidad de la izquierda francesa,

al fin y al cabo, está en situación de crisis. Desde el post-trotskista Nouveau Parti Anticapitaliste

(NPA) hasta los verdes (EELV) y el PS, todas las organizaciones políticas se enfrentan la fuga de

sus miembros, disputas entre facciones, malos resultados electorales y una falta total de visión

estratégica de futuro. Incluso el Parti Ouvrier Indépendant (POI) de tendencia lambertista, uno de los

sectores de la izquierda radical de Francia que todavía cuenta con mil militantes, se encuentra al

límite del colapso.

En particular, la supuesta crisis del PG no es un acontecimiento aislado. Debería entenderse en el

contexto de su historia: la trayectoria del partido ha sido una montaña rusa, primero con un

crecimiento estable, un momento de apogeo y una continua caída desde entonces, tanto en términos

de votos como de militancia.

Ascensos y caídas

El PG se funda en noviembre de 2008, de la mano del antiguo senador socialista Jean-Luc

Mélenchon y otros miembros discrepantes del PS. A ellos se unieron disidentes de los verdes como

Martine Billard, que copresidió el PG hasta 2014.

Mélenchon, un antiguo trotskista que se inscribió en el PS a finales de los años 1970, lleva bastante

tiempo en la actividad política. No ofrece un rostro fresco, como Tsipras o Iglesias. Aterrizó al abrigo

de François Miterrand, fue senador socialista durante 20 años y ministro del gobierno de Lionel

Jospin entre los años 2000 y 2002. Durante la campaña a favor del “no” al Tratado Constitucional

para Europa (TCE) en mayo de 2005, fue una de las principales figuras del ala izquierdista del PS

que se oponían a este.

Al igual que con el referéndum griego de julio, ningún analista político supo prever la victoria del “no”,

y menos con un 55 % de los votos. La mayor parte de los medios de comunicación abogaron

desvergonzadamente por el TCE y demonizaron a los defensores del “no”, tratándolos como una

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horda de populistas antiliberales. La inesperada victoria del “no” animó las esperanzas de cientos de

izquierdistas que se oponían a la naturaleza oligárquica de la UE.

Más tarde, ese mismo año, las protestas populares capitaneadas por jóvenes inmigrantes

incendiaron los banlieues del país [1] en respuesta al fallecimiento de dos adolescentes que huían

de la policía y se escondieron en una central eléctrica, donde murieron electrocutados. En la

primavera de 2006, se celebraron manifestaciones masivas lideradas por los sectores jóvenes de la

sociedad en contra del plan del Gobierno que suponía una desregulación del mercado laboral. En las

elecciones presidenciales de 2007, Olivier Besancenot, el célebre portavoz de la Ligue communiste

révolutionnaire (LCR), consiguió un millón y medio de votos, más del 4 % del escrutinio.

En este contexto aparecieron nuevas organizaciones políticas, como el NPA (sucediendo a la LCR

tras la exitosa campaña de Besancenot en 2007, en un intento de congregar las diferentes

tendencias de la izquierda radical francesa) o el PG, presidido por Mélenchon.

Poco después del nacimiento del PG, Mélenchon, Marie-Georges Buffet (por aquel entonces, la

secretaria nacional del PCF) y otros grupos pequeños de izquierdas fundaron el Front de gauche. El

FDG presentó a sus propios candidatos a las elecciones europeas de 2009 y a las elecciones

regionales de 2010. El modelo que originalmente pretendía seguir era el del Die Linke alemán.

Die Linke se creó en 2007 a partir del Partei des Demokratischen Sozialismus (Partido del

Socialismo Democrático), que nació de las cenizas del partido comunista que había gobernado la

RDA y que era conocido como Trabajo y justicia social – La Alternativa Electoral [(WASG) un grupo

dominado por socialdemócratas y sindicalistas descontentos y provenientes de Alemania

Occidental]. Su copresidente, Oskar Lafontaine, tenía una trayectoria similar a la de Mélenchon:

abandonó el Partido Socialdemócrata alemán (PSD) debido a su deriva derechista, para construir

una alternativa socialdemócrata de izquierda.

El hecho de que el FDG se convirtiese en la fuerza dominante a la izquierda del PS no era algo que

necesariamente fuese a suceder. En el momento de su fundación, el NPA también parecía un

proyecto ilusionante, capaz de convertirse en un partido anticapitalista fuerte que llegase más allá

del ecosistema de izquierdas radicales existente. Besancenot, un cartero de vocación, era mucho

más joven que todos los líderes del FDG y aportaba una voz más fresca que los oficiales del PCF y

el dirigente del PS Mélenchon. El NPA tenía un enfoque centrado en los movimientos sociales,

mientras que el FDG se inclinaba originalmente hacia una estrategia más electoralista.

La historia de la desaparición del NPA todavía está por escribir. Pero el problema, sencillamente, era

que el partido no supo aprovechar la oportunidad para ampliar de manera trascendental su base

social, ya que pronto se vio atado por la rigidez de la organización. El FDG, por el contrario, dado

que se creó con el objetivo de aunar diferentes organizaciones, portaba la idea de que era posible

superar las rivalidades internas para construir una alternativa de izquierda fuerte.

El PG se benefició enormemente de esta dinámica positiva. Así lo reconoce Sylvie Aesbicher, una

antigua dirigente parisina y miembro de la dirección nacional que abandonó el partido en julio:

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“Sirvió para lo que debía; juntó a las personas al tiempo que avanzaba. La construcción del Front de

Gauche se dio al mismo tiempo que crecía; primero en las elecciones europeas, cuando fuimos

capaces de hacernos un sitio, y después en las elecciones regionales, en las que lo hicimos mejor, y

después con la candidatura única para las elecciones presidenciales, y después superando el 10 %

en 2012. Los resultados fueron decepcionantes, pero algo estaba pasando. Había la idea de que se

estaban alcanzando objetivos; libramos una batalla y funcionó, por lo que valió la pena”.

Desde 2009 hasta 2012, la historia del PG es una historia de éxito. Ya que el PCF parecía un partido

de zombis, aquellos que apoyaban la estrategia amplia de izquierdas del FDG se unieron al PG.

Dada su posición en el espectro político y su apariencia dinámica, el PG representó la alternativa

más viable. Así lo explica Manon Coléou, que se unió al partido en diciembre de 2012:

“Nací con la bandera roja bajo el brazo. Y estaba buscando un partido en el que me sintiese cómodo.

No quería afiliarme al NPA, o al PCF (al PS, ni de broma). Entonces descubrí el PG durante las

elecciones de 2012. En un principio me sentí decepcionado porque no podía unirme directamente al

FDG, pero decidí que el PG era una buena opción”.

En 2012, Mélenchon se postuló como candidato de la coalición a las elecciones presidenciales. Se

presentó con un programa común cuya dinámica integradora recordaba al programa común de 1972

del PCF y el PS [2]. Este programa defendía reformas progresistas para luchar contra la crisis y

poner fin a las sangrantes desigualdades socioeconómicas; pretendía fortalecer el Estado de

bienestar, los derechos laborales y la redistribución de la riqueza; abogaba por la renegociación de

los tratados europeos y un plan económico ecosocialista. También defendía una nueva asamblea

constituyente (un cuerpo o asamblea de representantes conformado a efectos de diseñar y adoptar

una nueva Constitución) para reavivar la vida democrática francesa y romper con el régimen actual.

Mélenchon cosechó el 11,1 % de los votos. Los cuatro millones de votos conseguidos supusieron un

resultado seis veces mayor que los 700.000 obtenidos por Buffet (1,93 %) en 2007; es el mejor

resultado de lo que queda de PS desde 1981. Aunque Mélenchon no consiguió superar al

ultraderechista Front National de Marine Le Pen (como dijo que haría), su campaña inspiró a cientos

de miles de ciudadanos. Había una alternativa al sistema bipartidista neoliberal; “la otra izquierda”

estaba en disposición de ganar y construir una mayoría. No fue así esta vez, pero quizás para la

próxima. Muchas personas se unieron al PG sobre la base de esa fascinante promesa.

A diferencia de otros grupos de la izquierda radical francesa, que ya no reflexionaban sobre la

conquista del poder estatal, el PG tenía un plan estratégico. Pero Mélenchon y su círculo más

cercano están tan obsesionados por ello, que oscureció su postura política.

En la carrera hacia las elecciones presidenciales, Mélenchon y su equipo de campaña diseñaron una

estrategia “frente contra frente”, dirigida contra Le Pen y el Front National, con la esperanza de

desenmascarar el programa social populista de Le Pen y así influir en los segmentos de la clase

trabajadora.

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Bajo esta estrategia moralista y de confrontación subyacía la siguiente creencia: los votantes de la

clase trabajadora ven cada vez con mejores ojos al Front National, por lo que necesitamos

enfrentarnos al él en su terreno y mostrar el error de votar al fascismo. En última instancia, esto fue

un fracaso, y los discursos de Mélenchon tan solo añadieron más fuerza al protagonismo de Le Pen.

Aunque esta estrategia fue puesta otra vez en práctica en las elecciones legislativas de junio en

Hénin-Beaumont, una pequeña ciudad del norte de Francia, donde los socialistas estaban inmersos

en escándalos de corrupción y donde se presentó Le Pen. El Front National había puesto en marcha

una estrategia constante de organización a nivel local durante los 10 años anteriores.

Un par de semanas antes del día de las elecciones, Mélenchon se trasladó a esa circunscripción

para supuestamente derrotar a Le Pen, sin ningún apoyo de base. Mélenchon alcanzó el tercer

puesto (21,48 %), detrás del candidato socialista (23,5 %). El segundo ganó con una estrecha

mayoría de 118 votos.

Tras esta derrota, que fue muy publicitada, Mélenchon hizo encallar al puñado de comprometidos

activistas locales del FDG; las asambleas ciudadanas dejaron de funcionar de repente por todo el

país, y la excesivamente divulgada dinámica del FDG llegó a su fin.

Desde entonces, atestiguamos una larga sucesión de luchas internas.

Las elecciones municipales de 2014 fueron otro duro golpe al FDG. Los resultados oscilaban entre el

5 % y el 7 % en todas las ciudades. El PG había intentado capitalizar la fama y figura de Mélenchon,

en vano. Aunque la cara de Mélenchon estuviese en los carteles de campaña colgados por las

calles, su función emblemática y cautivadora parecía perder su magia.

Los mítines y marchas no atrajeron a tanta gente como antes. “Muchas personas se unieron al PG

en 2012, en medio de la dinámica del FDG. Pero se cansaron de las disputas y desacuerdos

internos, y muchos dejaron de organizarse”, declara Coléou. Un par de meses más tarde, el PG tuvo

un resultado igualmente malo en las elecciones europeas. Tan solo Mélenchon pudo conseguir un

escaño en el Parlamento Europeo bajo esa marca.

De algún modo, el PG se redujo a la figura de Mélenchon. Esta personalización de la política

identifica el fracaso de un partido cuyas dinámicas de organización se basaban en la presencia en

los medios, para compensar la falta de unas bases sustanciales. Aunque los miembros del PG eran

activistas comprometidos y disciplinados, nunca fueron más de 12.000. Y estos militantes todavía

pertenecen de una manera abrumadora a la clase media (la mayor parte son funcionarios, maestros

o profesores).

Al contrario de Die Linke, que consiguió formar gobierno en la región de Turingia en diciembre de

2014, ningún candidato apoyado por el FDG fue elegido para ocupar puestos de gobierno de tamaño

intermedio. La única victoria tangible fue la obtenida por la coalición PG-Verdes en Grenoble (un

antiguo bastión industrial de 500.000 habitantes), gracias, principalmente, al equilibrio de fuerzas

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local y a las movilizaciones de base.

Para las siguientes convocatorias electorales (las elecciones en diciembre de 2015 y las

presidenciales de la primavera de 2017) las expectativas son sombrías. En la región de París, Pierre

Laurent, el secretario nacional del PCF, anunció unilateralmente su candidatura, lo cual provocó

intranquilidad entre otros socios del FDG.

Durante el Cuarto Congreso, una de las decisiones relativas a la estrategia estaba relacionada con el

FDG. A pesar de que la plataforma del Congreso reafirmó su compromiso con esta coalición, otorgó

prioridad a los “movimientos ciudadanos” para la construcción de una fuerza política más fuerte a la

izquierda del PS que pudiera incluir a otras organizaciones de izquierda como los Verdes. Esto

evidencia hasta qué punto el FDG ha dejado de ser atractivo.

Por supuesto, existen factores externos que explican el fracaso del FDG y del PG. En primer lugar,

los movimientos sociales se hallan en un punto históricamente bajo. El último movimiento progresista

de masas, el movimiento de los pensionistas, tuvo lugar en el otoño de 2010. A pesar de que fueron

millones de personas las que se manifestaron para mostrar su oposición al plan del presidente

Sarkozy de transformar de manera radical el sistema de pensiones, el movimiento se vio agotado. La

mayor parte de los movimientos de masas desde entonces han sido de carácter reaccionario, como

las manifestaciones contra el matrimonio homosexual de los años 2012 y 2013.

En segundo lugar, a diferencia de sus compañeros en Grecia y España, el PS no ha sufrido la

pasokización (todavía). Se ha mostrado sorprendentemente resistente desde que consiguió el

gobierno tras las elecciones de 2012. De nuevo, a pesar de su desvío hacia posiciones derechistas,

todavía representa la izquierda para muchos votantes, y el último baluarte contra el Front National.

Sus mensajes electorales se basan en lo siguiente: “o nos votas, o ganará Marine Le Pen”.

Los socialistas franceses destacan en este método menos demoníaco de chantaje. En 2012, el

verdadero problema no era que la gente dudase entre Le Pen y Mélenchon, sino que dudasen entre

Mélenchon y François Hollande. Muchos votantes de izquierdas sentían tanto odio hacia Sarkozy

que decidieron votar a Hollande. De hecho, Mélenchon pidió a sus simpatizantes que votasen a

Hollande contra Sarkozy en la segunda vuelta.

En tercer lugar, la presencia de un partido de ultra derecha fuerte, que progresivamente amplía su

apoyo popular, elecciones tras elecciones, se ha convertido en una característica propia del paisaje

francés. Los votantes desilusionados con los fracasos económicos de Hollande y las continuas

reformas del mercado laboral miran cada vez más hacia el Front National en lugar de al PG.

Pero también hay factores internos que provocaron el fracaso del FDG. En el centro de las disputas

más agrias entre el PCF y el PG estaba la cuestión de la contingente alianza con el PS durante las

elecciones regionales. La explicación a esto la hallamos en la propia historia del PCF.

Tal como demuestra Julian Mischi en Le Communisme désarmé, la base militante del partido (en

tiempos, uno de los partidos más fuertes de Europa occidental y la fuerza hegemónica de la

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izquierda francesa) se ha ido empequeñeciendo durante los últimos 40 años y, en consecuencia, el

PCF ha cerrado filas en torno a sus representantes electos. Dado que su supervivencia como

organización depende de su permanencia en los cargos de elección popular (en concreto, en el

histórico “cinturón rojo” de París), el PCF ha apostado de manera sistemática por aliarse con su

socio más fuerte, el PS.

Estas disputas entre facciones eran un asunto central, ya que el FDG nunca había tenido ninguna

presencia organizacional. Aunque la campaña de Mélenchon bajo la marca del FDG en 2012 pudo

captar la ilusión de varios millones de votantes, y a pesar de estar construido en base a

comunidades organizadas (las diferentes asambleas ciudadanas que fueron surgiendo por el país),

era imposible unirse directamente a la organización.

Así, los resultados de 2012 no se tradujeron en un incremento duradero de su militancia. Los eternos

debates entre comunistas y el PG con respecto al establecimiento de un sistema de afiliación se

agotaron. Algunos activistas de las bases se posicionaron para liderar la alianza, pero sin éxito. De

ahí la naturaleza contradictoria de la coalición: a pesar de que el FDG, y no sus partes individuales,

fue capaz de entusiasmar a cuatro millones de votantes, nunca llegó a ser más que la suma de sus

partes.

Ante esta profunda crisis (un reflejo de la crisis general que atraviesa la izquierda radical francesa en

su conjunto), la solución del PG fue ir más allá de las organizaciones políticas y contribuir a la

construcción de asambleas ciudadanas para preparar la “revolución ciudadana”.

A pesar de que, en un principios, el FDG siguió el modelo de Die Linke, ahora, parece que

Mélenchon y el PG dirigen su mirada hacia Podemos, las movilizaciones de base no partidista y una

apelación más amplia al “pueblo”. Es una extraña mezcla entre la transversalidad y el

republicanismo, entre la espontaneidad y la institucionalización.

El asamblearismo de discurso transversal

Los miembros del PG son bien conocidos entre los activistas franceses por su compromiso militante;

distribuyen panfletos, cuelgan carteles y participan en todas y cada una de las luchas en las que

pueden. Como señala Aebischer:

“A los activistas del PG se les dijo de manera continua que, allí donde haya una batalla, por pequeña

que sea, hay que dar apoyo, ya que de ahí surgirá la conciencia: hay que enfrentarse a la

austeridad, en pro del “interés humano general” y del ecosocialismo. Se perciben las luchas como un

momento de intensa politización. La estrategia del PG es encender todos esos pequeños fuegos. El

PG ha desistido de convencer al pueblo sobre sus argumentos y programa”.

Cuando hablé con Mélenchon, teorizó este tipo de activismo, que llamó “guerra de movimientos”:

“El partido, a largo plazo, solo podrá batallar en una guerra de movimientos. Nunca luchamos en

guerras de posiciones, porque no somos capaces de soportarlo. La genialidad de nuestra época es

el arte de los movimientos. Todos aquellos que libran guerras de posiciones están condenados a

perder finalmente sus posiciones, porque el propio terreno desaparece bajo sus pies. La

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característica principal de nuestra época es su carácter metaestable: constantemente al borde del

colapso”.

La cara oculta de ese ultra-activismo es que termina por desgastar a las personas. Durante un par

de años (en el mejor de los casos), se crea un fuerte revuelo que termina por apagarse. De ahí la

alta rotación entre miembros del PG.

Según explica Aebischer, “en el comité del vigésimo arrondisement de París, solo tres o cuatro de

los que se afiliaron en 2008 continúan todavía en el partido. Llegó un punto en el que el comité

contaba con 180. Sobreviví a un par de generaciones de activistas del PG que lo daban todo durante

una campaña, quizás dos, y luego lo abandonaban. El PG vive en un estado de urgencia sin tregua;

no puedes pensar, porque estás ocupado todo el tiempo. No puedes dar un paso atrás y hablar, por

lo que tienes dos opciones: o te vas, o te callas”.

Esta transversalidad se materializa en las asambleas ciudadanas. El objetivo no es solamente unir a

los activistas expertos, sino a la gente común, a los ciudadanos concienciados. Las organizaciones

políticas son bienvenidas, pero no los líderes. En la terminología del PG, el partido es un

“explorador” o un “percusor”: su cometido no es liderar, sino ayudar a que el “pueblo” lidere.

La estrategia de asambleas es la orientación tomada por el PG para las próximas elecciones

regionales: las asambleas, no el PG, decidirán qué camino tomar. En Franche-Comté, por ejemplo,

Gabriel Amard, un secretario nacional, no menciona su papel ejecutivo en el partido y se presenta

como miembro del activismo ecosocialista.

El llamamiento a las asambleas ciudadanas no es algo nuevo, sino que se encuentra en las bases

de la estrategia de Mélenchon desde el principio. En la estrategia del PG para conquistar el poder

del Estado, las asambleas ciudadanas son el instrumento prioritario y la base de una revolución

ciudadana.

Mélenchon tomó prestada esta idea de los experimentos latinoamericanos de finales de los años

1990 y principios de los 2000, cuando movimientos populares en Venezuela, Ecuador, Brasil, Bolivia

y Argentina auparon líderes progresistas a puestos de gobierno. Estos movimientos encontraron su

expresión política a través de procesos constituyentes.

La idea de la revolución ciudadana está sacada directamente del presidente ecuatoriano Rafael

Correa, que mantiene una relación cercana con Mélenchon (al que respaldó oficialmente en las

elecciones presidenciales de 2012 [3]). De ahí que Mélenchon insista en que “la estrategia

revolucionaria del PG es la asamblea constituyente. Admitimos que puede haber otras opciones,

pero no podemos esperar a que la gente nos diga cuál. Somos los únicos que podemos articular una

estrategia para conseguir el poder y la transformación popular”.

Para Mélenchon, la revolución ciudadana es un “objeto ideológico”, “una estrategia política y una

realidad de nuestro tiempo”, pero también una “teoría” que puede otorgar sentido al pasado y

predecir el futuro.

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Durante una charla en junio, Mélenchon defendió que la “teoría de la revolución ciudadana nos

permite unirnos en torno a un entendimiento inclusivo sobre lo acontecido en el siglo XIV en Francia

con Étienne Marcel, en 1917 en Rusia y en muchas otras ocasiones”. Aquí, “ciudadano”, quiere decir

tanto que nace de la ciudadanía, como que persigue objetivos universales que trascienden las

demandas sociales, para alcanzar un “interés general humano” y más precisamente, la defensa del

ecosistema.

En el desastroso contexto político actual, Mélenchon cree que esta es la única estrategia viable.

“Hoy, existe un sentimiento general de usurpación. Y también una desmoralización de las

organizaciones políticas. Digan lo que digan, no hay alternativa al movimiento ciudadano. ¿Cuál,

sino? ¿Los partidos, como siempre? Si seguimos como siempre, lo único que podemos esperar son

los resultados de siempre”.

No solo es la revolución ciudadana una teoría y realidad integradoras, sino también el futuro que se

atisba en el horizonte. “La revolución ciudadana, ahora, para 2017”, profetiza la resolución del Cuarto

Congreso.

No obstante, el énfasis que se pone sobre los movimientos ciudadanos no pasa sin críticas entre las

filas del propio PG. Para muchos, se trata de un término “paraguas” que esconde diversas

configuraciones locales. Según explica otro líder parisino que abandonó el partido, Fabien Marcot,

“hay muchos sitios donde a lo que se llama movimiento ciudadano es en realidad el PG; los

miembros del PG al cargo. No hay ciudadanos, realmente”.

Además, tras estas promesas participativas, verticales y ascendentes, la toma de decisiones en las

asambleas ciudadanas funciona de una manera descendente y antidemocrática. Gran parte de los

asuntos se resuelven de antemano por parte de los miembros del partido. A los “ciudadanos” se les

invita a unirse y acatar.

Las asambleas ciudadanas han fallado como instrumento de politización que reivindica una

audiencia más amplia que el coro activista. Para Niels Caron, que se unió al PG en sus primeros

días pero se distanció a partir de 2012,

“El problema con las asambleas ciudadanas es que el programa ya se escribe a priori y no hay nada

de “ciudadano” en ello. Es un poco como una estafa. Se le hizo creer a la gente que tienen derecho

a opinar y decidir sobre el programa. Así que le decimos a las personas: ‘haremos esto, aquello,

tendremos una asamblea ciudadana, una transición y revolución ecológica’. La gente viene,

escucha, asiente y eso es todo”.

Republicanismo revolucionario

El panorama de la transversalidad es tan solo una parte de la historia. La otra son el

institucionalismo y el republicanismo asentados.

La paradoja de la revolución ciudadana planteada por Mélenchon es que defiende una ruptura con el

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marco institucional actual, a pesar de que al mismo tiempo opera a través de ese mismo marco (la

“revolución con las urnas”). Se llama a un proceso revolucionario cuyo único resultado es un

resultado electoral.

“El PG no renunciará a su hipótesis electoral”, dice Paul Vannier, el secretario nacional de

educación. A este respecto, el referéndum griego reivindicó la estrategia del PG. Fue una

“manifestación de la dinámica de la revolución ciudadana. Se corresponde realmente con lo que

creemos que se debería hacer una vez se está en el gobierno: recurrir frecuentemente a la gente,

preguntarles, politizarles. Por supuesto, hubiéramos considerado el resultado del referéndum como

un trampolín para romper con la lógica del memorándum”.

El republicanismo revolucionario de Mélenchon, tal como lo llama, se aprovecha claramente de Jean

Jaurès, quien, a principios del siglo XX, diseñó una síntesis del socialismo y del republicanismo;

marxismo y filosofía de la ilustración (materialismo e idealismo en la forma de una “república social”).

Pero las cosas han cambiado desde la época de Jaurès y defender la república hoy en día tiene un

significado político diferente del que tenía hace un siglo. Pensemos, tan solo, en el hecho de que el

mayor de los partidos de derecha, Union pour un mouvement populaire (UMP), se han reinventado

como “republicanos”.

El incondicional republicanismo del PG implica un entendimiento rígido de la laicidad, por ejemplo. A

partir de la Revolución francesa [4], la izquierda republicana francesa ha luchado en pie de igualdad

contra la antiquísima Iglesia católica. Un principio fundacional de la república francesa, la separación

del Estado y la Iglesia y la protección de la libertad religiosa de los ciudadanos está en el centro de la

laicidad.

Sin embargo, desde, por lo menos, los años 1980, este principio progresista ha sido utilizado como

instrumento reaccionario, principalmente contra la población musulmana de Francia. Desde los

ataques terroristas de Charlie Hebdo y del Hypercacher, los incidentes islamófobos se han

multiplicado y los sentimientos contra el mundo musulmán van ganando terreno.

La laicidad, especialmente en relación a los musulmanes, ha sido un verdadero muro de contención

contra la izquierda. En la primavera de 2004, se aprobó una ley que prohibía el uso de pañuelos y

velos en los centros escolares. Las organizaciones de izquierdas acudieron separadas al debate,

que había empezado a principios de aquel otoño, cuando dos alumnas fueron expulsadas por vestir

el hiyab. Algunas apoyaban la ley mientras que otras denunciaban que era un caballo de Troya que

permitiría más discriminaciones contra la población musulmana.

La “línea roja” de la laicidad en el PG es una de las razones por las que Sophia, una antigua

dirigente en Lyon y Nantes, decidió abandonar el partido. Como masón manifiesto, la posición de

Mélenchon sobre este tema era paradójicamente menos rígida que la línea que habían avanzado

algunos líderes y muchos miembros de las bases: mientras afirmaba que la ausencia de una laicidad

básica conduce necesariamente a conflictos internos y su objetivo es proteger las creencias de las

personas a través de poderes públicos neutrales, muchos miembros del partido reivindicaban una

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restricción de la fe de las persona mediante medidas represivas y excluyentes.

“Durante las elecciones municipales, la cuestión de la laicidad se centró en las cafeterías de los

institutos, las piscinas y los patios. Mantuve discusiones violentas con algunas personas. Algunos

decían que a los niños musulmanes se les debería forzar a comer carne de cerdo. Eso, o que no

fuesen a la cafetería. Esa es la posición del PG: si tienes restricciones de dieta, ¿por qué no comes

en otro sitio? Esta postura es absolutamente rígida e insensible. Por muchas razones, los

musulmanes viven en condiciones más precarias que otras personas. Así, impedimos que los niños

musulmanes no puedan entrar en la cafetería de la escuela y sus madres tendrán que preparar su

almuerzo”.

El principal objetivo del republicanismo del PG es el régimen político actual, la Quinta República.

Esta, un producto del golpe suave de Charles de Gaulle para solucionar la crisis política de Argelia,

reemplazó el régimen parlamentario de la Cuarta República por un sistema más presidencial.

No obstante, al contrario de la Constitución estadounidense, no se integraron controles y

contrapesos en el sistema, y el poder político fue concentrándose en las manos del presidente. Y

más aún a partir de 1962, cuando la elección del presidente empezó a realizarse mediante sufragio

universal.

Algunas disposiciones constitucionales permiten la censura de los órganos legislativos, la Assemblée

Nationale. El artículo 49.3 de la Constitución, por ejemplo, otorga al gobierno la capacidad de forzar

la aprobación de una ley, en la misma votación y ligada a la negativa en una moción de censura.

Las denuncias dirigidas hacia la Quinta República y su naturaleza monárquica son tan antiguas

como el propio régimen. En 1964, antes de concurrir por primera vez a las elecciones, François

Mitterrand escribió Le coup d’État permanent (El golpe de Estado permanente), una crítica completa

del poder personal de De Gaulle y de las instituciones que se lo otorgan.

Pero la reducción temporal del mandato presidencial de siete a cinco años en 2000 no ha

conseguido sino aumentar el poder del Presidente y debilitar todavía más el parlamento. “Esas son

las cuestiones reales que debe tratar la izquierda. Hoy, la cuestión de la Quinta República es una

realidad evidente: ha habido tres aplicaciones del artículo 49.3 en seis meses. Hoy, el autoritarismo

es un instrumento al que el gobierno recurre con frecuencia; se encuentra en los fundamentos del

funcionamiento del gobierno”, afirma Vannier.

La solución del PG a esta crisis de régimen es reivindicar una Sexta República y la conformación de

una asamblea constituyente, evocando la memoria de la Asamblea constituyente de 1978 que dio a

luz a la Revolución francesa.

La invocación de la Sexta República (un objeto de debate incluso dentro del partido) se basa sobre

dos supuestos fundamentales: la idea de que la cuestión institucional conlleva suficiente peso e

impulso para ganar el apoyo popular y la promesa de que un cambio institucional, producto de un

proceso electoral, es la solución clave a los problemas diarios de las personas.

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El movimiento por una Sexta República

El verano pasado, Mélenchon tuvo una ocurrencia que pocos pudieron prever: el llamado

Movimiento por una Sexta República (M6R). Evidentemente, el doble enfoque de la revolución

ciudadana y la crítica republicana de la Quinta República se hallan en el corazón de la identidad

política del PG desde su nacimiento. Pero el M6R, presentado unilateralmente por Mélenchon,

supone un punto de inflexión par el PG.

¿Qué es el M6R? “M6R es una idea dentro de una estrategia más amplia”, afirma Mélenchon.

“Es una idea sobre cómo hacer de una idea, la idea de la mayoría. Aunque no sea en sí una idea. Y

es una práctica política diferente. Resultaba paradójico el hecho de que un hombre propusiese una

idea en la que no cabía ningún hombre providencial. Pero creo que ha sido un éxito; déjenme

señalar que es la mayor reivindicación política del país. Hasta ahora, hemos alcanzado las 90.000

[firmas] y espero que para septiembre de 2012 lleguemos a las 100.000”.

La idea original era aplicar el modelo de las asambleas ciudadanas a una sola causa, la

reivindicación de una Sexta República. Partiendo de la movilización popular, se esperaba que

surgiesen las estructuras democráticas de organización y que la gente se autoorganizase con vistas

una Sexta República.

Pero en el M6R, la Sexta República no es un medio para la emancipación política, sino un fin en sí

misma. Así lo dice el texto que “se adoptó por el M6R por más del 90%”:

“El M6R actúa para constituir la Sexta República, para que así la humanidad pueda caminar sobre la

vía hacia el progreso. Tales cambios implican una insurrección civil, una revolución ciudadana… La

Sexta República será democrática, social, verde, laica, feminista y emancipadora. Será la garantía

de la soberanía popular en todos los ámbitos y una salvaguarda de nuevos derechos universales”.

La Sexta República es eso con lo que siempre has soñado, pero que nunca te habías atrevido a

reclamar. No solo eso, porque cuando se haya creado, vendrá con nuevos derechos.

Aunque el M6R y el PG son “totalmente independientes”, según afirma Paul Vannier, fue un punto de

inflexión para el partido. Dañaba la imagen de Mélenchon fuera del PG, ya que para muchos se

había convertido en un espíritu incómodamente libre.

En agosto de 2014, Mélenchon anunció ante la prensa que daría un paso atrás de la primera línea

política. “Ya no tengo ninguna responsabilidad ejecutiva. No me posiciono en ningún sector del

partido”, afirmó. Aún así, todavía ejerce de autoridad moral sobre el PG. “Ya no tiene ningún papel

de liderazgo dentro del partido, pero la gente todavía le escucha”, explica Coléou.

A pesar de haber perdido su puesto directivo, Mélenchon no ha terminado con la política electoral.

En su discurso de apertura del Cuarto Congreso, Mélenchon anunció oficialmente que concurriría a

las elecciones presidenciales de 2017.

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En la entrevista que le hice el día anterior, declaró: “estoy disponible y estoy trabajando en ello

seriamente”. Reconoce que la “amenaza de 2017” está destruyendo a la “otra izquierda”. No

obstante, se muestra confiado: “creo que puedo darle al vuelta a la tortilla. Pero soy el único que lo

piensa”. Se presentará, como candidato del FDG o no.

La estrategia individualista de Mélenchon coincidía con la retracción del liderazgo del PG. Martine

Billard, que había sido copresidenta del PG desde 2010, renunció a su cargo en agosto de 2014; a

François Delapierre, el principal estratega del PG y amigo cercano de Mélenchon, se le diagnosticó

cáncer y falleció trágicamente joven este verano. “Todo sucedió para dejar a Mélenchon vía libre”,

afirma Marcot. “Su línea, que había sido contrarrestada hasta entonces, era de repente la única

línea. Paradójicamente, al mismo tiempo que Mélenchon se distanciaba del PG”.

Este giro inesperado creó una gran confusión en las líneas del PG. Entre septiembre de 2014 y

Enero de 2015, la formación no emitió ningún folleto en toda la nación.

Era un momento decisivo, pero también un error rotundo. Al margen del propio Mélenchon y su

círculo más cercano de fieles seguidores, nadie que cree que el M6R vaya a llegar muy lejos. Un

simple vistazo a las páginas web de peticiones demuestra que conseguir 90.000 apoyos no es un

logro tan grande como proclama Mélenchon. “Al principio, muchos dudaron sobre el M6R y su

relación con el PG; podría ser que acabase con el partido. Lo que estamos diciendo ahora es que el

M6R ha sido eliminado de raíz”, cuenta Coléou mientras se ríe.

La soberanía nacional

A pesar de este error, el M6R da signos de un cambio de pensamiento de Mélenchon (con su

consiguiente efecto dominó sobre la política del PG). Durante los últimos dos años, Mélenchon ha

cambiado “la izquierda” por “el pueblo”. Según Mélenchon, lo que teme “el sistema”, “la casta”, ya no

es la izquierda, sino el pueblo. La “era de la izquierda” había sido sustituida por la  “era del pueblo”.

Aprovechándose del lenguaje populista de Podemos y de la retórica residual del 15M y Occupy Wall

Street, Mélenchon intenta reavivar discursivamente la estructura tripartita del antiguo régimen, que

había sido la condición previa a la Revolución de 1789. Los equivalentes del Tercer Estado, el clero

y la nobleza son, para Mélenchon, el pueblo, los medios y la oligarquía (léase, “la casta”).

Los cuadros del PG siguieron la vía marcada por Mélenchon, pero con reservas. Al tiempo que el

Congreso declaraba que la “solución” a la crisis actual estaba en el pueblo, el coordinador nacional

Eric Coquerel, defendía que el PG era un “partido de clase, de clase obrera”.

La sobrevaloración del “pueblo” está apoyada por la sobrevaloración de “la nación” y la “defensa de

la soberanía nacional”. El principal problema aquí es la UE y el euro, en un momento en que

comenzaba la sumisión de Grecia a sus acreedores. Lo que ha mostrado de manera rotunda el

experimento griego es que es imposible romper con la austeridad sin romper con el marco neoliberal

de las instituciones europeas. Por eso el PG ha estado trabajando en un plan B.

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Si la plataforma del PG prueba imposible la aplicación de reformas en el marco actual de las

instituciones, y si los tratados no pueden ser revertidos de manera radical, hay una alternativa de

actuación: salir de la eurozona, formar una coalición con otros gobiernos europeos anti-austeridad y

destruir la Unión. En una entrevista de agosto, Mélenchon declaró que “si tenemos que escoger

entre el euro y la soberanía nacional, escojo la soberanía nacional”.

La defensa de la soberanía nacional era central en la plataforma que obtuvo el 45 % de los votos de

la militancia. Muchos dentro del partido se oponen a esta idea, y reclaman la “soberanía popular”,

pero la idea de soberanía casi nunca se cuestiona.

Uno de los principales líderes de la plataforma minoritaria, Ramzi Kebaili, defiende que “el PG

reivindica la noción de soberanía nacional. No en un sentido nacionalista, sino en un nuevo sentido:

la Nación francesa es la gente; volvemos al significado que el término tenía durante la Revolución

francesa”. Su posición se apoya sobre la presunción de que “el pueblo espera que hablemos de la

nación, de un proyecto común. Definido en un sentido republicano”.

Es discutible si volver, otra vez, a la Revolución francesa aporta algún contenido nuevo a tan

repetitiva expresión (que, además, conlleva una carga política). Tal como señala Niels Caron, “el

problema es que la palabra ‘nación’ es muy antigua. Todo este discurso se basa en los siglos XVIII y

XIX, en el momento de 1792 a 1793 en la Revolución francesa. Realmente, no le dice nada a la

gente”.

Pero eso no es todo. En el contexto francés, la soberanía nacional y la postura “soberanista” se

asocia normalmente con la derecha: un miedo xenófobo hacia los extranjeros, una fascinación por la

ley, el orden y el ejército, una alarma sobre el declive de la influencia de Francia en el mundo, etc.

¿Es el giro hacia el soberanismo el destino de todas las ramas izquierdistas del PS?

Al mostrarse reacio a respaldar las manifestaciones convocadas por los comunistas, ecologistas o

trostkistas, su única vía de supervivencia está en el firme republicanismo. Eso es lo que le pasó a

Jean-Pierre Chevènement, un antiguo ministro del Interior del PS en el gobierno de Jospin que

progresivamente se posicionó de manera decidida (e incluso más reaccionaria) en el soberanismo.

Mélenchon y el PG no son Marine Le Pen y el Frente Nacional, obviamente. Pero el uso de la

soberanía nacional en la resolución del congreso (una decisión que suscitó desacuerdos en la base)

apunta un cambio mayor de la política de clase y la política del oprimido en un sentido amplio, a un

nacionalismo cerrado.

En la boca de Mélenchon, este nacionalismo anacrónico (e izquierdista) ha mutado en un

preocupante nacionalismo crítico con Alemania, per se. En su libro Le hareng de Bismark exhibe el

más puro sentimiento anti-germano.

A lo que trata de enfrentarse Mélenchon no son los gobiernos de la austeridad, ni los gestores

neoliberales del capital, ni la lógica neoliberal de socializar los riesgos y privatizar los beneficios, sino

Alemania

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. El capitalismo europeo y las instituciones se reducen a Alemania, y Alemania a Merkel. Cierto, la

Troika habla Alemán, pero el Fondo Monetario Internacional habla Francés.

Priorizar al “pueblo” y la “nación” por encima de un juicio más empírico de las fuerzas sociales

dispensa las relaciones de poder que subyacen en la pugna política. Resta importancia a la lucha de

clases en Francia, por ejemplo, con el violento ataque que los capitalistas y su principal

organización, el MEDEF (Movimiento de las Empresas de Francia), ha dirigido contra el trabajo y [lo

que queda de] Estado de bienestar.

También evoca categorizaciones vagas y un programa peligroso. “El pueblo” es una categoría que

menosprecia la intrincada lógica de los sistemas de opresión. Un ejemplo clásico, el sacado de la

crítica antirracista de la retórica del “99 %”: ¿deberíamos marchar todos, junto con los policías, dado

que ellos también son “el 99 %”? De modo inverso, hablar del “pueblo” contra el “sistema” no permite

un análisis de las alianzas tácticas con alguna de sus fracciones ni un entendimiento de las

corrientes contradictorias que engloba “el pueblo”.

Finalmente, declarar que “la solución es el pueblo” aparta la cuestión de la construcción de

organizaciones e instituciones colectivas, democráticas que desafíen el orden actual y los poderes

que surjan a largo plazo. La lucha política no es una excepción apocalíptica.

Tal como defienden Caratina Príncipe y Dan Russell [5], “una estrategia viable para poner fin a la

austeridad no puede contrapesar lo político y lo social: la alternativa política debe ayudar a crear su

propia base social”. Mélenchon y el PG están tan pendientes de los calendarios y victorias

electorales que dejan la cuestión social, básicamente, apartada a un lado.

No obstante, sería erróneo pensar que la línea del PG es tan recta y clara. Más bien lo contrario. El

partido se caracteriza por su habilidad para decir cosas contradictorias, primero una cosa y a la vez

la otra. Aunque la larga trayectoria de Mélenchon ha estado dedicada a la estrategia de la revolución

ciudadana durante ya algún tiempo, todavía menciona a la “otra izquierda”, convocando a los demás

partidos de izquierdas para construir coaliciones electorales más amplias. Intenta andar con dos

piernas: la pierna ciudadana, antisistema, y la pierna de la “otra izquierda”, de coalición anti-

austeridad más amplia, esperando que alguna de ellas tome la iniciativa de andar.

Francia está aburrida

Mélenchon siempre ha sido la pieza angular de la arquitectura del PG, su líder carismático y cabeza

pensante. Desde su fundación, los miembros del PG han repetido que el partido no es un fin en sí,

sino que lo único que mantenía en pie al partido era la dinámica del FDG.

Hoy, Mélenchon ha abandonado los puestos de liderazgo y se centra casi exclusivamente en un

mortinato “movimiento” populista. El FDG está en horas bajas y muchos miembros del PG están

cansados, desesperanzados o desaparecidos del mapa. ¿Qué es lo que queda?

Es bastante posible que el PG se mueva como un pollo sin cabeza, dando tumbos durante un año y

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medio, aproximadamente (pongamos que hasta las elecciones presidenciales de 2017), y entonces,

de puro agotamiento, caiga muerto.

El problema, claramente, es que las otras gallinas izquierdistas de Francia no tienen mejores

expectativas. Se empequeñecen a diario, pierden su vínculo con los trabajadores y sus políticas

sufren de una falta dramática de ingenio. Pero como acontece siempre con las pugnas políticas,

nunca se puede descartar un escenario revolucionario. En marzo de 1968, Le Monde describía en su

editorial a una Francia “aburrida”. Un par de meses más tarde, sucedían los acontecimientos de

Mayo del 68.

Notas:

[1] http://www.newyorker.com/magazine/2015/08/31/the-other-france

[2] See available on ESSF (article 35935), Before Tsipras in Greece, the 1980s in France – The

Many Lives of François Mitterrand:

http://www.europe-solidaire.org/spip.php?article35935

[3] http://www.humanite.fr/rafael-correa-president-de-lequateur-soutient-jean-luc-melenchon

[4] https://www.jacobinmag.com/2015/07/french-revolution-bastille-day-guide-jacobins-terror-

bonaparte/

[5] See available on ESSF (article 35908), Asking the Right Questions – On the challenges faced by

the Left in Europe:

http://www.europe-solidaire.org/spip.php?article35908

es miembro de Ensemble!

Clément Petitjean

Traducción José Manuel Sío Docampo Fuente: http://www.europe-

solidaire.org/spip.php?article36297

URL de origen (Obtenido en 16/11/2015 - 10:52):

http://www.sinpermiso.info/textos/que-le-ha-pasado-a-la-izquierda-francesa-

melenchon-ascenso-y-crisis-del-parti-de-gauche