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¿Qué le ha pasado a la izquierda francesa? Mélenchon, ascenso y crisis del Parti de gauche
El Parti de gauche estaba llamado a reforzar la izquierda francesa. Pero, ¿por qué esos
esfuerzos han sido en vano?
El cinco de julio de 2015, fecha del referéndum griego, alentó las esperanzas de millones de
europeos izquierdistas. Pero la capitulación de Syriza ante sus acreedores en aquel mismo mes
supuso un recordatorio de la cruda realidad que afronta la izquierda europea: todavía perdura la
profunda crisis en la que se encuentra.
Una amplia coalición de izquierdas fundada en noviembre de 2008 con el nombre de Front de
Gauche aunó diferentes organizaciones progresistas: el recién fundado Parti de gauche (PG), el
centenario Parti communiste français (PCF) y otras tendencias izquierdistas de menor tamaño,
surgidas en noviembre de 2013 para conformar una nueva organización, Ensemble!. Su objetivo
original era construir una amplia coalición de izquierdas que desafiase la hegemonía del Parti
socialiste (PS) en el campo de la izquierda francesa mediante la lucha por reformas.
A pesar de ser una organización joven, el PG asumió el papel rector de la coalición, en mayor
medida que el PCF. La lenta descomposición del primero ofrece buenas explicaciones sobre el
fracaso del Front de gauche (FDG) en su desafío al dominio socialista.
¿Un partido en crisis?
Clément Petitjean 13/11/2015
En julio, el PG celebró su cuarto congreso bajo el título “La solución es el pueblo”. Esta convención,
considerada un éxito por los líderes, tuvo lugar en un contexto que muchos calificarían de “crisis de
partido”. Durante los dos años anteriores, los comités locales de todo el país empezaron a perder
miembros de manera progresiva. Algunos proclamaron su desacuerdo con el programa del partido y
la falta de democracia interna, mientras otros tan solo lo abandonaron sin hacer ruido.
De los 8.000 militantes que dice tener el partido, solo 1.700 participaron en la votación a las
plataformas que competían por su dirección. Por primera vez en la corta historia del PG, había dos
plataformas aspirantes, y no solo una. La opción mayoritaria, apoyada por la ejecutiva del partido,
cosechó solo el 55 % de los votos, mientras que la otra plataforma competidora obtuvo el 45 %. La
perdedora, al tiempo que reclamaba una ruptura radical con el PS, abogaba por un compromiso
renovado con las clases trabajadoras mediante la defensa de la “soberanía nacional” y la salida de la
Unión Europea (UE).
Pero hablar de la crisis del PG no basta para abordar el tema. La totalidad de la izquierda francesa,
al fin y al cabo, está en situación de crisis. Desde el post-trotskista Nouveau Parti Anticapitaliste
(NPA) hasta los verdes (EELV) y el PS, todas las organizaciones políticas se enfrentan la fuga de
sus miembros, disputas entre facciones, malos resultados electorales y una falta total de visión
estratégica de futuro. Incluso el Parti Ouvrier Indépendant (POI) de tendencia lambertista, uno de los
sectores de la izquierda radical de Francia que todavía cuenta con mil militantes, se encuentra al
límite del colapso.
En particular, la supuesta crisis del PG no es un acontecimiento aislado. Debería entenderse en el
contexto de su historia: la trayectoria del partido ha sido una montaña rusa, primero con un
crecimiento estable, un momento de apogeo y una continua caída desde entonces, tanto en términos
de votos como de militancia.
Ascensos y caídas
El PG se funda en noviembre de 2008, de la mano del antiguo senador socialista Jean-Luc
Mélenchon y otros miembros discrepantes del PS. A ellos se unieron disidentes de los verdes como
Martine Billard, que copresidió el PG hasta 2014.
Mélenchon, un antiguo trotskista que se inscribió en el PS a finales de los años 1970, lleva bastante
tiempo en la actividad política. No ofrece un rostro fresco, como Tsipras o Iglesias. Aterrizó al abrigo
de François Miterrand, fue senador socialista durante 20 años y ministro del gobierno de Lionel
Jospin entre los años 2000 y 2002. Durante la campaña a favor del “no” al Tratado Constitucional
para Europa (TCE) en mayo de 2005, fue una de las principales figuras del ala izquierdista del PS
que se oponían a este.
Al igual que con el referéndum griego de julio, ningún analista político supo prever la victoria del “no”,
y menos con un 55 % de los votos. La mayor parte de los medios de comunicación abogaron
desvergonzadamente por el TCE y demonizaron a los defensores del “no”, tratándolos como una
horda de populistas antiliberales. La inesperada victoria del “no” animó las esperanzas de cientos de
izquierdistas que se oponían a la naturaleza oligárquica de la UE.
Más tarde, ese mismo año, las protestas populares capitaneadas por jóvenes inmigrantes
incendiaron los banlieues del país [1] en respuesta al fallecimiento de dos adolescentes que huían
de la policía y se escondieron en una central eléctrica, donde murieron electrocutados. En la
primavera de 2006, se celebraron manifestaciones masivas lideradas por los sectores jóvenes de la
sociedad en contra del plan del Gobierno que suponía una desregulación del mercado laboral. En las
elecciones presidenciales de 2007, Olivier Besancenot, el célebre portavoz de la Ligue communiste
révolutionnaire (LCR), consiguió un millón y medio de votos, más del 4 % del escrutinio.
En este contexto aparecieron nuevas organizaciones políticas, como el NPA (sucediendo a la LCR
tras la exitosa campaña de Besancenot en 2007, en un intento de congregar las diferentes
tendencias de la izquierda radical francesa) o el PG, presidido por Mélenchon.
Poco después del nacimiento del PG, Mélenchon, Marie-Georges Buffet (por aquel entonces, la
secretaria nacional del PCF) y otros grupos pequeños de izquierdas fundaron el Front de gauche. El
FDG presentó a sus propios candidatos a las elecciones europeas de 2009 y a las elecciones
regionales de 2010. El modelo que originalmente pretendía seguir era el del Die Linke alemán.
Die Linke se creó en 2007 a partir del Partei des Demokratischen Sozialismus (Partido del
Socialismo Democrático), que nació de las cenizas del partido comunista que había gobernado la
RDA y que era conocido como Trabajo y justicia social – La Alternativa Electoral [(WASG) un grupo
dominado por socialdemócratas y sindicalistas descontentos y provenientes de Alemania
Occidental]. Su copresidente, Oskar Lafontaine, tenía una trayectoria similar a la de Mélenchon:
abandonó el Partido Socialdemócrata alemán (PSD) debido a su deriva derechista, para construir
una alternativa socialdemócrata de izquierda.
El hecho de que el FDG se convirtiese en la fuerza dominante a la izquierda del PS no era algo que
necesariamente fuese a suceder. En el momento de su fundación, el NPA también parecía un
proyecto ilusionante, capaz de convertirse en un partido anticapitalista fuerte que llegase más allá
del ecosistema de izquierdas radicales existente. Besancenot, un cartero de vocación, era mucho
más joven que todos los líderes del FDG y aportaba una voz más fresca que los oficiales del PCF y
el dirigente del PS Mélenchon. El NPA tenía un enfoque centrado en los movimientos sociales,
mientras que el FDG se inclinaba originalmente hacia una estrategia más electoralista.
La historia de la desaparición del NPA todavía está por escribir. Pero el problema, sencillamente, era
que el partido no supo aprovechar la oportunidad para ampliar de manera trascendental su base
social, ya que pronto se vio atado por la rigidez de la organización. El FDG, por el contrario, dado
que se creó con el objetivo de aunar diferentes organizaciones, portaba la idea de que era posible
superar las rivalidades internas para construir una alternativa de izquierda fuerte.
El PG se benefició enormemente de esta dinámica positiva. Así lo reconoce Sylvie Aesbicher, una
antigua dirigente parisina y miembro de la dirección nacional que abandonó el partido en julio:
“Sirvió para lo que debía; juntó a las personas al tiempo que avanzaba. La construcción del Front de
Gauche se dio al mismo tiempo que crecía; primero en las elecciones europeas, cuando fuimos
capaces de hacernos un sitio, y después en las elecciones regionales, en las que lo hicimos mejor, y
después con la candidatura única para las elecciones presidenciales, y después superando el 10 %
en 2012. Los resultados fueron decepcionantes, pero algo estaba pasando. Había la idea de que se
estaban alcanzando objetivos; libramos una batalla y funcionó, por lo que valió la pena”.
Desde 2009 hasta 2012, la historia del PG es una historia de éxito. Ya que el PCF parecía un partido
de zombis, aquellos que apoyaban la estrategia amplia de izquierdas del FDG se unieron al PG.
Dada su posición en el espectro político y su apariencia dinámica, el PG representó la alternativa
más viable. Así lo explica Manon Coléou, que se unió al partido en diciembre de 2012:
“Nací con la bandera roja bajo el brazo. Y estaba buscando un partido en el que me sintiese cómodo.
No quería afiliarme al NPA, o al PCF (al PS, ni de broma). Entonces descubrí el PG durante las
elecciones de 2012. En un principio me sentí decepcionado porque no podía unirme directamente al
FDG, pero decidí que el PG era una buena opción”.
En 2012, Mélenchon se postuló como candidato de la coalición a las elecciones presidenciales. Se
presentó con un programa común cuya dinámica integradora recordaba al programa común de 1972
del PCF y el PS [2]. Este programa defendía reformas progresistas para luchar contra la crisis y
poner fin a las sangrantes desigualdades socioeconómicas; pretendía fortalecer el Estado de
bienestar, los derechos laborales y la redistribución de la riqueza; abogaba por la renegociación de
los tratados europeos y un plan económico ecosocialista. También defendía una nueva asamblea
constituyente (un cuerpo o asamblea de representantes conformado a efectos de diseñar y adoptar
una nueva Constitución) para reavivar la vida democrática francesa y romper con el régimen actual.
Mélenchon cosechó el 11,1 % de los votos. Los cuatro millones de votos conseguidos supusieron un
resultado seis veces mayor que los 700.000 obtenidos por Buffet (1,93 %) en 2007; es el mejor
resultado de lo que queda de PS desde 1981. Aunque Mélenchon no consiguió superar al
ultraderechista Front National de Marine Le Pen (como dijo que haría), su campaña inspiró a cientos
de miles de ciudadanos. Había una alternativa al sistema bipartidista neoliberal; “la otra izquierda”
estaba en disposición de ganar y construir una mayoría. No fue así esta vez, pero quizás para la
próxima. Muchas personas se unieron al PG sobre la base de esa fascinante promesa.
A diferencia de otros grupos de la izquierda radical francesa, que ya no reflexionaban sobre la
conquista del poder estatal, el PG tenía un plan estratégico. Pero Mélenchon y su círculo más
cercano están tan obsesionados por ello, que oscureció su postura política.
En la carrera hacia las elecciones presidenciales, Mélenchon y su equipo de campaña diseñaron una
estrategia “frente contra frente”, dirigida contra Le Pen y el Front National, con la esperanza de
desenmascarar el programa social populista de Le Pen y así influir en los segmentos de la clase
trabajadora.
Bajo esta estrategia moralista y de confrontación subyacía la siguiente creencia: los votantes de la
clase trabajadora ven cada vez con mejores ojos al Front National, por lo que necesitamos
enfrentarnos al él en su terreno y mostrar el error de votar al fascismo. En última instancia, esto fue
un fracaso, y los discursos de Mélenchon tan solo añadieron más fuerza al protagonismo de Le Pen.
Aunque esta estrategia fue puesta otra vez en práctica en las elecciones legislativas de junio en
Hénin-Beaumont, una pequeña ciudad del norte de Francia, donde los socialistas estaban inmersos
en escándalos de corrupción y donde se presentó Le Pen. El Front National había puesto en marcha
una estrategia constante de organización a nivel local durante los 10 años anteriores.
Un par de semanas antes del día de las elecciones, Mélenchon se trasladó a esa circunscripción
para supuestamente derrotar a Le Pen, sin ningún apoyo de base. Mélenchon alcanzó el tercer
puesto (21,48 %), detrás del candidato socialista (23,5 %). El segundo ganó con una estrecha
mayoría de 118 votos.
Tras esta derrota, que fue muy publicitada, Mélenchon hizo encallar al puñado de comprometidos
activistas locales del FDG; las asambleas ciudadanas dejaron de funcionar de repente por todo el
país, y la excesivamente divulgada dinámica del FDG llegó a su fin.
Desde entonces, atestiguamos una larga sucesión de luchas internas.
Las elecciones municipales de 2014 fueron otro duro golpe al FDG. Los resultados oscilaban entre el
5 % y el 7 % en todas las ciudades. El PG había intentado capitalizar la fama y figura de Mélenchon,
en vano. Aunque la cara de Mélenchon estuviese en los carteles de campaña colgados por las
calles, su función emblemática y cautivadora parecía perder su magia.
Los mítines y marchas no atrajeron a tanta gente como antes. “Muchas personas se unieron al PG
en 2012, en medio de la dinámica del FDG. Pero se cansaron de las disputas y desacuerdos
internos, y muchos dejaron de organizarse”, declara Coléou. Un par de meses más tarde, el PG tuvo
un resultado igualmente malo en las elecciones europeas. Tan solo Mélenchon pudo conseguir un
escaño en el Parlamento Europeo bajo esa marca.
De algún modo, el PG se redujo a la figura de Mélenchon. Esta personalización de la política
identifica el fracaso de un partido cuyas dinámicas de organización se basaban en la presencia en
los medios, para compensar la falta de unas bases sustanciales. Aunque los miembros del PG eran
activistas comprometidos y disciplinados, nunca fueron más de 12.000. Y estos militantes todavía
pertenecen de una manera abrumadora a la clase media (la mayor parte son funcionarios, maestros
o profesores).
Al contrario de Die Linke, que consiguió formar gobierno en la región de Turingia en diciembre de
2014, ningún candidato apoyado por el FDG fue elegido para ocupar puestos de gobierno de tamaño
intermedio. La única victoria tangible fue la obtenida por la coalición PG-Verdes en Grenoble (un
antiguo bastión industrial de 500.000 habitantes), gracias, principalmente, al equilibrio de fuerzas
local y a las movilizaciones de base.
Para las siguientes convocatorias electorales (las elecciones en diciembre de 2015 y las
presidenciales de la primavera de 2017) las expectativas son sombrías. En la región de París, Pierre
Laurent, el secretario nacional del PCF, anunció unilateralmente su candidatura, lo cual provocó
intranquilidad entre otros socios del FDG.
Durante el Cuarto Congreso, una de las decisiones relativas a la estrategia estaba relacionada con el
FDG. A pesar de que la plataforma del Congreso reafirmó su compromiso con esta coalición, otorgó
prioridad a los “movimientos ciudadanos” para la construcción de una fuerza política más fuerte a la
izquierda del PS que pudiera incluir a otras organizaciones de izquierda como los Verdes. Esto
evidencia hasta qué punto el FDG ha dejado de ser atractivo.
Por supuesto, existen factores externos que explican el fracaso del FDG y del PG. En primer lugar,
los movimientos sociales se hallan en un punto históricamente bajo. El último movimiento progresista
de masas, el movimiento de los pensionistas, tuvo lugar en el otoño de 2010. A pesar de que fueron
millones de personas las que se manifestaron para mostrar su oposición al plan del presidente
Sarkozy de transformar de manera radical el sistema de pensiones, el movimiento se vio agotado. La
mayor parte de los movimientos de masas desde entonces han sido de carácter reaccionario, como
las manifestaciones contra el matrimonio homosexual de los años 2012 y 2013.
En segundo lugar, a diferencia de sus compañeros en Grecia y España, el PS no ha sufrido la
pasokización (todavía). Se ha mostrado sorprendentemente resistente desde que consiguió el
gobierno tras las elecciones de 2012. De nuevo, a pesar de su desvío hacia posiciones derechistas,
todavía representa la izquierda para muchos votantes, y el último baluarte contra el Front National.
Sus mensajes electorales se basan en lo siguiente: “o nos votas, o ganará Marine Le Pen”.
Los socialistas franceses destacan en este método menos demoníaco de chantaje. En 2012, el
verdadero problema no era que la gente dudase entre Le Pen y Mélenchon, sino que dudasen entre
Mélenchon y François Hollande. Muchos votantes de izquierdas sentían tanto odio hacia Sarkozy
que decidieron votar a Hollande. De hecho, Mélenchon pidió a sus simpatizantes que votasen a
Hollande contra Sarkozy en la segunda vuelta.
En tercer lugar, la presencia de un partido de ultra derecha fuerte, que progresivamente amplía su
apoyo popular, elecciones tras elecciones, se ha convertido en una característica propia del paisaje
francés. Los votantes desilusionados con los fracasos económicos de Hollande y las continuas
reformas del mercado laboral miran cada vez más hacia el Front National en lugar de al PG.
Pero también hay factores internos que provocaron el fracaso del FDG. En el centro de las disputas
más agrias entre el PCF y el PG estaba la cuestión de la contingente alianza con el PS durante las
elecciones regionales. La explicación a esto la hallamos en la propia historia del PCF.
Tal como demuestra Julian Mischi en Le Communisme désarmé, la base militante del partido (en
tiempos, uno de los partidos más fuertes de Europa occidental y la fuerza hegemónica de la
izquierda francesa) se ha ido empequeñeciendo durante los últimos 40 años y, en consecuencia, el
PCF ha cerrado filas en torno a sus representantes electos. Dado que su supervivencia como
organización depende de su permanencia en los cargos de elección popular (en concreto, en el
histórico “cinturón rojo” de París), el PCF ha apostado de manera sistemática por aliarse con su
socio más fuerte, el PS.
Estas disputas entre facciones eran un asunto central, ya que el FDG nunca había tenido ninguna
presencia organizacional. Aunque la campaña de Mélenchon bajo la marca del FDG en 2012 pudo
captar la ilusión de varios millones de votantes, y a pesar de estar construido en base a
comunidades organizadas (las diferentes asambleas ciudadanas que fueron surgiendo por el país),
era imposible unirse directamente a la organización.
Así, los resultados de 2012 no se tradujeron en un incremento duradero de su militancia. Los eternos
debates entre comunistas y el PG con respecto al establecimiento de un sistema de afiliación se
agotaron. Algunos activistas de las bases se posicionaron para liderar la alianza, pero sin éxito. De
ahí la naturaleza contradictoria de la coalición: a pesar de que el FDG, y no sus partes individuales,
fue capaz de entusiasmar a cuatro millones de votantes, nunca llegó a ser más que la suma de sus
partes.
Ante esta profunda crisis (un reflejo de la crisis general que atraviesa la izquierda radical francesa en
su conjunto), la solución del PG fue ir más allá de las organizaciones políticas y contribuir a la
construcción de asambleas ciudadanas para preparar la “revolución ciudadana”.
A pesar de que, en un principios, el FDG siguió el modelo de Die Linke, ahora, parece que
Mélenchon y el PG dirigen su mirada hacia Podemos, las movilizaciones de base no partidista y una
apelación más amplia al “pueblo”. Es una extraña mezcla entre la transversalidad y el
republicanismo, entre la espontaneidad y la institucionalización.
El asamblearismo de discurso transversal
Los miembros del PG son bien conocidos entre los activistas franceses por su compromiso militante;
distribuyen panfletos, cuelgan carteles y participan en todas y cada una de las luchas en las que
pueden. Como señala Aebischer:
“A los activistas del PG se les dijo de manera continua que, allí donde haya una batalla, por pequeña
que sea, hay que dar apoyo, ya que de ahí surgirá la conciencia: hay que enfrentarse a la
austeridad, en pro del “interés humano general” y del ecosocialismo. Se perciben las luchas como un
momento de intensa politización. La estrategia del PG es encender todos esos pequeños fuegos. El
PG ha desistido de convencer al pueblo sobre sus argumentos y programa”.
Cuando hablé con Mélenchon, teorizó este tipo de activismo, que llamó “guerra de movimientos”:
“El partido, a largo plazo, solo podrá batallar en una guerra de movimientos. Nunca luchamos en
guerras de posiciones, porque no somos capaces de soportarlo. La genialidad de nuestra época es
el arte de los movimientos. Todos aquellos que libran guerras de posiciones están condenados a
perder finalmente sus posiciones, porque el propio terreno desaparece bajo sus pies. La
característica principal de nuestra época es su carácter metaestable: constantemente al borde del
colapso”.
La cara oculta de ese ultra-activismo es que termina por desgastar a las personas. Durante un par
de años (en el mejor de los casos), se crea un fuerte revuelo que termina por apagarse. De ahí la
alta rotación entre miembros del PG.
Según explica Aebischer, “en el comité del vigésimo arrondisement de París, solo tres o cuatro de
los que se afiliaron en 2008 continúan todavía en el partido. Llegó un punto en el que el comité
contaba con 180. Sobreviví a un par de generaciones de activistas del PG que lo daban todo durante
una campaña, quizás dos, y luego lo abandonaban. El PG vive en un estado de urgencia sin tregua;
no puedes pensar, porque estás ocupado todo el tiempo. No puedes dar un paso atrás y hablar, por
lo que tienes dos opciones: o te vas, o te callas”.
Esta transversalidad se materializa en las asambleas ciudadanas. El objetivo no es solamente unir a
los activistas expertos, sino a la gente común, a los ciudadanos concienciados. Las organizaciones
políticas son bienvenidas, pero no los líderes. En la terminología del PG, el partido es un
“explorador” o un “percusor”: su cometido no es liderar, sino ayudar a que el “pueblo” lidere.
La estrategia de asambleas es la orientación tomada por el PG para las próximas elecciones
regionales: las asambleas, no el PG, decidirán qué camino tomar. En Franche-Comté, por ejemplo,
Gabriel Amard, un secretario nacional, no menciona su papel ejecutivo en el partido y se presenta
como miembro del activismo ecosocialista.
El llamamiento a las asambleas ciudadanas no es algo nuevo, sino que se encuentra en las bases
de la estrategia de Mélenchon desde el principio. En la estrategia del PG para conquistar el poder
del Estado, las asambleas ciudadanas son el instrumento prioritario y la base de una revolución
ciudadana.
Mélenchon tomó prestada esta idea de los experimentos latinoamericanos de finales de los años
1990 y principios de los 2000, cuando movimientos populares en Venezuela, Ecuador, Brasil, Bolivia
y Argentina auparon líderes progresistas a puestos de gobierno. Estos movimientos encontraron su
expresión política a través de procesos constituyentes.
La idea de la revolución ciudadana está sacada directamente del presidente ecuatoriano Rafael
Correa, que mantiene una relación cercana con Mélenchon (al que respaldó oficialmente en las
elecciones presidenciales de 2012 [3]). De ahí que Mélenchon insista en que “la estrategia
revolucionaria del PG es la asamblea constituyente. Admitimos que puede haber otras opciones,
pero no podemos esperar a que la gente nos diga cuál. Somos los únicos que podemos articular una
estrategia para conseguir el poder y la transformación popular”.
Para Mélenchon, la revolución ciudadana es un “objeto ideológico”, “una estrategia política y una
realidad de nuestro tiempo”, pero también una “teoría” que puede otorgar sentido al pasado y
predecir el futuro.
Durante una charla en junio, Mélenchon defendió que la “teoría de la revolución ciudadana nos
permite unirnos en torno a un entendimiento inclusivo sobre lo acontecido en el siglo XIV en Francia
con Étienne Marcel, en 1917 en Rusia y en muchas otras ocasiones”. Aquí, “ciudadano”, quiere decir
tanto que nace de la ciudadanía, como que persigue objetivos universales que trascienden las
demandas sociales, para alcanzar un “interés general humano” y más precisamente, la defensa del
ecosistema.
En el desastroso contexto político actual, Mélenchon cree que esta es la única estrategia viable.
“Hoy, existe un sentimiento general de usurpación. Y también una desmoralización de las
organizaciones políticas. Digan lo que digan, no hay alternativa al movimiento ciudadano. ¿Cuál,
sino? ¿Los partidos, como siempre? Si seguimos como siempre, lo único que podemos esperar son
los resultados de siempre”.
No solo es la revolución ciudadana una teoría y realidad integradoras, sino también el futuro que se
atisba en el horizonte. “La revolución ciudadana, ahora, para 2017”, profetiza la resolución del Cuarto
Congreso.
No obstante, el énfasis que se pone sobre los movimientos ciudadanos no pasa sin críticas entre las
filas del propio PG. Para muchos, se trata de un término “paraguas” que esconde diversas
configuraciones locales. Según explica otro líder parisino que abandonó el partido, Fabien Marcot,
“hay muchos sitios donde a lo que se llama movimiento ciudadano es en realidad el PG; los
miembros del PG al cargo. No hay ciudadanos, realmente”.
Además, tras estas promesas participativas, verticales y ascendentes, la toma de decisiones en las
asambleas ciudadanas funciona de una manera descendente y antidemocrática. Gran parte de los
asuntos se resuelven de antemano por parte de los miembros del partido. A los “ciudadanos” se les
invita a unirse y acatar.
Las asambleas ciudadanas han fallado como instrumento de politización que reivindica una
audiencia más amplia que el coro activista. Para Niels Caron, que se unió al PG en sus primeros
días pero se distanció a partir de 2012,
“El problema con las asambleas ciudadanas es que el programa ya se escribe a priori y no hay nada
de “ciudadano” en ello. Es un poco como una estafa. Se le hizo creer a la gente que tienen derecho
a opinar y decidir sobre el programa. Así que le decimos a las personas: ‘haremos esto, aquello,
tendremos una asamblea ciudadana, una transición y revolución ecológica’. La gente viene,
escucha, asiente y eso es todo”.
Republicanismo revolucionario
El panorama de la transversalidad es tan solo una parte de la historia. La otra son el
institucionalismo y el republicanismo asentados.
La paradoja de la revolución ciudadana planteada por Mélenchon es que defiende una ruptura con el
marco institucional actual, a pesar de que al mismo tiempo opera a través de ese mismo marco (la
“revolución con las urnas”). Se llama a un proceso revolucionario cuyo único resultado es un
resultado electoral.
“El PG no renunciará a su hipótesis electoral”, dice Paul Vannier, el secretario nacional de
educación. A este respecto, el referéndum griego reivindicó la estrategia del PG. Fue una
“manifestación de la dinámica de la revolución ciudadana. Se corresponde realmente con lo que
creemos que se debería hacer una vez se está en el gobierno: recurrir frecuentemente a la gente,
preguntarles, politizarles. Por supuesto, hubiéramos considerado el resultado del referéndum como
un trampolín para romper con la lógica del memorándum”.
El republicanismo revolucionario de Mélenchon, tal como lo llama, se aprovecha claramente de Jean
Jaurès, quien, a principios del siglo XX, diseñó una síntesis del socialismo y del republicanismo;
marxismo y filosofía de la ilustración (materialismo e idealismo en la forma de una “república social”).
Pero las cosas han cambiado desde la época de Jaurès y defender la república hoy en día tiene un
significado político diferente del que tenía hace un siglo. Pensemos, tan solo, en el hecho de que el
mayor de los partidos de derecha, Union pour un mouvement populaire (UMP), se han reinventado
como “republicanos”.
El incondicional republicanismo del PG implica un entendimiento rígido de la laicidad, por ejemplo. A
partir de la Revolución francesa [4], la izquierda republicana francesa ha luchado en pie de igualdad
contra la antiquísima Iglesia católica. Un principio fundacional de la república francesa, la separación
del Estado y la Iglesia y la protección de la libertad religiosa de los ciudadanos está en el centro de la
laicidad.
Sin embargo, desde, por lo menos, los años 1980, este principio progresista ha sido utilizado como
instrumento reaccionario, principalmente contra la población musulmana de Francia. Desde los
ataques terroristas de Charlie Hebdo y del Hypercacher, los incidentes islamófobos se han
multiplicado y los sentimientos contra el mundo musulmán van ganando terreno.
La laicidad, especialmente en relación a los musulmanes, ha sido un verdadero muro de contención
contra la izquierda. En la primavera de 2004, se aprobó una ley que prohibía el uso de pañuelos y
velos en los centros escolares. Las organizaciones de izquierdas acudieron separadas al debate,
que había empezado a principios de aquel otoño, cuando dos alumnas fueron expulsadas por vestir
el hiyab. Algunas apoyaban la ley mientras que otras denunciaban que era un caballo de Troya que
permitiría más discriminaciones contra la población musulmana.
La “línea roja” de la laicidad en el PG es una de las razones por las que Sophia, una antigua
dirigente en Lyon y Nantes, decidió abandonar el partido. Como masón manifiesto, la posición de
Mélenchon sobre este tema era paradójicamente menos rígida que la línea que habían avanzado
algunos líderes y muchos miembros de las bases: mientras afirmaba que la ausencia de una laicidad
básica conduce necesariamente a conflictos internos y su objetivo es proteger las creencias de las
personas a través de poderes públicos neutrales, muchos miembros del partido reivindicaban una
restricción de la fe de las persona mediante medidas represivas y excluyentes.
“Durante las elecciones municipales, la cuestión de la laicidad se centró en las cafeterías de los
institutos, las piscinas y los patios. Mantuve discusiones violentas con algunas personas. Algunos
decían que a los niños musulmanes se les debería forzar a comer carne de cerdo. Eso, o que no
fuesen a la cafetería. Esa es la posición del PG: si tienes restricciones de dieta, ¿por qué no comes
en otro sitio? Esta postura es absolutamente rígida e insensible. Por muchas razones, los
musulmanes viven en condiciones más precarias que otras personas. Así, impedimos que los niños
musulmanes no puedan entrar en la cafetería de la escuela y sus madres tendrán que preparar su
almuerzo”.
El principal objetivo del republicanismo del PG es el régimen político actual, la Quinta República.
Esta, un producto del golpe suave de Charles de Gaulle para solucionar la crisis política de Argelia,
reemplazó el régimen parlamentario de la Cuarta República por un sistema más presidencial.
No obstante, al contrario de la Constitución estadounidense, no se integraron controles y
contrapesos en el sistema, y el poder político fue concentrándose en las manos del presidente. Y
más aún a partir de 1962, cuando la elección del presidente empezó a realizarse mediante sufragio
universal.
Algunas disposiciones constitucionales permiten la censura de los órganos legislativos, la Assemblée
Nationale. El artículo 49.3 de la Constitución, por ejemplo, otorga al gobierno la capacidad de forzar
la aprobación de una ley, en la misma votación y ligada a la negativa en una moción de censura.
Las denuncias dirigidas hacia la Quinta República y su naturaleza monárquica son tan antiguas
como el propio régimen. En 1964, antes de concurrir por primera vez a las elecciones, François
Mitterrand escribió Le coup d’État permanent (El golpe de Estado permanente), una crítica completa
del poder personal de De Gaulle y de las instituciones que se lo otorgan.
Pero la reducción temporal del mandato presidencial de siete a cinco años en 2000 no ha
conseguido sino aumentar el poder del Presidente y debilitar todavía más el parlamento. “Esas son
las cuestiones reales que debe tratar la izquierda. Hoy, la cuestión de la Quinta República es una
realidad evidente: ha habido tres aplicaciones del artículo 49.3 en seis meses. Hoy, el autoritarismo
es un instrumento al que el gobierno recurre con frecuencia; se encuentra en los fundamentos del
funcionamiento del gobierno”, afirma Vannier.
La solución del PG a esta crisis de régimen es reivindicar una Sexta República y la conformación de
una asamblea constituyente, evocando la memoria de la Asamblea constituyente de 1978 que dio a
luz a la Revolución francesa.
La invocación de la Sexta República (un objeto de debate incluso dentro del partido) se basa sobre
dos supuestos fundamentales: la idea de que la cuestión institucional conlleva suficiente peso e
impulso para ganar el apoyo popular y la promesa de que un cambio institucional, producto de un
proceso electoral, es la solución clave a los problemas diarios de las personas.
El movimiento por una Sexta República
El verano pasado, Mélenchon tuvo una ocurrencia que pocos pudieron prever: el llamado
Movimiento por una Sexta República (M6R). Evidentemente, el doble enfoque de la revolución
ciudadana y la crítica republicana de la Quinta República se hallan en el corazón de la identidad
política del PG desde su nacimiento. Pero el M6R, presentado unilateralmente por Mélenchon,
supone un punto de inflexión par el PG.
¿Qué es el M6R? “M6R es una idea dentro de una estrategia más amplia”, afirma Mélenchon.
“Es una idea sobre cómo hacer de una idea, la idea de la mayoría. Aunque no sea en sí una idea. Y
es una práctica política diferente. Resultaba paradójico el hecho de que un hombre propusiese una
idea en la que no cabía ningún hombre providencial. Pero creo que ha sido un éxito; déjenme
señalar que es la mayor reivindicación política del país. Hasta ahora, hemos alcanzado las 90.000
[firmas] y espero que para septiembre de 2012 lleguemos a las 100.000”.
La idea original era aplicar el modelo de las asambleas ciudadanas a una sola causa, la
reivindicación de una Sexta República. Partiendo de la movilización popular, se esperaba que
surgiesen las estructuras democráticas de organización y que la gente se autoorganizase con vistas
una Sexta República.
Pero en el M6R, la Sexta República no es un medio para la emancipación política, sino un fin en sí
misma. Así lo dice el texto que “se adoptó por el M6R por más del 90%”:
“El M6R actúa para constituir la Sexta República, para que así la humanidad pueda caminar sobre la
vía hacia el progreso. Tales cambios implican una insurrección civil, una revolución ciudadana… La
Sexta República será democrática, social, verde, laica, feminista y emancipadora. Será la garantía
de la soberanía popular en todos los ámbitos y una salvaguarda de nuevos derechos universales”.
La Sexta República es eso con lo que siempre has soñado, pero que nunca te habías atrevido a
reclamar. No solo eso, porque cuando se haya creado, vendrá con nuevos derechos.
Aunque el M6R y el PG son “totalmente independientes”, según afirma Paul Vannier, fue un punto de
inflexión para el partido. Dañaba la imagen de Mélenchon fuera del PG, ya que para muchos se
había convertido en un espíritu incómodamente libre.
En agosto de 2014, Mélenchon anunció ante la prensa que daría un paso atrás de la primera línea
política. “Ya no tengo ninguna responsabilidad ejecutiva. No me posiciono en ningún sector del
partido”, afirmó. Aún así, todavía ejerce de autoridad moral sobre el PG. “Ya no tiene ningún papel
de liderazgo dentro del partido, pero la gente todavía le escucha”, explica Coléou.
A pesar de haber perdido su puesto directivo, Mélenchon no ha terminado con la política electoral.
En su discurso de apertura del Cuarto Congreso, Mélenchon anunció oficialmente que concurriría a
las elecciones presidenciales de 2017.
En la entrevista que le hice el día anterior, declaró: “estoy disponible y estoy trabajando en ello
seriamente”. Reconoce que la “amenaza de 2017” está destruyendo a la “otra izquierda”. No
obstante, se muestra confiado: “creo que puedo darle al vuelta a la tortilla. Pero soy el único que lo
piensa”. Se presentará, como candidato del FDG o no.
La estrategia individualista de Mélenchon coincidía con la retracción del liderazgo del PG. Martine
Billard, que había sido copresidenta del PG desde 2010, renunció a su cargo en agosto de 2014; a
François Delapierre, el principal estratega del PG y amigo cercano de Mélenchon, se le diagnosticó
cáncer y falleció trágicamente joven este verano. “Todo sucedió para dejar a Mélenchon vía libre”,
afirma Marcot. “Su línea, que había sido contrarrestada hasta entonces, era de repente la única
línea. Paradójicamente, al mismo tiempo que Mélenchon se distanciaba del PG”.
Este giro inesperado creó una gran confusión en las líneas del PG. Entre septiembre de 2014 y
Enero de 2015, la formación no emitió ningún folleto en toda la nación.
Era un momento decisivo, pero también un error rotundo. Al margen del propio Mélenchon y su
círculo más cercano de fieles seguidores, nadie que cree que el M6R vaya a llegar muy lejos. Un
simple vistazo a las páginas web de peticiones demuestra que conseguir 90.000 apoyos no es un
logro tan grande como proclama Mélenchon. “Al principio, muchos dudaron sobre el M6R y su
relación con el PG; podría ser que acabase con el partido. Lo que estamos diciendo ahora es que el
M6R ha sido eliminado de raíz”, cuenta Coléou mientras se ríe.
La soberanía nacional
A pesar de este error, el M6R da signos de un cambio de pensamiento de Mélenchon (con su
consiguiente efecto dominó sobre la política del PG). Durante los últimos dos años, Mélenchon ha
cambiado “la izquierda” por “el pueblo”. Según Mélenchon, lo que teme “el sistema”, “la casta”, ya no
es la izquierda, sino el pueblo. La “era de la izquierda” había sido sustituida por la “era del pueblo”.
Aprovechándose del lenguaje populista de Podemos y de la retórica residual del 15M y Occupy Wall
Street, Mélenchon intenta reavivar discursivamente la estructura tripartita del antiguo régimen, que
había sido la condición previa a la Revolución de 1789. Los equivalentes del Tercer Estado, el clero
y la nobleza son, para Mélenchon, el pueblo, los medios y la oligarquía (léase, “la casta”).
Los cuadros del PG siguieron la vía marcada por Mélenchon, pero con reservas. Al tiempo que el
Congreso declaraba que la “solución” a la crisis actual estaba en el pueblo, el coordinador nacional
Eric Coquerel, defendía que el PG era un “partido de clase, de clase obrera”.
La sobrevaloración del “pueblo” está apoyada por la sobrevaloración de “la nación” y la “defensa de
la soberanía nacional”. El principal problema aquí es la UE y el euro, en un momento en que
comenzaba la sumisión de Grecia a sus acreedores. Lo que ha mostrado de manera rotunda el
experimento griego es que es imposible romper con la austeridad sin romper con el marco neoliberal
de las instituciones europeas. Por eso el PG ha estado trabajando en un plan B.
Si la plataforma del PG prueba imposible la aplicación de reformas en el marco actual de las
instituciones, y si los tratados no pueden ser revertidos de manera radical, hay una alternativa de
actuación: salir de la eurozona, formar una coalición con otros gobiernos europeos anti-austeridad y
destruir la Unión. En una entrevista de agosto, Mélenchon declaró que “si tenemos que escoger
entre el euro y la soberanía nacional, escojo la soberanía nacional”.
La defensa de la soberanía nacional era central en la plataforma que obtuvo el 45 % de los votos de
la militancia. Muchos dentro del partido se oponen a esta idea, y reclaman la “soberanía popular”,
pero la idea de soberanía casi nunca se cuestiona.
Uno de los principales líderes de la plataforma minoritaria, Ramzi Kebaili, defiende que “el PG
reivindica la noción de soberanía nacional. No en un sentido nacionalista, sino en un nuevo sentido:
la Nación francesa es la gente; volvemos al significado que el término tenía durante la Revolución
francesa”. Su posición se apoya sobre la presunción de que “el pueblo espera que hablemos de la
nación, de un proyecto común. Definido en un sentido republicano”.
Es discutible si volver, otra vez, a la Revolución francesa aporta algún contenido nuevo a tan
repetitiva expresión (que, además, conlleva una carga política). Tal como señala Niels Caron, “el
problema es que la palabra ‘nación’ es muy antigua. Todo este discurso se basa en los siglos XVIII y
XIX, en el momento de 1792 a 1793 en la Revolución francesa. Realmente, no le dice nada a la
gente”.
Pero eso no es todo. En el contexto francés, la soberanía nacional y la postura “soberanista” se
asocia normalmente con la derecha: un miedo xenófobo hacia los extranjeros, una fascinación por la
ley, el orden y el ejército, una alarma sobre el declive de la influencia de Francia en el mundo, etc.
¿Es el giro hacia el soberanismo el destino de todas las ramas izquierdistas del PS?
Al mostrarse reacio a respaldar las manifestaciones convocadas por los comunistas, ecologistas o
trostkistas, su única vía de supervivencia está en el firme republicanismo. Eso es lo que le pasó a
Jean-Pierre Chevènement, un antiguo ministro del Interior del PS en el gobierno de Jospin que
progresivamente se posicionó de manera decidida (e incluso más reaccionaria) en el soberanismo.
Mélenchon y el PG no son Marine Le Pen y el Frente Nacional, obviamente. Pero el uso de la
soberanía nacional en la resolución del congreso (una decisión que suscitó desacuerdos en la base)
apunta un cambio mayor de la política de clase y la política del oprimido en un sentido amplio, a un
nacionalismo cerrado.
En la boca de Mélenchon, este nacionalismo anacrónico (e izquierdista) ha mutado en un
preocupante nacionalismo crítico con Alemania, per se. En su libro Le hareng de Bismark exhibe el
más puro sentimiento anti-germano.
A lo que trata de enfrentarse Mélenchon no son los gobiernos de la austeridad, ni los gestores
neoliberales del capital, ni la lógica neoliberal de socializar los riesgos y privatizar los beneficios, sino
Alemania
. El capitalismo europeo y las instituciones se reducen a Alemania, y Alemania a Merkel. Cierto, la
Troika habla Alemán, pero el Fondo Monetario Internacional habla Francés.
Priorizar al “pueblo” y la “nación” por encima de un juicio más empírico de las fuerzas sociales
dispensa las relaciones de poder que subyacen en la pugna política. Resta importancia a la lucha de
clases en Francia, por ejemplo, con el violento ataque que los capitalistas y su principal
organización, el MEDEF (Movimiento de las Empresas de Francia), ha dirigido contra el trabajo y [lo
que queda de] Estado de bienestar.
También evoca categorizaciones vagas y un programa peligroso. “El pueblo” es una categoría que
menosprecia la intrincada lógica de los sistemas de opresión. Un ejemplo clásico, el sacado de la
crítica antirracista de la retórica del “99 %”: ¿deberíamos marchar todos, junto con los policías, dado
que ellos también son “el 99 %”? De modo inverso, hablar del “pueblo” contra el “sistema” no permite
un análisis de las alianzas tácticas con alguna de sus fracciones ni un entendimiento de las
corrientes contradictorias que engloba “el pueblo”.
Finalmente, declarar que “la solución es el pueblo” aparta la cuestión de la construcción de
organizaciones e instituciones colectivas, democráticas que desafíen el orden actual y los poderes
que surjan a largo plazo. La lucha política no es una excepción apocalíptica.
Tal como defienden Caratina Príncipe y Dan Russell [5], “una estrategia viable para poner fin a la
austeridad no puede contrapesar lo político y lo social: la alternativa política debe ayudar a crear su
propia base social”. Mélenchon y el PG están tan pendientes de los calendarios y victorias
electorales que dejan la cuestión social, básicamente, apartada a un lado.
No obstante, sería erróneo pensar que la línea del PG es tan recta y clara. Más bien lo contrario. El
partido se caracteriza por su habilidad para decir cosas contradictorias, primero una cosa y a la vez
la otra. Aunque la larga trayectoria de Mélenchon ha estado dedicada a la estrategia de la revolución
ciudadana durante ya algún tiempo, todavía menciona a la “otra izquierda”, convocando a los demás
partidos de izquierdas para construir coaliciones electorales más amplias. Intenta andar con dos
piernas: la pierna ciudadana, antisistema, y la pierna de la “otra izquierda”, de coalición anti-
austeridad más amplia, esperando que alguna de ellas tome la iniciativa de andar.
Francia está aburrida
Mélenchon siempre ha sido la pieza angular de la arquitectura del PG, su líder carismático y cabeza
pensante. Desde su fundación, los miembros del PG han repetido que el partido no es un fin en sí,
sino que lo único que mantenía en pie al partido era la dinámica del FDG.
Hoy, Mélenchon ha abandonado los puestos de liderazgo y se centra casi exclusivamente en un
mortinato “movimiento” populista. El FDG está en horas bajas y muchos miembros del PG están
cansados, desesperanzados o desaparecidos del mapa. ¿Qué es lo que queda?
Es bastante posible que el PG se mueva como un pollo sin cabeza, dando tumbos durante un año y
medio, aproximadamente (pongamos que hasta las elecciones presidenciales de 2017), y entonces,
de puro agotamiento, caiga muerto.
El problema, claramente, es que las otras gallinas izquierdistas de Francia no tienen mejores
expectativas. Se empequeñecen a diario, pierden su vínculo con los trabajadores y sus políticas
sufren de una falta dramática de ingenio. Pero como acontece siempre con las pugnas políticas,
nunca se puede descartar un escenario revolucionario. En marzo de 1968, Le Monde describía en su
editorial a una Francia “aburrida”. Un par de meses más tarde, sucedían los acontecimientos de
Mayo del 68.
Notas:
[1] http://www.newyorker.com/magazine/2015/08/31/the-other-france
[2] See available on ESSF (article 35935), Before Tsipras in Greece, the 1980s in France – The
Many Lives of François Mitterrand:
http://www.europe-solidaire.org/spip.php?article35935
[3] http://www.humanite.fr/rafael-correa-president-de-lequateur-soutient-jean-luc-melenchon
[4] https://www.jacobinmag.com/2015/07/french-revolution-bastille-day-guide-jacobins-terror-
bonaparte/
[5] See available on ESSF (article 35908), Asking the Right Questions – On the challenges faced by
the Left in Europe:
http://www.europe-solidaire.org/spip.php?article35908
es miembro de Ensemble!
Clément Petitjean
Traducción José Manuel Sío Docampo Fuente: http://www.europe-
solidaire.org/spip.php?article36297
URL de origen (Obtenido en 16/11/2015 - 10:52):
http://www.sinpermiso.info/textos/que-le-ha-pasado-a-la-izquierda-francesa-
melenchon-ascenso-y-crisis-del-parti-de-gauche