Pilar y José Donoso

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Pilar y José Donoso: la vida real y la ficción, por Juan Martini La noticia de la muerte de Pilar Donoso (15/11/2011), la hija del escritor chileno José Donoso, me sacudió. La conocí apenas en un viaje a Santiago en 1995. La editorial Alfaguara presentaba la que sería la última novela de Pepe Donoso publicada en vida, Donde van a morir los elefantes, un libro menor si se quiere en el marco de una obra presidida por la abismal El obsceno pájaro de la noche y secundada por excelentes novelas breves como El lugar sin límites, todas recorridas por el estremecimiento de lo prohibido. En esa ocasión vi a Pilar Donoso dos veces: una nochecita en el caserón burgués de sus padres mientras tomábamos una copa antes de salir a comer y la tarde del día siguiente en la presentación de la novela. Era una mujer 28 años, delgada, elegante y protegida, entonces, por el silencio. Nacida en Madrid en 1967 y adoptada en seguida por Pepe Donoso y María del Pilar Serrano, Pilar Donoso creció en Calaceite, un pueblito de Aragón, y a los 14 años acompañó a sus padres en el viaje de regreso a Chile. A pesar de la moderación que esgrimió siempre en público Pilar sostuvo durante mucho tiempo una relación beligerante con Donoso y su mujer. Ella conocía mejor que nadie las ruinas que poblaban la casa familiar, el alcoholismo de María del Pilar, las peleas estrepitosas, la constante precariedad económica, las obsesiones y la homosexualidad de José Donoso. Todo esto, y más, se hizo público después de la muerte del escritor a finales de 1996. Y de todo esto, y más, se hizo cargo su hija adoptiva, Pilar, cuando decidió atreverse con las cajas llenas de diarios personales, notas y cartas que junto con originales de sus obras, otros documentos y una novela inconclusa yacían en las universidades de Princeton y Iowa. Durante ocho años trabajó Pilar con todos esos materiales y publicó después una inquietante biografía de José Donoso: Correr el tupido velo.

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Pilar y José Donoso: la vida real y la ficción, por Juan Martini

La noticia de la muerte de Pilar Donoso (15/11/2011), la hija del

escritor chileno José Donoso, me sacudió. La conocí apenas en un

viaje a Santiago en 1995. La editorial Alfaguara presentaba la que

sería la última novela de Pepe Donoso publicada en vida, Donde van

a morir los elefantes, un libro menor si se quiere en el marco de una

obra presidida por la abismal El obsceno pájaro de la noche y

secundada por excelentes novelas breves como El lugar sin límites,

todas recorridas por el estremecimiento de lo prohibido.

En esa ocasión vi a Pilar Donoso dos veces: una nochecita en el

caserón burgués de sus padres mientras tomábamos una copa antes

de salir a comer y la tarde del día siguiente en la presentación de la

novela. Era una mujer 28 años, delgada, elegante y protegida,

entonces, por el silencio. Nacida en Madrid en 1967 y adoptada en

seguida por Pepe Donoso y María del Pilar Serrano, Pilar Donoso

creció en Calaceite, un pueblito de Aragón, y a los 14 años

acompañó a sus padres en el viaje de regreso a Chile.

A pesar de la moderación que esgrimió siempre en público Pilar

sostuvo durante mucho tiempo una relación beligerante con Donoso

y su mujer. Ella conocía mejor que nadie las ruinas que poblaban la

casa familiar, el alcoholismo de María del Pilar, las peleas

estrepitosas, la constante precariedad económica, las obsesiones y

la homosexualidad de José Donoso.

Todo esto, y más, se hizo público después de la muerte del escritor

a finales de 1996. Y de todo esto, y más, se hizo cargo su hija

adoptiva, Pilar, cuando decidió atreverse con las cajas llenas de

diarios personales, notas y cartas que junto con originales de sus

obras, otros documentos y una novela inconclusa yacían en las

universidades de Princeton y Iowa. Durante ocho años trabajó Pilar

con todos esos materiales y publicó después una inquietante

biografía de José Donoso: Correr el tupido velo.

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Así que hoy ya no quedan secretos ocultos en las tramas más

oscuras de una familia. Si faltaba algo, entonces se supo que entre

los papeles de Donoso estaba el proyecto de una novela en la que la

hija de un escritor, muerto su padre, descubre sus diarios y,

después de leerlos, se suicida. Pilar Donoso publicó la biografía de

Donoso a finales de 2009.

Este libro le costó el divorcio de su primo Cristóbal Donoso y la

pérdida de sus tres hijos en 2010. Si su matrimonio estuvo a salvo

del fantasma del incesto por el hecho de haber sido adoptada nada

la rescató del exorcismo al que se entregó. Un año después, en la

tarde del martes 15 de noviembre, Pilar Donoso se suicidó con una

ingesta masiva de barbitúricos.

El cumplimiento de la profecía es una tragedia, la forma más

antigua y más actual del drama porque el destino es reemplazado

por la fatalidad. Pilar Donoso encarnó hasta el último suspiro esta

tragedia. Y la consumó. Detrás de su figura, desarticulada por el

dolor público y es probable que también por un íntimo pesar que le

complicó la vida desde sus primeros pasos, se agita la figura

traumática de José Donoso, un hombre que fue presa de la envidia

hasta límites a veces extravagantes del éxito de los otros y del trato

que recibían. Y que manejó mal casi todas sus cuentas, desde las

económicas hasta las sentimentales, haciendo de su

homosexualidad una marca distintiva y vergonzante.

Junto con Fuentes, García Márquez, Cortázar y Vargas Llosa,

Donoso formó parte del llamado “boom de la literatura

latinoamericana”. Pero nunca estuvo tranquilo con eso y luchó tanto

por su inclusión en ese quinteto como por diferenciarse de sus

compañeros y sobresalir por sobre ellos. Competitivo, cruel,

generoso y desmedido, José Donoso construyó una leyenda de la

que sólo queda hoy su obra. Y en ella, impresa con la temible

lucidez de los transgresores, la intuición de la muerte de su hija, un

eslabón con el que él y su mujer intentaron vanamente poner a

distancia la locura doméstica que los arrinconaba. La vida real y la

ficción terminarían por fundirse en una sola historia implacable.

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Pilar Donoso, entonces, hizo suya todas las tragedias familiares y

dio por terminada su vida con la misma distancia y coraje con que

se mantuvo leal y combativa a un amor filial que no le correspondió.

Pilar Donoso habla sobe su libro:

Dijo Vargas Llosa de Pilar y de Correr el tupido velo:

Cuando la conocí, en el pueblecito aragonés de Calaceite, Pilar Donoso era una niña que protagonizaba con mis hijos las aventuras que inspiraron a su padre, José Donoso, una de sus mejores novelas: Casa de campo (1978). Y aunque la volví a ver después (…), la imagen que de ella prevalece en mi memoria es la de aquella criatura vivaracha y traviesa…

La Pilarcita ha publicado un libro tan extraño y hermoso como su título. Correr el tupido velo es un libro escrito con lucidez, economía, discreción donde hace falta y, por momentos, con una franqueza que corta el aliento…

Dijo Jorge Edwards sobre la obra:

El libro de Pilar Donoso sobre su padre adoptivo, el novelista José Donoso, Correr el tupido velo, es duro, severo, por momentos patético, muchas veces apasionante, revelador en casi todas sus páginas. Su lectura es fascinante para novelistas, hombres de letras, artistas de cualquier parte: para todos los que quieren asomarse a los misterios –gozosos y dolorosos– de la creación literaria.

Ha dicho la crítica:

Podríamos describir Correr el tupido velo como la historia del desarraigo y de desarraigados que en calidad de tales pueden trazar los rasgos de sus máscaras/rostros, abandonando identidades fijas y estables. Sebastián Schoennenbeck en Literatura

Pilar Donoso nos cuenta en detalle en su libro los interminables meses en los que su padre se encerraba tratando de sacar del fondo mismo del subconsciente los patios llenos de monstruos de sus

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novelas. En un mundo de novelas híbridas, de jugueteos vanguardistas o simples relatos mínimos, la aventura que emprendió Donoso nos parece una audacia que ya no nos permitimos. Rafael Gumucio en El Mercurio

Pilar tenía miedo al comienzo de que Correr el tupido velo (Alfaguara) fuera interpretado como una vendetta de ella hacia su padre, pero ella asegura que finalmente José Donoso queda bastante bien parado. Marilú Ortiz de Rozas en El Mercurio

Fragmentos del libro (por cortesía de sus editores):

La historia que quiero contar no es «la historia de José Donoso», sino la de una hija en la búsqueda interminable por saber quiénes fueron sus padres, sean biológicos o adoptivos. Es la búsqueda de la identificación, del entendimiento de quién es uno y del inevitable conflicto que esto implica.

Me he visto enfrentada con la palabra escrita que mi padre plasmó en sus diarios (a la que luego de unos años todos tendrán libre acceso) y en cada página, sin darme cuenta, me encontré también conmigo; tuve que reestructurarme una y mil veces frente a lo allí escrito, ante el desconcierto, el dolor, el amor, el miedo, el odio…

De modo que este será el desafío: lograr descorrer ese tupido velo al que el mismo José Donoso, mi padre, recurría. Descubrir, finalmente, el rostro que se escondía tras sus numerosas máscaras y que ocultaban su gran temor de no ser aceptado por los demás.

Mi realidad ha sido crecer bajo la sombra de un gigante.

Siempre se mantuvo como padre cariñoso, comprensivo, aunque lapidario frente a mis decisiones, pero siempre presente, al fin y al cabo. Detrás, sin embargo, se escondían miedos, rencores, odios, frustraciones.

Como he dicho, lo extraño de todo esto es que mi padre nunca me hizo sentir nada de lo que veo reflejado en sus diarios. Menos, que llegaran a tal punto tanto sus persecuciones conmigo como la

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importancia que yo tenía para él en los períodos positivos, reflejo de un amor incondicional.

Es así como mi padre intelectualizó mi adopción. Desde siempre me hizo creer que «ser distinta» era una virtud que debía explotar y no un karma doloroso. Quiso hacerme creer que el no tener los fantasmas de una historia anterior me daba la posibilidad de reinventarme y me educó siempre para ello, lo que finalmente se volvió en mi contra. Me aislé, y aquello dejó una huella eterna, la de sentir que no pertenecía a ningún lugar, a ninguna historia. Mi adopción se convirtió en un aspecto literario más de su propia imagen del clochard que tanto lo obsesionaba; se identificó conmigo en este aspecto y eso nos unió mucho. Aunque, por otro lado, me dejó como una isla fuera de un mundo al que yo realmente quería o anhelaba pertenecer.

La educación para mi padre era un tema primordial. Nunca dejó de preocuparle mi instrucción, era intransigente al respecto; severo a veces; irónico otras y, por lo mismo, me rebelé y nunca terminé ninguna carrera.

En este aspecto, sin embargo, aparecía otra contradicción de su personalidad. Era generoso, sí, pero bastaba que uno le pidiera algo para que se molestara y se negara; le gustaba dar sólo cuando le nacía.

Como marido, mi padre le exige a mi madre dos cláusulas matrimoniales indispensables. La primera, que supiera manejar un auto, ya que él no sabía y no iba a aprender nunca y, la segunda, que debía leer a Proust, porque si no, no tendrían de qué hablar.

La relación entre mis padres muestra ya la dinámica que tendrá siempre. Mi madre se siente a menudo sola, postergada por «el espacio creativo» de mi padre, que se encierra a escribir y también en sí mismo.

Hasta hoy me pregunto qué los llevó a casarse. En ese momento él era un hombre maduro, soltero, de treinta y siete años, perseguido por los fantasmas de su juventud; ella, una mujer soltera, virgen (a su decir), de treinta y seis años. ¿Qué misteriosos lazos los unían?

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Desde luego había muchos: lograron estar casados treinta y seis años, con crisis, grandes heridas y dolores profundos, pero a su vez con grandes momentos de amor mutuo. Incluso la muerte los quiso unir: se fueron con sólo dos meses de diferencia.

Hoy, como hija, al conocer el revés de la historia, admiro su valor de postergarse de tal modo ante un amor que ella consideraba vital, dejando a un lado su propia femineidad, sin olvidar la frustración que eso le produjo, y la búsqueda de una vía de escape en sus depresiones y su alcoholismo. En este sentido, mi padre siempre fue egoísta; él tenía un mundo propio tan grande que pudo sublimar toda su frustración con respecto al placer.

Esa mente atormentada por la paranoia y el miedo a ser descubierto. Es aquella dualidad que demuestra al esconderse y al dejar estos manuscritos para finalmente ser descubierto, o bien manipulando al escribirlos para crear la imagen premeditada que quería que conservaran de él, amparado por la inmutabilidad de la muerte, fuera de todo juicio e incomprensión; inalcanzable para su mayor temor: el rechazo.

Mi padre plasmó en sus sesenta y cuatro diarios (su última anotación es de 1994) su lado más oscuro. En ellos muestra ciertas aristas de su personalidad que yo y creo que casi todos ignorábamos, aunque de algún modo intuíamos: un mundo interno de complejidad sin límites.

Pero siempre me quedará la duda —y supongo que al lector también— de si lo que plasmó en estas miles de páginas de sus diarios es «él» o su propia ficción sobre sí mismo.

La vida trashumante que ha tenido hace que los lazos parezcan terriblemente frágiles; vive en un mundo en el que casi no encuentra a qué ni a quién aferrarse y, si lo encuentra, dura poco. Hace años que se casó y en ese tiempo ha vivido en trece lugares distintos, ha tenido diecinueve casas, seis refrigeradores propios —fuera de los arrendados, prestados y robados— y vive con lo que le pertenece dentro de una maleta. Los amigos, los lazos, van quedándose atrás, en los distintos sitios… Mallorca, Portugal, Iowa, Nueva York, Guanajuato.

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El humor es algo que a mi padre nunca le faltó, y quien tiene la virtud de la palabra asociada a la profundidad de la ironía, se vuelve aún más sátiro. A veces esa ironía era incluso lapidaria. Podía hacer daño con comentarios al pasar, casuales, dejando la duda de si había sido realmente su intención herir tan profundamente o si ni siquiera se había dado cuenta de la magnitud de sus palabras.

Un aspecto desconocido de mi padre es que estaba lleno de manías, que en realidad no eran manías, sino más bien supersticiones. Por ejemplo, terminar en la página número doce del diario que está escribiendo, porque le da miedo permanecer en la trece, número que infaliblemente trae mala suerte.

Acostumbrada a una vida glamorosa, a fiestas con príncipes y duques, no era extraño que (mi madre) vistiera trajes de los mejores diseñadores del mundo. Era alta, morena, de labios gruesos y una nariz importante; era una mujer a la que nadie podía dejar de mirar.

Pero sus intereses no eran únicamente esta vida social que hoy parece sacada de un cuento de hadas.

Ella tenía grandes pasiones, como la pintura, los idiomas y el periodismo. De hecho, fue la primera mujer boliviana en trabajar en forma estable en un periódico.

La vida en Barcelona es uno de los momentos más felices en la vida de mi madre. Está siempre alegre, dispuesta a todo. La recuperación del «entorno social» es clave. Ella es por naturaleza sociable, acogedora con quien llegue a su casa. Sigue a mi padre a todos lados; es una suerte de secretaria que trata de resolver la parte práctica de la vida, sin mucho resultado, pero, desde luego, bastante mejor que mi padre. Se siente acompañada al estar rodeada de amigos, invitaciones y largas conversaciones. Es admirada por su elegancia y su estatura.

Cada vez más desolada, siente que ha pasado la vida de rodillas, agradeciendo primero a sus padres por haberle dado la vida, a mi padre por haberla convertido de una solterona neurótica en una mujer, y a mí por haber sido la hija que su esterilidad le negó.

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Necesita sentirse un ser valioso, objeto de amor y se vuelca cada vez más hacia los animales y el alcohol.

Ella siempre buscaba su espacio dentro de estos períodos de vida universitaria que debía compartir o asumir junto a mi padre, y tenía una gran capacidad para relacionarse muy bien con la gente joven, de una manera espontánea y afectuosa, por lo que naturalmente dejó muchas huellas afectivas por donde pasó.

Mi madre quiere escribir un libro sobre la génesis de las novelas de mi padre. Empieza a grabar conversaciones con él sobre las primeras obras, entre ellas Coronación, y se siente feliz con este proyecto, que junto a su trabajo en el diario La Época le han devuelto la confianza en sí misma.

RETRATO DE FAMILIA ( VARGUITAS)

La hija de José Donoso publica un libro biográfico sobre sus padres,

ella misma y la gestación de las novelas del escritor. Sorprende por

su lucidez y franqueza, que en ocasiones corta el aliento

Cuando la conocí, en el pueblecito aragonés de Calaceite, Pilar

Donoso era una niña que protagonizaba con mis hijos las aventuras

que inspiraron a su padre, José Donoso, una de sus mejores

novelas: Casa de Campo (1978). Y aunque la volví a ver después,

en Chile, ya hecha una joven, y luego toda una señora, la imagen

que de ella prevalece en mi memoria es la de aquella criatura

vivaracha y traviesa que revoloteaba sin tregua por la soberbia casa

de piedra de las alturas de Teruel que los Donoso habían decorado

con todas sus soberbias excentricidades y neurosis.

Ahora, la Pilarcita ha publicado un libro tan extraño y hermoso como

su título, Correr el tupido velo. En él, sus padres y ella vuelcan su

intimidad a través de diarios privados, cartas, testimonios y

recuerdos que introducen al lector en todos los pliegues y repliegues

de la vida de una familia, con inusitada sinceridad y, al mismo

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tiempo, con tanta elegancia que todo lo que hay en sus páginas de

sufrimiento y desgarro queda como atenuado y embellecido. Por

otra parte, además de una biografía de sus padres y de ella misma,

la autora ofrece en este libro un documento excepcional sobre el

proceso creativo del escritor que fue José Donoso, las fuentes y

modelos que le sirvieron para gestar sus historias, sus métodos y

manías, los entusiasmos y las depresiones por las que pasaba, su

tenacidad y disciplina y los arrebatos, paranoias, histerias,

ingenuidades, miedos y, a veces, ilusiones de chiquilín con que,

además de la imaginación y la memoria, amasaba sus cuentos y

novelas.

No debió de ser fácil vivir junto a una persona para la que su trabajo literario era lo

único que importaba

No debió ser nada fácil vivir junto a una persona para la que su

trabajo literario era lo único que importaba, un objetivo a lo que

todo lo demás, empezando por la mujer y la hija, debía

subordinarse y, si era preciso, ser sacrificado. No es de extrañar que

María del Pilar padeciera depresiones y en ciertas etapas de su vida

se refugiara en el alcohol y que la propia Pilarcita sintiera una

desesperanza y soledad que bañan algunas páginas de su libro de

profunda tristeza. Y, sin embargo, no hay la menor duda, José

Donoso amaba a su mujer, adoraba a su hija, y no hubiera podido

vivir ni escribir sin la fantástica complicidad que llegó a tener con

ambas, de las que, a la vez que las sometía a todos los caprichos de

su egolatría, dependía en cuerpo y alma y a las que, de tanto en

tanto, también abrumaba de regalos y delicadezas.

Lo mejor de Correr el tupido velo es la sabiduría de su construcción.

José y María del Pilar Donoso llevaron a lo largo de muchos años,

cada uno por su cuenta, unos diarios -que cada cónyuge guardaba

en el mayor secreto- en los que registraban su vida diaria y

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opinaban con franqueza total (y a ratos aterradora) de las gentes

que veían, de los libros que leían, de lo que hacían y dejaban de

hacer, y, también, por supuesto, con la misma sinceridad brutal,

dejaban sentado lo que pensaban uno del otro y de la niña que

habían adoptado como hija en España cuando la pequeña tenía

apenas dos añitos. Pilar Donoso ha seleccionado de ese enorme

material fragmentos a los que hace dialogar entre sí, y enriquece

ese diálogo con extractos de la correspondencia familiar y con sus

propios recuerdos. De todo ello resulta una complejísima

información, cargada de ambigüedad y sutileza, en la que el lector

tiene por momentos la sensación de haber invadido lo más

recóndito de la intimidad de aquellos personajes, ese recinto ultra

secreto donde moran los fantasmas y los monstruos que los seres

humanos nos pasamos la vida tratando de evitar que salgan a la luz.

Aquí salen y el espectáculo, aunque por momentos es chocante y

hasta lastimoso, ilumina de manera clarividente los avatares de una

familia concreta, de la vocación literaria y de la condición humana

en general.

Fuimos buenos amigos de Pepe y María del Pilar y yo creía

conocerlos bastante bien, pero leyendo Correr el tupido velo he

descubierto que desconocía de ellos más cosas de las que sabía.

Siempre tuve claro que él era un escritor hasta el tuétano, exclusivo

y excluyente, cuya vocación prácticamente ocupaba su vida, de la

que había terminado por eliminar todo lo que no fuera literatura o le

sirviera para sus libros, pero ignoraba por completo que, para llegar

a serlo de esta manera radical, hubiera tenido que pasar tantas

pruebas y pellejerías en su juventud, la pobreza y el desamparo de

largos años, en una época en la que en América Latina su

empecinamiento en ser sólo un escritor (careciendo de ayuda y

dinero) era poco menos que una locura o un suicidio. Lo consiguió,

pero nunca se libró de aquella inseguridad con que debió vivir, de

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joven insolvente, en una pensión pobretona de Buenos Aires,

cuando borroneaba sus primeras historias. Esa inseguridad era, en

buena parte, económica. No lo dejaba traslucir, ni a sus amigos más

próximos, pero debido a ella hasta sus últimos años, ya acosado por

las enfermedades, siguió aceptando los extenuantes viajes a

enseñar a las Universidades de Estados Unidos o las giras de

conferencias que con frecuencia interrumpía una crisis de su salud

que lo disparaba al hospital.

Es fascinante descubrir, en el libro, su obsesión por la moda.

Durante buena parte de su vida representó al viejo señor feudal

más o menos arruinado, viviendo en pueblos minúsculos o haciendo

vida de pueblo en las ciudades, más bien recluido, pero

frenéticamente atento a los últimos gritos de la chismografía social

internacional, las modas indumentarias y las payasadas de la jet

set. Las páginas en las que lo descubrimos dedicando todas sus

horas libres, en una casa de Comillas, a devorar una colección de

revistas de alta sociedad, dando instrucciones a su mujer y a su hija

sobre cómo debían vestirse y decidiendo la tapicería de los sillones o

la disposición de los árboles y las flores en los jardines -otra de sus

grandes pasiones, como las casas antiguas, las mudanzas y las

viejas y los viejos- abren unos paréntesis de buen humor y picardía

en un mundo por lo general impregnado de gravedad, tensiones y

angustia.

El libro muestra también lo que muchos amigos de Pepe

sospechábamos: que María del Pilar fue una compañera

extraordinariamente sacrificada, que hizo suyas sus fantasías,

extravagancias y todos los disparates con los que él gustaba

amueblar su existencia pues de este modo encontraba inspiración y

voluntad para escribir, apoyándolo y siguiéndolo hasta la

autodestrucción. Nada la había preparado a ella para semejantes

heroísmos. Había tenido una juventud cosmopolita, acomodada,

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viajera y frívola y enamorarse de José Donoso transformó su

existencia de manera brutal. Cuando todavía eran novios, él le

exigió que, antes de casarse, se psicoanalizara y ella obedeció, lo

que da ya un indicio del género de pareja que llegaron a constituir.

Durante algún tiempo vivir junto a un hombre como José Donoso

debió ser una aventura excitante y arriesgada, pero, luego, aquella

experiencia de alto voltaje comenzó a cobrarle un peaje en

depresiones, inseguridad y crisis nerviosas que ahogaba en alcohol,

algo que esa señora tan bien educada que fue siempre María del

Pilar no permitió que adivinaran ni sus amigos más íntimos.

Yo los quise mucho a los dos, y ahora, después de haber leído el

libro de la Pilarcita, los quiero más. Entrar a su casa era como entrar

a ese simulacro que es la vida de los libros, una vida que no es la

real sino su anverso y su sublimación, una vida postiza, de sueño,

artificio, apariencia y pose. Pero José Donoso consiguió que su vida

fuera eso, la única forma de vida que conocía y amaba, y, por ello,

lo que en cualquier otro hubiera parecido evasión, embrollo y

pantomima, fue en él vida genuina vivida con la intrepidez y la

entrega total de una gran aventura.

En pocos libros como en éste se puede seguir, paso a paso, de

manera tan vívida, la gestación de las novelas de un autor. Donoso

era un trabajador disciplinado y se esforzaba por tener un control

minucioso de historias y personajes, sobre los que preparaba

biografías pormenorizadas. Y, sin embargo, en este libro se advierte

cómo, en lo que se refiere a los temas, no era él quien los escogía

sino ellos los que lo escogían a él, insinuándose de pronto en forma

de recuerdos que transparentaban viejas obsesiones, y lo iban

invadiendo y sometiendo, obligándolo a menudo a abandonar los

trabajos que había emprendido hacía tiempo, para volcarse en

cuerpo y alma en una nueva empresa creativa.

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Además de bien construido, Correr el tupido velo es un libro escrito

con lucidez, economía, discreción donde hace falta y, por

momentos, con una franqueza que corta el aliento. No sé si su hija

asistió alguna vez a esos talleres para jóvenes escritores que José

Donoso dio a lo largo de muchos años, en su casa de Santiago, y

por los que pasaron algunos de los mejores narradores chilenos de

la actualidad como Alberto Fuguet y Arturo Fontaine. Pero, lo hiciera

o no lo hiciera, a juzgar por este absorbente ensayo con el que

inicia su vida literaria, Pilar Donoso se impregnó de los secretos del

arte de escribir en esa familia de obstinados fantaseadores de la que

pasó a formar parte cuando era sólo un pedacito de mujer.

Los Donoso: un exorcismo literario

El libro 'Correr el tupido velo', escrito por la hija del gran autor

chileno, constituye un exhaustivo y sensible ejemplo de biografía

filial con todas sus luces y sombras

Todo el mundo necesita un día poner en orden su existencia.

Algunas personas comienzan (y acaban) con su familia. Es lo que

hace Pilar Donoso (1967), la hija del escritor chileno José Donoso

(1924-1997) enCorrer el tupido velo (Alfaguara). Escribir un libro

que es una biografía de su padre. Y como tal, termina siendo su

autobiografía. O un exorcismo para liberar esos demonios familiares

que todos llevamos, con mayor o menor pesar, dentro. Correr el

tupido velo es una investigación vital, pero también es una

investigación espiritual y estética. La historia de ese fervor o esa

incurable enfermedad en que José Donoso convirtió su literatura.

Donoso se retiró del mundo convencido de que su oficio era lo más

cercano a la verdad. Lo expresó siempre que pudo a través de su

literatura. O mejor dicho, del lenguaje. Este era su instrumento de

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comunicación con la vida. Poco antes de morir había afirmado: "La

muerte es la falta de lenguaje". Una hermosa frase y una no menos

hermosa verdad, como sacada del depósito conceptual del

mismísimo Lacan.

Pilar Donoso se busca a sí misma en un atormentado contexto familiar

Donoso fue autor de varias y valiosas novelas. Pero a veces parece

que sólo lo fue de El obsceno pájaro de la noche (1970), novela de

parto doloroso que consolidó el prestigio que había comenzado a

adquirir con Coronación (1956) unos años antes, además de situarlo

en la órbita del legendario boom. De su vida tuvimos noticias a

través de su Historia personal del boom (1972). Este fue el retrato

de un fenómeno literario, de un grupo de novelistas que

coincidieron con obras muy distintas en propósitos estéticos, incluso

en fundamentos ideológicos, pero muy vinculadas por un

evanescente espíritu de tribu de la palabra. También fue un intento

de definir quién era quién, de respetuosa jerarquización de sus

componentes, de tasar sus obras. Pero al mismo tiempo fue una

crónica donde su autor nos daba información de su situación dentro

del grupo, de las relaciones y los eventos (públicos y privados) que

los trenzaban y los separaban con no poca acritud y eco mediático.

La familia bien avenida que todos creyeron que conformaba

el boom, no lo era tanto: de ahí la eficacia desmitificadora de ese

libro que todavía sigue vigente, y que sirve como metáfora de la

irritante susceptibilidad egocéntrica de los escritores, sean de donde

sean y escriban en el idioma que escriban. (Recuérdese, de paso,

que la edición de 1987 de este libro incluye un texto de su mujer,

María Pilar, titulado con inequívoca ironía El boom doméstico)

Correr el tupido velo es la pieza que faltaba para completar la

mirada sobre la familia Donoso: el padre, la madre y, ahora, la hija,

Pilar. Escribir sobre los padres puede decirse que se ha convertido

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en una especie de género literario. Tan meritorio y digno como el

que más, siempre y cuando no se utilice para medrar a costa de los

progenitores. Comprendo que alguien se acerque a estas

investigaciones familiares con la sospecha del resentimiento, la

venganza, la ingratitud o la venalidad. No es el caso del libro de

Pilar Donoso. La hija del escritor chileno ejercita un género en el

cual han descollado en libros recientes Patrick Modiano (Un pedigrí)

y Richard Ford (Mi madre); y en nuestro país Soledad Puértolas

(Con mi madre) y Marcos Giralt Torrente (Tiempo de vida). El libro

de Pilar Donoso se inscribe en esta línea, en la búsqueda de

respuestas, en la búsqueda de sí misma en un contexto familiar

sumamente conflictivo y atormentado, pero donde a la vez aprende

que la palabra es el instrumento más idóneo para llevar a cabo esta

difícil y arriesgada indagación.

Se trata de descorrer algunos velos. Allí donde su padre (la autora

es hija adoptiva) y su madre los corrían, ella debe atreverse a

enfrentarse con lo que encuentra detrás. El libro es un recorrido por

la vida de sus padres: llena de exilios voluntarios, tocados por ese

sublime y autodestructivo síndrome de la generación perdida. Pilar

estructura su libro en dos grandes bloques: la estancia de Donoso y

su familia, a partir de 1967, fuera de Chile, y el regreso en 1980.

Hay un capítulo dedicado a la relación del escritor con el

psicoanálisis y otro sobre su muerte. La autora alterna su relato

familiar con fragmentos de los polémicos diarios de su padre.

También participan cartas del escritor y páginas del diario de su

madre.

Resulta enjundioso que Pilar Donoso no juzgue. Deja que seamos

los lectores los que emitamos algún veredicto. Las depresiones

abismales de María Pilar, sus incalculables ingestiones de alcohol,

las depresiones de Donoso, su enfermizo afán de reconocimiento,

sus ataques de paranoia, sus enfermedades (reales e imaginarias),

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la constante falta de liquidez del matrimonio. Tales circunstancias,

parecen no haber dejado ninguna huella de resentimiento en la

autora. Comprensión sí. Y cierto aire de paraíso perdido, cuando

evoca el pueblo fronterizo de Calaceite. Y gratitud, a pesar de todo,

por los escasos momentos de felicidad plena que sus padres

trataron, siempre que pudieron, que no le faltara.

Los diarios de Donoso, tan cercanos a los de John Cheever. Alcohol,

hirientes reproches matrimoniales, angustia, el fantasma de la

homosexualidad. El síndrome de Scott Fitzgerald y Zelda. Y en

medio, una niña que mira atrás sin ira y escribe un libro de prosa

sencilla. Esa sencillez que exigen la sinceridad y la inteligencia.