Plenitud de La Materia

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Plenitud de la materia

LUIS MARTNEZ-FALERO

PLENITUD DE LA MATERIA.

ADONAIS

533

EDICIONES RIALP S.A.

Madrid

[1998]Un jurado compuesto por

Rafael Morales, Claudio Rodrguez,

Pureza Canelo, Rafael Garca

y Luis Jimnez Martos

otorg a este libro por unanimidad el

PREMIO ADONAIS 1997

Acaso noche oscura?"Qu ciudades, qu noches, qu luces o qu sombras,

qu palabras, qu cuerpos,

o qu extrao cansancio calmarn

este afn de vivir que la vida no sacia?"

Vicente Gallego, Los ojos del extrao.1

(Cuaderno de Praga)

Gotas en tu frente y el brillo de tus ojos,

errantes y abrazados en la ciudad extraa,

as res an, as regresas hoy, as nos imagino,

borrados y distantes, fantasmas en la nieve.

Juan Luis Panero, Antes que llegue la noche.El lugar del silencio.

Las montaas deslizndose al ro cada noche.

Cada noche tu cuerpo fluyendo como el cauce

de ese ro con sonido ancestral y de Smetana.

Imagino tu cuerpo perdido entre la nieve,

rodando como un nufrago en la niebla.

Y es la memoria abismo,

ceremonia oficiada con clices de viento

y msica de Mozart en un rquiem

que llegara como luz an soada hasta tu alcoba.

Aquel ladrn del tiempo

deposit sus lgrimas en un bazar de olvido:

[p. 11]acaso su botn de corsario y de amante

abandon sin saber que la esperanza arda

en la piel de una noche cercada por tus brazos.

He de volver al reino de la lluvia,

a desvelar enigmas en tu perfil de invierno,

a penetrar despacio en la quietud

de templos y de labios.

Slo t has conocido sortilegios de hielo,

escaleras y voces profanando

la planicie del llanto y de la aurora.

Slo t conociste el metal de los astros

asilado en mi pecho.Te estoy amando, s, en un idioma extrao,

con signos que he trazado sobre puentes y adarves,

cuerpo de luz, plenitud del recuerdo

en cada caricia tuya, en esta madrugada

de azabache feroz sobre tu frente.

As te he recordado, ciudad y sortilegio,

carne de roca hundindose en la tierra

de una pasin que es sed y plpito y muerte

blandiendo un espejismo ante mis ojos.

Si es intil amarte, perseguir otra vez

aquel encuentro mudo en la isla de Kampa,

he de morir con los labios dormidos

sobre tu piel desnuda, en un atardecer

de prodigios y bocas sustentando la dicha,

slo t,

laberinto de siglos y de espumas,

mujer elevada en el viento, ciudad acaso

que me acoja una vez ms, herido de nostalgia.

[p. 12]2

(Suceder de la noche)

No dejeis morir a los viejos profetas...Jos ngel Valente, No amanece el cantor.

I

Acaso una palabra que nos salve

de la distancia ciega de los das,

herida en la memoria.

Laberinto de voces que nos buscan

por trazar nuevamente el epitafio

de tanta soledad.

Y vino ya la luz para decirnos

el final del invierno, advenimiento

del gesto y la derrota.

Quin pudiera escapar a la nostalgia,

o quin atesorar desvalidos recuerdos

con esa eterna usura de la muerte.

[p. 13]Dama de los espejos,

desndate de olvido y teje

las venas de la noche con mi nombre.

II

Al dios de los prodigios y las guerras,

al dios infranqueable que proclama

su verbo entre las zarzas y la hoguera celeste,

al dios de la derrota o la lascivia

secreta de los cuerpos,

al dios de la materia que ha forjado

y su ceniza,

al dios de los presentimientos ms oscuros,

pido esta noche el mar de su garganta,

el rito de sus manos como un sueo

trazado en mi cintura,

la mirada encendida el primer da

despus de la creacin del mundo,

la certeza inmolada en su prisin de olvido,

la rosa vulnerada por el cierzo.

Pido

la lluvia que se escinde en su semblante,

la agona

del fuego que desdice la locura.[p. 14]III

Te devora un plenilunio la carne del recuerdo,

un gesto apenas presentido

derriba el vano suceder de das y de ausencias.

El vino de la noche te proclama, los presagios

de un silencio que crece en la ciudad tendida

como un cuerpo desnudo, cercado por la niebla.

El dios de los orculos te acoge

en jardines sellados con signos que en tu pecho

traza firme otro sueo, suceder de los astros.

Dama de los espejos, aslate en mi sangre y bebe

el manantial que abre

la palabra encendida del dios de las derrotas.

[p. 15]

3

(Recuperacin de un instante)

Eran los cuerpos tenue sendero acaso,

apenas realidad bajo las manos tibias.

No hubo estrellas, recuerdo, en tu semblante,

sino slo palabras inconexas,

leve vuelo de aves que partan

a pases lejanos, buscndote en el cierzo

de pramos y das.

Era tu piel territorio abrasado por un magma

de lluvia repentina,

sortilegio que abra madrugadas y soles,

ciudad que cobijaba toda mi sinrazn,

envolvindome en mares, en bazares y templos

donde nombrar quiz tu profeca.

Puedo volver a ti, a tu noche asilada

en cenizas de un tiempo

que an dormita en tus ojos.

Puedo volver a ti,

para ofrecer de nuevo motivo a la nostalgia,

materia de un recuerdo de piel y soledad,

tan mas como el llanto o la ternura.

Puedo volver a ti.

[p. 16]A veces te descubro detrs de los paisajes

de mundos que an no existen,

emboscada en mis labios,

enredada en la yedra del oscuro cabello

de otra noche distinta.

Pero s que eres t

cuando duele el aroma de la tarde que muere,

cuando tiendo mis brazos

y lquidos metales me acosan como lgrimas

que rasgan los jardines de tu lenta cintura.

Busco cobijo en ti.

Tu sexo como noche, cayendo por laderas

de nieve y de deseo, destilndose al fondo

de una pasin sin nombre, altivo como estigma

de un pasado sin luz y sin olvido.

Acaso fuera el gozo imagen deslumbrada

en tus quietas pupilas,

acaso

fuera atisbar ese leve contorno en la penumbra

que acaricia tus pechos hasta el alba.

Deja que te arranque un ptalo de lluvia

antes de que te marches,

pues quiero penetrar esa lava silente de tus labios,

navegar en tu boca,

dejar atrs la muerte por mares que se abren

beso a beso,

dulces como el silencio cuando miras

el incendio del cuerpo que te busca.

No hay dolor en la entrega.

[p. 17]Acuden a tu encuentro

melodas nacidas del letargo

de algn invierno triste,

llamaradas de espuma, navos que quedaron

coronados de algas y de espejos.

Recoge en el desvelo la ofrenda de mi carne,

para apurar en ella la vida que se escapa

cifrada en un reflejo de otra vida tal vez,

de otra pasin vestida de silencios y asombro.

Atravesemos juntos los lmites del viento,

mezclemos nuestra sangre en crteras de olvido,

bebamos nuestra historia.

Y deja que en la tarde se diluya

la tiniebla propicia de mi carne.

[p. 18]

4

(Ciudad de los silencios)

No el tiempo, quiz la realidad se ha detenido.

Acaso los nombres escritos en los muros

de antiguos edificios

nos devuelvan los signos de alguna inexistencia

como barcos varados.

Templos de sal,

catedrales baadas por el clido aliento de los mares,

palabras que resuenan en la bveda oscura

donde nace el olvido.

Donde crece el silencio se asila tu mirada,

ciudad arrasada de nufragos y voces,

de smbolos tejidos

por un invierno ms en tu semblante.

Dioses sin luz

escribieron en la piedra la nostalgia,

mintindole a la muerte.

Eternidad del llanto, nos dijeron.

[p. 19]Pero acaso en tus calles perdure todava

el brillo de las noches,

gastadas mercancas y perfumes

trados de un lugar de la memoria:ceniza y madrugada,

y la liturgia eterna de los vientos.

Habra de salvarnos la llama de tus das,

ocasos como abismos abiertos en las venas.

Pero sabes

que nunca hubo un tiempo ms fiel a la derrota,

para cerrar los ojos y creer

que no consume todo tu espejismo,

el fuego de tu ausencia.

Ciudad de la distancia y los dinteles

del cierzo ms sombro,

ciudad entre los astros,

tiniebla sustentada entre los puentes

y que acoge

manos tendidas sobre la tierra firme

de un cuerpo que te nombra, oh s, su soledad,

que te persigue por sueos que disfraza la aurora,

ciudad de los espejos,

metal de las constelaciones,

ciudad de las tormentas y de sombras celestes,

derrmate t como sangre fluyendo en sacrificio

por nosotros,

ciudad de los amantes,

letana

de un cuerpo sumergido en tus insomnios.

[p. 20]

5

(Acaso noche oscura?)

Te nommer c'est faire briller la prsence d'un tre ant-

rieur la disparition.Jacques Roubaud, Quelque chose noir.

I Estilete de olvido

tu lengua penetrando la materia

de mi cuerpo sediento largo tiempo.

Quin dijera tu nombre sin temor,

o quin

maldecir an pudiera tu piedad,

o todava

posar sus manos encendidas en tu carne

cargadas de misterios y de insomnios.

No es un fro de bosques azotados

por cilicios de escarcha y de recuerdo,

no un nocturno de vidos bajeles

hundiendo sus costados en tu honda mejilla.

[p. 21]Cierra los ojos, que an te diga

cmo pesa la sombra del ahogado,

cmo hunde un corazn que fulge desde el fondo

y alimenta los peces con palabras del mar.

II

Son una meloda que erosiona mis labios,

roca que se detiene al borde del abismo,

mirada de cristal que nunca miente,

espejismo del sol,

ciego ademn de los desenterrados

que tejen los ocelos de la tarde,

palabras del profeta

elevadas al viento,

realidad intangible, tus ojos en la noche

como dos mundos, rotando hacia la nada

incontenibles, s, pues es tu dicha

bveda ancestral que sustenta en un vuelo

los das de la derrota y la ceniza

vulnerando los campos de batalla,

los gritos que la tierra alza en las manos,

t, slo t, oleaje de cidos y dioses sin origen,

geometra del labio que te nombracomo metal fundido que me arrasa,

escoria de mi sangre,

qu lejos, s, qu lejos

tu mirada en mis noches,

dios, qu lejos.

[p. 22]

III

Acaso seas t orden del mundo,

como ciudad arrasada por lgrimas y ruinas,

slo un eco dormido

de tu nombre ms fiel al desconsuelo.

No eres el dolor que lacera los mares

con gritos de gaviota, danza

del rito ms antiguo de las mertamorfosis.

Qu lejos, s, qu lejos tu presencia.

Un crepitar oscuro te convoca

sobre mi piel,

perdida en un pramo de labios te aproximas

oh, noche, noche

de la lascivia secreta de los astros

vulnrame t, diosa insomne,

arrncame el corazn con tus garras de niebla,

con tu pasin prendida

en afilados

retazos de memoria,

como hosca cabellera

las crines de los das sin ti,

como un olvido.

Slo tu piel al alba,

slo esa leve caricia de tu rostro

cuando vienen los vientos a morir

doblegando su estirpe entre tus manos,

slo t, noche de las consumaciones,

[p. 23]slo t, desnuda de lucirnagas y frondas,

slo t, noche de las constelaciones y los nombres

de todo lo que muere, slo t, noche,

slo t, mortal y pura.

[p. 24]

Plenitud de la materia"Felicitmonos, porque la muerte nos ha de traer una condicin o mejor que la que tenemos en esta vida, o en todo caso no peor; porque conservando el espritu su vida sin el cuerpo, es la vida de los dioses; y si falta todo sentimiento, no ver ningn tipo de mal".

Lactancio, Divinarum institutionum libri septem.

1

(Cntico del desaliento)

Te invocar quizs en el incienso

que vanamente arde ante tus ojos.

Te invocar en las aguas corruptas de los lagos,

o en el viento candente de las dunas.

No la nueva morada que prometes,

ni el destierro

que me lleva a buscarte a esa tierra asolada

me conducen.

Es un brillo de antorchas encendidas

desde el primer origen,

desde aquella penumbra en que los labios

supieron de tu nombre.

Todo tiene sentido si tus manos me miran,

si tus dedos ya crean en el almendro

el renacer del mundoo mendigan cautivos los halcones

los restos de tu gloria.

Te invocar cuando vagues perdido,

cuando vuelvas tu rostro hacia las sombras

y el rictus de la muerte te sorprenda

(vendrs a m entonces?).

[p. 28]Apenas te conozco, pero s

que furtivo an esquivas la mirada del Hombre,

que en su dolor reavivas la llama

de tu propia presencia.

Ven.

Toca mi frente con tu mano altiva,

siente el calor del cuerpo que te busca,

la boca en que la noche se enciende con tu nombre.

Te ocultas, pero sabes

que cada gesto tuyo es el reflejo

de un ademn tan mo como mi misma muerte,

como la voz que clama en la ceniza

de esta carne cansada que has creado.

Mrame.

Te traigo entre mis manos los inviernos

con que tu ausencia azota este dominio;

te traigo el fro de mi alma, el llanto,

el silente cantar de los glaciares,

prendidos como un resto de memoria.

Mrame.

Avanzo como un ciego perdido en los caminos,

dejndome guiar por el rumor del viento

entre las frondas,

repitiendo los versos del profeta

por alcanzar la luz de tu semblante.

Maana no estar,

arrancar la historia calcinada

en todos los salterios que el tiempo ha profanado,

deshar mi morada por seguirte,

y ascender a los montes por sellar

una nueva alianza con tu dolor de ausente.

[p. 29]Ya suenan las trompetas que anuncian tu retorno,

y arde por mis venas el eco de tu ley

escrita entre las rocas del abismo.

Mira mi cuerpo herido en esta sed

que agota toda dicha:

Slo soy el reflejo

de la pasin o trnsito que invocas

en tus altos designios, la nave vacilante

que lentamente muere rasgada en los escollos.

Hoy mi voz te reclama

con todas las palabras que mis labios callaron,

con todos los silencios

velados desde el fondo de mi duda.

Deslzate en las sombras y hazme tuyo:

Slo el fragor del mar me acompaa.

[p. 30]2

(El viaje de invierno)

Era una muerte que un buen trabajo haba profundamente formado, esa muerte propia que tanto nos necesita, porque la vivimos y de la que nunca estamos tan cerca como aqu.

R. M. Rilke, Cuaderno de Malte Laurids Brigge.Puedo penetrar en las sombras del cuarto,

percibir el silencio como lenta llamada,

o acaso la quietud de la noche

ms all del cristal o del espejo.

T ests aqu, contemplndome,

y es tu mirada cmplice y respuesta

quizs a esa llamada.

Pero t no ests conmigo, ya no puedes

sentir mi soledad ni escuchar el silencio.

T ests ah, mirndome, tan lejos,

tan quedamente hablando, que estoy solo.

S que es vano escuchar las palabras,

recibir el aliento vaco de quien no sabe

que un pramo de astros me est aguardando,

que su girar es senda hacia un oscuro nombre.

[p. 31]Toca mi piel la noche, y es un sueo:

veo su rostro, su caminar seguro

y es plena realidad lo que ahora me rodea.

Camino hacia la noche, y la noche me envuelve.

Camino en el silencio por largas avenidas

y por calles desiertas donde rostros extraos

se perfilan, con el alcohol nocturno en la mirada,

con el gesto indolente de saberse ya fuera

de la luz que traiciona nuestro propio reflejo.

Estoy solo,

y quin sabe el camino a estas horas

si todo se despoja de su frgil corteza,

si la forma por fin se desvanece

al tocar nuestro tacto su impreciso contorno.

Nada queda en la noche

en este invierno altivo que persigue

los ltimos deseos, y feroz aniquila

la voz de quien escapa de su ley

por la ciudad sin nadie,

corredores de lluvia o bosques calcinados

sobre el asfalto hmedo.

Y ya nada perdura

despus de haber amado tanta noche distinta,

tantos cuerpos, por escapar del designio incesante

que el invierno nos dicta desde el fondo

de la eterna cada del mundo en sacrificio.

Nada sabes ahora, y desconoces

el sendero a la noche, desde la sombra eterna,

desde la duda eterna de final.

[p. 32]Te demoras en esa encrucijada

donde el sentido advierte que es posible

retornar al origen, volver al mundo conocido,

pero sabes que ya nadie te espera,

que nadie habita ya la casa que otro tiempo

era lugar de encuentro, y ahora es ruina.

Camino en el silencio,

sabiendo que la noche nos miente, nos confunde

mostrndonos recuerdos, siluetas, resplandores

apagados y ausentes, ofreciendo morada

a los perdidos sueos, a amantes de una hora

que buscan el misterio de una boca sin nombre.

Y ests aqu, varado en esta calle,

contemplando el vaco, o los rostros

que pasan sin saberte testigo de su huida,

de su xodo sin rumbo, como naves sin dueo.

Todos se van; te reclaman las sombras,

te reclama el dolor de ser tan dbil,

de agotar la esperanza vanamente.

La calle est desierta, y es tu propio vaco

la quietud que presientes, el espacio

que alcanza el corazn cerrado de la noche.

Has llegado al infierno, y descubres

que has llegado hasta el fondo de ti mismo,

que hay un mar que te abrasa la memoria,

que los das no existen,

que el pasado es tan slo una mirada

a un abismo cercado de cadenas.

Baja la niebla.

Un susurro hecho jirones es la luz de la calle.

[p. 33]Niebla: sobre la ciudad slo

la lenta pesadilla de las horas

y el silencio.

Las palomas del da vuelan ante mi faz

para caer despus, rotas las alas;

y crece el desaliento, y en su agona

he cifrado el futuro de esta noche sin alba,

de esta noche en que el cielo se ha cubierto de luto.

Acso podr escuchar la lluvia de otra tarde,

podr tal vez tener entre mis manos

esa caricia o llanto que me devuelva vida?

Acso no hay salida en la noche de invierno,

en el spero invierno que profana

los ltimos albores como restos del mundo,

como ceniza que arrastraran los vientos hasta el mar?

Oh, s, librame,

librame t, ascua eterna que no nos reconoce;

o t, ro que ahora escucho romper ante mis pasos.

En la voz del ro se congregan las voces que se fueron.

l pronuncia ese verbo de la carne.

Est latiendo el mundo. Todo vuelve

a ser fuego, y en la palabra

arde el misterio encendido de los astros,

la silente plegaria del que arriba de lejos

a su muerte, al ro que nos llama,

que ha vencido al silencio y que pronuncia

nuestra propia verdad, tan dulcemente.

Sientes ahora la tibieza del ro?

Es tu imagen la imagen que refleja,

tu rostro es el objeto que se desliza al fondo

[p. 34]despacio, como quilla

que se entrega sumisa a la derrota.

Es su palabra el nombre que aguardabas,

y has llegado al final del largo viaje.

Y el ro fluye al ritmo de su palabra oscura.

Fluyo de la palabra y el ro fluye de m.

Yo soy el ro, y el ro es el silencio.

Su palabra es mi boca, mis ojos, la memoria

que queda sepultada bajo el limo.

Es mi cuerpo naciendo a la vida del ro.

Soy el fluir incesante de las aguas.

He llegado al final de lo innombrable.

[p. 35]

3

(Plenitud de la materia)

"En el torrente de las olas,

en el sonido resonante,

en el Todo que respira

el aliento del mundo,

ahogarme, hundirme,

perder conciencia,

Voluptuosidad suprema!"

R. Wagner, Tristn e Isolda.Abrazar en la tierra la plenitud del astro,

fundirse en ella para ser tierra al fin

(sin retorno y sin nombre),

tierra de la hondonada ms sombra,

en donde el tiempo acecha con crepitar de incendio

en la carne aprisionada por su naturaleza.

He aqu la maldicin que pronuncia la noche,

he aqu el sometimiento a su ley escrita en cada gesto,

en cada despertar del cuerpo a un nuevo da,

en que sabes la sombra acechar desde el fondo

de tu propio reflejo, de la costumbre acaso

de morir cada instante en un sueo sin alba.

[p. 36]Y llegar el momento que la materia arribe

a su culminacin,

con los miembros ya fros, la mirada perdida

en el lento horizonte que las aguas le marcan.

Y habr de ser entonces cuando sepas

que has hallado el secreto de tanta inexistencia,

el fruto que ha alcanzado la sustancia del mundo.

Ser quiz la noche.

Tus labios besarn la Nada y su contorno,

tus ojos sern Nada, vern Nada,

tus dedos tocarn la piel de su silencio,

la forma del olvido,

el vaco erguido ante tu rostro, la Nada que t eres.

Y desconoces cundo y cmo este proceso

culminar tu historia,

qu tiniebla o qu luz te cegar por siempre,

qu dolor o qu dicha sepultar toda memoria de los tuyos.

Es la casa cada, el fuego devorando los estantes,

los libros profanados por el fango, viejas fotografas

que muestran el semblante de ese desconocido

que ahora eres:

Inexorable mar de la devastacin,

tiempo abolido entre tus quietas manos

que son blanca ceniza ya,

caricia inmolada en esta ofrenda.

Conoces la falaz plenitud de la materia,

los ros que se escapan por tus venas

desde el ocaso mismo hacia el dbil contorno

de la dicha ms breve.

[p. 37]Arrancaste los hilos que te unan a un Ser desconocido,

fuiste libre un instante, pero ahora

has cado en la sombra, profunda como el odio

o como el nombre de la impotencia o el miedo.

Fuiste libre, y qu importa caer en tanta oscuridad.

La sinrazn se torna labio o hueso

levemente apoyado sobre el polvo, frgil legado acaso

para vencer al tiempo que sepulta tus huellas.

He aqu la mentira, tu libertad sellada bajo el muro

de una derrota ms, de una herida ms sobre tu carne yerta.

En un tnel de niebla se extravan tus pasos,

y sabes que eres slo un recuerdo,

un segmento de luz que lentamente queda consumida.

Entonces, qu ser de la msica del viento tras la puerta,

de la lluvia en tu semblante, en otros das,

la caricia del sol, otro cuerpo dormido junto al tuyo?

Sabrs que eres ahora una raz tan seca

como el polvo en que yaces,

un guijarro cubierto por la arena de otra playa imposible?

Nufrago perdido en la noche sin fondo,

acaso peregrino por la vasta extensin del desconsuelo,

has llegado muy tarde a ser semilla o agua en los marjales

donde alienta la vida que quiz en otro tiempo fuera tuya.

As te has cubierto de sombras desde el fondo del alma,

donde no llega el alba

con hondo crepitar de luces y de astros.

Slo palpas tinieblas, slo silencio escuchas.

Lejos de ti, el brillo de la tarde que declina.

[p. 38]4

(La profeca del silencio)

Siempre ests sereno, porque t mismo eres tu serenidad. Y qu hombre har entender esto al hombre? Qu ngel al ngel? Qu ngel al hombre? A ti hay que pedirlo, en ti hay que buscarlo, a tu puerta hay que llamar; as podremos recibirlo, as hallarlo, as encontrar la puerta abierta.

San Agustn, Confesiones.

Entonces fue cuando se abri la puerta lentamente.

Un gemido de luz penetr entre las sombras,

alumbrando mi rostro.

Era la luz el nombre de las cosas,

la palabra que bebes incansable como fuente

de toda destruccin y toda gnesis.

Es su signo la simetra del arco y el lamento

que acoge cada noche, hasta el alba.

Buscas en tu interior un resto de memoria

ms all del feroz crepitar del aguacero,

y ya todo es silencio, y sabes qu importa:

No la dicha, el azar de ser tan slo.

[p. 39]Aguardas el prodigio, y el prodigio est en ti.

Basta as la palabra, salvar la vida acso

con un signo que es nada, apenas ruido o roce,

apenas movimiento inseguro en el vaco?

Nadie sabe lo que la puerta oculta, lo que calla

el orculo despus de haber sellado nuestros labios.

Detrs del verbo est la claridad,

en el silencio la luz es el olvido; mira

cmo se apaga su leve resplandor,

cmo ha oxidado el tiempo su superficie ntida.

Tal vez es el ocaso la palabra perfecta

que cifre en un instante la ceniza y el fuego

con que el ngel te marca cada noche:

En el umbral silente te susurra el misterio,

pero t no lo escuchas, desoyes su advertencia.

Y dices que habr un tiempo mejor para nosotros,

y no recuerdas que el instante pas,

que ya es la hora y nada nos libera

del temporal que azota nuestra casa vaca,

el jardn abolido de lo que ya no existe.

El ngel se aproxima,

te dice que la puerta es slo un trnsito,

que ms all de ella un alba eterna te ilumina,

que nada empieza all ni nada se consuma,

que tus huellas sern el nico sendero que atravieses.

Y ests ah, el pramo a tu espalda

y frente a ti la noche como puente,

como estigma ya abierto en el fondo del alma,

[p. 40]como indcil marea que apresara tus pasos.

No hay salida, dices. La memoria

te muestra alguna imagen familiar pero ausente,

tan ajena a tu historia, como rostros perdidos,

como labios y voces

que conociste y son slo ceniza,

balanceo hasta el ms secreto olvido,

apenas un destello,

una mirada a un paisaje sin luz,

perpetuo ante tus ojos.

La puerta es el espejo de las sombras

y en l rechaza ya la carne su tributo.

Todo est oculto ah, mas te demoras,

no intentas penetrar en el enigma,

ni pronuncias acaso el nombre ms prohibido.

Qu sabes de la muerte y qu del desconsuelo?

Quiz es todo un sueo del que al final el da te libere,

y apenas si recuerdes el silencio y los rostros

de ngeles y hombres, las palabras escritas en un friso,

el ngel que te acoge entre sus brazos

y dice que es verdad, que ms all del arco

est la vida, la llama del origen o aquel signo inefable?

Cierra los ojos.

La soledad es tu herencia ms preciada:

Tocas su silueta en torno tuyo,

su dbil resplandor,

el fro de su tacto que te inunda.

Cierra los ojos:

[p. 41]Nada est en ti,

se lo llev la noche o el silencio.

No hay salida, dices.

Y contemplas la puerta o el anhelo

de atravesar el arco y descifrar el signo

que el tiempo seal sobre la roca.

Cierra los ojos:

El verbo es una sombra que te ciega.

El ngel te acompaa, te susurra

la clave que abrir todos los sellos,

que vencer la muerte, y en un alba,

eterna como el mar, sers luz en la luz.

Qu lejos queda el tiempo ya sin nombre,

ese rotar cansado de la tierra

que nunca ser nuestra, pues se agota

cada resto de ser en esa inexistencia

que tras la puerta abre sus dominios.

He aqu tu serenidad, afirma el ngel,

pues ya todo es tan slo una quimera

que ante la puerta yace aniquilada,

y te aguarda una vida perdurable.

No preguntes al ngel lo incierto de su voz.

[p. 42]

5

(Stella splendens)

"Stella splendens in monte ut solis radium

Miraculis serato exaudi populum.

Concurrunt universi gaudentes populi

Divites et egeni grandes et parvuli.

Ipsum ingrediuntur ut cernunt oculi

Et inde revertuntur graciis repleti"

Annimo, Llibre Vermell.

Seguid al astro, dijo, cuando la noche os cerque

con su aliento o su canto de sirena,

con su oscuro aleteo, su crepitar pausado

de lucirnaga.As clam una voz

desde el fondo sellado de mi alma.

Con el hosco murmullo de los mares,

la voz era galerna, sortilegio

de sombras emboscadas en mi nombre.

[p. 43]Y era largo el camino,

y la noche irreal como la nieve

que traza un horizonte

ms all de la cumbre y del letargo

que anuncia algn invierno.

Un puente de misterio y de Palabra

era la luz del astro,

un sacrificio de memoria y de sangre.

Su resplandor acoge como lluvia

en das de soledad y de abandono.

Entonces ascendimos a los montes,

traspasamos los valles ms prohibidos

que los viejos profetas nos legaron

en versos que alguien lee frente al abismo,

cubierto de serpientes y metales.

As la noche cubres con tus pasos,

as buscas cobijo en el sendero:

Es la llama tu huella sobre el fango,

antorcha a que se acogen vacilantes

mendigos de verdad que te acompaan.

Mas no hallars certeza hasta el final,

cuando el astro se pose entre tus manos

y puedas contemplar un mundo que palpita

con tanta vida en ti, con tu silencio,

con un eco de siglos debajo de tu piel.

[p. 44]Acaso fuera el rostro que persigues

el silencio y su faz, exacta como crculo;

o quiz un dbil resplandor que crece

hasta alzarse ciudad en medio de la noche,

un espacio habitable a tu recuerdo.

Avanzo sin saber

qu claridad o nombre tus labios invocaron

al iniciar la senda hacia el Enigma;

qu lgrimas saciaron esta sed,

qu paisajes o cuerpos he cruzado.

Y qu importa al final de la jornada,

si la esperanza brilla todava

en un cielo lejano,

donde no alcanza el mar y el movimiento es slo

el sentido que atisba otro mundo, otro ser, otra quimera.

Seguid al astro.

Maana ha de seguir su curso la esperanza,

mintiendo o profanando esa frgil verdad

que teji nuestra vida,

y era slo el temor a tanta oscuridad.

Laberinto de sombras y de astros,

sendero que conduce hasta el vaco,

sin principio y sin fin, como la noche;

he aqu el mudo transcurrir

de una vida que es cristal de incierta lumbre

que ilumina los muros sin forma de la Nada.

[p. 45] 6

(Invocacin)

Gir por un instante su rostro hacia las sombras

y contempl la Nada.

Sinti miedo y clam: Oh, t, que me has creado

de la estirpe del nfora o la nube,

de un origen de lluvia tan agria como escollo,

mira el lento crepitar de arterias y de nervios,

cuando la noche tiende celadas en los labios

ms puros del silencio o la distancia,

donde duerme tu nombre y el signo del olvido.

Poderosa es la voz que reclama sus dones,

despus de haber gozado heredad tan preciada.

Pero tu voz envuelve ya tanta oscuridad,

y es vaco el espacio que recorre.

Acaso t lo sabes desde siempre,

al penetrar furtivo en algn cuarto,

cuando nio,

y buscar las cortinas por temor a perderte

en medio de una noche cerrada en aquel mbito.

Y luego que la luz penetra en los rincones,

desdibuja la faz

[p. 46]que creas oculta detrs de algn espejo,

el temor se deshace, y sonres tranquilo.

Pero ya nada existe del temor de la infancia,

es ahora la sombra tu rostro en los espejos;

la quietud, el temblor de tus manos de nio;

el olor a humedad, el cuerpo que presientes

tan prximo a la vida, y tan lejos,

aunque sabes quiz que el viento es siempre su contorno.

como si fuera toda su presencia

ese el viejo desvn donde hallar tu pasado.

E incesante proclamas:

He de soarte una vez ms para poder tenerte,

he de cerrar el crculo de tus brazos de niebla,

y pronunciar tu nombre como quien dice viday simula el metal de tantos aos.

Oh, t, que me has creado semejante a tu estirpe,

semejante al dolor de saberte perdido. No has de venir por mucho que te invoque

y mi voz te persigue por pramos y aludes

de nieve o de pasado sin respuesta.

Quin eres t, a quien busco?

No habr de conocerte por mucho que te invoque,

por mucho que proclame

tus palabras de lava y de destierro:

Tu fuego es una voz ausente como un astro,

solitario tal vez como labio en la roca

que persigue ese signo cifrado en las estrellas.

Eres la palabra inexacta que te nombra en la noche,

y cada noche busco tu huella en el silencio.

[p. 47]

7

(El despertar)

Wake the serpent not.

P. B. Shelley.

Sinti la luz como un leve golpeo que llamaba,

como el misterio acaso de una vida que empieza

sin conocer principio.

Abri los ojos al dolor,

como si el viaje no hubiese terminado

con el primer susurro de la aurora.

Apenas contempl los restos de la cena como un signo

de asoladas regiones recorridas a golpes de silencio.

Camin por la casa, o quiz hacia el pasado,

sintiendo el corazn en la garganta,

con la mirada ausente por vacos rincones donde todo

perdura en la quietud de la penumbra,

como si el tiempo quedara detenido

all donde la luz no asienta su certeza.

[p. 48]No pudo recordar cmo sali de all,

cmo baj las escaleras ciego de soledad,

hasta alcanzar la calle.

Entonces contempl los rostros de los desconocidos,

ote su propia sinrazn en ojos que guardaban el secreto

de alguna inexistencia tan fiel como la suya.

Supo que en la ciudad habita todava

un resto de aquel sueo.

Y descendi hasta alcanzar el punto en que la noche

es nuestra posesin ms ntima,

como un lento paisaje de la infancia.

Y descubri por fin que la ciudad es el reflejo

de nuestra propia esencia.

Y el infierno era esto:

Un mendigo durmiendo en la estacin desierta

o acaso en los orines de un paso subterrneo;

en un andn del Metro una mujer

que ha olvidado su nombre y su existencia,

mientras la vida toda se escapa por un tnel.

Y el infierno era esto:

El silencio golpeando los muros

de la casa vaca tras la muerte

de los seres queridos,

la memoria perdida de la ciudad en la noche

o el rumor de la lluvia cuando todo es mentira.

Aprendi que la vida se escapa hacia la sombra,

pues tal vez sea el camino de vuelta hacia los nombres

de todo lo que amamos.

[p. 49]Clam al cielo mientras desconocidos pasaban junto a l,

sin saber la razn de su lamento,

sin conocer la historia de su huida.

Nadie supo jams de su dolor.

Y era entonces el sueo mar oculto de la memoria esquiva,

la bsqueda de un devenir que apenas si advertimos

detrs de los recuerdos?

Oh, inconsistente imagen de un presagio que es luz

donde ya nada existe, sino el lento caminar

por los vastos senderos de un reino de tinieblas!

Dnde se esconde el rostro de aqul que perseguimos,

perfeccin de una lnea trazada hasta la noche?

Dnde el guardin de nuestros torpes pasos,

marcados como el odio sobre una tierra estril?

Gritas y nadie escucha detrs del desconsuelo.

Quin eres t, que ahuyentas tu dolor ante seres que viven

prisioneros acaso de otro sueo ms cruel que tu derrota?

Oh noche, oh ro que has guiado mi vida hacia tu muerte!

Dadme la soledad, como se ofrece el pan a los mendigos,

como se arroja olvido en forma de silencio sobre el mundo!

Ya nada es mo, sino el lento transcurrir de cada noche.

[p. 50]1