Pobreza Intelectual y Estrategias Tradicionales

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Pobreza intelectual y estrategias tradicionales Juan Pablo Neri En 1906 Emma Goldman escribía que “ No existe ninguna esperanza de que las mujeres, con su derecho a votar, puedan alguna vez purificar la política1 haciendo alusión a las luchas feministas por el derecho a votar. Esta es una afirmación que se aplica en todos los ámbitos en que las contradicciones de la modernidad capitalista se hacen manifiestas. Podría, entonces, replantearse la cita de Goldman a que no existe ninguna esperanza de que el Estado, en su calidad de suplemento político coercitivo del capitalismo, pueda purificarse, ya sea por la inserción de mujeres, indígenas, o “izquierdistas” en su estructura orgánica. Lo que sucede, en todo caso, es un proceso de subjetivación irremediable y trágico, del que son víctimas los sujetos que pasan a ser funcionarios del aparato en cuestión –el Estado-. ¿En qué consiste este proceso? Pues, se trata de un complejo y amplio proceso de engullimiento que abarca desde la mente, hasta el cuerpo de los sujetos. Los funcionarios o, como calificó Poulantzas, los mercenarios del Estado deben aprender a usar un tipo de lenguaje particular a la función burocrática, así como una determinada manera de vestir, de pensar, de expresar ideas que progresivamente se hacen más impuestas, ajenas y repetidas. Finalmente, cuando uno mira o escucha a un(a) funcionario, luego de varios años de habitar el Estado, observa al sujeto agenciado por excelencia, la mente dócil y la potencia domesticada. El proceso de agenciamiento suele ser tan indolente, que el sujeto termina comprometido con ideas, 1 There is no hope even that woman, with her right to vote, will ever purify politics . (Traducción propia).

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Critica del funcionario

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Pobreza intelectual y estrategias tradicionales

Juan Pablo Neri

En 1906 Emma Goldman escribía que “No existe ninguna esperanza de que las

mujeres, con su derecho a votar, puedan alguna vez purificar la política”1 haciendo alusión a las luchas feministas por el derecho a votar. Esta es una afirmación que se aplica en todos los ámbitos en que las contradicciones de la modernidad capitalista se hacen manifiestas. Podría, entonces, replantearse la cita de Goldman a que no existe ninguna esperanza de que el Estado, en su calidad de suplemento político coercitivo del capitalismo, pueda purificarse, ya sea por la inserción de mujeres, indígenas, o “izquierdistas” en su estructura orgánica.

Lo que sucede, en todo caso, es un proceso de subjetivación irremediable y trágico, del que son víctimas los sujetos que pasan a ser funcionarios del aparato en cuestión –el Estado-. ¿En qué consiste este proceso? Pues, se trata de un complejo y amplio proceso de engullimiento que abarca desde la mente, hasta el cuerpo de los sujetos. Los funcionarios o, como calificó Poulantzas, los mercenarios del Estado deben aprender a usar un tipo de lenguaje particular a la función burocrática, así como una determinada manera de vestir, de pensar, de expresar ideas que progresivamente se hacen más impuestas, ajenas y repetidas.

Finalmente, cuando uno mira o escucha a un(a) funcionario, luego de varios años de habitar el Estado, observa al sujeto agenciado por excelencia, la mente dócil y la potencia domesticada. El proceso de agenciamiento suele ser tan indolente, que el sujeto termina comprometido con ideas, postulados, aspiraciones con las que otrora divergía radicalmente. El militante deja de serlo, el intelectual ya no puede ser tomado en serio o considerado como tal. El sujeto agenciado es un títere del sistema de desigualdad y opresión, y pondrá al servicio del mismo todas las destrezas que en algún momento lo apuntalaron como capaz de “purificar la política”.

¿Por qué señalo todo esto? Porque en la mera actualidad, en Bolivia, el panorama descrito es tan manifiesto, que no hace falta haberse leído a Goldman, Bakunin, Marx o cualquier clásico de la diversa y amplia literatura de izquierda, para dar cuenta de esta realidad fáctica del Estado capitalista. El Estado guarda una relación estructural con las demás relaciones y estructuras de desigualdad y opresión, y no existe ninguna esperanza de que el mismo pueda ser purificado. Esto equivale a decir que el Estado desplegará estrategias para sostener este sistema, ya sea desde una retórica

1 There is no hope even that woman, with her right to vote, will ever purify politics . (Traducción propia).

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reaccionaria o desde el más convincente relato revolucionario. Y, lo hará haciendo uso de las capacidades del sujeto agenciado/adiestrado: el funcionario.

La cualidad del intelectual serio es la capacidad crítica, que implica una dosis elevada de escepticismo. Esta cualidad es aún más importante entre quienes se precian de ser intelectuales de izquierda, puesto que la esencia misma de las ideas de este ala, dirección o punto cardinal, proviene de la sospecha y la indignación. En ese sentido, Walter Benjamin, en su poética y a la vez implacable crítica de las “socialdemocracias”, afirmaba que la historia debía ser la recomposición del pasado, y no así su redención. La revolución tiene, entonces, una carga de retaliación pero no es mesiánica como la teología. Error en el que incurren las falsas izquierdas, postuladas por los sujetos más vulnerables y propensos al agenciamiento por el Estado.

El intelectual crítico, por lo tanto, tiene el cuidado de mantenerse al margen de las estructuras diseñadas históricamente para producir y re-producir la desigualdad. Ergo lleva a cabo su reflexión desde la sociedad, el soberano/pueblo, el llano –como diría Pepe Mujica (otro funcionario)-. Se inserta de a poco en las tramas de la sociedad, donde se tejen la reflexión y sabiduría popular, que naturalmente desemboca en la rebeldía. A partir de, principalmente, informar, dar cuenta de las contradicciones, cuestionar, sospechar, criticar. No hace falta dar recetas para revolucionar. Y eso, sí, es hacer política.

Por eso, el funcionario, interpelado por la reflexión de la cual ya es ajeno e incapaz de replicar, se asusta y ataca. Como el perro que se siente arrinconado, ladra y, en el peor de los casos, muerde. Pero además, en su caso debe sumarse el señorialismo o la impresión de prerrogativa infinita que acompaña la subjetivación del funcionario y que, finalmente, termina por subsumirlo. El funcionario ladra, y para morder suelta a sus perros. El funcionario se piensa y cree señor. Y, peor aún, una vez avanzado el proceso de subjetivación lo proyecta corporalmente, más temprano que tarde con la bota, más tarde que temprano con la corbata.

Pero ¿cómo ladran y muerden los funcionarios? A partir de las estrategias tradicionales del Estado para desmovilizar a la sociedad y acallar la crítica: a través del amedrentamiento; la persecución e intimidación a activistas, intelectuales, militantes, etc.; a través de la descalificación mediática; o a través de la infiltración en organizaciones sociales para dividirlas y cooptarlas. Esto lo hicieron los Estados fascistas, los comunistas, los neoliberales y ahora, de manera impetuosa los progresistas de “izquierda”.

Por ello, un tanto así podría pensarse y comprenderse el afán de ladrar y morder a quienes todavía llevan a cabo la tarea de reflexionar sobre las contradicciones de la sociedad, por el funcionario Álvaro García Linera, quien, al igual que su par Evo

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Morales y que tantxs otrxs, representa al sujeto agenciado por excelencia. El intelectual que dejó de serlo. Como el militante que dejó de luchar, el proletario aburguesado, el indio blanqueado. Y, cómo le molesta que se lo hagan notar.