Poemas del Colibrí.

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[Suplemento de La Razón ] FRANCISCO HINOJOSA ¿PUEDO ANTOLOGAR TU ANTOLOGÍA? CARLOS VELÁZQUEZ NUNCA FUIMOS TAN VIOLENTOS ESGRIMA RICHARD FORD NÚM.53 SÁBADO 25.06.16 El Cultural Poesía ALBERTO RUY SÁNCHEZ LA LUZ DEL COLIBRÍ FRANCISCO TARIO TRES DÍAS Y UNAS HORAS Un relato inédito VASOS COMUNICANTES DEL DESEO Gustav Klimt, El beso (detalle). Ca. 1907

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Un adelanto de mi libro LUZ DEL COLIBRÍ, en el que exploro la experiencia de despertar juntos. Publicado en el suplemento El Cultural, ciudad de México, sábado 25 de junio del 2016. Páginas 1 a 6. Ilustraciones de Gustav Klimt.

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[ S u p l e m e n t o d e La Razón ]

FRANCISCO HINOJOSA¿PUEDO ANTOLOGAR TU ANTOLOGÍA?

CARLOS VELÁZQUEZNUNCA FUIMOS TAN VIOLENTOS

ESGRIMARICHARD FORD

N Ú M . 5 3 S Á B A D O 2 5 . 0 6 . 1 6

El Cultural

Po e s ía

ALBERTO RUY SÁNCHEZ

L A LUZ D E L CO LI B RÍ

FRANCISCO TARIOT R E S D Í A S

Y U N A S H O R A SU n re l ato i n é d ito

VASOS COMUNICANTES DEL DESEO

Gustav Klimt, El beso (detalle). Ca. 1907

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DIRECTORIO

Roberto Diego OrtegaDirector

@sanquintin_plus

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Director General Rubén Cortés Fernández Subdirectores ›General Adrian Castillo ›De Información Raymundo Sánchez ›De Diseño Fernando Montoya Corrección Carlos Olivares Baró

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Carmen Boullosa • Ana Clavel • Guillermo Fadanelli • Francisco Hinojosa • Fernando Iwasaki • Mónica Lavín• Eduardo Antonio Parra • Bruno H. Piché • Alberto Ruy Sánchez • Carlos Velázquez

El Cultural[ S u p l e m e n t o d e La Razón ]

@ElCulturalRazon

Durante casi tres años anoté diariamente la experiencia de despertar con quien amo. Hay quienes por la mañana escriben sus sueños. Yo tomé nota minuciosamente de nuestros despertares. Exploración de un estado intermedio entre la vigilia y el sueño. Exactamente como

lo es el insomnio (como el de mi libro Elogio del insomnio) pero en el otro extre-mo de la noche. Ambos estados igualmente delirantes, inciertos, propicios para ser conocidos y contados con los instrumentos de precisión de la poesía. Esta composición del despertar, el libro entero del que estos poemas forman una breve sección, es una exploración de ese instante en el que los amantes cruzan un umbral, hacen los rituales que dan sentido a la vida y descubren la naturale-za plural del cuerpo. A la vez conocen los rostros múltiples de la luz que los ha transformado. El título viene de un poema de José Ángel Valente que describe ese momento en el que el colibrí del amanecer bebe de la flor y bebe algo de su naturaleza en ella, pero a su vez la flor despierta “encendida e incendiada, embebida en alas”. El libro será publicado muy pronto por Ediciones Era. Y abrí un blog para acompañar el vuelo y el despertar de este inquieto colibrí: http://bit.ly/Luzdelcolibri C

Para esta edición de El Cultural continuamos el ciclo de nuestros consejeros editoriales. En esta oportunidad —tercera entrega de la serie— publicamos una secuencia de poemas

donde la dimensión erótica se desdobla del cuerpo y la conciencia al despertar —“entre la vigilia y el sueño”— que reconquista

su naturaleza plural, como detalla Alberto Ruy Sánchez en su nota introductoria.

L A L U Z D E L C O L I B R Í

A L B E R T O R U Y S Á N C H E Z

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E l C u l t u ra lS Á B A D O

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A M O A M A N E C E R E S C O N F U S O S

Amo amaneceres confusosen los que seres primordiales,la noche y sus creaturasde todos los reinos,se apoderan de mi díaun tiempobreve o largo,o en un instante, eterno.El tiempo de hacer el amor,por ejemplo.Cuando estás en mícomo aleteo persistente,y me llevas contigo,migración de aves al sursin detenernos.Cuando danzas para mí en todas tus puntas:lenguas, miradas,pies, dedos, uñas,y una nube te enreda, y me envuelve.Cuando lento y húmedo,y suave y enconchadobebo de tu sol en el pechomuy poco a pocoy crezco como jardín recién trazado por tien el aire que respiras.Y florecer ahí, tu manoguiando mi existencia, mis contorsiones,mi fugacidad,mi follaje al viento,es todo mi anhelo.

C O N T E M P L A R T U S U E Ñ O

Tus ojos entornadosmiran por la rendijade ausenciasde tu sueñoalgo intermedio,nube o abismo,sombra o resplandorque pasa sin pasary que dos dedos de tu mano dormidasobre tu frente parecen detener sin esfuerzocomo queriendo ver de cercalo invisible.La aureolade los ojos dormidos de tu pechoy los párpados labiales de tu boca,levemente roja también,palpitan,se entregan al ritmo de la sangrede esta sombra fugazque en tu medio despertarvoy siendo.Mientrassin mirarme me mirasy como don de eternidad,sin pausasni contratiempos,pasando sin pasarte contemplo.

D E S P E R T A R L E J O S

Cuando despertamos abrazadosen otros horizontes,otros lechos, otras ventanas,el mundo se reinventa en tu cuerpo. Tu mano me transportao me devuelve,tu pierna me anclao me ata a la deriva.Dunas lejanas se mueven y se modelanal ritmo fugazde tu sonrisa.Tu respiración desata nuestros pasosen ciudades que calle a callehemos amado.Bosques, jardines inusitados, flores carnívoras,selvas como nubes forman y deformanla piel que nos une.Mirándonos a los ojos navegamos afluentes lentosde ríos que serán indómitos.En tus caderas gira el mundoy nos acoge.Besándonos, cada vez, recuperamos los rincones visitados juntos.Y al despertar en tus brazos, aquí y al mismo tiempo en otra parte,todo renace.Dibujos de Gustav Klimt.

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L A C O N T I N U I D A D D E L O S S U E Ñ O S

Despertar y mirarte.La espalda desnuda,los sueños en ella recorriéndote pausados.Cerrar los ojospara ir por tu espalda en tus sueños.Muy abajo,entre las sábanas,perdiéndome lentamente,orientado por tu olor,por el olor de un sueño.Despertar de nuevo y mirarte desnuda,soñando hacia el muroconvertido por ti en todos los paisajesde todos los sueños.Los míos se detienen en tu espalda, viajan en ella de arriba abajo, muy abajo de nuevo.Dormir y despertar tres veces, cuatro tal vez.Y ya nunca saber dónde termina qué,dónde comienzan los besos,si aquí o allá me arañabas suavemente la espalda,si soñé tu nuca o desperté besándola.La continuidad de los sueñosse apodera de todos los deseos.Una y otra vez despierto sin despertary te beso sin tocartehasta que una sonrisa plena, profunda,me dice que logré entrar en tu sueñoy al amanecer besarte allá y aquíen la boca.

VA I V E N E S S U M E R G I D O S

Desde el filo de navajade tus ojos entreabiertos,el vaivén de tu sonrisa me lleva,del agua sumergidade tus sueñosal aire que te contempla semidormida, plena. La luz de tu pielilumina al despertarel agua y la sed de mi deseoy vamos y venimosde ti a mí,y de un mundo a otroy a otro más desconocido.El peso del mundo en tu mano vacía.La calma del sol en tu sonrisa.En tus pezonesnadaque distraigade tu plenitud.Todo surgey desapareceen un parpadeode la noche cálidaque compartimos.

Hoy entre los dosla piel que nos separa nos une.Entre los dossoñar o despertar son lo mismo.Entre los dos,mis ojos cerrados te miran,tus ojos abiertos me acarician.

Entre los dosrespira el día lentamente su

comienzo.Entre los dostodo se inicia hacia adentro.Entre los dosse hunde tu pecho en el mío y bebo aliento en tu boca.

Entre los dosse dibuja ondulante una caricia del tiempo.Entre los dosse inventa el mundo al ritmo de la luz naciente.Entre los dosamanecey cada amanecer es año entrante.

Entre los dos nuestras manos dormidas sostienen el aire.Entre los dos el aire nos gira dentroEntre los dosel mundo duermey se erige jadeante el sueño del instante eterno.

U N A P I E L , U N A O R I L L A

E L S I L E N C I O Y E L S U E Ñ O

El sueño y el silencio se acompañandentro y fuera.Yo te miro y tú, tal vez, miras al horizontedentro del sueño, vela al viento.El silencio de mirarte es un conciertoy en tu sueño el viento canta sin que yo pueda oírlo.El silencio de mirarte es aire en vilo,intervalo detenido entre dos notas.El silencio de mirarte tranquila,desnuda, dormida y plenaes el zumbido calladoque en mi pecho despierta a mil abejas.

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E l C u l t u ra lE l C u l t u ra l

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E N L A M Ú S I C A D E T U S B R A Z O S

Abro los ojos dormido,cierro los ojos despierto.

Amanezco afueray adentro contigo.

Duermoen la música de tus brazos

despiertoen tus dedos tocándome sostenido

duermoen tus manos palpitando aceleradas sin saberlo

despiertoen la textura de tus labios

duermoen la tenue obscuridad de tu aliento

despiertoen tu boca pronunciando

lentamenteel nombre sonámbulo que me inventaste

duermoen este sueño

despierto.

Amo despertar sin saberde qué lado de la cama amanezco,si me abrazas con la izquierdao es tu pierna derechala que posesiva me aprietadesde algún sueño.

La memoria gira tambiéngozando en cada instanteel desvarío:¿Mordí tu comisuraizquierda y en ese párpado me detuve o fue a la inversa?

Aquí y alláuna línea delgada nos separa y nos uneatando y desatando sin cesar

nuestros extremos.En la convulsión obscurade tus besos,un ansia encendidade lado a lado y viceversamarca siempre un solo rumbo:muy adentro.

Tus labios,espejo carnaldel hambre que te tengo,donde mi derecha se vuelve tu izquierdapara que gire el mundo ... y una delgada línea sin final,vueltos uno en el otroluz y obscuridad y lo contrario, nos dibuje.

E L S U E Ñ O Q U E R E G R E S A

A L D E S P E R T A R

El sueño que regresanunca es el mismo.Te oigo respirarsiempre distinto.Tu aliento es pasadizo,puente colgante,al mundo de tu cuerpohecho delirio.Me alegra despertar muy poco a pocoen el pausado privilegio de escucharte,y que pongas así, sin saberlo,este camino de tu alientoen mis oídos.El ritmo de tu cuerpo al respirarme dice cómo y dónde entrar en tus latidos.Cómo habitar tus sueños y tu sangrecon la lentitud de un sol de inviernoen amanecer indeciso.Sueño o creo soñarque siento, gozo, pruebo,en los vellos de tus brazos erizados, tensos, deseantes, decididos,el resplandor sensiblede este sendero.Amanezco contigo, despierto en medio de tu gesto de soñar al cuerpo poseído,llamando hacia tu sombra y tu humedad. Por el cuello de cisne de tu brazo viajan mis aves hacia ti,hacia la noche de tu cuerpodevorándome sin respiro.

D E U N L A D O Y O T R O

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C A RTA S DE L M ÁGICO FA N TA SM A

Los textos que presentamos son parte del segundo y último tomo de las Obras completas de Francisco Tario, que edita y prologa Alejandro Toledo para el Fondo de Cultura Económica y en breve llegará a librerías.

Las cartas que le escribe Carmen Farell dan cuenta de su pasión correspondida; el relato de Tario desplaza la experiencia de un matrimonio al terreno perturbador de sus ficciones. A cuatro décadas de su fallecimiento,

un autor inusual, rescatado en México y España como un hallazgo para nuevos lectores.

Carmen Farell, la esposa de Francisco Tario, fue ese “má-gico fantasma” convocado en la dedicatoria de Una violeta

de más (1968). Los testimonios del amor del escritor por su mujer son muchos, incluso por ese acompañamiento lúgu-bre hacia la muerte: ella fallece en 1967 y, como en una historia romántica, en sus últimos años Tario se encierra en sí mismo hasta encontrar el camino que lo lleva a la tumba de su amada. Fue, como se titula un poema de Quevedo, un amor constante más allá de la muerte. Hace poco encontré la transcripción (realiza-da por el propio escritor) de cartas tem-pranas de Carmen a Paco, que van de 1930 a 1935, el periodo de su noviazgo. Junto con estas misivas, presento un texto de Tario a Carmen, también halla-do entre los papeles del escritor, y que forma parte de un paquete de inéditos que aparecerá en el tomo II de sus Obras completas, de próxima aparición en el FCE. —Alejandro Toledo.

octubre 1, 1930Por tu silencio deduzco que sigues enfer-mo y esto es para mí una contrariedad y una pena. Cuando me habló por teléfono Fernando, me quedé bastante preocupa-da porque no se explicó como yo hubie-ra querido; nada más me dijo que tenías algo de fiebre. Más tarde recibí tu carta, que me tranquilizó, pues supe que tu en-fermedad no era nada grave y espero que en muy pocos días te encuentres ya bien. Así se lo pido a Dios de todo corazón.

Me dices que has pensado en mí a todas horas, que no has dejado de es-tar conmigo ni un momento y lo creo. ¿Cómo no lo voy a creer si a mí me su-cede igual? Por unas razones u otras siempre me estoy acordando de ti y me gustaría estar siempre a tu lado.

Confío en que el día que no me escri-bas me pongas unas letras. Te aseguro que me conformaré con unos cuantos renglones, pero si puedes llenar muchos pliegos te lo agradeceré mucho más.

Ten la seguridad de que te quiero y recibe con estas líneas mi amor.

noviembre 1, 1930Te quejas en tu carta, que acabo de reci-bir, de que soy demasiado lacónica, de que no me explayo en mis sentimientos como deseas y que te da la impresión de que no te quiero tanto como tú a mí.

CARMEN FARELL

¡Qué quieres que yo haga! Nunca supe escribir lo que sentía y esto me contra-ría tanto o más que a ti. Debes perdonar-me, aunque espero que con el tiempo vaya aprendiendo eso de ti. Igual que he aprendido muchas otras cosas. Ten en cuenta, sin embargo, que te escribo con toda el alma, que no puedo ser más sincera contigo y que lo que sucede es que no sé expresarlo como quisiera. ¿Verdad que en persona soy algo más aceptable?

Es muy difícil para mí decirte hoy lo que siento, lo que pienso. Tú has sido mi primer amor y debes comprenderlo, pero cuanto más fuertes son mis sentimien-tos, más dificultad hallo en expresarlos en palabras; no creo que sea vergüenza —de eso tengo bien poco— sino que algo me impulsa a callar y a guardarme mis emociones.

¿Quieres conocer mis ideas respecto a ti? Pues sabe que todos tus sueños son los míos y que en tan poco tiempo tú has podido impregnarme de tus ideas, que también son las mías. ¿Estás satisfecho de tu obra?

Paco, me encantan tus cartas y me gustaría que me escribieras más segui-do, aunque a veces me hagan llorar. Pero también esos ratos me hacen feliz, aunque parezca mentira. ¡Si supieras cuánto te envidio! Ahora mismo llenaría muchos pliegos para decirte lo que estoy sintiendo por ti. Yo seré como tú —no te impacientes— y sabré esperar lo que sea. Te quiero más que antes.

agosto 2, 1931Como te lo prometí, lo hago. Por fin ten-drás el retrato que me pides. Ojalá sea de tu agrado y no me encuentres demasia-do cambiada. ¿Francamente todavía te gusto? ¿Todavía piensas de mí lo que pensabas antes? Escríbeme y dímelo como lo sientas, que yo estoy ya prepa-rada para todo. ¿Pero verdad que aunque te encuentres docenas de mujeres más bonitas seguiré siendo para ti la misma? Por lo menos eso pienso y con esa ilu-sión me duermo todas las noches.

Cada día te amo más y te extraño, Paco. Leyendo una novela de Palacio Valdés me pareció andar por Asturias y así te sentí más cerca y hasta hubo momentos en que creí verte. Me gustó mucho el paisaje (del que habla Palacio Valdés) y sólo espero que tú me lleves a conocerlo personalmente, como se dice.

Está cayendo en estos momentos una espantosa tormenta con rayos y truenos y un viento muy fuerte. Las muchachas acaban de irse a la romería, pese a que cuando salieron ya empezaba a llover. Yo no fui, por supuesto, ¿para qué? Me he quedado sola en la casa y debes creer que no me siento triste, sino antes al contrario; así nadie me estorba y puedo pensar en ti lo que quiero. ¿Adivinas mis pensamientos? Siempre lo hiciste y en esta ocasión creo que tampoco te equi-vocas. Tengo los balcones cerrados y es-toy viendo el jardín inundado. Casi pue-do asegurarte que estás aquí conmigo; te veo, te oigo —no es ilusión— y te siento.

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Carmen Farell y Francisco Tario.

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T R ES DÍ A S Y U NA S HOR A S Un relato inédito

Esto es lo mejor que puede ocurrirme y de antemano te prometo que la tarde así no se me va a hacer larga. Ah, también fui a la misa de los vascos. ¡Cuántos re-cuerdos tuyos! Contribuyó mucho el lugar, la música, los coros. Todo ello me hizo creer que no había pasado este año y que todavía estábamos los dos allí.

Paco, ¡se me hace inmenso el tiempo cuando no recibo carta tuya! No dejes de escribirme esas cartas maravillosas que me hacen tan feliz. Espero pronto una de ellas y enseguida a ti. Quiéreme como tú sabes hacerlo y no olvides que soy tuya.

agosto 13, 1931Desde que me levanté en la mañana tuve el presentimiento de que llegaría carta tuya, y no me engañé porque hace apenas unos minutos me llegó la prime-ra de España.

Cuánto me alegro, en primer lugar, que hayas encontrado bien a todos en tu casa. No me sorprendió la alegría que sentiste al volver a reunirte con tu mamá y hermanos, ni la que ellos habrán teni-do de verte. ¡Si lo sabré yo!

Estoy sumamente contenta porque he sabido de ti, pero a la vez me has de-jado con una extraña tristeza, pues en tu carta me hablas de cosas que me han dado que pensar. ¿Por qué hablas de ol-vido? ¿Cómo puede ocurrírsete siquiera que yo pueda alguna vez olvidarte? No lo comprendo, de veras, y te pido que jamás vuelvas a tener tales pensamien-tos; me hieren y me hacen sentirme muy desdichada. Es como si todo el amor que

te he dado y que te doy diariamente no sirviera de nada. No te enfades, de veras; pero jamás se te ocurra mencionarme esas cosas.

Me dices que sólo has pensado en mí, y lo creo. Pero quiero que pienses en mí como lo hiciste siempre, con una plena confianza, con toda la fe imagina-ble. También yo no hago otra cosa que pensar y pensar en ti todo el día. Te dije una vez que ya no me pertenecía y te lo repito ahora.

¿Que te cuente de mi vida? Nada de particular. ¿Que si me divierto? Ya te lo imaginarás; sin ti ya no sé divertirme y nada de cuanto me suceda ofrece para mí interés alguno. Si acaso mis mejores momentos los paso nadando; ya sabes que es el único vicio que tuve siempre. Actualmente tengo otro: el de adorar-te. ¿Habré sido pez en mi vida pasada? Pudiera ser.

¿Te acuerdas, Paco, de cómo era yo cuando me conociste? ¿Lo que me gus-taba ir de un lado para otro, alborotar y reír con todo el mundo? Pues te sorpren-derá saber que ahora es todo lo contra-rio; me encanta sentirme sola en la casa (es lo que más disfruto), huyo de toda la gente y me paso horas y horas en la sala. Allí me encierro en cuanto puedo, cierro un poco los balcones, me tiendo en el sofá y pongo un poco de música. Entonces soy completamente feliz y cuando llega alguien por sorpresa, me parece que despierto de un sueño. Tal vez crean que me estoy volviendo loca, eso parece; pero me siento así tan a gusto

que lo único que espero todos los días es que me dejen otra vez sola.

¿Cómo sigues de tus males? ¿Y de la cabecita? La mía está mucho peor, pues imagínate QUE ME HE RAPADO.* ¿No es esto una locura? ¿Por qué no te animas tú y así estaremos iguales? Te diré lo que me dijo mi papá, que el pobre no sabía nada y se asustó, como es natural, al ver-me: “Tú y él a la Castañeda”. Pues no lo pasaríamos mal, ¿no te parece?

Ayer pasé por donde caminábamos tantas veces, donde un día quise cortar-te unas flores y tú no me lo permitiste. Ahora las flores están completamente secas y me pregunto si es que les falta-mos nosotros. Pero me acordé tanto de ti, que me paré un buen rato a mirarlas y después me fui a la casa corriendo por-que no podía con mi tristeza.

Te pido con toda mi alma que te cui-des mucho y que vuelvas pronto para no volverte a ir nunca. ¡Nunca! A no ser que sea conmigo. Tuya de veras.

* Carmen Farell se rapa; Tario a su vez lo hace en España. Fueron acciones casi simultáneas, pues hay una carta donde él le avisa a Carmen que se rapó; luego se entera de que ella tam-bién lo había hecho; al saberlo se sorprende y le responde: “¡Qué extravagante eres, de veras! ¿Y por qué? Aunque, como ya sabrás para estas fechas, yo no siento la menor envi-dia porque desde hace algunos días ando con la cabeza como una bola de billar”. A Tario se le reconoce físicamente porque acostumbró usar el pelo a rape, quizá a partir de esos años.

FRANCISCO TARIO

Recibe, Carmen, este presentimiento de un amor que

durará más allá de la muerte

México, 11 de mayo de 1931

Cuando llegamos al parque no serían más de las cinco y media de la tarde.

Soplaba una dulce brisa que abanicaba los árboles. ¡Oh, aquellos altos y viejos árboles, como ancianos legendarios, con sus largas barbas grises, que escucharan detrás de nosotros la salmodia diaria de nuestros amores!

Nos queríamos apasionadamente y no habría hecho falta preguntarlo. Bastaba con mirarnos todas las tardes, sentados en la misma banca, hablando en voz muy baja, como con temor a despertar a los pá-jaros que empezaban a acurrucarse en las ramas.

Se repetían a diario aquellos paseos por la tarde. A veces el parque estaba solo; otras, cruzaban ante nosotros grupos de chiquillos jugando, haciendo rodar una pelota o simplemente dando gritos, sobre-

saltando al sombrío paraje que a esa hora comenzaba a empañarse con la melanco-lía del crepúsculo.

Desde la banca se oía la fuente vecina y los pájaros acomodándose.

Generalmente nos sorprendía la noche.Los días se deslizaban unos tras otros,

todos iguales y el sol proyectaba nues-tras sombras enlazadas como si fueran una sola. Nuestro amor nos embriagaba; era fragante y luminoso por las mañanas y melancólico y sombrío por las tardes. Seguía las horas del día y nos anunciaba siempre algo nuevo, inesperado, tierno.

El tiempo no se sentía transcurrir y pro-ducía un rumor como el de los pájaros, o el de la fuente, o el del reloj mismo.

Comenzaba abril. Despertaba en su albo-rada con una enigmática sonrisa. Era la víspera de nuestra boda.

Tu vida y la mía giraban en torno a un mis-mo centro: abril.

Tenían los días de este mes la aparien-cia de un sueño delicioso. Esta mañana dorada de primavera escondía para mí

muchas emociones que el aire parecía querer conservar en mí tanto tiempo como durara el día.

Aquella tarde no hubo paseo.Pero el día me trajo la felicidad más

grande que había soñado: el poder traerte a mí y rescatarte de un mundo agrio para llevarte a un lugar lejano donde todo eran maravillas, desde el correr del agua hasta lo estrellado y limpio de las noches.

¡Pensar que tú, que me adorabas tanto, ibas a ser mía!

Por la noche, preparé mi ropa. Había en los pasillos varios baúles ya listos. Era fácil de adivinar lo que aguardaba a nuestras almas bajo aquel cielo nítido de primavera.

Al cabo.Y en cuanto apagué la luz, quise escu-

driñar mi alcoba, cerciorarme de lo que la oscuridad había llevado a ella. Por entre los visillos del balcón se filtraba la luna, reflejándose en los espejos. Los muebles o sus sombras palpitaban como animales dormidos. Se escuchaba el reloj, el viento afuera. En mis sienes bullía un estremeci-miento de fiebre.

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Carmen Farell.

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Y soñé; soñé inacabablemente, aun-que no recuerde bien mis sueños. Había música y muchas lágrimas; besos y mur-mullos desconocidos; cosas que jamás había oído.

El aleteo de las campanas tenía para mí algo de nupcial y también de nuevo. Vi esconderse la luna y aparecer para des-aparecer enseguida.

¿Comenzaba a dormirme o a des- pertar?

Con la luz del día sentí en mi frente el consuelo del sol, que surgía de la noche.

Era una hora nueva, distinta, que debe-ría ir reconociendo sin prisas, poco a poco, con mis dedos temblorosos.

Era el día, el único; el esperado.

Zumbaba la gente detrás de nosotros con un rumor semejante al de las abejas. Re-zaban. El sacerdote, con sus manos de nieve y sus ojos extrañamente azules, daba unos pasos y volvía, pasando ante nosotros.

Arriba, en las alturas del coro, resona-ban las trompetas del órgano entremez-cladas con el llanto de los violines. Las flores, vencidas por la luz, se doblaban y por fin caían sobre la alfombra tendida, como otro camino de luz. Las mariposas de aceite chisporroteaban en los altares.

Y chisporroteaban los cirios, dejando sobre tu frente un temblor de sombras apenas perceptibles. Tu cara debía de ser una hostia. Era el instante de la elevación de tu virginidad. Sonó una marcha que yo recordaba, flotaba el incienso en el aire y las vidrieras de infinitos colores se abrie-ron de golpe para dejar paso al sol.

Pasaron ante mí muchos rostros. Me apretaron las manos. Adiviné alguna lá-grima perdida en un pañuelo. Pero sobre todo ello, se levantó, como una inmensa luna, el resplandor inconfundible de tu hermosa cara.

Me abrazaste; lo habías hecho otras ve-ces. Pero en aquel abrazo quedó fundido el hierro de todas las cadenas conocidas y por conocer. Fue un abrazo definitivo, de un año que termina, de una eternidad de años que comienza.

El vino habló por las almas y el rumor de este lenguaje escapó hacia fuera lanzan-do gritos incomprensibles de júbilo.Era ya la tarde.

Reían los hombres con rostros de feti-ches sobre los manteles. Había ramos de rosas y rosas caídas por entre los platos. Un humo denso y pesado ascendía como incienso; pasaban las fuentes humeantes y el pavo grotesco y estúpido asomaba su cresta negra por entre las verdes ramas de la lechuga.

Se rompieron varias copas azules. Es-tallaron muchos corchos, describiendo círculos en el aire. Las pecheras blancas de los camareros iban y venían entre aquel humo desconsolador y negro.

Se hablaba mucho, se reía. Aquellas mesas largas, como sendas nupciales, al-fombras de azahares, señalaban el cami-no. Se hablaba de amistad y cariño; era un llanto dulce. El reloj no señalaba las horas con la prisa debida; se demoraba y titubea-ba, daba marcha atrás impensadamente.

Al terminar, se levantó un hombre. Te-nía en una mano una copa llena de vino y en la otra una flor marchita. Me pareció que estaba completamente borracho.

Era alto, delgado, de una palidez cada-vérica, y sus manos se movían en el aire con una delicadeza que se me antojó sospechosa.

Cuando terminó de hablar —nadie supo qué—, desapareció tras unos cortinajes granate.

Nadie lo vio salir, pero todos supimos que se había marchado. Y quedó vibrando en el aire su última palabra: felicidad.

El hombre de la palidez cadavérica ya no estuvo más con nosotros.

Nadie en el salón le conocía.

Caía la tarde envolviendo a la ciudad en un azul profundo. Las rosas, en su mayo-ría, caían una tras otra en los manteles.

Se despejó el salón y volví a ver muchas caras sonrientes; muchas manos que vol-vían a enlazar las mías. Y al abandonar el salón, miré por curiosidad hacia los cor-tinajes granates, donde el misterioso ser había desaparecido.

Ya eres mía, te dije. Estabas húmeda y bella como las rosas por la mañana. Como una rosa de mantequilla, con tus dos inefables resplandores verdes.

Con la última campanada del reloj di

el último abrazo amigo. Marchábamos velozmente sobre las calles relucientes y ruidosas. El crepúsculo caía sobre tus labios y tus ojos; era como una prome-sa. Te vi más hermosa que nunca; más increíble. Te toqué para cerciorarme y después te pregunté enseguida: “¿Y aquel hombre?”

Tú te encogiste de hombros.

Es ya enteramente de noche.Parece que ha llovido sin cesar. Al me-

nos, eso parece.

Es un departamento recubierto de ma-dera brillante, rojiza. Tiene, en las ven-tanillas, unas cortinas verdes, con flores amarillas. Los sillones son confortables, muy amplios, y se transformarán pronto en cama. La cama nos llevará hasta Vera-cruz y allí nos dejará solos.

Hace calor. No hay luna. De tarde en tarde pasa por la ventanilla una len-gua gris y espesa, que es el humo de la locomotora.

Silba un brujo en la noche silencio-sa. Crujen las maderas y se agitan las cortinillas.

Cruza el negro vestido de blanco, con su gorra azul calada sobre los ojos. Hay en los campos un silencio frío y perfumado. Las sombras se suceden, son implaca-bles. Volamos hacia lo desconocido, hacia un lugar sin memoria al que tantas veces habíamos soñado ir. Quedaban atrás las ciudades, los pueblos, los árboles. El cie-lo, como un espeso manto, nos guardaba en secreto bajo su misteriosa oscuridad.

Unos indios de color tierra, con sus sa-rapes multicolores. Un río, una barranca

“ME ABRAZASTE; LO HABÍAS HECHO OTRAS VECES. PERO EN AQUEL ABRAZO QUEDÓ FUNDIDO EL HIERRO DE TODAS LAS CADENAS CONOCIDAS Y POR CONOCER. FUE UN ABRAZO DEFINITIVO, DE UN AÑO QUE TERMINA, DE UNA ETERNIDAD DE AÑOS QUE COMIENZA.”

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infinita. Pasaba la selva y su murmullo es-calofriante. Había espectros de bruma tras los cristales y un puente de plata tendido sobre el vacío.

Volábamos amándonos. No cesábamos de volar. Y así toda la noche.

Cenamos opíparamente. El aire debió abrir nuestro apetito. El negro traía y lle-vaba platos, derramaba salsas y regresaba a la cocina.

El vino encantaba al alma. Hervían sus burbujas y quemaba tu frente. El viento se advertía humedecido desde donde contemplábamos la noche asomados a la misma ventanilla. Así lo habíamos soña-do, y así era, por cierto.

Salvábamos montañas, volvíamos al campo. El tren iba silencioso, cada instan-te más precavido. Cedían los ruidos, pero las maderas seguían crujiendo. Alguien cerraba una puerta o corría una cortinilla. Se iban apagando las luces, penetrando la noche en el interior.

Eran las diez y media en punto. Nues-tro departamento evocaba a aquella hora la melancolía de una voluptuosa gaviota en el mar. Con todo y su plumaje hume-decido y sus alas abiertas.

Una hora después...

La cama aparecía ya hecha contra el bor-de de la ventanilla. Allí mismo caía la luna, que empezó a brillar de pronto.

Todo el mundo dormía.Y tú y yo sentados sobre el níveo lecho

mirábamos la noche y enseguida nos mi-rábamos, sorprendidos de que alguien cruzara por el pasillo cantando a seme-jantes horas.

Toda tu belleza estaba allí, sin faltar nada. Eras opaca y deslumbrante, como una estrella inaudita. Yo te miraba y tú no dejabas de mirarme. No teníamos nada que decirnos, por lo visto, sino recordar; tal vez recordáramos lo que empezaba ya a ser pasado, lo que pudiera alguna vez dejarnos infinitamente tristes.

Entonces tú te arrojaste en mis brazos y te echaste a llorar impensadamente. Como en las pesadillas o en los sueños: en la felicidad más completa e inexplicable.

Estabas tan sorprendentemente her-mosa que supe que iría a despertar.

No desperté. Te besé largamente.

Supe diez veces, cien, del calor de tus be-sos. Entre ellos debió estar el que me de-bías desde hacía años. Sí recuerdo que te abracé una vez como quien se aferra a un salvavidas en la terrible oscuridad de un naufragio nocturno.

Te besé tan cruelmente que después pasé un dedo por tus labios, por temor de que sangraras.

Cierta vez me dijiste: “¡Mira!”, señalan-do una estrella fugaz que caía sobre los volcanes. Y al volver la cara para verla, te vi a ti y tu hermosura me distrajo. Cuando quise buscar la estrella, era ya otro día y ni siquiera tú estabas a mi lado.

¡Oh, tus ojos soñadores, marinos, de inmensa y constante luz verde! Me re-cordaban las luciérnagas que tantas no-ches parpadeaban por los caminos que recorríamos. Derramaban luz verde y lo invadían todo. Resbalaban por los cris-tales y se escondían entre las sábanas. O quedaban quietos sobre la almoha-da. O desaparecían a oscuras; tú con los ojos cerrados. ¿Era el viento o tú quien respiraba?

Tu nombre. Y enseguida, mi nombre.Otra estrella fugaz que caía.Un clavel como aquellos, pero de

sangre.Y cantó un grillo.

De la oscuridad húmeda y perfumada vi levantarse una sombra amarillenta; cons-taba de infinidad de partículas, que poco a poco iban uniéndose, perfilándose, dibu-jando una figura humana.

Se mantenía en el espacio, al otro lado de nuestra ventanilla, y cuando la hería un rayo de luna me parecía descubrir en su faz una helada sonrisa.

Aún el amor era lánguido, perduraba. Era el amor inefable, silencioso, lento.

Yo conocía aquella cara, aquel gesto. Reconocía a aquel hombre. Recordaba al espectro amarillo.

Recordé, recordé, como entre sueños.El banquete.Me incorporé para levantar la ventani-

lla y preguntarle quién era, qué hacía allí, adónde iba, qué esperaba de nosotros. Nos seguía. Pero el hombre, con su mano amarilla, detuvo fuertemente el cristal. Oí detrás de las sombras de los árboles, de-trás de las sombras de la noche, una voz que me decía: “Soy el amor, soy el amor”. Pero esta voz era la tuya. Y el hombre desapareció.

Hubo un gran vacío. Todo eran sombras y sombras y una o dos luces lejanas.

Aquel hombre se había ido, pero a la vez continuaba allí. Yo lo sabía. Volába-mos sin cesar por los campos.

“Soy el amor, soy el amor”, repetías.Era ya el alba, o acaso sólo el comienzo

del alba. Tenías el rostro cubierto de vio-letas sobre la almohada. Y una luz que no me dejaba verte. Nos amamos dulcemen-

te en la penumbra como sobre una playa. Olía el mar y las flores de todos los jardi-nes; estábamos inundados de perfumes, bañados en un perfume que no se extin-guía. Más sol y después...

Habíamos llegado a Veracruz entre pal-meras. Seguía siendo la primavera; igual que cuando salimos. En la bahía se desta-caba un barco; solo uno, con infinidad de banderitas.

Caminábamos. Lo mismo que ayer y anteayer, desde que nos conocimos; pero distinto. Esta vez teníamos alas y un ancho mar delante. Escasamente conse-guíamos separarnos; pero caminábamos, solos, trabajosamente; vagabundeába-mos, avanzábamos, no teníamos nada que decir. La vida y un ancho mar por delante. La vida, la eternidad.

El hombre de color amarillo marchaba detrás de nosotros. ¡Qué impertinencia! Nos seguía paso a paso y adaptaba el suyo al nuestro. Nos deteníamos y él se detenía también; apretábamos la marcha y él nos imitaba.

No nos perdía de vista.De vez en cuando miraba el reloj.Continuábamos avanzando, vagabun-

deando, perdidos en la infinita vida.“Soy el amor, soy el amor”, me repetías.

Pero era a él a quien quería oír yo enton-ces. Quizá tuviera que decirnos algo o que prevenirnos de algún peligro.

Seguía el calor, el mar, aquel barco. Estábamos solos ante Dios, desnudos, lis-tos. Tuvimos miedo. Y echamos a correr despavoridos, pobres de nosotros tan feli-ces, tan ilusionados, con nuestras blancas alas desplegadas.

¡Piedad! ¡Piedad!, alguien gritaba.Pero el hombre nos seguía como si

jamás fuese a abandonarnos.

“NO TENÍAMOS NADA QUE DECIRNOS, POR LO VISTO, SINO RECORDAR; TAL VEZ RECORDÁRAMOS LO QUE EMPEZABA YA A SER PASADO, LO QUE PUDIERA ALGUNA VEZ DEJARNOS INFINITAMENTE TRISTES.”

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P o r C A R L O S O L I V A R E S B A R Ó Las Claves

DE LA REALIDAD Y LA POESÍA (TRES CONVERSACIONES Y UN POEMA)Edición: Clara JanésAutores: Antonio Gamoneda, Clara Janés, Mohsen EmadíEditorial: Vaso Roto

LA POESÍA ES UN DIÁLOGO perpetuo con el silencio impregnado en los muros. El poeta escribe siempre sobre las tapias que guarecen a los zaguanes. Patio, el poeta ha dejado su huella: en el parapeto del pozo todavía se entrevé la imagen del peregrino sediento. El agua, plata viva que se traga los ojos del que llega presu-roso. La poesía es una conversación con sombras insurrectas. Entrar a un poema, discernir los laberintos inquietantes que pronuncian crestas desde la contención. “Estoy desnudo ante el agua inmóvil. He dejado mi ropa en el silencio de las últi-mas ramas”, nos dice el poeta Antonio Gamoneda (Oviedo, 1931). En orfandad ensimismada, el trovador ha tocado el margen y confirma que “llegar al borde y tener miedo de la quietud del agua” son dos actos de envites cruzados.

La soledad es una aprehensión: esta-mos expuestos ante la premura del azar; en los puertos, el marinero se descamisa: los borbotones de sal manchan sus pies ansiosos de geografía tangible. No hay

pared en el océano: lienzo todo el mar ondulante, espumoso, residual, imprevi-sible, hambriento. ¿Dónde pronunciar la palabra casa? ¿Dónde vincular memoria con aliento? Cuando llueve en el mar una tiniebla de peces se apodera de todos los presagios. Abundancia de agua que se re-pite en favor del desesperado que digiere efervescencia. “Ha de llover, / ha de caer la lluvia con dulzura / sobre los suicidas del amanecer.” La poesía llega con la mollina. La poesía llega con los fardeles deteriorados de los deseos dispersos. La poesía se abriga en la vendimia de los amantes solitarios. Un verso, aluvión que el arco apresa en su extensión de resplandor suspendido: la flecha tiem-bla en el riesgo de prorrumpir y abrigar la garganta del pez.

De la realidad y la poesía (Tres con-versaciones y un poema) de Antonio Ga-moneda, Clara Janés y Mohsen Emadí: éxodo de prodigiosas glosas a todas las privaciones del olvido. Presencia, encru-cijada de celebración al más supremo

episodio del hombre: la poesía. Gamo-neda cierra los ojos y el diálogo se abis-ma. Gamoneda cierra los ojos y de sus párpados brotan pasiones añadidas a los prontuarios de todas las apetencias que se agolpan en los disimulos. Estaciones que son puertos; dársenas que son tran-queras; aldabas que punzan el jugo de la madera; fallebas de bronce para proteger la simpatía de la elipsis: “La claridad ha-blada, tiene la boca en la tumba de los sonidos”.

Los versos de Gamoneda se colum-pian en la amanecida perplejidad de lo inocente: llegar a su alborada, inscribirse habitante de explanadas desvestidas: el sol interviene para subrayar la tibia pre-sencia de las súplicas. El sueño es una Isla de torrentes donde la imposibilidad desafía todas las soflamas. Gamoneda cierra los ojos porque “ha de llover / en el pensamiento y en la felicidad ensangren-tada”. Las palabras invocan ceremonias. Confesiones perturbadoras de uno de los grandes poetas de la lengua española.

Ha causado algún revuelo la publicación de la antología México 20: la nouvelle poé-sie mexicaine, coeditada por

Castor Astral y la Secretaría de Cultura, y presentada en el marco del Marché de la Poésie en la capital francesa, que este año estuvo dedicado a nuestro país. Los inconformes con esta muestra de veinte poetas argumentan que no es represen-tativa, que fue elaborada con criterios poco rigurosos, que el proceso de selec-ción fue opaco y que detrás de las deci-siones hay amiguismo o compromiso. Y como se invirtieron recursos públicos tan-to para la edición como para el viaje a París de un grupo de poetas, la publicación —se piensa— debería haberse sometido a la aprobación del gremio. ¿De verdad habría que hacer una votación para elegir a los veinte autores representativos de nues-tra nueva poesía? ¿Quiénes serían los electores: todos los poetas? Los inconfor-mes, de haber sido elegidos para realizar la antología, ¿se habrían guiado por sus propios criterios para hacer la selección o habrían hecho una convocatoria para repartir la elección?

Creo que la medida tomada por quien lo haya hecho es acertada: como la propia institución no tiene las facultades para convertirse en juez, convocó a tres escri-tores de indiscutible calidad y trayecto-ria: Tedi López Mills, Myriam Moscona y Jorge Esquinca, avalados por su obra, la crítica y los premios (¿de qué otra mane-ra podríamos medir su capacidad como antologadores?), para que se ocuparan de hacer la selección. Podrían haber sido otros con características similares —hay muchos—, pero siempre recaería sobre ellos la misma duda acerca de sus aptitu-

des para decidir: no existe aún un metro que nos permita medir objetivamente la calidad de una obra. Y en una antología —como bien deberían saberlo los detrac-tores de ésta que nos ocupa— siempre imperan los gustos y las afinidades. Pero sobre todo debe prevalecer el conoci-miento del universo a seleccionar. Creo no faltar a la verdad al decir que los tres son buenos lectores, lectores críticos, y están bien informados acerca del movi-miento actual de nuestras letras.

Escribo esta nota porque lo que me parece más lamentable en la discusión es que se les tilde de corruptos, mafiosos y arbitrarios a los compiladores. Es una acusación muy seria y muy delicada. Que algunos de los seleccionados sean ami-gos o alumnos suyos es algo inevitable: en el medio —no muy grande— se traban amistades y enemistades, los unos escri-ben sobre los otros, se presentan, parti-cipan en lecturas comunes, se leen entre ellos. Dudo que el criterio que haya pre-valecido entre los tres sea el de la amistad o la tutoría antes que el de la calidad, a su juicio, de la obra de cada uno de los poetas. Si se trataba de elegir a veinte autores menores de cincuenta años que dieran una idea de la actual poesía mexi-cana, por supuesto que tendría que ha-ber exclusiones e inclusiones que a unos gustan y a otros disgustan, por no decir encabronan. Como lectores podríamos disentir de la selección: incluiríamos a los que sentimos más cercanos y elimi-naríamos a quienes son menos afines a nuestro gusto. Pero resulta que los anto-logadores no somos nosotros.

¿Quiénes son los que se sienten más agraviados? Por supuesto, algunos poe-tas que no entraron en la selección y

que no fueron tomados en cuenta para viajar a París. Habría que recordarles que ellos mismos han sido invitados en otras ocasiones para representar a México en diversos foros. ¿Se preguntaron entonces con qué criterios fueron elegidos? Y han estado en el índice de otras antologías sin cuestionar a quienes sí los incluyeron o acusarlos de corruptos en caso de tener alguna relación laboral o amistosa con ellos. Me quedo con las palabras de Paula Abramo: “No, no creemos ser los mejores poetas del país. No, no fui becaria de nin-guno de los antologadores. Tampoco los he reseñado. Sí, la relación de los artistas con el Estado es problemática. Sí, hay que cuestionarla siempre. Pero sin baños de pureza... Y sí, ellos, como nosotros, han tenido (y tienen) becas y beneficios de éste u otro estado. Sí, sí me alarman sus niveles de odio”.

¿ P U E D O A N T O L O G A R T U A N T O L O G Í A ?Por

FRANCISCO HINOJOSA

L A N O T A

N E G R A@panchohinojosah

¿QUIÉNES SON

LOS QUE SE

SIENTEN MÁS

AGRAVIADOS?

POR SUPUESTO,

ALGUNOS

POETAS QUE NO

ENTRARON EN

LA SELECCIÓN Y

QUE NO FUERON

TOMADOS EN

CUENTA PARA

VIAJAR A PARÍS.

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EL ESCORPIÓN OBSERVA desde su hendidura en la pared un país cruzado por disputas de todo tipo y de resultados impredecibles. Por ello atiende mejor a una discusión intelectual reciente, un episodio titulado con humor por Eduar-do Huchín “Dos críticos de cuidado”, en el cual “el piel roja de la crítica” y el “crítico de tez blanca, ojos claros y nombre ex-tranjero” (según se autodefinió) confron-taron sus opiniones y escritos sobre el autor mexicano Ulises Carrión, y de paso sobre temas como el miserabilismo y el conservadurismo en las letras mexica-nas, su “derechización priista”, su “crisis” y hasta el mismo fin de la posibilidad crítica de nuestra literatura. Hace un par de me-ses, se suscitó también otra discusión en torno a si la literatura mexicana era dema-siado conformista, reticente a indagar en nuevas tendencias escriturales y críticas.

El arácnido no duda, reconoce en la confrontación, la discusión y a veces en el enfrentamiento, una tradición enriquecedora de las letras mexicanas. Desde el XIX, para no ir más atrás, las plumas del momento confrontaban su proyecto de nación y su idea mis-ma de la literatura. Talentosos libera-les como Gómez Farías y Altamirano se daban con todo contra talentosos conservadores como Lucas Alamán. Los numerosos periódicos, las revistas literarias y publicaciones de la época dan cuenta fiel de esta pugna cultural. Después, el enfrentamiento entre los positivistas y el Ateneo de la Juventud inaugura el siglo XX, y ya en los años veinte los muralistas atacan y se de-fienden, los estridentistas intentan sacudir la literatura mexicana con sus poses y exageraciones ante el espejo,

los Contemporáneos son atacados por la sociedad decente y nacionalista. El conflicto entre cultura nacional y cul-tura universal lleva a combates univer-sitarios, persecuciones y disertaciones interesantísimas entre Alfonso Caso y Lombardo Toledano, entre Jorge Cues-ta y las autoridades educativas. Las po-lémicas entre las “mafias culturales” de los años sesenta y setenta, las pug-nas entre el Nobel y el Cervantes, son todas luchas literarias enriquecedoras de la cultura mexicana.

El venenoso no se purga con su pro-pio destilado y ha participado también en algunas confrontaciones (alguna vez en torno al convencional y millo-nario Premio Planeta), por ello celebra estas polémicas alentadoras de la re-flexión, aunque sea a costa de algunos moretones en el ego.

EL ARÁCNIDO

RECONOCE EN LA

CONFRONTACIÓN

UNA TRADICIÓN

ENRIQUECEDORA

DE LAS LETRAS

MEXICANAS.

Los moretones de la literatura mexicana

P o r A L E J A N D R O D E L A G A R Z AEl sino del escorpión

PorCARLOSVELÁZQUEZ

E L C O R R I D O D E L E T E R N O

R E T O R N ON U N C A F U I M O S T A N V I O L E N T O S

@charfornication

No es una casualidad que Pulp Fiction, la película de Tarantino, haya sido pro-movida en las salas de cine

de nuestro país como Tiempos violen-tos. Era 1994 y el estallido de violencia que se extiende hasta nuestros días en México tuvo su germen durante la década de los noventa. El asesinato de Colosio, el movimiento zapatista, etcé-tera, fueron la prehistoria de la guerra contra el narco. Aunados a aconteci-mientos pop como la muerte de Kurt Cobain, impactaron en la psique de millones de adolescentes. Todos estos ingredientes, entrecruzados con las teorías de Burroughs y la MTV crearon un caldo de cultivo que definió nuestra era. No sólo la de los habitantes de las capitales culturales, también la de los nacidos en tierra adentro. La moder-nidad nunca llegó a la provincia. Fue la posmodernidad la que arribó (y sin ningún delay).

Resultado de lo arriba mencionado es el artista José Jiménez Ortiz. Quien ha cocinado su trayectoria analizan-do los fenómenos de la violencia en el norte de México. Su más reciente trabajo, Sinfonía para 100 motocicle-tas, retoma la idea de Bruno Latour de que la modernidad nunca ocurrió. Que es el escenario para el ejercicio de la violencia. Antes no se necesitaba un pretexto teórico para justificar la vio-lencia. Existían periodos de posguerra. Pero al no presentarse una guerra en nuestro continente, la realidad se ha instalado en una guerrilla permanen-te. Nacido en Torreón, Coahuila, la ciu-dad más violenta del sexenio pasado,

Jiménez Ortiz se ve a menudo perse-guido por la estética de la violencia. Sinfonía para 100 motocicletas es una extensión de las reflexiones que han permeado toda su carrera.

Invitado por parte de Flora ars+natura a una residencia en Bogotá, con la intención de realizar una serie de piezas que relaciona-ran a la naturaleza con el arte, le dio vuelta al proyecto al instalarse para desarrollar la tarea. Descubrió un elemento que trastocó la visión que tenía hasta ese momento del trabajo que realizaría. La motocicleta. El me-dio de transporte que utilizaron los sicarios para asesinar a gente en toda Colombia. Sin proponérselo, Jiménez Ortiz realizó un viaje al pasado. La motocicleta es una protagonista de La virgen de los sicarios, la novela de Fernando Vallejo. Que oh casua-lidad, fue publicada en 1994, en el mismo año que Tiempos violentos. Sin Vallejo la palabra sicario jamás habría llegado a Torreón. Y por lo tanto a Jiménez Ortiz.

Filme, cultura, texto, dibujo, insta-lación y hasta un vinyl con dos piezas musicales, conforman Sinfonía para 100 motocicletas. Algunos de los protagonistas son trapos empleados como tapones de gasolina para las motos y a su vez sirven como poten-ciales mechas de cocteles molotov. Y el artista también los utiliza como lienzos. Para hacer feliz a un moder-no, afirma Latour, hay que regalarle una efeméride. En este caso, Jiménez Ortiz toma 1994, para establecer que su educación sentimental es culpa

de la llegada de la posmodernidad a la provincia. A través de la televi-sión, de la música, y sobre todo de la política. El mal primordial que la posmodernidad ha exportado e im-portado de manera global.

El ser posmoderno es un ser huérfano de modernidad, asegura Jiménez Ortiz. Nunca hemos sido tan violentos como en la actualidad. La verdadera ilusión no es la idea de modernidad, es la idea de civilidad. La posmodernidad, representada por la motocicleta, es el vehículo para aniquilar cualquier noción de sociabilidad (tampoco es una casua-lidad que la moto haya sido usada como la representación de la velo-cidad cuando arribó Internet). Una ausencia de estabilidad que se ha replicado en todo el continente. Y que en este país obedece a un mo-delo de política incubado durante los noventa. A tal grado que ha tras-tocado los tiempos actuales. Para Jiménez Ortiz la historia del país, y sus referencialidades provenien-tes del exterior, se parte en dos en 1994. Una reflexión que lo lleva a la conclusión de que nunca fui-mos posmodernos, nunca fuimos posnorteños, nunca fuimos tan violentos.

* La exposición de José Jiménez Or-tiz, Sinfonía para 100 motocicletas: Un ensayo de antropología simétri-ca, se inaugura este sábado en la Casa del Lago a la 13:30, en la sala 4. Cuenta con la curaduría de José Roca. Entrada libre. C

NUNCA HEMOS

SIDO TAN

VIOLENTOS

COMO EN LA

ACTUALIDAD.

LA VERDADERA

ILUSIÓN NO ES

LA IDEA DE

MODERNIDAD,

ES LA IDEA DE

CIVILIDAD.

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Arte digital > STAFF

>La Razón

PorALICIA QUIÑONES

E S G R I M A

En días pasados, el escritor estadunidense Richard Ford (Jackson, Misisipi, 1944) fue galardonado con el premio Princesa de Asturias 2016 por ser un narrador profundamente contemporáneo y, al mismo tiempo, un gran cronista del mosaico de historias cruzadas que es la sociedad norteamericana. Ford es considerado como el heredero legítimo de Hemingway, y Raymond Carver lo definió como el mejor escritor en activo de Estados Unidos.

Es autor de las novelas Un trozo de mi corazón (1976), Incendios (1991) y Canadá (2014), entre otras. Por El

día de la independencia recibió el Premio Pulitzer y el PEN/Faulkner, en 1996. Además de haber sido agente inmobiliario, Ford se dedicó al periodismo deportivo en Inside Sports, trabajo que consiguió después de que su segunda novela no vendiera más que un par de ejemplares, y experiencia de donde surgió El pe-riodista deportivo (1986). Aficionado al boxeo, Ford contestó esta entrevista como un round, en el que eli-gió qué preguntas quería responder sobre su vida, su trayectoria, la creación, los miedos y las fronteras, esa gran metáfora de su literatura y sus personajes.

RICHARD FORD“LA LITERATURA ES COMO UN AVIÓN”

¿Cómo comenzó todo?Cuando tenía 23 años. Llegué a casa y

no quería regresar a la escuela de leyes. Estaba muy enamorado de la chica que está aquí (su esposa). Mi madre me dijo: “Richard, ¿qué vas a hacer con tu vida?”, y le respondí: “Intentaré ser escritor”. Le pude hacer dicho diez cosas diferentes y hacerlo en cualquier momento, no sé por qué lo dije ni por qué no lo hice cua-tro años antes o después. Pero, bueno, lo hice y debía cumplirlo. Fue algo, como decimos en inglés, adventitious [espon-táneo], algo inesperado e irracional.

Y hoy, ¿cuál es la razón para crear?Es algo que aprendí al hacerme viejo,

no tanto como ahora, pero al paso de los años. Los libros eran muy diferentes para mí cuando era joven. La razón era que no tenía ninguna experiencia, como supon-go sucede con la gente joven. Me pregun-taba: ¿esto es todo?, ¿en esto consiste la vida?, ¿en estos árboles, casas, calles, ca-rros, en estas personas?, ¿esto es la vida? Y cuando me acerqué a la literatura me di cuenta de que la vida no era sólo eso. Hay cosas que uno puede decir sobre la vida que la vida no dice sobre sí misma. Estas son las cosas que están en los libros. Por la manera en que están ahí, los libros evalúan la vida. Hacen que tu esfuerzo valga la pena. Así que, para mí, escribir libros es eso, tratar de hablarle a los lec-tores sobre las cosas por las que vale la pena vivir, sobre las cosas que para mí son importantes.

¿Cuál es el estado ideal para escribir?Necesito estar en una habitación

silenciosa, sin teléfono, televisión ni internet, necesito haber dormido bien. Eso es todo. No tiene que ser el mismo lugar, puedo hacerlo en un avión, en un autobús o en mi casa, sólo tiene que ha-ber silencio; no puedo estar pensando en otras cosas, como aquí.

¿Qué le dejó el periodismo deportivo?No me gusta leerlo y es quizá porque,

como lector, los deportes nunca me inte-resaron, menos aún después de escribir El periodista deportivo. Luego de esa no-vela me sentí exhausto con todo lo rela-cionado a los deportes.

Dice que las historias que no son sólo ficción fracasan. ¿Por qué?

Porque me gustan los libros que, como escritor, me permiten expresar-me completamente. Aquellos libros que no te permiten expresarte totalmente suelen ser poco exitosos. Y cuando digo “expresarme completamente” me refiero a libros que contengan cosas que yo con-sidero importantes y divertidas, porque tengo sentido del humor. Cada vez que escribo algo que no refleja mi sentido del humor, la historia queda trunca..

¿Cuál es el miedo más grande que han debido enfrentar sus personajes?

Me pones en aprietos con esa pre-gunta porque nadie me la había hecho... Dos cosas: la primera es que nunca serán comprendidos por la persona que ellos esperan que los comprenda. La segunda es que al final descubren que su vida en realidad no valió tanto la pena.

¿Qué es una frontera para su literatura?Lo que lleva a mis personajes a fraca-

sar es que no son comprendidos por la persona que ellos desean ser com-prendidos. Eso sucede cuando existe una frontera entre dos personajes que los mantiene separados. Eso es lo que para mí significan las fron-teras, y es algo sobre lo que he reflexionado toda mi vida y que intenté explo-rar en mi novela Canadá. Es sobre un adolescente cuyos padres robaron un banco y enseguida los meten en prisión; él se queda solo y cruza la frontera norte de Estados Unidos, hacia la parte occi-

HAY COSAS QUE UNO PUEDE DECIR SOBRE

L A VIDA QUE L A VIDA NO DICE SOBRE

SÍ MISMA. ESTAS SON L AS COSAS QUE ESTÁN

EN L OS LIBROS.”

dental de Canadá, donde se ve implicado en dos asesinatos. Es un libro con mu-chos incidentes, un libro sobre fronteras, cruzar fronteras, una reflexión sobre qué significan las fronteras para ti y qué tanto consuelo puedes encontrar en ellas.

¿Qué piensa de sus contemporáneos?Soy muy entusiasta y apoyo mucho

a mis contemporáneos. Creo que la ge-neración de escritores norteamericanos que ahora están en sus 40 —yo tengo 72—, son probablemente mejores que los de mi generación. No creo que ellos nos respeten como nosotros los respe-tamos a ellos, creo que se sienten más inteligentes que nosotros y que nuestro trabajo no es tan valioso como el suyo, y yo me inclino a creer que tienen razón.

¿Y sus clásicos?El buen soldado de Ford Madox Ford

es muy importante para mí, y ¡Absalón, Absalón! de Faulkner también. Pero en realidad no pienso en esos términos, o en “estos libros aquí arriba y estos otros abajo”. Para mí, la literatura es como un avión: te subes en él, lees esto o aquello, y no esperas encontrar el mejor libro del mundo. The moviegoer (El cinéfilo) de Walker Percy, es probablemente uno de los libros más importantes del siglo xx.

¿Cuál es su opinión sobre México y sus fronteras?

Todo lo que escuchamos en Estados Unidos sobre México es una terrible

mentira, cosas que deberían asus-tarnos sobre México y la gente que cruza la frontera. Yo creo que Mé-xico es un país maravilloso; tiene problemas, pero nosotros, en Es-tados Unidos, también tenemos problemas. No creo en las gene-ralizaciones sobre México o los mexicanos, pienso que somos seres humanos y los problemas

que tenemos con México no son cuestiones de legales o ilegales:

son problemas humanos.