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Actas XIV Congreso AIH (Vol. IV). Álvaro RUIZ ABREU. Poesía y destino: López Velarde y Pellicer - Poesía y destino: López Velarde y Pellicer Álvaro Ruiz Abreu UAM-XOCHIMILCO EN 1921 MURIÓ A la edad de treinta y tres años Ramón López Velarde, y ese mismo año publicó su primer libro Carlos Pellicer ( 1897-1977), Colores en el mar; la casualidad de este encuentro no deja de ser un indicio de que a la muerte de aquél gran poeta modernista y precursor de la poesía de vanguardia en México, emergía la figura de Pellicer. Moría uno, nacía el otro. Hay, me parece, un destino que los une y los separa, y una estética (su propia poesía) hecha de elementos comunes y distintos. Pero decir «destino» no equivale a trazar una línea de coincidencia entre ambos; el zacatecano sólo publicó en vida dos libros de poemas, La sangre devota (1916) y Zozobra (1919), en tanto que el tabasqueño produjo una vasta obra poética, desde su incipiente juventud hasta su avanzada vejez. López Velarde nació en 1888, así es que era mayor que Pellicer por sólo once años, los suficientes tal vez para influir en él. Fueron precoces. Sus semejanzas son tan grandes como sus diferencias. Después de la muerte de López Velarde, sus lectores conocieron El son del corazón (1932), y dos volúmenes de prosa, El minutero (1923) y El don de febrero (1952). Pero su ascenso empezó justo el día de su muerte, como lo recuerda Djed Bórquez: «Lo enterramos en el Panteón Francés. Discursos. Muchos oradores. Y versos. Bellos versos». 1 El Presidente Obregón ordenó que los restos del poeta jerezano fueran objeto de un homenaje nacional. En sus poemarios hay la tendencia hacia la perfección, de forma y de ritmo, de imagen y de sentido. La crítica se ha encargado de fijar que los poemas de La sangre devota fueron escritos entre los años de 1909 y 1915, y revelaron un nuevo mundo poético. Es decir, no obstante que haya sido calificado como «poeta de la provincia, poeta católico, poeta del erotismo y de la muerte y aun poeta de la Revolución», 2 López Velarde era una presencia definitiva en la poesía mexicana del posmodemismo, cuya influencia se haría sentir en los jóvenes que se conocerían bajo el nombre de Contemporáneos. López Ve larde los conoció y frecuentó y no pudo sino sentir entusiasmo y admiración por la calidad literaria de los «mancebos». La revista México Moderno dedicó un número, en 1921, como homenaje a López 1 Véase, Djed Bórquez, «Mis encuentros con el buen Ramón», en La Suave Patria y otros poel11fs, México: Lecturas Mexicanas, núm. 8, 1983, pp. 133-135. Paz dio una respuesta, en Cuadrivio, edición, México: Joaquín Mortiz, 1976, pp. 69-75, más bien a sus propias dudas acerca de esa influencia. 601 -1 .. Centro Virtual Cervantes

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Poesía y destino: López Velarde y Pellicer Álvaro Ruiz Abreu

UAM-XOCHIMILCO

EN 1921 MURIÓ A la edad de treinta y tres años Ramón López Velarde, y ese mismo año publicó su primer libro Carlos Pellicer ( 1897-1977), Colores en el mar; la casualidad de este encuentro no deja de ser un indicio de que a la muerte de aquél gran poeta modernista y precursor de la poesía de vanguardia en México, emergía la figura de Pellicer. Moría uno, nacía el otro. Hay, me parece, un destino que los une y los separa, y una estética (su propia poesía) hecha de elementos comunes y distintos. Pero decir «destino» no equivale a trazar una línea de coincidencia entre ambos; el zacatecano sólo publicó en vida dos libros de poemas, La sangre devota (1916) y Zozobra (1919), en tanto que el tabasqueño produjo una vasta obra poética, desde su incipiente juventud hasta su avanzada vejez.

López Velarde nació en 1888, así es que era mayor que Pellicer por sólo once años, los suficientes tal vez para influir en él. Fueron precoces. Sus semejanzas son tan grandes como sus diferencias. Después de la muerte de López Velarde, sus lectores conocieron El son del corazón (1932), y dos volúmenes de prosa, El minutero (1923) y El don de febrero (1952). Pero su ascenso empezó justo el día de su muerte, como lo recuerda Djed Bórquez: «Lo enterramos en el Panteón Francés. Discursos. Muchos oradores. Y versos. Bellos versos». 1 El Presidente Obregón ordenó que los restos del poeta jerezano fueran objeto de un homenaje nacional. En sus poemarios hay la tendencia hacia la perfección, de forma y de ritmo, de imagen y de sentido. La crítica se ha encargado de fijar que los poemas de La sangre devota fueron escritos entre los años de 1909 y 1915, y revelaron un nuevo mundo poético. Es decir, no obstante que haya sido calificado como «poeta de la provincia, poeta católico, poeta del erotismo y de la muerte y aun poeta de la Revolución»,2 López Velarde era una presencia definitiva en la poesía mexicana del posmodemismo, cuya influencia se haría sentir en los jóvenes que se conocerían bajo el nombre de Contemporáneos. López Ve larde los conoció y frecuentó y no pudo sino sentir entusiasmo y admiración por la calidad literaria de los «mancebos».

La revista México Moderno dedicó un número, en 1921, como homenaje a López

1 Véase, Djed Bórquez, «Mis encuentros con el buen Ramón», en La Suave Patria y otros poel11fs, México: Lecturas Mexicanas, núm. 8, 1983, pp. 133-135.

Paz dio una respuesta, en Cuadrivio, 3ª edición, México: Joaquín Mortiz, 1976, pp. 69-75, más bien a sus propias dudas acerca de esa influencia.

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Velarde. A partir de ese momento, fue creciendo la gloria, la importancia de una poesía que era a todas luces compleja, «poliédrica». Gorostiza lo llamó «payo» y Eduardo Colín reconoció méritos en su poesía. En la misma fecha Pellicer inició su ascenso. Ambos pertenecen a la tradición de la poesía mexicana, la que va de Sor Juana Inés de la Cruz a Salvador Díaz Mirón. Rompen con ella a través su actitud encaminada a canonizar la tierra primera, la sala y el armario paternos, consagrar el Valle de México como espacio cosmogónico donde el poeta cumple un ciclo de vida y de muerte. En esa actitud va implícita también el deseo siempre incumplido que busca en las cenizas del pasado su propia satisfacción, y el sueño de una imaginación libre y vigilante. El sueño de López Velarde jamás llegó a los límites de la pesadilla; fue sólo una extensión de la vigilia. Sueña a menudo con su pueblo, espacio irreal que nada puede reemplazar, aspiración de los sentidos y del alma dormida, como en Sor Juana. Sueña más en la comunión que en el sacramento de la misa cristiana, y con el mundo que el poeta quiere aprehender en su verso.

Poeta solitario, López Velarde no abandonó su pueblo pero se lo llevó en la mente. Después de su labor diaria en la escritura, asistía a la misa, luego el paseo por la plaza, el deleite de la mirada, y nada más. El silencio de López Velarde corre veloz por su poesía como la provincia y las mujeres de negro, guardadas para el matrimonio. En cada poema hay una pausa para el silencio que finalmente es un signo de la soledad del hombre contemporáneo. Y en Pellicer he visto la misma fisura: más allá de la luz de los trópicos, el trabajo de los hombres en los puertos y la naturaleza rebosante, está la soledad. Ambos levantan la voz contra el destino.

López Velarde fue declarado desde su muerte gran poeta provinciano. Fernández McGregor lo llamaba poeta de provincia, «sacristán erótico», y también un neorrománti-co, «descendiente de René y de Obermann» porque experimentaron «todas las ansias y todas las inquietudes». Y finalmente dice que López Velarde es «romántico aun por el hecho de que todavía tiembla ante la mujer». Su drama es sentimental y cómico. Por su obra breve pero intensa pasan mujeres de negro, enlutadas para Dios y para los hombres, doncellas que tiemblan en la noche, mujeres infinitas por su acento y sus senos pueblerinos como de torres de la iglesia. Creo sin embargo que el primero en valorar la poesía velardeana fue sin duda Xavier Villaurrutia que la consideró propia de un «clima provinciano, católico, ortodoxo. La Biblia y el Catecismo son indistintamente los libros de cabecera del poeta; el amor romántico, su amor».3 Advirtió además la influencia decisiva de Baudelaire en el poeta jerezano y pudo adivinar que se había debatido «entre dos vidas».

La filosofia de López Velarde es «desencantada y amarga».4 La de Pellicer libre, esperanzada. El punto que más los separa es el erotismo, y el que más los acerca la fe en Cristo y en la vida eterna. Cada verso y cada gesto de López Velarde son una clara búsqueda por encontrar en el cuerpo femenino el goce y el pecado, la caída y la redención

3 Xavier Villaurrutia, Antología, prólogo y selección de Octavio Paz, México: Fondo de Cultt.y-a Económica, 1980, p. 122-138.

Véase, Genaro Femández Mac Gregor, «Ramón López Ve larde», en La Suave Patria y otros poemas, México: Lecturas Mexicanas, núm. 8, 1983, pp. 136-139.

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de los sentidos. En tanto Pellicer no padece esta fiebre erotizante, su temperatura es más encendida para iluminar no la mujer amada sino la naturaleza de la que ha salido el hombre y sus miserias. Pellicer puede verse como el alumno de López Velarde. A la muerte del poeta jerezano, Pellicer le dedicó un poema memorable que va de la gracia al espíritu que anima su poesía, del cristianismo que profesó a la fe en el porvenir del mundo, y de la palabra al mundo musical de la poesía.

Pero es preciso preguntarse ¿dónde los separa y los junta ese «destino»? En varios puntos. Son poetas de los sentidos, Pellicer de la vista y del tacto, su «maestro» del olfato, como dice Villaurrutia: incienso, olor de tierra mojada, azucena, «aromas de alcoba e iglesia, de lecho y cementerio». También a ambos los marca y define el modernismo, pero intentan alejarse de esta prisión verbal, sólo saltándola podrían escribir con libertad sin dejar de reconocer su estancia en ella.

Podría señalar tres aspectos en que se acercan nuestros dos poetas católicos tanto como se alejan. El primero es su intento por alejarse del modernismo, no obstante que a ambos los tocó en el centro de su quehacer cultural y de su poética; el segundo es la vocación religiosa; es cierto que sobrellevaron la religión católica con enorme honradez de espíritu y de pensamiento. Fueron cristianos en un sentido libre, avanzado, pues entendieron a Cristo como un artífice de las cosas buenas que podían alumbrar a los hombres. Y el tercero es su apego a la provincia, de la que extrajeron sus poemas, su visión del amor, del hombre y de la naturaleza, pero López Velarde asume su provincia con tonos eróticos y electrizantes, en tanto Pellicer la festeja y la convierte en agua marina, en un puñado de imágenes de la Luz primera de la Creación.

Por último, creo que los aproximó la cultura política y social que les tocó compartir, la que va del Ateneo de la Juventud a la aparición de las vanguardias: surrealismo, estridentismo, Contemporáneos. López Velarde, debido a su muerte temprana, sólo vaticina la nueva poesía, Pellicer la experimenta y la impulsa, y luego se aparta de ella. Este era un dandy, aquél un raro sacerdote católico y un liberal del siglo XIX, como lo vio Xavier Villaurrutia: «En ambos casos la provincia lo acompañaba, viajaba con él, rodeándolo con un halo de luz o de sombra».5 Pero una «realidad» espiritual que los distingue a fondo es la zozobra y el vacío que encarna la poesía y la obra de López Velarde, frente a la luz y la esperanza de Pellicer. Desde muy joven el alma de aquél recibió la visita del Ángel pero también la del pecado; estableció un diálogo con ambos y no pudo resolverse por ninguno. Murió en ese estado de insatisfacción y de rebeldía que suele abatir a los poetas.

Vida y muerte, Dios y Demonio, la salvación y la condena eterna, son asuntos que López Velarde resuelve con su verso alado, íntimo. Su poesía es la expresión de la intimidad llevada al éxtasis, como pudo intuirlo con lucidez Xavier V illaurrutia. Espíritu sitiado por las tentaciones del mundo, el de López V elarde arde en deseos carnales. Lo prende la sonrisa femenina, la imagen de Fuensanta. La hembra que lo sigue en la vida y en la muerte, en la poesía y en su fe. Él mismo pudo definirse mediante las figuras de La Virgen y del León. Su hora es la noche y su vocación por los rincones llenos de

5 Véase, Xavier Villaurrutia, Antología, 1980, pp. 135.

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sombras en donde anida la muerte, vuelven a establecer una distancia considerable con Pellicer. El autor de Hora de junio acepta que su hora es el mediodía, el momento en que el sol ha subido y en su escala poderosa ha dado todo de sí; no observa que a partir del zenit comienza el descenso, la caída; sugiere que en ese instante pleno se debe detener el pulso del tiempo, el ritmo del poema, el sentido de la vida. Su poesía va a ser una búsqueda de su signo zodiacal pero en el momento de mayor esplendor y de fuerza, el mediodía, la hora invencible.

Muerte súbita, la de López Velarde desencadenó variadas reacciones, la más importante fue empezar a discutir la importancia de su obra. ¿Era un escritor sólo de provincia y provinciano, «payo» por excelencia? Había sido llamado el «Príncipe de las Tinieblas», pero esto no deja de ser una «ironía que castiga nuestros ojos insinceros».6

Para los jóvenes que asistieron al sepelio no moría un poeta oscuro y maléfico, sino un artífice de las palabras a las que impuso color, rareza y sentimiento. Dijo Cravioto: «Nos deja una tradición que hay que desarrollar, un esfuerzo que hay que desenvolver, y una estela que hay que seguir». Hablaba como representante de la Universidad Nacional de México, poniendo sobre la tumba del poeta zacatecano una ventana abierta a la juventud, es decir, al porvenir. «Yo evoco esta poesía grandiosa y única, al despedir a nuestro gran poeta, para que ella quede aquí, sobre esta tumba, como un monumento perdurable, y porque ella sola justifica este homenaje». (Carballo, 1989, p. 21)

La admiración por Rubén Darío no fue sólo un gesto y una moda, sino un punto de apoyo obligado en la trayectoria de los poetas latinoamericanos nacidos en el último tercio del siglo XIX. Ramón López Velarde nació justo el año de la publicación de Azul ( 1888) y creció bajo el estímulo de la prosa y el verso modernistas. Aprendió a leer una poesía que era revelación de la belleza, búsqueda de la inmortalidad y de todo lo que la lejanía podía proporcionar a la expresión literaria.7

En su ansia por encontrar modelos en que apoyarse, López Velarde encontró a Leopoldo Lugones y su libro Lunario sentimental que le pareció un texto revelador de imágenes y una propuesta de reescribir el camino poético de México; también halló a José Juan Tablada, al que leyó con enorme pasión y dedujo que su libro, Un día, era obra perfecta. La prosa y el verso de Darío no escapan a la historia, sus ranuras y sus impulsos, sus héroes y leyendas. La de López Velarde es una huida a la región clara pero turbulenta del erotismo, en donde encuentra en vez de rostros femeninos, de ojos y labios apetecibles, a la mujer. Unidad de los contrarios, perfume que se desborda, la mujer es centro y un imán imperturbable. Darío también cultivó el canto hacia un erotismo, lejano, etéreo; expresa en verso y en prosa su pasión por el azul cuyo valor simbólico sugiere una actitud religiosa, un compromiso con el amor y la experiencia estética.

En su primer libro de poemas Pellicer festeja a Amado Nervo, y le dedica un poema a López Velarde. Vio a Nervo como el escritor prolífico que salía de las sombras del

6 Alfonso Cravioto, «Oración fúnebre», en Visiones y versiones. López Ve/arde y sus críticos, 1914y987, comp. Emmanuel Carballo México: INBA, 1989, pp. 18-19.

Iván S. Schulman, Génesis del modernismo, 2ª edición, México: El Colegio de México, 1968, pp. 10-11, considera que la renovación en la prosa modernista comienza a partir de la primera edición de Azul en 1888.

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modernismo y se hacía poeta del espíritu a través de una lírica depurada. Hay que recordar además que las imágenes de Colores en el mar son de evidente factura modernista, aunque en claro desafio del modernismo.

En Amado Nervo (1970-1919) encuentra López Velarde el estilo de una poesía que era preciso seguir y demoler;8 reconocía en él un trayecto literario que debe recorrerse. Con él, dice Allen Phillips, «se cierra el primer periodo de la poesía mexicana moderna». En un principio se hace «dueño» del modelo modernista, junto a Darío que conoce en París, y «expresa el mismo conflicto que más tarde caracterizará la mejor poesía de López Velarde». 9 Pellicer también bebe en la fuente literaria de Nervo, a su muerte en 1919, el joven poeta recapacita en la gran pérdida y también en la herencia que recibió del autor de El éxodo y las flores del camino.

Otro punto que los une es José V asconcelos. Pellicer y López Ve larde, tan distantes en edad lo apreciaron con evidente pasión literaria, filosófica, como dos alumnos que siguen a ciegas al maestro. El zacatecano vio en él a un maestro de la juventud, al guía que induce a la tribu a la poesía y el conocimiento. El tabasqueño se alió de manera directa al sueño vasconcelista de unir a la raza americana en una sola voz. El ideal de belleza que sólo alcanzaría el país si acudía a la Grecia Clásica, lo impuso V asconcelos sobre sus discípulos. Pero hay otro nombre que no es posible omitir en el desarrollo literario de nuestros dos poetas: Enrique González Martínez (1871-1952). Una estrecha amistad une a López Velarde con el autor de La muerte del cisne (1915).

Poetas católicos. Los contrastes bajos y altos, agudos y violentos de la poesía de López Velarde ha sido un asunto básico y muy rico para la crítica. Es una línea no de sombra sino de luz poética, de imágenes diversas que aparecen en La sangra devota, y también en Zozobra. A veces su verso es creyente y religioso, y de pronto es escéptico. Este tono es posible hallarlo también en la poesía primera de Pellicer. Ambos poetas parecen bañados de luz infernal y crepuscular. Y a se ha señalado que Pellicer pertenece a una generación de poetas de clara tendencia católica. Zaid incluye en la misma promoción a Pellicer, a López Velarde y el padre Ponce. 10 Pero lo importante es la manera como cada uno de ellos asumió el Evangelio en su vida y en su obra literaria.

Pero la devoción de López Velarde no sólo se revela como un acto de fe, también es fuego que consume al que ama y desea. Su primer libro está dedicado a Fuensanta que guía al poeta por los vericuetos de la vida incierta y de sinsabores; en tanto Zozobra sólo la evoca. «Fuensanta vive aún en la poesía de Zozobra como sensación de ausencia, cuando su devoto amante llora una láfrima por encima <del desencanto profesional\ con que saltan del lecho\ las cortesanas>». 1 La melancolía de La sangre devota ha dado paso

8 Véase José Luis Martínez, «Examen de Ramón López Velarde», en R. L. V., Obras, !ª reimR[esión, México: Biblioteca Americana, 1994, pp. 9-59.

Allen W. Phillips, Ramón López Velarde, el poeta y el prosista, México: INBA, 1988, pp. 28-2~"0 G b · 1 Z ºd d" L' V 1 d d ' d" . ' 'l" d d a ne ai ice que opez e ar e se e uco en una tra 1c1on cato 1ca «conserva ora, e mucha disciplina y oficio», en «Un amor imposible de López Velarde», Visiones y versiones, 1989, pp.451~-481. También véase su ensayo Tres poetas católicos, México: Océano, 1997.

José Gorostiza, «Ramón López Velarde y su obra», en Visiones y versiones, 1989, pp. 57-58, dice además que la poesía de López Velarde es «rara», pero él fue el primero en enseñamos a ver «la patria», a reconocer nuestro paisaje; nos recordó que tenemos idioma y «vida regular e

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a imágenes inacabadas del amor que es veneración y gesto del espíritu. Debemos recordar que en su poema «Todo», López Velarde se retrata: «En mí late

un pontífice\ que todo lo posee\ y todo lo bendice». Pero es un «pontífice» no de la iglesia católica sino de la naturaleza; y bendice el milagro y el misterio que hay en ella. Pellicer también establece juegos verbales y de imágenes de la religión y la naturaleza, pero su «maestro» sigue la línea del poeta cosmopolita que se abre hacia lo moderno en un intento por sepultar su pasado. López Velarde se debatía entre varias vertientes poéticas de su tiempo. Por un lado, la aspiración del poeta maldito, fin de siglo, que se erige sobre el mundo construido a su pesar. Por otro, la inclinación hacia la provincia en la que bulle el pecado y la tentación. Colaboró pues en la purificación de la capital, sí, con un lenguaje pueblerino, pero la condenó por su «degeneración anterior», es decir, el afrancesamiento de la capital durante el porfiriato. «La poesía de López Velarde no es provinciana», sino inteligente, culta, lujuriosa. 12

incowndible». José Joaquín Blanco, «Visita a las siete casas de Ramón López Velarde», en Visiones y

1ersiones, 1989, pp. 414-415.

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