Polémica Sobre Una K-teoría de Desarrollo- ¿Qué Balance
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Rolando Astarita Polémica sobre una Kteoría del desarrollo: ¿qué balance?
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Polémica sobre una K-teoría de desarrollo: ¿qué
balance?
Una de las cuestiones que más dificultan el progreso del pensamiento en las ciencias
sociales y la clarificación de conceptos en los debates, es la ausencia de balances y de
constatación entre lo que se afirma y lo que sucede en el mundo real. Esta reflexión
viene a propósito de un cruce polémico que mantuve con un grupo de economistas
kirchneristas, Fabián Amico, Alejandro Fiorito y Guillermo Hang –investigadores del
Centro de Economía y Finanzas para el Desarrollo de la Argentina, CEFIDAR- hace
aproximadamente cuatro años. Si bien la polémica comprendió diversos temas –teoría
cuantitativa y ley de Say, rol del déficit fiscal, ciclo económico, tasa de interés- (puede
consultarse aquí, aquí, aquí, aquí y aquí), hubo una cuestión que posiblemente haya sido
la diferencia central: la tesis de Amico, Fiorito y Hang (en adelante AFH) que decía que
la etapa de crecimiento de la economía argentina iniciada en 2002 había sido la más
exitosa de su historia, y que esto confirmaba que bastaba con la expansión de la
demanda para que hubiera inversión (véase Amico, Fiorito y Hang, “Producto potencial
y demanda en el largo plazo: hechos estilizados y reflexiones sobre el caso argentino
reciente”, CEFIDAR 35, enero 2011).
En crítica a esta posición, decía: “Su idea (de AFH) es que para que haya desarrollo
basta con estimular la demanda, ya que “es el producto efectivo el que determina el
sendero de la capacidad productiva potencial de la economía”. De acuerdo a este
esquema, la expansión de la demanda conduce a un creciente gasto de inversión; lo que
tendrá efecto directo sobre la capacidad productiva; y dado que al incorporarse nuevo
equipo se incorpora tecnología, también aumenta la productividad. En síntesis, al
aumentar la demanda y el producto, aumentan la inversión, lo cual impulsa más el
aumento del producto; y aumenta la inversión, etc. Para esto AFH han eliminado de su
función de inversión cualquier referencia a la tasa de rentabilidad; en su esquema, la
inversión solo responde a los estímulos de la demanda, por el principio del acelerador.
En este respecto van más allá de los keynesianos clásicos, al estilo de Kaldor (a quien
citan). Es que Kaldor entendía que debía existir una disposición del empresario a
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invertir; y que esa disposición también estaba influenciada por la rentabilidad esperada
de las inversiones. AFH, en cambio, no tienen en cuenta la tasa de rentabilidad en su
función de inversión, y no presentan algún dato empírico para justificar semejante
‘desaparición” (ver aquí).
En el resto de la nota presentaba evidencia empírica que desmentía la tesis de AFH.
Incluso desde una perspectiva histórica, afirmé que AFH incurrían en el mismo error de
los neoliberales ortodoxos, que consideran que entre 1880 y 1930 Argentina tuvo un
crecimiento extraordinario porque creció la demanda y el PBI, aunque no se modificara
cualitativamente la estructura productiva (por eso el país ingresa en la década del 30 ya
como una economía atrasada y dependiente).
Sin embargo, al momento de la polémica (2011) los K-economistas podían defenderse
diciendo “desde 2002 a 2010 la economía argentina creció a ‘tasas chinas’”. De ahí había
un paso –que AFH daban alegremente- para sostener que se trataba del proceso de
crecimiento más sólido que hubiera conocido este país. Incluso desestimaban cualquier
explicación que diera importancia al “viento de cola” de los altos precios de la soja y el
maíz. “Aquí hay crecimiento con fuerza endógena, sustentado en el empuje de la
demanda”, venían a decirnos.
Pues bien, ¿qué tal si actualizamos el balance? Recordemos que en todos estos años se
mantuvo un alto gasto público, que entre Nación y provincias superaría el 40% del PBI
(los cálculos varían debido a las muchas deficiencias de la información). Además, según
los economistas K, el gobierno se ocupó de que no bajara el salario real (y si la economía
era tan sólida, como decían AFH, ¿por qué iban a bajar los salarios, impulsores
principales del consumo, y por lo tanto de la inversión?). Por otra parte, la historia de
AFH nos decía que no existía ningún problema en financiar con emisión monetaria el
déficit público, que hoy está en un 5% del PBI (no debería provocar asombro: los K-
economistas, con el ministro a la cabeza, encontraron la manera de producir riqueza con
la máquina de emitir billetes).
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De manera que en los últimos cuatro años se dieron, en principio, todas las condiciones
para que se verificara la tesis de AFH. Sin embargo, el crecimiento del PBI entre 2011 y
2014 fue de apenas el 4,2%. Teniendo en cuenta que la población crece a una tasa anual
del 1,1%, el crecimiento del PBI por habitante habría sido ligeramente negativo (los
cálculos privados dan todavía peor). En lo que respecta a la razón inversión/PBI, y si se
tienen en cuenta las cifras del INDEC corregidas (en base a datos más realistas de la
inflación), la relación se mantuvo, en los tres años que van de 2012 a 2014, en apenas el
17%. La formación bruta de capital fijo en ese lapso fue 9,5% negativa; y la inversión en
construcción creció apenas el 0,9% (datos INDEC). La inversión en infraestructura es
particularmente débil. Según CEPAL (2014), en Argentina apenas se destina el 2,9% del
PBI al desarrollo del transporte, energía, telecomunicaciones y segmento hídrico.
CEPAL afirma que debería, por lo menos, duplicarse para sostener el crecimiento.
En resumen, muy lejos de las tasas de acumulación de capital que hay en China, o que
hubo en Corea del Sur. Y los índices de pobreza e indigencia ni siquiera los presentan
(todo un rasgo distintivo del progresismo de izquierda K: ocultar las cifras del
sufrimiento de millones de personas). Entonces es hora de preguntarse qué fue de la
bendita tesis del “acelerador todopoderoso”. ¿No era que bastaba estimular la demanda
para que hubiera inversión sostenida y crecimiento sólido?
Naturalmente, los K- economistas están habituados a barrer los balances debajo de la
alfombra, ya que su ciencia “militante” es al estilo 6,7,8, como afirmaba en mi crítica de
2011. Pero cualquier lector con criterio propio puede releer lo que se escribió y sacar
conclusiones a la luz de los argumentos razonados y de lo que ha ocurrido desde
entonces.