Polifemo y Galatea 1
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Polifemo y Galatea
Polifemo era un cíclope que habitaba en la isla de Sicilia. Allí disfrutaba de la vida rústica (el
cíclope es un monstruo más alto y fuerte que un hombre, el cual tiene un sólo ojo en la
frente). Allí, Galatea, la más hermosa de todas las ninfas, que, junto con sus hermanas,
habitaba las aguas de Sicilia, amada por el pastor Acis.
Cierto día Polifemo vio a aquella por primera vez, la que se dirigía al campo para
cosechar bellas flores; ahí donde las ovejas del cíclope pastaban y disfrutaban de la hierba.
Entonces Polifemo sintió de inmediato que era el amor. De esta forma se olvidó de todas las
cosas, descuidaba de todas las cosas menos de Galatea, [de tal modo] que a menudo las
bestias habían regresado al corral de la casa no conducidas por nadie.
Pero cuando disminuye el dolor del amor, por el cual su ánimo era afectado, a veces
sube a lo alto de un peñasco, desde donde, observando el mar, usando su flauta le cantaba
de este modo: «oh hermosa Galatea, más blanca que el queso, más suave que una oveja, más
dulce que una uva madura, ¿por qué me desprecias a mí, si con esmero te cuido? A causa del
amor, el cual siento en el alma, ya son muchos los días que tomo alimento; pero en efecto
puedo carecer de alimento y agua, puedo soportar [más] fácilmente del hambre y la sed que
vivir sin ti por un momento. ¡Apiádate de mí, bella ninfa! Ciertamente, diario espero
pacientemente que por fin pasees por el campo, con la esperanza de que me sea lícito mirarte;
[y] dudo si acaso pueda llegar a acercarme a ti. Pues siempre huyes, o cuando me divisas o
cuando nos vemos mutuamente.
Pero yo sé que a causa de mí huyes: a ti ni mi cabello ni mi barba te agradan, aunque
el cabello y la barba convengan a un hombre: ¿acaso viste alguna vez un árbol hermoso sin
follaje, un ave hermosa sin plumas, una oveja hermosa sin lana? No soy tan feo: hace poco
me vi en el agua, y mi rostro me gustó. Además soy rico y poseo muchas cosas. Tengo una
cueva por casa que es fría en verano, pero cálida en invierno. ¡Así que ven a mi casa! Si
entraras en ella, incluso si vinieras inesperadamente, yo siempre te recibiré bien y daré
mucho alimento: tengo gran cantidad de leche y queso, del que disfruto en verano e invierno,
pues son muchas ovejas y muchas cabras en mis valles. Si por casualidad preguntaras su
número, no podría responder, ya que sólo los hombres pobres cuentan el ganado. Son para
mí uvas similares al oro, nueces y varios tipos de manzanas, más dulce que la miel. Si te
agradaran estas cosas y quisieras más, todas las cosas que tengo te las daré, ¡Tanto me sea
permitido para estar contigo! No descansaré hasta que seas mi esposa, Galatea». Con estas
palabras intentaba persuadir a Galatea para que no le temiera.
Cierto día de verano erraba por las selvas y los valles cuando por azar vió andando
juntos a Galatea y Acis. Clama con máxima voz el Cíclope: el grito atraviesa y hace temblar
a los montes. Galatea se asusta y se sumerge en las aguas del mar.