PoloPeyrolón.CredoCarlista

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CREDO Y PROGRAMA . DEL PARTIDO CARLISTA POR D. MANUEL POLO Y PEYROLÓN NUEVA EDICIÓN, REFUNPIDA, REFORMADA Y AMPLIADA Precio: O'IO ptas. VALENCIA 1905 TIP. MODERNA, Á CARGO DE MIGUEL GIMENO AVELLANAS, XX V

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  • CREDO Y PROGRAMA

    . DEL

    PARTIDO CARLISTA P O R

    D. MANUEL POLO Y PEYROLN

    N U E V A EDICIN,

    R E F U N P I D A , R E F O R M A D A Y A M P L I A D A

    Precio: O'IO ptas.

    VALENCIA 1905

    TIP. M O D E R N A , C A R G O DE M I G U E L GIMENO

    AVELLANAS, XX

    V

  • CREDO Y PROGRAMA

    DEL

    PARTIDO CARLISTA POR

    D. MANUEL POLO Y PEYROLN

    N U E V A EDICIN,

    R E F U N D I D A , R E F O R M A D A Y A M P L I A D A

    V A L E N C I A 1905

    TIP. MODERNA, CARGO DB MIGUEL GIMENO

    A V I L L A N A S , I I

  • Es propiedad del Autor.

  • AUTGRAFO REGIO

    Para Q. Mamef fofo- p Pe^ro-fn.

    fyicuu& fa -rofta^antea j,u edtd

    adeftJo tiudro-j safoatfored JtritifUa-j;

    apradkzpo zf servido yus Jtredada'fa Patria,

    y, Jdh Q)ioj pite fendila ad irafao-j,

    y, zf xito corredjumda fa Jk triduana

    ^ edjtao-fa co-n. t^ii fo-d ffwad cafo-,

    azdidimo

  • I

    C U E S T I N RELIGIOSA

    Qepemos en el otfden feligioso:

    Unidad catlica con todas sus consecuencias jurdicas y sociales; intolerancia doctrinal de tal ndole, que el nico culto oficial y pblico sea el catlico, pero con la tolerancia personal que consiste en observar respecto del culto do-mstico la prudencia justa que inspiren las circunstancias interiores las razonables exigencias internacionales, persi-guiendo el espritu de proselitismo, y siempre y cuando dicho culto no sea atentatorio los principios generales de moral y de justicia, como los mismos Papas hicieron en Roma con los judos.

    Para su mayor dignidad y esplendor, queremos la inde-pendencia econmica de la Iglesia catlica (no su separacin del Estado), sin ingerencia tuitiva de ste, y con supresin de las regalas de la Corona que no sean las concedidas graciosa y espontneamente por la Santa Sede en provecho de ambas sociedades, por ejemplo, la presentacin para beneficios y cargos eclesisticos.

    Queremos estrechar ms y ms los lazos entre los R o -manos Pontfices y la Monarqua tradicional, y la supresin

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    del presupuesto de culto y clero; pero reconociendo en la Iglesia personalidad jurdica para adquirir, retener, admi-nistrar y enajenar, y devolvindole sus bienes en lminas, resultado de la capitalizacin de sus actuales sueldos con-cordados, con el necesario decoroso aumento que la digni-dad sacerdotal, el mayor coste de la vida y la mezquina compensacin ofrecida por el Estado liberal depredador ex igen en justicia, bien que teniendo en cuenta la pobreza de la nacin y los ahogos del Tesoro despilfarrado por el liberalismo.

    Queremos cumplir y hacer cumplir cuanto se acuerde con la Santa Sede, y que la nacin influya todo cuanto le sea posible para el restablecimiento del poder temporal de los Romanos Pontfices, procurando en esto, como en todo lo que la Religin respecta, acomodarse la mente y miras del Papa.

    Espaa, la pobre y sin ventura Espaa, para ocupar el puesto que por sus condiciones naturales histricas le corresponde entre las dems naciones europeas, necesita cuatro regeneraciones ms an que el pan con que se ali-menta, pues no slo de pan viven las sociedades, lo mismo que los individuos, saber: regeneracin religiosa, regene-racin poltica, regeneracin social y regeneracin monr-quica; y el partido carlista es el nico que tiene virtualidad suficiente para el logro de las cuatro regeneraciones dichas, como veremos estudiando el asunto desde este triple punto de vista.

    Espaa contina ostentando en su ejecutoria nobilsima el glorioso ttulo de nacin catlica por antonomasia; pero, merece realmente este dictado? Triste cosa es confesarlo, pero todava es ms triste la realidad que nos abruma. Un siglo de revolucin, mansa fiera, pero antirreligiosa siem-pre, ha impreso su huella feroz en la faz espaola, hasta el punto de haber quedado desfigurada y desconocida la hija predilecta de la Iglesia. E l pueblo espaol, en su inmensa mayora, y en los campos sobre todo, contina catlico por la misericordia divina; pero los espectculos de impiedad

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    irreligin menudean en las capitales que se dicen cultas; la caricatura se ceba en las personas y cosas sagradas, de las cuales se hace continuo escarnio en libros, folletos y pape-les inmundos; la campaa contra los institutos religiosos se exacerba de vez en cuando, como si la fiera revolucionaria se regodease de antemano con sacrilega carnicera, y con triste frecuencia y asombro presencia nuestra nacin exhi-biciones masnicas, librepensadoras, entierros civiles, con-gresos en que se blasfema y ataques ilegales inciviles contra la religin oficial y los actos de piedad. L a Constitu-cin consigna la tolerancia de cultos, y afirma que,la reli-gin catlica, apostlica, romana es la del Estado; pero para las sectas de toda clase, ms que tolerancia, hay libertad omnmoda, al paso que de la declaracin oficial de catolicis-mo no se hacen las aplicaciones jurdicas, sociales y acad-micas que la lgica impone: jurdicas, porque los delitos contra la religin son letra muerta, no se persiguen y, sobre todo, no se castigan; sociales, porque con la profanacin sistemtica del domingo y das de precepto, la blasfemia que reina y escandaliza en la prensa y en la va pblica, y el ningn respeto los actos pblicos del culto catlico, la sociedad espaola aparece ms pagana an que las mismas naciones protestantes; y acadmicas, porque la libertad del error y de la hereja imperan en la enseanza, sobre la cual tampoco ejerce el Episcopado la inspeccin dogmtica y de costumbres concordada.

    Qu ms! Frecuentemente presenciamos el escndalo oficial de que los ministros de la Corona, los senadores y diputados, los capitanes generales, los gobernadores y otras autoridades pisoteen pblicamente las condenaciones ponti-ficias y aun el mismo Cdigo penal, batindose en desafo por cualquier quisquilla de amor propio y sin desprenderse antes de su cargo y autoridad para descender al mal llama-do campo del honor. Tal es el presente estado religioso de la catlica nacin espaola, contra el cual el partido carlista ha de verse precisado esgrimir sus armas, tarde temprano.

    Porque el partido carlista es, ante todo y sobre todo, catlico, apostlico, romano; ms dir, como colectividad poltica, el nico partido verdaderamente catlico que hay en Espaa, y el nico que ha surgido, no slo de la fuente de la legitimidad dinstica, sino tambin y simultneamente

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    del arraigado sentimiento catlico de los espaoles que, en supremos momentos, se vio herido y postergado en sus de-rechos legtimos. Quin se atrever negar el catolicismo del partido carlista, en defensa de cuya sacrosanta idea ha derramado y est dispuesto derramar generosamente su sangre? E l catolicismo es el primero, el ms esencial im-portante de los principios tradicionalistas; es el alma forma substancial, es la vida misma, es la savia vivificadora del partido carlista, y esto est en la conciencia de todos cuan-tos algo entienden de la historia de los partidos espaoles.

    Pero nunca hemos vinculado exclusivamente en nosotros y para nosotros el honor y bien de la catolicidad, como los que con rara modestia claman y dicen:

    Nosotros somos los buenos; nosotros, ni ms ni menos.

    Nunca hemos sostenido que, para ser catlico, sea indis-pensable ser carlista; ni nos hemos arrogado orgullosamente nunca el derecho de expedir patentes de catolicismo, porque no tenemos autoridad alguna para definir estas delicadsi-mas materias; pero s aseguramos que no se puede ser car-lista sin ser catlico, porque el catolicismo, como antes he dicho, es la esencia del tradicionalismo espaol, y un carlista espaol no catlico, ni sera verdadero espaol, ni verdadero carlista.

    Pero hay ms: el nico partido poltico de los que hoy militan en Espaa, como agrupaciones colectividades que aspiran al gobierno del pas, el nico partido poltico total y genuinamente catlico es el carlista. Y la razn es obvia: todos los partidos, desde el conservador liberal hasta los republicanos de todo matiz, todos, absolutamente todos, tienen inscritos en sus banderas alguno algunos principios taxativamente condenados por la Iglesia. Quin la toleran-cia libertad religiosa, quin la separacin entre la Iglesia y el Estado; el uno la libertad de conciencia, el otro la liber-tad de pensamiento; ste el matrimonio civil, aqul la so-berana popular, etc., etc. Y dicho se est que, como la fe es una, un solo principio contrario la fe que profese deter-minado partido poltico, le roba el inapreciable galardn de catlico. Estas declaraciones no se oponen, poco ni mucho, las consignadas en los admirables documentos pontificios y episcopales: no definimos doctrinas ya definidas y conde-

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    nadas, ni calificamos persona alguna, sino que, lisa y lla-namente, nos referimos colectividades doctrinales. Recor-damos perfectamente y acatamos con alma y vida que todas las opiniones polticas pueden seguirse, siempre que no sean contrarias la honestidad y la justicia, segn declar Len XII I , y por eso confesamos, no solamente que se puede ser catlico sin ser carlista, sino tambin que puede haber catlicos, y los hay tal vez, menos pecadores y ms fervorosos que nosotros, unos que no pertenecen partido alguno poltico y otros que, salvando determinados princi-pios claramente anticatlicos de su partido, estn afiliados ciertas banderas polticas.

    A estos tales que rehuyen las exageraciones, y que ade-ms en su vida privada son hombres de algunas prcticas catlicas, puesto que toman la Bula, van Misa los domin-gos y fiestas de guardar, y hasta figuran en ciertas cofradas no muy significadas, conviene recordarles las palabras que siguen de la circular dirigida al clero parroquial de su di-cesis, en 4 de Diciembre de 1890, por el Sr . Casaas, Obis-po entonces de la Seo de Urgel, hoy Cardenal Obispo de Barcelona:

    Sobre esto debo hacer observar usted que la Iglesia, al condenar el liberalismo, ha condenado todos y cada uno de los errores que profesa la escuela as llamada, y no ha distinguido entre el liberalismo templado y el liberalismo avanzado; de modo que de dicha condenacin nadie puede deducir lgicamente que existe un liberalismo verdad y otro error, un liberalismo que sea compatible con las ense-anzas de la Iglesia y otro no. D e donde se infiere que para ser liberal no es necesario profesar y defender los errores todos del liberalismo en su ms subido grado, sino que basta admitir, profesar y defender uno cualquiera de ellos; de modo que quien no siente con la Iglesia est contra la Iglesia, pues sabida cosa es que Jesucristo ha dicho: Quz non est mecum, contra Me est.

    Esta es precisamente la ventaja que los carlistas lleva-mos los liberales todos, incluso los ms piadosos y menos avanzados. El partido carlista ha sido, es y ser siempre en Espaa una protesta viva, completa, entusiasta, armada veces, contra toda especie de liberalismo; el partido carlista es total y genuinamente catlico, sin mezcla ni tolerancia de

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    liberalismo ni de hereja alguna; el partido carlista tiene adems la dicha de que su Jefe supremo y augusto es tal vez el nico Prncipe del mundo que se ha sometido absolu-ta incondicionalmente la Santa Sede, profesando y que-riendo cuanto la Iglesia profesa y quiere, y los carlistas, por ltimo, para ingresar y permanecer en nuestro partido, no necesitamos hacer protestas ni salvedades de ningn gnero, porque todos y cada uno de los principios de nuestra comu-nin, no solamente caben dentro del credo catlico, sino que se informan y viven de su espritu.

    Por eso entienden hombres eminentes y expertos que, sin juzgar intenciones que pueden ser muy santas, cometen pecado enorme de lesa nacin cuantos con sus llamamientos, unos, las honradas masas, y so color de unirse ligarse con los catlicos de toda procedencia poltica en el terreno puramente religioso, inventan nuevos partidos mal llamados catlicos, y con sus exageraciones integristas y puritanismos trasnochados, otros, divorcian las fuerzas catlicas del partido tradicionalista, nico baluarte antirrevolucionario que, como organismo poltico, tiene fuerza indubitable y propia para contener la impiedad desbordada, y abandonan la idea reli-giosa en medio del arroyo, dejndola merced de las turbas anarquistas y anticristianas. Hecho tristsimo que, aunque realizado con el fin de separar completamente los altsimos intereses religiosos de las impurezas polticas, no podemos menos de lamentar hoy, y en su da pagaremos todos.

    Con la mano sobre el corazn lo digo: cuantos en esta materia proceden de buena fe se equivocan desgraciada-mente, quiz por no haber meditado l asunto. Salvando los prodigiosos efectos de la gracia divina, en el puro terreno natural, para que la idea religiosa sea eficaz y fructfera, preciso es encarnarla en algn organismo poltico que vigo-rosamente la aplique y la imponga, con cuyo procedimiento se adelanta ms en un da que por medio de la pura propa-ganda religiosa en un ao. Dadmese me contestaun pueblo catlico, y catlico tendr que ser su gobierno, aunque no quiera. Con la historia en la mano sera fcil probar que veces una minora, tan audaz como irreligiosa y sectaria, se impone todo un pueblo religioso, y tarde temprano lo pervierte, de manera que pueblos verdadera-mente catlicos han sido y son gobernados por ateos. Ms

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    an: muchos tratadistas de derecho poltico la moderna sostienen que los gobiernos, como tales, no deben profesar religin alguna positiva. De manera que sera ms exacto afirmar: dadme un gobierno verdaderamente catlico y, tarde temprano, lo sern tambin los gobernados, porque Regs ad exemplum totus componitur oris. Grande es la eficacia del ejemplo que baja de arriba, y grande tambin la virtud de la fuerza pblica para predisponer el terreno, sembrar buenas semillas y hacer que la planta religiosa florezca y fructifique. Todos sabemos que doce rudos pes-cadores conquistaron en poco tiempo el mundo para Cristo sin poder ni ciencia, y que la religin ha de imperar^ no sobre los cuerpos, sino sobre las almas; pero advirtase que no tratamos aqu de misionar en Espaa para que abrace la fe catlica, que gracias Dios hace siglos forma parte de su constitucin interna, sino de mantenerla en su fe tradicional, de ampararla en sus creencias y de impedir la desatentada revolucin antirreligiosa, antisocial y antimonrquica, que pretende derrocar la vez el altar y el trono. Cuando la tor-menta arrecie, la revolucin se desborde y lo inunde y arrase todo, esos imprudentes estadistas que, con entusiasmo digno de mejor causa, podan el en otro tiempo frondoso rbol carlista hasta el punto de convertir en lea muerta ramas muy vivas y potentes, volvern arrepentidos los ojos hacia el augusto Desterrado de Venecia y hacia nuestra comunin para interpelarnos, diciendo: Pero, qu hace se hombre que no viene? Qu hacen ustedes que no aplastan viva fuerza la canalla? Y si el deber y la caridad no nos lo vedasen, en vez de acceder sus ruegos, iramos muy fres-cos tomar un bao en las aguas desbordadas calentar-nos en las llamas del incendio.

    Pero no, el partido carlista es el nico que tiene fe y virtualidad suficientes para el logro de la regeneracin cat-lica de Espaa, cuyo efecto inscritas lleva en su bandera dos nobilsimas aspiraciones: la unidad catlica, y el resta-blecimiento del poder temporal de los Papas con sus natu-rales y lgicas consecuencias.

    L a unidad catlica es el ms antiguo, importante y fruc-tuoso de los principios que componen la constitucin inter-na y tradicional de la nacin espaola; y el primer acto de justa y necesaria reparacin que en el poder llevara cabo

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    el partido carlista, sera consignarla en la ley fundamental constitucin externa infiltrarla en la legislacin toda y en las costumbres.

    Para la inteligencia de este punto conviene recordar que la Iglesia y el Estado son sociedades perfectas las dos, con sus asociados, su autoridad, sus medios y sus fines propios, aunque ms extensa la primera por ser universal catlica que el segundo, que por grande y poderoso que sea no puede abarcar el mundo entero. De aqu que los Estados estn comprendidos en la Iglesia, y sta, su vez, se encuen-tre en relaciones distintas con aqullos y situaciones diferen-tes, reducidas cuatro por los canonistas: 1 . a , unidad religio-sa, que consiste en que la religin catlica est tan protegida por el Estado, que sea, no solamente la oficial, sino tambin la nica; 2 . a , tolerancia religiosa, que consiste en que la religin catlica sea la oficial del Estado, pero tolerndose los dems cultos y religiones; 3 . a , libertad religiosa, que consiste en permitir todos los cultos, no declarando oficial ni subvencionando ninguno de ellos subvencionndolos todos, y 4. a , persecucin religiosa, que consiste en que la religin catlica, por ser otra la del Estado por imperar en el gobierno la impiedad atesmo, no est ni aun tolera-da, sino perseguida.

    Ejemplos: tuvimos en Espaa unidad catlica religiosa hasta la revolucin de 1868: ahora tenemos tolerancia; hay libertad religiosa en Francia y los Estados Unidos, y perse-cucin para la Iglesia catlica en China.

    Aunque la Iglesia, sobre todo en virtud de fuerza mayor, transige veces con el mal menor y se acomoda estas situaciones en lo posible, como es natural y lgico aspira siempre la unidad catlica proteccin religiosa en toda su integridad y consecuencias, condenando el principio pol-tico de la separacin entre la Iglesia y el Estado.

    Dicha unidad, sin embargo, no quiere decir identificacin de sociedades y confusin de atribuciones: antes al contra-rio, la distincin independencia existentes entre la Iglesia y el Estado fu reconocida por Jesucristo mismo cuando dijo: Dad Dios lo que es de Dios y al Csar lo que es del Csar ( i ) . Aunque con fines diferentes, en ambas socieda-

    (i) Matth., XXII, ai.

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    des son los hombres los asociados, y las dos hacen su cami-no en el tiempo y en el espacio, por cuyas razones no podan menos de encontrarse con frecuencia, siendo este el origen de sus relaciones recprocas, que conviene determi-nar con claridad y sencillez. Al efecto, desde antiguo se viene comparando estas dos sociedades, respectivamente, con el sol y la luna ( i ) , con las dos espadas del Evangel io (2) y con el alma y el cuerpo. Este ltimo fu el smil adoptado por Santo Toms de Aquino en el famoso texto siguiente: L a potestad secular est subordinada la espiritual como el cuerpo al alma, y por ende no debe tenerse por usurpa-cin el que el Prelado espiritual se mezcle en las cosas tem-porales, por lo que hace aquellas en que la potestad tem-poral est sometida la espiritual, que por aqulla han sido dejadas sta (3). Se infiere del anterior texto que el Estado debe estar sometido en todo la Iglesia? Conteste por nosotros el Cardenal Cayetano, que dice: Con las pala-bras en cuanto d aquellas cosas en las que la potestad secu-lar est sometida d la espiritual, signific el autor que la potestad secular no est del todo supeditada la potestad espiritual, por donde en las cosas civiles es ms de obedecer el gobernador de la ciudad y en las militares el capitn general que no el Obispo, el cual no debe ingerirse en seme-jantes cosas, sino en orden lo espiritual, como tampoco en las dems cosas temporales. Mas si acaeciera que alguna cosa de aquellas redundara en detrimento de la salud espi-ritual, el Prelado, ingirindose en ella con alguna prohibi-cin mandato en orden lo espiritual, no puede decirse que meta la hoz en mies ajena, sino que hace uso de su propia autoridad, porque bajo este aspecto todas las potes-tades seculares estn sometidas la potestad espiritual (4). E l P. Liberatore, en su obra La Iglesia y el Estado, desen-vuelve admirablemente esta materia, dividiendo los actos de la vida social en negocios puramente espirituales, como el culto, la administracin de los sacramentos, etc.; negocios mixtos, como el matrimonio, los funerales, etc., y negocios

    (1) Los Papas San Gregorio VIII Inocencio III. (a) Luc, XXII, 38.Emplea tambin este smil el Papa Bonifacio VIII. (3) Secunda secunda, 9, LX, a. 6, ad. 3. (4) Commentt in Secunda secunda, q. LX, a. fi-3.

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    puramente temporales, como la organizacin del ejrcito, la manera de cobrar los impuestos, etc.; y aadiendo despus: los primeros estn sometidos exclusivamente la autoridad eclesistica; los segundos, segn el aspecto bajo que se les considere, estn sometidos ambas potestades, pero de manera que la eclesistica tenga la primaca intervenga directamente para enmendar anular cualquier cosa que por acaso las leyes civiles establecieron respecto ellos en contradiccin con las leyes divinas cannicas, y los ter-ceros, aunque directamente estn sometidos la autoridad civil, indirectamente, sin embargo, ratione peccati, como suele decirse, pueden caer bajo la jurisdiccin eclesistica.

    Aqu tenis por qu y para qu quiere el partido carlista la restauracin de la unidad catlica con todas sus conse-cuencias legales y morales; de esa unidad catlica que fu regada en su cuna con la sangre de San Hermenegildo; que su hermano Recaredo proclam en el tercer Concilio tole-dano; que infiltrndose en la legislacin barri del patrio suelo los restos del paganismo romano, conquistando para la Cruz y para la civilizacin al pueblo godo semibrbaro; de esa Unidad catlica que, despus de la derrota del Gua-dalete , mejor dicho, del lago de la Janda, hizo posible la reconquista inspir la epopeya de ocho siglos casi, que comienza con D. Pelayo en Covadonga y termina con los Reyes Catlicos el da 2 de Enero de 1492 en Granada; de esa unidad catlica que palpita en el fondo de los primeros municipios cristianos, cuyo elemento primordial es la parro-quia, las cuales, reunidas, componen el concejo; de esa uni-dad catlica encarnada en los ms antiguos monumentos de piedra, iglesias- y monasterios, debidos la piedad de los primeros monarcas restauradores, y que respiran los ms remotos documentos de nuestra legislacin foral, todos ellos escrituras de fundacin donacin iglesias; de esa unidad catlica que dict D. Alfonso el Batallador, al otorgar fuero Calatayud en 1 1 3 1 , las siguientes palabras: Yo Al-fonso, rey por la gracia de Dios, os doy esta carta de dona-cin y confirmacin todos los pobladores de Calatayud... para que os asentis en ella, y os consagris en honor de Nuestro Seor Jesucristo y de la Santa Madre de Dios, Mara, y de todos los Santos, por honra y salud d todos los cristianos y confusin y maldicin de los paganos, que

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    Dios Nuestro Seor confunda. Amn; de esa unidad ca-tlica que D. Pedro Ruiz de Azagra le haca titularse se-or de Albarracn y vasallo de Santa Mara; de esa unidad catlica que, apenas comienzan celebrarse Cortes en E s -paa, hace que en todas ellas figure el brazo eclesistico como el primero, ms influyente y numeroso; de esa unidad catlica que con Coln, Corts y Pizarro pase la Cruz por el Nuevo Mundo, conquistando millones de almas para Jesucristo; de esa unidad catlica que preserv Espaa de toda pravedad hertica y de las guerras religiosas en tiem-pos del gran Felipe II; de esa unidad catlica que ha estam-pado al frente de nuestros cdigos, antiguos y modernos, tales como el Fuero Real, las Partidas, el Ordenamiento de Alcal, la Nueva y la Novsima Recopilacin, el ttulo que rotulan de la fe catlica y de la Santa Iglesia, donde se encuentran veces verdaderos tratados de Teologa y De-recho cannico; de esa unidad catlica que oblig los mismos constituyentes de Cdiz decir en el artculo 1 2 que la Religin de la nacin espaola es y SER PERPETUAMEN-T E la catlica, apostlica, romana, NICA VERDADERA, y que la nacin la protege por leyes sabias y justas, y prohibe el ejercicio de cualquiera otra; de esa unidad catlica que viene consignando y castigando en nuestros cdigos penales los delitos contra la Religin, el culto y sus ministros; de esa unidad catlica, en fin, que como elocuentemente dice la Carta-Manifiesto de D. Carlos su Hermano es el sm-bolo de nuestras glorias, el espritu de nuestras leyes y el bendito lazo de unin de todos los espaoles, que la aman y la piden como una parte integrante de sus ms caras aspiraciones.

    Se cuenta del gran estadista ingls lord Palmerston que, en ocasin solemne, dijo se dejara cortar con gusto la mano derecha para dotar Inglaterra de la unidad religiosa que tenamos los espaoles; y en cambio nuestros grandes esta-distas revolucionarios del 68 rasgaron esta tnica inconstil de la nacin espaola y dieron pie para que los conservado-res liberales, esos grandes ariseos modernos, consignasen la tolerancia religiosa en la Constitucin hoy vigente del 76. Por fortuna, el partido carlista espaol mantiene enhiesta la bandera de la unidad catlica, que no arriar nunca hasta que la implante sobre los palacios Real y de las Cortes.

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    Si, pues, de derecho y en el orden oficial y pblico, con el gobierno carlista Espaa sera una nacin, no clerical en el sentido que dan muchos esta palabra, sino eminente-mente catlica, como quiz no registrase otra la Historia en el mundo, de hecho y en el orden privado en Espaa ha-bra mayor y ms genuina libertad de conciencia que con los gobiernos liberales, porque stos persiguen los catli-cos y conculcan sus derechos ms sagrados, como el que la Iglesia tiene de adquirir, poseer y retener, como el que asis-te las congregaciones religiosas de asociarse para fines lcitos, santos y benficos, como el que los padres tienen que sus hijos sean cristianamente educados instruidos, etc., mientras aqullos, velando oficialmente por la pureza de la fe y de las costumbres y no permitiendo otras manifestacio-nes religiosas ( mejor dicho irreligiosas) que las del culto catlico, nunca, nunca fiscalizaran ni molestaran nadie en sus creencias y costumbres privadas.

    D. Carlos es, y quiere que todo el mundo as lo sepa y entienda, ante todo y sobre todo, rey catlico, apostlico, romano, cosa que clarsimamente declaran el hermoso elo-gio de la unidad catlica citado y las siguientes textuales palabras de su Carta-Manifiesto: Espaa no quiere que se ultraje ni ofenda la F e de sus mayores, y poseyendo en el Catolicismo la verdad, comprende que si ha de llenar cum-plidamente su encargo divino, la Iglesia ha de ser l i b r o

    Y al final aade: T, Hermano mo, que tienes la dicha envidiable de servir bajo las banderas del inmortal Pontfi-ce, pide nuestro rey espiritual, para Espaa y para m, su bendicin apostlica.

    Desde entonces ac ni una sola vez ha desmentido don Carlos su acendrado catolicismo ni en sus escritos, ni en su conducta, tanto privados como pblicos. L a misma revolu-cin sectaria, que tan vilmente ha calumniado al Constanti-no espaol, jams ha puesto en tela de juicio su ortodoxia, y si para sus fines aviesos acusronle de liberalismo en el concilibulo de Burgos y posteriormente en sus peridicos D. Ramn Nocedal y secuaces, en el pecado llevaron la pe-nitencia, pues con el transcurso de los aos se han visto precisados reconocer, y pblicamente lo han declarado y lo declaran mil veces, que entre el credo carlista y el mal llamado integrista no existe dierencia alguna esencial, y

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    lamentarse, con tanta amargura como despecho, de que los hayan dejado en las astas del toro los mismos que los empujaron, dieron calor y vida, y los mantuvieron en el campo de la traicin y la rebelda.

    Desde que D. Carlos tuvo la dicha de ser confirmado en Boloa por el debelador del liberalismo Po IX, mantuvo siempre, aun durante la guerra, correspondencia filial con este inolvidable Pontfice, quien terminada la lucha, y cuan-do ms protestas de Catolicismo haca el gobierno de la res-tauracin, alentaba al ilustre marqus de Valdespina para que continuase donde estaba.

    D. Carlos fu el primero en adherirse y acatar pblica-mente las decisiones del Concilio Ecumnico del Vaticano, como posteriormente fu el nico prncipe catlico que tuvo el valor, no solamente de hacer suyas las conclusiones del Congreso antimasnico de Trento, sino de asistir con su A u -gusta Esposa y la infanta doa Alicia la solemne sesin de clausura, en la que se le tributaron honores regios, y al salir de la cual recibi el premio de su ferviente fe antima-snica, oyndose aclamar por espaoles no carlistas como el nico rey antimasnico del mundo.

    Durante la guerra ltima, D. Carlos priv de la direccin del partido y de la jefatura del ejrcito carlista al prestigio-so Cabrera, precisamente por sus tendencias liberales y pro-testantes; consagr su ejrcito en campaa al Sagrado Co-razn de Jess; en Azpeitia ingres en la V . O. T. de San Francisco; complacase en las prcticas piadosas que pbli-camente celebraban sus batallones y jur los fueros ante la Hostia consagrada.

    D. Carlos tom parte muy cordial en el Jubileo de Len XII I , regalndole una cruz de brillantes que el Prnci-pe D. Jaime llev en persona al Vaticano, y tuvo el honor insigne de que el Papa predilecto de los liberales le escribie-se, dicindole: Nadie, Hijo mo, podr arrebatarte la gloria de haber hecho tanto por la Religin de tus mayores.

    E n documentos hermossimos, D. Carlos se ha adherido muchas veces las manifestaciones religiosas de la Francia cristiansima y legitimista, y recientemente protest indig-nado contra la medida masnica de arrancar los crucifijos de las escuelas, tribunales y edificios pblicos; con su so-lemne y pblica primera visita al santo Po X , protest

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    (i) Carta-Manifiesto.

    tambin del intencionado agravio inferido al Papa por el presidente Loubet con su visita al Quirinal, y su antiguo Prelado, el Obispo de los Obispos, no se esconde para elo-giarle, como hizo no ha mucho ante cierto distinguido joven vizcano, nieto del ilustre Pinera, al decirle, aludiendo D. Carlos: Es muy bueno, muy bueno; quirele mucho.

    Por eso los dinsticos catlico-liberales, aunque lo han intentado durante los tres pontificados ltimos, no han po-dido lograr, ni lograrn nunca, que sean condenadas por la Santa Sede las doctrinas ni la conducta de los carlistas espa-oles.

    Qu digo condenar! E l bondadossimo Pontfice reinan-te, ms explcito si cabe que sus insignes Predecesores, paternal y pblicamente bendice los mitins y asambleas car-listas (como hizo con la regional de Valencia), dedica auto-grficamente su retrato un Crculo carlista, y considera y trata como hijos predilectos de la Iglesia nuestros Augus-tos representantes los Seores Duques de Madrid.

    Sin volver sobre aquel inmenso latrocinio, llamado des-amortizacin eclesistica, porque, como dijo nuestro Caudi-llo Augusto ( i ) , sobre esas cosas funestas que pasaron hay Concordatos que se deben profundamente acatar y religio-samente cumplir, el partido carlista y su Rey son tan amantes de la Iglesia catlica, que no quieren verla conver-tida en sierva y esclava, cuando Jesucristo Nuestro Seor la fund para ser madre y seora de las almas; ni quieren que sea una oficina del Estado, porque, como admirablemente deca el cardenal Monescillo, la Iglesia no puede ser minis-terial de ningn gobierno ni partido; ni transigen con que los ministros del Altsimo sean considerados y tratados como funcionarios pblicos, dependientes del que los nom-bra presenta y paga; ni pueden consentir, por ltimo, que mendiguen ese mendrugo de pan que se les debe de justi-cia. Por eso, de la manera ms decorosa y factible, el parti-do carlista enaltecera la dignidad de la Iglesia y procurara su independencia econmica, rompiendo esas denigrantes cadenas llamadas regalas y presupuestos de culto y clero, de acuerdo siempre con la Santa Sede, y en concordia per-

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    fecta con el sentir y querer de la Monarqua, verdadera-mente espaola y cristiana.

    Aqu tenis, aunque grandes rasgos, la cuestin reli-giosa resuelta por el partido tradicionalista en el interior.

    E n el orden religioso, y por lo que las cuestiones e x -teriores respecta, tiene tambin el partido tradicionalista espaol importantes declaraciones que hacer, en armona

    _ perfecta con el espritu que informa su credo. Somos par-tidarios entusiastas del poder temporal de los Romanos Pontfices, y dispuestos estamos siempre restaurarle, uti-lizando al efecto cuantos medios nos depare la Providencia divina. No hay poder en el mundo ms antiguo, ms le-gtimo, ms sagrado, ms beneficioso y justo, ni que surja ms directamente de la natural condicin de la sagrada per-sona que lo ha ejercido durante doce siglos, y que segura-mente tornar ejercerlo. Por consiguiente, tolerar, apro-bar y Sun aplaudir el despojo inicuo cometido por las tro-pas de Vctor Manuel, cuando en 20 de Septiembre de 1870 penetraron por la brecha de Puerta Pa en la ciudad santa, obligando al inmortal Po I X sepultarse en vida en el V a -ticano, es suprimir de un golpe todo derecho, toda justicia, toda conveniencia social y poltica, y hasta el decoro inter-nacional mismo. A l derrumbarse el trono pontificio, tanto impulso de las bayonetas piamontesas como del sanete ple-biscitario representado en Roma poco despus, bambo-leronse sobre sus cimientos todos los tronos y todos los poderes legtimos, trastornndose de tal modo las nociones del derecho y de la justicia, que no hay manera de desagra-viarlas ms que calificando la usurpacin piamontesa de la mayor iniquidad de los tiempos modernos. El ms augusto Prncipe del mundo, el R e y de doscientos sesenta millones de catlicos, el Vicario de Jesucristo en la tierra, prisionero de la francmasonera italiana, es una monstruosidad incon-cebible! Del Pontificado deriva el poder temporal, como del sol sus rayos: est donde est, aqul resulta soberano por pleno y propio derecho, y el Papa es rey por la fuerza irre-sistible de las cosas. Quirase, pues, no, l solucin ca-tlica de la cuestin romana se impone como una necesi-dad de da en da ms imperiosa. L a libertad del destinado por la Providencia divina para mandar todos no puede depender de persona alguna, y no hay medio posible entre

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    ser soberano subdito. Por otra parte, la dignidad del Jefe de la Iglesia universal durante tantos aos pisoteada por la revolucin; el honor del mundo catlico que contempla su padre encarcelado y ultrajado en la mansin vaticana; la voluntad del mismo pueblo romano, ms de una vez y por inequvoca manera manifestada en las elecciones municipa-les; el porvenir de la ciudad de Roma, que desde su altsimo rango de capital del mundo ha descendido al de capital de la Italia mal unida, y vese amenazada de suerte peor que la que le preparaban los godos y los vndalos, y hasta el mismo inters de Italia, que perseguida por la conciencia catlica lleva en sus entraas incurable herida, todo, todo se conjura para que los acontecimientos decidan en breve de los destinos del Pontificado en el mundo. Se equivocan los que suponen que la cuestin romana ha muerto, aunque en los antros masnicos conspiran para matarla, hacen el vaco y el silencio en torno de ella, y aparentan despreciar lo mismo al primero que al ltimo de los Curas; pero como quos Deus vult perder firius dementat, los grandes espec-tculos del Pontificado, como las peregrinaciones, los jubi-leos y las visitas de los ms poderosos emperadores y mo-narcas al Padre Santo, los sacan de quicio, pierden su pru-dencia satnica, arrjanse ciegos en el abismo de manifesta-ciones insensatas y dan pie para que surja la cuestin de nuevo, con ms fuerza si cabe, y para que el mismo Romano Pontfice, como acaba de hacerlo Po X , proteste una y cien veces ante el mundo catlico contra la indigna situacin, por no decir esclavitud, en que le ha colocado la revolucin italiana. E s intil que los estadistas italianos se esfuercen en demostrar que la cuestin romana no existe, que qued enterrada para siempre cuando, cometiendo la felona ms negra que registra la historia, los piamonteses apoderronse de Roma por la traicin y la fuerza bruta; es intil que se esfuercen en sostener que la cuestin romana nadie ms que los romanos interesa y es asunto de puro rgimen interior; y es intil, por ltimo, que para salir de los conti-nuos malos pasos y contradicciones frecuentes en que se embrollan los gobiernos de Italia cuando vense precisados poner sobre el tapete esta cuestin gravsima, acudan como argumento y refugio ltimo la irrisoria ley de Garantas, sosteniendo que el Papa es libre, independiente y hasta so-

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    berano por lo que al ejercicio del poder espiritual respec-ta... porque ah est la historia de estos 35 aos ltimos para desmentirles. El Papa libre en Roma y respetado en Italia! Sarcasmo semejante no se hubiera atrevido sostener la diplomacia de ningn pas del mundo, excepcin hecha de la que cuenta entre sus glorias un Maquiavelo, un Cavour y un Crisp.

    Quiere esto decir que desde las alturas del poder em-prendera el partido carlista una poltica de persecucin re-ligiosa, resucitando la Inquisicin, imponiendo fuerza bruta la creencia catlica, persiguiendo los indiferentes, incrdulos y sectarios en el foro interno de su conciencia y en el recinto del hogar domstico, valindose de la coaccin jurdica para que los ciudadanos observen los preceptos eclesisticos y considerando como letra muerta las leyes concordadas?

    Quiere esto decir que el partido carlista, convertido en nuevo Quijote, intentara una cruzada popular, lanzara la nacin en aventuras polticas para el restablecimiento del principado civil de los Papas?

    Nada de eso. D. Carlos ha dicho repetidamente que el catolicismo es la verdad; D. Carlos, como probar ms ade-lante, es doctrinal y prcticamente un Prncipe verdadera-mente catlico, y el partido carlista es tambin esencial y preferentemente catlico; pero la verdadera religin ex ige en los que la profesan el obsequio racional de que nos habla San Pablo, conviccin espontnea y plena, y no habamos de ser los carlistas, por otra parte, ms papistas que el Papa, prescindiendo sistemticamente de los Concordatos, y de-fendiendo la Iglesia dnde y cmo quizs ella no quiera ser defendida.

    Y basta de cuestin religiosa: pasemos la cuestin po-ltica, pues no anda Espaa menos necesitada de aquella regeneracin que de sta, aunque bien pudiera ser la segun-da mera deduccin lgica de la primera.

  • II

    C U E S T I N POLTICA

    aeremos en el orden natural:

    Garantidas la vida, la propiedad y la fundamental igual-dad civil de todos ante la ley, sin perjuicio de la distincin jerrquica de rdenes sociales; garantido tambin el trabajo, de suyo enajenable; inviolables la personalidad, que no es renunciable, el domicilio y la correspondencia, con sujecin las leyes; abolidas las penas infamatorias y crueles y vigi-lada la vagancia para su represin proporcionada, cuando proceda.

    aeremos en el orden poltieo:

    L o s tres poderes unidos en el Monarca, puesto que el poder es indivisible, pero ejercidos con el concurso de per-sonas y corporaciones varias por propio derecho real de-legacin: el legislativo por consejos, comisiones de juris-consultos y de tcnicos en la materia, y principalmente por las Cortes, que con el R e y y en las respectivas esferas jerr-quicas colaboren la funcin legislativa; el ejecutivo por los secretarios del despacho y sus delegados, y el judicial

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    por los tribunales de justicia, todos ellos con alzada supre-ma instancia ltima al Rey .

    Queremos Cortes representativas, no parlamentarias, compuestas de una sola Cmara, en la que tengan represen-tacin debida todos los brazos y fuerzas vivas del pas; Cortes elegidas por sufragio restringido indirecto, que deben reunirse en las pocas y lugares que el R e y deter-mine, cuya principal atribucin consistir en conceder denegar subsidios y aprobar no toda clase de contribucio-nes directas indirectas, con procuradores hijos del man-dato imperativo incompatibles con todo cargo ocupa-cin retribuidos, lo mismo municipal que regional, del E s -tado, Casa Real empresas particulares, pero con sueldo mdico mientras dure el desempeo de su cargo.

    Queremos la nacin dividida en las sociedades naturales componentes, desde la regin al municipio; las regiones con su respectiva legislacin foral, sea con descentralizacin tan amplia en todos los rdenes como consienta una slida unidad poltica , lo que es lo mismo, nacional, y ten iendo principalmente en cuenta, y con el mayor respeto, las tradi-ciones histricas de autonoma de los gloriosos Estados que formaron con Castilla la nacin espaola.

    Queremos el Estado central que, con el R e y la cabeza, ha de tener su cargo el rgimen de la vida nacional en lo poltico, lo econmico, lo administrativo y lo militar, inter-viniendo y regulando lo siguiente: las relaciones extran-jeras, y por lo tanto la diplomacia y los consulados,. los aranceles de aduanas, la paz y la guerra, el ejrcito y la armada; 2, el juicio y fallo de todas las cuestiones inter-regionales; 3 . 0 , el restablecimiento del orden en toda la nacin y en las regiones forales, cuando para ello no sean suficientes sus fuerzas armadas; 4 . 0 , la defensa de los dere-chos polticos y de la forma y sistema de gobierno contra toda regin foral que los suprima amenge, 5 . 0 , la legis-

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    lacin civil y penal aplicable la nacin entera, siempre con las excepciones debidas los privilegios forales; 6., la re-gularizacin del comercio interior y todo lo l inherente, cdigos mercantil, martimo y fluvial, vas generales, correos y telgrafos, moneda, pesos y medidas, y 7 . 0 , las disposicio-nes encaminadas que en todo el territorio sean vlidos los contratos y ejecutorias las sentencias que, en cualquiera de las regiones, se celebren y pronuncien.

    L a s atribuciones de las regiones forales no se especifi-can, porque contenidas estn en sus respectivos fueros, usos y privilegios, interpretados y aplicados por sus respectivas diputaciones forales, en armona y de acuerdo con la sobe-rana real.

    E l Gobierno sera el ejecutor de las rdenes del Rey; el jefe de cada regin, jefe poltico diputacin, el ejecutor de las rdenes del Gobierno, y el alcalde jefe municipal, con su respectivo Ayuntamiento, los ejecutores de las rde-nes regionales.

    Siendo la poltica el arte de gobernar los pueblos, nues-tras declaraciones sobre el particular han de referirse ante todo al gobierno que el partido carlista quiere y busca; y todos saben que anhelamos y perseguimos un gobierno m o -nrquico, no constitucional y parlamentario moderna usanza, ni tampoco desptico y cesarista usanza pagana, sino cristiano y templado por el espritu religioso, por las leyes fundamentales constitucin interna de Espaa, por la representacin verdadera del pas en Cortes, por la des-centralizacin administrativa y por los fueros y libertades patrias. Nos parece tan gran desatino aplicar una forma extranjera de gobierno nacin determinada, porque as lo quieren cuatro caballeros particulares dueos del poder en momento dado y por arte de caprichosa fortuna, como empearse en que todos los trajes paren bien y elegante-mente hombres de toda edad, talla 'y corpulencia. E n la cuarta y ltima parte de este trabajo hablar singularmente

  • 2 S

    de la monarqua, tratando ahora preferentemente los otros aspectos de la cuestin.

    Confundiendo el sistema representativo con el parla-mentario, unas veces por ignorancia y otras con malicia, se nos acusa de enemigos de la libertad, progreso y civiliza-cin; de retrgrados, obscurantistas, neos, apagaluces y no s de cuntas inepcias ms que estn en la memoria de todos y que nos ponen en el caso de explicar nuestro siste-ma poltico hasta personas que, por su ilustracin en otras materias, deban estar al tanto de nuestras tradiciones patrias y de las aspiraciones d nuestro partido. Parece mentira que seamos tan desconocidos en nuestra propia casa, y que la prensa, esa conspiradora permanente contra la verdad, panacea de todos los males segn el liberalismo, nos haya desnaturalizado hasta el punto de qu muchas gentes se quedan boquiabiertas cuando nos oyen hablar de Cortes, de libertades, de franquicias, de descentralizacin, etc., etc.; pero no hay ms remedio que tomar las cosas como son, armarnos de paciencia y practicar la obra misericordiosa de ensear al que no sabe.

    Efectivamente, somos enemigos acrrimos del parla-mentarismo, de esa farsa importada del extranjero y que consiste, segn los doctores de la escuela, en el gobierno de la nacin por la nacin misma; y partidarios entusiastas de las antiguas Cortes espaolas, es decir, de Castilla, Aragn, Navarra, Catalua y Valencia, en donde las clases intereses todos sociales estaban verdaderamente representados por los procuradores de las villas y ciudades y por los brazos estamentos eclesistico, noble y llano.

    Y somos enemigos de las Cortes parlamentarias, porque farsa mejor urdida para arruinar las naciones no la hubiese ideado el mismo espritu del mal. L a esencia del parlamen-tarismo, como todos saben, est en el turno pacfico de los partidos en el poder, que suben y bajan al parecer por haberlo dispuesto as la soberana nacional la soberana de la Corona, resolviendo el poder llamado moderador de esta manera los conflictos que se susciten entre el pueblo y el gobierno. Tan poderosos argumentos nos ofrece la historia del parlamentarismo espaol contra semejante teora, com-pletamente desacreditada hasta entre los mismos que para su negocio la profesan y practican, que su refutacin sera

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    intil no tratarse aqu de propaganda verdaderamente popular: condensar, pues, estas razones en pocas pala-bras.

    E n primer lugar, las Cortes parlamentarias no son repre-sentacin genuina del pas, ni mucho menos, sino de los gobiernos que presiden las elecciones y hasta de los minis-tros que personalmente las hacen; de aqu que no se regis-tre el caso de que gobierno alguno espaol haya sido derro-tado nunca en los comicios. Ms an: tan duchos son nues-tros estadistas todos (de alguna manera hemos de llamarles) en el falseamiento de la voluntad nacional, que desde el Ministerio de la Gobernacin eligen la mayora y la minora, dndose el caso inaudito, no slo de que resulten diputados cuantos candidatos ministeriales de oposicin lograron el privilegio del encasillado, sino de que tengan veces ms segura el acta los segundos que los primeros, sobre todo si se trata de esos santones del liberalismo, compadres de todos los gobernantes, y sin los cuales, como sucede en las compaas con los primeros actores, la farsa no puede re-presentarse. L a s Cortes parlamentarias son, pues, hechura y representacin fiel de los gobiernos que las fabrican; pero nunca de la nacin, que cruzada de brazos presencia tan' cara como mala comedia.

    E n segundo lugar, Cortes as elegidas forzosamente tie-nen que componerse de mayoras serviles y de minoras se-diciosas; de mayoras serviles, porque todos los diputados que las componen deben el acta al gobierno, y , con excep-ciones muy raras, se han sentado en los escaos del Congreso para su particular negocio y no para defender los intereses de sus electores, y de minoras sediciosas, porque, por medio del motn, del barullo parlamentario, de las zancadillas pol-ticas y de todos cuantos medios les sugiere su ambicin, aspiran convertirse en mayora para poder gozar as de las ollas de Egipto. ' E n tercer lugar, Cortes parlamentarias sin esas bande-ras polticas que se llaman partidos, sin duda porque parten al pas por el eje, son imposibles; de aqu que cuando estas fracciones no se presentan espontneamente, se fabrican por los directores de la orquesta como quien fabrica buue-los, y veces sin cuidarse siquiera de ponerles el azcar de los principios doctrinas, contentndose con la pasta per-

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    sonal, no siempre bien oliente. Pues lase ahora lo que en la sesin del 6 de Diciembre de 186 1 dijo de los partidos polticos el gran Aparisi:

    La esencia del sistema parlamentario es la lucha. Dcese que es gran cosa convertir este augusto recinto en revuelto palenque donde gallardeen los brillantes campeones de los partidos; que es gran cosa que existan organizados stos, dividiendo, conmoviendo al pueblo, aun riesgo de trastor-narlo; que es gran cosa que esos partidos luchen perpetua-mente entre s con sus oradores y sus peridicos, aunque en el ardor del combate lo exageren y lo envenenen todo, y lleguen veces hasta la injuria, hasta la calumnia, echn-dose en rostro vanidades heridas, ambiciones impacientes, codicias hambrientas.

    Dcese que es gran cosa, por lo menos indispensable, que lo que afirme la mayora lo niegue la minora, y que cuando la mayora diga si, la minora responda que no.

    T o d o esto ser verdad, y bueno, y preexcelente, y ptimo; ; pero... no extrais que yo , echado en este mundo nuevo, i y no nacido con disposiciones felices para salir discpulo ; aprovechado de la escuela moderna, siga hablando y obran-| do segn la antigua, y ora diga que s, ora que no, segn i me lo dicte mi conciencia, que es un consejero que se me ' dio hace muchos aos, y con el cual siempre conviene estar s en buenas relaciones. > Y en cuarto y ltimo lugar, el partido carlista, eminen- temente monrquico, no puede reconocer en las Cortes esa ) co-soberana que, segn la doctrina liberal, comparten con I el Rey, hasta el punto de ver en ellas la genuina represen-t a c i n de la soberana nacional, encarnando la vez en jambos el poder legislativo, que es la primera y ms impor-t a n t e atribucin de la verdadera soberana. Para nosotros Sel nico legtimo y verdadero soberano es el Rey , cuyos Ipoderes supremos no pueden fraccionarse para compartirlos |con otras personas instituciones ms que en virtud de una ficcin legal, tan absurda en teora como irrealizable en

    lia prctica, pues la unidad es la condicin primera de todo Ipoder efectivo y eficaz. [. L o cual no empece para que el partido tradicionalista gquiera la verdadera representacin del pas en Cortes, con ^atribuciones importantsimas y propias, como siempre las

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    han tenido las Cortes genuinamente espaolas, las cuales pueden reducirse:

    a) discutir y votar los impuestos; b) intervenir en la redaccin de las leyes, pero sin

    atribuciones para derogar las fundamentales por que el pas se rige desde inmemorial;

    c) ejercer el derecho de peticin; y d) fiscalizar los actos del poder. Atribuciones ms que suficientes para que el cesarismo

    pagano el despotismo absoluto no hayan prosperado nunca en nuestro suelo, cuyas libertades civiles y polticas son anteriores y superiores la tan ponderada Carta Magna de los ingleses.

    Queris saber ahora sobre qu principios descansa esta representacin verdaderamente tradicional y espaola? E n los cuatro que siguen, tomados literalmente de la bien pen-sada exposicin que el da de San Carlos deposit los pies del Trono la Redaccin de El Correo Espaol:

    i . Representacin jerrquica de las clases sociales, unas por sus derechos civiles, varias por sus fines respectivos.

    2. Mandato imperativo, como vnculo entre electores y elegidos, para que ganen stos en independencia lo que pierde el representante.

    3 . 0 Incompatibilidad absoluta entre el cargo de diputado y todo empleo, merced retribucin otorgados por el Estado, Casa real establecimiento pblico en que no se entre por oposicin.

    4 Publicidad de los acuerdos y secreto de las sesiones para que no prospere la clase de los retricos, y no dege-nere en teatro lo que debe ser imagen y compendio de todas las fuerzas nacionales.

    Y no digis que esta clase de gobierno representativo antigua usanza es hoy da irrealizable, porque precisamente son aspiraciones ya generalizadas, sobre todo entre los que no medran de la poltica, la de querer que se discutan dete-nidamente los presupuestos y no se releguen al ltimo lugar para aprobarlos despus de prisa, sin discusin y corriendo, como acontece siempre en las Cortes parlamen-tarias y liberales que aqu se estilan; la de pedir que ningn diputado pueda ser empleado, ni ningn empleado diputado; la de anhelar que se charle menos y se obre ms en las

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    sesiones del Parlamento, sobre todo en obsequio y beneficio del pas contribuyente; la de exigir responsabilidad de alguna manera al diputado que hace traicin sus electores, faltando su cometido perjudicando los intereses de la localidad que le envi las Cortes, etc., etc. Todo esto es perfectamente realizable, no slo ahora, que hay ms medios de publicidad y hasta si se quiere ms ilustracin general, sino en tiempos remotos lo fu igualmente, como acredita la Historia.

    Abrid ese gran libro, y en l encontraris realizadas nuestras aspiraciones nobilsimas, por lo que las Cortes respecta, en las diferentes regiones espaolas, que desde inmemorial tenan encarnados sus privilegios y franquicias sn estas patriticas asambleas. Queris libertades patrias? Pues, en el supuesto de que sea apcrifa la famosa frmula de juramento que, segn Hotman, Antonio Prez y Robert-son, el Justicia mayor de Aragn exiga los R e y e s de aquella tierra: Nos que cada uno valemos tanto como vos, y que juntos podemos ms que vos, os ofrecemos obedien-cia si mantenis nuestros fueros y libertades, y si no, no, siempre resulta incontestable que ya los Obispos godos decan los monarcas de su tiempo: Rex eris si recte facas, y que nuestros antigos monarcas, antes de ser reconocidos como tales, era preciso que jurasen guardar y hacer guar-dar los fueros y franquicias de ciertos reinos.

    Queris espritu verdaderamente cristiano y generoso en estos Parlamentos? Oid, pues, las siguientes palabras pro-nunciadas por D. Jaime el Conquistador al abrir las que podemos llamar primeras Cortes de Catalua, en Diciembre de 1228 :

    illumina cor meum, Domine et verba de Spiritu Scmcto. Rogamos Dios Nuestro Seor y su Santsima Madre que cuanto os digamos sea para mayor gloria de Nos y de vos-otros que nos escuchis, y sea, sobre todo, del agrado de Dios y de su Madre y Seora Nuestra, Santa Mara. Hace algunas breves indicaciones y prosigue luego: Por dos ra-zones, pues: la primera por Dios y la segunda por la natu-raleza que con vosotros tenemos, os rogamos encarecida-mente que nos deis consejo y ayuda para tres cosas: la primera para poner en paz nuestra tierra, en segundo lugar para que podamos servir al Seor en la expedicin que te-

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    nemos pensado hacer contra el reino de Mallorca y dems islas adyacentes, y por ltimo para que nos digis de qu manera podr redundar esta empresa en mayor gloria de Dios. Estas son Cortes y Reyes verdaderamente cristianos.

    Y no creis que aquellas villas y ciudades se contentaban con poco: exigan sus diputados juramento de no recibir para s, ni para sus parientes amigos, durante el tiempo de la diputacin y dos aos despus, empleo ni gracia algu-na; con mandato imperativo trazaban sus procuradores la conducta que haban de observar en todos los asuntos de importancia; les retiraban los poderes cuando faltaban su deber, y siempre les exigan cuenta y razn de la manera como haban cumplido su encargo. En cambio se les asig-naba una suma decorosa para alimentos. Ahora no, todo es gratuito y honorfico, aunque nunca faltan vividores que se encargan de convertir tales cargos en productivos.

    Queris ms? Pues ved al entonces ms poderoso mo-narca del mundo, en cuyos dominios no se pona el sol, al gran emperador Carlos V,

    ante quien muda se postr la tierra, reuniendo las Cortes espaolas en diferentes villas y ciuda-des, fin de que votasen los subsidios que para sus empre-sas guerreras necesitaba, sin poderlos obtener nunca d e . aquellos valientes integrrimos procuradores, que antes que por el esplendor de la monarqua y del imperio desvi-vanse por el bienestar de sus conciudadanos.

    Y si esto aun os pareciese poco, ah tenis al procura-dor Tordesillas arrastrado por sus electores de Segovia por no haberse circunscrito al mandato que se le confiara. Las Cortes liberales, por el contrario, votan cuantos impuestos se le antoja imponer al gobierno; aprueban impuestos rui-nossimos y malbaratan la Hacienda pblica, por manera que, despus de haber derrochado el caudal inmenso de nuestros mayores, vivimos ya expensas de la fortuna de nuestros hijos y nietos. A qu diputado en nuestros das se le ex ige que rinda cuentas sus electores del uso que ha hecho del acta que pusieron en sus manos? Pues todo esto y mucho ms se ha hecho y puede volver hacerse cuando Espaa se convenza de que no puede salvarse si no restau-ra sus tradicionales instituciones.

    Esta es tambin la aspiracin nobilsima del Sr. Duque

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    de Madrid, el cual tiene declarado que no se pueden re-solver grandes dificultades sin el concurso de los varones ms probos imparciales del reino, y que en su carta D. Alfonso consign esta solemne promesa: Yo dar con esas Cortes Espaa una ley fundamental que, segn e x -pres en mi Carta los soberanos de Europa, espero que ha de ser definitiva y . espaola. Aqu tenis qu quedan reducidas esas estlidas acusaciones de absolutismo que se nos hacen.

    No, el partido tradicionalista aspira implantar en E s -paa la monarqua representativa y templada, que ha sido siempre el mejor timbre de nuestras glorias nacionales; el partido tradicionalista es amante como el que ms de la libertad; pero, entindase bien, de la verdadera libertad, de la libertad cristiana que, teniendo su raz y fundamento en el libre albedro, consiste, mas y mejor que en el ejercicio de todos los derechos, en el cumplimiento de todos los debe-res, porque claro est que si mis conciudadanos todos cum-plen con todos sus deberes, no es posible que nadie viole ninguno de mis derechos, los cuales podr yo ejercitar como me plazca; de esa libertad, en fin, que nuestro Augusto Jefe define diciendo: Es el reinado de las leyes, cuando las leyes son justas, esto es, conforme al derecho de naturale-za, al derecho de Dios, no perdiendo nunca de vista que la ley debemos estar sujetos todos, grandes y pequeos.

    Pero, aunque partidarios acrrimos de la verdadera li-bertad, tal vez, por esto mismo, detestamos esa hereja monstruosa llamada liberalismo, madre fecunda de todo li-bertinaje, y esa farsa, que ya dura demasiado, conocida con el nombre de parlamentarismo, contra las cuales tron el Sr . D. Carlos de Borbn en la circular de 30 de Junio de 1869, diciendo:

    En mi bandera jams se escribir la palabra liberalis-mo, que es la libertad del bien y del mal, segn algunos ino-centes; y segn los avisados, la libertad del mal oprimiendo al bien... E n esa bandera jams se escribir la palabra par-lamentarismo, que es en su esencia eso que se llama gobier-no de la nacin por la nacin; sistema corruptor y falso, que da de s un despotismo disfrazado, una repblica ver-gonzante, y que por malo y por extranjero, lo desdea nuestra altivez y lo condena nuestra razn.

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    Una mentira envilece un hombre; una ley-mentira corrompe un pueblo.

    Consiste otra de las aspiraciones del partido tradiciona-lista en la restauracin discreta de los antiguos fueros que han disfrutado desde inmemorial algunas regiones espao-las, tales como las Provincias Vascongadas, Aragn, Cata-lua, Valencia y Mallorca, restauracin que va naturalmente unida la descentralizacin administrativa y econmica, que es otro de los dogmas de nuestro partido; con cuyas refor-mas en nada se destruye la unidad nacional, sangrienta obra de los siglos. L a autonoma administrativa y econmi-ca es perfectamente compatible con la unidad poltica, como durante muchos aos, incluso en nuestros das, lo han veni-do demostrando prcticamente las Provincias Vascas, las ms fieles y mejor administrativas, la vez, de la nacin es-paola. No pretendemos rasgar la tnica inconstil de nues-tra nacionalidad, ni queremos tampoco privilegios para dicha patriarcal y venturosa regin; antes bien, quisiramos hacer extensivos esos beneficios las dems regiones es-paolas, restaurando sus fueros venerandos all donde los hubo, y respetando las libertades tradicionales de Castilla y dems provincias. Precisamente el regionalismo, con sus puntas y ribetes separatistas, est levantando la cabeza y echando hondas races en dos regiones espaolas que, ago-biadas sin duda por centralizacin funesta y absorbente, vuelven con pena los ojos hacia tiempos en esta materia ms felices.

    Rechazando, pues, con indignacin todo fermento sepa-ratista, que pudiera un da rasgar la unidad inconstil de la Patria, el partido carlista implantara oportunamente la au-tonoma del municipio y de la regin, segn fueros y cos-tumbres tradicionales, autonomas y aspiraciones que lleva-ra feliz trmino sin incidir en las equivocaciones lamenta-bles y espritu sectario de los federales.

    Quedemos en el orden administrativo:

    Para cerrar la puerta la ineptitud y al favoritismo, separada la poltica de la administracin; convertidos en ca-

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    rreras especiales sus diversos ramos; reducidsimo el nme-ro de ministros secretarios del despacho y mayor el de directores generales con responsabilidad efectiva los unos y los otros; constituido el Consejo de Estado por personas eminentes eri sus respectivos ramos y atenido slo evacuar las consultas que le dirija el Gobierno; sometidos los asun-tos contenciosos al Tribunal Supremo de Justicia; amovibles todos los funcionarios slo por delitos cometidos en el ejer-cicio de sus cargos; suprimidas las vacaciones y las licencias, como no sea por causa legtima probada indubitablemente; inacumulables en absoluto los empleos; regulados por una tramitacin fija, rpida, gratuita y fcil los expedientes, y abiertos siempre los interesados en los das y horas que se designen al efecto.

    Conservar slo las embajadas que reclamen la importan-cia y tradiciones de la nacin, sustituyendo las restantes por meras legaciones consulados generales, y dirigir conve-nientemente las negociaciones diplomticas fortalecer los vnculos con las dems naciones y allanar las dificultades que la diferencia de leyes opone la buena marcha de los negocios, logrando, por ejemplo, la mutua validez de los contratos y la mutua ejecucin de las sentencias.

    Querernos en el ofden judicial:

    Dependientes del Tribunal Supremo, delegado inmediato del Rey , todos los tribunales y jueces, incluso los forales, aunque con arreglo su fuero; inamovibles los jueces y los magistrados, como no sea por haber incurrido en responsa-bilidad penal y en sentencia ejecutoria; suprimido el Jurado; conservados los tribunales populares tradicionales, como el de las Aguas de Valencia; simplificados los procedimientos, sobre todo en los juicios universales; gratuita la justicia durante el curso de los negocios, y condenado en costas el

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    litigante temerario; caducados la instancia y el recurso de casacin los dos meses de no haberse instado su curso, como no se acredite que fu debida la suspensin difi-cultades invencibles.

    Queremos en el orden militar: Atendiendo respetuosamente, como es justo, los pre-

    cedentes forales sobre la materia, consideramos el servicio como obligacin inherente la nacionalidad de los capaces y tiles, con las excepciones propias de la inmunidad ecle-sistica, aunque compensando con otros gravmenes el menor tiempo de servicio activo en los escolares que no ha-yan terminado la carrera.

    Respetando la ndole -de las diversas armas, queremos convertido en carrera el servicio militar, lo mismo para el soldado que para el oficial y el jefe; conferidos los ascensos por antigedad, como el agraciado no se los gane por mri-to insigne, juicio del Rey, generalsimo del ejrcito, de los militares de su empleo y grado; equiparados ciertos ser-vicios del Estado la carrera militar para los militares que no puedan prestar servicio activo, pero s ciertos cargos sedentarios, fin de que cobren como en activo servicio sin ser gravosos la nacin; bien artilladas nuestras costas, sobre todo en los puntos de fcil desembarco; novsimo y excelente material de artillera, de que hoy carecemos; ms personal facultativo, tanto de artillera como de ingenieros; aumento de sueldo los jefes y oficiales de todos los cuer-pos y los individuos de la Guardia civil y Carabineros, segn las exigencias sociales y la caresta de los artculos de primera necesidad; montado el ejrcito de mar sobre bases anlogas; reducido el fuero militar los asuntos y personas militares y en el desempeo de sus respectivos cargos.

  • 35

    Queremos en el orden acadmico: Verdadera libertad de enseanza, esto es, de ensear y

    de aprender. Consecuente nuestra poltica con un sistema de legtimas libertades y descentralizacin en todos los r-denes, devolveramos a l a sociedad su iniciativa y funcin docente, sin ms limitacin en la libertad de enseanza que la conformidad con el dogma y la moral catlica, y rete-niendo el Estado el menor tiempo posible los oficios tute-lares impuestos por las circunstancias y por la prudencia necesaria para el trnsito desde la actual absoluta ingeren-cia del poder civil al opuesto criterio y doctrina de la libre accin social bajo el supremo magisterio de la Iglesia, am-parada y defendida por la potestad temporal.

    Queremos en el orden eeonmieo: L a conversin de todas las deudas en una, aquella que

    mantuviese mejor nuestro crdito y fuera ms fcil de e x -tinguir; la renta, siendo la vez premio y amortizacin del capital.

    Gradualmente reducidos los actuales haberes pasivos, que podan reemplazarse poco poco por Montepos y Ca-jas de retiros y jubilaciones bien montados.

    Nivelados los presupuestos; limitada la deuda flotante anticipos sobre rendimientos del ejercicio corriente.

    Preferido el arrendamiento la administracin del E s -tado en sus propiedades, en ciertos servicios y en la cobran-za de las contribuciones impuestos.

    L a formacin del catastro por todos los vecinos de cada municipio, interesados en tributar menos medida que se denuncia y descubre mayor riqueza oculta, pues la cuota

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    total habra de repartirse proporcional y equitativamente entre todos los contribuyentes.

    L a sucesiva unificacin de las contribuciones; la aboli-cin de los consumos y de todo gravamen sobre los artcu-los indispensables para la vida.

    Reservados al Gobierno central los siguientes tributos: los derechos de Aduanas; los obvencionales de los consula-dos; el producto de los monopolios y servicios hoy su cargo; el de sus propiedades y derechos; el impuesto sobre los pagos que verifique; el descuento sus empleados, que toda costa deba desaparecer adoptando la mxima de bue-na administracin, pocos, inteligentes y probos empleados y bien retribuidos; el que imponga sobre la renta de sus ttu-los de la deuda, igual en tipo al que la propiedad pague; los que se impongan los cobros hechos en territorio foral; el gravamen que hoy pesa sobre las condecoraciones, ttulos y grandezas de Castilla.

    Derramada por las regiones, segn la poblacin y la ri-queza de cada una, la diferencia que resulte entre el impor-te total de estos productos y el importe total de los gastos del tesoro.

    Con facultad las regiones para recaudar por medio de los tributos que crean ms fciles y menos onorosos la cuota que por este concepto les corresponda.

    Transformado el presupuesto, destinando lo que hoy se aplica gastos superfluos, al alivio del contribuyente y la implantacin de mejoras reclamadas y puestas en prctica en todas partes por la cultura moderna.'

    Aunque aparentemente se ha restablecido nuestro crdi-to en las Bolsas europeas y se ha reorganizado la Hacienda espaola, es indudable que los desamortizadores liberales han malbaratado el caudal de nuestros mayores, arruinando todas las fuentes de riqueza pblica, derrochando por me-dio del prstamo la herencia de nuestros hijos y nietos, im-

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    puesto la nacin un presupuesto de >mil millones de pese-tas, muy superior sus fuerzas tributarias, de lo que son prueba desgarradora el hambre que impera en las ms flo-recientes comarcas y la vergonzosa emigracin que nos de-sangra y empobrece, depreciando la moneda espaola que pierde en el cambio un 30 por 100 hoy y ayer hasta un 1 1 5 por 100, disminuido nuestro crdito en el exterior, donde no hay Banca que nos fe, por lo que los ltimos emprsti-tos han tenido que hacerse en el interior, y colocado, en suma, la Hacienda espaola en situacin tan crtica de equi-librio inestable que la menor complicacin, nacional inter-nacional, dara al traste con ella, sumindonos en los desas-tres financieros de l bancarroca.

    Difcil es evitar la ruina de las familias ya esquilmadas y pobres, problema insoluble para los liberales que viven, no de las simpatas y arraigo que en el pas tienen, sino de los estmagos agradecidos que comen y triunfan, gracias al r-gimen y tan enorme presupuesto; pero no para los carlis-tas, que con la sencillez administrativa, basada, no en la des-confianza recproca, sino en la honradez y en la moralidad, con verdaderas economas, no aparentes, pues los pobres obligados estamos vivir pobremente, con la nivelacin de los presupuestos, no en el papel, sino en las tesoreras y en las cajas, y dejando, por ltimo, las regiones y municipios que se administrasen s mismos, descargaramos de tal manera el presupuesto central, que tal vez tuviera suficien-tes ingresos con la renta de Aduanas y alguna otra indirec-ta, y lejos de perder el crdito aparente que hoy tenemos, lo consolidaramos y aumentaramos, ponindonos al nivel de las ms ricas y florecientes naciones de Europa.

    Queremos en el orden agrcola:

    Atajada por completo la emigracin de los campesinos, no por leyes prohibitivas, sino proporcionndoles el trabajo y pan que les falta, matando el caciquismo, reformando al-gunas leyes onerosas, rebajando los tributos, especialmente el llamado en los pueblos reparto, repoblando los montes, roturando los yermos, canalizando para el riego los ros, construyendo presas y pantanos, renovando los Psitos, fo-

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    mentando las L igas y Cmaras agrarias, los Bancos y Cajas agrcolas que maten la usura; protegiendo la ganadera en general y las Comunidades de pastos especialmente, y e x -tendiendo toda Espaa el Vnculo Navarro, con el que se lograra abaratar el precio de los artculos de primera necesidad, y se librara de inicuas explotaciones los pobres.

    L a sequa extraordinaria y el hambre aterrador que, como consecuencia lgica ineludible, azotan muchas provincias espaolas y singularmente la regin andaluza, quieren com-batirlos ciertos periodistas liberales con lo que llaman pol-tica hidrulica; pero por encima de sta, y como su princi-pio y fundamento est la poltica forestal, que no sera nueva en Espaa, pues desde que tenemos ingenieros de montes carecemos de montes, de pastos y de ganadera, ri-quezas abundantsimas y tradicionales en la antigua Espaa que el partido carlista intenta reconstruir y casi resucitar-

    Queremos en el orden internacional:

    La paz con todas las naciones y la alianza ofensiva y de-fensiva con las que convenga.

    Preferir siempre el arbitraje la guerra, cuando sea po-sible, para la decisin de los conflictos internacionales.

    Intimas relaciones comerciales, literarias y hasta polti-cas con nuestras antiguas colonias y con las repblicas his-pano-americanas, hasta.el extremo de formar con ellas, si fuera posible, una especie de confederacin que garantizase la independencia de todas ellas y estrechase los lazos con la antigua metrpoli en provecho de los confederados.

    Nuestra expansin colonial en frica. L a reorganizacin, por ltimo, de nuestro ejrcito de

    mar y tierra n la medida que hagan necesario el honor y defensa de la patria, concilindolo todo con la penuria de nuestro Erar io .

  • III

    C U E S T I N SOCIAL

    Queremos eo el orden soeial:

    Garantidos de la misma manera el capital que el tra-bajo, la propiedad que el salario.

    Regulado ste, no por la proporcin entre la oferta y la demanda, sino por las necesidades de la vida y condicin de los trabajadores que no son mquinas de produccin, sino cristianos y personas, lo mismo que los capitalistas y pro-pietarios.

    Prohibida y perseguida la usura. Prohibido en absoluto el trabajo de la mujer casada y

    del infante fuera de su hogar domstico; prudentemente res-tringido el de la mujer soltera y de los adolescentes en los talleres y fbricas; prohibido para los trabajos subterrneos el empleo de las mujeres y de los nios menores de 1 4 aos; y tolerado en los talleres y fbricas el de los mayores de 1 4 aos, cuando sepan el Catecismo, lectura, escritura y las cuatro operaciones fundamentales de la Aritmtica.

    Fomentada y protegida la pequea industria domstica. Indemnizados en sus personas en las de sus herederos

    los trabajadores que se inutilicen en el ejercicio de sus p r o -fesiones.

  • 4 0

    Sometidas jurados mixtos las cuestiones entre el tra-bajo y el capital.

    Restablecidos los gremios, con sujecin las exigencias modernas.

    Establecido el crdito agrcola, principalmente para los gremios de labradores.

    Devueltos los municipios los bienes, montes y pastos comunales.

    Permitidos los mayorazgos y respetadas las personas ju -rdicas.

    L a cuestin de las cuestiones, la de ms actualidad y porvenir, es la cuestin social. Siempre ha existido y existi-r siempre la lucha entre pobres y ricos, entre el capital y el trabajo; pero en los das que corremos adquiere gra-vedad tan grande que, como el sol las estrellas, invisi-bles mientras aqul alumbra, la cuestin social hace palide-cer y aun ofusca todas las dems cuestiones.

    Para el socialismo aterrador, que se nos viene encima como castigo providencial de las clases burguesas liberales, expoliadoras de la monarqua, del sacerdocio y de la noble-za, refinadamente egostas y metalizadas, no hay ms solu-cin verdad que la cristiana. Premios para los buenos y cas-tigos para los malos en la vida futura, y caridad en los de arriba y resignacin en los de abajo durante la vida presen-te: tal es la solucin nica, equitativa y prctica.

    Pero como no hay fuerza coercitiva que imponga estas verdades y virtudes en el mundo, de aqu los remedios par-ciales arriba apuntados, y la necesidad de volver los ojos, no esas asociaciones internacionales masnicas y anticris-tianas que desprecian la caridad y erigen altares al terror y la fuerza bruta, sino la agremiacin familiar, para que el pez gordo no se coma al chico, abandonado sus individua-les recursos, y la propiedad comunal colectiva que con-trarreste los latifundios y convierta al mayor nmero de hombres en propietarios. H O J A S D E C A T E C I S M O Y H O -G A Z A S D E P A N es la frase que mejor sintetiza el programa carlista en orden la cuestin social.

    Ultima evolucin hasta el presente del principio socialis-

  • 41

    ta es el anarquismo, y como dice el gran pensador y peda-gogo D. Andrs Manjn, el anarquismo, no slo es libera-lismo, sino el hijo ms noble, honrado y consecuente de su padre, el nico que tiene valor para sacar las consecuencias que se encierran en el mal principio que le engendr. Pues siendo la libertad liberalista una facultad superior toda autoridad, el verdadero liberal es anarquista no es liberal, sino un ser mixto de obediencia y rebelda, y los seres her-mafroditas, verdaderos ridculos de la naturaleza, inspiran lstima y repugnancia ( i ) .

    De donde que los liberales no tengan ni puedan tener en su farmacopea medicina alguna para curar la horrible enfermedad del anarquismo, al paso que nosotros, conside-rando cien veces ms delincuente al autor moral que al ma-terial, y burlndonos de la intangibilidad del derecho de emitir malos pensamientos, como lo son las doctrinas anar-quistas, prohibiramos en absoluto las asociaciones y toda clase de propaganda anarquistas, y aplicaramos con mano frrea la penalidad comn lo mismo (y si se quiere mejor) al anarquismo terico que al anarquismo prctico.

    (i) Hojas circunstanciales del Ave Mara, nm. 34.

  • IV

    C U E S T I N M O N R Q U I C A

    Queremos en este orden:

    Monarqua pura, sin mezcla alguna de constitucionalismo parlamentario, cristiana, limitada y legtima, segn la ley s-lica gombeta, en las lneas del Sr. D. Carlos V, abuelo de D. Carlos VII , y con exclusin, cuando se hayan extingui-do, de toda otra rama borbnica, autora cmplice de la revolucin liberal espaola, y del despojo y proscripcin de la rama legtima.

    Espaa necesita, por ltimo, de regeneracin monrqui-ca, porque las monarquas constitucionales al uso, ni son monarquas verdaderas, ni cuadran la tradicional ndole poltica del pueblo espaol. L a frase sacramental de que los estadistas se sirven para significar la naturaleza de la monar-qua constitucional, cuando afirman que en esta clase de gobiernos el Rey reina y no gobierna, no resiste al exa -men ms ligero. Aparte de que es una verdadera sutileza ms que escolstica esta diferencia entre reinar y gobernar, que parece el nudo de la cuestin, en realidad y en la prc-tica el que reina gobierna directa indirectamente, influ-y e de tal manera en la gobernacin del Estado que, si real y verdaderamente reina, hace y deshace gobiernos, y por medio de sus ministros favoritos ejerce todos los poderes

  • 43

    supremos inherentes la verdadera soberana, saber: el legislativo, el ejecutivo y el judicial. E l poder no es fraccio-nable en el orden supremo: es soberano no. Caben limi-taciones cortapisas en el ejercicio de este poder, pero es contradictorio y absurdo ser soberano y subdito la vez; ser soberano, por ejemplo, para entregar el poder este aquel ministerio, y por otro lado ser subdito de las Cortes. Esto es bueno para ideado como ingeniosa combinacin de poderes, pero irrealizable en la prctica, hasta el punto de que con la historia en la mano puede demostrarse que no ha habido ni es posible que haya ms que dos clases de mo-narcas constitucionales: unos que ni reinan, ni gobiernan, ni viven en el trono ms que por obra y gracia de ministros prepotentes que los toman y sostienen como bandera sm-bolo de sus personales ambiciones; y otros que reinan y g o -biernan y hacen cuanto se les antoja, sin ms que tomarse el trabajo de disfrazar su poder personalsimo y absoluto con apariencias constitucionales y democrticas. L o s prime-ros son instrumentos ciegos inconscientes de banderas polticas de espadones afortunados que se deshacen de ellos apenas dejan de servirles; y los segundos, aunque se titulen constitucionales y demcratas, son verdaderos reyes absolutos que ni siquiera tienen la cortapisa de su propia res-ponsabilidad, pues sabida cosa es que en esta clase de gobier-nos nicamente son responsables los ministros, mejor dicho, nadie, porque la responsabilidad nunca se hace efectiva. L a s monarquas constitucionales son, pues, gobiernos persona-les y despticos, repblicas disfrazadas y vergonzantes, en las cuales se inciensa un poco ms al Presidente, se le rodea de ms aparato y se le da tratamiento de majestad.

    Por eso el partido tradicionalista, eminentemente mo-nrquico, quiere rey que reine y gobierne y que sea res-ponsable de sus actos todos: primero ante Dios y su con-ciencia, despus ante la Historia, y por ltimo ante su pue-blo. No para que el pueblo haga efectiva, por s y ante s, dicha responsabilidad, destronndole en virtud del principio de la soberana nacional que nosotros no admitimos, sino para que orillada la utopa de la responsabilidad ministerial, piense el monarca en los deberes altsimos y de trascenden-cia grande que su cargo le impone, y en que el R e y es para el pueblo y no el pueblo para el Rey .

  • 44

    No decimos nosotros, como ciertos monrquicos de ocasin, que la monarqua es consubstancial al pueblo espa-ol, porque muy bien pudiera ste regirse por otra forma cualquiera de gobierno el da que as lo reclamasen de con-suno su propio inters y el patriotismo; pero s afirmamos que la monarqua cristiana es casi tan antigua como Espaa misma, y este hbito quince veces secular que nuestra na-cin tiene de gobernarse monrquica y cristianamente, cons-tituye para Espaa como una segunda naturaleza, que hoy por hoy hace de la institucin monrquica para nosotros algo as como el Sancta Sanctorum de nuestras libertades independencia.

    Por eso, para los tradicionalistas, el R e y no es solamen-te el magistrado supremo de la nacin, el primero de los nobles, el generalsimo de los ejrcitos y la fuente de todo poder poltico, es decir, el nico soberano; es algo ms, es la institucin ms alta inconmovible de la nacin; es el re-presentante de la divina autoridad en la tierra; es el vicario de Dios en orden los poderes profanos; no es Recaredo, ni San Fernando, ni D. Carlos; es lisa y llanamente el Rey; el nico que no muere, porque apenas ha fallecido el que ocu-pa el trono, gritamos: el Rey ha muerto, viva el Rey!; el nico que no firma por su nombre, ni por su nmero, sino que escribe: Yo el Rey ; el nico, en fin, ante el cual doblamos la rodilla, no por su condicin humana, sino por su representacin divina.

    Esta es precisamente la idea que entraa la palabra mo-narqua, gobierno de uno, gobierno, digan lo que quieran los liberales, perfectamente natural y adecuado la condi-cin humana. Un solo Dios en el universo, un solo Papa en la Iglesia, un solo padre en la familia, un solo Rey en el Estado, lo cual no implica la precisin de que este R e y sea un dspota, pues si bien es cierto que todo poder es natu-ralmente absorbente, tambin es verdad que la conciencia y la Religin son las mejores garantas del cumplimiento del deber, y las ms eficaces limitaciones que pueden oponerse las arbitrariedades de los poderes pblicos, lo mismo que las injusticias privadas.

    H e aqu por qu nuestra monarqua, que dista tanto del constitucionalismo como del cesarismo, puede con razn calificarse de cristiana en la esencia y democrtica en la

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    forma, segn frase de un historiador ilustre; de catlica, representativa, fuerista y regionalista, sin que haya en ella la menor sombra de absolutismo, como suponen los que de buena fe, por tener la mala costumbre de no enterarse de nada, con perversa intencin, nos calumnian.

    Todas las formas de gobierno, como tales formas y prescindiendo de los principios que las vivifican, son en s buenas por lo menos indiferentes. Si el partido carlista es monrquico, es, en primer lugar, porque las tradiciones ca-torce veces seculares y las leyes fundamentales de la nacin espaola le imponen este deber; y en segundo.lugar, porque la monarqua cristiana es la que mayores semejanzas tiene con el gobierno natural, en el hogar domstico, del padre de familias, siendo por esto mismo la ms adecuada para hacer la felicidad de las naciones.

    El Rey debe ser el padre, no el padrastro ni el tirano de su pueblo, y necesariamente tiene que serlo en toda monar-qua verdaderamente cristiana. Este es el primero y ms im-portante de los atributos que resplandecen en nuestra mo-narqua. Per me reges regnant, per me principes imperant, leemos en los Sagrados Libros, y precisamente por esto es sagrada la persona del Rey y la Iglesia le ha ungido y coro-nado en otros tiempos, porque manda en nombre de Dios, participando de su poder y ejercindole como representan-te suyo en la tierra, por lo que los negocios temporales respecta. Y cuando el R e y es verdaderamente cristiano, sin abdicar un pice de su soberana, subordina su poder mate-rial al espiritual de la Iglesia y del Romano Pontfice, por la misma y poderosa razn que el cuerpo est supeditado al alma.

    E s adems nuestra monarqua representativa, porque el reino tiene derecho ser odo en Cortes, y sin su aproba-cin no pueden imponerse ni cobrarse recargos en los tri-butos viejos, ni contribuciones nuevas.

    E s fuerista, porque nicamente es reconocido el R e y por Seor de las provincias forales, despus de haber jura-do solemnemente que guardar y har guardar los fueros, exenciones y privilegios de estas afortunadas comarcas.

    E s regionalista federal, en el buen sentido de la pala-bra, porque promete respetar la autonoma administrativa y econmica de los antiguos reinos.

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    Por ltimo, es verdaderamente democrtica en la forma, porque el cristianismo impone la confraternidad de los hom-bres entre s, como hijos todos del mismo Padre celestial que est en los cielos; porque el brazo llano tiene tanta ms representacin que los otros en las Cortes, y porque las franquicias y libertades espaolas siempre han impulsa-do nuestros reyes fraternizar ms con el pueblo que con la nobleza, hasta el punto de obligar los historiadores im-parciales confesar que en Espaa la libertad es antigua y moderno el despotismo.

    E l mismo D. Carlos, conforme en esto con la sentencia de Santo Toms, dice su hermano D. Alfonso en su Carta-Manifiesto: Nosotros, hijos de reyes, reconocamos que no era el pueblo para el Rey , sino el Rey para el pueblo. Y aade: El pueblo espaol, amaestrado por una experiencia dolorosa, desea verdad en todo, y que su R e y sea Rey de veras y no sombra de Rey, y que sean sus Cortes ordenada y pacfica junta de independientes incorruptibles procura-dores de los pueblos, pero no asambleas tumultuosas es-triles de diputados empleados de diputados pretendien-tes, de mayoras serviles y de minoras sediciosas.

    Tales son las convicciones y sentimientos monrquicos del partido tradicionalista, y no me negarn los hombres de buena voluntad que Espaa, la infortunada Espaa, necesi-ta un hombre en el que pueda encarnar, personificndolos, estos ideales. Por eso no encuentro frases ms adecuadas para terminar este trabajo que las siguientes, escritas hace aos por el gran literato y periodista D. Francisco Navarro Villoslada, en su hermoso artculo El hombre'que se nece-sita:

    Queremos un hombre para toda la nacin; no para uno ni dos ni tres partidos; un hombre que mande con justicia, que gobierne con la moral del Evangelio, que administre con el orden y economa de un buen padre de familia.

    Se necesita un hombre que sea hijo de las entraas de la patria, que tenga los sentimientos hidalgos y generosos del pueblo espaol, su ardiente fe, su valor caballeresco, su constancia tradicional.

    Se necesita un hombre que diga al padre de familia: T eres el rey de tu casa; y al Municipio: T eres el rey de tu jurisdiccin; y la Diputacin: T eres la reina de

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    la provincia; y las Cortes: Yo soy el rey. Vengan aqu las clases todas de que se compone mi pueblo; venga el clero, venga la nobleza, venga la milicia, venga el comercio y la industria, y venga la clase ms numerosa y ms necesi-tada de todas, la clase ms pobre, mejor dicho, la clase de los pobres, venga exponer sus quejas, sus necesidades; pero tened entendido que aqu no mandan los sacerdotes, ni los nobles, ni los militares, los abogados, los banqueros, los comerciantes, los industriales, ni los jornaleros; el rey soy yo.

    Yo la Iglesia le dar libertad y proteger su indepen-dencia; yo no nombrar un cannigo ni un cura prroco; yo renunciar mis privilegios en favor de la Iglesia, de quien los he recibido; yo capitalizar las asignaciones concordadas con la Santa Sede, y se las entregar la Iglesia en ttulos de la Deuda; yo dejar en libertad toda comunidad reli-giosa para establecerse donde quiera, cuando quiera y como quiera, con tal de que no pida al Estado ms que amparo y libertad.

    Y o dar libertad y proteccin al comercio, libertad y proteccin la industria, libertad y proteccin la propie-dad, y los pobres el pan del orden, de las economas y del trabajo, que es su verdadera libertad.

    >Abogado, tus pleitos, no busques en los bancos del Congreso la clientela que no has sabido conquistar en el foro; mdico, tus enfermos, no vengas matar con discur-sos polticos los que dudas curar con tus recetas; escritor-zuelo, la escuela, aprende primero lo que te propones en-sear; empleado, tu oficina, la nacin te paga para que la sirvas, no para que medres en los bancos del Parlamento; y trabajar todo el mundo, que la poltica est siendo la trampa de la ley de vagos.

    Yo reducir los empleos la tercera parte de los que hoy se pagan; yo reducir la clase de cesantes con sueldo empleando todos, sin distincin de colores polticos, por orden de antigedad, y manteniendo en su empleo cuan-tos los sirvan con inteligencia y probidad, aunque hayan sido progresistas, moderados republicanos; yo reducir asimismo los presupuestos y os dar el ejemplo de modestia para que gocis el fruto de las economas. Y o pagar las deudas que el liberalismo ha contrado y procurar no con-traerlas ms.

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    Y o me pondr la cabeza del Ejrcito; yo proteger las ciencias, las letras y las artes; yo llamar los sabios mi pas, las letras y las artes mi palacio, los pobres mi mesa.

    Yo lo perdonar todo, lo olvidar todo; quiero ser pa-dre antes que rey: mis brazos se extendern ms pronto para abrazar que para mandar.

    Ese Hombre es el dueo del palacio de Loredn, el Augusto desterrado de Venecia, D. Carlos de Borbn y de Austria-Este, en una palabra.

    Por eso decimos, para concluir, que esa monarqua ha de ser legtima, esto es, segn la