Ponencia colombia humanitaria panel educación en emergencia

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Panel Los retos en la garantía del derecho a la educación en situaciones de emergencia en Colombia. ¿CUÁL PUEDE SER LA RESPUESTA DEL SECTOR EDUCATIVO FRENTE A UNA EMERGENCIA? Aporte del Fondo Nacional de Calamidades –Colombia Humanitaria Noviembre 2011 Como el poeta Camoens, podemos decir: "Después de la procelosa tempestad sombría noche y sibilante viento trae la mañana serena claridad esperanza de puerto y salvación." Efectuar el análisis de la respuesta del país ante la emergencia por la ola invernal, y cuál es exactamente el reto del sector educativo, debe conjugar las propuestas expuestas anteriormente, y construir escenarios a futuro, porque un análisis hoy de la repuesta no puede ser un juicio sino un aprendizaje. El cambio climático es una realidad y nos exige fijar protocolos mucho más complejos y efectivos frente a los fenómenos que se presentarán de manera recurrente. Protocolos de agua potable, de alojamientos temporales, de alimentación, de atención en salud y hospitalarios, de educación, son entre otros, retos que nos quedan por enfrentar y cuya redefinición debería empezar este mismo año, afinando en ellos principios como: Corresponsabilidad: entre gobierno nacional y gobiernos locales, y ciudadanía. Lo que requiere que la nueva ley asigne responsabilidades y recursos precisos a cada instancia. Y de manera concreta y por el tema que nos convoca, la Educación se pregunte por su papel como formadora de una nueva ética ciudadana, una ética planetaria, que más allá de la pregunta por sí mismo, por el otro, se pregunte por “lo otro”, por el mundo circundante, por el territorio que habita, por la responsabilidad con el planeta. Este, que considero el punto central, lo desarrollare más adelante.

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Panel

Los retos en la garantía del derecho a la educación en situaciones de emergencia en Colombia.

¿CUÁL PUEDE SER LA RESPUESTA DEL SECTOR EDUCATIVO FRENTE A UNA EMERGENCIA?

Aporte del Fondo Nacional de Calamidades –Colombia Humanitaria

Noviembre 2011

Como el poeta Camoens, podemos decir:

"Después de la procelosa tempestad sombría noche y sibilante viento trae la mañana serena claridad

esperanza de puerto y salvación." Efectuar el análisis de la respuesta del país ante la emergencia por la ola invernal, y cuál es exactamente el reto del sector educativo, debe conjugar las propuestas expuestas anteriormente, y construir escenarios a futuro, porque un análisis hoy de la repuesta no puede ser un juicio sino un aprendizaje.

El cambio climático es una realidad y nos exige fijar protocolos mucho más complejos y efectivos frente a los fenómenos que se presentarán de manera recurrente. Protocolos de agua potable, de alojamientos temporales, de alimentación, de atención en salud y hospitalarios, de educación, son entre otros, retos que nos quedan por enfrentar y cuya redefinición debería empezar este mismo año, afinando en ellos principios como:

Corresponsabilidad: entre gobierno nacional y gobiernos locales, y ciudadanía. Lo que requiere que la nueva ley asigne responsabilidades y recursos precisos a cada instancia. Y de manera concreta y por el tema que nos convoca, la Educación se pregunte por su papel como formadora de una nueva ética ciudadana, una ética planetaria, que más allá de la pregunta por sí mismo, por el otro, se pregunte por “lo otro”, por el mundo circundante, por el territorio que habita, por la responsabilidad con el planeta. Este, que considero el punto central, lo desarrollare más adelante.

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Pertinencia: respuesta adecuada a las condiciones geográficas, pero sobre todo a las enormes diferencias culturales que marcan y enriquecen este país.

Participación: actuación de común acuerdo con las autoridades locales, con la ciudadanía que se interviene, comunicación oportuna y transparente con los beneficiarios entendiendo que estos no pueden ser solo objetos de intervención sino y ante todo sujetos de interacción.

De estos tres principios queda claro en esta tragedia, que aún queda camino por andar, por concretar, por profundizar. No estaba clara la responsabilidad de los gobiernos locales en la garantía a la educación en emergencia y si lo estuvo, no hubo mecanismos para hacerlos aún más partícipes y responsables. No quedó claro que los protocolos de atención en emergencia tuvieran previstas respuestas adecuadas a los climas, las culturas, la disponibilidad de materiales cercanos. No fue una política extendida o no se cumplió el propósito necesario y democrático de construir respuestas con la comunidad educativa que se atendía, con los gobiernos locales, con la comunidad en general; no se previó una estrategia de comunicación y rendición de cuentas para dar claridad a cada una de las comunidades.

Somos consciente del reto que ha significado para todos enfrentar una tragedia de estas dimensiones, y estamos todos agradecidos con un gobierno que dispuso todos los recursos, humanos, técnicos y económicos para dar la mejor de las respuestas, del ingente esfuerzo de las instancias de gobierno que más allá de sus agendas de gobierno nos hemos jugado sin medida en el restablecimiento de las condiciones de vida y desarrollo, sin embargo, también es necesario decir que en un país que difícilmente acepta la crítica, que se ha acostumbrado a valorar como óptimo el Sistema que ha construido, que muchas veces habla del esfuerzo como el logro, hacer estas observaciones no es fácil, pero las hacemos desde el corazón como parte de ese Sistema y corresponsable con las deudas que aún tenemos. Seguramente estas faltas tienen razón en el tamaño de la emergencia, en la obligación de dar respuesta lo más rápido posible, en la dificultad de tener empresas e insumos previstos con anterioridad, pero es una reflexión obligada que ha de conducirnos a una preparación mucho más rigurosa que esperamos, esté prevista en el desarrollo de la Ley que transforma y enriquece el Sistema Nacional de Prevención y Atención de Desastres. En este caso, con todos los aprendizajes, con el empeño que ha puesto el Ministerio en atender con premura y juicio esta tragedia, con las reflexiones que se han hecho en este arduo camino, tiene ya suficientes insumos para producir muy rápidamente un protocolo, someterlo a revisión de conocedores e implicados y hacer un mapeo de riesgos vs oportunidades, recursos, insumos y modelos.

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Siempre que haya una emergencia aprenderemos y habrá algo más que ajustar, es en ese sentido de una frase que la humanidad ha acuñado y que nos acompaña desde siempre, pero que se interioriza poco: la crisis es una oportunidad. Hagamos de este dolor un saber que mejore la vida de las comunidades en las sucesivas tragedias y de manera especial a la escuela como ese espacio que educa, dando la mejor respuesta a las calamidades, y dando no solo respuesta material, sino procurando que ese proceso de atención deje un saldo pedagógico. Tal vez esa sea la tarea más profunda y transformadora que pueda dejar el sector educativo a la sociedad.

Cuando el orden se trastoca, cuando lo que es habitual deja de serlo, cuando la seguridad que nos ha acompañado se convierte en zozobra, en temor, en pérdidas, hay un espacio en la mente del hombre y en la consciencia colectiva para preguntarse por sí mismo, por los otros, por el entorno que se habita, y esa es una oportunidad que no podemos despreciar. La crisis es una oportunidad si produce una reflexión, si a partir de ella el sujeto se interpela e interpela el orden. Cuantas preguntas podemos hacer a las autoridades por su responsabilidad en los hechos que se evidencian en una tragedia como ésta? Y cuantas pistas para soluciones ciertas arrojan ejemplos como las intervenciones irresponsables de los seres humanos en el Canal del Dique; o la ubicación de miles de ciudadanos en los espacios propios de los ríos; o los efectos de acumulación de basuras en ríos y cañadas? Ahí hay una pregunta por los comportamientos humanos; por las leyes, por las normas, por la obligación de cumplirlas, por los deberes y derechos de una sociedad, por los mecanismos de seguimiento y control que tienen que ser puestos en cuestión. Pasa esta tragedia y aún no nos preguntamos suficientemente por la reconstrucción institucional y legislativa, no solo para el Sistema, sino para todo el Estado.

Y con cuantas preguntas podemos acompañar a una comunidad a hacerse por su lugar en la prevención del riesgo y más que eso, en la construcción de condiciones óptimas para que no existan o se disminuyan los riesgos? Pero por supuesto, no es lo mismo hacerlo cuando el orden impera que cuando el caos conmueve el ser y a la sociedad entera. Hubiéramos querido aprovechar de mejor manera este momento. Aún estamos a tiempo para hacer de la respuesta en emergencia un acto colectivo de reflexión sobre nuestro lugar en el planeta; desde cada intervención física de la reconstrucción, en cada escuela, en cada albergue, en cada puente, pero también desde los medios masivos, en una campaña de reflexión y educación, porque quienes sufren en carne propia los efectos del Fenómeno de la Niña, no son propiamente los más responsables, en la mayoría de los casos son quienes reciben los efectos de intervenciones irresponsables, como la violación de los lineamientos de los POTs o de los PONCAS o su

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inexistencia, del envenenamiento de las aguas, de la transformación de los cauces naturales de los ríos, de la deforestación, de la apropiación de tierras de reserva, etc.

Invitemos al país desde la Educación a encarar con todo el empeño la construcción de una nueva ética, una ética planetaria, que nos permita salvarnos de los efectos de las amenazas naturales y que nos haga respetables ante los otros y ante el mundo, porque avanzamos como comunidad civilizada hacia la preservación de las mejores condiciones de vida para nosotros mismo y para todos nuestro congéneres. Bien decía un gran bibliólogo que es necesario corregir una traducción de la Biblia que dice que “el hombre fue creado para dominar la tierra” y esta expresión inexacta puede habernos llevado a una prevalencia dominante, contraria a la expresión original de “El hombre fue creado para domeñar la tierra”, y aquí domeñar significa domesticar, es decir, crear lazos , como en el Principito, que permitan establecer acuerdos, pactos de convivencia, para que lo humano y lo natural sean fuerzas que apoyan la preservación de la vida.

María Teresa Uribe, muy bien decía que el gran acontecimiento en la vida del niño que va a la escuela, es que ésta le permite introducirse en un nuevo pacto que le permite ser un ser ético, un ciudadano político, consciente de sus deberes y derechos. Y eso es lo que proponemos. Que esta tragedia nos lleve a un nuevo pacto, que bien podría liderar el Ministerio de Educación, desde la Escuela como espacio educador por excelencia, pero también desde esos otros currículos que circulan por la televisión, por la radio, por las redes sociales. Y que atraviesen de manera consciente las actuaciones de otros Ministerio como los de Vivienda, Medio Ambiente, Salud y también Infraestructura, Industria y demás.

Nos hace falta aún entender que la gran reconstrucción pasa por la refundación de la cultura: esas es la gran transformación que nos conmina a hacer el cambio climático. No se trata solo de reconstruir los puentes, las vías, los hospitales y ni siquiera solo las escuelas, hay que reconstruir nuestra relación con el territorio y con el planeta ese es el reto! Y eso solo puede hacerlo la educación y la cultura.

Hemos propuesto como aliento a la gestión que hacemos desde Colombia Humanitaria, el texto de “Cuidado Esencial” que hace Leonardo Boff, fundador de la teología de la Liberación. Para concluir quiero compartir unos apartes de esta reflexión que me tomo la libertad de editar.

Introduce Leonardo Boff su texto con esta frase:

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¿Por quién doblan las campanas? Doblan por el sistema mundial, hoy arrogantemente victorioso, pero enfermo de muerte. Estamos ya en el fin de un tipo de mundo. La humanidad que sobreviva tendrá una nueva ética.

Y dice: De todas formas, vamos al encuentro de un nuevo milenio avergonzados de nosotros mismos, de nuestra voluntad de sometimiento, de ataque y destrucción de los diferentes. Avergonzados por la forma como tratamos a nuestros niños. Avergonzados por como tratamos a nuestros viejos. Y avergonzados por el modo como agredimos sistemáticamente la vida del planeta y al propio planeta, como si no fuese nuestra única casa común. Nos encontramos en el momento de una travesía peligrosa, de un Viernes Santo purificador. Pero no será el fin del mundo. Solamente será el fin de este tipo de mundo, agotado en su capacidad regeneradora y desprovisto de energía reproductora. Seguirá otro. ¿Cómo será? ¿Qué podrá crecer sobre sus ruinas? Por sobre los pantanos oscuros crecen los lirios más blancos. Por sobre las ruinas de las antiguas ciudades mayas crecen los árboles más frondosos. Algo así ocurrirá con la civilización emergente.

Caminamos rumbo a una sociedad mundial, la primera de la humanidad unificada. Todos venimos de un gran exilio, aislados en las culturas regionales y en los límites de estados-naciones. Lentamente estamos regresando a la casa común, la Tierra, y nos descubrimos como familia humana. Pero este fenómeno, acuñado por Pierre Teilhard de Chardin como la emergencia de la noosfera -una única mente y un solo corazón, unidos en la diversidad- no ha entrado todavía en la conciencia colectiva.

Para llegar a este estadio precisamos ultrapasar el paradigma civilizatorio vigente, que atomiza, divide y contrapone, y entrar en el nuevo horizonte de la física cuántica, de la nueva biología, de la cosmología, de la ecología. En una palabra, entrar en las ciencias de la Tierra, que relacionan, incluyen y componen todo con todo. Esta conciencia sólo será hegemónica a partir del desmontaje de lo viejo y de las instituciones que lo sustentan. Entonces podrá surgir, por primera vez, el gestionamiento colectivo de la Tierra y la administración social de las demandas de los pueblos de la Tierra.

Esta óptica funda una nueva ética erigida sobre dos valores fundamentales sin los cuales no se preservará ni la vida ni nuestro esplendoroso planeta azul-blanco: la justa medida y el cuidado esencial.

La justa medida. ¿Qué es la justa medida? Es el equilibrio entre lo más y lo menos. Es lo óptimo relativo. Es la sabiduría de lidiar con los recursos limitados, naturales y culturales, de tal manera que pueda durar lo más posible o puedan

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regenerarse y reproducirse. La sustentabilidad de cada ser o de cualquier ecosistema depende de la justa medida. Es ella la que hace frente a la ley inexorable de la entropía, del desgaste irrefrenable de todas las cosas. Sin la justa medida todo acaba antes y muere más pronto. Con la justa medida todo se prolonga y vive más largamente.

El segundo valor ético fundador de un futuro común para la Tierra y para la humanidad será el cuidado esencial. Cuidar significa entretejer una relación amorosa con la realidad y con cada ser de la creación. Es investir corazón, afecto y subjetividad de esta sensibilidad. Las cosas son más que cosas que podemos usar. Son valores que podemos apreciar, son símbolos que podemos descifrar. Cuidar significa implicarse con las personas y las cosas, darles atención, colocarse junto a ellas, sentirlas dentro del corazón, entrar en comunión con ellas, valorizarlas y comprenderlas en su interioridad. Todo lo que cuidamos es lo que amamos. Y todo lo que amamos lo cuidamos. Por el hecho de ligarnos afectivamente con las personas y las cosas nos preocupamos de ellas y sentimos responsabilidad por ellas.

Bien enseñaban los antiguos lo que fue repetido por uno de los mayores filósofos modernos, Martin Heidegger: la esencia del ser humano reside en el cuidado. Si el ser humano no demuestra cuidado desde su nacimiento hasta la muerte, se desestructurará, se debilitará y acabará muriendo. Más que pensar, amar y criar, el ser humano precisa saber cuidar, condición para todas sus demás expresiones. El cuidado funda el ethos mínimo de la humanidad. El cuidado es la actitud ética adecuada para con la naturaleza y para con la morada común, la Tierra. El cuidado salvará el amor, la vida, la convivencia social y la Tierra. El nuevo milenio solamente será inaugurado cuando triunfe la ética del cuidado esencial.

Proponemos entonces que en esta emergencia permanente que vive en planeta, en este estado de vulnerabilidad de nuestro país, el Ministerio de Educación valorice en la esencia misma de su misión, la construcción de un nuevo sujeto ético y de una nueva sociedad responsable de su cuidado, del cuidado del otro, del cuidado de lo otro, es decir, del cuidado esencial.