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PONENCIA
La economía solidaria e inclusiva: propuesta sobre un cambio de
mentalidad y de actitudes
+ Luis Antonio G. Card. Tagle
No puedo comenzar mi conferencia sino llevándoos los más afectuosos saludos
desde Filipinas y la Archidiócesis de Manila. Debo en primer lugar dar las gracias al
Padre Vicente Altaba, Delegado Episcopal de Cáritas Española, por haberme invitado a
compartir con vosotros algunas reflexiones y experiencias durante estas Jornadas de
Teología sobre la Caridad. El tema central durante estos días de estudio, “la economía
solidaria e inclusiva”, no requiere de nosotros sólo una investigación sincera y detallada,
sino también una acción urgente. No exagero un ápice cuando hablo de ‘detallada’,
‘sincera’ y ‘urgente’. Mi propia experiencia como pastor en Filipinas y como Presidente
de Caritas Internationalis me fuerza a animaros a ir en busca de un análisis riguroso y una
acción decidida y valiente.
Mi tarea consiste en ofrecer algunas propuestas en torno a un muy necesario
cambio de mentalidad y actitud si lo que queremos es promover un crecimiento
económico que sea inclusivo. Puesto que se cumple este año el quincuagésimo
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aniversario de la publicación de la encíclica Populorum Progressio, debemos oír las
palabras del Papa Pablo VI recordándonos que el Evangelio y el Concilio Vaticano
Segundo obligan a la Iglesia a trabajar en pro del desarrollo integral de cada ser humano,
de todos los seres humanos, de cada nación y de toda la familia humana. El desarrollo
económico debe ir de la mano del desarrollo de los aspectos social, cultural, educacional,
espiritual, moral y relacional de la vida, para que el desarrollo humano sea íntegro y
auténtico.
Confrontados con las consecuencias de una economía que excluye a personas de
este crecimiento, afirmamos la necesidad de renovar mentalidades y actitudes. Pero
también aprendemos de la teoría social que una estructura social renovada es necesaria
para permitir que florezcan mentalidades y actitudes transformadas. El padre John
Carroll, S.J, un sociólogo jesuita estadounidense que trabajó en Filipinas durante casi
setenta años, solía decir que los valores son importantes en la sociedad, pero que esos
valores tenían que ser apoyados por algún poder o autoridad, no para derribar las
estructuras sociales dominantes, sino con el objetivo de crear espacios para esos valores.
La autoridad, en el sentido más amplio del término, recae en todos aquellos sectores de la
sociedad a los que se les pide que usen su poder dentro de un marco de valores.
“Aquellos que están en la cúspide de la pirámide tomarán probablemente de manera más
seria el punto de vista de los que están debajo cuando sientan que la pirámide empieza a
temblar por abajo.” Reflexionando sobre el cambio social en Filipinas, el padre Carroll
afirmó que “la estrategia debe ser exigente. Requiere de la élite una respuesta creativa
que comportará inevitablemente una pérdida parcial de su poder y su riqueza, y requiere
igualmente de las clases medias que tomen definitivamente partida por los pobres para
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obtener un cambio estructural genuino, un cambio que también les supondrá algún coste.
Exige de los medios de comunicación y de las iglesias que manifiesten claramente los
problemas morales básicos a los que se enfrenta la nación: acerca de la dignidad humana
y la necesidad de salvaguardarla en el proceso del cambio sociopolítico y el desarrollo
económico; acerca de los derechos humanos, incluyendo el derecho a organizarse, a
participar en la toma de decisiones, y a disentir; acerca de la necesidad no sólo de una
vuelta del estado de derecho y de la integridad en las esferas pública y privada de la vida,
sino también de una distribución más equitativa de poder y riqueza en la sociedad
[filipina] y de los cambios estructurales que conllevan; acerca de la autonomía nacional
en sus relaciones con poderes extranjeros” (Engaging Society, 2006, p. 12). No soy y no
pretendo ser un experto en este asunto, pero compartiré algunos de mis pensamientos.
Pido vuestra benevolencia si no logro hacer justicia a la complejidad y la profundidad del
problema.
La necesidad de ser conmovido por las desigualdades: encuentros personales con
informaciones y seres humanos.
Para que un cambio tome lugar en la mentalidad y en las actitudes hacia a un
crecimiento económico que sea socialmente más inclusivo, una experiencia de impacto y
conmoción podría ser útil, si no necesaria. Manteniendo una mente abierta y un respecto
básico hacia los seres humanos, vayamos al encuentro de estadísticas que exponen las
desigualdades en el mundo. Podrían provocar terremotos en la zona de confort de cada
uno de nosotros. Agencias de información filipinas informaron el 17 de enero del 2017, la
víspera del Foro Económico Internacional en Davos, Suiza, los sorprendentes hallazgos
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de un estudio llevado a cabo por Oxfam, una organización que lucha contra la pobreza.
Revelaba que en el año 2016 ocho personas en el mundo eran tan ricas como la mitad de
la población mundial o 3.600 millones de personas. Este dato llevó al director ejecutivo
de Oxfam a comentar que era “obsceno que tanta riqueza estuviera en las manos de unos
pocos cuando una de cada diez personas sobrevive con menos de dos dólares al día”. Pero
lo más preocupante fue que cuando nos dimos cuenta de que al año anterior, 62 personas
eran tan ricas como la mitad del mundo: ahora son sólo ocho. No negamos que la
personas más exitosas del planeta sean emprendedores, creativas, trabajadores y
‘afortunadas’. Pero lo que nos perturba y debería perturbarnos es la idea de que esa
riqueza generada con la ayuda de tantísimas personas no es distribuida justamente.
Debemos desconcertarnos. Tenemos que hacer preguntas. Necesitamos igualmente
examinarnos y ver si participamos en este sistema a través de la participación activa o la
más pura indiferencia.
Si un encuentro con datos que son el resultado de una investigación científica ya
es capaz de inquietar nuestra mente y nuestra conciencia, cuánto más poderosa será
nuestra intranquilidad cuando nos encontremos al pobre en persona, especialmente
aquellos que son emprendedores, creativos, trabajadores, pero bastante ‘desafortunados’.
Enfrentados al rostro de la pobreza humana, nos preguntamos si esta condición es
simplemente el producto de la suerte o de la cultura, de un sistema que no da al
marginado acceso al crecimiento. Hemos percibido durante encuentros personales con los
pobres que el asunto de la pobreza o el crecimiento no es un asunto de estadísticas o
números: son seres humanos, no números. Son personas con sueños, sentimientos y
dignidad. Podría ser yo, o mis padres, o mis hermanos, o mis amigos. El impacto
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provocado por encuentros personales podría causar grietas en nuestras bien preservadas
mentalidades y actitudes si permitimos que toque nuestro corazón. Ver las heridas de
personas pobres obliga a que nos enfrentemos a una elección: ¿los ignoraré o me pararé,
me acercaré y les llevaré una cura como el Buen Samaritano? La conmoción en nuestro
corazón se hace más grande cuando vivimos el contraste entre el espléndido estilo de vida
de los privilegiados y las deshumanizantes dificultades de los desfavorecidos. Ningún
gran discurso o charla podría producir una transformación tan profunda y duradera en
mentalidad y actitud. Debemos al encuentro de la gente pobre que sufre, ser parte de sus
historias y permitir que sus historias sean parte de las nuestras. El Papa Francisco dice:
“en general, hay poca cosa en el modo en que se crea conciencia de los problemas que
afectan especialmente a los excluidos… Esto se debe en parte a que muchos
profesionales, creadores de opinión, medios de comunicación y centros de poder,
localizados en ricas áreas urbanas, están demasiado lejos de los pobres y tienen poco
contacto con sus problemas. Esta falta de contacto físico y de encuentro puede llevar a
una ceguera de conciencia y análisis tendenciosos que desatienden a gran parte de la
sociedad” (Laudatio si 49). Debo añadir que cuando nos hallamos junto a los pobres, no
deberíamos hacerlo desde una posición de superioridad o fuerza. Debemos venir como
prójimos que tienen la voluntad de aprender valiosas lecciones de ellos. Los pobres son
capaces de enseñarnos valores de los que el sistema dominante carece.
He leído informes y he visto vídeos de refugiados escapando de países arrasados
por conflictos, y he oído también testimonios de supervivientes de desastres naturales.
Pero cuando me he encontrado con refugiados en Grecia, Líbano, Canadá y Alemania,
mis prioridades fueron puestas en duda. Para muchos de los refugiados que conocí en
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Grecia, las únicas posesiones que podían llevar eran las ropas que tenían en ese momento
en sus cuerpos y lo más precioso para ellos: sus familias. Pero nunca olvidaré al joven
muchacho que estaba de pie en la larga cola porque estaba solo: un menor sin compañía
alguna. Después de darle algo de comida, empecé a conversar con él y supe que venía de
Siria. Le pregunté dónde estaban sus padres, y me respondió con los ojos fijamente
puestos en mí que en Siria. Entonces le pregunté por qué estaba solo y por qué no habían
viajado con él. Con el poco inglés que pudo chapurrear, me respondió que los padres le
dijeron “vete, vete…” Siempre que me acuerdo de nuestro encuentro rezo por él, pero
siempre me siento preocupado: ¿dónde estará ahora? ¿Estará bien? ¿Estarán sus padres
todavía vivos? ¿Se reunirá algún día su familia? Él y otros refugiados me han forzado a
revisar mis prioridades. Lo que solía considerar una ganancia, parece ahora insignificante
frente a su sufrimiento y su necesidad.
Autocrítica
Así como el análisis social es un instrumento indispensable para rastrear las
transformaciones sociales, el auto-análisis lo es para la transformación personal. San
Ignacio de Loyola dió una importancia crucial al examen regular de conciencia para el
progreso de uno mismo. Ante Dios, que lee nuestro corazón, nos deshacemos de todas las
ilusiones creadas por el orgullo, el interés propio y la autosuficiencia, las cuales hacen
que nos olvidemos de nuestro prójimo. Permítanme ilustrar esto en dos áreas:
El padre John Francis Kavanaugh, SJ, ha escrito obras perspicaces, entre ellas
Following Christ in a Consumer Society [Seguir a Cristo en una Sociedad de
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Consumidores] (1981), donde nos invita a preguntarnos si nuestra mentalidad o nuestra
visión del mundo ha sido modelada por un formulario personal o un formulario de
productos. El formulario personal da primacía a la persona de Jesús y a los seres
humanos. El formulario de productos me hace ver objetos y cosas en todo, incluidos los
seres humanos. La cuestión fundamental es, ¿a quién o qué adoramos? ¿quién o qué es mi
salvador? Si el dinero, el trabajo duro y una buena vida son nuestra salvación, entonces
estaríamos dispuestos cualquier cosa o a cualquier persona para alcanzar este tipo de
salvación. En el proceso, puede que no dude ni siquiera en sacrificar vidas humanas para
servir a los ídolos o los falsos dioses que he elegido adorar. Pero si Jesús es mi Salvador,
una vida simple no me haría ansioso puesto que he depositado toda mi confianza en Él.
Puedo gozosamente compartir mis bienes con otra gente en el espíritu de justicia y
compasión.
Otra área de autoexamen se refiere a nuestra actitud con respecto a la riqueza y su
relación con la dignidad humana. El doctor Justin Welby, Arzobispo de Canterbury, en su
artículo “Does inequality matter?” [¿Importa la desigualdad?] (2016) comparte algunos
comentarios muy lúcidos. Enfatiza que la igualdad es un don de la creación que viene a
ser el fundamento de la igualdad ante la ley, de la voz en la plaza pública y en rectitud.
Comenta perceptivamente que en la Escritura Hebrea, la riqueza es en efecto una señal de
la bendición de Dios, no un modo de distinguir la importancia de uno frente a otro. Los
ricos son tan nómadas como el resto. El Jubileo hace añicos la ilusión de que la riqueza es
para siempre y de que la acumulación de tierra y esclavos eleva a uno por encima de las
otras personas. Y él añade: “el mandato bíblico no va contra toda la riqueza personal…
Existe un respeto y un sentido de las bendiciones de Dios para que aquellos que crean
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riqueza por el bien común. Pero hay un mandato bíblico contra la sistemática e indefinida
acumulación en sociedades gravemente desiguales. Siempre lleva al abuso, incluso si
cada persona rica es generosa, porque las asimetrías de poder implican que la asignación
de riqueza se vuelve una cuestión de paternalismo, no un asunto básico de justicia”. El
arzobispo nos recuerda que podríamos estar corrompidos por un sentido deformado de la
importancia propia, determinada por la cantidad de posesiones que uno tuviera. Por ende,
miraríamos con desprecio a personas que tuvieran menos o que no tuvieran ninguna
riqueza de la que alardear. Necesitamos establecer límites. Una incesante acumulación de
riqueza nos conduciría a elegir aquello que sirviese a nuestro propio interés en vez del
bien común. Sólo en humildad podemos confrontar y domesticar nuestros deseos e
inclinaciones.
La directora de una escuela elemental me narró la historia de una conversión. Citó
en su oficina a una mujer que tenía a dos hijos estudiando en la escuela. Ambos
estudiantes habían excedido el número de ausencias permitido. Esto significaba la
expulsión de la escuela. La mujer confesó que conocía las ausencias de sus hijos, y esto
enfureció a la directora y la acusó de ser una madre irresponsable. Por culpa de su
dejadez, los dos hijos tendrían que abandonar la escuela. La madre aceptó el veredicto
con resignación. Cuando la directora le exigió una explicación a su negligencia, la madre
respondió: “mis hijos sólo tienen un par de zapatos. Cuando uno se los pone para venir a
la escuela, el otro debe quedarse en casa. Es una regla de la escuela mandar a casa a
aquellos que no tienen zapatos, pero no podemos cumplir. Lo siento.” La directora se
quedó callada y empezó a llorar avergonzada por haber sido tan dura. En toda su vida
nunca había tenido problemas con los zapatos. De hecho, su mayor problema cada día era
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pensar qué par de zapatos quedaría mejor con su ropa. Aquel encuentro personal con una
familia que era tan pobre que sus hijos debían alternarse para compartir los zapatos hizo
que cambiara el estilo de vida y los gustos de la directora, quien ordenó que una revisión
de las reglas de la escuela para ver si había más que discriminaran a los pobres.
Crítica de la(s) cultura(s)
Existen varias definiciones de cultura. Para nuestro propósito, podemos usar la
acuñada por el padre Joan Carrera y Carrera, SJ: La cultura es todo “el conjunto de
formas de sentir, actuar, pensar, que son compartidas por una sociedad y que permiten la
supervivencia, proporcionan identidad y pertenencia y dotan de sentido a los miembros
del grupo” (The Revolution of Everyday: Christianity, Capitalism and Post-Modernity)
[La revolución de cada día: Cristiandad, Capitalismo y Posmodernidad]. La Iglesia
involucra a las varias culturas del mundo en un diálogo para que el Evangelio y sus
valores puedan servir como una levadura en la transformación cultural, especialmente en
la crítica de la cultura del individualismo. James Sweeney, CP, afirma que la cultura
predominante “toma la actitud de laissez-faire según la cual el individuo es el rey
supremo y los individuos pueden cuidar de sí mismos” (Faith in Culture) [Fe en la
Cultura]. Los individuos no necesitan a nadie más. Cada uno debe cuidar de sí mismo. Si
eres pobre, no debes sino culparte a ti mismo. Si eres pobre, levántate solo. El
individualismo ha adquirido formas sociales en el etnocentrismo, la xenofobia
nacionalista, la intolerancia racial y religiosa, la discriminación, el recurso al chivo
expiatorio y la estigmatización del que es diferente de nosotros, como el emigrante, el
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extranjero y la minoría. (Kristine Suna-Koro, The Sign of Unity and the Bond of Charity
[La señal de unidad y el lazo de caridad]; Fr. David Izuzquiza, SJ, Breaking Bread: Notes
for a Political Theology of Migration [Al partir el pan: Notas para una teología política
de las migraciones]. La cultura del individualismo es una de las causas de la desaparición
de personas humanas de nuestra visión del mundo y de nuestra conciencia.
Una visión del mundo cristiana puede proveernos de algunos criterios para
evaluar y renovar la cultura. Primero, podemos recuperar la visión de la vida como un
don y restaurar un sentido de gratitud que es en gran medida ignorado en una filosofía de
vida consumista, pragmática y utilitarista. Toda gira en torno a la consecución de logros
personales. Nada es recibido: todo es logrado. Nadie merece agradecimiento alguno,
excepto uno mismo. Segundo, podemos reafirmar nuestra fe en Dios el Creador y nuestro
papel como gestores de los bienes de la tierra. Los seres humanos frecuentemente
pretenden ser creadores y propietarios de la tierra. El olvido del verdadero Creador y
nuestra gestión llevan al mal uso y al abuso de la ecología medioambiental y humana
(Laudatio si). Tercero, necesitamos ir vigorosamente en busca de un bien común. La
actividad económica como un motor para generar riqueza debe ir a la par con la justicia
distributiva para que toda la familia humana se pueda beneficiar de los bienes de la tierra.
Permítanme terminar con unas pocas palabras acerca de la transformación de la
cultura del mundo de los negocios. Si negocio significa promoción del crecimiento
inclusivo, su cultura debe ser también purificada. Propongo algunas cuestiones para
realizar un examen de conciencia:
1. ¿Están los pobres incluidos o son mencionados como parte de la misión del
negocio?
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2. ¿Son los pobres tenidos en cuenta dentro de los objetivos y los planes del
negocio? ¿De qué manera están presentes? ¿Cómo socios, como consumidores
o como mercancías?
3. ¿Es el desarrollo integral de los pobres un factor a la hora de decidir los ítems
o artículos que se van a producir o los servicios que se van a ofrecer?
4. ¿Son los pobres consultados en el tipo de desarrollo que desean? ¿O son los
tecnócratas los que imponen su modelo de desarrollo a gente que conoce sus
necesidades y tiene conocimiento suficiente para responder a ellos?
5. ¿Es nuestra responsabilidad social corporativa meramente un apéndice de la
vida corporativa? ¿Está todo nuestro negocio conducido como un acto
integrado de responsabilidad social?
6. ¿Hay en nuestras oficinas y establecimientos personal y administradores con
formación para tratar con los pobres de una manera respetuosa y digna? ¿Nos
conducimos en el trabajo de una manera justa con aquellos empleados en los
escalafones más bajos?
Mi historia final ilustra cómo los pobres podrían ser los agentes de una nueva
cultura en los negocios. Un día fui con un amigo en su coche a visitar un lugar en Metro-
Manila. En una de las carreteras paramos delante del semáforo, que estaba en rojo.
Inmediatamente empezaron a aparecer desde la acera vendedores con flores, galletas,
caramelos, etcétera. Nuestro conductor indicó a los vendedores que no queríamos
comprar nada y éstos se fueron a los coches que estaban detrás. De repente, uno de ellos
que vendía barquillos volvió corriendo a nuestro coche y empezó a saludarme con las
manos mientras decía “¡Cardenal! ¡Cardenal!”. El conductor y mi amigo le indicaron
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respetuosamente que nos queríamos comprar nada. Pero el vendedor continuó
llamándome y ofreciendo los barquillos. Sin pedir permiso al dueño del coche, bajé la
ventanilla y saludé al hombre. Nuestro conductor volvió a decirle que no queríamos nada,
pero el vendedor dijo: “No lo estoy vendiendo. Se lo quiero a dar al cardenal como un
regalo”. Este pobre hombre, que necesitaba cada céntimo para vivir, estaba dispuesto a
renunciar al beneficio para dar a su obispo un sencillo regalo. Era el día de San Valentín,
y sus barquillos fueron el único regalo que recibí en todo aquel día. Un nuevo orden
económico irrumpió ante a mis ojos, exhibiendo el inmenso poder de los valores que los
pobres guardan como su tesoro.