Por qué volví a la fe - Cristianisme i Justicia · Un poco a la manera como se puede hablar en...

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POR QUÉ VOLVÍ A LA FE CUATRO TESTIMONIOS 1. DIOS ME BUSCABA ..................................................................................................... 2. UNA DESPEDIDA INTERRUMPIDA ............................................................................. 3. LA INTRIGA DE DIOS INSTALADA EN MI CORAZÓN ............................................ 4. HISTORIA DE UNA SEDUCCIÓN ................................................................................. PARA REFLEXIONAR ........................................................................................................... 31 23 17 11 3

Transcript of Por qué volví a la fe - Cristianisme i Justicia · Un poco a la manera como se puede hablar en...

POR QUÉ VOLVÍ A LA FECUATRO TESTIMONIOS

1. DIOS ME BUSCABA .....................................................................................................

2. UNA DESPEDIDA INTERRUMPIDA .............................................................................

3. LA INTRIGA DE DIOS INSTALADA EN MI CORAZÓN ............................................

4. HISTORIA DE UNA SEDUCCIÓN .................................................................................

PARA REFLEXIONAR ........................................................................................................... 31

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INTERNET: www.fespinal.com • Dibujo de la portada: Roger Torres Aguiló • Edita CRISTIA-NISME I JUSTÍCIA • R. de Llúria, 13 - 08010 Barcelona • tel: 93 317 23 38 • fax: 93 31710 94 • [email protected] • Imprime: Edicions Rondas, S.L. • ISSN: 0214-6509 • ISBN: 84-9730-207-9 • Depósito legal: B-53.647-08. Febrero 2009. La Fundación Lluís Espinal le comunica que sus datos proceden de nuestro archivo histórico perteneciente a nues-tro fichero de nombre BDGACIJ inscrito con el código 2061280639. Para ejercitar los derechos de acceso, rectifica-ción, cancelación y oposición pueden dirigirse a la calle Roger de Llúria, 13 de Barcelona.

En el prólogo de un libro que publicamos recientemente (AA.VV.,¿Qué creo? ¿Cómo creo? ¿Por qué creo?, CiJ, 2008) intentamos hacerun breve análisis de lo que ha sido la veloz caída de la fe en la Españanacional católica, y de los diversos caminos por donde ha ido llevandoa sus protagonistas. Decíamos allí que en algunos casos se ha dadoun retorno a la fe, y anunciábamos dedicar un cuaderno a testimoniosde esa "vuelta a la fe".

Se trata sólo de testimonios que quisieran ser escuchados con res-peto, pero que no pretenden hacer proselitismo. Sabemos demasiadocuán inescrutables son los caminos de Dios y cuánta bondad va cua-jando en cada una de estas búsquedas, dolientes a veces, pero másllenas de Dios de lo que quizá piensan sus mismos protagonistas.

Léanse, pues, como textos ajenos a toda polémica que sólo piden untiempo sereno de escucha. Constatemos su diversidad y agradezca-mos a las autoras y al autor su valentía.

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1. DIOS ME BUSCABA

Me llamo Laura. Nací en Barcelona, en el barrio del Valle de Hebrón,y fui a una escuela de Horta: las Dominicas. Era una escuela de niñas,pero la exclusividad femenina acabó en octavo de básica; a partir delprimero de BUP entraron ya los chicos.

En la escuela aprendí religión y me hablaron de Jesús, pero de unamanera, digamos, “histórica”: como de alguien que vivió hace dos milaños, hizo una serie de cosas (milagros), murió crucificado y resucitó.Un poco a la manera como se puede hablar en historia de Napoleón.Por otro lado, la religiosidad que yo recibí era la de ritos y celebracio-nes, sin que nadie me enseñara nunca a orar y a dirigirme a Dios, aJesús o al Espíritu Santo. Por lo que se refiere a este último nuncacomprendí exactamente qué papel jugaba en el asunto. Tal como enaquel momento correspondía, a los siete u ocho años me preparé parala Primera Comunión, de la cual recuerdo sobre todo el momento de laconfesión (¡qué esfuerzos por encontrarme pecados!) y los nervios deldía.

Más o menos a los once o doce años co-mencé a ir al esplai Turons. Al principioteníamos un local en el barrio de LesCorts, y luego nos trasladamos al deSants. Era un agrupamiento escolta lai-co y muy catalanista, del que pude sa-car muchísimas cosas, lo que hoy lla-maríamos “valores”: la amistad tantodentro del grupo como en la relación in-dividual, el amor a la naturaleza, el es-fuerzo, la estima por el país, el respetoa la montaña... También pude alcanzarunas vivencias y unas experiencias per-sonales que no he encontrado nuncamás en otros ámbitos de mi vida.

Permanecí en el grupo hasta los veinteaños, incluyendo dos años como moni-tora.

En el decurso de este tiempo la prác-tica de las celebraciones religiosas –bá-sicamente ir a misa los domingos– fuedisminuyendo hasta desaparecer. Nofue por una decisión que yo tomaraconscientemente, sino más bien por lainercia de algo que deja de tener algúnsentido y que finalmente cae por su pro-pio peso. Yo nunca sentí que tuviera fe,ni tampoco la pedía. Nunca encontré enmi entorno (ni en la familia ni en los

Laura (Barcelona)

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amigos) una fe vivida; así que, a medi-da que fui creciendo, cuando dejé el co-legio de monjas y comencé a escogermis diversiones, mis grupos de amigosy mis compromisos, el cristianismoquedó simplemente fuera de mi hori-zonte.

A los 18 años empecé la carrera deDerecho en la Universidad de Barcelo-na. Para mí fue un shock muy impor-tante, y prácticamente me llevó todo elprimer año de carrera acostumbrarme aél. El impacto provenía básicamente dedos factores: en primer lugar, la libertadde que empecé a gozar, por el hecho deque nadie me conocía ni supiera nada delo que hacía o dejaba de hacer; y, en se-gundo lugar, encontrarme con gente tandistinta de la del entorno en el que has-ta entonces había vivido. Durante esosaños, y con algunas de las personas queconocí en la Facultad, entré en contactopor primera vez con el mundo de lasdrogas, no porque me atrajera, sino por-que era algo que tenía relativamente amano en mi entorno. De repente, los po-rros y otras sustancias, antes totalmentedesconocidas, se hicieron cotidianos.Con todo, mi relación personal con lasdrogas no tiene demasiada trascenden-cia ni historia: la primera vez que quiseprobar un porro, a las tres caladas me caíredonda al suelo.

Fueron los años del descubrimientode las discotecas y de la noche en gene-ral. De bailar hasta altas horas de la ma-drugada. Me gustaba muchísimo bailar,y de hecho todavía me gusta; y, además,lo hago bien. Son los años, también, enlos que descubro que gusto a los chicosy que dondequiera que vaya siempre en-amoro a alguno. Esto hace que me sien-

ta importante, pero también, muchas ve-ces, me incomoda. Son los años en que,con un grupo de amigos, nos gusta ir alas fiestas mayores importantes de lospueblos de Cataluña: las ferias deGirona, el Mercat de música viva deVic, la Fira del Teatre de Tàrrega, la fies-ta mayor de La Bisbal, etcétera. Y sontambién los años del nacimiento y laapoteosis del rock catalán.

La religión, la fe, creer o no creer enDios son cosas que no entran en mi vi-da; y si me hago preguntas, siempre sonen el nivel teórico, racional, nunca co-mo vivencia, ya que no hay nadie en mientorno que tenga experiencia de estascosas. Los amigos, cuando tienen pa-dres creyentes, siempre se refieren a elloen un tono crítico y despectivo. Por loque a mí se refiere, aunque siempre meproduce un gran respeto todo lo refe-rente a Dios (recuerdo que decía: yo nosé si existe o no, pero aunque no lo séme inclino a decir que sí), también ten-go de ello una imagen como de algo“pasado de moda” y, sobre todo, ni meplanteo que sea algo que pueda tenerque ver con mi vida.

La verdad es que recuerdo esos añoscomo muy hermosos: los años de misprimeras experiencias de muchas cosas.Para algunas estaba preparada; paraotras, no. Unos años muy intensos, yaque a menudo pensaba o sentía que to-do lo que me iba encontrando en el ca-mino era más duro y más inhóspito delo que había imaginado.

No tenía nada que ver con el mundoen el que me había educado y había cre-cido, y a menudo me sentía desbordadapor lo que iba descubriendo y me toca-ba vivir.

Pero durante todos estos años hay al-go en mi vida que no funciona bien: misrelaciones sentimentales. Aparentemen-te tengo todo lo que se requiere para“triunfar”: soy una chica alegre, atracti-va, bailo bien, soy desenvuelta en misrelaciones personales. En realidad co-nozco a algunos chicos que, aun sin pro-fundizar en nuestro trato, me proponenrelaciones que podríamos llamar “se-rias”; pero hay algo que me aleja deellos. Hay una contradicción, ya que,aunque deseo la relación, la rechazocuando se me presenta. Y esto hace queme sienta insegura de mí misma.

A los 27 años empiezo una relaciónmuy importante. Es la primera vez quetengo conciencia de haberme enamora-do; pero, al cabo de unos nueve mesesacabará en una ruptura cuyas conse-cuencias arrastraré durante mucho tiem-po y marcarán los años siguientes deuna manera decisiva. A mi inseguridadanterior se añadía ahora este fracaso.También me acompaña una sensaciónde pérdida, de no saber “vivir”, de nosaber qué es lo que he de hacer con mivida y, sobre todo, de no conseguir serfeliz ni saber por donde tirar para con-seguirlo. No se trataba de una depre-sión, era más bien una inquietud vitalque, a veces, se traducía en un senti-miento de culpa, de recriminación de mímisma, por no saber hacer las cosas bienhechas o, simplemente, por ser de unamanera determinada o tener un carácterfuerte.

Junto a esto tenía un fuerte deseo dealcanzar la felicidad, de encontrar sen-tido a mi vida y de sentirme más a gus-to y conforme conmigo misma. Asípues, aconsejada por un familiar, inicié

una terapia llamada sofrología que, du-rante algun tiempo, me fue muy bien.Incluso me sentía eufórica. A la vez em-pecé a conocer un poco el reiki a travésde libros que me recomendaron amigaso conocidas, y entré en el mundo de lasenergías. Con todo, nunca me acabó deinteresar demasiado, ya que siempre mepreguntaba «quién era aquella personapara escribir aquellas cosas, o quien eraaquél para decirme tal cosa». Todo es-to, por desgracia, me distrae o capta poralgun tiempo mi atención; pero luegovuelvo a sentirme igualmente tan perdi-da, insegura y culpable como antes.

Así pues, después de algunos años,siento que me sigue acompañando mitristeza y el sentimiento de no saber ha-cia donde he de mirar para entablar unavida feliz; y, además, siento como ungran vacío interior, un vacío que hastapercibo físicamente. Recuerdo que a ve-ces pensaba que si me hicieran una ra-diografía entre los pechos y el ombligosaldría que allí no había nada, como unvacío dolorosísimo.

Entonces comienzo a pensar dentrode mí misma: «¿Y si lo que te pasa esque no tienes a Dios en tu vida? ¿Y siresulta que lo que tú necesitas esDios?». Son preguntas que me planteocomo en última instancia: nunca hastaaquel momento había pensado que pu-diera existir un Dios que de alguna ma-nera pudiera actuar en mi vida. Pero,más allá de esas preguntas, no sé pordonde he de empezar en la búsqueda. Sialgo tengo claro es que buscaré en elcristianismo por dos razones: no me veocon ánimos para comenzar a informar-me sobre todas las religiones; y, por otrolado, tengo conciencia de que mi for-

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mación y mi cultura son cristianas y deque, por tanto, lo que aquí pueda hallarlo sentiré como más cercano que lo decualquier otra religión.

Sí, esto lo tengo claro pero lo demástodo son dudas, miedos y prejuicios. Meda miedo acercarme a una Iglesia llenade gente mayor, carca y beata. Me damiedo no tener un grupo de amigos “en-rollados” y de vanguardia. Me da mie-do que quieran cambiarme mi manerade vestir, y que dondequiera que vayadeba ponerme esas faldas largas, cami-sas cerradas hasta el cuello y ropa ancha(soy presumida... ¿qué le vamos a ha-cer?). Me da miedo encontrarme conmoralistas que me hagan sentir más cul-pable de lo que ya me siento. Y tam-bién... tengo mis dudas acerca de que re-almente creer en Dios pueda cambiar lavida de una persona, en el sentido de queuna cosa es creer en Dios y otra el día adía que toca vivir.

Ahora bien, todo mi entorno es lai-co, y no me puedo dirigir a ningún ami-go que me pueda ayudar. Pero tengo unatía, Lluïsa, (una de las hermanas de mimadre) que es persona creyente, y lo esde una manera que a mí siempre me hallamado la atención: se ve en su mane-ra de vivir que es una persona de fe. Asípues, una noche voy a cenar a su casa.Cuando ya todo el mundo se había ido,me dirijo a ella y, medio avergonzada,medio atemorizada, le explico mi in-quietud, esperando que me entienda yque me dé la “fórmula magistral”. Nome da la fórmula, pero me habla deJesús con una alegría en los ojos y en lacara que yo no había visto nunca.Aquello de que habla me suena muy ra-ro y lejano, y en realidad no lo entiendo

mucho; pero me gusta oírlo y ver queella lo cree de verdad. Intuyo que no mehabla de oídas, que ella realmente locree. Y esto me impresiona.

De todas formas, le dije que aquellome sonaba todavía muy lejano, e intuíaque antes tenía yo que llegar a creérme-lo. Mi inquietud era cómo podría yo lle-gar a creer en Dios. ¿Qué tenía que ha-cer para tener fe? Recuerdo que a unaamiga mía, que vive en Boston y con laque mantenía frecuente relación elec-trónica, le decía yo: «¿Te imaginas queyo tenga fe?». No sabía demasiado quéquería decir esta palabra, ni qué se ha-bía de hacer para tener fe, ni que alcan-ce podría tener en mi vida.

Mi tía comenzó por dirigirme a di-ferentes personas y lugares donde talvez me podrían ayudar. Primero a un cu-ra que me asustó, porque al primer sa-ludo ya pretendía que me confesara.Después a unas sesiones de oración enla catedral, en las que ya se daba por sa-bida o adquirida la fe, y que no eran loque yo necesitaba en aquel momento.Hasta que me dirigió a una amiga suya,Mercè.

Quedamos en encontrarnos un díaen Barcelona, en una plaza del barrio deSants. Nos encontramos en uno de esosbares de barrio, vetusto y dejado.Recuerdo que había una tele a todo vo-lumen, porque había futbol y jugaba elBarça; y el bar estaba lleno de humo yde gente que hablaba a gritos. Y en unamesa, en medio de este ambiente, Mercèy yo estábamos tomando una manzani-lla. No recuerdo bien qué le debí de ex-plicar: imagino que le debí de hacer unresumen de todo lo que aquí llevo es-crito, sobre todo de mis inquietudes y de

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mis dudas. En un momento dado le di-je: «Es que yo creo que estoy buscandoa Dios». Mercè me miró con aquellosojos suyos tan alegres y llenos de vida,y me respondió: «No, Laura, es queDios te está buscando a ti».

Jamás me había podido imaginarque yo pudiera oír una frase como esta.En toda mi vida no me habría podido pa-sar por la cabeza que todo un Dios, cre-ador del universo, del cielo y de la tie-rra, me pudiera andar buscando a mí,pobre persona totalmente perdida, queno sabía ni cómo encontrarse a sí mis-ma ni que camino debía tomar para ha-cer su vida. ¿Todo un Dios buscándomea mí? Muy bello. ¡Demasiado bello pa-ra creerlo!

Pero..., en los ojos de Mercè, en suvoz, en su manera de mirarme, de escu-charme y de hablarme, había una creen-cia profunda y vivida en lo que me es-taba diciendo. No era sólo que me lodijera, sino que me transmitía que ellacreía todo aquello; y esta fe suya mecautivaba.

Pues bien, yo seguía buscando, talvez con un punto más de esperanza y dealegría después de la conversación quehabía tenido con Mercè. Seguía creyen-do que sin fe no podía entender ni vivirde verdad. Y seguía dando palos de cie-go en mi búsqueda.

El mismo año, hacia mayo –tal vezfuera Pentecostés– Mercè me invitó aun encuentro que un grupo de cristianostenían en una casa de espiritualidad delos carmelitas, en Matadepera. Me dijoque tuviera toda la libertad para ir o noir. Llegó, pues, aquel fin de semana, y,no teniendo nada mejor que hacer, de-cidí ir a la casa de los carmelitas.

Entonces pensé: «¿Qué haces tú aquí,Laura? ¿Qué se te ha perdido en esta ca-sa? ¿Qué pintas tú aquí en este encuen-tro de creyentes? Te sentirás rarísima».Y estaba por dar la vuelta y regresar ami casa. Pero una nueva vocecita me di-jo: «No señor, Laura, no te vuelvas a ca-sa con las manos vacías».

me mirócon aquellos ojos suyos

tan alegres y llenos de vida,y me respondió:

«No, Laura, es que Dioste está buscando a ti»

Entré. Los que estaban allí me ofre-cieron una acogida muy cálida, cosa queme reconfortó y me dio confianza: na-die me preguntó por qué había llegadotan tarde, ni me preguntaron si iba a que-darme. Sólo recibí la alegría de hallar-me entre ellos. Había mucha gente ha-ciendo cola en unas escaleras quebajaban a un porche. A la última señorade la cola le pregunté qué esperaban, yme dijo: «Vamos a confesarnos»; e in-mediatamente añadió: «¿Y tú?». Yo res-pondí: «Uy, no, ¡yo no!», pero no memoví de su lado mientras la cola ibaavanzando. Le llegó, pues, el turno aella; y cuando ella salió me dijo:«Vamos, mujer, entra... ¡Te sentirás muybien!» Y entré.

Era una habitación pequeña, con unaventana por la que entraba mucha luz, yuna mesa no muy grande. Allí había unhombre pequeño con un hábito de color

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marrón. Lo que más me impresionó fuela mirada de aquel hombre: unos ojillosazules, pequeños y vivos, con una mi-rada que transmitía una ternura y unacomprensión muy grandes. Creo que laspersonas que conocieron a Jesús debie-ron de sentir, y con creces, lo que yosentí en aquella mirada de misericordia.Porque esto es lo que entonces sentí.

a medida que iba rezandoiba viendo y sintiendo

que cada palabrase llenaba de todo su sentido,que cada frase se hacía vida

en mi vida

Al momento supe que aquel hombreme veía por dentro, con una mirada queno me hacía ni ningun reproche, antesbien llena de estima y de perdón. Mecostó un poco comenzar; pero la con-fianza que me daba me empujó a decir-le en voz alta, a confesarle, lo que mehacía tanto mal en mi corazón. Él me es-cuchaba, mirándome con aquellos ojosllenos de comprensión y de misericor-dia, sin decirme nada. Cuando yo acabéme respondió: «Mira, Laura, Jesús en-tregó su vida por todos nosotros, y tam-bién por ti». Comenzaron a caerme tí-midamente las lágrimas, cosa que mesorprendió, ya que hacía mucho tiempoque no lloraba. De nuevo alguien me de-cía una palabra que me hacía creer quea mí, Laura, que vive en Barcelona enel siglo XXI, Dios me tenía en cuenta.Después puso sus manos sobre mi ca-

beza y me dijo que mis pecados queda-ban perdonados. También me impusocomo penitencia que, cuando tuviera unmomento de tranquilidad, rezara dosPadrenuestros. Así que terminamos,volví a donde estaban todos, comí conellos, me despedí de Mercè y me volvía casa.

Aquella misma noche estaba yo conel ordenador estudiando en la mesa delcomedor de mi casa (estudiabaHumanidades en la UOC), cuando meacordé de las palabras del sacerdote ysentí el deseo de rezar aquellos dosPadrenuestros. A medida que iba rezan-do iba viendo y sintiendo que cada pa-labra se llenaba de todo su sentido, quecada frase se hacía vida en mi vida. A lavez lloraba, con un llanto que venía demuy adentro, un llanto liberador.Cuando acabé me di cuenta de que mehabía quedado sin fuerzas: intenté cogerun lápiz que tenía sobre la mesa, y nopude; ni podía tampoco levantarme dela silla. No tenía fuerza y, sin embargo,me sentía ligera. No me asusté nada,aunque no sabía lo que me estaba pa-sando. No sé cuanto rato permanecí así,pero sí sé que me quedé tranquila; y apartir de un determinado momento yame pude levantar y me fui a dormir.

Sin embargo, después de esta expe-riencia, no había cambiado nada en mivida ni en mi fe. Con todo, puedo decirahora, pasado un tiempo, que tanto miencuentro con Mercè como la confesiónhan sido dos momentos importantes enmi conversión, sin que las cosas cam-biaran radicalmente de un día para otro.Yo seguía buscando la fe; y sucedió denuevo que a través de mi tía Lluïsa meenteré de que en San Raimon de

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Penyafort, en la rambla de Catalunya, sehacían unos encuentros que se llamaban“Volver a creer”. Me pareció que podí-an asemejarse bastante a lo que andababuscando hacía tiempo. Un día me acer-qué allí, y de nuevo me sorprendió loque hallé: dos curas hablaban un len-guaje que se entendía, sin hacer repro-ches ni juicios. Ninguna exigencia decompromiso; no se daba por sabida niaceptada ninguna forma de fe, antes alcontrario, iban explicando las cosas des-de cero. De los encuentros a los queasistí, que no fueron todos sino sólo al-gunos, recuerdo el que se dedicó aMaría Magdalena junto al sepulcro,cuando Jesús resucitado la encuentrallorando y le dice: «Mujer, ¿por qué llo-ras?». Esta frase la sentí dentro de mímisma, como si Jesús me dijera:«Laura, ¿por qué lloras?», con un deseointerior muy grande de explicarlo todo,y a la vez una gran paz..., como si real-mente alguien me hubiera escuchado yacogido, sin moverse ya de mi lado. Esalgo que parece imposible pero es ver-dad.

Durante los últimos cuatro años heseguido avanzando, y mi vida ha dadouna vuelta como un calcetín. No de unavez, sino poco a poco. Esto me ha per-mitido encajar la fe en mi vida de ma-

nera que, paso a paso, mi vida vaya sien-do realmente una vida de fe. Al co-mienzo me sentía como un poco dividi-da: lo que sentía por dentro no encajabacon mi vida exterior, con la práctica.Pero Jesús ha permitido que a mi ritmo,y a medida que me iba sintiendo másfuerte y con una fe más arraigada, pu-diera ir cambiando mi forma de vivir yde entender a vida. Ya no soy la de an-tes. La búsqueda y el encuentro de Jesúshan supuesto un reencuentro conmigomisma; y esto ha sido una nueva sor-presa y regalo que he recibido: a medi-da que descubría a Jesús me iba reen-contrando a mí misma.

Otro de los regalos que he recibidode la fe es el de tener un corazón máslimpio. Yo creo que el amor de Dios lim-pia nuestros corazones, como si les sa-case brillo: siempre me imagino a Dioscon un algodón blanco en la mano sa-cando la suciedad de nuestro corazón,todo lo que no deja que brille, con todoel poder que Él le ha dado. Amándole aÉl se le renuevan a uno las ganas deamar: unas ganas de amar más autenti-cas, más de acuerdo con aquello que nospredicó Jesús y que yo, en mi debilidad,he llegado a comprobar por mí misma:si yo le amo a Él, Él hará que yo puedaamar a los demás.

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Acerté en mi decisión, pues significó re-cuperar grandes dosis de paz: nuncaaceptaría más amenazas de quienes sedecían servidores de Dios, y se creíansuperiores a quienes no abrazábamos elcelibato. Ciertamente, si de vivir bien setrataba, ellos lo hacían más que razona-blemente. En cuanto al celibato, decirsólo que sufrí el intento de agresión se-xual de uno de aquellos personajes. Loshabía buenos, otros vividores, implaca-bles y violentos. Había de todo, pero el

resultado final, es el descrito. Así lo vi-ví o, mejor, así lo sufrí. Y me duele queasí fuera, pero más el recordarlo.

Acerté de lleno: recuperé paz inte-rior, y también mi autoestima sufrió unnotable impulso: negarme a «ir a misatodos los días» en el colegio, en aque-llos tiempos, no fue decisión fácil. Y tra-jo sus consecuencias: me expulsaron delcole, después de trece años de ser unalumno ejemplar, tímido, sumiso y buenestudiante. En mi casa se produjo una

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2. UNA DESPEDIDA INTERRUMPIDA

Nací a mediados del pasado siglo en Bilbao. Como casi todos, enuna familia cristiana o, mejor, “católica, apostólica y romana”. Por loque me eduqué en un colegio de religiosos y en un ambiente que nocreo necesario describir.

En el último año de colegio decidí apartarme, alejarme para siemprede todo lo que significaba ser católico, y olvidar tanto miedo comohabía soportado desde los cuatro años por la violencia incontenible,rebosante más bien, del juicio airado del Dios descrito y ejercido porsupuestos educadores. Todavía hoy, casi cuarenta años después, lesrecuerdo con gran malestar y tristeza.

Antón (Bilbao)

conmoción increíble, sólo compensada,en parte, por tratarse del mes de abril, apoco más de un mes de los exámenes depreuniversitario y porque un jesuita seofreció para acompañarme durante esetiempo como enseñante. Sospecho quemis padres (mi padre) valoraron que eramejor que acabara en paz el bachillera-to. Logré aprobarlo notablemente y, conla Universidad como horizonte, lasaguas volvieron a su cauce (sobre todoporque un hermano sufría una enferme-dad que ocupaba –y distraía– el corazónde los míos).

Decidí ser abogado y economista apesar de que el psicólogo del colegio meanimaba a estudiar para ingenieroaeronáutico (por mis supuestas e in-existentes dotes para las ciencias exac-tas y experimentales). Pero quise dedi-car mi vida a defender a los quesufrieran las injusticias de los más fuer-tes y del poder. Así accedí a la universi-dad jesuita de Deusto, de gran prestigioprofesional en toda España.

Con todo, nunca llegué a odiar aaquel Dios: siempre me quedó la espe-ranza de que, si existía, «era Amor»,aunque no conmigo.

No creo necesario describir el am-biente socio-político y sus connotacio-nes religioso-morales, de aquellos añosfinales de los sesenta, en que la Iglesia,aliada con el poder político del generalFranco, se convirtió, sencillamente enmi adversaria y poco a poco, en mi ene-miga.

El Papa Juan, el Concilio VaticanoII, los curas obreros, la defensa de losderechos humanos y de los más pobresllegaron y los conocí de primera mano,aunque ya era tarde, al menos, para mi.

Quise a esos hermanos curas que,además de compartir horas de conver-sación, inquietudes y mucha esperanzaconmigo, me defendieron y acogieroncon grave riesgo para sus personas y sinpedirme nada a cambio. Durante más deun mes me escondieron de la policíaque, meses después, me detuvo y en-carceló, con graves perjuicios paraellos. Algunos se secularizaron, pero lamayoría continuó su labor pastoral de-fendiendo a los más pequeños de entrelos que menos tenían: a los pobres, a losobreros, a los emigrantes venidos deotras tierras de la España pobre que tan-ta ayuda precisaban.

Contaron con mi solidaridad y gra-titud inmensa, mi aliento y mi amistad,pero no con mi fe: nunca me la exigie-ron, me quisieron igualmente y nuncapodré pagar aquella deuda de amor.

Un ejemplo de vida, pero no unavida ejemplarHe querido dedicar mi vida entera, a miprofesión como abogado y economistay, a través de ella, a quienes consideréque mejor podía defender dada mi for-mación: a los trabajadores. Ello se haconcretado en la defensa del empleo yla dignidad en el trabajo, la denuncia delproblema de la siniestralidad laboral y,siempre, siempre, el fomento de lasprácticas de “buen gobierno” y laresponsabilidad social corporativa, enfin, a la ética en las empresas. Desde ha-ce más de treinta años estoy dedicado encuerpo y alma a la denominada “econo-mía social” (cooperativas, sociedadeslaborales, etc.). Es decir a proyectos em-presariales «basados en las personas»

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(como bien define mi admirado y que-rido Koldo Saratxaga, en sus obrasSinfonía o Jazz y Un nuevo estilo de re-laciones). Proyectos (léase “empresas”en la terminología habitual, que algunosdeseamos ver superada) en los que laspersonas protagonizan y lideran su pro-pio proyecto profesional, erradican todatentación de una gestión jerarquizada opiramidal, y basan la misma en equiposmultidisciplinares en los que libertad yresponsabilidad se entrelazan insepara-blemente. El hilo conductor de todo elloes la comunicación, junto con valorescompartidos como la solidaridad, la jus-ticia, la democracia, la participación, elcompromiso con el entorno social y elmedio ambiente. Proyectos que creceny logran, además, rentabilidad econó-mica, es decir, competitividad y efi-ciencia. Porque creer en las personas ypermitir que desarrollen su capacidad decrear en equipo compartiendo valoresgenera unos resultados inesperados yperfectamente demostrables (me remitoa las dos obras que he citado y a la ex-periencia que diariamente vivo en nues-tro despacho).

Estos proyectos se adaptan a una “e-conomía globalizada”, expandiéndosepor China e India, México o Brasil,Marruecos o Sudáfrica, países en losque se implantan con vocación de per-manencia, no para hurtar sus recursos yexpatriar plusvalías o expoliarles, sinopara desarrollar un proyecto común ma-yor y mejor, compartiendo también allí,valores, cultura y dosis de esperanza ca-da día mayores.

Cuando inauguramos la planta deBrasil, coincidió con la grave crisis eco-nómica que este país sufrió hace pocos

años. Tan grave que se decidió no po-nerla en funcionamiento hasta que el pa-norama económico lo permitiera. Pero¿y las personas? Estaban contratadas, sehabían formado viniendo al País Vasco(donde está la sede social), a conocer es-te nuevo modelo de gestión basado enlas personas. La respuesta la dieron laspersonas de la cooperativa y de todossus proyectos del exterior: se pagaría –y se pagó– a las personas de Brasil todosu salario aun cuando no se pudieraabrir la fábrica. Fueron más de seis me-ses, y hoy la planta de Brasil es una delas que más riqueza aporta al proyectoglobal.

En México se subieron los salarios(tan bajos eran) y en todos los proyec-tos toda la gente participa de los resul-tados (o beneficios) económicos, enjusta contraprestación por su esfuerzo ycompromiso. Los ejemplos son inter-minables. Este breve apunte, además deautobiográfico, pretende llevar un gra-nito de esperanza a quienes consideran,entristecidos, que la economía de mer-cado y la actual globalización no tienenalternativa. La tienen. Y deben tenerlapues son, sencillamente, injustas ycrueles para con los más desfavoreci-dos, a los que ninguna oportunidad seles da para crecer y demostrar sus apti-tudes y posibilidades, mientras ven mo-rir de hambre a sus familias. Para todoesto, ni yo ni quienes están comprome-tidos en tan bellísima experiencia pre-cisamos de la Iglesia, ni de la fe. Las ol-vidé o creí hacerlo pues sabíadiferenciar la vida de “un ser humano”de cualquier otra (aunque estas otras es-tuvieran mejor retribuidas social y eco-nómicamente).

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Y así, poco a poco, también comoprofesor universitario, conferenciante yestudioso, conformé una vida que, sinembargo, no me hacía feliz.

La encrucijadaNo ser feliz y tenerlo todo constituyó mirealidad. Contradictoria, tal vez, peroasí fue. Como hombre del primer mun-do era rico. Como esposo, padre, her-mano y amigo recibía (y recibo a diario)tanta vida como me permitía derrochar,dedicado como estaba a un trabajo ex-tenuante y excluyente, celoso hasta nopermitir nada que lo interfiriese.

no ser felizy tenerlo todo

constituyó mi realidad.Contradictoria, tal vez,

pero así fue

Tanto es así que dediqué más de cin-co años, que se dice pronto, a una tera-pia que me permitió descubrir o recor-dar tanto y tanto olvidado o escondido.Fueron cinco años muy difíciles, en losque lloré más que en el resto de mi vi-da. Salía a la calle con los ojos más lim-pios y silencioso, muy silencioso, singanas de hablar con nadie. Con el tiem-po, decidí no volver a trabajar los díasde terapia. Entonces daba un paseo an-tes de llegar a casa, donde mi mujer lo-graba que los hijos y el teléfono no in-terrumpieran un silencio que tantonecesitaba. También ella vivió la tera-

pia como un momento difícil pero es-peranzador. ¡Cómo no la voy a querer!

Descubrí algunas heridas recibidas yotras que yo infligí a mis hermanos y, enfin, el porqué de un corazón acorazadopara no permitir que me volvieran a da-ñar, pero incapaz de dar calor a tantoscomo los que sufren el frío de la sole-dad, la pobreza, la enfermedad o el ol-vido.

Y comenzó una búsqueda desorde-nada, sin rigor alguno. No sabía qué ha-cer ni a quién acudir, pero vivía mi so-ledad y mi vacío con desasosiego y malaconciencia, de tanto que podía disfrutary no lo hacía. Suplí desconcierto e im-potencia, con esfuerzo, tenacidad y em-peño. Y busqué, buscaba..., no sé qué ysolo con mi soledad. Solo.

Me acerqué a alguna formación po-lítica, pero la tentativa quedó en eso, nillegué a llamar a una sola puerta.Trabajé modestamente en una ONG. Meaproximé, mucho intelectualmente y al-go menos física o personalmente a lamasonería.

Pero no, no se trataba de eso, aunqueesta última experiencia me hizo recor-dar al Papa Juan, al Concilio VaticanoII... En un primer momento, quise qui-tarme de encima esa peregrina idea.Pero un día, charlando con un compa-ñero de universidad, me sugirió con ex-trema prudencia que fuera unos días aretirarme a Javier, en Navarra, acompa-ñado si lo deseaba, por alguna personaque conocía.

Francamente no sé cómo pudo ser.Estábamos en julio, el mes de más tra-bajo en nuestro despacho porque losproyectos para los que trabajamos dese-an quitarse de encima todo lo pendien-

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te antes de las vacaciones de verano.Tanto que no sólo no tenemos jornadapartida sino que, cuando llegamos a ca-sa es noche cerrada y eso que en juliolos días son largos.

Así, en plena locura de trabajo, lle-gué a Javier un tanto incrédulo, enfada-do conmigo mismo por semejante ca-pricho, preocupado por lo que dejaba einquieto y receloso por lo que me espe-raba. Finalmente decidí aprovechar cua-tro inesperados días de vacaciones, en elsilencio de Javier, solo y en plena natu-raleza.

En casaNo puedo, desgraciadamente no sé, des-cribir con un mínimo de precisión qué ycómo sucedió. Pero de la mano de un je-suita al que acababa de conocer, y ya pa-ra siempre amigo, me limité a abrir losojos, liberé mis oídos y mi corazón re-cuperó sosiego y se conmovió.

El silencio, los largos paseos, la lec-tura y poder contar mi experiencia deesos momentos, me permitieron descu-brir, pero no conscientemente, que ha-bía vuelto a la “Casa del Padre” y quesu acogida era entusiasta y contagiosa-mente alegre. Así fue y así lo viví. Y lacoraza que rodeaba y protegía mi cora-zón se desintegró de inmediato. Mi co-razón de carne sangró y se esponjó, cá-lido y conmovido, pero feliz. Y mis ojosle vieron, sentí su caricia y calor, suabrazo infinito, y comprendí que nuncaencontraría con la razón el motivo de suinfinita misericordia y su capacidad deperdón.

Así re-conocí al Jesús que no anun-cia el juicio implacable de Dios, sino la

proximidad del Padre que perdona. AlReino de Dios en el que los pobres sonsus preferidos porque misericordia ycompasión encierran el núcleo de sumensaje, tanta es su bondad. Porque sujusticia no es la justicia humana en laque debe primar la imparcialidad, sinola de Dios, que favorece al más débil.

No es un camino fácil. Como diceJavier Vitoria (presbítero, teólogo ycompañero de universidad, amigo delalma y hermano querido) lo recorro con«amor y con temblor», tan débil e igno-rante me reconozco.

Sólo han transcurrido siete años, yya no puedo vivir sin Él, a pesar decuánto me avergüenzan mis limitacio-nes, mis “pecados” y, sobre todo, mi in-diferencia, sin duda el peor de todos.Pero lo vivo y siento junto a mi y en Élpienso. No necesito, la mayor parte deltiempo, hacer “un acto de fe” pues séque me acompaña y que me da su amor.

me limité a abrir los ojos,liberé mis oídos

y mi corazónrecuperó sosiego y se conmovió

Cada día me hace más feliz compar-tir “comunidad” con los seguidores deJesús. Entre ellas y ellos he encontradoejemplos de humanidad admirables yemocionantes. Su acogida fue tan sen-cilla como cálida. Hasta me hacen cre-er que soy uno más, uno de ellos, yo queme siento y reconozco como el último y

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tal vez el menos indicado. No me sien-to digno, a pesar de su palabra.

Así ha ido desapareciendo el vacío yla soledad, recupero grandes dosis deesperanza, vivo esta vida de otra formay hasta mi mujer me comenta y percibemi cambio (cosa que nunca hubieraimaginado y todavía no sé en qué loaprecia o por qué lo dice).

Quiero amar y lo hago, tal vez porsentirme tan amado. Y en este camino,el amigo que he citado me acompañaalegre siempre y me consuela al repe-tirme que mis dudas, temores y decep-ciones, que las hay, también son las su-yas; que mi conciencia es la primera delas fuentes de mis obligaciones y quedebo saber vivir el perdón, yo que tan-to me avergüenzo de mi mismo.

Y termino

¿Me pregunto por qué volví? Sin dudaporque quise querer y porque acepté es-cuchar su palabra y sentir su presencia.Y como estar siempre está, desde en-tonces creo en su proyecto de salva-ción.

Pero cuando lo que escucho son laspalabras de algunos miembros de la de-nominada jerarquía de la Iglesia espa-ñola y vaticana, soy yo el que se repitealgo que ya hice con diecisiete años: pe-ro ¿qué hago yo aquí?

Solo que ahora tengo una respuesta,participar del Reino de Dios, benefi-ciarme de su perdón y misericordia y sa-ber (sin dudar ni un instante) de su amorinfinito, de su amor de Dios.

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Nací en 1952 en una familia catalanatradicional, de pocos recursos económi-cos, como la mayoría de las familias deaquella época, bajo los efectos de la pos-guerra. Mi familia vivía un catolicismotradicional: mi madre era practicante, esdecir, iba a misa los domingos, VíaCrucis el Viernes Santo, procesión delCorpus..., y mi padre, no supe jamás siera creyente o no, simplemente y comomuchos hombres más bien tenía unacierta aversión a los curas y al estamen-to religioso. En este contexto crecí ymaduré. Quizás podríamos decir que se-guía las costumbres de mi madre, dis-cutía con mi padre, pero no sabía quéera lo que decía cuando decía «Padrenuestro».

Recuerdo que a los 16 años fui ad-quiriendo un punto de madurez en mi fe:el Jesús de la eucaristía llegó a hacersereal en mí, leía los textos del NuevoTestamento, que llegaron a mis manos através del párroco, y hasta conseguí lle-gar a relacionar aquel Jesús del evange-lio con el Jesús “del sagrario”.

Precisamente por la lectura delNuevo Testamento, hacia los 20 añosempecé a entender que la utopía delReino de Dios, aquella que se despren-día de mi lectura del libro, no llegaríajamás de manos de aquella Iglesia, quedesencantaba a los jóvenes. Yo comootros muchos, había puesto mis espe-ranzas, quizás demasiado optimistas a

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3. LA INTRIGA DE DIOS INSTALADA EN MICORAZÓN

Me han pedido un testimonio de cómo llegué a la fe en Jesús. No esésta la primera vez que se me pide. Cada vez me pregunto si deboaceptarlo, pero siempre acabo dando respuesta a la demanda, porquelos argumentos de quien me lo pide suelen ser convincentes.Empezaré con una breve nota biográfica para que os podáis situar.

Núria Delgado

causa de mi desconocimiento de la es-tructura de la curia, en que después delConcilio, la Iglesia sería capaz de reno-varse, de salir de su envoltorio tridenti-no para situarse de lleno en la segundamitad del siglo XX, y que sería testimo-nio de los signos de los tiempos.Testimonio, de un Cristo viviente.

otras concepcionesideológicas parecían ser

más eficientes,y podían llenar

el desencanto y el vacíoque me provocaba

la institución eclesiástica

Pero no fue así. Pronto nos dieron lasprimeras calabazas cuando Pablo VI,responsable de llevar a término el tra-bajo iniciado por Juan XXIII, publicó laencíclica Humanae Vitae en 1968, quemarcaría un retroceso respecto a la ter-cera constitución conciliar, la Gaudiumet Spes. Quizás sorprenda que cite estehecho, dado que había otras muchascontradicciones, pero justamente parauna adolescente confiada, en una épo-ca en la que no teníamos conocimientode la sexualidad humana, y mucho me-nos de la planificación de la natalidad,y como consecuencia íbamos constru-yendo un criterio que como mucho,compartíamos a la hora del patio con lascompañeras. La lectura de aquella encí-clica fue un jarro de agua fría. La leyótodo el mundo y en el instituto supusouna revolución.

Todo esto, ya estudiando en la uni-versidad y relacionándome con otrosambientes que no eran precisamente deIglesia, me hizo ver (si se me permite lametáfora) que la Iglesia de mi país eracomo un lento paquidermo: con un pe-so específico importante sobre las con-ciencias, y que evolucionaba a paso detortuga. La Iglesia de los pobres, de lospequeños, de los afligidos… la Iglesiade las Bienaventuranzas, no existía. Encambio en aquellos momentos, otrasconcepciones ideológicas parecían sermás eficientes, y podían llenar el des-encanto y el vacío que me provocaba lainstitución eclesiástica. Me refiero con-cretamente al socialismo, que llegó amí, justamente, a través de Cristianospor el socialismo. Esta opción, no tantopolítica, sino como concepción filosófi-ca que buscaba dignificar toda vida hu-mana, fue clave para entender lo que mesucedería un día en Moscú.

Poco a poco, aquel comienzo de ma-duración de la fe, fue desdibujándosehasta el punto de definirme como ag-nóstica. Tampoco me he situado nuncaen la negación absoluta de la existenciade Dios, puesto que para ello se requie-re también una argumentación que a mí,personalmente, me ha parecido siempredel todo estéril. Y me cobijé en el «nome interesa... eso no es adecuado en elsiglo XX… es la razón quien da argu-mentos…», etcétera.

Y así va a transcurrir mi vida, igno-rando a Dios y sin ninguna necesidad deÉl, hasta que la última semana de misvacaciones del año 1998, la suerte mecondujo a Rusia, concretamente aMoscú y San Petersburgo. Se me hacedifícil explicar lo que sucedió allí, entre

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otras cosas, porque mi experiencia pos-terior supera con creces la de aquellosmomentos, pero sí puedo decir que la vi-sita al mausoleo de Lenin fue el iniciode una larga experiencia que acabaríadando un giro de 180 grados a mi vida.Allí dentro, en los escasos cinco minu-tos que permiten dure la visita, se me hi-zo presente la historia de mi juventud, ysalí del mausoleo con la pregunta deDios instalada en el corazón.

Yo era entonces una guiri cualquie-ra, que participaba de un viaje organi-zado por un tour operator, al que meañadí junto a tres amigas más. No teníaningún objetivo, sencillamente estabadispuesta a la sorpresa que el país meofreciese. Pero la que se me dio no en-traba en mis cálculos, no estaba bajo micontrol.

Habíamos llegado a Moscú haciamedia tarde, y nos instalamos en un granhotel, de catorce plantas, situado en ple-na Plaza Roja, justo detrás de la catedralde San Basilio. Desde los grandes ven-tanales de la última planta del hotel,donde estaba el comedor, podíamoscontemplar toda la panorámica de laPlaza Roja, con la fortaleza del Kremlina la izquierda, y en medio de la plaza unpequeño monumento –si lo compara-mos con la grandeza del conjunto– quenos dijeron que era el mausoleo deLenin. Realmente recuerdo como algomuy impactante la visión de aquella pa-norámica. Contemplé largamente la fo-tografía en vivo, pero no podía imagi-nar lo que me esperaba al día siguiente.

Era un día de finales de agosto, grisy lluvioso. Un autocar nos recogió parauna visita panorámica de Moscú, queconcluyó en el citado mausoleo. El guía

nos explico algunas cosas curiosas an-tes de entrar, y nos advirtió que él seocuparía de nuestras cámaras fotográfi-cas, puesto que no se podían utilizardentro del recinto, y así, medio en bro-ma, nos decía que quienes queríamos vi-sitar el mausoleo éramos todavía «el re-ducto comunista de Occidente».

Hubo que hacer una cola de trescuartos de hora hasta llegar al mausoleodonde se halla embalsamado el cuerpode Lenin. Había tenido que dejar mi má-quina de fotografiar al guía, que me laguardaba. Aquel escenario no podía serfotografiado. Llegué al acceso del mau-soleo y los dos soldados que custodia-ban el cuerpo me dijeron que mientrasestuviera en el recinto, debía guardarabsoluto silencio en señal de respeto.Allí estaba el cuerpo embalsamado deLenin dentro de una urna, impecable.Una vez al año cierran el mausoleo unosdías, le quitan el polvo y le dan los re-toques necesarios. A mí me pareció unafigura de cera.

Nos dejaron poco tiempo para estaren el recinto, unos cinco minutos. Peroen este breve tiempo, y de forma cinéti-ca, la escena me remitió a aquella épo-ca en que considerar que la religión erael opio del pueblo nos hacía parecer pro-gres. Esta consigna activó mi pensa-miento. El cuerpo del líder de laRevolución Soviética estaba allí pre-sente. Había un protocolo de entrada.Todo aquello resultó un cóctel Molotoven manos de Dios. No me preguntéispor qué. Simplemente aquel fue el mo-mento de establecer sintonía con suemisora.

Salí de allí con una carga emotivaque no esperaba, puesto que me daba

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cuenta por un lado de que el aparato so-viético había construido toda una reli-gión con el líder bolchevique como cen-tro, pero por otra, estableciendo unparalelismo, veía que eso mismo hacíanuestra cultura con Dios. Es difícil deexplicar todo lo que sucedió en pocosminutos, pero sentí que aquel Dios queestaba haciéndose presente tenía que serajeno a cualquier encorsetamiento, unDios desnudo, despojado de atributos. Yel desconcierto empezó a apoderarse demí: me daba cuenta de que también nos-otros, de alguna manera, utilizamos aDios en función de nuestra convenien-cia. Y si bien la religión no es el opio delpueblo, tampoco es la dueña de Dios.

fui capaz de poder aceptarque creer era razonable:

que tiene sentido que Diosnos haya hecho

con un corazón capazde conocer su Misterio

Aquellos cinco minutos en Moscúpusieron mi vida en una coctelera. Elproceso acababa de comenzar, porque siesto ocurrió el primer día del viaje, losdías siguientes no cesaron los estímulos,subjetivos por supuesto, que continua-ban alimentando la idea surgida en elmausoleo. No obstante, y a pesar de quela idea persistía, yo estaba convencidade que aquello tendría su fin cuando re-gresara a Barcelona, a mi contexto ha-bitual. Pues lo que me estaba sucedien-do carecía totalmente de sentido.

Pero estaba muy equivocada. Regre-sé a Barcelona y aquella inquietud nosolamente no desapareció sino que lapregunta sobre Dios no desaparecía demi corazón. Me compré una lámina, LaSantísima Trinidad de Rublyov, que en-marqué cuidadosamente. La situé en unlugar estratégico de mi sitio de trabajo,para que me sirviera de recuerdo de losiconos que había visto en las iglesias delKremlin. Me compré también unaBiblia, puesto que en casa no había nin-guna, y comencé a leer, sin orden ni con-cierto, para buscar aquel Dios que tantatabarra me estaba dando.

Entraba en las iglesias y esperabaencontrar alguna cosa que me revelaraal Dios que buscaba. Iba también a mi-sa y me colocaba cerca de la puerta pa-ra huir si la situación lo requería. Másde una vez lo hice porque de repente meincomodaba lo que allí sucedía.Paralelamente mi razón me recriminabay censuraba esta conducta.

Aquellos días no fueron precisa-mente fáciles. La lucha entre la razón,que Dios nos ha dado, y aquel desaso-siego naciente que se resistía a desapa-recer, fue una experiencia muy dura; pe-ro también fue muy constructiva cuandollegó el momento de dar acogida al donde la clarividencia de Dios.

Y así fue. El proceso duró aún dosaños, hasta que fui capaz de aceptar queyo era un proyecto de Dios y no un pro-ducto del azar. Durante este tiempo, in-tuía que mi camino hacia Dios, si es quehabía de llegar a su fin, lo haría de lamano de Jesucristo que aún no ocupa-ba ningún lugar en mi preocupación.Recuerdo que aquellos meses viví unafuerte lucha interna entre cabeza y co-

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razón, sin saber exactamente qué era loque el corazón quería, hasta que fui ca-paz de poder aceptar que creer era ra-zonable, es decir: que tiene sentido queDios nos haya hecho con un corazón ca-paz de conocer su Misterio. ¿Que sen-tido tendría, sino, su creación?

Una vez aceptada la existencia delCreador de todas las cosas, mi vida dioun giro de 180 grados de la noche a lamañana, como ya he dicho antes. Todotenía otra perspectiva que necesitaba irdescubriendo. Jesús de Nazaret meacompañaría en este nuevo camino pe-ro era necesario conocerle también. Setrata de aquello que yo llamo el proce-so de conversión diaria: había descu-bierto a Dios, pero necesitaba todavíala conversión a Jesús. En la misma lí-nea de argumentación racional (que, dehecho, no he abandonado nunca), nece-sitaba sacar de mí misma una explica-ción. Una cosa era saber que hayAlguien que es totalmente Otro, autorde la creación, y otra, cómo relacionar-me con este Otro que conozco. Yo en-tendí que Jesús tenía que ser quien mecondujera a establecer mi relación coneste Absoluto único que acababa dedescubrir.

Con la paz interior que me produjoel hecho de haber aceptado a Dios enmi corazón, y con mucha más tranqui-lidad, surgió en mí un nuevo pensa-miento. Era evidente que la Verdad queyo acababa de descubrir es solo una, pe-ro ha de ser percibida y comprendidapor toda la humanidad, puesto que to-dos somos criaturas de Dios.Consecuentemente, me parecía que to-do el conjunto de verdades más peque-ñas, repartidas por todo el mundo, tení-

an que ensamblarse alrededor de aquelmisterio que es el Dios Creador, reco-nocido por todas las culturas religiosas.Llegada a este punto, y aceptando mipropio camino de verdad que me per-mitía llamar Padre a este Absoluto, ypor lo tanto me daba una fórmula de re-lación con Él, quise conocer más cosas.Digamos que mi deseo entonces se con-cretó en un ansia de formación intelec-tual que me condujo hasta los estudiosde teología, que cursé en el InstitutSuperior de Ciències Religioses deBarcelona.

Así he podido ir profundizando en elconocimiento de este tal Jesús, que noes un simple líder religioso, sino que espara los cristianos el Dios encarnado,como dicen los evangelios. Es sorpren-dente que no pueda dejar indiferente anadie que le conoce, sea seguidor o de-tractor. Dicen los libros que resucitódespués de muerto. Y éste es, justamen-te, el punto de inflexión de nuestra fe.Se trata de un hecho metahistórico, ab-solutamente indemostrable y totalmen-te fuera del alcance de la razón; pero jus-to aquí es donde está la frontera entre larazón y la fe que nos propone el men-saje de Jesús: la confianza en el Padre yel abandono en sus brazos, y así comoDios resucitó a Jesús de entre los muer-tos, así será también nuestra vida nuevadespués de la muerte.

Este es el motor de la conversióndiaria, porque la vida es activa y dife-rente cada día. Si pretendemos reflejar-nos en Jesús, no podemos dejar de te-nerlo presente en cada una de nuestrasactuaciones diarias, y como telón defondo, como espejo donde podamos verla confianza de Jesús en el Padre, y don-

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de nosotros podamos vernos tambiénreflejados.

la Iglesia eslo suficientemente pluralpara que todos podamoscompartir la experienciaque cada uno ha hecho

y hace del Dios de cada día

Si la fe es un don, un regalo del buenDios, y es así cómo lo siento, hay quetrabajarla, porque aquello que creemoses tan poco tangible que nuestra mismacontingencia humana fácilmente nosllevaría a perderlo si no fuera por la gra-cia.

Y aquí es donde juega su gran papella comunión de la asamblea cristiana: lareunión de aquellos que creemos queJesús de Natzaret es el rostro de Dios, y

que nos encontramos en su nombre.Este es el papel de la Iglesia. A través dela fe apostólica, alrededor de la mesa delaltar, todos y cada uno de nosotros po-demos renovar diariamente el misteriode la resurrección del Señor Jesús.

A pesar de que a veces la Iglesia dala sensación de monolítica, es lo sufi-cientemente plural para que todos po-damos compartir la experiencia que ca-da uno ha hecho y hace del Dios de cadadía. Esto supera con creces el pecado es-tructural de nuestra iglesia: su pocaidentificación con nuestro mundo ac-tual, que tanto trabajo da al EspírituSanto, pero que nuestros oídos obstrui-dos no nos permiten, a veces, sentir.

Esta asamblea, que es la Iglesia, es-tá constituida por personas humanas yel soplo del Espíritu seguro que está pre-sente, somos nosotros los que no sabe-mos escucharlo del todo. Quizás laprueba puedo ser yo misma, que estuvecasi 30 años sin oír para nada la voz deDios.

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Desde mi celda, en una tarde demayo de 1984Me gustaría poder decir que «en ese mo-mento sonó el despertador». Pero no ha-bía reloj ni estaba durmiendo. El tiem-po es una sucesión rítmica y aburrida deminutos. Estoy en prisión, en un país ex-tranjero, habito un pequeño espacio, conpoca luz y la soledad duerme conmigo.Mi aspecto físico, aunque algo recupe-rado, dice bien claro que la heroína hasido huésped habitual en mi cuerpo.

Por eso necesito volver a mi yo ori-ginal. La cura de desintoxicación estáayudando a reencontrarme a mí mismay ser consciente de que las emociones yactuaciones que han regido mi vida es-tos últimos años no son mías; no del to-do al menos.

Ahora puedo preguntarme cómo hellegado hasta aquí, qué ha hecho que ba-je al infierno, como Dante. Quizás tam-bién el amor, como al italiano. Poner porescrito mi historia es parte de mi tera-pia, aunque no sea fácil. Me tiemblanlas manos, no sé si podré ser sinceraconmigo misma. Llevo demasiadotiempo mintiendo y me asusta lo quepueda leer.

Puedo remontarme a mi adolescen-cia, normal y corriente. Fui una mucha-cha más bien “buena”, sentía cierta in-clinación por la soledad y el silencio,quizás porque estuve interna en un co-legio de monjas y ellas fomentaban esosvalores. Dios era alguien importante enmi vida, no lo rechazaba, incluso rondópor mi cabeza la posibilidad de ingresar

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4. HISTORIA DE UNA SEDUCCIÓN

«No puedo dejar de llorar. No sé quién soy. No me reconozco en elespejo. Esa cara, ese cuerpo..., no pueden ser míos. ¿Qué ha sido de mí?Recorro con la vista lentamente mi pequeña celda y descubro algo ovilla-do en el suelo que me mira suplicante. ¡Es mi yo! ¡Soy yo! He de volver aél, he de volver a él...».

Una monja contemplativa

en alguna institución. Pero... bueno, esole ha pasado a mucha gente, son cosasde la edad. Yo, como otras, rechacé esacuriosa “invitación”, aunque seguí vin-culada en cierto modo a Él.

Pasaron los años y me encontré en launiversidad, cursando Filosofía. Ahí medoy de bruces con que el Dios en el quecreo frena mi libertad y autonomía. Sóloexigencias, sólo moralismos y, por otrolado, esa palpable ausencia ante el do-lor y el sufrimiento... Influenciada porel descubrimiento de los filósofos hu-manistas ateos, e impactada por la ra-cionalización, Dios se me aparece comoun interrogante, como una proyecciónsubjetiva, como una ilusión.

no necesitaba a Dios,no me ayudaba

en mis búsquedas,es más, me estorbaba

Un Dios al que no siento amigo dela vida pues me prohibía todo aquelloque yo distinguía entonces como vida.Un Dios que calla ante el sufrimiento hu-mano, que no da respuestas al problemadel mal en el mundo. Un Dios patrimo-nio de una Iglesia, a la que percibo po-co evangélica, intolerante, rigorista, nocomprensiva ni misericordiosa, machis-ta, aliada con los ricos y poderosos deeste mundo, que chocaba con mi acusa-da sensibilidad por la justicia social.

Comencé a abandonar toda prácticareligiosa, a liberarme de prejuicios mo-rales y a apartarme de todo aquello que

pudiera estar relacionado con Dios ycon la Iglesia. Comencé a sentirme librey a descubrir otra vida, muy diferente dela que había llevado hasta entonces.Tenía mis propias alas y quería volar,quería ser libre y ser yo, vivir por mí mis-ma, sin necesidad de tanta presión cul-tural, social o religiosa. Quería alcanzarcon mis manos el sol. Y para eso no ne-cesitaba a Dios, él no me ayudaba enmis búsquedas, es más, me estorbaba.

En ese tiempo conocí a alguien queha sido muy importante en mi vida. A élle debo grandes aprendizajes de mi exis-tencia, y también el estar aquí ahora, enmi celda, detrás de barrotes. Me ena-moré de un hombre que fue atrapado porla heroína. Y no sólo no pude sacarlo dela droga sino que me hundí con él.

Fueron años muy duros, los más du-ros de mi existencia. Además de que-brantar mi salud física, han logrado des-trozar mi identidad. Me vi metida en unabismo del que no podía salir. Un ver-dadero infierno. Me sentía satisfechamomentáneamente y olvidaba mi pro-blema. Pero después caía en una deses-perante tristeza que llegó a asustarmepues sentía firmemente en mi carne eldesprecio por la vida. Mi pretensión detocar el sol quedó como la de Ícaro: elcalor derritió la cera que sujetaba misalas de mentira y me desplomé en elabismo.

Hace unos meses, al regreso de unviaje por un país de Asia fuimos deteni-dos por la policía y condenados a unosaños de prisión. Y aquí estoy, sola, ale-jada de los míos, a miles de kilómetrosde mi familia. Me siento como el hijopródigo: en un país extranjero, lejos decasa, muerta de hambre, sin dignidad.

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Empiezo a añorar la casa de mi Padredonde durante tantos años he sido feliz,viviendo en armonía, en paz y con amor.Estoy cansada de no ser yo, cansada dehuir. No tengo sol, ni luz, no tengo li-bertad para salir a la calle, no huelo lavida ni la palpo, me rodea la desespera-ción, la tristeza y en las manos empie-zan a salirme llagas de angustia. Estamaldita soledad me corroe el alma.Estoy marcada para siempre.

Desde mi celda, en una tarde demayo de 2008Aquella terapia que inicié hace variosaños escribiendo mi historia la retomohoy. Creo que, como entonces, me ser-virá para seguir mi búsqueda interior.No soy la misma de hace veinticuatroaños, aunque también escribo desde unacelda. Pero en ésta sí entra el sol y des-de la ventana enrejada veo el tejado demi monasterio. Oigo a los pájaros, hue-lo la vida y la palpo cada amanecer,cuando me levanto para poner voz a lossalmos y a los textos que millones dehombres y mujeres han usado para orara lo largo del tiempo y del espacio.También vivo con mujeres, pero somoslibres. Y, lo más importante: estoyaprendiendo a conquistar la libertad in-terior, la única que cuenta.

Así pues retomo esta pequeña bio-grafía. La cura de desintoxicación hizoque pudiera verme a mí misma, y ho-rrorizarme de lo que veía. Entonces fuiconsciente de que no había sido aquelhombre el que me había llevado a esa si-tuación. Ni el ambiente de la universi-dad, ni las amistades que había frecuen-tado. Era mucho más sencillo y por eso

más complejo de detectar: yo misma ha-bía provocado esta situación, huyendode Dios como Jonás, y me veía tragadapor la ballena de la desesperación y elfracaso. Dios llevaba años buscándomey yo había echado a correr en sentidocontrario. Pero era un amante celosoque no pensaba abandonar a su amor.

Esa situación límite –tocar fondocon la droga, la cárcel, tomar plena con-ciencia de la degradación que había su-puesto mi alejamiento de Dios–, fue laexperiencia decisiva que me hizo le-vantarme y retomar el camino de vuel-ta hacia al Padre. Sentí en mi carne larealidad del pecado: rechazo del Amor,daño a mí misma y a los demás. Me viabocada a un callejón sin salida, en lasgarras del más absurdo sinsentido. Asíse despertó en mi corazón una imperio-sa necesidad de reconciliarme con Dios,que me llevó a un armisticio conmigomisma y con los demás.

Necesitaba ser purificada, restaura-da, sanada, perdonada. Dios me ofrecíauna liberación total, una vuelta del des-tierro al que me había llevado mi orgu-llo. Fue una de las experiencias más be-llas de mi vida: me sentí inundada porla misericordia de un Dios compasivoque me acogía de nuevo con amor y lle-naba mi corazón de una inmensa paz.Necesité el desierto para escuchar elpotente grito de un Dios enamorado demí.

Mi estancia en prisión fue una etapaclave en mi maduración humana y espi-ritual, un tiempo que viví con muchodolor por la dureza que suponía perocon gran aceptación y serenidad inte-rior. En ningún momento sentí rebeldía,sólo impotencia y miedo. Aproveché

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ese tiempo para reflexionar sobre mi si-tuación existencial y replantear de mivida de cara al futuro.

La prisión fue para mí una verdade-ra escuela de vida. Allí entré en contac-to con el mundo de la marginación y ladelincuencia, desconocido hasta enton-ces por mí. Aprendí a ser más humana,a conocer más de cerca la dureza de lavida, a compartir el sufrimiento de mishermanas reclusas poniéndome en sulugar y tratando de comprender su si-tuación, a no escandalizarme de sus pe-cados, a no juzgar precipitadamente,pues la experiencia me decía que todos,en unas circunstancias concretas, somoscapaces de cualquier cosa. Aprendí a sermás tolerante, más compasiva, a mirarcon ojos de misericordia a tantas vícti-mas de un sistema injusto que excluyea los débiles y margina a los pequeños.Aprendí a llorar con las que lloran y agozarme con sus alegrías, a escuchar, aaliviar heridas, y acoger vidas rotas.Aprendí, en definitiva, a identificarmeun poco más con aquel Jesús al que ha-bía rechazado.

Para casi todo el mundo la expe-riencia de la cárcel resulta traumática,frustrante. Yo me encuentro en la ex-cepción que confirma la regla. Salí de laprisión completamente rehabilitada, encuerpo y espíritu, sin heridas ni traumas,ya que se me proporcionaron unos cui-dados físicos y psíquicos que me ayu-daron a curar mi problema de drogode-pendencia. Pienso que la actitud queadopté desde el primer momento meayudó a mantenerme sana.

El funcionamiento del sistema peni-tenciario era bueno, no tenía nada quever con lo que yo había escuchado y le-

ído sobre las cárceles y que me aterró enun primer momento. Nunca vi droga nisituaciones de prepotencia y agresivi-dad, por parte de las reclusas o de lasfuncionarias. Aquella cárcel se aseme-jaba a un internado, estaba gestionadapor funcionarias del Estado y religiosasque le daban un toque de humanidad. Eldolor más fuerte fue mi privación de li-bertad y la humillación de sentirme tandegradada.

La acogida que me dio mi familiacuando volví a mi casa fue como la delpadre bueno de la parábola. Una verda-dera fiesta en la que ningún hermanoquedó fuera. Todos celebramos con go-zo mi vuelta al hogar. Mis padres fue-ron una auténtica parábola de Dios.Nunca salió de sus labios un reproche,una queja, una palabra que sonara a re-criminación. Siempre han obviado el te-ma para no hacerme sentir mal. Dentrode mí pensaba: «si ellos que son huma-nos y pecadores reaccionan así ¿comolo hará Dios que es un Padre infinita-mente bueno?».

Durante muchos años he vivido deesta experiencia de perdón, he gozado,y he llorado de emoción. El rasgo quemás me habla de Dios es su misericor-dia infinita. La he experimentado y pue-do dar fe de ello. Dios será siempre, pa-ra mí, Amor compasivo.

Mi vida fue recobrando normalidad,me incorporé al trabajo, a las prácticascreyentes. Al principio todo era nove-dad, ilusión pero, según pasaba el tiem-po, empecé a sentirme de nuevo insatis-fecha, vacía: nada ni nadie lograbasaciar la sed que sentía de algo más…Un día, sin más, me encontré con quelas cosas se me caían de nuevo de las

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manos, la vida comenzaba a perder elpoco sentido que entonces tenía para mí.Todo se me vistió de negro. Ahora veoque, en el mismo momento en que lascosas se me caían de las manos, queda-ban sustituidas por otras más intensasque me invadían sin pretenderlo y meganaron sin más esfuerzo. Dios volvía allamarme y lo hacía, una vez más conpretensión de totalidad.

Como dice san Agustín, mientras Élestaba dentro de mí llamándome, bus-cándome, yo andaba perdida por fuera,gozando de las cosas hermosas que Élhabía creado. Él estaba conmigo y yono estaba con Él. Me llamaba, buscabami entrega y yo me resistía ignorándo-le, hasta que su amor infinito, quebran-tó mi sordera, curó mi ceguera y que-bró mi resistencia. Me tocó y desdeentonces mi alma le añora, le busca, ledesea… Según iba dejando que Él pe-netrara en mi existencia, fue apaci-guándose esa sed de Verdad e infinitoque siempre tuve, aunque, a veces, deforma latente.

Me retiré a un monasterio a discer-nir qué quería Dios de mí. Necesitabahacer silencio profundo para escucharsu voz. Por fin yo me hice capacidad yDios se hizo un torrente de luz, en unmomento concreto del que recuerdo eldía y la hora. Fue un viernes santo, enel momento de la adoración de la Cruz:le vi allí entregado por nuestros peca-dos, sediento de mi amor y ya, sin másresistencia, caí a sus pies y dije: «Señor,aquí me tienes, tómame para Ti». Nopuedo recordar el tiempo que permane-cí en aquella iglesia, recogida, callada,llorando sin cesar. Un llanto sereno, go-zoso, lleno de paz.

Desde ese momento decisivo supeque sería totalmente para Dios y parasiempre. Ya no había más dudas: por fin,había sido alcanzada. Él había sido másfuerte y yo resulté vencida. Un abismollama a otro abismo: sobre el abismo demi miseria se había volcado el abismode la misericordia de Dios.

Después de un tiempo en el que medediqué a arreglar mis cosas, ingresé enun monasterio de vida contemplativa:las hermanas me abrieron sus puertasacogiéndome, permitiéndome hacer re-alidad mi deseo de consagrarme parasiempre a Dios.

sobre el abismo de mi miseriase había volcado

el abismode la misericordia de Dios

Por fin respondía a su amor. ¡Qué ca-mino había tenido que recorrer, qué decurvas y rodeos para llegar al punto departida! Pero quizá fue necesario todoese proceso para llegar a entregarme ya descubrir la profundidad de la libertadque da la relación con Dios.

Hoy sigo dando gracias a Dios contodo mi corazón por su inmensa miseri-cordia y alabando su paciente bondadque puse a prueba durante mi adoles-cencia y juventud. Pasé un tiempo ale-jada de Él y, a pesar de todo, se dignóllamarme a vivir junto a Él. ¿No es des-concertante?

Puedo decir con gozo y muy alto queDios está presente en mi vida como la

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realidad más cierta que pueda existir, yque me siento amada incondicional-mente por Él, incluso en lo más impre-sentable de mí misma.

Opté por la vida contemplativa por-que tenía una gran fe en el poder trans-formador de la oración y en la fecundi-dad de una vida escondida con Cristo enDios. Mi opción no fue comprendida poralgunas personas que consideraban quepasaba de una prisión a otra. Eso sólopuede decirlo quien desconoce el poderliberador del amor. Sé que la vida con-templativa puede ser difícil de entendercuando hay tantas necesidades que aten-der en el mundo, pero la seducción es tanfuerte que, a pesar de que resulte pocoracionalizable, lo experimento como lomejor que puedo hacer. Es algo gratuito,inexplicable, que da sentido a mi vida yen lo que me reconozco.

Dios no puedeni sabe hacer otra cosa

que amarporque

«Dios es amor»

Me percibo a mí misma como centi-nela que permanece con los brazos y elcorazón levantados hacia Dios, interce-diendo por mis hermanos y hermanasque cargan sobre sus hombros la difíciltarea de llevar la Buena Nueva a todaslas gentes. Mi misión es rogar a Dios, siasí puede decirse, que vuelva su rostromisericordioso sobre sus hijos e hijas,que mire a esta pobre humanidad enfer-

ma con la misma mirada de ternura ymisericordia con la que miró a la mujeradúltera, con la que acogió a MaríaMagdalena, al hijo pródigo, y a mí mis-ma. También, ser un recordatorio, unapresencia silenciosa, un signo humildelevantado en el corazón de la Iglesia ydel mundo que, desde el silencio y la so-ledad del monasterio, apunta a Dios, re-cuerda su existencia y su misterio e in-vita a escucharlo.

En mis ratos de oración intento abrirmi corazón al Padre y acoger su amorcompasivo para hacerlo presente a tra-vés de mi vida. Descubro el corazón mi-sericordioso de Jesús a quien se le con-movían las entrañas por el dolor y elsufrimiento de los hombres y le pidoque convierta mi corazón de piedra enun corazón de carne, misericordioso co-mo el suyo, lleno de ternura y compa-sión, que vibre con el sufrimiento de to-do ser humano.

Cuando has llegado a experimentarasí el amor misericordioso de Dios,cuando se ha hecho en la propia vidauna fuerte experiencia de salvación,cuando has experimentado en tu mismacarne que vivir de espaldas a Dios hacedaño, cuando se ha sentido a Dios comogracia liberadora, cuando te has sentidoamada, perdonada, acogida incondicio-nalmente, no puedes permanecer calla-da. Se siente una necesidad imperiosade decir a todos que Dios es bueno, quenos ama y nos acoge a pesar de nuestropecado, que Dios no oprime, ni amena-za sino que libera, que creer hace bien,que encontrarse con él es una suerte.Dios no quiere nuestra muerte, es ami-go de la vida, quiere la felicidad y la di-cha de todas sus criaturas. Dios no pue-

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de ni sabe hacer otra cosa que amar por-que «Dios es amor» (1 Jn 4,8).

La historia de mi vida sólo tiene unprotagonista: Dios. Su amor me ha de-vuelto la vida. Es tan fuerte y poderososu amor que soy incapaz de alejarme deél aun sabiendo que mi respuesta es bienpobre y mi pecado abundante.

A veces, me vienen a la mente estaspalabras de la Escritura: «Me he dejadoencontrar incluso por quienes no pre-guntaban por mí; me hallaron los que nome buscaban» (Is. 65, 1-2). Dios es tangrande que se deja encontrar incluso porlos que no preguntamos por El, y depronto es capaz de decir a cualquiera:«Aquí estoy, aquí estoy»…

Mi vida es una historia secreta deamor, de seducción entre un Dios que,desde joven, me acosaba insistentemen-te con pretensión de totalidad, y mi al-ma que, asustada, huía escurridiza deAlguien que me invitaba a darme porentero. Lucha escarnecida entre Dios yyo…entre el Todo y la nada… Dios, co-mo un amante incansable, me perseguíahasta darme alcance, empeñado –comodice la Biblia– en «arrancarme de mi pe-queño jardín para conducirme al desier-to y hablarme allí al corazón». Un Dios

más fuerte que yo me vencía a fuerza deseducirme. «Me sedujiste, Señor, y medejé seducir. Tú eras más fuerte y resul-té vencida» (Jer 20,8).

Y es que podemos empeñarnos enolvidar esa Presencia que nos invade díay noche, pero estamos ya marcados porun Amor que no cesa hasta alcanzarnos.

podemos empeñarnosen olvidar esa Presencia

que nos invade día y noche,pero estamos ya marcadospor un Amor que no cesa

hasta alcanzarnos

«Tuvieron que formárseme llagas enlos pies por los caminos de la lejanía yla degradación antes de encontrar el ca-mino hacia la casa paterna y descubrirque ésta no era una prisión sino un es-pacio de libertad y perdón, de dignidadrecuperada, y que en el centro no habíaun código, sino un corazón, no un tri-bunal sino una fiesta de música y dan-zas».

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PARA REFLEXIONAR

Aunque son pocos testimonios y muy dispersos quizá cabe fijarse enlos siguientes puntos:

1. Tuvo razón Rahner al afirmar que el cristiano del siglo XXI tendríauna experiencia de fe o no sería cristiano. Los testimonios muestran laimportancia de la experiencia espiritual hoy, cuando la sociedad es plu-ral y no sociológicamente cristiana: sin ella se pierde la fe al entrar enotro ambiente. Con ella se mantiene firme, aunque a la hora de formu-larse siempre quede corta.

2. Confirman también la razón de Bonhoeffer cuando hablaba de queestamos en un mundo no religioso, de la distinción entre fe y religión, yde que Cristo puede seguir siendo «Señor también de los no religio-sos».

3. La institución eclesial ha sido factor decisivo en muchas pérdidasde fe, y obstáculo a la hora de recuperarla (aun percibiendo la necesi-dad de la comunidad): no sabe transmitir sino sólo imponer. Parece queno le interesa comunicar la experiencia de Dios sino salvaguardar supoder institucional e imponer a la sociedad su modo de ver las cosas.

4. Vinculación de la fe con la crueldad del mundo: si Dios es amor enun mundo como éste, ha de ser un amor “asimétrico”. Y sólo se puedeserle fiel con una opción clara por las víctimas de esta historia y unalucha por la justicia para ellas.

5. Importancia de los encuentros: que si alguien se acerca sepa sercomo el desconocido de Emaús que hizo que ardiera otra vez el cora-zón de aquellos discípulos sin esperanza.

En un Papel aparte ampliamos estas reflexiones acerca de las expe-riencias de retorno a la fe.