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Conferencia de Joxe Arregi: El conocimiento propiedad de la persona. (prohibida su reproducción total o parcial sin permiso del autor) 1 Por un conocimiento más sabio Vivimos en la sociedad del conocimiento. El conocimiento es lo que marca la diferencia, lo que proporciona competitividad, lo que crea riqueza, lo que da poder. Así será, pero esas palabras me estremecen. Como me estremecieron unas palabras que escribía hace poco Sami Naïr en un diario estatal: “Quien posea la mayor parte del monopolio de la información ostentará el poder mundial” (Sami Naïr, “Imperialismo digital”, EL PAÍS 02-11-13). Quien más conoce más poder posee. Conocer más para dominar más. Así es la realidad, pero es terrible que lo sea. Las filtraciones de Snowden sobre el espionaje americano revelan de la manera más cruda hasta dónde puede llegar la perversión del saber al servicio del poder. El espionaje total, practicado por todos los que pueden, es una buena ilustración del conocimiento totalitario, que quiere saberlo todo sobre todos y para el que nada es secreto, ni inviolable ni digno de respeto. Todo se puede conocer, invadir, violar. Todo es legítimo si es útil al poder. Ya lo sabíamos en general, ahora lo sabemos en detalle. Y no podemos eludir la cuestión: ¿Ésa es la información, el saber y el conocimiento que buscamos? ¿Qué queremos hacer con el conocimiento y el saber? ¿Qué tipo de conocimiento queremos promover? 1. ¿Qué es conocer, saber? Nos denominamos Homo sapiens, no sin una buena dosis de arrogancia o simplemente de ingenuidad. Es verdad que nuestro mayor índice cerebral nos hace capaces de saber mucho más que todos los demás animales conocidos del planeta. Es asombroso saber lo que sabemos y más asombroso aun saber que lo sabemos. Pero ¿sabemos lo que es realmente saber? Las palabras suelen ser muy sabias, y es un gran misterio cómo las inventaron. “Saber”, en castellano, al igual que el “sapere” latino, significa dos cosas: “tener sabor, tener buen gusto” y “conocer una cosa, tener conocimiento”. Pero a lo mejor no son dos cosas distintas, sino la misma en el fondo: ¿no será que, para conocer algo de verdad, no basta con tener información, sino que es preciso gustar su buen sabor profundo? Solo sabemos lo que saboreamos y solo saboreamos lo que sabemos a fondo, cuando sabemos el fondo. Miremos también la palabra “conocer”. Viene del latín “cognoscere”, formado a su vez de “cum-gnoscere” o “conocer con”. Conocer es “conocer con”, conocer con otros, conocer en sintonía, conocer en armonía. Nunca conocemos solos, y nunca conocemos divididos, nunca conocemos de verdad si es para dividir, dominar, poseer. Conocer para dividir, dominar y poseer no es conocer, sino espiar, y lo mismo da que queramos espiar una célula o un personaje, un cuerpo o un país. Solo conocemos en comunión. Solo conocemos de verdad desde una profunda actitud de solidaridad y respeto. Solo un conocimiento hecho de respeto y comunión profunda nos hará sabios, nos dará el saber de la sabiduría, el saber vivir, el sabor de la vida y de todo cuanto es. Nos llamamos homo sapiens, pero buena parte del conocimiento es mera información y buena parte de la información está directamente financiada y es utilizada por empresas y entidades en busca de dominio y poder. Por mucho que nos llamemos sapiens, somos todavía Homo insapiens y por ello todavía bastante insipiens. Solo seremos sabios cuando sepamos vivir en respeto y comunión, en el profundo respeto de todo lo que es, en la profunda comunión de todos los seres. Y solo

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Conferencia de Joxe Arregi: El conocimiento propiedad de la persona. (prohibida su reproducción total o parcial sin permiso del autor)

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Por un conocimiento más sabio

Vivimos en la sociedad del conocimiento. El conocimiento es lo que marca la diferencia, lo que proporciona competitividad, lo que crea riqueza, lo que da poder. Así será, pero esas palabras me estremecen. Como me estremecieron unas palabras que escribía hace poco Sami Naïr en un diario estatal: “Quien posea la mayor parte del monopolio de la información ostentará el poder mundial” (Sami Naïr, “Imperialismo digital”, EL PAÍS 02-11-13). Quien más conoce más poder posee. Conocer más para dominar más. Así es la realidad, pero es terrible que lo sea. Las filtraciones de Snowden sobre el espionaje americano revelan de la manera más cruda hasta dónde puede llegar la perversión del saber al servicio del poder. El espionaje total, practicado por todos los que pueden, es una buena ilustración del conocimiento totalitario, que quiere saberlo todo sobre todos y para el que nada es secreto, ni inviolable ni digno de respeto. Todo se puede conocer, invadir, violar. Todo es legítimo si es útil al poder.

Ya lo sabíamos en general, ahora lo sabemos en detalle. Y no podemos eludir la cuestión: ¿Ésa es la información, el saber y el conocimiento que buscamos? ¿Qué queremos hacer con el conocimiento y el saber? ¿Qué tipo de conocimiento queremos promover? 1. ¿Qué es conocer, saber? Nos denominamos Homo sapiens, no sin una buena dosis de arrogancia o simplemente de ingenuidad. Es verdad que nuestro mayor índice cerebral nos hace capaces de saber mucho más que todos los demás animales conocidos del planeta. Es asombroso saber lo que sabemos y más asombroso aun saber que lo sabemos. Pero ¿sabemos lo que es realmente saber?

Las palabras suelen ser muy sabias, y es un gran misterio cómo las inventaron. “Saber”, en castellano, al igual que el “sapere” latino, significa dos cosas: “tener sabor, tener buen gusto” y “conocer una cosa, tener conocimiento”. Pero a lo mejor no son dos cosas distintas, sino la misma en el fondo: ¿no será que, para conocer algo de verdad, no basta con tener información, sino que es preciso gustar su buen sabor profundo? Solo sabemos lo que saboreamos y solo saboreamos lo que sabemos a fondo, cuando sabemos el fondo.

Miremos también la palabra “conocer”. Viene del latín “cognoscere”, formado a su vez de “cum-gnoscere” o “conocer con”. Conocer es “conocer con”, conocer con otros, conocer en sintonía, conocer en armonía. Nunca conocemos solos, y nunca conocemos divididos, nunca conocemos de verdad si es para dividir, dominar, poseer. Conocer para dividir, dominar y poseer no es conocer, sino espiar, y lo mismo da que queramos espiar una célula o un personaje, un cuerpo o un país. Solo conocemos en comunión. Solo conocemos de verdad desde una profunda actitud de solidaridad y respeto.

Solo un conocimiento hecho de respeto y comunión profunda nos hará sabios, nos dará el saber de la sabiduría, el saber vivir, el sabor de la vida y de todo cuanto es. Nos llamamos homo sapiens, pero buena parte del conocimiento es mera información y buena parte de la información está directamente financiada y es utilizada por empresas y entidades en busca de dominio y poder. Por mucho que nos llamemos sapiens, somos todavía Homo insapiens y por ello todavía bastante insipiens.

Solo seremos sabios cuando sepamos vivir en respeto y comunión, en el profundo respeto de todo lo que es, en la profunda comunión de todos los seres. Y solo

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será posible cuando alcancemos una profunda conciencia del Misterio que es todo, el Misterio del Todo que Es y que somos. 2. Mirar y conocer el Todo en cada parte

Pensar es bueno, además de inevitable, pero no somos lo que pensamos. Observar en el microscopio el átomo, la célula o el tejido, aplicar fórmulas matemáticas y verificar los datos en el laboratorio, todo eso es muy útil y necesario, pues de otra forma no tendríamos ordenadores o medicinas, ni podríamos fabricar riñones a partir de células de la piel. Pero la realidad no es solamente lo que observamos, cuantificamos, verificamos.

No basta pensar para conocer lo que somos. Y no bastan las matemáticas, los laboratorios y los aceleradores de partículas para conocer la realidad. El pensamiento conceptual y las ciencias empíricas analizan, dividen, diseccionan la Realidad en partes, y cada parte en nuevas partes y así hasta el infinito. Pero la realidad es un Todo y solo puede ser conocida cuando se la mira como un Todo. Separamos, medimos, pesamos, pensamos, pero la Realidad escapa a nuestras categorías y lentes, a nuestras medidas y fórmulas. Una sinfonía musical es más que la suma descompuesta de sus melodías, infinitamente más que la suma desarticulada de sus ondas vibratorias. Una flor, como un cuerpo vivo cualquiera, es infinitamente más que la suma de sus partes separadas. Un cuerpo diseccionado ya no es un cuerpo humano viviente, le falta la figura total, o la forma o el alma o como se le quiera llamar.

Para conocernos, para conocer cualquier ser y la Realidad en su conjunto, necesitamos esa mirada capaz de percibir el Todo, de ver cada parte como un todo, y el todo en cada parte, y todas las partes del universo como un Todo infinito lleno de misterio. A esas partes que son un todo y que, escalonadamente, como en una matrioska rusa, forman parte del Todo o del Cosmos o del Universo, llama Ken Wilber un “holón”: una partícula es un todo que forma parte de un átomo, que es un todo y parte de una molécula, que es un todo y parte de una célula, que es un todo y parte de un organismo… y así indefinidamente hacia lo infinitamente grande y lo infinitamente pequeño. Y cada holón está habitado de de interioridad o de espíritu. Y todo es como una sinfonía inacabada, abierta y haciéndose, llena de sus armonías y también sus discordancias. Necesitamos esa mirada para conocernos a nosotros mismos y conocer, o al menos intuir, la realidad en su hondura sin fondo. A eso se llama mirada espiritual, y ella nos proporciona el verdadero conocimiento hecho de admiración y respeto. 3. Mirarse y conocerse a sí mismo como Todo Apliquemos esta mirada holística y espiritual de la hondura al conocimiento propio. Gnothi seautón (“Conócete a ti mismo”) rezaba la inscripción del frontispicio en el templo de Apolo en Delfos. La gente acudía allí para consultar a la Pitonisa y escuchar su oráculo, y en la entrada se encontraba con esa invitación: “Conócete a ti mismo”. Si te conoces a ti mismo, sobran pitonisas y oráculos. Nadie te revelará desde fuera sino lo que tu propio ser profundo te revela desde dentro, si sabes comprenderlo. “Conócete a ti mismo”. Mira dentro de ti, o mira el adentro de todo, pues el Fondo que hay en ti es el Fondo de todo. Conocerme a mí mismo requiere la conciencia profunda de que soy en comunión con todo lo que es. Ser es “interser”, dice el maestro budista Tich Nhat Hanh. Soy interser, soy relación con todos los seres. Soy el fuego que arde en el centro de la tierra, en el sol y en las galaxias más lejanas. Soy la lluvia de las nubes. Soy la mariposa que vuela en la selva amazónica. Soy el gusano que piso. Soy el herido en la guerra y

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soy el que hiere. Soy la mujer violada y soy también el violador. Y esta conciencia profunda me debe llenar de profunda compasión por todos los seres. Solo entonces me conoceré y me amaré. Entonces podré amar. Y entonces gustaré el sabor de la vida. Y no se trata únicamente de despertar en mí la conciencia profunda de que soy en relación con todos los seres. Se trata, en el fondo, de despertar a la pura Conciencia de que simplemente soy. Con mayúsculas: SOY. Mi ser más profundo es el Ser mismo. No soy los miedos que me ahogan, el odio que me corroe, los complejos que arrastro, la suficiencia que aparento, los recuerdos que me torturan, las heridas que me duelen, los planes que proyecto… Sí, también soy eso, pero no es mi ser más verdadero, es mi ego separado construido por mi mente, es un ego siempre doliente, preso en el remolino de mis ideas, en la cárcel de mis pensamientos. En lo más profundo de mí no soy eso. En lo más profundo de mí, soy paz y perdón, soy bondad feliz, soy Espíritu y energía pura, soy Fuente profunda de todo cuanto es, soy el Vacío y soy el Todo, soy Dios. Ese conocimiento es la auténtica sabiduría. ¿Cómo llegaremos a esa sabiduría? 4. Vaciar y silenciar para conocer mejor Es asombrosa la cantidad de información de que disponemos en cada momento con solo entrar en Internet a través del móvil. Eso también está bien, como está bien el pensar. Pero la información no aumenta mi conocimiento verdadero de la realidad, no me hace más sabio, no me hace más libre, no me hace más hermano. Entre otras cosas, porque las fuentes de la información muy a menudo están contaminadas o controladas por alguien.

De modo que la información sin más no me orienta mejor en el mundo, en la vida. De hecho, el exceso de información es uno de los factores más grandes de desorientación. Miremos a nuestros jóvenes. No son peores de lo que fuimos. Bien al contrario, creo que es una juventud más sensible de lo que nunca lo fue. Pero también es una juventud muy desorientada, y es debido justamente al exceso de información. No digo que haya que reducir la información, sino que hemos de aprender a no perdernos en ella, a no dejarnos dominar por ella y por los intereses que la mueven. No tenemos por qué prescindir de la información, pero hemos de aprender a discernirla, si queremos ser sabios.

La sabiduría o el verdadero conocimiento no nos vendrá –principalmente al menos– de la información, sino más bien del silencio. No me refiero ante todo al silencio físico, sino al silencio interior, a la soledad sonora y la presencia misteriosa que todo lo habita, a la vibración silenciosa que todo lo mueve. El silencio de la mirada profunda. El silencio del desapego de nuestro ego cerrado, de nuestros pensamientos egoístas. Sin ese silencio, no podemos conocernos ni conocer la Realidad.

¿Cómo aprenderemos a hacer ese silencio? Estremece mirar a jóvenes y adultos pendientes de sus whattsapps en la calle, en la mesa, en los pasillos e incluso en la clase. Pues bien, la calidad del conocimiento o la sabiduría de la vida dependerá de la capacidad de hacer silencio, de acoger en el silencio la revelación y la llamada que nos llega desde el fondo de la Realidad, desde el fondo de nosotros mismos. Esa escucha y acogida silenciosa de la revelación constituye el corazón de la inteligencia espiritual. Digo espiritual, no religiosa. Y de poco o de nada servirá que la escuela y la Universidad enseñen muchas cosas si no enseñan a callar y vaciarse. Y de poco o de nada servirá que seamos pioneros en innovación y desarrollo, si carecemos de esa inteligencia espiritual del silenciamiento o del vaciamiento. Ningún artista, escritor, músico lo fue de verdad sino gracias al silencio.

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El sabio taoísta Zhuangzi dice en uno de sus relatos: “Un tallista de madera llamado Xing acababa de hacer un yugo de campana, y todo el que lo miraba quedaba maravillado, porque parecía una obra de espíritus. Cuando el duque de Lu lo vio, le preguntó: ‘¿Qué tipo de genio es el tuyo que es capaz de hacer algo así?’. Y el tallista le respondió: ‘Señor, no soy más que un trabajador. No soy un genio. Pero os diré una cosa: cuando tengo que hacer un yugo de campana, antes me estoy tres días meditando para sosegar la mente. Pasados estos tres días, ya no pienso en recompensas ni en remuneraciones. Si medito durante cinco días, ya no me preocupan los elogios ni las críticas, la destreza o la inepcia. Cuando he meditado durante siete días, llego a olvidarme de los miembros del cuerpo e incluso del propio yo; pierdo la conciencia de todo lo que me rodea. Solo me queda la pericia. Entonces voy al bosque y examino cada árbol, hasta que encuentro uno en el que capto toda la perfección del yugo de la campana. Enseguida, las manos se ponen a trabajar. Como he dejado de lado a mi yo, la naturaleza se encuentra con la naturaleza en la obra que se realiza a través de mí. Sin duda, esta es la razón por la que todo el mundo dice que el producto final es obra de espíritus”. 5. Un conocimiento que libera y cura

Somos seres curiosos por naturaleza. Siempre queremos saber más, y eso

también es bueno. Pero todo tiene su contrapartida, y la contrapartida del mucho saber salta a la vista: cuanto más sabemos, más crece la conciencia de lo que ignoramos, y cuanto más nos afanamos en conocerlo todo más nos cansamos, y nunca llegamos. Además, o sobre todo, tenemos que saber más que el vecino, a ver si ganamos el próximo concurso, las próximas oposiciones. Nuestra empresa energética o farmacéutica tiene que ir más rápido y más lejos que la vecina competidora, hay mucho dinero en juego, vale comérsela antes de que nos coma.

Eso sucede cuando el conocimiento está al servicio del poder, destinada al dominio. En última instancia, inspirada por el miedo. Y todo eso sucede. Ya lo escribió el sabio bíblico llamado Qohelet: “Donde abunda el saber abunda el sufrimiento, y a más ciencia más dolor” (Qoh 1,18).

Mirad, por ejemplo, lo que pasa con la medicina. La obsesión por la salud crece a un ritmo mucho mayor que la capacidad de curar. No creo que las enfermedades vayan en aumento, pero sí las aprensiones. No tengo datos empíricos, pero me atrevería a afirmar que la mayoría de los pacientes que acuden al médico de familia y a los servicios de urgencias podrían quedarse en casa sin riesgo alguno. Los malestares son reales, pero el diagnóstico es incierto y el tratamiento inseguro. Los antibióticos curan infecciones, eso es seguro, pero ¿cómo se curan las infecciones de la mente o de la sociedad? Es un gran problema para los médicos y la medicina, y una buena ocasión para homeópatas y curanderos… Es un ejemplo de las grandes contradicciones de la sociedad del conocimiento, una sociedad que de tanto saber se va deslizando hacia la fe, la credulidad y incluso la superstición.

He aquí, pues, que el conocimiento necesita un gran salto adelante. Un salto a la sabiduría. ¿Cómo podremos adquirirla? Todas las ciencias serán necesarias, pero también será necesaria, será indispensable, una nueva manera de conocer: la inteligencia espiritual, la conciencia que mira el Fondo misterioso y bueno de la realidad que somos, la conciencia o el conocimiento que nos libera de nuestro ego con sus miedos, que nos permite despertar, respirar, ser. Liberarse del ego: ésa es la clave. “La persona que abandona el error de la posesividad, libre del sentimiento del yo y de mí, alcanza la paz perfecta” (Bhagavad Gita 2,71). “Libre de egoísmos, violencia y orgullo, así como de concupiscencia, ira y ambición, una vez que esta persona ha superado su yo, su personalidad y el

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sentimiento de lo mío, ha escalado las cimas más altas y se hace merecedor de la unión total con Brahman (Bhagavad Gita 18,53). “Aquella persona que halla su felicidad en la visión interior del conocimiento tiene sujetos sus sentidos, y su corazón está lleno de gozo, debido a la experiencia de su propia vida interior. Solo entonces se le puede reconocer como un yogui en armonía. Una vez que ha alcanzado este estadio, para tal persona .el oro no tiene más valor que cualquier otra piedra de la tierra” (Bhagavad Gita 6,8). Pues bien, eso está al alcance de todos: “No necesitas nada para ser feliz. En cambio, necesitas algo para estar triste”. He aquí este testimonio de Raimon Panikkar de cómo en Oriente se convive con más familiaridad con el hecho de tener que morir: “Esto sucedió hace unos treinta años. a orillas del Ganges, en Benarés. Una mujer, que podría tener tanto treinta como cincuenta años –de tal manera la tuberculosis le había afectado–, tenía a su hijo pequeño entre los brazos y otra hija de unos dos años a su lado. No había esperanza para ella. Había sido víctima de un marido alcohólico que finalmente la había abandonado. Una vida, pues, que desde todos los puntos de vista había sido sufrimiento y fracaso. Con toda-probabilidad. el pequeño que llevaba en sus brazos iba a morir, y ella misma sabía que tampoco a ella le quedaba mucho tiempo de vida. Estuvimos hablando. Cargado de mis prejuicios cristianos, o mejor aún. simplemente humanos, trataba de consolarla y le decía: ‘¿Cómo puedes soportar esta vida?’. Ella no era cristiana. sino hindú. Para mi sorpresa, esta mujer –su recuerdo todavía hoy me emociona– me expresó la alegría que tenía de haber sido invitada al banquete de la vida, de haber tenido la felicidad de una vida conyugal, por muy breve que hubiera sido –pues muy pronto había conocido el horror–, la felicidad de haber sido madre dos veces y saber que ahora este convite llegaba a su fin. Y ella estaba allí. llena de agradecimiento, de alegría por haber sido invitada, de la nada, a disfrutar de un momento de plenitud. ¿Qué podía desear más? ¿Un futuro que no existía, o al menos no todavía? ¿El recuerdo de un pasado que ya no estaba? Ella había vivido y esa luz de un instante le bastaba con creces”.