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Primera aproximación a la viabilidad de implementar las prácticas espirituales como
componente del tratamiento penitenciario colombiano
Presentada por: Ana María Álvarez Muñoz 201124628
Director: Manuel Iturralde
Bogotá, noviembre 17 de 2015
Facultad de Derecho de la Universidad de los Andes
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TABLA DE CONTENIDO
Introducción .................................................................................................................................. 3
1. Marco teórico ......................................................................................................................... 6
1.1. Resocialización ................................................................................................................. 6
1.2. Tratamiento penitenciario ............................................................................................ 12
1.3. Crecimiento espiritual en el tratamiento penitenciario ............................................. 15
1.3.1. Espiritualidad y crecimiento espiritual ...................................................................... 15
1.3.2. Crecimiento espiritual en el marco del tratamiento penitenciario de las personas
privadas de la libertad ............................................................................................................ 17
1.4. Meditación como práctica espiritual para las personas privadas de la libertad ..... 20
2. Aproximación general a la resocialización y tratamiento penitenciario en Colombia . 25
3. Análisis de la viabilidad de que dentro del tratamiento se implementen prácticas
espirituales ................................................................................................................................... 30
4. Conclusiones ......................................................................................................................... 44
5. Bibliografía ........................................................................................................................... 46
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Introducción
Pronunciamientos de las diferentes ramas del poder del Estado colombiano –Procuraduría
General de la Nación1 y la Defensoría del Pueblo2, entre otros- han hecho un llamado de
atención con respecto a los programas de resocialización y su importancia en medio de la
crisis penitenciaria que enfrenta hoy en día el sistema carcelario y penitenciario.
Entre estos llamados, se encuentra el pronunciamiento del Fiscal General de la Nación del
pasado 15 de febrero de 2015. De acuerdo con el Fiscal, las penas privativas de la libertad y
su ejecución en Colombia no cumplen con el fin de resocialización. A pesar de que el fin
esencial de las penas privativas de la libertad sea dicha resocialización, la crisis actual
muestra un fracaso de la política penitenciaria en Colombia. En palabras del Fiscal:
Nos hemos dedicado exclusivamente a aumentar penas, a crear nuevas infracciones
penales, nuevos tipos delictivos; pero nos olvidamos de dos elementos
fundamentales en lo que es una verdadera política criminal: en primer lugar, que
tenemos que tomar muy en serio que una de las finalidades de la pena es la
resocialización, que no se logra en este tipo de establecimientos carcelarios, y en
segundo lugar que seguir aumentando penas no es la solución (El Espectador,
2015).
Es evidente que el problema del sistema carcelario y penitenciario no se limita, como en
ocasiones se ha creído, al hacinamiento y la falta de cupos en los centros penitenciarios3. Si
bien dentro del debate ya se se ha empezado a resaltar la importancia y la preocupación de
garantizar la resocialización de las personas privadas de la libertad –teniendo en cuenta que
1 Informe de Gestión 2012 Procuraduría General de la Nación, disponible en: http://www.procuraduria.gov.co/portal/media/file/descargas/publicaciones/hacinamientooficial.pdf
2 La política criminal y penitenciaria del estado colombiano (2013) Informe elaborado por la Defensoría delegada para la política criminal y penitenciaria disponible en http://www.defensoria.gov.co/public/pdf/04/documento_09_sep_2013.pdf 3 Durante años pasados, el debate del sistema penitenciario giró alrededor del hacinamiento, donde los gobiernos de turno destinaron grandes cantidades de recursos a la construcción de nuevos establecimientos en busca de crear nuevos cupos y disminuir el hacimiento.
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éste es el fin principal de la pena4- es poco eficaz el tratamiento que actualmente se
implementa en los centros penitenciarios. Como consecuencia, se considera necesario
pensar en nuevas alternativas para articular el tratamiente penitenciario y que éste cumpla
con su finalidad.
La Corte Constitucional, en la sentencia T-388 de 20135, dispuso que la política criminal y
carcelaria debe buscar, principalmente, la resocialización de las personas condenadas. De
acuerdo con la Corte, cualquier política carcelaria cuyo eje central no sea la resocialización
de las personas privadas de la libertad, estaría yendo en contra de los principios y los
postulados centrales de un Estado social de derecho. “Una política carcelaria que
simplemente se dedique a castigar y sancionar, sin la finalidad de lograr resocializar y
reintegrar a las personas en la vida civil, deja de lado una de las funciones centrales y
primordiales del poder penal del estado fijadas en la Constitución Política de 1991”. No
obstante, en la práctica, dicha finalidad se desvanece.
De acuerdo con el artículo 10 de la Ley 65 de 1993, la resocialización del interno se alcanza
“mediante el examen de su personalidad y a través de la disciplina, el trabajo, el estudio,
la formación espiritual, cultura, el deporte y la recreación, bajo un espíritu humano y
solidario”6 (negrilla fuera del texto).
De la lectura de la norma puede inferirse que la formación espiritual del interno es un
elemento del proceso de resocialización del interno, no obstante, ha sido poco desarrollado
por la normatividad del sistema penitenciario y carcelario colombiano. Sobre el tema solo
se identificó el Decreto 1519 de 1998, el cual regula la obligación que tienen los
establecimientos carcelarios y penitenciarios de brindar a los internos la posibilidad de
ejercer su derecho a la libertad religiosa y de cultos dentro de los establecimientos. Como
4 De acuerdo con el artículo 4 del Código Penal –Ley 599 de 2000- “La pena cumplirá las funciones de prevención general, retribución justa, prevención especial, reinserción social y protección al condenado”. 5 Mediante la cual se declara que el Sistema penitenciario y carcelario nuevamente está en un estado de cosas contrario a la Constitución Política de 1991. 6 Artículo 10 de la Ley 65 de 1993.
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consecuencia, la formación espiritual ha tenido un enfoque predominantemente religioso y
esto ha tenido como resultado que en la institucionalidad y la normatividad del sistema
queden por fuera prácticas espirituales que no necesariamente son religiosas.
Desde ya hace varios años, el crecimiento espiritual en contextos penitenciarios ha cobrado
relevancia puesto que la implementación de prácticas espirituales, como lo es la
meditación, ha tenido resultados muy positivos. La meditación se ha consolidado como un
mencanismo para facilitar la rehabilitación y resocialización de las personas privadas de
libertad. Esta práctica ha sido bien documentada y se ha comprobando que mejora las
funciones psicosociales de los internos y reduce los índices de reincidencia (Himelstein S. ,
2011, p. 647).
En concordancia con lo anterior, el objetivo principal del presente texto es hacer una
primera aproximación a la viabilidad de que dentro del tratamiento penitenciario
colombiano se tome en serio el crecimiento espiritual, específicamente, por medio de la
implementación de prácticas de meditación. Esto teniendo en cuenta que i) resulta
necesario, dada la crisis penitenciaria en materia de resocialización, pensar en nuevas
alternativas para complementar o modificar el tratamiento que es actualmente
implementado y; que ii) la meditación en contextos penintenciarios ha tenido resultados
muy positivos.
Para lograr el objetivo propuesto, el texto se divide en dos secciones principales. En primer
lugar se presentará un marco teórico, en aras de comprender qué es la resocialización y el
tratamiento penitenciario. De igual manera, se definirá el concepto de crecimiento espiritual
y espiritualidad, y enseguida se presentará el estado del arte del crecimiento espiritual
dentro de contextos penitenciarios, específicamente en lo que respecta a la implementación
de programas de meditación. Esto, en busca de evidenciar los beneficios y los aportes que
las prácticas espirituales han tenido en dichos contextos, por ejemplo, la disminución de los
índices de reincidencia en la población carcelaria que ha participado de dichos cursos.
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En la segunda sección, se trae el debate al contexto colombiano y se realiza, en primer
lugar, un recuento de la normativa para mostrar que ésta consagra como uno de los fines de
la pena la resocialización de los internos y dado que este fin no se está alcanzando, se hace
necesario buscar nuevas alternativas. Seguido de ello, se argumenta que la privación de la
libertad tiene efectos negativos en aspectos emocionales e individuales de las personas
privadas de la libertad y que el tratamiento penitenciario debe prever herramientas para
promover el bienestar de los internos pues el desconocimiento de estos fenómenos vulnera
de la dignidad humano. Una vez demostrado que la pena no cumple con una de sus
principales funciones, y que la prisión tiene efectos negativos sobre los internos, se realiza
una aproximación general al sistema penitenciario y carcelario en busca de analizar la
viabilidad de que dentro del tratamiento penitenciario se implementen prácticas que
promuevan el crecimiento espiritual, espcíficamente, programas de meditación.
1. Marco teórico
El marco teórico que se presenta a continuación se compone de tres ejes principales. En
primer lugar, se realiza una exposición de los principales modelos de resocialización
establecidos por la doctrina y se define el concepto de tratamiento penitenciario. Debe
tenerse en cuenta, como se mostrará a continuación, que mientras que la resocialización se
ha consagrado como uno de los fines de la pena, el tratamiento penitenciario es la forma en
la que se alcanza dicha resocialización. En tercer lugar, se introduce al lector en la literatura
acerca del crecimiento espiritual en contextos penitenciarios.
1.1. Resocialización
La resocialización se ha definido como una las funciones de la pena (De la cuesta
Arzamendi, 1993, p. 9); de acuerdo con Sáenz Rojas (2007, p. 129), dicha función se
encuentra fundamentada en el paradigma positivista. Este paradigma se compone de dos
aristas; por un lado, la función preventiva de la pena, la cual busca que los ciudadanos se
abstengan de delinquir al establecer una amenaza punitiva (Prevención general), por otro
lado, la función resocializadora cuyo objetivo es evitar que quien ha incurrido en una
conducta desviada vuelva a realizarla (Prevención especial) (Peréz Pinzón, 1993, p. 16).
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La prevención especial intenta evitar la comisión de nuevos comportamientos reprochables
por parte de quien ya ha transgredido el ordenamiento; y se fundamenta en la concepción
de que quien ha infringido la ley penal es un sujeto peligroso a quien debe tratar de
corregirse o adecuarse a la vida en sociedad. Esto, a través de un tratamiento, el tratamiento
penitenciario, el cual buscará o la resocialización del individuo –prevención general
positiva- o su inocuización –prevención especial negativa- (Peréz Pinzón, 1993).
Mientras que la prevención general se entiende como una acción anterior a la comisión del
delito “como un medio al servicio de un fin” (Peréz Pinzón, 1993, p. 17), la prevención
especial, tiene como objetivo principal impedir la recaída en el delito, corrigiendo y
reeducando al individuo. Busca evitar la reincidencia a través de la resocialización.
Si bien se encuentran diferentes conceptos y definiciones acerca de lo que significa la
resocialización, es importante tener en cuenta que en la doctrina no existe un definición
unificada de dicho concepto. Autores como Muñoz Conde (1980) y De La Cuesta (1993)
afirman que a pesar de que en la mayoría de sistemas penales el fin último de la pena es
dicha resocialización, no existe unanimidad con respecto a su significado y esto conlleva
múltiples problemas para su implementación. No obstante, a continuación se realiza una
exposición breve acerca de los modelos teóricos predominantes sobre este concepto.
La resocialización tiene como finalidad “la adaptación del individuo a las estructuras y
pautas sociales; esto puede concebirse –funcionalmente-; o bien puede pretender una
corrección, mejora, o reeducación del delincuente” (García-Pablos de Molina, 1979, p.
656). De esta frase se derivan los dos modelos principales de resocialización, el modelo –
funcionalista- de socialización y el de corrección (De la cuesta Arzamendi, 1993, p. 4).
La teoría de la socialización –modelo funcionalista-
La teoría de la socialización sostiene que el individuo, mediante un proceso de –
resocialización-, interioriza los valores, normas y directrices del grupo al que pertenece. Es
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el proceso a través del cual se aprende a querer hacer lo que se debe sin percatarse de ello.
La teoría de la socialización explica al delito como consecuencia de un –déficit, defecto o
trastorno- en los procesos de socialización, es decir, el delincuente se concibe como un –
retrasado- en el proceso de desarrollo social (García-Pablos de Molina, 1979, p. 657).
Teniendo en cuenta la anterior afirmación, el objetivo del proceso es reintegrar al individuo
a la sociedad mediante la compensación del déficit de socialización y la reparación de los
procesos incompletos de su desarrollo personal. De acuerdo con Kaiser,
Se trata de integrar al individuo en el mundo de sus conciudadanos, y, ante todo, en
las colectividades sociales básicas como la familia, la escuela, profesión, trabajo,
proporcionándole una auténtica ayuda que le haga salir del aislamiento y asumir
su propia responsabilidad (Kaiser en García-Pablos de Molina, 1979, p. 658).
En síntesis, siguiendo a De La Cuesta, se puede afirmar que en el marco del modelo
funcionalista, la ejecución de la pena debe lograr una especie de -socialización de
reemplazo-, dirigida a corregir y rellenar esa carencia o defectos de socialización (De la
cuesta Arzamendi, 1993, p. 5).
Teoría correccionalista
La teoría correccionalista se concentra en las transformaciones cualitativas que debe
experimentar el sujeto a través de la ejecución de la pena; en la actitud interna y voluntad
del individuo, más que en su reincorporación a la comunidad política. Desde el imaginario
correccionalista un delito se comete como consecuencia de una voluntad débil (García-
Pablos de Molina, 1979, p. 658). Para los correccionalistas, la función penal debe ser una
individualizada y protectora del individuo. De acuerdo con Besserungstheorie:
No se trata, sin más, de una adaptación del delincuente a las pautas y modelos
sociales –cuyas normas ha de interiorizar y asumir- sino de compensar, curar, su
voluntad débil, de corregirle y enmendarle; y de reincorporarle a la comunidad
jurídica, una vez rehabilitada su libertad interior mediante una terapia
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individualizada, tutelar y pedagógica (Busserungstehorie en García-Pablos de
Molina, 1979, p. 659).
En otras palabras, los correccionalistas consideran que la conducta delictiva es la
manifestación de la incapacidad del delincuente de autodeterminarse y controlar su
comportamiento, y por tanto es a través de la intervención penitenciaria que debe orientarse
hacia su mejora.
Teniendo en mente las teorías anteriormente expuestas se puede afirmar que mientras la
teoría de la socialización busca objetivos meramente funcionales, la adaptación del
individuo al grupo, la teoría correccionalista pretende lograr no solo la adaptación sino la
corrección del individuo (García-Pablos de Molina, 1979, p. 662).
Ahora bien, las teorías presentadas han sido objeto de numerables críticas. Por el lado de la
teoría correccionalista se ha criticado fuertemente su pretensión correctora pues en el
contexto de un Estado social de derecho, puede entrar en conflicto con la dignidad de la
persona y el respeto de sus derechos fundamentales (De la cuesta Arzamendi, 1993, p. 4).
Por otro lado, la teoría funcionalista ha sido objetada pues se ha puesto en duda la
idoenidad de la institución penitenciaria para atender y solucionar los problemas de
socialización de los internos (Bergalli, 1976). Adiconalmente, ha sido crirticada pues se ha
considerado la posibilidad de que el contexto penitenciario pueda conllevar un proceso de
socialización negativa, es decir, la interiorización de valores socialmente reprobados pero
presentes en las instituciones penitenciaria (1993, p. 5).
Con respecto a las críticas presentadas, debe tenerse en cuenta que tanto para el modelo
funcionalista como para el modelo correccionalista, resultaría de gran utilidad la
incorporación de prácticas espirituales como parte de sus modelos. Por el lado del modelo
correccionalista, el cual pareciera ser invasivo y agresivo en aras de lograr la
transformación de la vountad del interno, la implementación de estas prácticas permitirían
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que el fin propuesto fuera alcanzado de una manera natural, progresiva y voluntaria, sin
entrar en conflicto con la dignidad humana o los derechos fundamentales del interno.
Por otro lado, las críticas al modelo funcionalista podrían superarse con la incorporación de
estas prácticas, pues si los internos tienen espacios donde puedan reflexionar sobre sí
mismo, espacios de relajación y auto conocimiento, el establecimiento podría llegar a ser
idóneo para solucionar sus problemas de socialización. En la medida en la que los internos
tengan más conciencia de sí mismo y de los demás, el ambiente en los establecimientos
penitenciarios será más calmado, menos violento, y no se prestaría para la configuración de
un proceso de socialización negativo, sino que al contrario, sería un proceso positivo para
los internos.
Como se verá más adelante, la implementación de las prácticas espirituales, como lo es la
meditación en contextos penitenciarios, ha sido éxitosa en diversos escenarios
penitenciarios donde el modelo resocializador no ha sido un determinante de dicha
implementación. Es decir, las prácticas de crecimiento espiritual podrían ajustarse a
cualquiera de los modelos descritos.
Ahora bien, es importante tener en cuenta que en la práctica, la mayoría de modelos operan
como una integración, mayor o menor, de elementos procedentes de ambas teorías. Es por
esto que la doctrina, en busca de identificar con mayor facilidad los modelos implentados
ha identificado dos tendencias (De la cuesta Arzamendi, 1993, p. 5): la resocialización para
la legalidad o programas mínimos, de un lado, y la resocialización para la moralidad o los
programas mínimos del otro (1993, p. 6).
La resocialización para la moralidad –programas máximos-, parte de la consideración de
que la intervención resocializadora debe lograr que el individuo interiorice los criterios
valorativos de la sociedad para que el individuo vuelva a la sociedad sin riesgo de la
comisión de nuevos delitos (1993, p. 6). De acuerdo con los autores Pardos y Valderaz
(1995, p. 27), el modelo promueve una postura moral mediante la cual se busca que el
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individio interiorice las normas y códigos sociales dominantes, para que éste mejore y no
reincida en la comisión de conductas desviadas.
Por otro lado, la resoclialización para la legalidad –programas mínimos-, busca, a
diferencia de la resocialización para la moralidad, un fin más modesto; la adecuación del
comportamiento externo de los individuos a lo jurídicamente posible dentro del marco de la
legalidad. De acuerdo con Anton Oneca, "al Estado le basta con que sus súbditos discurran
por el cauce de la ley y cooperen, más o menos de su grado, a los fines colectivos" (Oneca
en Pardos Bravo & Valderaz Lizana, 1995, p. 27). En otras palabras, la resocialización debe
intentar que el individuo que comete un conducta desviada, asimile las normas básicas y
vinculantes para que no vuelva a delinquir (Saénz Rojas, 2007, p. 128).
Teniendo en cuenta lo anteriormente presentado, se puede afirmar que si bien existen
diferentes modelos teóricos de resocialización, en la práctica, no existen modelos
puramente correcionalistas o puramente funcionalista, dado que sus componentes se
tienden a mezclar.
Es importante reconocer que el fin resocializador de la pena ha sido objeto de múltiples
críticas, entre éstas debe destacarse el carácter negativo que tiene la experiencia del
encarcelamiento desde una perspectiva psicosocial sobre el interno. A nivel cognitivo, la
vida prolongada en prisión tiende a empobrecer psicológicamente y desocializar a las
personas detenidas. A nivel emocional, se ha encontrado que con el paso del tiempo tienden
a incrementar los niveles de ansiedad y estrés de los internos (Ruiz, 2007, pp. 548-549) .
Por otra parte, el aumento de los índices de reincidencia, hace que el fin resocializador sea
puesto en duda.
No obstante, el presente texto lo que busca precisamente es proponer la inclusión de
prácticas de meditación como parte de los modelos resocializadores, con el propósito de
brindar nuevas alternativas para que dichos modelos empiecen a superar sus falencias. Esto
con el objetivo de iniciar un cambio dentro de los sistemas penitenciaros y carcelarios, en
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donde dejen de ser concebidos como un fracaso, brinden herramientas para que los internos
puedan tener una vida digna dentro de los establecimientos y su proceso de resocialización
mejore. A continuación se expone el concepto de tratamiento penitenciario, pues es a través
de dicho tratamiento que se cumple el fin resocializador de la pena.
1.2. Tratamiento penitenciario
De acuerdo con la doctrina, el tratamiento penintenciario ha sido entendido como “…un
conjunto de medidas y actitudes tomadas respecto de un sentenciado privado de libertad
con el propósito de obtener su rehabilitación social o resocialización” (Huertas Sandoval
en Aruburola Valverde, 2008, p. 4).
Dicho tratamiento se ha creado como el medio de rehabilitación del interno cuya meta es
que éste, cuando se encuentre en libertad, sea capaz de respetar la ley, se reinserte y se
adecúe a la vida en sociedad, es decir, se haya resocializado. (Pardos Bravo & Valderaz
Lizana, 1995, p. 19).
En concordancia con lo anterior, mientras que el tratamiento es el medio a través del que se
alcanza el fin resocializador, la resocialización se consagra como el fin de la pena, y será el
modelo resocializador –sea correccionalista o funcionalista- el que determine el tipo de
tratamiento que recibirá el interno. Por tanto, el tratamiento se concibe como “el conjunto
de medidas aplicadas individualmente sobre el penado, aceptadas voluntariamente por
éste, que sin vulnerar los derechos no restringidos de la condena, pretende lograr la
reeducación y resocialización del preso” (Comenero Garcia, 1996, p. 15).
A partir de las aproximaciones conceptuales, se puede concluir que el tratamiento
penitenciario puede ser concebido como el conjunto de estrategias implementadas y
desarrolladas por el Estado, cuyo propósito es el de corregir la conducta de los internos.
(Hernández M, 2009). Retomando los modelos de expuestos anteriormente, se puede
afirmar bajo la teoría correccionalista, el tratamiento penitenciario tendrá como objetivo
llegar a lo más profundo del interno en busca de lograr un cambio en su actitud y voluntad,
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y así corregir su comportamiento. A diferencia de la teoría funcionalista, cuyo tratamieno
buscará la adecuación de la conducta del interno a los códigos de la sociedad mayoritaria.
Lo que caracteriza al tratamiento correccionalista es la connotación pedagógica y tutelar.
De acuerdo con la doctrina, no se trata de una “adaptación” del delincuente a las pautas y
modelos sociales – cuyas normas ha de interiorizar y asumir – sino de “compensar, de
curar su voluntad débil, de corregirle y enmendarle”; y de reincorporarle a la comunidad
jurídica, una vez rehabilitada su libertad interior mediante una terapia individualizada,
tutelar y pedagógica (Vega Vergara, 2010). Por otro lado, el tratamiento penitenciario,
concebido bajo la teoría funcionalista, tiende a utilizar mecanismos menos invasivos pues
lo que le interesa es que el interno conozca y respete las normas sociales y jurídicas.
Acá es impotante reiterar que a pesar de que los modelos de resocialización son
completamente diferentes, el crecimiento espiritual es importante para cualquiera de los dos
modelos. Esto, teniendo en cuenta que dicho crecimiento se encuentra intrínsicamente
relacionado, como se evidenciará a continuación, con la dignidad humana de los internos.
Es decir, si se parte del supuesto de que la dignidad humana de las personas privadas de la
libertad debe ser respetada, independientemente del modelo resocializador y por tanto su
correspondiente tratamiento, este aspecto deberá ser tenido en cuenta ya sea en un
tratamiento penitenciario concebido bajo los principios de la teoría correccionalista, o bajo
los principios de la teoría funcionalista.
Siguiendo con la idea presentada, el elemento que debería ser el punto de partida en el
momento de pensar y formular los progamas y componentes de cualquier tipo de
tratamiento penitenciario para alcanzar la resocialización de las personas privadas de la
libertad es la dignidad humana. Para sustentar esta afirmación es importante referirse al
artículo “Why Dignity Matters” escrito por Amanda Plotch (2012, p. 894). En éste, la
autora argumenta que la dignidad humana es la mejor justificación para exigir que las
personas prividadas de la libertad tengan un tratamiento de calidad. De acuerdo con Plotch
(2012, p. 900), uno de los aspectos de la dignidad humana es la capacidad innata de los
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seres humanos para actuar racional y moralmente; por tanto dicho tratamiento, en alguno de
sus compontentes, debería promover el desarrollo de dicha capacidad, asistiéndolos en el
estímulo y ejercicio de su propia autonomía.
De acuerdo con lo anterior, Ploch afirma que los programas incorporados dentro del
tratamiento penitenciario, deberían ser evaluados por la habilidad de empoderar a las
personas privadas de la libertad, ayudándolos a madurar emocionalmente y de esta manera
contribuir a que se vuelvan mejores en la resolución de problemas. De acuerdo con Plotch,
“expanding on this view, prisoners should also receive rehabilitation based on their
inheren tworth as human beings. The intrinsic worth of human beings” (Ploch, 2012, p.
900).
Continuando con el artículo citado, el respeto por la dignidad humana de las personas
privadas de la libertad requiere la garantía de todas las necesidades básicas de los internos,
las cuales van más allá de las necesidades meramente físicas (Rotman en Ploch, 2012, p.
901). Dicha concepción sustentará la necesidad de implementar componentes como el del
crecimiento espiritual en el tratamiento penitenitenciario cuyo fin último es la
resocialización. Si se tiene presente que el respeto por la dignidad humana va más allá de la
satisfacción de las necesidades, se construye un sólido argumento para que el tratamiento
penitenciario, sea un tratamiento de calidad, holístico y por tanto tenga en cuenta la
espiritualidad e integridad de los internos.
Este argumento se refuerza si se tiene en cuenta que las Naciones Unidas dispuso en las
Reglas mínimas para el tratamiento de los reclusos, que el régimen del establecimiento
debe garantizar el respeto de la dignidad de los internos (artículo 60), al igual que
estableció que el tratamiento penitenciario debe tener por objeto inculcar en los interno la
voluntad de vivir conforme a ley y “fomentar en ellos el respeto de sí mismos y
desarrollar el sentido de responsabilidad” (artículo 65). Se considera que solo si se
contribuye con el empoderamiento de los internos, a través de su maduración emocional y
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la promoción de su bienestar psicoógico el fin del tratamiento penitenciaro –la
resocialización- podría llegar a ser alcanzado.
Fomentar el respeto de sí mismos y desarrollar su sentido de responsabilidad solo se logra a
través la implementación de un tratamiento penitenciario que proporcione un conjunto de
herramientas, para que los internos en su vida fuera del establecimiento, se respeten a sí
mismos y respeten a los demás. Es decir, un tratamiento pentenciario holístico que ofrezca
a los internos herramientas, como lo podrían ser las prácticas espirituales, en busca de
promover el crecimiento espiritual de los mismo. Con el objetivo de mostrar los beneficios
y de este crecimiento como parte del tratamiento penitenciario, se presenta a continuación
un maro conceptual acerca de la importancia de éste dentro de contextos penitenciarios.
1.3. Crecimiento espiritual en el tratamiento penitenciario
Como se argumentó en la anterior sección, la dignidad humana comprende la capacidad
innata de las personas para actuar racional y moralmente; por tanto el tratamiento
penitenciario, deberá tener como uno de sus ejes algún componente que promueva el
desarrollo de dicha capacidad, como los son prácticas de crecimiento espiritual, entre éstas,
la meditación. Por tanto esta sección presenta el estado del arte del crecimiento espiritual en
el marco del tratamiento penitenciario, en aras de demostrar cómo las prácticas de
meditación promueven la capacidad de las personas de actuar racionalmente y contribuye
con su desarrollo emocional. Para ello se presenta, en primer lugar, una defición de lo que
para este texto se entiende por espiritualidad, seguido de ello se aterriza dicho concepto al
contexto penitenciario.
1.3.1. Espiritualidad y crecimiento espiritual
Antes de iniciar con la presente sección, debe aclararse que la definición de espiritualidad
ha sido ampliamente discutida, por tanto, a continuación se presenta una muy breve
exposición de lo que se ha escrito en la literatura sobre el tema y se adoptará la defición que
se considera más adecuada para los fines del presente texto.
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De acuerdo con el artículo “Language and the (Im)possibilities of Articulating Spirituality”,
existen numerosos artículos cuyo objetivo es la defición de espiritualidad; de la lectura de
los mismos se identificó una tendencia a conjugar los estados de paz y armonía del
individuo con preguntas como la del significado de la vida (Bruce, Sheilds, & Molzahn,
2011, p. 46). El artículo mencionado, revisa 73 artículos identificando una serie de temas
transversales: realidad existencial, trascendencia, conexión, y el poder/fuerza/energía. Con
relación a la trascendencia, se ha considerado que la espiritualidad transeciende el contexto
de la realidad y existe más allá del tiempo y el espacio; por ejemplo la liberación del dolor
y la entrada a la vida y la muerte. En lo que respecta a la conexión, la espiritualidad se
conceptualiza como la relación con el ser, la naturaleza o un ser supremo; el amor, armonía
y “wholeness” son elementos importantes en estas relaciones. Con respecto al lo ha sido
denominado como poder/fuerza/energía, se establece que son conceptos que emergen de la
definiciones de la literatura pues la mayoría de deficiones incluyen la energía, la fuerza y el
poder como una motivación y guía para la inspiración (Thometz en Bruce, Sheilds, &
Molzahn, 2011, p. 46).
Así mismo, la espiritualidad se ha descrito como como i) una búsqueda del significado de la
vida, ii) un encuentro para trascender, iii) sentido de comunidad; iv) la búsqueda de la
última verdad o del valor máximo; v) el respeto y apreciación por el misterio de la creación;
o como vi) una transformación personal (Hill et al., 2000; Koenig et al., 2001; LaPierre,
1994). Debe resaltarse que las personas que se identifican como personas espirituales, no
necesariamente se encuentran inmersas en organizaciones o actividades religiosas
(Fernander, Wilson, Staton, & Leukefeld, 2005, p. 683). Es importante hacer énfasis en este
aspecto, pues se debe aclarar que una práctica espiritual no pretende la conversión a alguna
religión en específico ni la creencia de en credo en especial, al contrario son procesos
personales donde lo que se busca prinicipalmente es que la persona esté paz consigo misma
y que de está manera pueda estar en paz y armonía con todo lo demás.
Un concepto relacionado con la espiritualidad es el bienestar espiritual, cuyo propóstio
reside en la necesidad de una persona de transcender. Alcanzar dicho bienestar implica un
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sentido de armonía y de paz interior (Ai, 2008, p. 8). El crecimiento espiritual puede ser
motivado para llegar a un estado de bienestar espiritual . (Ai, 2008, p. 12). Es decir, a través
de prácticas espirituales es posible experimentar un estado de bienestar espiritual, el cual,
por medio de la práctica reiterada, es posible mantener en el tiempo.
Cabe resaltar que el cuestionario de la Organización Mundial de la Salud (OMC) define la
salud como: “Health is a dynamic state of complete physical, mental, spiritual and social
well-being and not merely the absence of disease or infirmity” (negrilla fuera del texto). De
acuerdo con esto, se puede afirmar que el bienestar espiritual se considera un aspecto
relacionado intrínsicamente con la la salud.
Teniendo en cuenta las definiciones anteriormente presentadas, la espiritualidad, para
efectos del presente escrito, se entenderá como aquello relacionado con la interioridad de la
persona, aquello cuyo objetivo es lograr un sentido de armonía y de paz interior, un estado
de bienestar espiritual. La espiritualidad se conceptualiza a través de la relación con el ser,
con los otros, o la naturaleza. Esta constituye un elemento de la salud de una persona y su
crecimiento y se promueve a través de la práctica reiterada de alguna técnica espiritual,
como lo puede ser la meditación o el yoga.
1.3.2. Crecimiento espiritual en el marco del tratamiento penitenciario de
las personas privadas de la libertad
Con el tiempo, las prácticas espirituales en el contexto penitenciario se han venido
incrementando pues los resultados sobre las personas en dichos contextos han sido muy
positvos. Prácticas como el Yoga y la meditación han ayudado a poblaciones cuyas
conductas han estado relacionadas con la violencia, pues promueven en ellos “self
mastery.” Por medio de éstas prácticas los individuos aprenden a controlar sus emociones,
sentimientos y su temperamento, de esta manera, se empoderan y aprenden a tomar
consciencia de sí mismos. Se ha identificado que la implementación de prácticas
espirituales en estos contextos aporta grandes beneficios a la vida de los internos pues éstos
aprenden a canalizar la ira o el enojo gracias al incremento en los niveles de conciencia
18
sobre sí mismos (Parkes & Bilby, 2010, p. 99). Es decir, se promueve la capacidad innata
de los individuos de comportarse y promover su bienestar emocional.
Se ha encontrado evidencia de que las relaciones entre los internos y la guardia mejoran al
implementar alguna de estas prácticas y como consecuencia, el orden dentro de los
establecimientos se mantiene y se reducen las sanciones o castigos por mal comportamiento
de los internos (Lyons & Dustin Cantrell, 2015). Retomando las críticas realizadas al
modelo funcionalista, se puede afirmar que si las relaciones entre los internos así como con
la guardia mejoran, los establecmientos penitenciarios se pueden convertir en lugares
apropiados para que se configure un proceso de socialización positiva.
La implementación de prácticas espirituales en contextos penintenciarios contribuye a la
humanización de los mismos y ayuda a liberar el estrés. De acuerdo con Parkes y Bilby
(2010, p. 100), las personas privadas de la libertad, necesitan actividades o prácticas que
además de que trabajen en el comportamiento delictivo del interno, comprometan
holísticamente su bienestar emocional. Es decir, no es suficiente con la existencia de un
tratamiento donde le brinden oportunidades y tratamientos especializados que ataquen la
conducta desviada del interno, pues si emocionalmente no se encuentra bien -con rabia,
odio, tristeza, entre otros- es difícil que el interno se encuentre en estado que facilite su
resocialización. Promover el bienestar espiritual y emocional de los internos, no solo
significa estar más cerca del fin resocializador de la pena, sino que significa la garantía y el
respeto de la dignidad humana de los internos.
Por ejemplo, en las prisiones catalanas se han implementado diversas actividades que han
construído una red de actividades holísticas en el contexto penintenciario. Desde Reiki
hasta sofrología, prácticas de meditación y cursos de pensamiento positivo, promueven el
crecimiento espiritual de los internos dentro del contexto penitenciario catalán (Griera &
Clot-Garrell, 2015, p. 141). De acuerdo con las autora del artículo -“Yoga Behind Bars: A
Sociological Study of the Growth of Holistic Spirituality in Penitentiary Institutions”- , las
prácticas de crecimiento espiritual, para este caso en particular, el Yoga, crean espacios de
19
calma y quietud, en medio del ruidoso y caótico ambiente penitenciario. Dicen las autoras
que las horas dedicadas a la relajación y meditación son de los momentos más preciados
para los internos, ya permiten la instrospección, estableciendo un espacio de intimidad
consigo mismos en donde pueden encontrarse con su “inner self” or “authentic self”. Dice
uno de los internos entrevistados por las autoras del artículo: “yoga has lit a flame within
me, now I know myself better in a physical, spiritual and emotional sense” (2015, p. 147).
De lo anterior puede evidenciarse que éstas prácticas efectivamente promueven el
crecimiento espiritual de los internos.
El incremento de estas actividades en estos contextos no solo se ha rastreado en las
prisiones catalanas sino en contextos europeos en general y en Estados Unidos. El artículo
elaborado por Becci y Knobel, demuestra que la emergencia de programas y actividades
relacionadas con el crecimiento espiritual, ganan cada vez más espacio en los centros
penitenciarios (Griera & Clot-Garrell, 2015, p. 141). De acuerdo con las autoras Griera &
Clot-Garrell (2015, pp. 152-154), el auge de dichas actividades en contextos penitneciarios
es consecuencia de tres factores: i) que funcionarios dentro de de las instituciones
penitenciarias, especialemente, psicólogos y trabajadores sociales, promuevan y apoyen
este tipo de prácticas dentro de los establecimientos; ii) que tras la implementación de éstas
prácticas, el ambiente penitenciario se vuelve más calmado, constribuyendo con el orden y
la disciplina dentro de los establecimientos; y iii) dada la poca efectividad del tratamiento
penitenciario sobre las personas privadas de la libertad, nuevas alternativas para alcanzar la
resocialización de los internos se han propuesto y esto ha permitido que prácticas
relacionadas con el crecimiento espiritual sean más aceptadas en este tipo de contextos
(2015, pp. 152-154).
Ahora bien, a pesar de los beneficios que este tipo de prácticas han probado tener sobre las
personas privadas de la libertad, dados los recurrentes cortes de presupuesto en materia
penitenciaria, son éstas las que aún siguen siendo desacartadas a la hora de destinar
recursos dentro del contexto penitenciario (Parkes & Bilby, 2010, p. 102). Es decir, si bien
es cierto que los cursos que son llevados a cabo de manera voluntaria por las
20
organizaciones son bien recibidos y con el tiempo han sido cada vez mas aceptados, aún
resulta complicado que este componente sea incluído de forma transversal dentro de la
normativa e institucionalidad del tratamiento penitenciario (Fitzgibbon en Parkes & Bilby,
2010, pág. 103).
Sobre este punto es importante resaltar que si bien es un avance que las organizaciones
interesadas en brindar cursos de meditación, entre otros, de manera voluntaria sean
aceptados por una gran parte de las instituciones penitenciarias, se considera insifuciente,
teniendo en cuenta que se trata del desarrollo de un componente intrísico a la dignidad
humana. Es decir, los establecimientos penitenciarios asumen una posición de garantes
cuando privan a los individuos de su libertad, y dejar en manos de organizaciones
voluntarias, el crecimiento espiritual, en aras de garantizar y promover su capacidad de
autodeterminarse como individuos, resulta precario y es por ello que no se considera
suficiente. Al contrario, el Estado tiene la obligación de garantizar y brindar un tratamiento
penitenciario de calidad.
De acuerdo con lo anterior, puede afirmarse que en contextos penitenciarios se han
empleado distintas prácticas de crecimiento espiritual, no obstante, dada la tendencia a que
dichas prácticas sean parte de proyectos de voluntariado de los distintos grupos que las
enseñan, la inclusión y toma en serio del crecimiento espiritual dentro de la
institucionalidad y normativa de los programas de resocialización implementados a través
del tratamiento resulta aún un poco lejana.
1.4. Meditación como práctica espiritual para las personas privadas de la
libertad
Como se evidenció, las prácticas y programas de crecimiento espiritual en el contexto
penitenciario han sido ampliamente aceptados, no obstante existe una amplia variedad de
prácticas espirituales y es la meditación la que este texto busca proponer como alternativa
para articular el crecimiento espiritual dentro del tratamiento penitenciario. Por tanto, se
argumentará que los cursos de meditación son una práctica idónea para ser implementada
21
dentro del sistema penitenciario y carcelario en Colombia. Para ello, en primer lugar, se
explica qué es y cómo se ha definido la meditación; seguido de ello se resume el estado del
arte de la meditación dentro del contexto penitenciario; por último se resaltan algunas
experiencias internacionales para ejemplificar los beneficios que programas de meditación
han tenido en diferentes centros de reclusión.
La meditación se ha definido como una práctica donde el pensamiento activo es suspendido
y la mente está centrada y en calma. Dentro de la variedad de técnicas de meditación se
encuentran tres clases principales: la de concentración, contemplación y mindfulness o
atención plena (Nelson, 2009, p. 435).
La meditación suele ser utilizada como instrumento para obtener sentimientos positivos,
mejorar la concentración en algún tipo de actividad que lo exija, contribuir a la resolución y
el manejo de problemas tanto mentales como emocionales, o liberar el estrés. De acuerdo
con algunos estudios, las prácticas de meditación ayudan a desacelarar los impulsos que
tiene la mente de ir al pasado y al futuro, contribuyendo a que ésta se mantenga en el
momento presente. Teniendo en cuenta que la principal causa del estrés es este ir y venir de
la mente entre el pasado y el futuro, y que la meditación ayuda a mantener la mente en
calma y en el momento presente, se reduce el estrés y el bienestar interior. Estudios han
demostrado que los ritmos cerebrales, los latidos del corazón, la presión en la sangre, entre
otros, cambian con la meditación, produciendo resultados positivos tanto para la mente
como para el cuerpo (Sumter, Monk-Turner, & Turner, 2009, p. 48).
Los programas de meditación dentro de las prisiones han sido objeto de estudios desde los
años setenta (Lyons & Dustin Cantrell, 2015, p. 4). Dichos programas buscan contribuir,
en el contexto del tratamiento penitenciario, en el proceso de resocialización del interno, a
través del incremento de su felicidad y la promoción del cambio positivo para reducir la
reicidencia. Además de empoderar a los internos, los programas de meditación
implementados en los centros penitenciarios han sido exitosos pues han reducido los
índices de violencia (Nikolic-Ristanovic, 2014).
22
Un estudio eleborado por Simpson et al. (2007), reportó que después de haber realizado el
curso de meditación Vipassana en el centro penitenciario – North Rehabilitation Facility
(NRF)- ubicado en la ciudad de Washington en Estados Unidos, el uso de sustancias
disminuyó dentro de la población privada de la libertad.
De acuerdo con la literatura sobre el tema, se ha logrado afirmar que la meditación, como
se mencionó al inicio del texto, mejora las funciones psicosociales de las personas
contribuyendo con la reducción de la violencia. El artículo elaborado por el investigador
Himelstein (2011), Meditation Research: The State of the Art in Correctional Settings,
realiza un recuento de la publicaciones acerca del efecto de la meditación en personas
privadas de la libertad, y es a partir de este que se realiza un breve recuento del tema
(Himelstein S. , 2011, p. 647).
Siguiendo con el artículo mencionado, los programas de meditación que han sido
implementados en contextos penitenciarios, pertenencen a 3 estilos de meditación:
Meditación Trascendental, -Transcendental Meditation (TM)-, Vipassana y Mindfulness-
based (MBSR). El artículo muestra cómo los participantes de estos programas
evidenciaron reducción en la ansiedad, la agresividad, y el estrés. Adicionalmente tras la
imlementación de dichas prácticas, el bienestar psicólogico, social interpersonal y personal
se promueve (Himelstein S. , 2011, p. 647).
Las afirmaciones sobre los beneficios de la meditación dentro del contexto discutido, se
soportan a a partir de tres argumentos. Las prácticas incrementan los estados positivos de
la mente trayendo esperanza, optimismo y disminuyendo estados de negatividad como lo
son la ansiedad, la hostilidad y la rabia. Esta mejora en el estado psicológico, permite que
en los internos generen la habilidad de comprometerse con el proceso de resocialización y
reincersión (Himelstein S. , 2011, p. 658).
23
En segundo lugar, los programas de meditación han mostrado que el abuso de sustancias
disminuye como consecuencia de la práctica meditativa. En tercer y último lugar está la
reducción en los índices de reincidencia. De acuerdo con el artículo, los programas y cursos
de meditación ha probado ser una intervención valiosa dentro dentro del proceso de
resocialización de los internos (Himelstein S. , 2011, p. 658).
A continuación se hace un breve recuento de dos estudios representativos de los efectos de
la implementación de las técnicas de meditación expuestas anteriormente, en busca de
ejemplificar y demostrar cómo dichas prácticas promuevern el crecimiento espiritual de los
internos, su bienestar emocional y mejoran el proceso de resocialización.
El artículo titulado “Freedom Project: Nonviolent Communication and Mindfulness
Training in Prison” expone los resultados de la implementación de las prácticas meditación
–mindfulness- en el complejo penitenciario l -Monroe Correctional Complex ubicado en la
ciudad de Monroe en el estado de Washintong en Estados Unidos. El estudio demostró que
la población de internos que había participado en los programas de meditación tuvo una
reducción significativa en el índices de reicendencia. De acuerdo con el estudio, el índice
promedio de reincidencia del establecimiento era del 37%, mientras que los índices de
reincidencia en la población participante de los programas de meditación fue del 21%
(Suarez, Lee, Rowe, Gomez, Murowchick, & Linn, 2014, p. 3). Así mismo se encontró que
los particpantes de los programas presentaron dismunición en los niveles de ira, un cambio
en los estilos de comunicación, capacidad para expresar sus sentimientos tomando
responsabilidad sobre ellos mismos y su alrededor (2014, p. 8).
Por otro lado, el artículo “Meditation in a Deep South Prison: A LongitudinalStudy of the
Effects of Vipassana” muestra los resultados de un estudio longitudinal sobre un grupo de
internos en la prisión de maxima seguidad de Alabama participantes del programa de
meditación Vipassana. El estudio evidenció que los participantes mejoraron su habilidad
para reconcer sus emociones, hacerse responsible de éstas y así aprender a contralarlas
(Perelman & et al, 2012).
24
Teniendo en cuenta lo argumentado en esta sección se puede afirmar que i) la meditación
como práctica para el crecimiento espiritual constituye una herramienta idónea para
promover el desarrollo de la capacidad humana de autodeterminación de los internos,
contirubuyendo así, a la configuración de un tratamiento, que independientemente del
modelo de resocialización, sea holístico, respete y garantice la dignidad de los internos. Por
otro lado, ii) las prácticas meditativas, además de constituir una herramienta para la
promoción del crecimiento espiritual, promueven en los internos el bienestar emocional,
que como se evidenció a través de los ejemplos fungen como herramienta para alcanzar el
fin resocializador de la pena; ya sea para que los internos adecúen su comportamiento al de
la sociedad mayoritaria –teoría funcionalista- o para que los internos interiocen los valores
de la sociedad mayoritario teniendo un cambio en su voluntad –teoría correccionalista-.
De esta manera y teniendo en cuenta el marco teórico presentado anteriormente, la segunda
parte de este texto busca justificar por qué en el contexto penitenciario y carcelario
colombiano se debería tomar más enserio el crecimiento espiritual de los internos como un
componente articulador del tratamiento penitenciario y cómo – teniendo en cuenta la
normatividad y la organización institucional del sistema- podría llevarse acabo dicha
incorporación. Para ello, partiendo de los conceptos presentados se argumentará lo
siguiente.
Que teniendo en cuenta que la normativa colombiana consagra como uno de los fines de la
pena la resocialización del individuo, y que teniendo en cuenta que este fin no se está
alcanzando, se hace necesario buscar nuevas alternativas para el tratamiento y lograr así la
resocialización de los internos, por medio de la implementación de prácticas de meditación.
Evidenciar, así como se presentó en el marco teórico, que la privación de la libertad tiene
efectos negativos en los aspectos emocionales e individuales de los internos y que el
tratamiento debe prever herramientas para promover el bienestar emocional teniendo en
25
cuenta que desconocer estos fenómenos configura la vulneración e irrespeto de la dignidad
humana de los internos.
A partir del marco teórico presentado, teniendo en cuenta que la pena no cumple su
finalidad y que la prisión tiene efectos negativos en las personas, se realizará una
aproximación general a sistema carcelario y penitenciario en busca de analizar i) cómo ha
se ha entendido el crecimiento o formación espiritual en el contexto penitenciario del país,
ii) identificar viabilidad de que dentro del tratamiento se implementen prácticas
espirituales, específicamente, de meditación.
2. Aproximación general a la resocialización y tratamiento penitenciario en
Colombia
De acuerdo con el artículo 4 del Código Penal –Ley 599 de 2000-, las funciones de la pena
son la “…prevención general, retribución justa, prevención especial, reinserción social y
protección al condenado. La prevención especial y la reinserción social operan en el
momento de la ejecución de la pena de prisión” (Negrilla fuera del texto).
Así mismo el artículo 9 de la Ley 65 de 1993 – mediante la cual de expide el Código
Penitenciario y Carcelario- dispone que “La pena tiene función protectora y preventiva,
pero su fin fundamental es la resocialización.” (Negrilla fuera del texto). Por su parte, el
artículo 142 establece que el objetivo del tratamiento penitenciario es “…preparar al
condenado mediante su resocialización para la vida en libertad”.
En consonancia con las disposiciones normativas citadas, la Corte Constitucional estableció
que la pena presenta tres fines: preventivo, retributivo y el resocializador (Sentencia C-430
de 1996). El fin preventivo se materializa en la amenaza de una sanción, ante la violación
de las normas prohibitivas. La función retributiva se concreta en el momento de la
imposición judicial, es decir cuando una persona es condenada por la violación de los
postulados de la normatividad penal, y el fin resocializador se manifiesta en la ejecución de
la misma pena.
26
De acuerdo con lo anterior se puede afirmar que, efectivamente, tal como se presentó en el
marco teórico la principal función de la pena es la prevención especial positiva, es decir la
resocialización del interno.
Ahora bien, la jurisprudencia consititucional ha establecido que la pena, en armonía con el
tratamiento penitenciario busca modificar la conducta del condenado. (Sentencia C-806 de
2002). Teniendo en cuenta que la resocialización se alcanza a través del tratamiento
penitenciario el artículo 10 de la Ley 65 de 1993 dispone:
El tratamiento penitenciario tiene la finalidad de alcanzar la resocialización del
infractor de la ley penal, mediante el examen de su personalidad y a través de la
disciplina, el trabajo, el estudio, la formación espiritual, la cultura, el deporte y la
recreación, bajo un espíritu humano y solidario.
Así mismo, la sentencia T-266 del 2013 estableció que el tratamiento penitenciario se
compone de dos aspectos fundamentales: “(i) buscar la readaptación social del interno y
(ii) la relación que hay entre el derecho a acceder a programas de estudio o trabajo que
permitan redimir pena y el derecho a la libertad” (Sentencia T-266 de 2013). En esta
misma sentencia se hace referencia a un pronunciamiento del Comisión I.D.H, el cual
indica que la privación de la libertad tiene un objetivo específico y es que el interno logre
su resocialización. Así mismo, la sentencia T-213 de 2011 dispuso que los establecimientos
penitenciarios y carcelarios tienen el deber de “restaurar los lazos sociales de los internos
con el mundo exterior, pues de ello depende, la posibilidad de resocialización…”.
De las anteriores dispociones es posible inferir que la resocialización en el contexto
colombiano tiende a caracterizarce más bajo la concepción de la teoría funcionalista de la
resocialización, pues su objetivo es la readaptación social del interno, es decir, enseñarle a
través del tratamiento penitenciario, a comportarse de acuerdo con los códigos de la
27
sociedad mayoritaria. Se busca principalmente que el interno adecúe su comportamiento al
de las normas generales para convivir armonómicamente cuando vuelva a estar en libertad.
Ahora bien, a pesar de que la finalidad del tratamiento penitenciario es la resocialización,
consagrada en el ordenamiento como una de las finalidades de la pena, dicha función no se
cumple. En el año 2012, el General Gustavo Adolfo Ricaurte, director del INPEC, afirmó
que de cada diez mujeres una reincide en el delito, mientras que de cada diez hombres
reinciden cuatro7. Con respecto a esto la Corporación Excelencia en la Justicia (2013)
afirmó que “la función resocializadora de la pena se pone en entredicho cuando se
evidencia que cada vez un número más elevado de reclusos vuelven a pasar por las
cárceles”8.
Como consecuencia, el -Plan Nacional de Desarrollo 2014-2018 Todos por un nuevo país:
paz, equidad y educación-, dentro del capítulo de Seguridad justicia y democracia para la
construcción de paz, estableció la necesidad de contar con una política criminal coherente,
eficaz y con enfoque restaurativo, a partir de la cual se establecieran las líneas de acción
requeridas para el fortalecimiento de la política penitenciaria y carcelaria en favor de la
dignidad humana y la resocialización.
Así mismo se expidió en marzo del 2015 en documento CONPES 3828 a través del cual se
redefienió el enfoque de la política penitenciaria y carcelaria en Colombia. Del análisis de
los diferentes documentos CONPES sobre la materia, el documento citado concluye que
“la política se ha concentrado en satisfacer la demanda por cupos en las prisiones
mediante la creación de nuevos centros de reclusión o el mejoramiento y adecuación de los
7 Afirmación tomada de la entrevista realizada por el diario La Vanguardia en el año 2012, al Director del INPEC, Gustavo Adolffo Ricaurte disponible en http://www.vanguardia.com/actualidad/colombia/160293-mientras-tengamos-hacinamiento-no-habra-resocializacion
8 Afirmación tomada del sitio web oficial de la Corporación Excelencia en la Justicia, disponible en http://www.cej.org.co/index.php/todos-justi/3528-victimizacion-y-percepcion-de-inseguridad-en-colombia
28
existentes”. No obstante lo anterior, las soluciones basadas exclusivamente en la gestión de
la infraestructura física fueron insuficientes.
El CONPES del 2015, estableció “…de nada sirve construir nuevos centros penitenciarios
si no se atienden otra serie de factores que tienen un impacto directo en la política
carcelaria y penitenciaria”, por ejemplo: la hiperinflación normativa, la inaplicación de
medidas alternativas a la privación de la libertad y la implementación de programas de
resocialización y acompañamiento a los reclusos durante y después de su detención, entre
otros. Teniendo en cuenta lo anterior, el objetivo general propuesto por el documento
mencionado consiste en: “Fortalecer la capacidad institucional desde una perspectiva
integral con miras a garantizar la efectiva resocialización de la población privada de la
libertad y el cumplimiento de los fines constitucionales de la pena en condiciones de
dignidad humana” (CONPES, 2015. P. 56) (Negrilla fuera del texto).
Teniendo en cuenta lo anterior, se puede afirmar que es necesario repensar las políticas de
resocialización y reintegración para buscar mecanismos efectivos que permitan alcanzar la
resocialización ya que es obligación del Estado asegurarla. Por tanto, deben tomarse
medidas adecuadas y necesarias para asegurar el derecho de los internos a recibir un
tratamiento penitenciario de calidad a través de la de programas que aseguren su proceso de
resocialización. Se considera que la incorporación de prácticas de meditación promueven el
crecimiento espiritual y permiten que el interno desarrolle la capacidad de reconocerse así
mismo, asuma responsabilidad y de esta manera esté más preparado para la vida en
sociedad.
Ahora bien, el presente texto considera que no solo es necesario pensar en nuevas
alternativas para el tratamiento penitenciario, como lo es la incorporación de prácticas
espirituales como la meditación, porque su fin principal –la resocialización- no se está
cumpliendo, sino que se trata de una cuestión de respeto y garantía de la dignidad humana
de los internos.
29
Antes de desarrollar estos argumentos se debe resaltar que la normatividad es reiterativa en
consolidar el carácter transversal de la dignidad humana dentro del contexto penitenciario.
El Código penitenciario y carcelario, establece en el artículo 4 la prevelancia del “…respeto
a la dignidad humana, a las garantías constitucionales y a los Derechos Humanos
universalmente reconocidos,” y enseguida dispone, “se prohíbe toda forma de violencia
síquica, física o moral.” Así mismo, el artículo 143 establece que “el tratamiento
penitenciario debe realizarse conforme a la dignidad humana y a las necesidades
particulares de la personalidad de cada sujeto.”
Teniendo en cuenta lo anterior, garantizar la dignidad implica, retomando el artículo de
Plotch, entender que esta va mucho más allá que la simple satisfacción de necesidades
básicas; que ésta comprende la capacidad innata de las personas para actuar racional y
moralmente y que es por esto que los programas incorporados dentro del tratamiento
penitenciario, deberían tener habilidad de empoderar a las personas privadas de la libertad,
promoviendo su maduración emocional. De acuerdo con Plotch, los internos deberían
recibir un tratamieno fundamentado en el valor inherente de la persona y de esta forma
contribuir con su crecimiento y bienestar emocional. Por tanto, la incorporación de
programas de meditación como parte del tratamiento penitenciario garantiza la dignidad
humana, pues éstos, como se evidenció en el marco teórico, promueven el bienestar
emocional.
Por el otro, se debe hacer énfasis en el respeto de la dignidad humana de los internos, pues
se considera que ésta es constantemente vulnerada, teniendo en cuenta que la privación de
la libertad tienen sobre los internos efectos negativos como lo son el empobrecimiento
psicológico, la desocialización y el incremento en los niveles de ansiedad y estrés de los
detenidos. Someter a las personas privadas de la libertad a un encierro que tiene este tipo de
consecuencias sobre la personalidad de los internos configura el irrespeto de la dignidad de
los mismos. Un ejemplo de esto es el estudio realizado en el año 2007 en cinco centros
penales de Bogotá, Colombia: Cárcel Modelo, Penitenciaria Central La Picota, Reclusión
de Mujeres El Buen Pastor, Cárcel Distrital y Cárcel para Policías de Facatativa. En éste se
30
demostró que existe una relación intrínseca entre estado de ánimo de los internos y su
permanencia en prisión, pues los resultados evidenciaron baja autestima, menores niveles
de sintomatologías emocional, y el incremento de emociones negativas en la población
reclusa (Ruiz, 2007, p. 559).
El Estado asume una posición de garante sobre los internos, y es por ellos que las
consecuencias negativas del encierro deberían ser tenidas en consideración y al respecto
tomar las medidas pertinentes para contrarrestar los efectos negativos que la privación de la
libertad tiene sobre los internos. Teniendo en cuenta que los cursos de meditación en
contextos penitenciarios han ayudado a reducir el estrés y la ansiedad de los internos se
considera que estos deberían ser incluídos como parte del tratamiento penitenciario.
De acuerdo con lo anterior, puede afirmarse que en el contexto penitenciario colombiano la
inclusión de alternativas para el tratamiento penitenciario como lo son los programas de
meditación, es una necesidad, teniendo en cuenta el fracaso del fin resocializador del
tratamiento. Adicionalmente, la implementación de estas prácticas contribuiría con la
garantía y respeto de la dignidad humana de los internos. Es por esto que a continuación se
realiza una breve exposición de la normativa e institucionalidad del sistema penitenciario y
carcelario colombiano en busca de entender i) cómo se articula el sistema, ii) cómo ha se ha
entendido el crecimiento o formación espiritual en el contexto penitenciario del país, con el
fin de identificar las posibilidades de que dentro del tratamiento se implementen prácticas
espirituales, específicamente, de meditación.
3. Análisis de la viabilidad de que dentro del tratamiento se implementen
prácticas espirituales
El principal instrumento regulador del sistema penitenciario y carcelario es ya mencionado,
Código Penitenciario y Carcelario establecido por la Ley 65 de 1993 modificada
parcialmente por la Ley 1709 de 2014. El artículo 10 de dicho código, dispone que el
tratamiento penitenciario tiene como finalidad “alcanzar la resocialización del infractor de
la ley penal, mediante el examen de su personalidad y a través de la disciplina, el trabajo,
31
el estudio, la formación espiritual, la cultura, el deporte y la recreación, bajo un espíritu
humano y solidario” (negrilla fuera del texto).
Debe destacarse que la Ley 1709 de 2014, para modificar algunos artículos de la Ley 65 de
1993, identificó que de la relación entre las personas privadas de la libertad y el Estado, “se
desprende el deber jurídico positivo de velar por la posibilidad efectiva de resocialización
a partir de la generación de condiciones dignas de reclusión”. Por tanto, es a partir de esta
premisa que se debe formular el tratamiento en busca de alcanzar la resocialización efectiva
de la personas que son privadas de la libertad.
El desarrollo reglamentario del Código Penitenciario y Carcelario se realizó mediante la
expidición de la Resolución 7302 de 2005 del Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario
(en adelante INPEC), a través de la cual se establecieron los lineamientos para la atención
integral y el tratamiento penitenciario. De esta se deben resaltar los artículos 3 y 4 los
cuales disponen los objetivos de la atención integral y el tratamiento penitenciario. La
atención integral es entendida como “la prestación de los servicios esenciales para el
bienestar del interno, durante el tiempo de reclusión”; y el tratamiento penitenciario es
definido como: “el conjunto de mecanismos de construcción grupal e individual, tendientes
a influir en la condición de las personas, mediante el aprovechamiento del tiempo de
condena como oportunidades, para que puedan construir y llevar a cabo su propio
proyecto de vida, de manera tal que logren competencias para integrarse a la comunidad
como seres creativos, productivos, autogestionarios, una vez recuperen su libertad”9. Estos
disponen que dentro sus objetivos se encuentra, por un lado, orientar acciones protectoras
mediante los servicios, entre otros, de desarrollo espiritual y asesoría jurídica, así como
alcanzar la resocialización del infractor o infractora de la ley penal a través de la disciplina,
el trabajo, el estudio, la formación espiritual, la cultura, el deporte y la recreación, bajo un
espíritu humano y solidario.
9 Artículo segundo de la Resolución 7302 de 2005.
32
El Sistema Penitenciario colombiano concibe el desarrollo del tratamiento penitenciario
como un tratamiento progresivo el cual consiste en cinco fases, las cuales son desarrolladas
por el artículo 10 de la mencionada Resolución 7302 de 2005.
La regulación y verificación del paso de los internos por las diferentes fases de tratamiento
se encuentra a cargo del Consejo de Evaluación y Tratamiento (en adelante CET), los
cuales, de acuerdo con el Código Penitenciario y Carcelario son “grupos
interdisciplinarios… integrados por abogados, psiquiatras, psicólogos, pedagogos,
trabajadores sociales, médicos, terapeutas, antropólogos, sociólogos, criminólogos,
penitenciaristas y miembros del Cuerpo de Custodia y Vigilancia”. De dicha disposición se
puede concluir que el tratamiento parte un enfoque interdisciplinario y uno científico, en
busca de brindar un tratamiento integral y especializado al condenado.
La primera de éstas fases ha sido denominada fase de observación, diagnóstico y
clasificación del interno, ésta se encuentra compuesta por las subfases de observación -
adaptación, sensibilización, motivación, proyección-, diagnóstico y clasificación. La fase
culmina cuando se emite el concepto integral del CET. Dicho concepto se realiza con base
en el diagnóstico; en éste el equipo interdisciplinario analiza y caracteriza la situación de
cada interno, y proyecta un Plan de Tratamiento Penitenciario que acoja las observaciones y
sugerencias de cada miembro del CET, contemplando los factores objetivos 10 y
subjetivos11, de acuerdo con su pertinencia y estableciendo con claridad los objetivos a
cumplir durante cada fase de tratamiento. El CET debe controlar que todos los internos que
10 De conformidad con el parágrafo 2 del artículo 10 de la Resolución 7302 del INPEC el factor subjetivo consiste en: “las características de personalidad del interno(a), perfil delictivo; los avances en su proceso de tratamiento integral, el comportamiento individual, social y la proyección para la vida en libertad y perfil de seguridad que requiere frente a las medidas restrictivas”. 11 l De conformidad con el parágrafo 3 del artículo 10 de la Resolución 7302 del INPEC, el factor objetivo se entiende como: “los elementos a nivel jurídico que permiten determinar la situación del interno(a) frente a la autoridad competente, delito, condena impuesta, tiempo efectivo, tiempo para libertad condicional, tiempo, legal entre fases de tratamiento y tiempo para libertad por pena cumplida, antecedentes penales, disciplinarios y requerimientos”.
33
requieren tratamiento inicien su clasificación en la fase de alta seguridad, y así garantizar la
progresividad que establece la Ley 65 de 1993.
En segundo lugar, la fase alta seguridad o período cerrado, es quella en la que el interno
accede al sistema de oportunidades y puede participar en actividades de estudio y trabajo,
con condiciones restrictivas de la libertad12. Ésta se orienta a la reflexión y fortalecimiento
de las habilidades, capacidades y destrezas del interno, identificadas en la fase de
observación, diagnóstico y clasificación, con el fin de prepararse para su desempeño en
espacios semiabiertos. Los programas ofrecidos en esta fase orientan la intervención
individual y grupal, a través de educación formal, no formal e informal, el desarrollo de
habilidades y destrezas artísticas, artesanales y de servicios; la participación en grupos
culturales, deportivos, recreativos, literarios, espirituales y atención psicosocial. La fase
culmina cuando el interno es promovido por el CET, tras el cumplimiento de una serie de
requisitos objetivos y subjetivos, que evidencie la capacidad para desenvolverse con
medidas menos restrictivas.
En tercer lugar, la fase de mediana seguridad o período semiabierto, inicia una vez el
interno recibe un concepto integral favorable del cumplimiento de los factores objetivo y
subjetivo, emitido por el CET, y ha cumplido con una tercera parte de la pena impuesta y
finaliza cuando cumple las cuatro quintas partes. Los programas educativos y laborales que
se ofrecen en esta fase se fundamentan en la intervención individual y grupal, y permiten el
fortalecimiento de competencias psicosociales y ocupacionales a través de la educación
formal, no formal e informal. En esta fase se le permite al interno la vinculación a
actividades industriales, artesanales, agrícolas, pecuarias y de servicios, los cuales se
complementan con los programas de cultura, recreación, deporte, asistencia espiritual,
ambiental, atención psicosocial, promoción y prevención en salud.
12 Establece la Resolución 7302 de 2005 en su artículo 10, en lo que respecta a la Fase de Alta Seguridad: «Los programas ofrecidos en esta fase orientan la intervención individual y grupal, a través de educación formal, no formal e informal, en el desarrollo de habilidades y destrezas artísticas, artesanales y de servicios; la participación en grupos culturales, deportivos, recreativos, literarios, espirituales y atención psicosocial.
34
En cuarto lugar, la fase de mínima seguridad o período abierto, inica cuando el interno
ha cumplido cuatro quintas partes de la sanción y depende de la valoración positiva de los
factores subjetivos y objetivos. Se caracteriza por una restricción mínima de la libertad pues
el interno tiene la posibilidad de vincularse en programas educativos y laborales, en un
espacio que implica medidas de restricción mínima y se orienta al fortalecimiento de su
ámbito personal, de reestructuración de la dinámica familiar y laboral, como estrategias
para afrontar la integración social positiva y la consolidación de su proyecto de vida en
libertad. Esta fase se inicia una vez el interno ha sido promovido de fase de Mediana
Seguridad, mediante concepto integral favorable emitido por el CET.
Por último, en la fase de confianza, el interno accede a beneficios administrativos que lo
preparan para su libertad. Se accede a ella cuando el interno es promovido de la fase de
mínima seguridad y termina con la culminación de la pena privativa de la libertad.
Los programas de resocialización han sido clasificados en dos grandes bloques: los
programas ocupacionales, actividades previstas en el Código Penitenciario y Carcelario
Figura 1 Fases de tratamiento penitenciario del sistema progresivo en Colombia Fuente: Lineamientos para el fortalecimiento de la Política Penitenciaria en
Colombia. Ministero de Justicia, Octubre 2014
35
(fundamentalmente, el trabajo, el estudio y la enseñanza) y programas de atención social.
Éstos, de conformidad con el artículo 151 de la Ley 65 de 1993 fueron creados para atender
las necesidades del interno en los establecimientos, así como para facilitar sus relaciones
con la familia, supervisar el cumplimiento por parte del interno de las obligaciones
contraídas en el tratamiento penitenciari y apoyar a los liberados. Dentro de esta atención se
encuentra: el facilitar el ejercicio y la práctica del culto religioso de los internos, la
coordinación de la permanencia de niños y niñas en establecimientos de reclusión, la
asistencia jurídica y psicológica.
Sobre esto se reitera, que si bien los programas de atención social faciltan el ejercicio y la
práctica religiosa de los internos, las prácticas espirituales a las que se ha referido este
texto, no se relacionan con el aspecto religioso de los internos, tampoco pretenden enseñar
o promover un culto religioso en particular, ni reemplazar el aspecto religioso de los
mismos. Lo que buscan dichas prácticas, como la meditación, es contribuir con el bienestar
emocional del interno ayudándolo a disminuir sus niveles de estrés, mejorar la relación
consigo mismo y con los demás, promover la responsabilidad sobre sí mismo, y de esta
manera contribuir con su proceso de resocialización.
Teniendo en cuenta lo anterior, las prácticas de meditación podrían ser incluídas, tanto
como parte de los programas ocupacionales –como una actividad educativa-, o como parte
de los programas de atención social. Lo anterior, argumentando que dentro de las
necesidades de la poblaciónes es necesario contar con asistencia para crecimiento espiritual
de los internos, su bienestar emocional y psicológico. Ahora bien, se considera que
mientras estas actividades se dan a conocer y abren su espacio en el contexto
penitenciacario colombiano, es más factible su inclusión como parte de los programas
ocupacionales.
Es por esto, que a continuación se describe brevemente el funcionamiento de los los
programas de trabajo, estudio y enseñanza válidos para evaluación y certificación de
36
tiempo para la redención de penas en el sistema penitenciario y carcelario, dispuesto en la
Resolución 3190 de 201313 expedida por el INPEC.
De acuerdo con dicha resolución14, los programas de trabajo, estudio y enseñanza para el
proceso de atención social y tratamiento penitenciario se encuentran integrados a través de
lo que se ha denominado como el Sistema de Oportunidades. Este sistema se organiza de
conformidad con la metodología P.A.S.O –Plan de Acción y Sisitema de Oportunidades- y
consite en tres niveles: P.A.S.O inicial, medio y final compuestos por tres programas
tranversales: el programa de trabajo, definido por el artículo 4 de la Resolución 3190 como:
“ …una de las estrategias ofrecidas al personal privado de la libertad dentro de los
procesos de Atención Social y Tratamiento Penitenciario [integrado] en las
siguientes categorías: artesanales, industriales, servicios, agrícolas y pecuarias,
trabajo comunitario y libertad preparatoria, las cuales están orientadas a
fortalecer en el interno(a) hábitos, destrezas, habilidades, competencias
reafirmando principios y valores de solidaridad y generosidad para su integración
a su vida en libertad.”
En segundo lugar, los programas de estudio cuyo objetivo, de conformidad con el artículo 5
de la resolución mencionada, es:
“…afectar los marcos de referencia de la vida del interno, resignificar su
existencia a partir de la exploración de otras formas de pensar que enseñarán y
afirmarán en el intemo (a) el conocimiento y el respeto por los valores humanos,
las instituciones públicas y sociales, las leyes y normas de convivencia ciudadana
así como el desarrollo de susentido ético o deontológico, enmarcado en los
Derechos Humanos”.
13 Por medio de la cual se determinan y reglamentan los programas de trabajo, estudio y enseñanza válidos para evaluación y certificación de tiempo para la redención de penas en el sistema penitenciario y carcelario. 14 Artículo 2 de Resolución 3190 de 2013 expedida por el INPEC.
37
Por último, los programas de enseñanza, que de acuerdo con el artículo noveno de la
referida resolución, se desarrollan
“… a través del personal privado de la libertad con la figura de monitores, para los
programas de trabajo o estudio.”
Como se mencionó anterioremente, la implementación de prácticas de meditación dentro
del marco del tratamiento penitenciario, tal como lo plantea la normativa actual, podría
realizarse a través de la inclusión de éstos cursos como parte de los programas de
educación. De acuerdo con el segundo inciso del artículo 5 de la resolución 3190, los
programas de estudio, deben responder a las características y necesidades de la población
interna:
“…incorporando procesos que promuevan su formación académica, cultural,
recreativa, deportiva y espiritual, y deberán ser contextualizados al medio
Penitenciario y Carcelario, teniendo en cuenta los porpósitos y lineamientos del
Modelo Eduacativo para el Sistema Pernitenciario y Carcelario.”15 (Negrilla fuera
del texto).
Los programas educativos se encuentran clasificados en tres grupos: por un lado,
educación formal, la cual consiste en cursos dictados por instituciones educativas en una
secuencia regular de ciclos electivos conducentes a grados y títulos. Por otro lado, la
educación para el trabajo y el desarrollo humano, complementa, actualiza, suple
conocimientos y forma en aspectos académicos o laborales conduciendo a la obtención de
certificados de aptitud ocupacional. Los programas enmarcados en dicho gurpo se muestran
en la tabla a continuación:
PROGRAMAS DE EDUCACIÓN PARA EL TRABAJO Y EL DESARROLLO
HUMANO
Programa Descripción
15 Inciso segundo, artículo 5 de la Resolución 3190 de 2013.
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Formación laboral
Tienen por objeto preparar a las personas en
áreas específicas de los sectores productivos
y desarrollar competencias laborales
específicas.
Formación Académica
Los Programas de formación académica
tienen por objeto la adquisición de
conocimientos y habilidades en los diversos
temas de la ciencia, las matemáticas, la
técnica la tecnología, las humanidades, el
arte, los idiomas, la recreación y el deporte,
el desarrollo de actividades lúdicas,
culturales, la preparación para la validación
de los niveles, ciclos y grados propios de la
educación
formal básica y media.
Tabla 1 Programas de educación para el trabajo y el desarrollo humano
Fuente: elaboración propia a partir del artículo 7 de la Resolución 3190 de 2013
Por último, los programas para la educación para el trabajo y el desarrollo humano –
Educación informal- definido como todo conocimiento libre y espontáneo adquirido
proveniente de personas, entidades, medios masivos de comunicación, medios impresos,
tradiciones, costumbres, comportamientos sociales y otros no estructurados, dentro de los
que se encuentran:
PROGRAMAS EDUCACIÓN INFORMAL
Programa Descripción
Literarios y artísticos
Son aquellos de creación de obras literarias
entendiéndose como la escritura de libros
que impliquen un proceso de análisis crítico,
creativo e investigativo; las actividades
39
artísticas son aquellas de creación de obras
como pintura y escultura.
Deportivos
Los programas deportivos son aquellas que
se desarrollen como un proceso de
formación académica en el campo del
deporte que contribuya al desarrollo integral
del interno.
Comité de Internos
Las actividades desarrolladas por los
Comités de Internos, responden a programas
creados por ellos mismos.
Rehabilitación
Las actividades y ejes temáticos dirigidos a
las personas privadas de la libertad con
problemas de abuso de sustancias
psicoactivas.
Inducción al tratamiento penitenciario Implementado durante la fase de tratamiento
penitenciario de observación.
Medios escritos
Elaboración de medios escritos como
periódicos que se trabajan en los
establecimientos son espacios donde los
internos desarrollan sus habilidades en
escritura, permitiendo dejar plasmar su
imaginación y motivan la creatividad e
iniciativa.
Crecimiento personal
Programas dirigidos a fortalecer las
habilidades sociales, la resolución de
conflictos, estrategias de comunicación,
formación en valores y principio, que
estimulen el crecimiento personal,
generando espacios de reflexión sobre su
40
condición, sentido, calidad y estilos de vida.
Tabla 2 Programas de educación para el trabajo y el desarrollo humano
Fuente: elaboración propia a partir de artículo 8 de la Resolución 3190 de 2013
Teniendo en cuenta la información presentada anteriormente, se puede afirmar que en el
marco de las actividades transversales al tratamiento penitenciario no se existe ningún
componente que se enfoque exclusivamente en el aspecto espiritual de los internos. De
acuerdo con la descripción general de los programas educativos se puede afirmar que los
cursos de meditación podrían ser clasificados como parte de dichos programas,
específicamente, como programas de educación informal – ya sea como parte de aquellos
que promueven el crecimiento espiritual o como parte de los programas de rehabilitación.
Se debe aclarar que si bien se considera que las prácticas espirituales como herramienta
para promover el crecimiento espiritual de los internos debería ser un elemento transversal
al tratamiento penitenciario, pues como se ha venido argumentando, se trata no solo de la
efectividad en del mismo sino de un asunto de garantía y respeto de la dignidad de los
internos, las prácticas espirituales, como se ha planteado en este texto deben ganar un poco
más de espacio en estos ámbitos para que más adelante se puedan ser transversales a todo el
tratamiento penitenciario.
Ahora bien, se considera importante analizar si en la institucionalidad o normativa del
sistema penitenciario y carcelario, existe algún tipo de desarrollo o lineamiento relacionado
con el crecimiento espiritual de los internos. Sobre esto, debe decirse que tan solo se logró
identificar una dependencia del al interior de la Dirección del INPEC, denominada Grupo
de Apoto Espiritual y el Decreto 1519 de 1998 “por el cual se establecen medidas
tendientes al libre ejercicio del derecho de libertad religiosa y de culto en los centros
penitenciarios y carcelarios” .
El Decreto 1519 de 1998 tiene su fundamento, de acuerdo con sus considerandos, en el
artículo 19 de la Carta Política el cual se dispone que cada persona tiene derecho a profesar
libremente su religión y difundirla en forma individual o colectiva y en la Ley 133 de 1994
41
mediante la que se desarrolla el derecho a la libertad religiosa y de cultos. Dicha ley
establece en el literal f del artículo 6 que la libertad religiosa y de cultos comprende, entre
otras cosas, el derecho de toda persona a recibir asistencia religiosa de su propia confesión
donde quiera que se encuentre. Así mismo, el artículo 8 dispone, que “para la aplicación
real y efectiva de estos derechos, las autoridades adoptarán las medidas necesarias que
garanticen la asistencia religiosa ofrecida por las iglesias y confesiones religiosas a sus
miembros, cuando estos se encuentren en establecimientos públicos docentes, militares,
hospitalarios, asistenciales, penitenciarios y otros bajo su dependencia”.
En concordancia con lo anterior, el artículo 152 de la Ley 65 de 1993 establece que los
internos de los centros de reclusión gozarán de libertad para la práctica del culto religioso,
sin perjuicio de las medidas de seguridad. Con el fin de darle aplicación a los postulados
normativos mencionados, es que se formula el Decreto 1519 de 1998.
Dicha norma establece que los internos de los centros penitenciarios y carcelarios del país
gozan del derecho a la libertad de cultos y de profesar libremente su religión, y que por
tanto las autoridades penitenciarias y carcelarias deberán permitir sin restricción alguna al
libre ejercicio de estos derechos, sin perjuicio de la seguridad de los centros de reclusión.
Siguiendo el artículo, “La asistencia religiosa de los internos corresponderá a los ministros
de culto, iglesia o confesión religiosa a la cual pertenezcan.”
Como mecanismo para garantizar el acceso al ejercicio libre de la práctica de cultos
religiosas el artículo 4 establece que es obligación de los directores de los establecimientos
que realicen un censo entre los internos, con el único objeto de identificar la religión o culto
a la que pertenecen. Así mismo, se deberán disponer los lugares apropiados para tal fin.
De conformidad con el artículo 8, las entidades religiosas con personería jurídica especial
podrán acordar con las autoridades competentes, la realización de actividades de
voluntariado social y para el desarrollo de programas dirigidos al bienestar de los internos.
Los directores de los centros de reclusión deberán permitir, previo el cumplimiento de los
42
requisitos de seguridad, el ingreso de los cuerpos de voluntariado social que pretendan
realizar las iglesias, cultos o confesiones religiosas en desarrollo de tales convenios.
De la descripción del decreto mencionado se puede concluir que funciona como un
instrumento normativo destinado exclusivamente a garantizar el derecho a la libertad de
religión dispuesto en la Carta Política, lo cual si bien no resulta problemático, dado que es
un mandamiento constitucional y busca garantizar un derecho fundamental, sí es un
indicativo de en la normatividad el crecimiento espiritual y la espiritualidad tiende a ser
relacionada con la religión. Se reitera que que la meditación, como práctica para el
crcimiento espiritual de los internos, no busca promover un culto religioso como tampoco
pretende reemplazar las creencias religiosas de los internos, por tanto, si bien el decreto no
choca con las prácticas que se proponen en el presente texto, éstas no encuadran dentro de
las disposiciones del mismo.
Ahora bien, con respecto al Grupo de Apoyo Espiritual, dependencia de la dirección del
genral del INPEC, tiene por objeto la coordinación del servicio de asistencia espiritual a la
población reclusa, personal de custodia y vigilancia y funcionarios del INPEC. De acuerdo
con el artículo 6 de la Resolución INPEC 2122 de 201216 son funciones del grupo:
• “Asistir al director general, en la formulación de política y programas orientados a
brindar asistencia espiritual a los funcionarios del instituto y la población reclusa.
• Supervisar el cumplimiento de la normativa vigente y el precepto constitucional de
libertad religiosa en los Establecimientos penitenciarios.
• Desarrollar programas orientados a brindar asistencia espiritual a la población
privada de la libertad y a los funcionarios.
• Apoyar el desarrollo de los programas de atención a la población pospenada, en
coordinación con las dependencias competentes.
16 Por la cual se desarrolla la estructura orgánica y se determinan los grupos de trabajo del Instituto Nacional Penitenciario.
43
• Coordinar la asistencia espiritual en el Instituto, las direcciones regionales y
establecimientos de reclusión.
• Impartir lineamientos y supervisar a los funcionarios encargados de brindar
asistencia espiritual en el Instituto.
• Establecer las necesidades y coordinar la capacitación y actualización de los
funcionarios encargados del apoyo espiritual.
• Apoyar la implementación y sostenibilidad del Sistema Integrado de Gestión
Institucional.
• Las demás funciones que le sean asignadas y que corresponda la naturaleza de la
dependencia.”
A partir de las funciones citadas se puede observar que las actividades relacionadas con el
crecimiento espiritual, tienen un enfoque asistencial. Teniendo en cuenta esto puede
afirmarse que estas actividades no son consideradas articuladoras del tratamiento
penitenciario. Sobre esto se debe precisar que si se realiza una lectura armónica de las
funciones del Grupo de Apoyo Espiritual y del Decreto 1519, descrito anteriormente,
cobraría sentido el carácter asistencial de las funciones de este grupo, pues se entiende que
lo que se busca es garantizar el derecho a la libertad de cultos y por tanto se debe asistir a
los internos para hacer efectivo este derecho. Esta interpretación se hace más sólida si se
tiene en cuenta que el director del Grupo de Apoyo Espirtual, es un sacerdote de religión
católica, el Padre Andrés Fernández.
Ahora bien, se considera problemático la forma en la que se disponen las funciones del
Grupo de Apoyo espiritual, pues reducen la espiritualidad a lo religioso y como se ha
intentado evidenciar, la espiritualidad, específicamente el crecimiento espiritual supera los
límites de la religión. Esto es problemático dado que este crecimiento se encuentra
relacionado intrínsicamente con el respeto y la garantía de la dignidad humana de los
internos, y es insuficinente pensarlo como un tema asistencial, pues al no tenerse como un
elemento más del tratamiento penitenciario en aras de lograr la resocialización de los
44
internos, no es del todo relevante para la insticionalidad. Por tanto, es importante que las
actividades encaminadas al crecimiento espirtual se desliguen del aspecto religioso .
De lo anterior se puede concluir que es viable la inclusión de programas de meditación en
contextos carcelarios, en un inicio, como parte de las actividades educativas realizadas
dentro del marco del tratamiento penitenciario y más adelante podrían, tras una reforma
normativa, introducir las prácticas de crecimiento espiritual como componente articulador
del tratamiento penitenciario. Que teniendo en cuenta lo anteriormente mencionado se
considera insuficiente el desarrollo del concepto de espiritualidad en la normativa del
sistema penitenciario, pues tiende a reducirse al ejercicio de la religión. Esto implica un
reto, en la medida de que se debe hacer entender que la inclusión de este componente no
pretende suprimir ni cambiar las creencias religiosas de los internos.
4. Conclusiones
En conclusión se puede decir que la resocialización en la mayoría de sistemas penales, se
establece como una de las finalidades de la pena, como lo es para el caso colombiano. Que
dicha resocialización puede ser estructurada a partir de dos modelos principalmente, el
funcionalista y el correccionalista, los cuales en la práctica se combinan. Que
indpendientemente del modelo, la resocialización se alcanza a través de lo que se ha
denominado el tratamiento penitenciario. Que es a través de éste que se implementan una
serie de intervenciones –las cuales denden del modelo de resocialización- que buscan que el
interno, tras el cumplimiento de la medida privativa de la libertad alcance su resocialización
y no vuelva a cometer ningún delito. Ahora bien, dicho tratamiento tiene como elemento
transversal la dignidad humana, fundamento, como se intentó evidenciar a lo largo del
texto, de la inclusión de prácticas espirituales dentro del mismo.
Como característica principal del tratamieto penitenciario en Colombia se logró identificar
que sus componentes principales son la educación, el trabajo y la enseñanza, los cuales son
acompañados de atención psicosocial especializada. Ahora bien, dicho tratamiento es
cuestionado pues los resultados en términos de resocialización son muy precarios. Teniendo
45
en cuenta esto, se hace necesario buscar nuevas alternativas que permitan obtener mejores
resultados en lo que respecta a la resocialización de los internos. Es por esto que el presente
texto intentó argumentar por qué el tratamiento penitenciario no puede basarse
exclusivamente en la educación, trabajo y enseñaza, sino que necesita ser articulado con
otro tipo de componentes como lo es el crecimiento espiritual.
Como se intentó evidenciar a lo largo del texto, el crecimiento espiritual no busca
reemplazar el aspecto religioso de los internos ni busca intentar convertirlos o asimilar en
ellos algún credo en especial, al contrario, el crecimiento espiritual se encuentra
intrínsicamente relacionado con su bienestar personal. La dignidad humana, como se
mostró, no se reduce a la satisifacción de las necesidades básicas de los internos, sino que
recoge componentes que incluyen su personalidad, su bienestra mental y psicológico. Es
por esto que dadas las circunstancias se necesita implementar algún tipo de práctica que
trabaje en estos aspectos de la vida de los internos.
Las prácticas a través de las cuales se podría potencializar y estimular el crecimiento
interior y espiritual de los internos es a través de las prácticas de meditación. Dichas
prácticas, en contextos penitenciarios han brindado cambios en la vida de los internos en
donde además de mejorar su bienestar mental y espiritual, los índices de reincidencia se
reducen y la vida en los centros se vuelve menos violenta y más manejable.
En Colombia, la implementación de dichos cursos, se podría empezar a hacerse
estableciéndolos como programas de educación informal, pues como esta planteado el
sistema en la normatividad y la institucionalidad, no hay referencia alguna del crecimiento
espiritual dentro del tratamiento penitenciario. Tan solo el Decreto 1519 de 1998 y la
existencia del Grupo de Apoyo Espiritual que como se mostró en el texto, tiene un enfoque
netamente religioso.
Para que el crecimiento espiritual se convierta como un eje articulador dentro de la
normativa e institucionalidad del tratamiento, se requieren esfuerzos más grandes, pues esto
46
implicaría una reforma, por lo menos de las Resoluciones 7302 de 2005 y 3190 de 2013
pues son aquellas, como evidenció en el texto, las que regulan en detalle el tratamiento
penitenciario. Esta reforma se considera importante pues significaría el reconocimiento
formal del crecimiento espiritual como parte del tratamiento y permitiría con mayor
facilidad la realización de convenios interinstitucionales entre las organizaciones enargadas
de dictar dichos cursos y el INPEC.
No obstante, dicha reforma, si bien conyunturalmente pareciera viable –teniendo en cuenta
la crisis en materia de resocialización que vive actualmente el sistema- se considera que los
grupos u organizaciones interesadas en ofrecer y realizar dichos cursos en los
establecimientos penitenciarios tinene aún un camino que recorrer. Esto teniendo en cuenta
que se requiere constancia y compromiso para que poco a poco vayan ganando más espacio
y credibilidad en estos contextos. Que si bien existe el camino jurídico para ingresar a dar
los cursos se requiere de interés y compromiso para que se configure un cambio donde se
considere el crecimiento espiritual como un elemento del tratamiento y no solo como un
curso más de educación informal y tampoco como asistencia relgiosa, pues como se
mencionó, no tiene nada que ver con la religión.
Para finalizar, debe decirse que este texto intentó dar una primera aproximación para tomar
el crecimiento espiritual enserio dentro del tratamiento penitenciario, se considera que aún
hay un gran trabajo empírico que se debe realizar en busca de analizar cómo funciona esto
en los diferentes establecimientos del país. Esta primera aproximación tan solo muestra el
panorama teórico, normativo e institucional, intentando brindar unas primeras luces de cuál
sería el camino que se debería seguir para que el crecimiento o formación espiritual al que
se refiere el artículo 10 de la Ley 65 de 1993, sea tomada un poco más se enserio y se
utilice como una herramienta, a través de la implementación de cursos de meditación, para
mejorar el bienestar de los internos, brindar un componente holísitco al tratamiento en
busca de lograr el principal fin del tratamiento, la resocialización de los internos.
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