Prevención social del delito (Inés Mancini)

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En las últimas décadas, el delito se ha instalado como un problema social en la Argentina. En este contexto, la literatura especializada coincide en señalar que la prevención debería constituir un eje central en la problemática de la seguridad, cuestión que debe abordar el Estado. Sin embargo, es poco lo que se sabe sobre lo que el Estado efectivamente hace o ha hecho en materia de prevención social del delito. A partir de un análisis minucioso del Programa Comunidades Vulnerables, una política pública que se propuso hacer prevención del delito a nivel nacional a través de la generación de inclusión social, este libro presenta el estudio de las relaciones sociales que se producen entre los diferentes actores involucrados.

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CIENCIASSOCIALES

Prevenciónsocial del delito

CIENCIASSOCIALES

Prevenciónsocial del delito

CIENCIASSOCIALES

Prevenciónsocial del delito

Colección: Ciencias SocialesSerie: InvestigacionesDirector: Máximo Badaró

Mancini, InésPrevención social del delito: relaciones entre agentes estatales y jóvenes de sectores populares.1a edición - San Martín: Universidad Nacional de General San Martín. UNSAM EDITA, 2015.196 pp.; 21x15 cm. (Ciencias Sociales. Investigaciones / Máximo Badaró)ISBN 978-987-1435-93-71. Prevención del Delito. 2. Políticas Sociales. I. TítuloCDD 364.4

Obra ganadora del Concurso Publicación de Tesis Doctorales de Antropología, IDAES/UNSAM, en el marco del Programa de Mejoramiento de Doctorados en Ciencias Sociales (DOCTORAR/SPU). 

1a edición, julio de 2015

© 2015 Inés Mancini© 2015 UNSAM EDITA de Universidad Nacional de General San Martín

Campus Miguelete, Edificio TornavíaMartín de Irigoyen 3100, San Martín (B1650HMK), provincia de Buenos [email protected]

Diseño de interior y tapa: Ángel VegaEdición digital: Daniel MaldonadoCorrección: Wanda Zoberman

Se imprimieron 500 ejemplares de esta obra durante el mes de julio de 2015 en Imprenta Dorrego, Av. Dorrego 1102, CABA.

Queda hecho el depósito que dispone la Ley 11.723Editado e impreso en la Argentina

Prohibida la reproducción total o parcial, inluyendo fotocopia, sin la autorización ex-presa de sus editores.

CIENCIASSOCIALES

INÉS MANCINIINÉS MANCINI

Prevenciónsocial del delito

Relaciones entre agentes estatales y jóvenes de sectores populares

CIENCIASSOCIALES

INÉS MANCINIINÉS MANCINI

Prevenciónsocial del delito

Relaciones entre agentes estatales y jóvenes de sectores populares

SERIE INVESTIGACIONES: COMITÉ ACADÉMICO

Aguilera, OscarUniversidad Católica del Maule, ChileBarrancos, DoraUniversidad de Buenos Aires, CONICET, ArgentinaBesserer, FedericoUniversidad Abierta Metropolitana-Unidad Iztapalapa, México Borges, Antonádia Universidade de Brasília, BrasilBurchardt, Hans-JürgenUniversität Kassel, AlemaniaCaetano, Gerardo Universidad de la República, UruguayCalvo, Ernesto Maryland University, EE. UU.Carvalho Rosa, Marcelo Universidade de Brasília, BrasilForment, CarlosThe New School for Social Research, EE. UU.Goebel, BárbaraIbero-Amerikanisches Institut, AlemaniaGrimson, Alejandro Universidad Nacional de San Martín, CONICET, Argentina Gutiérrez, RicardoUniversidad Nacional de San Martín, CONICET, Argentina Jelin, Elizabeth Instituto de Desarrollo Económico y Social, CONICET, Argentina Obarrio, Juan Johns Hopkins University, EE. UU.Pecheny, Mario Universidad de Buenos Aires, CONICET, ArgentinaSabato, Hilda Universidad de Buenos Aires, CONICET, ArgentinaTheidon, Kimberly Harvard University, EE. UU.

91. Estudios sobre políticas de prevención 10 social del delito en Argentina2. Ámbitos de observación 16

251. Beneficiarios directos 252. Operadores 413. Actores comunitarios 53 4. Desarrollo de la relación con el 62 beneficiario y la aparición de un nuevo sistema de vínculos

671. El territorio, el barrio, la comunidad 672. La inserción de los operadores 68 en la comunidad3. Conocimiento y naturalización de 68 las relaciones intrabarriales4. La comunidad y la prevención del delito: 72 relaciones turbias5. El territorio como espacio de circulación 746. El dinero: el Plan de Empleo Comunitario 747. La información 798. La oficina y las articulaciones 839. Saberes de intervención 8510. La infraestructura 8911. La circulación de los recursos 91

951. Sobre la criminalización 952. Sobre la tensión entre lo institucional y 96 el carisma3. Sobre la confianza 984. Sobre la dominación y la resistencia 101

1071. El fin de la relación a partir de la baja o 115 el egreso: una clasificación moral superpuesta a una clasificación burocrática

INTRODUCCIÓN

CAPÍTULO 1Recursos humanos. Una primera aproximación a la construcción de los vínculos en el territorio

CAPÍTULO 2Otros recursos que construyen relaciones en el territorio

CAPÍTULO 3Las relaciones construidas en el “territorio”

CAPÍTULO 4El lugar de las reglas en las relaciones

1211. Puntos de partida de la transformación 1252. Situaciones de la transformación 1263. Desajustes en los dispositivos de 163 transformación

1671. Trayectorias de muerte 1672. Trayectorias de cárcel 1743. Trayectorias de dependencia 1754. Trayectorias de trabajo 177

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CAPÍTULO 5Discusiones acerca de la transformación para la inclusión social

CONCLUSIÓN

BIBLIOGRAFÍA

FUENTES

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INTRODUCCIÓN

El delito se ha instalado como un problema social en la Argentina de las últi-mas décadas. En este contexto, la literatura sobre este tema, tanto académica como ensayística, es amplia y diversa. Buena parte de ella coincide en señalar que la seguridad es una problemática que debe abordar el Estado y que la pre-vención debería constituir un eje central de dicho abordaje. Sin embargo, es poco lo que se sabe sobre lo que el Estado efectivamente hace o ha hecho en materia de prevención social del delito.

Dar cuenta de algunas discusiones relativas a la inclusión social a partir un análisis minucioso de una política de prevención social del delito constituye un aporte significativo a la cuestión.

Todas las discusiones presentadas aquí se basan en un corpus de datos producto de una etnografía realizada en una villa de emergencia de la ciu-dad de Buenos Aires, centrada en la aplicación del Programa Comunidades Vulnerables, una política pública que se propuso hacer prevención del delito a través de la generación de inclusión social para su población beneficiaria.

Es preciso desentrañar cómo se supone se produciría la inclusión social que plantea el Programa.1 Para ello, intentaremos explicar cómo es que for-mula y lleva a la práctica la generación de una relación entre jóvenes –los be-neficiarios del Programa– y agentes estatales –los operadores– para que, a partir de ella, estos jóvenes inicien una transformación; abandonen una identidad antagónica (Bourgois, 2010), para adquirir una nueva identidad acorde con el orden social vigente. Así se produciría la inclusión social.

Asimismo, esa relación entre jóvenes y agentes del sistema estatal debe ser caracterizada. Para hacerlo, se tendrá en cuenta que la relación se genera con la puesta en circulación de distintos recursos, y su configuración da lugar a prácticas específicas que, en ocasiones, se corresponden con procesos de subordinación y resistencia. Se describirán, también, las trayectorias de los

1 Se utilizarán comillas para indicar las citas textuales e itálicas para señalar los términos nativos. Para facilitar la lectura, los términos Programa, operador, beneficiario, villa y perfil son presentados en itálica solo en su primera aparición.

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Prevención social del delito. Relaciones entre agentes estatales y jóvenes de sectores populares

jóvenes beneficiarios, dando cuenta de los elementos de transformación e in-clusión que pueden ser observados en sus recorridos.

Las conclusiones que atañen a la aplicación del Programa Comunidades Vulnerables deberían ser útiles para reflexionar sobre las políticas sociales terri-toriales en general, los procesos de transformación social, la inclusión social y las distintas modalidades en que el Estado interviene en la vida cotidiana de los ciudadanos pobres.

1. Estudios sobre políticas de prevención social del delito en Argentina

La presente investigación se enmarca en una discusión acerca de las políticas sociales vinculadas a los jóvenes residentes en barrios populares y, especial-mente, en un debate acerca de las interrelaciones entre políticas sociales y políticas de prevención del delito.

En la Argentina de los últimos años, este tipo de políticas sociales ha sido abordado desde dos miradas. La primera corresponde a un conjunto de trabajos que, a partir de una serie de preguntas teóricas, cuestionan la incor-poración de programas de prevención social del delito, pues supondrían la cri-minalización de la política social y, acaso, la criminalización de la pobreza. La segunda compete a una generación de estudios que abordan políticas específi-cas –y muy particularmente el Programa en cuestión–, para preguntarse por la relación entre los distintos niveles de la política y los beneficiarios. Algunos de estos estudios analizan dichas relaciones desde la perspectiva del control social (Ayos, 2009, 2010, 2012; Ayos y Dallorso, 2011; Dallorso, 2008), terminan formulando las mismas preguntas que se planteaban en los primeros trabajos sobre la criminalización.

En todos los casos, estos estudios involucran una explícita o velada acu-sación al Estado en general, o a los agentes en particular, respecto de una supuesta incapacidad de leer adecuadamente la realidad en la que se inter-viene. Así, la pregunta por la relación Estado-beneficiarios suele tener como respuesta una crítica a la intervención estatal centrada en sus intenciones de controlar a los sectores bajos o en su mala interpretación de ellos.2 En ambos casos, el resultado podría ser leído como una profundización de los procesos de exclusión sufridos por estos sectores.

A partir de una revisión de la bibliografía existente sobre el tema en la Argentina, entendemos que existen cuatro postulados básicos.

2 La primera interpretación supone un Estado más eficiente que las intervenciones políticas efectiva-mente observables –problema ya mostrado por Scott (1998)–, mientras que la segunda alternativa supone un Estado completamente incapaz.

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Introducción

1.1. Postuladosa) Primer postulado: En primer lugar, tomando como base el trabajo de Baratta (1997),3 se alude a la ambivalencia fundamental de los programas de prevención social del delito y se plantea la pregunta acerca de si deberían considerarse como una criminalización de la política social o una socialización de la política criminal (Ayos, 2009; Ayos y Dallorso, 2011; Dallorso, 2008; Pegoraro, 2002; Sozzo, 2000). Se sugiere que la respuesta a esta pregunta es empírica y debe buscarse en las intenciones de quienes las aplican y de quie-nes las diseñan, así como en sus etiquetas institucionales.

Por criminalización de la pobreza, los trabajos refieren a las definiciones empleadas por Wacquant (2000, 2010) que aluden a una técnica para con-trolar coercitivamente la marginalidad urbana, como respuesta al incremento de la inseguridad social en un contexto de avance de las prácticas penales del Estado en detrimento de las políticas sociales.

Uno de los problemas para aplicar este concepto a otros contextos y a las po-líticas sociales es que Wacquant (2010) ubica a la policía, los juzgados y la prisión como mano derecha del Estado, y no queda claro en qué sector de ese esquema deberían ubicarse las políticas de prevención social del delito. Quizá por ello, en todos los casos, la pregunta por la criminalización de la política social y de la pobreza involucra un cuestionamiento acerca de los límites entre política social y política de prevención del delito. Su supuesta indiferenciación es la puerta de entrada para las preguntas por la criminalización de las políticas sociales:

Sería bueno socializar la política criminal a través de la introducción de este tipo de técnicas de intervención, siempre que no implique el proceso inverso. Y para ello es indispensable clarificar los límites entre ambas (Sozzo, 2000: 121).

Pegoraro (2002) entiende que la diferencia entre políticas sociales y po-líticas de prevención del delito estriba en que mientras las primeras, que no tienen la finalidad de prevenir el delito, son las que tienden a la protección y desarrollo de derechos fundamentales de sectores –principalmente jóve-nes– en situación de desventaja social; las segundas, que sí tienen objetivos de prevención del delito, reproducen la sociedad binaria y, por lo general, están sostenidas en la utilización de una política meramente asistencial.

b) Segundo postulado: La bibliografía revisada plantea una crítica a este tipo de propuestas, por considerar que no superaría la selectividad del funcio-namiento del sistema penal. Si la punición castiga preferencialmente ciertos tipos de delitos y, por consiguiente, selecciona a una población particular, se

3 Si bien estamos proponiendo un recorrido por la literatura que existe en la Argentina sobre el tema, tomamos la investigación del criminólogo italiano, puesto que se trata de un texto constantemente citado en los trabajos analizados y que da pie a algunas de las reflexiones que pretendemos retomar.

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Prevención social del delito. Relaciones entre agentes estatales y jóvenes de sectores populares

entiende que los programas de prevención del delito reproducirían esa selecti-vidad y recortarían a la misma población: jóvenes pobres.

Se habla de criminalización de la pobreza, justamente porque los pro-gramas de prevención del delito generarían procesos que reproducirían estructuras de desigualdad social al considerar como ofensores potenciales solo a ciertos grupos según sus condiciones sociales y económicas (Ayos y Dallorso, 2011).

A la vez se propone que para estudiar este proceso resultaría pertinente considerar el momento de mayor implicación de los agentes institucionales: el de la formulación y gestión directa de las políticas sociales, y que su estudio permitiría reconstruir las relaciones fundacionales del proceso de criminaliza-ción (Ayos y Dallorso, 2011).

Hay que agregar que algunos trabajos entienden que en la propia focaliza-ción de cualquier política social se produciría un proceso de estigmatización de la población-objeto. Esto ocurriría tanto en el proceso de diseño de la política –a través del cual los individuos pasan de ser socialmente pobres a so-cialmente vistos (Tenti Fanfani, 1988)– como en el de selectividad que opera en el terreno (Dallorso, 2008). En relación a este último, se plantean nuevos cuestionamientos al considerar la imprecisión de la selección, puesto que se buscaría prevenir sobre la base de factores de riesgo –y de esta manera se im-putarían características estigmatizantes en términos probabilísticos (Dallorso, 2008)– y se apuntaría a cadenas causales cada vez menos comprobables, lo que extendería las redes de control social (Dallorso, 2008; Sozzo, 2000). Se señala también que esto implicaría un continuum entre prevención y punición,4 por-que se presupondría la potencialidad ofensiva de los sujetos (Dallorso, 2008). Se estigmatizaría a estos potenciales ofensores y, siguiendo los preceptos de los teóricos del etiquetamiento social, esto resultaría en una profecía autocum-plida (Sozzo, 2000).

c) Tercer postulado: Se plantea, como hecho paradojal, que la población beneficiaria del Programa sería olvidada a la hora de formular derechos, y que la política de prevención los reencontraría en cuanto objetos. Aún más, se sos-tiene que la política de seguridad beneficiaría a un público diferente al de la política social. Así, se da por evidente que las políticas de prevención del de-lito se corresponderían con demandas y expectativas de las clases medias, que serían las verdaderas beneficiarias (Ayos y Dallorso, 2011; Pegoraro, 2002).5

4 En su trabajo sobre las trabajadoras vecinales del Plan Vida, Dallorso (2008) observa la articulación de una política estatal con controles comunitarios, y entiende que esta constelación de controles no re-chaza la relevancia y centralidad del Estado, sino que acepta la integración de actores. Y este ejercicio de poder en la comunidad no reconoce diferencias entre protección y punición.5 Eso parece corresponderse con la idea del clima de época que describe Garland (2001) y con la apre-ciación de que existen ideas acerca de que “nuestra” seguridad depende del control de la underclass.

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Introducción

Así, parece desprenderse de estas afirmaciones que habría una población –los sectores medios urbanos preocupados por su seguridad– a la que se pre-tendería beneficiar a partir del control de otra población –los jóvenes pobres–.

d) Cuarto postulado: Algunos trabajos con perspectivas más cercanas al que aquí presentamos entienden al Programa Comunidades Vulnerables, y a otros que trabajan con jóvenes y niños (Gentile, 2010; Llobet, 2009, 2012), como un proceso al que es preciso analizar desde una perspectiva relacional. Dentro de este espectro de estudios, se encuentra el de Medan (2011), quien lo considera como una constelación de vínculos de clase, género y edad en el marco de interacciones entre sujetos e instituciones producidas en contextos de desigual distribución de poder. Llobet (2009) señala la necesidad de esta clase de programas de controlar ciertos comportamientos contraproducentes para el orden social y de incluir a los jóvenes como necesarios para el futuro.

Ahora bien, según Medan (2011), en este marco de interacciones hay al-gunas interpretaciones de los jóvenes –relacionadas con una jerarquía de ries-gos– que no son legitimadas por el Programa. Esto provoca el alejamiento de quienes no sienten validadas sus interpretaciones, puesto que el Programa deja de ser un interlocutor válido para ellos.

En general, la autora plantea que las manifestaciones de los jóvenes en los programas de inclusión son interpretaciones alternativas dentro de una lógica de subordinación, lo que es considerado por esos programas como fracaso o irrecuperabilidad. De este modo, el Programa podría profundizar los procesos de exclusión social.

1.2. CuestionamientosEn contraposición a muchos de los planteos referidos anteriormente, aquí proponemos analizar el Programa Comunidades Vulnerables como una polí-tica concreta que, desde aquella perspectiva, propendería a la criminalización de la política social y estaría impedida de favorecer los derechos de sectores en situación de desventaja social. Sin embargo, es lícito cuestionar la idea acerca de que el análisis de las intenciones de quienes aplican y diseñan las políticas y el estudio acerca de los límites entre política social y preventiva son las llaves para comprender si nos encontramos o no frente a procesos de criminaliza-ción de las políticas sociales.

Es necesario revisar la idea de que a través de las intenciones se encontra-rían las respuestas a las preguntas por la criminalización. Aún más, el abordaje de intenciones de funcionarios estatales coloca al analista social en una posi-ción desventajosa: difícilmente el hecho de entrevistarlos pueda dar una res-puesta afirmativa respecto de la voluntad o intención de criminalizar políticas sociales o a una población. Por tanto, estas intenciones no pueden constituir, de ninguna manera, un dato observable.

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Prevención social del delito. Relaciones entre agentes estatales y jóvenes de sectores populares

Entonces, el investigador tendría dos posibilidades: podría realizar impu-taciones al discurso obtenido en busca de elementos sospechosos que permi-tan dar por supuesto que hay una voluntad de criminalizar políticas, o bien creer en aquello que los funcionarios entrevistados digan sobre sí mismos.

Por el contrario, la pregunta por la presencia o ausencia de límites es em-pírica, y estos no son a priori positivos o negativos para los sectores beneficia-dos por la política. Del mismo modo, la presencia o ausencia de límites no se traduce automáticamente en factores de criminalización.

Por consiguiente, un cuestionamiento central a algunos de los trabajos mencionados atañe a su metodología de trabajo. En primer lugar, las entrevis-tas a funcionarios, sumadas a las lecturas de documentos, no pueden suplir la observación de las prácticas concretas de la política cuando se pretende decir algo acerca de los efectos que esta tiene en las vidas de sus beneficiarios.

Además, pretender captar un tipo de intención –de criminalizar o no– de quienes aplican y diseñan un programa puede parecer posible en teoría, pero no se condice con la práctica.6 Como sostiene Míguez (2008), la estructura del Estado no se manifiesta como un cuerpo homogéneo que permite instru-mentar sistemáticamente una política. Por el contrario, hay una serie de agen-tes, con lógicas de acción específicas, que se articulan de forma contingente con lo que se propone circunstancialmente como la política oficial.

En segundo lugar, existe un planteo con respecto a la selectividad del Programa, que implica una arbitrariedad. Es discutible que dicha arbitrarie-dad del recorte poblacional suponga necesariamente una criminalización de la pobreza, puesto que el hecho de ser incluido no involucra, de manera automá-tica, un proceso de estigmatización que lleve obligatoriamente a los beneficia-rios por el camino de las profecías autocumplidas.

Es preciso analizar en la práctica si los beneficiarios, o la comunidad, son estigmatizados por pertenecer al Programa estudiando cómo trabajan opera-dores y beneficiarios sobre los procesos de estigmatización. Cabe destacar que, siguiendo a Goffman (1963), entendemos por estigma la condición o atributo que hace que su portador sea incluido en una categoría social considerada ne-gativa por la sociedad.7

En relación a lo planteado respecto del verdadero público destinatario, también se requiere de un análisis pormenorizado que recupere la pers-pectiva de funcionarios y beneficiarios, para estudiar quiénes son los que, en la teoría y en la práctica, se consideran interpelados y alcanzados por el

6 Especialmente, por las distintas mediaciones que existen entre los diseños de los programas y sus experiencias concretas (Scott, 1998).7 Como veremos, también resulta complejo determinar en qué contextos ciertas marcas son percibidas como negativas.

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Introducción

Programa. Además, es necesario que se trabaje alrededor de los actores y recursos que el plan define para sí mismo, para dar cuenta de la importancia que puede tener una política de seguridad en la comunidad en la que residen los jóvenes.

Sin embargo, esta idea de que los beneficiarios podrían ser considerados como objetos nos lleva a preguntarnos qué es un beneficiario desde la pers-pectiva de los actores involucrados. Una de las posibles respuestas es que el beneficiario es un actor que debe transitar un camino que lo transformará, tal como sostiene Ayos (2009) cuando señala que “laburar” sobre el beneficiario es uno de los principales mecanismos preventivos identificados.

En efecto, el modo de prevenir el delito implica la producción de inclusión social para los jóvenes, y esta tiene lugar cuando ellos se adaptan a ciertas pau-tas y modos de conducta que podrían corresponderse con las cosmovisiones de sectores socialmente integrados y que involucran procesos de transforma-ción de los beneficiarios.

Así, se trata de adquirir una nueva identidad.8 En este sentido, sostenemos, tal como hace Míguez (2000), que las identidades son percepciones social-mente construidas de la realidad, que guían a los actores sociales.9 Están atra-vesadas por el poder porque se constituyen, en parte, por las posiciones que ocupan los actores en la estructura social y, en general, están ligadas a redes sociales, grupos de pertenencia.

Siguiendo a lo planteado por Bourgois (2010), entendemos que los bene-ficiarios parten de una identidad barrial antagónica que convive difícilmente con los distintos modelos de identidades integradas que propone el Programa. Por lo tanto, este análisis sobre los procesos de transformación propuestos y practicados implicará tener en cuenta las posibilidades de transformación de la subjetividad de un programa como este en determinadas condiciones ma-teriales,10 así como también las herramientas empleadas por los operadores para producir los cambios y las tensiones entre las identidades barriales y las identidades propuestas.

8 Como se verá más adelante, el proceso no siempre implica el cambio de una identidad por otra, sino que en ocasiones se da la convivencia de dos identidades. Es lo que Bourgois (2010) entiende como biculturalidad.9 El concepto de identidad también es problemático debido a su polisemia. Tal como lo señalan Brubaker y Cooper (2002), el concepto ha tenido algunos usos clave: se lo ha entendido como base para la acción política, como opuesto a interés, como igualdad entre los miembros de un grupo, como producto contingente de la acción social y política. A su vez se lo invoca para nombrar algo pretendida-mente profundo para iluminar la naturaleza inestable del yo. Entonces, se trata, a todas luces, de una carga teórica polivalente. Por ello, en nuestro trabajo emplearemos la definición que resulta apropiada sin pretender agotar las discusiones al respecto.10 Para analizar este punto y poder comparar estos hallazgos con nuestro caso de estudio, nos servi-remos de las teorías sobre la conversión religiosa.

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Prevención social del delito. Relaciones entre agentes estatales y jóvenes de sectores populares

Respecto del enfoque relacional al que se hizo referencia más arriba, es pertinente señalar que la posición de subordinación de los jóvenes no es una constante, sino que a lo largo del tiempo se dan distintas interacciones, por lo tanto la lógica de subordinación no está asegurada de una vez y para siempre.

En efecto, hay acuerdos y desacuerdos entre operadores y beneficiarios, pero los efectos de los desacuerdos no implican, necesariamente, que los jó-venes pasen a ser vistos como irrecuperables por el plan, ni que estos dejen de considerarlo como un interlocutor válido. Si bien existen desacuerdos que constituyen una parte inherente a la dinámica del Programa, y pueden resultar tan inclusivos como otras actividades, es preciso estudiar cuáles son aquellos que pueden producir este tipo de ruptura entre Programa y beneficiarios.

También se analizará la aplicación del encuadre, es decir, del conjunto de reglas con las que el Programa se propone trabajar la subjetividad del beneficiario (Ayos, 2012), en ese conjunto de interacciones y acuerdos y desacuerdos. Asimismo, se examinará la relación que tienen dichas reglas con la construcción de la posición de subordinación en la que, supuestamente, se encuentran los jóvenes. En efecto, es preciso debatir si los dispositivos que im-plementa el Programa se constituyen en formas de control social,11 como así también la generación de prácticas de resistencia.12

2. Ámbitos de observación

2.1. Sobre el ProgramaEl Programa Comunidades Vulnerables se enmarcó en el Plan Nacional de Prevención del Delito y fue diseñado a fines de 2001 por la Dirección Nacional de Política Criminal. Según su propia definición, se trató de un modelo específico de abordaje territorial centrado en la integración social y la prevención del delito y la violencia. Sus objetivos consistieron en garantizar el acceso de jóvenes de comunidades vulnerables a sus derechos fundamentales, incidir sobre los factores asociados a los procesos de vulneración social y redu-cir los índices de criminalidad, reincidencia y violencia (Ciafardini, 2005).

Su ejecución estuvo a cargo de la Dirección de Política Criminal del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación. En algunos territorios,

11 De todas maneras, es preciso notar que los trabajos mencionados anteriormente parten de la idea o concluyen que el Programa produce control social, dando por hecho que constituye una manera de relacionarse con los beneficiarios que los perjudica. Esto no deja de ser llamativo, puesto que hay es-tudios que proponen formas de rehabilitación de criminales que consisten en técnicas de control social (Braithwaite, 1993), y no por ello se consideran que constituyan procesos de criminalización o perjudi-ciales para los sujetos rehabilitados.12 Al mismo tiempo, es preciso considerar las experiencias de los actores interrelacionados que des-bordan las nociones de dominación y resistencia (Wald, 2012).

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esta entidad apuntó a que cada gobierno local lo ejecutara en forma asistida y con supervisión de funcionarios del gobierno nacional, mientras que en otras locacio-nes el Programa se implementó mediante la inserción de operadores del Estado nacional. En 2008, el Programa dejó de desarrollarse en el ámbito nacional y, desde entonces, solo continúa funcionando en los gobiernos locales que lo con-sideraron pertinente, pero sin la injerencia de funcionarios del gobierno nacional.

Además, el Programa funcionaba en una oficina propia y alejada de otras oficinas correspondientes al Plan Nacional de Prevención del Delito, lo cual cooperaba en la construcción de un perfil propio por parte de los miembros del plan, que los diferenciaba de otras acciones en materia de seguridad.

La rutina del Programa consistía en la asistencia de operadores a una comu-nidad vulnerable, o territorio, en la que se realizaban diversas actividades con los beneficiarios. Había talleres sobre distintas temáticas propuestas por el Programa –por ejemplo, el Taller de identidad–, otros en los que se abordaban problemáti-cas que los operadores consideraban pertinentes para un grupo de beneficiarios en particular –por ejemplo, talleres de búsqueda de empleo, sobre la organización del tiempo o de género– y también se producían salidas o actividades puntuales por demandas específicas de los beneficiarios. Además, se organizaban reuniones semanales con los beneficiarios en una ONG situada fuera de la villa.

Un modo de distinguir su estrategia social preventiva de otros planes so-ciales son los rasgos específicos que el Programa se proponía utilizar para se-leccionar a los posibles beneficiarios. En este caso, se debía apuntar a jóvenes de entre 15 y 25 años de edad que hubieran estado involucrados en prácticas violentas próximas al delito o que tuvieran una causa judicial abierta relacio-nada con actos de violencia y delitos callejeros o que hubieran estado en insti-tuciones de encierro o que registraran al menos un ingreso a la comisaría en el último año (Ciafardini, 2005).

Se definió a estos beneficiarios como beneficiarios directos, dado que eran quienes participaban activamente de las actividades del Programa y perci-bían un beneficio económico. En tanto que sus familiares, vecinos y amigos se constituyeron como los beneficiarios indirectos, ya que adquirían las nuevas perspectivas que los primeros estaban en condiciones de aportar.

Un aspecto central a tener en cuenta es que el Programa articuló sus accio-nes con el entonces Ministerio de Trabajo, Empleo y Formación de Recursos Humanos –actualmente Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social– lo que permitió a los beneficiarios percibir un Plan de Empleo Comunitario (PEC), cuyo monto alcanzaba los ciento cincuenta pesos mensuales y su cobro se realizaba a través de una entidad bancaria.13 En consecuencia, uno de los

13 En 2005, cuando comenzamos el trabajo de campo, dicha suma equivalía, aproximadamente, a cincuenta y dos dólares. En 2007, cerca del final del trabajo, descendió a cuarenta y siete dólares.

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efectos de la desvinculación del Programa consistía en dejar de percibir este ingreso mensual. Resulta fundamental considerar esta cuestión, puesto que el dinero funcionaba como mediador de la relación operadores-beneficiarios.

Los datos empíricos sobre los cuales se basa este trabajo se refieren a la observación de un grupo de operadores asignados a una villa de emergencia situada en la ciudad de Buenos Aires.14 Allí, el Programa fue desarrollado tanto por operadores del gobierno nacional como del Gobierno de la Ciudad. Los primeros coordinaban el trabajo con un grupo de beneficiarios y su-pervisaban el trabajo de los segundos, quienes trabajaban con otro grupo de jóvenes. Cuando dejó de ejecutarse en el ámbito nacional, los beneficiarios comenzaron a trabajar solamente con operadores del Gobierno de la Ciudad.

Con fines analíticos, se dispondrá a los operadores en dos grupos: los ope-radores carismáticos y los operadores burocráticos. La clasificación remite a los tipos ideales weberianos y permite pensar, por un lado, en operadores que fun-dan su relación con la comunidad básicamente en la ejecución de su carisma y, por otro lado, en operadores que desarrollan su trabajo con la comunidad fundamentalmente aplicando reglas institucionales.

Evidentemente, se trata de una clasificación analítica. Sin embargo, la construcción obedece a los diferentes posicionamientos que, de modo más o menos sistemático, los actores adoptan ante cada situación compleja.

En este sentido, el operador carismático es aquel que concibe su presencia en territorio en términos de militancia, basa sus relaciones con los jóvenes en el componente afectivo y cuyo poder en terreno reside –fundamental-mente– en la utilización del carisma. El operador carismático puede resolver situaciones específicas de los beneficiarios discutiendo las propias reglas que el Programa enuncia. Por lo general, muestra un compromiso mayor al de los otros operadores y se destaca por querer pasar tiempo en el barrio.

Por su parte, el operador burocrático entiende que su presencia en el barrio se corresponde con el trabajo y muestra un mayor apego a las reglas que su compañero carismático.

Esta tensión entre los dos tipos ideales de operador explicará muchas de las me-diaciones entre los propósitos declarados del Programa y sus prácticas específicas.

14 Entre 1930 y 1940, en Argentina se producen las migraciones internas más significativas, lo que implicó un encuentro entre “dos Argentinas” y el establecimiento de “villas de emergencia”, cuyo punto más álgido de tensión se da entre 1945 y 1955, cuando se denomina a estos migrantes “cabecitas negra”. A partir de entonces, entre 1955 y 1970 cobra importancia el mote de “villero” (Guber, 1998; Ratier, 1975) y se construye la caracterización de un actor al que se le atribuye un alineamiento con el peronismo y pautas de vida diferentes a las de las clases medias urbanas, pues se entiende que pre-servan usos y costumbres de sus provincias de origen. Además, esta caracterización es acompañada por juicios morales: el villero es un actor caracterizado por una supuesta anomia, despreocupado de su propio progreso material o del porvenir de sus hijos. Si bien se trata de una imagen construida desde los valores de las clases medias y de la burguesía porteña, algunos de estos rasgos pasan a constituir parte de la identidad social del villero (Guber, 1998).

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En cuanto al grupo de beneficiarios, este fue modificándose bastante a lo largo del período estudiado. En general, el grupo contó con alrededor de cuarenta participantes, con cantidades similares de varones y mujeres. Si bien el diseño del Programa establecía que la edad debía rondar entre los 15 y 25 años, en la práctica los beneficiarios tenían al menos 16 años, puesto que esa era la edad mínima para poder cobrar el PEC, y eran pocos los casos de jóve-nes en el extremo superior de la franja establecida.

2.2. Sobre la villa15

La villa está ubicada en el distrito más próspero del país: la ciudad de Buenos Aires. Las estimaciones realizadas a partir del censo del año 2010 sugieren que se trata de una de las villas más pobladas de la ciudad, con una pobla-ción de 25.973 personas, contra las 163.587 que viven en otras villas y las 2.891.082 que lo hacen en la ciudad de Buenos Aires (Dirección General de Estadística y Censos, 2010).

Muchos medios de comunicación que la catalogan como una de las más “pe-ligrosas” recurren a comparaciones con las favelas brasileñas o señalan un proce-so de “favelización”, lo cual implica hablar de una supuesta ausencia del Estado.

Como suele ocurrir con este tipo de enclaves, su posicionamiento en la ciudad es periférico. El viaje desde cualquier barrio considerado de clase me-dia muestra una desconexión que resulta bastante peculiar. De hecho, si bien cualquiera de sus habitantes puede realizar sus recorridos cotidianos sin atra-vesar la villa, cuando pasa por allí se sorprende por la cercanía con los barrios de clase media y media-alta y su conexión –tal vez algo dificultosa, pero exis-tente– debido a los medios de transporte.

La villa está delimitada por grandes avenidas de circulación rápida y unos cuantos espacios verdes privados –clubes, campos de deportes, etc.–, con-dición que refuerza la idea de aislamiento. Por las avenidas circulan varios colectivos –aproximadamente trece líneas– (Gutiérrez y Rearte, 2006), que permiten acceder a distintos puntos de la ciudad y, algunos de ellos, acceder a una línea de subterráneo en menos de quince minutos. Sin embargo, pese a que hay algunas calles abiertas y las distancias entre muchas de las casas y las avenidas son muy amplias, ninguno de ellos atraviesa la villa.

En el discurso de sus habitantes, se advierten referencias a la concepción de algún nivel de aislamiento: la “villa” es entendida como un lugar al que se entra y del que se sale. En efecto, los operadores del Programa son referidos muchas veces como personas que “se vienen hasta acá”. También se habla de salir a

15 Para preservar la confidencialidad de las personas y el lugar, todos los nombres propios que se utilizan son ficticios. Además, se referirá a esta villa de emergencia como la “villa”, tal como la llaman algunos de sus habitantes.

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otros barrios, así como de los precios de ciertos bienes dentro y fuera de la villa.16 Asimismo, se observan referencias a la percepción de fronteras por parte de los habitantes, por el modo de aludir a otros barrios –“barrios de clase media”– o a personas que dejaron de vivir en la villa –alguien se fue, “dejó la villa”–.17

A pesar de ello, se referencian fluidas conexiones con otros contextos: ba-rrios aledaños a los que se va a buscar empleo, la cárcel a la que se va a visitar y a ofrecer y buscar protección de vecinos en la misma situación.

Los habitantes de la villa viven en casas que están sin revocar, muchas de ellas con más de una planta y rejas en todas sus aberturas, incluso en algunos pasillos. Además, hay algunos edificios de vivienda social que en teoría cons-tituyen barrios con nombre propio, pero en la práctica se perciben como parte de la villa, salvo en situaciones de conflictos específicos.18

Al interior de la villa hay comercios que pueden abastecer las necesidades inmediatas de todos los vecinos: quioscos, almacenes, bares y –el negocio pre-dominante– locutorios con servicio de acceso a Internet. También hay escue-las de distintos niveles, que permiten que la mayoría de los estudiantes cursen sus estudios dentro del barrio, y dos salas de atención médica, que funcionan durante el día.

Al mediodía, se ve gente haciendo filas en diferentes puntos. Se trata de los comedores en los cuales, por lo general, se realizan los almuerzos. Los hay de distinta índole: comedores de las diferentes iglesias, los creados por vecinos, aquellos con o sin apoyo estatal, etc., algunos tienen mesas en las que quienes están anotados comen allí, y los que no tienen, entregan la comida.

Caminar por las calles o pasillos de la villa durante la mañana o en las primeras horas de la tarde genera una sensación completamente diferente de la que se tiene si se realiza en las últimas horas de la tarde o por la noche. En tanto que una caminata temprana da la impresión de ser un lugar con una elevada presencia femenina, la noche da una percepción opuesta: grupos de hombres tomando cerveza o jugando a la pelota en todas partes, mientras las mujeres parecen ocultas.

Más allá de las percepciones del espacio que poseen sus habitantes, fun-dadas en un conocimiento de las relaciones sociales, una mirada superficial puede notar la diferencia que existe entre ciertas zonas en las que se han

16 Esta temática es analizada en profundidad por Segura (2006).17 Grimson (2011) indica tres opciones teóricas: la primera, estudiar a los otros en sí, fuera de contex-to, como supervivencia cultural. La segunda, estudiar a los otros con relación al poder, presuponiendo que están básicamente constituidos por la hegemonía. La tercera opción es estudiarlos en relación con los otros que ellos definan en sus contextos. En este sentido, nuestra propuesta tiende a parecerse a la tercera opción teórica, puesto que abordamos relaciones que se hacen significativas en algunos contextos.18 La población que habita en estos barrios no está contemplada en el número presentado más arriba.

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abierto calles asfaltadas –se ven autos en circulación y se ubican las institucio-nes como por ejemplo una de las salitas–, de aspecto más moderno, y aquellas otras de pasillos intrincados y angostos, en los que resulta difícil ubicarse, las calles son de tierra y algunas se inundan cuando llueve muy fuerte. La precariedad de ciertas construcciones, sumada a las condiciones geográficas –se trata de un terreno bajo–, lleva a que las vidas de los residentes estén su-jetas a frecuentes problemas de humedad, inundaciones, incendios y contra-tiempos con la eliminación de aguas cloacales y la recolección de basura.19

Por último, queremos destacar un dato sobre la población de la villa: la convivencia entre argentinos, bolivianos, peruanos y, en menor medida, pa-raguayos. Es posible notar una cierta tendencia al agrupamiento de viviendas según las nacionalidades. En ocasiones, algunos de los conflictos que tienen lugar entre vecinos pueden explicarse en virtud del particular procesamiento de estas diferencias.

2.3. Sobre la estrategia metodológicaCabe destacar que, a diferencia de algunos de los trabajos mencionados anteriormente, nuestro abordaje considera que las preguntas no tienen una respuesta a priori, por lo que la estrategia metodológica elegida consistió en la observación sistemática de las interacciones entre los actores, para poder dar cuenta de los interrogantes.

El trabajo de campo fue realizado entre 2005 y 2007, con algunas revisitas posteriores, en una villa de emergencia de la ciudad de Buenos Aires. En una primera instancia, se realizaron entrevistas a funcionarios del Plan Nacional de Prevención del Delito y del Programa Comunidades Vulnerables, quienes se mostraron interesados en que se llevara a cabo una investigación relaciona-da con el plan. Luego, nos presentaron a los operadores asignados a la villa.

Luego, los operadores nos invitaron a asistir a las reuniones que organi-zaban, y de las que participaba un grupo de alrededor de veinte beneficiarios, dos veces a la semana. Nos incitaron a que les hiciéramos todas las pregun-tas que quisiéramos y nos ofrecieron libre acceso a la documentación del Programa y a la mayoría de las reuniones de planificación.

Tal como sostienen Hammersley y Atkinson (1994), el acceso al campo es uno de los principales problemas de la etnografía, lo que suele implicar una

19 En ocasiones, estas cuestiones son fuentes de conflicto entre vecinos pero, tal como sostiene Juhem (2000), no podemos atribuir todos los fenómenos de violencia al ambiente urbano degradado, dado que el aglutinamiento de personas en un espacio reducido implica una gran concentración de va-rones adolescentes, y con ello el desarrollo de una “cultura de la calle”. Como sostiene Masson (2002) cuando discute el análisis sobre clientelismo político en una villa de emergencia realizado por Auyero (1998), las necesidades de subsistencia biológicas –al igual que la degradación física de un ambiente– no pueden ser consideradas como explicaciones del desarrollo de determinadas formas sociales, por más que estas se constituyan como una respuesta a las primeras.

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serie de negociaciones que pueden extenderse durante toda la investigación. En realidad, el modo en que entramos al campo pueden leerse como un indi-cio de la organización del mundo social a estudiar. En este sentido, la facilidad con la que se nos brindó la posibilidad de asistir a las reuniones habla de un significativo nivel de apertura, a la vez que de una valoración de la investiga-ción académica, quizá por la creencia de que esta podría legitimar o favorecer el Programa.

A menudo, esta apertura supuso nuestra colaboración para el desarrollo de distintas actividades, por lo que se nos asignaron tareas relacionadas con el trabajo del Programa. Consideramos que esta situación está relacionada con la escasez de recursos con la que suelen contar este tipo de iniciativas. De este modo, nuestra presencia puede ser entendida en términos de colaboración por parte de los operadores.20

Por otro lado, el hecho de haber sido presentados por los operadores a los residentes de la villa, y que esta presentación haya sido fructífera por habernos permitido entablar relaciones de confianza,21 también nos habla del mundo social que pretendemos abordar. Así, es pertinente señalar que si esta forma de ingreso al campo se constituye como un modo posible y frecuente es porque este tipo de relación territorial que involucra a residentes de la villa y funcio-narios del Estado o políticos en general es cotidiano.

En las reuniones con los jóvenes del Programa, realizamos observación participante. Esto implicó presenciar sistemáticamente todas las reuniones, en las que pudimos dialogar, preguntar tanto a operadores como a beneficia-rios cada vez que lo consideramos oportuno. Estas preguntas o diálogos eran usualmente intercalados con la realización de algunas tareas que los operado-res nos solicitaban, o favores que algunos jóvenes nos pedían.

Cierto es que esta participación implica necesariamente efectos so-bre el mundo que se pretende estudiar. En buena medida, los momen-tos de mayor participación responden a solicitudes de nuestros infor-mantes, en particular de los operadores. En este sentido, en lugar de

20 Existían otras personas que asistían a la villa junto con los operadores, de modo voluntario. Por lo tanto, nuestra presencia carente de un vínculo institucional formal y/o laboral con el Programa no parecía presentar gran inquietud en los operadores, ya que registraba antecedentes. Al mismo tiem-po, la convivencia cotidiana con operadores y la participación en reuniones de reflexión acerca de las labores que se llevaban a cabo en territorio implicaba que, en ocasiones, fuéramos interpelados como estudiosos de esa realidad y que se nos solicitaran interpretaciones que, por lo general, no estábamos en condiciones de realizar. Algo similar sostiene Rapp (2000) en su estudio sobre equipos de asesora-miento genético: después de estar un año haciendo observación participante, se volvió confiable, y sus informantes se sentían libres de pedirle feedbacks. Frente a ciertas situaciones su idea de que los resul-tados estarían cuando termine el estudio hacía parecer que el estudio no terminaría nunca. Un proceso similar señala Noel (2009) en su estudio sobre la conflictividad en el escenario escolar.21 Este modo de ingreso al campo, como cualquier otro, tiene efectos; no es neutral. Por lo tanto, es preciso analizar los datos teniendo en cuenta los alcances y limitaciones que este tipo de acceso supone.

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preocuparse por eliminarla o disminuirla, hay que reflexionar sobre sus efectos (Hammersley y Atkinson, 1994).22

En todo caso, las relaciones construidas con funcionarios, operadores, be-neficiarios y vecinos de la villa deben problematizarse de modo sistemático a la par del análisis de datos, puesto que

…la relación entre un antropólogo y su informante descansa sobre un conjunto de ficciones parciales reconocidas solo a medias (…). El antropólogo se mantiene por el valor científico de los datos que consigue (…). En cuanto al informante, su interés se mantiene vivo gracias a toda una serie de conquistas secundarias; la sensación de ser un colaborador esencial en una empresa importante aunque apenas comprendida; el orgullo de su propia cultura y el conocimiento experto de la misma; la oportunidad de expresar ideas y opiniones personales –y de contar chismes– a un oyente neutral (Geertz, 1996: 54).23

Por lo tanto, esas ficciones parciales deben explicitarse para ponderar las limitaciones y alcances de nuestros hallazgos. Como sostiene Míguez (2008), más que mostrar los recónditos lugares a los que se accede, es preciso tener en cuenta qué espacios, sentimientos, contextos y prácticas han quedado más allá de nuestro alcance.

Otra advertencia metodológica que parece fundamental cuando se estudia una relación social es la de no adscribir al punto de vista de ninguno de los componentes de esta relación. Como sostiene Geertz (1996), la imparcialidad no es un don natural ni un talento prefabricado, sino un logro parcial que se mantiene de modo precario. En nuestro caso, ello implicó la tarea de producir un distanciamiento respecto de las posturas de los operadores, cuyas interpre-taciones acerca de los jóvenes podían resultarnos más cercanas o familiares debido a nuestra similar procedencia sociocultural y nuestra común distancia generacional respecto de aquellos.24 Se trata, tal como proclama Bourdieu (1991), de no abolir la distancia objetiva con una falsa participación primi-tivista, sino objetivar esa distancia objetivante y las condiciones sociales que la hacen posible –por ejemplo, la exterioridad del observador, las técnicas de objetivación de las que dispone–.

22 Como sostiene Guber (1991), ni la observación ni la participación pueden ser puras. Para obtener un grado de información significativa, la observación requiere de algún grado de participación. La auto-ra repone un continuo que va desde la observación pasiva hasta la participación plena. La participación plena se puede emplear cuando el investigador debe mimetizarse con el ambiente.23 Cabe aclarar además, como lo hace Míguez (2008) para su investigación, que es difícil estimar la cantidad de informantes por la labilidad de algunos de los vínculos establecidos.24 Si bien al comienzo del trabajo interpretábamos que nuestra edad era más similar a la de los bene-ficiarios que a la de los operadores, el asombro que producía en las beneficiarias el hecho de que las mujeres del grupo a su “avanzada” edad no tuvieran hijos, hizo sentirnos más cerca de los operadores, aun cuando la diferencia concreta en años con algunos de ellos era mucho mayor que la que nos se-paraba de los jóvenes.

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Este libro dará cuenta de las discusiones sobre las políticas de prevención social del delito en la Argentina y sobre los modos de producir inclusión so-cial a partir del análisis de las interacciones observadas en la aplicación de una política pública.

El análisis partirá de la descripción de los recursos que la aplicación de la política pone en circulación y dará cuenta de los modos en que estos constru-yen vínculos en el contexto de un territorio particular: la villa de emergencia.

Luego, se analizarán las relaciones conformadas para –posteriormente– analizar las distintas estrategias que el Programa emplea para transformar a sus beneficiarios y producir su inclusión social.

A modo de conclusión, se presentará la construcción de algunas trayecto-rias típicas que cursan los beneficiarios tras haber construido un vínculo con los operadores y haber pasado por distintas instancias de transformación.