Problemas Del Mundo Medieval - Unidad I
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Problemas del Mundo Medieval
Unidad 1 - Entre la Antigüedad Tardía y el Alto Medioevo
Clase 1. Propedéutica. La Edad Media y su mutaciónconceptual. Líneas de la historiografía
La idea de Edad Media constituye la piedra angular del edificio de la periodización
histórica configurada por Occidente.
Es su emergencia la que permite determinar la representación tripartita de Antigüedad-
Medioevo-Modernidad.
La construcción de la figuración de edades con que se ha manejado la tradición occidental supuso un
largo proceso en que sus perfiles y componentes se han discutido y reformulado y todo este conjunto
de fenómenos expresa uno de los más conspicuos esfuerzos intelectuales de esa tradición. Ese esfuerzo
no se originó en la necesidad de disponer de una convención que permitiera ordenar la masa de
acontecimientos de la historia a los efectos de su exposición y enseñanza, sino que fue consecuencia de
intentos de lectura del pasado y de su valoración.
Estas actitudes comenzaron a detectarse, de manera más o menos explícita, a partir del
siglo XIV, esto es, con anterioridad a algunos de los términos de conclusión más usuales del
período medieval.
Su surgimiento se dio en el ámbito de la cultura letrada y estuvo encarnado por individuos que se
dedicaban a un conjunto de actividades específicas dentro de dicha cultura. En el seno de una pléyade
de intelectuales de nuevo cuño, se van elaborando unas pautas de valoración, con la implicación de
polaridades y jerarquizaciones, un horizonte de significación que se desenvolverá a partir de una
conciencia de contraste. Contraste y axiología permitieron concluir que el acontecer del pasado poseía
caracteres específicos que surgían y podían extinguirse dando lugar a etapas en el decurso histórico.
Este aspecto guarda una especial significación ya que, por motivaciones que se tratarán en mayor
detalle en el desarrollo de la unidad 5, en un marco definido fundamentalmente por eclesiásticos,
desempeñan un papel relevante intelectuales laicos cuyos intereses habrán de desembocar en la
articulación de nuevos saberes como la filología. Ciertamente, estas percepciones y reflexiones surgen
de contextos singulares.
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Hay que subrayar, no obstante, que las percepciones no incluían al conjunto de los sucesos
pretéritos, sino que la visión se dirigía de manera privilegiada hacia esferas de realidad
singulares.
Ciertos letrados de la época prestan atención a las características de la lengua latina, aún hegemónica
en la cultura escrita, que algunos comenzaban a percibir como realidad sometida a transformaciones a
partir de los contrastes, que empezaban a establecerse entre las prácticas coetáneas en la escritura
literaria especulativa y científica y los ejemplos que empezaban a constatarse con los remanentes de la
producción textual griega y romana, sobre todo la que se diera con anterioridad al siglo II d. C.
Precisamente, uno de los factores que irán dorando de complejidad a las operaciones de periodización
sería, precisamente, el involucrar nuevas esferas y las dificultades de congruencia que mostraban con
las consideradas previamente.
Por otra parte, las representaciones ahora en desarrollo entraban en colisión con las ideas con que se
figuraba el sentido del pasado, como la del progreso desde la Creación, pasando por la Encarnación,
hasta la consumación de la Parusía o Segunda Venida y la posterior conclusión de la Historia con el
Juicio Universal. Por el contrario, y sin interpelar el modelo citado, el juicio altamente positivo sobre las
creaciones literarias del pasado greco-latino, impulsaba una voluntad de recuperación y reinicio.
Paradójicamente, entonces, el inicio de la Modernidad terminó por sustentarse en el imaginario de un
“renacimiento”, fenómeno que se habrá de tratar específicamente en la asignatura Problemas del mundo
moderno.
Además, se debe subrayar la importancia que reviste para el modelo la idea de historia
universal, cuyo perfil venía trazándose desde las narraciones históricas greco-latinas que se
habían centrado en los procesos de hegemonía y la final constitución del Imperio romano,
vista como entidad ecuménica por antonomasia.
Una característica relevante que adopta la matriz de edades es la de establecer como límite
entre cada una de ellas un acontecimiento que se juzga decisivo.
Este rasgo, por ende, podía estar sujeto a opciones significativas que, ciertamente, solían guardar
relación con perspectivas de juicio de narradores y analistas históricos. En el caso de Keller, el punto de
inicio de la Edad Media en el año 337, con la muerte de Constantino I, se relaciona con el
convencimiento del historiador alemán, de fe protestante, de que con este emperador se inicia un
modelo eclesial que habría de desembocar en el poder pontificio católico romano, uno de los principales
aspectos contestados por la Reforma. En el caso del término de cierre, la toma de Constantinopla, en
1453, por los turcos otomanos logró una creciente preponderancia. De este modo, paradójicamente, los
límites 478-1453 establecían un Medioevo contenido por dos fechas asociadas al Imperio romano. De
ahí que algunas propuestas se proyectaran más abiertamente a situaciones de cambio más cercanas a
la cultura de la Modernidad, como la invención de la imprenta de tipos móviles por Johannes
Gutemberg, operada hacia 1450 o el arribo de Cristóbal Colón al continente americano en 1492. Estos
términos, postulados con posterioridad al siglo XVII, ponen en evidencia la pervivencia de las
características morfológicas del modelo. Por otro lado, la matriz denota una concepción de la estructura
y dinámica de la historia como sucesión de episodios de naturaleza tal que generan un cambio drástico
en el decurso de la misma. Esta modalidad deriva, principalmente, de la preeminencia que se otorgaba,
en la tradición del saber histórico -desde sus inicios-, a lo político, entendida esta órbita como los
avatares en el ejercicio de la autoridad, los cambios institucionales y las conmociones bélicas, todos
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ellos contrastables por la percepción de los actores históricos desde su percepción cotidiana. En el caso
del pasaje de la Antigüedad al Medioevo, si bien la atención prevaleciente ha descansado en los destinos
del Imperio romano, la discriminación del cambio decisivo determinó posturas como la separación
operada en el Imperio a la muerte de Teodosio I, en 395, o la pérdidas de porciones territoriales –v. g.,
el abandono de Britania en 407-, todas propuestas que pretendían encontrar la clave de la
desarticulación política del Imperio antes de que se produjera el fin de la dignidad imperial en la pars
occidentis, con Rómulo Augústulo, en 476. Todos estos elementos se habrían de afirmar y reproducir en
las estructuras escolares que se habrían de consolidar en Europa y América, sobre todo en el transcurso
de la segunda mitad del siglo XIX. Hay que notar que el fenómeno termina resultando sincrónico al
avance de las postulaciones de inflexiones de cambio en procesos de mayor duración y densidad
temporales. El poeta Francesco Petrarca (1304-1374), en la década de 1330, ya reconocía la
superioridad del latín de la antigua Roma, pero aún no avizoraba su recuperación. Sería recién el
humanista Leonardo Bruni (1374-1444) quien, consciente de una restauración, agregó a la bipartición
petrarquiana una tercera etapa, en su Historia del Pueblo de Florencia (1442). Por fin, el historiador
Flavio Biondo (1392-1463) utiliza un marco similar en sus Décadas de historia desde la declinación del
Imperio Romano (Historiarum ab inclinatione romanorum imperii decades), escritas entre 1439 y 1453.
El inicio de evolución de la nomenclatura relativa al período en cuestión se remonta a 1469, cuando el
editor, obispo de Alesia y encargado de la Biblioteca Vaticana, Giovanni Andrea de’ Bussi (1417-1475),
juzgó a su maestro, Nicolás de Cusa, en el prefacio a la primera edición impresa de los escritos de
Apuleyo, como un hombre versado tanto en las historias latinas antiguas como en las de la “media
tempestas” (“Vir ipse, quod naturn est in Germanis, supra opinionem eloquens et latinus, historias idem
omnes non priscas modo, sed media tempestatis, tum veteres, tum recentiores usque ad nostra
tempora, memoria, retinebat.”).
Para fines del siglo XV, el imaginario de recuperación y, por ende, de oposición al estado cultural
anterior se encuentra notoriamente presente. En una carta de 1492, dirigida al astrónomo Pablo de
Middelburg, el filósofo florentino Marsilio Ficino (1433-1499) señalaba que, en su siglo “han vuelto a la
luz las artes liberales, que se encontraban casi extinguidas: la gramática, la poesía, la retórica, la
pintura, la escultura, la arquitectura, la música, el antiguo son de los cantares en la órfica lir.”. Este
horizonte de valoración que vertebra la matriz tripartita Antiquitas-media aetas–modernitas es la que se
podrá reconocer en la colección de biografías escritas por el artista florentino Giorgio Vasari (1511-
1574), Vidas de los más excelentes pintores, escultores y arquitectos (1550), cuando pondera la
Rinascità que se vive en su tiempo desde que el pintor Giotto di Bondone comenzará con su obra, tras
la oscuridad subsecuente a la caída del Imperio romano en Occidente en manos bárbaras, época que
califica de “gótica”.
La consolidación de la matriz en escritos de historia, encuentra un hito en 1688, cuando el filólogo y
cronista alemán Cristóbal Keller o Christophorus Cellarius (1638-1707), profesor de la Universidad de
Halle, publica Historia del tiempo medio desde los tiempos de Constantino el Grande a la captura de
Constantinopla por los turcos (Historia medii aevii a temporibus Constantini Magni ad Constantinopolim
a Turcis captam). El valor de esta obra no reside en la originalidad de su desarrollo ni en la innovación
informativa sino en su condición de manual o epítome con destino a la formación didáctica, condición
que le habilitará un impacto mucho mayor que el de los textos de mayor rango especulativo, al ser
ampliamente reproducido e imitado. Desde una perspectiva de historia social de la cultura, la
manualística habrá de guardar esta condición y será el principal agente de reproducción de datos e
información, papel que se habrá de acrecentar una vez que, sobre todo a partir del siglo XIX, los
estados en organización y afirmación establezcan políticas de educación.
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Las décadas que transcurren entre el último cuarto del siglo XVII y el primer tercio del XVIII muestran
un paradójico fenómeno en que, por un lado, la producción erudita se consolida y, por otro, se sientan
las bases de corrientes intelectuales muy despectivas con respecto al Medioevo. Así, se elaboran
instrumentos de trabajo todavía centrales para la interpretación histórica, como el célebre Glossarium
mediae et infimae latinitatis, que data de 1678, y en el que su autor, Charles du Fresne, señor du
Cange (1610-1688) se circunscribe al latín tardío y medieval. El benedictino Jean Mabillon (1632–1707)
sistematiza el conocimiento de análisis de la paleografía y del análisis de manuscritos en una obra de
1681, De re diplomática. La rama de su orden, la benedictina, conocida como de Saint-Maur, se
destacaría subsecuentemente por su aplicación a estas disciplinas. Concurrentemente, desde la primera
mitad del XVII, también el grupo jesuita de los Bolandistas, elabora su colección Acta Sanctorum con la
finalidad de expurgar la literatura hagiográfica de acuerdo a principios críticos que contribuyeron
también a establecer. Por su parte, Ludovico Antonio Muratori (1672-1750) prepara las Antiquitates
Italicae Medii Aevi (1738-1743), pero, sobre todo, los Rerum Italicarum Scriptores (1723-1738)
fundamento de las colecciones de fuentes escritas del período.
El siglo de la Razón, de la Ilustración expresa la última etapa de crítica hacia la realidad histórica que
sus exponentes se representaban de la Edad Media. La radical suspicacia de un autor como Voltaire
(François-Marie Arouet, 1694-1778) hacia el pasado más o menos remoto, debido a la escasa fiabilidad
de sus testimonios, al mismo tiempo que su convicción sobre la superioridad de la época en que vivía,
contribuyó de manera notable en el clima intelectual. Con él, la idea de progreso se expone ya con una
fuerte impronta secularizadora, con elementos tales como la crítica a las religiones institucionalizadas
que, en el caso del catolicismo, asociaba “Edad Media” con consolidación del poder papal. En este
sentido, se destaca, entre sus obras, sus Ensayo sobre las costumbres y el espíritu de las
naciones(Essais sur les moeurs et l'ésprit des nations), de 1769. Por lo demás, la realidad histórica
empezaba a ser pensada con una complejidad que trascendía la naturaleza lineal de las narraciones
tradicionales. Voltaire ya se plantea el concepto de “civilización” que suponía un creciente entramado de
situaciones y esferas de realidad, así como un concepto de historia universal que iba más allá de la que
concernía a la Europa occidental. Hay que señalar que un pensador de la época, como Giambattista Vico
(1668-1744), autor de una obra que inauguraría la filosofía de la historia moderna, Principios de una
Ciencia Nueva en torno a la Naturaleza Común de las Naciones (Principi d'una scienza nuova intorno alla
natura delle nazioni), de 1725, tuvo un impacto prácticamente nulo entre sus contemporáneos y no
sería sino hasta mediados del siglo XIX que comenzaría el reconocimiento de su trabajo.
En este contexto de la Ilustración es que se inscribe una de las obras que devino clásica en la
historiografía del Medioevo, la cual se elabora y publica casi sincrónicamente a las primeras reacciones
al horizonte iluminista. Edward Gibbon (1737-1794) publica su Historia de la decadencia y caída del
Imperio romano (The History of the Decline and Fall of the Roman Empire), entre 1776 y 1788,
mientras Johann Gottfried von Herder (1744-1803) saca a luz, en 1774, su Filosofía de la Historia para
la educación de la Humanidad (Auch eine Philosophie der Geschichte zur Bildung der Menschheit ) y,
entre 1784 y 1791, sus Ideas para una filosofía de la historia de la humanidad (Ideen zur Philosophie
der Geschichte der Menschheit). En su visión del proceso de decadencia romana, Gibbon se extiende a
la historia bizantina, que ve como continuidad del Imperio romano, hasta la caída de Constantinopla en
1453, por lo que su narración involucraba toda la etapa considerada medieval. Por su parte, con Herder
comienza a articularse el horizonte de representaciones que será propio del Romanticismo, se distingue
la inversión en la valoración del Medioevo, así como, consecuentemente, la recuperación de una
concepción de progreso en la historia sin recaídas, a partir de la ideas como la de Volkgeist, o “espíritu
del pueblo”, con las que postulaba la remisión no al pasado greco-romano sino al que era específico de
cada cultura o nación. Esta revaloración no casualmente se produce en los países de Europa
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septentrional cuya interacción con el Imperio romano comenzó a profundizarse a partir de las
migraciones de pueblos bárbaros.
Así, ya el historiador alemán Heinrich Luden (1778-1847), en su Historia del pueblo alemán Geschichte
des Teutschen Volkes (1825-45), obra aparecida en el año 1825, en la cual puede leerse lo siguiente:
“Hace una generación, la Edad Media parecía una noche oscura, ahora...el encanto de lo que
descubrimos ha fortalecido el deseo de seguir investigando”. Este clima intelectual fue también
acompañado por emprendimientos eruditos: el archivero-bibliotecario Georg Heinrich Pertz (1795-
1876), edita en 1826 el primer tomo de los Monumenta Germaniae Historica, que proponía la edición
crítica de los testimonios escritos del período comprendido entre los años 500 y 1500. Fenómenos
similares comenzaron en otros sitios, como, por ejemplo, los Rerum Britannicarum medii aevi scriptores,
en Inglaterra. También en esta línea debe inscribirse el trabajo filológico de los hermanos Jacob (1785-
1863) y Wilhelm (1786-1859) Grimm, que se encuentra en las nacientes de la filología histórica en las
que tanto se deben contar su Diccionario alemán o su Mitología alemana, como su recopilación de
cuentos tradicionales. La reacción romántica se observa, inclusive, en el florecimiento de la novela
histórica de ambientación medieval, como pone en evidencia la obra del escocés Walter Scott. La
filosofía alemana de la primera mitad del siglo XIX encontraría en la historia uno de sus objetos
principales culminando con las Lecciones sobre la Filosofía de la Historia Universal y la Fenomenología
del Espíritu, de Georg Wilhelm Friedrich Hegel (1770–1831), en que la Edad Media constituye un
componente ineludible de la evolución dialéctica del Espírirtu.
Precisamente, la reflexión hegeliana se encuentra en el fundamento del pensamiento de Karl Marx
(1818–1883), al centrarse sobre la historia a escala universal, y esgrimiendo su concepción de la
dialéctica. Privilegiando la estructura económica de las sociedades y colocando su foco en el trabajo en
una sociedad históricamente determinada, reconoce las relaciones de producción y su posicionamiento
en agrupamientos de clase, como foco de las relaciones sociales. Marx sólo dedicó unas pocas páginas a
las realidades relativas al Medioevo, las cuales formaban parte de una serie de notas preparatorias a la
redacción de El capital, que se conocen como Formas que preceden al modo capitalista de producción,
recién editados en 1939. Marx concibe una categoría cuya dimensión histórica permite distinguir
instancias caracterizables que se suceden en el tiempo, el “modo de producción”, y en las Formas
distinguía cuatro de ellos, a saber, el asiático, el esclavista, el feudal y el capitalista, más allá de
consideraciones particulares sobre modalidades específicas como el “modo germánico”. En la medida
que Marx no alcanzó a desarrollar cabalmente estas categorías, no resultaban claras cuestiones como la
de su efectivo surgimiento en toda sociedad, en el orden en que se enunciaran. Esta situación habilitó
tanto la mecánica adecuación de la sucesión de los modos de producción a la matriz tripartita
tradicional, como el desarrollo de las teorías de la “transición” entre modos. El planteo de la
imposibilidad de materialización histórica concreta de los modos de producción, y sí, su combinatoria en
magnitudes ponderables en las diferentes instancias históricas, como surge del concepto de formación
económico-social que había desarrollado especulativamente el filósofo Louis Althusser y su escuela y
que implementa, por ejemplo, Chris Wickham para la última fase de la historia del Imperio romano
tardío en su artículo “La otra transición” (Past & Present, 103, 1984). En todo caso, el análisis de la
periodización y el intento de explicar sus patrones de cambios constituyó un de los principales estímulos
a la actividad especulativa en historia y a la comprensión de la misma como realidad compleja.
Con el positivismo, finalmente, comenzó la tendencia a desplazar las lecturas evocativas y sus
axiologías en favor de un perfil de corte científico que se alimentaba, paradigmáticamente, de las
ciencias físico-naturales. No obstante, hay que señalar que la práctica de la historia, que aún no poseía
autonomía relativa en el campo de la formación universitaria, se encontraba, mayoritariamente, en
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manos de especialistas en Derecho, aspecto que marcó las tendencias temáticas y la impostación
metodológica. No es casual que la lectura privilegiada de las fuentes jurídicas derivara en visiones
institucionalistas de la realidad histórica. La iniciativa de Marx y sus seguidores en pos de las
estructuras socio-económicas, fue continuada por otras líneas ajenas a la inspiración teórica del
materialismo histórico. La segunda mitad del siglo XIX inicia un período de articulación y formalización
de nuevas disciplinas que habrán de impactar en los estudios históricos a lo largo de la centuria
siguiente. La arquelogía, la antropología, la filología comparada, entre otras, florecieron en el transcurso
de la primera mitad del siglo XX y alimentaron fuertes reformulaciones de la metodología histórica, en
la que se contaba con la incidencia de especialistas en la disciplina ya formalizada académicamente.
Recordemos, por ejemplo, que uno de los dos referentes de la revista Annales d'histoire économique et
sociale, fundada en 1929, pieza clave de la llamada “revolución historiográfica francesa” (P. Burke), era
medievalista, Marc Bloch (1886-1944). Acotemos que las polémicas sobre el Renacimiento continuaron
conllevando consecuencias a la idea de Edad Media con lo que, a fines del siglo XIX y durante el XX, se
enfrentaron visiones rupturistas entre las etapas -v. g., Giuseppe Toffanin (1891–1980)- con otras
continuistas -v. g. Ernest Renan (1823-1892), Thode (1857-1920), Paul Sabatier (1854-1941).
El volumen alcanzado por los conocimientos y la creciente articulación interna de los mismos ha dado
lugar a nuevas distribuciones temáticas, al surgimiento de nuevas cuestiones y a una renovación
interpretativa de otras más tradicionales. Así, mientras desde el primer tercio del siglo XX, se ha
acrecentado el interés por la llamada “historia social”, en las postrimerías del mismo, la vieja “historia
de las instituciones” ha dado lugar a una nueva lectura de las fuentes de corte jurídico en procura de
sus condiciones de emergencia o de la interacción entre norma escrita y disciplinamientos instalados en
las prácticas de los grupos humanos. Las propuestas, provistas de diversos fundamentos fueron
derivando en escansiones internas de la categoría: Alta y Baja Edad Media –con la cesura en torno al
año 1000-, en el ámbito anglosajón, Early, High y Late Middle Ages (Temprana, Alta y Tardía Edad
Media), que se corresponde en los países de lengua alemana, con Frühmittelalter, Hochmittelalter y
Spätmittelalter.
El período temprano medieval ha sido usualmente conocido, en la historiografía británica y
estadounidense, como Dark Ages, las “edades oscuras”.
La complejidad de los estudios paulatinamente desplaza las visiones globales inscriptas en la matriz de
la “historia universal”, a favor de la regionalización y, a partir de ella, de los análisis comparativos, los
cuales, por otro lado, son alimentados por la innovación en las disciplinas y su interacción, tales como la
arqueología medieval, demografía histórica, iconografía o etnohistoria : así, un ejemplo reciente es el
libro de Julia M. H. Smith, Europe after Rome: A New Cultural History 500-1000, de 2007, se presenta,
significativamente, como “a comparative ethnography of the early Middle Ages” (“una etnografía
comparativa de la Temprana Edad M;edia”).
Las discontinuidades del mundo mediterráneo desde la Antigüedad, la especialización
disciplinaria que hace de la Edad Media un terreno compartido por antiquistas,
medievalistas y modernistas y que forjan nuevas discriminaciones internas o
fronterizas del Medioevo, como Antigüedad Tardía o Feudalismo Tardío, la dialéctica
entre exogénesis y endogénesis causal así como entre continuidad y ruptura,
muestran cómo, ciertamente, las discusiones seculares sobre los períodos en historia
y sobre el papel desempeñado por la Edad Media siguen girando en torno a la
dialéctica entre época con sentido en sí misma o mera convención ya vacía de
contenido.
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Lecturas sugeridas
CANTIMORI, Delio, Los historiadores y la historia, Barcelona, 1985.
HEERS, Jacques, La invención de la Edad Media, Barcelona, 2000.
SERGI Giuseppe La idea de Edad Media. Entre el sentido común y la práctica
historiográfica, Barcelona, (Roma, 1998)
WICKHAM, Chris, Una historia nueva de la Alta Edad Media. Europa y el mundo
mediterráneo, 400-800,
Barcelona, 2009 (Framing the Early Middle Ages, Oxford, 2005)
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Clase 2. La crisis imperial romana: causasendogenéticas y exogenéticas. De las situaciones delsiglo III a la del siglo V. Problemáticas de la autoridadimperial. Servi, coloni, bagaudae.
El lapso que media entre los siglos III y IX ha suscitado numerosas
polémicas que han pasado desde la determinación de acontecimientos-hito a
la discriminación de etapas más o menos amplias de cambio –v. g., las
“transiciones” caras al materialismo histórico-, pasando por el privilegio de
esferas específicas de la realidad histórica como determinantes de los
cambios relevantes –lo político, en el caso de la significación otorgada a la
sucesión de los emperadores, o las realidades económicas, en casos como el
de la expansión y acotamiento de la circulación comercial, en visiones como
la de Henri Pirenne (1862.1935).
Algo más de medio milenio ha quedado en entredicho, hasta el punto de concebir como
períodos con sentido en sí mismos a la Antigüedad Tardía o a la Alta Edad Media, hasta
arribar a la visión dilemática de Henri Marrou (1904-1977) entre “decadencia romana” y
vivencia de un período tardío, de 1977, todo lo cual atraviesa aún la discusión entre
antiquistas y medievalistas.
Por demás, hay que tener en cuenta que la densidad y la complejidad de los
fenómenos señalados han impactado, problemáticamente, en dos tendencias que
se afirman notoriamente.
La primera concierne a la necesidad de desplazar de la terminología –y de sus incumbencias-
las categorías valorativas, mientras que la segunda trasciende las fronteras del Imperio a la
hora de considerar los ámbitos comprendidos por el mundo antiguo. De allí, la preferencia por
categorías como la de Antigüedad Tardía en detrimento de nomenclaturas más tradicionales
como la de “Bajo Imperio”. Por otra parte, un fuerte horizonte de concepción de las
transformaciones operadas desde el siglo III d. C. se caracteriza por la tensión entre ruptura
y continuidad, que conduce a los antiquistas a contemplar situaciones más allá de la crisis
imperial romana y a los medievalistas a hundir las raíces de realidades juzgadas como
específicamente medievales, antes de dicha crisis.
Desde una plataforma de observación de complicaciones endógenas, las circunstancias de la
historia del Imperio romano en el siglo V son objeto de continua revisión en las
investigaciones de los últimos años (v.g., el seminariocelebrado enPoggibonsi sobre Le
trasformazioni del V secolo. L’Italia, i barbari e l’Occidente romano, de 2007) y reactualiza el
diagnóstico sobre la situación del Imperio romano y las regiones circundantes. La gestación
de nuevos ordenamientos territoriales ya comienza a hacerse evidente desde principios del
siglo.
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Este fenómeno presenta una particular complejidad y, en él, se combinan un conjunto de
factores que se consideran propios de la discontinuidad de la estructura imperial ya tratada
precedentemente. En este sentido, las nuevas realidades no se siguen de las singularidades
respectivas de Oriente y Occidente, sino de los particularismos regionales, de los sustratos
subsumidos bajo el aparato romano. La evaluación de los cambios introducidos desde el
gobierno de Diocleciano comprende hoy, junto a las dificultades que se le reconocieron, un
juicio también positivo que, de todos modos, prolongó la vida del Imperio, y, de hecho, la
categoría “Antigüedad Tardía” es sensible a la inercia de las dinámicas generadas por las
fuerzas que dieron al Mediterráneo unidad cultural. Pero el ejercicio de la autoridad imperial,
en la medida que va alcanzando mayor conciencia de las problemáticas locales, resiente esa
unidad y ya, para fines del siglo IV, los hijos de Teodosio I, Honorio y Arcadio, distribuyen su
gobierno entre la pars occidentis y la pars orientis.
La problematicidad del siglo V deriva de la constatación de un sinnúmero de factores que
parecen incongruentes con la de una declinación lineal del Imperio. En efecto, el Estado
imperial ya ha superado la dualidad de poder con el Senado –que tanto en Roma como en
Constantinopla se encuentran sumamente debilitados-, ha instalado una política explícita y
unificadora en el plano religioso que favorece al cristianismo niceno -mientras el ideario del
paganismo oficial romano se encuentra en franco retroceso- e, inclusive, desenvuelve una
notable capacidad de pronunciar normas y aún de compilarlas y organizarlas, como
demuestra la promulgación del Codex Theodosianus realizado entre 429 y 438 por el
emperador Teodosio II, emperador en Oriente desde 408 a 450. Este Estado padecerá
conmociones formidables pero encontrará, al mismo tiempo, numerosas vías de continuidad.
Ciertamente, la continuidad de los problemas del siglo anterior, muestran al estado romano
preocupado por la defensa y por la captación de recursos en un marco en que los espacios
sociales del Imperio evidencian fuertes desajustes
En el plano de la sociedad, las pautas de la acción del poder imperial se
encuentran signadas por un marco jurídico que parte aún de la dicotomía entre
“libertad” y “no libertad”.
Todavía, a mediados del siglo VI, las compilaciones de Justiniano la sostienen claramente: “La
principal división en el derecho de las personas es ésta: que todos los hombres sean libres o
esclavos. Es libertad la natural facultad de hacer lo que se quiere, con excepción de lo que se
prohíbe por la fuerza o por la ley. La esclavitud es una institución del derecho de gentes, por
la cual uno está sometido, contra su naturaleza, al dominio ajeno.” (Digesto, t. I, tit. V, 3-4,
trad. Aranzadi). De todos modos, las transformaciones en el régimen de producción de las
grandes explotaciones rurales, principalmente, se presentan complejas y problemáticas frente
a lo que acontece con la pequeña explotación, cuyo conocimiento histórico se presenta más
difícil, como se ha señalado oportunamente, y ponen en evidencia las variaciones a que da
lugar la praxis social. En el estudio de las grandes propiedades deben tenerse en cuenta las
variables regionales en función de los objetivos de explotación y los tipos de mano de obra
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disponibles que abren un abanico de posibilidades desde la esclavitud a la dependencia libre,
con los estatutos paradigmáticos del servus casatus –el esclavo provisto de tenencia- y el
colonus. Los análisis comparativos con otras estructuras históricas o con casos etnográficos
permiten poner en consideración una amplia gama de fenómenos económicos, como las
modalidades de autoconsumo en la pequeña explotación o el evergetismo en las élites locales.
La presión fiscal sigue reconociéndose como un factor fuertemente perturbador
de la población, a lo que se suma la incidencia de situaciones de abusos de la que
se hacen eco algunos autores, entre ellas se cuentan lass cuestiones de la
insolvencia tributaria, de las prácticas de protección o patronato.
Uno de los autores que más ha incidido en la imagen opresiva resultante de las dificultades
internas del Imperio, el monje galo Salviano de Marsella (h. 400-ca.470), denuncia que los
“campesinos arrendatarios pobres e indigentes se entregan a otros más poderosos para que
los defiendan y protejan.” (De gubernatione Dei (Sobre el gobierno de Dios), V. 7 trad. Fr.
R. W. Corleto). En última instancia, para otros la solución radica en dirigirse a los bárbaros:
“En estos tiempos los pobres son arruinados, las viudas gimen, los huérfanos son pisoteados;
tanto que la mayoría de ellos, nacidos en familias conocidas, y educados como personas
libres, huyen a refugiarse entre los enemigos para no morir bajo los golpes de la persecución
pública. Sin duda buscan entre los bárbaros la humanidad de los romanos, puesto que no
pueden soportar más entre los romanos una inhumanidad propia de bárbaros. Y aunque sean
grandes las diferencias respecto a aquellos entre los cuales se refugian, sea por la religión,
como por la lengua e incluso, si se me permite decirlo, por el olor fétido que exhalan los
cuerpos y los vestidos de los bárbaros, ellos prefieren no obstante sufrir entre aquellos
pueblos tales diferencias de costumbres, que padecer la injusticia desencadenada entre los
romanos. Ellos emigran, pues, de todas partes y se dirigen hacia los godos, hacia los
bagaudes o hacia los otros bárbaros que dominan por doquier, y no se arrepienten en
absoluto de haber emigrado.” (De gubernatione Dei, IV y V,). La coacción, sin embargo, iba
más allá de los pauperes. Hacia 457-462, un terrateniente y literato de Galia, Sidonio
Apolinar(431 ó 432-487 ó 489), compone un poema al emperador Mayoriano para solicitarle
alivio de los impuesto, y lo parangona con Hércules: “imaginad que nosotros somos Gerión y
el impuesto un monstruo: cortadme, pues, las tres cabezas [tria capita] para que pueda vivir”
(Carmen, XIII, 19-20). Incluso, por lo que concierne a las ciudades, en Siria, el obispo
Teodoreto de Ciro (h. 393-entre 458 y 466) señala que su ciudad “ha sido gravada con un
impuesto más pesado que todas las ciudades de la provincia, y mientras cada ciudad ha
gozado de una desgravación, hasta ahora la nuestra sigue teniendo la obligación de pagar un
impuesto de más de 62.000 fanegas» (Teodoreto de Ciro, Carta 47, a Proclo, obispo de
Constantinopla). También se detecta en la legislación imperial la preocupación por garantizar
la gestión administrativa, alterada, en algunos casos, por el abandono de tareas de miembros
del aparato de gobierno, principalmente, en las curias municipales: al filo del siglo V, los
emperadores Arcadio y Honorio deben ordenar que “todos los curiales serán advertidos bajo
penas para que no huyan o abadonen sus municipios con el propósito de vivir en el campo.
Sabrán que si prefieren cualquier predio al municipio, esta propiedad les será arrebatada por
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el fisco al mostrarse estos impíos al eludir su municipio. Diciembre 396.” (Codex
Theodosinaus XII, 18,2).
No debemos olvidar el peso ejercido por los sustratos prerromanos.
Ciertamente, la presencia de los bárbaros desató algunas problemáticas
relacionadas con ellos, como v. g., los fenómenos de conmoción social
conocidos como bagaudas –para algunos, del céltico, baga, “guerra”-,
grupos relativamente significativos de esclavos huidos, pequeños
campesinos arruinados e inclusive, individuos dedicados a la profesiones
liberales sin inserción en el espacio social, que sacudieron diversas regiones.
Luego de las conmociones bagáudicas producidas en el siglo III, vuelven a desatarse,
intermitentemente, en el área septentrional de la Galia, entre 407 y 450, alcanzando la región
alpina de 408 a 435, Britania, en 409, e Hispania, de 441 a 454. Su componente social
parece más diversificado, aunque el componente esclavo parece preponderante. La
envergadura de su conflictividad llegó a ser marcada: así, por ejemplo, un sujeto llamado
Tibatón lideró, entre 435 y 437, a toda suerte de esclavos y marginales, mayoritariamente
rurales, hasta que fue reprimido con la ayuda de las tropas hunas. La Chronica Gallica ad 452
lo hace constar como el hecho más relevante de aquellos años: “La Galia ulterior, por acción
de Tibatón, jefe de la rebelión, dejó la alianza con Roma. Este fue el inicio de una sedición
que arrastró a casi la totalidad de la población servil de las Galias a la bagauda [omnia paene
Galliarum servitia in bacaudam conspiravere]”. Estos grupos marginados tanto se integraron
a las agrupaciones bárbaras como fueron reprimidas por las legiones, en las cuales los
bárbaros revistaban de manera creciente. A partir de este punto, desde la primera mitad del
V, casi tres décadas y media antes de 476, año en que cesa la dignidad imperial en
Occidente, se consumarán ya pérdidas territoriales: en 439, vándalos y alanos establecen el
primer entidad territorial de cuño bárbaro, en el África latina con epicentro en Cartago,
guardando claros sesgos de autonomía fáctica en el interior del espacio imperial. Para esa
época, inclusive, Roma había abandonado áreas como Britania, en 410. Hay que dar cuenta
de que los conatos de secesión se habían gestado ya en el seno del propio aparato de estado
romano. El historiador Orosio, en sus Historias contra los paganos refiere el intento
secesionista del gobernador de África, Gildo, al producirse la muerte de Teodosio I: “Gildo se
atrevió a usurpar para sí el Africa separada del estado romano, más por satisfacer su licencia
de pagano infatuado que por la ambición o el deseo de reinar.“ (VII, 36, 5). Por añadidura,
tensiones de mayor inercia se reconocían en las grandes urbes, con la conformación de
facciones que terminan atravesando diversos campos de actividad. Así, en Constantinopla, las
que habían surgido de los alineamientos en los juegos hípicos son caracterizadas por el
historiador bizantino Procopio de Cesarea (ca. 500-ca. 562) en su Guerra persa: “En cada
ciudad la población había sido dividida desde hacía ya tiempo en las facciones Azules y
Verdes. Pero en tiempos relativamente recientes se ha llegado a tal situación en relación a
estos nombres y los asientos que estas facciones ocupan como espectadores en los juegos,
que gastan su dinero y someten a sus cuerpos a las mayores torturas, no considerando
indigno morir de la forma más vergonzosa. Luchan contra sus oponentes sin saber por qué
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razón se arriesgan, aunque sepan que incluso si vencen en la lucha, el desenlace será para
ellos la prisión y, luego de sufrir enormes torturas, su destrucción. Crece en ellos una
hostilidad contra sus prójimos que no tiene causa y que no desaparece, dando lugar a que no
se lleven a cabo matrimonios, ni relaciones de amistad o de cualquier otra índole, dándose el
caso incluso de que estas diferencias respecto a estos colores se dan entre hermanos u otro
tipo de parientes.” (Bellum Persicum, I.XXIV. 2-4).
La evidencia arqueológica ha permitido reconstruir algunas imágenes sobre la distribución de
la cerámica, la fabricación en serie de recipientes para aceite, vino y otros productos, la
explotación del mármol y otros que muestran un siglo V con una actividad no especialmente
reducida. Se puede concluir que se produce una suerte de mutación en las funciones de la
ciudad, en tanto centro o instancia de poder: Roma rige desde la ciudad y las crecientes
problemáticas que enfrenta no le permiten garantizar las condiciones de comunicabilidad.
Posteriormente, se podrá constatar, como consecuencia, una restricción de la diversificación
de la vida de las ciudades a la que, además, colaborará la carencia de tradición urbana de los
bárbaros. A medida que transcurren las décadas, la estructura imperial encuentra mayores
dificultades para ejercer con fluidez el poder, entre las órdenes imperiales y la red
administrativa, así como su inestable capacidad de coerción para reencauzar, en un plano
eminentemente práctico, a los propios pueblos que se le oponían. La Notitia dignitatum, un
texto elaborado por la cancillería imperial y que proporcionaría una imagen de la estructura
del Imperio para el primer cuarto del siglo V, deja entrever que las tropas sumaban algo más
de 550.000 hombres y, sobre todo a lo largo del siglo V, las tropas, tradicionalmente
apostadas en las fronteras, son reorganizadas, en un cambio sustancial, con una disposición
de la defensa en agrupamientos en trés núcleos: uno en el N de Galia, proyectándose sobre el
Rhin; el segundo, cerca de Sirmium, destinado a la protección del Danubio, y el último,
moviéndose entre Milán y Rávena, para obturar el paso hacia Roma, todos ellos con
contundente presencia bárbara. Resulta un hecho que los puntos en que la resistencia
romana fue más eficaz, eran aquellos en que las tropas y los mandos bárbaros eran más
significativos: un ejemplo es el del ejército que defendía el limes norte del Rhin -acantonado
en Suessionum (hoy Soissons)- que, en su última etapa, comandaba el magister militum
Siagrio y que se mantuvo fiel al Imperio, prácticamente una década después de la deposición
de Rómulo Augústulo, hasta 486 en que fue derrotado por los francos de Clodoveo.
En otro orden, el tono de las fuentes escritas debe atenderse especialmente
puesto que éstas son la manifestación del reducido grupo de individuos con
formación letrada que, consecuentemente, canalizan las representaciones y
prácticas que los caracterizan en el espacio social.
El crecimiento que se opera en dicho grupo, sobre todo desde el siglo IV, de la presencia de
cristianos instala nuevas perspectivas y criterios de valoración no exentos de tensiones. La
sociografía cultural en el espacio imperial romano puede intuirse en ciertas obras cristianas
que, al preocuparse por la evangelización, proprocionan un cuadro de sus destinatarios. San
Agustín de Hipona (354-430), en su De catechizandis rudibus (Sobre la catequesis de los
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iletrados), observa, poco después del 400: “una es la intención de quien escribe, pensando en
un lector futuro y otra la de quien habla en presencia directa del oyente. Y en este segundo
caso, una es la enseñanza dada en secreto, sin ningún testigo que nos controle y otra la
enseñanza en público, delante de un auditorio, con opiniones diversas. Y en esta última
circunstancia, es distinto el enseñar a uno solo, en presencia de los que escuchan como
juzgando y confirmando las cosas que ya conocen, a la enseñanza dirigida a todos en grupo,
que esperan lo que estemos por decirles. Y, además, en este último caso, una es la
conversación, cuando hay familiaridad con el auditorio, y otra, cuando el pueblo, en silencio y
en suspenso, mantiene los ojos fijos en el orador que va a hablar desde la tribuna. Es muy
importante al tomar la palabra, el considerar si están presentes muchos o pocos, si son cultos
o ignorantes, o mezclados de ambas categorías, de la ciudad o del campo o ambos a la vez;
por fin, si el auditorio está compuesto por toda clase de personas.” (XV, 23). El saqueo de
Roma por los godos de Alarico en 410, generó una notable conmoción entre los habitantes del
Imperio y dejó entrever las fricciones aún existentes entre algunos sectores paganos y
cristianos. La interpretación del hecho como un castigo de los dioses por parte de los primeros
debido al favor otorgado a los cristianos suscitó reacciones.
Entre ellas, se ha destacado la composición del De civitate Dei (Acerca de la
ciudad de Dios) de san Agustín de Hipona, que desplegó un notable cuadro del
pasado romano y del papel que le cupo a la nueva fe así como las claves de
lectura del difícil presente del Imperio. La confianza de Agustín en la inscripción
de los acontecimientos en un plan divino y su proyección vital en la trascendencia
generó una contundente influencia en la posteridad, apuntalando uno de las líneas
predominantes de la filosofía de la historia en Occidente.
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Lecturas
Lecturas sugeridas
ANDERSON, P. Transiciones de la Antigüedad al feudalismo, Madrid, 1984.
BROWN, P., El mundo en la Antigüedad Tardía. De Marco Aurelio a Mahoma. Madrid.
1989.
PIRENNE, Henri. Mahoma y Carlomagno. Madrid, 1979 (1937).
Lecturas obligatorias
BONNASSIE, Pierre: “Supervivencia y extinción del régimen esclavista en Occidente en
la Alta Edad Media (ss. V-XI)”. Tomado y traducido de: Cahiers de Civilisation
Medievales, XXVIII, 1985
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Actividades
Realice un cuadro cronológico de la historiografía sobre la extinción esclavista a partir
del texto de Pierre BONNASSIE,: “Supervivencia y extinción del régimen esclavista en
Occidente en la Alta Edad Media (ss. V-XI)”. Tomado y traducido de: Cahiers de
Civilisation Medievales, XXVIII, 1985.
Enuncia la posición del autor con respecto a la extinción del sistema esclavista.
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Clase 3. Migraciones de los pueblos bárbaros. Laconstrucción del antagonismo: romanitas y barbaritas.Las lógicas de la etnogénesis: la Gefolge o comitatus.La cuestión de la instalación: hospitalitas y la postura“ficalista”.
La consideración del Imperio romano como foco de atención eminente en el
tramo final de la historia del mundo antiguo ha dado lugar a una distorsión
de perspectiva muy significativa: la de ocultar el peso de los territorios y
pueblos que se encontraban allende las fronteras.
Estos espacios circundantes del imperio, y de una muy considerable extensión y riqueza
cultural y económica, deben ser leídos en conjunción con la realidad romana y, más aún,
hasta configurando relaciones de sistema con el Imperio. Desde las postrimerías del siglo II a.
C., los romanos entran en contacto con los germanos –en esa ocasión, el cónsul Mario
detiene una invasión de cimbrios y teutones. De ahí en más, la expansión romana en el área
de los ríos Rhin y Danubio implicó el enfrentamiento con los pueblos bárbaros de la región,
básicamente de tronco germánico. Precisamente, el curso renano habría de terminar
constituyendo un barrera infranqueable consolidándose como una frontera histórica del
Imperio ya durante el gobierno de Augusto. Toda situación de debilidad interna tendría
repercusión negativa en el limes del Rhin como fue el caso de las décadas centrales del siglo
III d. C., y, por fin, a partir de la segunda mitad del siglo siguiente, se iniciaría una presión
exterior con consecuencias decisivas.
La consideración de la problemática bárbara conlleva la revisión de dos aspectos
fundamentales que han limitado su conocimiento:
la cuestión de las fuentes y
la del imaginario historiográfico.
Con respecto a la primera, se manifiestan dos condicionamientos fundamentales, a saber, el
carácter ágrafo de los diferentes grupos bárbaros, y las dificultades que presentan para
disponer de un adecuado registro arqueológico de los perfiles de cultura material de los
mismos. Entre las principales limitaciones de la evidencia arqueológica, la movilidad de
muchos de estos grupos ha conspirado contra la posibilidad de generar asentamientos más o
menos perdurables o una cultura material más o menos profusa –ya que la misma debía ser
transportable o debía descartarse- y, con ello, un registro mínimamente fértil. Al carecer de
escritura, los pueblos bárbaros no han podido legar conjuntos testimoniales comparables a la
masa textual generada por los romanos. Esta situación redunda en un fenómeno de marcada
asimetría: la historia de los pueblos bárbaros deriva, en este horizonte de fuentes, de los
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relatos pergeñados por individuos de cultura helenístico-romana. Por añadidura, este rasgo se
ve agravado por la circunstancia de que, desde las décadas centrales del siglo III d. C. y,
más aún desde la segunda mitad del IV, los contextos de confrontación entre bárbaros y
romanos agudizaron la parcialidad de las fuentes latinas y griegas. La imagen de
la·“invasión”, del despliegue de unas fuerzas hostiles que se extienden a lo largo y a lo ancho
del Imperio, resulta marcadamente dependiente del impacto que ha generado en sectores con
capacidad de transmitir sus experiencias por escrito, con los procedimientos propios de la
cultura letrada de la época. La proliferación de los movimientos migratorios bárbaros, algunos
con incidencias violentas, contribuye a agudizar la imagen de polaridad romanus-barbarus. El
imaginario de destrucción y desgracia es modelado en los textos, tanto de cuño pagano como
cristiano. Por su parte, el historiador pagano Amiano Marcelino (ca. 332-ca.398) describe y
juzga de manera antipódica las costumbres de los hunos: “Tienen todos el cuerpo robusto y
firme, el cuello muy fuerte. Son extraordinariamente deformes y grandes hasta tal punto que
los confundirías con bestias de dos pies, […] Con aspecto humano a pesar de su rudeza,
llevan una vida tan agreste que no precisan fuego, ni alimentos sabrosos, sino tan sólo raíces
de hierbas salvajes. Se alimentan con carne de cualquier animal casi cruda, ya que tan sólo
la calientan ligeramente colocándola entre sus piernas y los lomos de sus caballos. Jamás se
cobijan bajo techo. […] Se cubren con telas de lino o con pieles de ratones silvestres, y llevan
siempre la misma ropa. Ahora bien, una vez que se han puesto sobre los hombros una
sórdida túnica, no se la quitan ni se la cambian hasta que no se les cae a trozos raída ya por
el largo uso.” (Historia, XXXI, 2, 2-5 , trad. M. Harto Trujillo). En la pluma del historiador
Orosio, la imagen podía presentarse en los siguientes términos: “De repente, con el
consentimiento de Dios, se sueltan por todas partes los pueblos que habían sido
convenientemente colocados y puestos alrededor de las fronteras del Imperio y, rotos los
frenos, se lanzan contra todos los territorios romanos. Los germanos, tras atravesar los
Alpes, Retia y toda Italia, llegan hasta Rávena; los alamanos, en su expedición a las Galias,
pasan también a Italia; Grecia, Macedonia, el Ponto y Asia son destruidas por una invasión de
godos; y en lo que respecta a la Dacia de más allá del Danubio, se pierde para siempre; los
cuados y sármatas asolan los territorios de Panonia; los germanos de los territorios más
lejanos barren y se apoderan de Hispania; los partos toman Mesopotamia y arrasan Siria;
quedan todavía por las distintas provincias, entre las ruinas de las grandes ciudades,
pequeños y míseros lugares que conservan señales de sus desgracias y el recuerdo de su
nombre; entre ellas, incluso en Hispania recuerdo yo ahora, para consuelo de mi reciente
desgracia, a nuestra Tarragona.” (Historias, VII, 22, trad. E. Sánchez Salor). La labor del
analista debe desplegarse para dotar de sentido a la construcción de un complejo proceso que
insumió décadas y en que las interacciones entre los grupos involucrados dieron lugar a unos
resultados de indudable riqueza para las realidades que se condensaron en Occidente a partir
de ellas. No obstante, estas observaciones no suponen afirmar la inexistencia de formas
textuales ya que han quedado vestigios de la oralidad entre estos pueblos. El historiador
bizantino Prisco de Panio (entre 410 y 420-después de 472), enviado en una embajada del
emperador ante Atila, rey de los hunos, recuerda que, luego de un banquete dado por éste,
“dos escitas se colocaron frente a Atila y recitaron cantos que habían compuesto en los que
celebraban las victorias y virtudes guerreras de aquél.” (Fragmenta, VIII, en Excerpta de
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Legationibus. La morfología guarda claras similitudes con la problemática desarrollada en
torno a los poemas homéricos, esto es una producción enmarcada, principalmente, en los
límites de la poesía épica que, en algunos casos, queda fijada por escrito en períodos, más o
menos tardíos respecto de las dataciones probables de su gestación. Tal es caso de obras
como Beowulf o la Chanson de Roland. A partir de la aplicación de diversos dispositivos
metodológicos –análisis estructural, teoría de los campos semánticos, entre otros– se han
podido aislar elementos de espesor histórico que pueden remitirse a etapas previas de
desarrollo de estos pueblos.
En lo que concierne a las imágenes condensadas en la historiografía y otros
discursos sobre el pasado posteriores, nos enfrentamos con una situación
derivada de consideraciones mencionadas más arriba. Precisamente, el peso
de las fuentes romanas ha forjado, en gran medida, las concepciones con
que se ha concebido la historia del período y, esta es la razón principal por
la que, en lo que a la presencia de los bárbaros se refiere, se ha
considerado su ingreso en el Imperio como fruto de una invasión.
La distorsión de la verdadera naturaleza de su movimiento se agrava por el hecho de que el
registro textual tiende a privilegiar las situaciones en que la violencia se ha hecho presente –
batallas, toma de ciudades, saqueos. El nuevo escenario de interacciones, entre las que se
encuentran nuevos protagonistas, implicó múltiples circunstancias que podían o no posibilitar
la construcción de destinos comunes. Todavía para mediados del siglo V, el bizantino Prisco
proporciona un buen ejemplo de lo que podían suscitar las diferencias lingüísticas: “Me
sorprendí ante un escita hablando en griego. Dado que los súbditos de los hunos provienen de
diversas tierras, hablan, aparte de sus propias lenguas bárbaras, o en lengua huna o en
lengua gótica, o –como muchos tienen trato comercial con los romanos- en latín; sin
embargo, ninguno habla fácilmente el griego”. (Fragm. 8, en, Excerpta de Legationibus, trad.
del inglés C. Caselli y M. Prain.). Las interacciones entre romanos y bárbaros implicaron
también asimilación cultural de elementos característicos de éstos últimos, inclusive por parte
de magistrados romanos. Así, en el final del siglo IV, el poeta Claudio Claudiano (c. 370-ca.
405), en su In Rufinum (Contra Rufino), critica en este personaje, quien era prefectus
praetorii de Teodosio I y Arcadio, su incorporación de costumbres bárbaras: “Cuantas veces
salió de la ciudad el negociador de maravillosos tratados, lo acompañaron sus cómplices e iba
a su alrededor una multitud de súbditos armada sirviendo a los estandartes de un particular.
El mismo en medio de ellos, para no descuidar bajo ningún concepto la barbarie, viste su
pecho con amarillentas pieles, imita sus frenos, sus enormes aljabas y sus sonoros arcos y
manifiesta abiertamente sus sentimientos con su indumentaria. Y no se avergüenza, rigiendo
un carro de Ausonia y administrando su justicia, de adoptar las horrorosas costumbres y la
vestimenta de los getas. Las leyes, cautivas bajo un juez cubierto de pieles, deploran cambiar
la noble prenda de la toga del Lacio.” (II, 5, en Poemas, Intr., trad. y not. Miguel Castillo
Bejarano). Estos caracteres afirmaron las representaciones de antagonismo con la polaridad
romano-bárbaro en primer término. En tanto antinomia, esta imagen tendió a polarizar los
contrastes llevando a un grado extremo la alteridad y perdiendo de vista las marcadas
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divergencias existentes entre los diferentes grupos bárbaros, que, inclusive, se expresaban en
persistentes diferencias y conflictos –piénsese, v. g., en la enemistad entre godos y hunos
que la propia Roma aprovecharía en su beneficio, en el enfrentamiento con el rey de los
hunos, Atila, en 451-. Una vez dejada de lado esta axiología, emerge y se afirma la idea de
una serie de migración de pueblos cuyas motivaciones y características suponen dificultades
análogas a las conocidas para períodos precedentes. La imagen de la invasión tampoco posee
un correlato en el plano demográfico. Si bien las posibilidades de disponer de datos numéricos
relativamente constantes y exactos son muy limitadas, las inferencias cualitativas no sugieren
un impacto poblacional contundente Así, v. g., el clérigo africano Víctor de Vita (hacia 440-
después de 484), en su Historia persecutionis africanæ provinciæ (Historia de la persecución
de la provincia de Africa), alude a que los vándalos y alanos que cruzaron Gibraltar desde
Hispania –entre los que habría que contar población hispanorromana incorporada- no
alcanzaba los 100.000 individuos mientras que la idea de la población del Imperio oscilaba
entre los 16 y los 20 millones de personas –más allá de que este cálculo no permite
discriminar claramente el número de habitantes de la provincia de África-.
Sea debido a cambios climáticos o por la agudización de las tensiones, lo cierto es
que las migraciones bárbaras implicaron cambios profundos en esos pueblos cuyo
conocimiento sufrió también drásticos giros a partir de nuevas perspectivas
analíticas, entre las que se destaca las lecturas de la etnogénesis.
Precisamente, es en el seno de la historiografía alemana reciente que se revisarían unos
marcos surgidos de resultas del impulso de que se dotó a los estudios medievales en el
ámbito germano, en el transcurso de la primera mitad del siglo XIX. La mirada del
Romanticismo dio lugar a unas concepciones históricas típicas como la de la “comunidad libre
germánica” que contrastaba, ahora positivamente, con los modelos económicos, sociales y
políticos romanos. Tópicos como los de libertad y apropiación y explotación común de la tierra
se hicieron corrientes y marcaron a las más diversas corrientes ideológicas –de las que no
escapa el propio materialismo histórico naciente, que encuentra aquí otro de sus tonos
hegelianos-. El concepto de etnogénesis permite superar los criterios unilaterales de
determinación de la identidad de los pueblos, tales como la uniformidad antropofísica o el
sustrato lingüístico. Desde principios de los años ‘60, autores como Reinhard Wenskus y
Herwig Wolfram, incorporando lecturas antropológicas, desplazaron la perspectiva sobre la
configuración de la identidad de los pueblos germanos. Uno de sus principales focos de
atención fue la Gefölge –lo que Tácito (h. 57-ca- 120) en Germania, denominaba comitatus
(del latín comes, compañero). Este forma de agrupamiento reunía a los hombres libres, en
condiciones de ejercitar las armas, unidos en paridad por lazos personales y que, de manera
consensuada, designaban un jefe que lideraba en la guerra y era responsable del reparto del
botín. “En el campo de batalla es vergonzoso para el jefe verse superado en valor y
vergonzoso para la comitiva no igualar el valor de su jefe. Pero lo infame y deshonroso para
toda la vida es haberse retirado de la batalla sobreviviendo al propio jefe; el principal deber
de fidelidad consiste en defender a aquél, protegerlo y añadir a su gloria las propias gestas:
los jefes luchan por la victoria; sus compañeros, por el jefe [“principes pro victoria pugnant,
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comites pro príncipe”] (Germania XIV, trad. José María Requejo). Los vínculos podían
afirmarse con lazos de parentesco y la jefatura se mantenía en tanto perduraran las dotes en
la conducción de la guerra y la prodigalidad en la distribución de los bienes obtenidos. No
obstante, la fidelidad –fides- que unía al grupo era suficientemente fuerte como para obligar a
los miembros con sus vidas. Así lo ejemplifican los restos de épica, como el poema anglosajón
La batalla de Maldon, que evoca un encuentro entre anglosajones y vikingos, en 991, en que
los rimeros combaten hasta la muerte una vez que su jefe cae. Esta idea de fides jugará un
papel muy relevante en la constitución de lazos interpersonales, horizontales o jerárquicos,
en diferentes instancias, desde las relaciones familiares a las vasalláticas.
Una de las consecuencias fundamentales de las relecturas de la Gefölge permite
dar cuenta de caracteres hasta ahora aparentemente contradictorios.
En efecto, se observa con frecuencia tanto la fragmentación de grupos “nacionales” –
visigodos y ostrogodos- como el aglutinamiento de grupos presuntamente dispares –los
alanos y vándalos bajo Genserico-, todo lo cual torna relativos los principios de identidad
étnica o lingüístico-cultural a favor de factores de naturaleza más bien política. En virtud de
esta consideración, se puede afirmar que las rupturas y agregaciones obedecerían a la lógica
de configuración de la Gefölge, pero a nivel de los jefes, quienes se vincularían por lazos de
tipo personal, de manera horizontal, y designarían, como una suerte de primus inter pares, a
un “jefe de jefes” o rey. La índole militar y no territorial de muchas de las monarquías
bárbaras se explicarían por esos factores. Posteriormente, este constituiría uno de los
elementos más dificultosos a la hora de la instalación y del ejercicio de la autoridad sobre las
poblaciones locales. La Gefölge parece también el orden que guardaban las incorporaciones
de bárbaros al ejército romano y, en torno a ella se debe leer, en gran medida, la
problemática de la instalación.
Las cuestiones relativas al asentamiento de los bárbaros en el espacio imperial
romano constituyen uno de los principales puntos de debate.
No ha sobrevivido documentación pública relativa a los acomodamientos formales: las
numerosas alusiones a pactos o foeda, así como sortes, se encuentran, generalmente, en
menciones cronísticas u otro tipo de fuentes literarias. El hispano Hidacio de Lémica (ca. 395-
ca. 469), en su Chronicon, habla de la instalación pos sortes sin esclarecer condiciones
específicas: “En la provincia de Hispania, devastada por la memorable rapiña de las plagas,
los bárbaros buscando la paz, disuadidos por Dios misericordioso, se reparten a suerte la
regiones que iban a habitar [sorte ad inhabitandum sibi provinciarum dividunt regiones]. Los
vándalos y suevos ocupan Galicia, situada al extremo occidental del mar océano. Los alanos,
las provincias de Lusitania y Cartaginense, y los vándalos, llamados silingos, echan a suertes
la Bética [Baeticam sortiuntur].” (Chronicon, XVII, trad. E. Sottocorno).
Finalmente, las referencias a la hospitalitas en las fuentes codicológicas tanto romanas como,
luego, romano-bárbaras desataron interpretaciones difíciles de conciliar. Este régimen de
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carga pública establecido por la ley romana, de abastecer y acoger a los magistrados
mientras realizaban comisiones propias de su función, funciones que el Código Teodosiano
pauta para huéspedes bárbaros, se vuelve a encontrar varias décadas más tarde en los
códigos romano-germánicos, como medio de accesión a la propiedad por parte de los
bárbaros de resultas de la prescripción de la cesión temporaria. Ya, para el año 398, los
emperadores Arcadio y Honorio instruyen a su magister officiorum, Hosio: “Ordenamos que
en cualquier ciudad en la que nos encontremos o se encuentren aquellos que nos sirven,
después de haber alejado toda injusticia tanto de parte de los repartidores como de los
huéspedes [hospites], todo propietario posea plenamente en paz y seguridad dos partes de
su propia casa y la tercera sea adjudicada a un huésped, de manera tal que la casa sea
dividida en tres partes. Que el propietario tenga la posibilidad de elegir la primera; el huésped
obtendrá la segunda que él desee; la tercera deberá quedar para el propietario. Los
obradores que están a cargo de los mercaderes no sufrirán la antedicha división; han de
permanecer en paz y libertad, protegidos contra toda injusticia de los huéspedes y serán
utilizados en favor sólo de sus propietarios e intendentes”. (Codex Theodosianus, VII, 8, 5 A.
García Gallo). El otorgamiento de sortes por el beneficio de hospitalitas constituyó una vía en
el proceso de instalación más allá de las interpretaciones específicas que se otorgue a sus
procedimientos. Su evidencia más concreta es la presencia de la figura de la prescripción de
las sortes en los códigos de algunos de los reinos que surgieron una vez desaparecida la
dignidad imperial en Occidente, códigos cuya existencia conformaba una de las principales
pruebas de consolidación de dichos reinos. Así, en el caso visigodo, el Código de Eurico lo
estipula claramente: “Las parcelas gothicas y la tercia de los romanos [sortes gothicas et
tertiam Romanorum] que no fueron revocadas en un plazo de cincuenta años, no puedan ser
en modo alguno reclamadas.” (Código de Eurico, 277, trad. H. Herrera Cajas), así como en el
Liber Iudiciorum: “La división hecha entre un godo y un romano con referencia a la partición
de tierras de labor o de los bosques por ninguna razón sea alterada, si es que se prueba que
la división tuvo lugar, de modo que ya de las dos partes del godo el romano nada usurpe
para sí o reclame, ya de la tercia del romano el godo nada se atreva a usurpar o reclamar
para sí, a no ser lo que pudiera ser donado por nuestra generosidad. Pero lo que por los
antepasados o por los vecinos se dividió, la posteridad no se atreva a cambiar.” (X, 1, 9). La
lectura de la concesión física fue contestada, desde los años ‘80, por autores como J. Durliat o
W. Goffart, que juzgaban impracticable los repartos físicos de explotaciones entre propietarios
y huéspedes, y concluyeron que lo que quedaba afectado era, en realidad, el valor fiscal de
las porciones asignadas o sortes. En todo caso, parecen constatarse diversas modalidades de
asentamiento, inclusive como consecuencia de la violencia. La Chronica Gallica registra que,
en 442, el magister militum Aecio, cedió a los alanos conducidos por Sambida tierras desiertas
(deserta rura), en las cercanías de Valence, hecho que parece indicar que se esperaba de los
alanos que las pusieran en condiciones de producir. Y la noticia del año 442, no solamente
parece confirmarlo sino que también da una evidencia tangible del interés de algunos grupos
bárbaros de disponer de tierras que se encontraran ya en producción: “Los alanos, a quienes
el patricio Aecio había cedido tierras en la Galia ulterior para compartir con sus habitantes
[cum incolis dividendae], someten por medio de las armas a quienes los resisten y
adquieren, por la fuerza, la posesión [possessionem] de las que han expulsado a los
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propietarios” (trad. H. Botalla). El incremento de la incorporación de combatientes de origen
bárbaro a las tropas romanas condujo a la aparente paradoja de que los encuentros bélicos,
sobre todo durante el siglo V, alcanzaron el cariz de enfrentamientos entre barbari: en la
batalla de los Campos Cataláunicos, en 451, el patricio Aecio vence a los hunos con una
fuerza en su gran mayoría goda. A hechos como éste, debemos agregar el ejercicio de los
más altos mandos militares en el ejército romano por parte de bárbaros, incluido el supremo,
como fue el caso del general vándalo Estilicón (359-408), magister militum del emperador
Honorio.
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Lecturas
Lecturas sugeridas
MUSSET, Lucien. Las Invasiones. El segundo asalto contra la Europa cristiana. Labor,
Nueva Clío. Barcelona, l968.
SAYAS ABENGOCHEA, J. J., GARCÍA MORENO, L. A., Romanismo y germanismo. El
despertar de los pueblos hispánicos, Barcelona, 1987.
WALLACE HADRILL, J., El Oeste bárbaro 400-1000, Buenos Aires, 1962.
Lecturas Obligatorias
ARCE, Javier. “Los vándalos en Hispania: 409-429 a.d.”, en, ZURUTUZA. H,. BOTALLA,
H., Centros y márgenes simbólicos del Imperio Romano. II Parte. Buenos Aires, 2001,
p. 165-187
SALRACH, Joseph M., "Del Estado romano a los reinos germánicos. En torno a las
bases materiales del poder del Estado en la Antigüedad Tardía y la Alta Edad Media",
en, AA.W., De la Antigüedad al Medioevo -Siglos IV-Vlll, III Congreso de Estudios
Medievales. Fundación Sánchez Albornoz, Madrid, 1993, pp. 95-142.
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Actividades
Establezca las diferencias que plantea la tesis fiscalista con respecto a la historiografía
anterior de acuerdo al siguiente texto: SALRACH, Joseph M., "Del Estado romano a los reinos
germánicos. En torno a las bases materiales del poder del Estado en la Antigüedad Tardía y la
Alta Edad Media", en, AA.W., De la Antigüedad al Medioevo -Siglos IV-Vlll, III Congreso de
Estudios Medievales. Fundación Sánchez Albornoz, Madrid, 1993, pp. 95-142.
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