Psicologia Positiva y Psicoterapia

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1 Capítulo 7 Psicología Positiva y psicoterapia Publicado en Castro Solano, A. (Ed.) (2010) Fundamentos de Psicología Positiva. Buenos Aires, Paidós Margarita Tarragona Sáez Hace 25 años tuve la suerte de ser alumna del Dr. Mihaly Csikszentmihalyi en la Universidad de Chicago. Recuerdo muy bien que yo estaba entusiasmada de aprender sobre el flow y el estudio de la felicidad y, como me interesaba el trabajo clínico, le decía: “Dr. Csikszentmihalyi, ¡esto se tiene que aplicar a la terapia!; y él me respondía: “Calma. No podemos apresurarnos, todavía hace falta investigar mucho más antes de empezar a pensar en aplicar esto”. Y así fue. Los investigadores fueron cautelosos ante el riesgo de traducir prematuramente sus hallazgos a la práctica. Pero, en los últimos cinco años, hemos visto un verdadero despegue en la literatura sobre cómo aplicar la Psicología Positiva en diferentes ámbitos (Linley, 2004; Joseph y Linley, 2006; Seligman, Rashid y Parks, 2006; Biswas-Diener y Dean, 2007; Casullo, 2008; Emmons, 2008; Lyubomirsky, 2008; Ben Shahar, 2008; Vázquez, 2008; Gilman, Furlong y Huebner, 2008; Conoley y Conoley, 2009; Linley, Harrington y Garcea, 2009 Fredrickson, 2009; Miller y Frisch, 2009). En principio, los fundadores de la Psicología Positiva pensaron que la psicoterapia no sería un “habitat natural” para este enfoque, ya que tradicionalmente la psicoterapia se ha centrado en la patología y los déficits, mientras que la PP estudia “lo que hace que la vida valga la pena” (Peterson, 2009). Sin embargo, ha resultado sorprendente y alentador comprobar en forma empírica que una serie de ejercicios llamados “intervenciones positivas” son altamente eficaces para elevar los niveles de felicidad de las personas que no presentan ninguna psicopatología, y también tienen un impacto muy significativo sobre la depresión (Seligman et al. 2005). La Psicología Positiva no solo se propone disminuir el malestar, sino también promover el bienestar, y estas dos áreas, aunque están relacionadas, no son lo mismo. Martin Seligman (2008) ilustra esto muy vívidamente con una anécdota: cuenta que él sabía mucho sobre la depresión y cómo trabajar con ella. Una vez acudió a terapia una mujer que le dijo que quería ser feliz. Seligman le contestó: “Ah, así que no quiere estar deprimida”. La paciente no solo no quería

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Capítulo 7

Psicología Positiva y psicoterapia

Publicado en Castro Solano, A. (Ed.) (2010) Fundamentos de Psicología Positiva. Buenos Aires, Paidós

Margarita Tarragona Sáez

Hace 25 años tuve la suerte de ser alumna del Dr. Mihaly Csikszentmihalyi en la Universidad de

Chicago. Recuerdo muy bien que yo estaba entusiasmada de aprender sobre el flow y el estudio

de la felicidad y, como me interesaba el trabajo clínico, le decía: “Dr. Csikszentmihalyi, ¡esto se

tiene que aplicar a la terapia!”; y él me respondía: “Calma. No podemos apresurarnos, todavía

hace falta investigar mucho más antes de empezar a pensar en aplicar esto”.

Y así fue. Los investigadores fueron cautelosos ante el riesgo de traducir prematuramente sus

hallazgos a la práctica. Pero, en los últimos cinco años, hemos visto un verdadero despegue en la

literatura sobre cómo aplicar la Psicología Positiva en diferentes ámbitos (Linley, 2004; Joseph y

Linley, 2006; Seligman, Rashid y Parks, 2006; Biswas-Diener y Dean, 2007; Casullo, 2008;

Emmons, 2008; Lyubomirsky, 2008; Ben Shahar, 2008; Vázquez, 2008; Gilman, Furlong y

Huebner, 2008; Conoley y Conoley, 2009; Linley, Harrington y Garcea, 2009 Fredrickson, 2009;

Miller y Frisch, 2009).

En principio, los fundadores de la Psicología Positiva pensaron que la psicoterapia no sería un

“habitat natural” para este enfoque, ya que tradicionalmente la psicoterapia se ha centrado en la

patología y los déficits, mientras que la PP estudia “lo que hace que la vida valga la pena”

(Peterson, 2009). Sin embargo, ha resultado sorprendente y alentador comprobar en forma

empírica que una serie de ejercicios llamados “intervenciones positivas” son altamente eficaces

para elevar los niveles de felicidad de las personas que no presentan ninguna psicopatología, y

también tienen un impacto muy significativo sobre la depresión (Seligman et al. 2005).

La Psicología Positiva no solo se propone disminuir el malestar, sino también promover el

bienestar, y estas dos áreas, aunque están relacionadas, no son lo mismo. Martin Seligman (2008)

ilustra esto muy vívidamente con una anécdota: cuenta que él sabía mucho sobre la depresión y

cómo trabajar con ella. Una vez acudió a terapia una mujer que le dijo que quería ser feliz.

Seligman le contestó: “Ah, así que no quiere estar deprimida”. La paciente no solo no quería

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estar deprimida, quería ser feliz, y estas dos cosas no son equivalentes. Eliminar la depresión

puede ser un paso necesario, pero no suficiente, para alcanzar el bienestar.

James Pawelski nos ofrece otra analogía para ilustrar el trabajo de la Psicología Positiva (Tapia,

Tarragona y González, en prensa). Dice que cuando los campesinos quieren una buena cosecha,

tienen que deshacerse de las hierbas y plantas silvestres que hay en sus terrenos. Este es un paso

muy necesario. Pero desmalezar no es suficiente para que crezcan el maíz o los frijoles, para esto

es necesario plantar buenas semillas. Esta metáfora de Pawelski me hace pensar que, hasta hace

poco, a los terapeutas se nos entrenaba casi exclusivamente para arrancar malas hierbas, pero

sabíamos muy poco sobre otros aspectos de la “jardinería y agricultura” del bienestar, sobre

cómo plantar o regar aquello que se quiere cosechar.

Los planteamientos de Seligman y Pawelski se relacionan con uno de los conceptos centrales de

la Psicología Positiva: el “florecimiento humano”. Fredrickson (2009) afirma que las personas

que “florecen” alcanzan niveles de funcionamiento extraordinarios, psicológica y socialmente. El

florecimiento va más allá de la felicidad o la satisfacción con la vida, porque no se queda en lo

individual: tiene un componente social ya que la gente que florece no solo se siente bien, sino

que hace el bien, tiene un impacto positivo en su entorno.

Como lo han expresado reconocidos autores dentro de la Psicología Positiva (Seligman, Parks y

Steen, 2004; Gable y Haidt, 2005), esta se propone contribuir a que la psicología sea una

disciplina más equilibrada, que estudie tanto las fuentes de la salud psicológica como las de las

dificultades, y que los psicólogos contemos con herramientas para mitigar el sufrimiento y

también para promover el bienestar. La psicoterapia informada por la PP puede ayudar a los

clientes tanto a superar las dificultades como a florecer.

Este capítulo trata de las aplicaciones de la Psicología Positiva a la psicoterapia. Se presentan

algunos de sus antecedentes y lo que distingue a la PP de otros enfoques; se plantean, además,

cuatro maneras como, a mi juicio, los terapeutas podemos incorporar la PP a nuestra práctica

profesional.

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Antecedentes <título>

Parafraseando a Ebbinghaus, Christopher Peterson (2006) afirma que la Psicología Positiva tiene

una historia corta, pero un pasado muy largo. Se refiere a que desde hace siglos los filósofos se

han preguntado qué constituye una buena vida y, dentro de la psicología, ha habido autores

interesados en el bienestar, como Carl Rogers, Abraham Maslow, Rollo May y Victor Frankl,

entre otros. Lo mismo podría decirse de la PP y la psicoterapia: desde hace tiempo hay escuelas

terapéuticas que no solo abordan el sufrimiento o la patología, sino que enfatizan aspectos

positivos de la experiencia humana. Pero lo que caracteriza a la PP, y lo que la distingue de otras

perspectivas, como la psicoterapia humanista o existencial, es que la PP está basada en la

investigación científica.

Tal vez la escuela terapéutica que con más frecuencia se ha asociado con la Psicología Positiva

sea el enfoque centrado en la persona, de Carl Rogers. Joseph y Linley (2006) en su libro

Positive Therapy comentan que las ideas de Rogers son el fundamento de su trabajo, pero que

creen que no hay una sola terapia positiva, sino que puede haber toda una constelación de

abordajes que comparten principios comunes, especialmente la premisa de que el cliente es el

mejor experto en sí mismo y que tiene los recursos para desarrollarse y crecer. Joseph y Linley

(2006) mencionan también entre los antecedentes de la terapia positiva el análisis transaccional,

de Berne, que parte de la premisa de que las personas esencialmente están bien. Seligman,

Rashid y Parks (2006) hablan de los precursores de la psicoterapia positiva e incluyen a Fordyce,

quien en los años setenta desarrolló una “intervención de felicidad” que incluía 14 tácticas, como

estar más activo, socializar más, crear relaciones profundas con los demás y tener un trabajo

significativo, entre otras, cuya efectividad fue probada. Tanto Seligman y colaboradores (2006)

como Joseph y Linley (2006) reconocen el trabajo de G. A. Fava quien, basado en la terapia

cognitiva conductual y ampliándola, creó de la terapia de bienestar (Wellness Therapy), que

consiste en desarrollar la capacidad para influir sobre el entorno, tener un propósito en la vida,

aceptarse a uno mismo y tener buenas relaciones interpersonales. La terapia de calidad de vida

(Quality of Life Therapy), de Michael Frisch (2006), es otro abordaje que integra la terapia

cognitivo conductual con el enfoque de calidad de vida. Otros enfoques compatibles con la

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terapia positiva, según Joseph y Linley (2006) serían la psicoterapia existencial, la entrevista

motivacional y la terapia centrada en soluciones.

Seligman, Rashid y Parks (2006) crearon la psicoterapia de psicología positiva (PPT o Positive

Psychology Therapy), una aplicación de la Psicología Positiva originalmente desarrollada para

aliviar la depresión. Su premisa principal es que la depresión se puede tratar de manera efectiva

no solo al reducir los síntomas negativos, sino primordialmente al fortalecer de manera directa

las emociones positivas, las fortalezas de carácter y el significado en la vida de los clientes.

desde mi perspectiva, las influencias más importantes hasta el momento en el desarrollo de la

psicoterapia positiva han sido la terapia humanista y la terapia cognitiva conductual, ya que

Martin Seligman ha sido un importante exponente del enfoque cognitivo conductual,

particularmente en su trabajo sobre la depresión y, más adelante, sobre el optimismo y la

resiliencia.

No obstante, considero que hay otros abordajes igualmente enriquecedores y compatibles con la

postura filosófica de la Psicología Positiva que todavía no han sido suficientemente incorporados

en la literatura: las terapias posmodernas, conversacionales o constructivas, como la terapia

colaborativa, la terapia narrativa y la terapia centrada en soluciones (Tarragona, 2006 y 2008).

Entre estas, la terapia centrada en soluciones sea probablemente la más conocida en el mundo de

la PP. Bill O´Hanlon con frecuencia hace presentaciones sobre la Psicología Positiva y la terapia

de posibilidades, y empiezan a difundirse otros enfoques socio-construccionistas, como la terapia

centrada en fortalezas (Strengths Centered Therapy), de Wong (Wong, 2006).

La indagación apreciativa (Appreciative Inquiry) (Cooperrider y Whitney, 2005) es una

metodología basada en el construccionismo social que ha tenido gran aceptación en el mundo de

la Psicología Positiva. Se ha empleado, sobre todo, en el trabajo con organizaciones, pero es

igualmente útil en el consultorio y sus premisas son las mismas que las de muchas de las terapias

posmodernas.Básicamente consiste en facilitar una conversación o exploración entorno a lo que

funciona bien en una organización. Se indaga sorbe los éxitos y los logros que hacen que este

grupo sea exitoso y aquello de lo que se sienten orgullosos.

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Particularmente, las terapias colaborativa, narrativa y la centrada en soluciones son “buenas

compañeras” para la Psicología Positiva por varias razones: han cuestionado el énfasis en la

patología y el déficit y, en contraste, proponen que la mayoría de las personas quieren tener vidas

plenas. Parten del supuesto de que existen diferentes historias sobre la identidad y que las

personas pueden acercarse a sus identidades preferidas. Exploran las soluciones y las

excepciones a los problemas, así como los valores, las metas y los anhelos de las personas.

Enfatizan la importancia del diálogo y las relaciones interpersonales en la generación de

significado en nuestras vidas. Valoran la curiosidad y la creatividad tanto en la vida de los

clientes como en el proceso terapéutico. A través de conversaciones generadoras, guiadas por la

curiosidad y el aprecio, se dan procesos de coexploración entre clientes y terapeutas, que

permiten la resignificación y la renarración de la experiencia para descubrir nuevas

posibilidades.

Comparto la posición de Joseph y Linley (2006) de que no hay una psicoterapia positiva, sino

una gama de posibilidades para trabajar en la terapia incorporando la Psicología Positiva.

Seligman (Wyatt, 2008) sostiene que las intervenciones positivas se pueden injertar en diferentes

modelos terapéuticos. Cuando oí esto por primera vez, no me gustó la imagen de “injertar”;

pensé que se refería a una cuestión médica, como un injerto de piel. Pero luego recordé que

Seligman es muy aficionado a la jardinería, especialmente a cultivar rosas, y entonces pensé en

otra acepción de “injertar”: los injertos que hacen los floricultores para crear nuevas y más

hermosas variedades de flores. Y esta imagen me gusta como inspiración sobre cómo la

Psicología Positiva puede enriquecer a la psicoterapia.

Considero que hay, al menos, cuatro maneras de incorporar la Psicología Positiva a la terapia: 1)

como una orientación general en nuestro trabajo; 2) como una fuente de información para

compartir y explorar con nuestros clientes; 3) como un conjunto de ejercicios o intervenciones

empíricamente validadas, y 4) como una forma de autoayuda acompañada. A continuación se

explicita cada una de estos abordajes.

1. La Psicología Positiva como una orientación general para la psicoterapia <título>

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En el sentido más amplio, Mihaly Csikszentmihalyi ha dicho que la Psicología Positiva es una

“orientación metafísica hacia lo bueno” (citado por Pawelski, 2008). Desde esta perspectiva, una

visión de la psicoterapia desde la PP implica un interés por explorar todo lo que es “bueno” y

funciona bien en la vida del cliente: qué le gusta hacer, qué hace bien, qué es lo que más disfruta,

cuáles son los valores más importantes en su vida, qué es lo que más aprecia, cuáles son sus

relaciones más significativas y por qué, etcétera.

Esta visión no sería exclusiva de la Psicología Positiva; tendría mucho en común con otros

enfoques terapéuticos, como la terapia existencial de Victor Frankl, las terapias humanistas y las

terapias posmodernas, entre otras. Pero lo que distinguiría a una terapia informada por la PP

serían las áreas de la vida sobre las que indaga, dónde pone el foco. En este caso serían los cuatro

pilares de la felicidad: la vida placentera (placeres y emociones positivas), la vida involucrada

(experiencias de flow y fortalezas personales), la vida con sentido (valores y trascendencia) y las

relaciones interpersonales positivas.

Lo más fascinante de la Psicología Positiva es el tipo de temas que estudia: la felicidad, las

experiencias óptimas, las emociones positivas, el optimismo, los valores, las metas y los logros,

el bienestar físico, la espiritualidad, las relaciones interpersonales positivas, las parejas felices, la

resiliencia, la creatividad, el desarrollo de talentos, el humor y la risa, entre otros. Considero que

una de las formas de hacer psicoterapia positiva tiene que ver con explorar junto con nuestros

clientes éstas áreas y experiencias en su vida. La exploración terapéutica informada por la PP no

consiste en aplicar una serie de técnicas específicas, sino que se trata de utilizar nuestras

habilidades de entrevista y conversación para indagar junto con nuestros clientes áreas de las que

tradicionalmente se habla poco en la terapia: ¿qué te hace feliz?, ¿cuáles han sido algunos de los

momentos de mayor satisfacción en tu vida?,¿ qué te ha permitido salir adelante ante la

adversidad?, ¿qué te hace reír?, ¿cuándo estás de buen humor?, ¿quiénes te apoyan en la

persecución de tus metas?, ¿con quiénes tienes las relaciones más cercanas?, ¿cómo se dan las

conversaciones más importantes para ti?, ¿cuándo estás más cerca de ser “tu mejor tú” (your best

self)?...

Se podría argumentar que esto no sería una terapia específica “de Psicología Positiva”. Este nivel

puede parecer el más simple, pero creo que es el que tiene implicaciones más profundas, pues

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supone un cambio en nuestra forma de ver y pensar en nuestros clientes. En la literatura de

terapia familiar con frecuencia se cita a Heinz Von Foerster (1984, citado en Anderson, 1997),

quien decía: “Creer para ver”. Si creemos que nuestros clientes tienen fortalezas, talentos,

resiliencia, metas y sueños, es más probable que los veamos y que podamos ayudarlos a que ellos

los aprecien y los aprovechen. Si nuestro marco de referencia prioriza los déficits y los

problemas, seguramente eso es lo que veremos con más claridad.

Desde mi punto de vista, la Psicología Positiva aporta a la psicoterapia una serie de parajes para

explorar, precisamente los temas que la PP estudia, pero a nivel “local” en la vida de la persona:

qué disfruta más; qué hace bien; qué experiencias le han traído satisfacciones especiales; cuáles

son sus relaciones más significativas; quiénes lo apoyan y enriquecen; cuáles son sus fortalezas

más importantes; en qué contextos se manifiestan más claramente; cuáles son los valores que

guían sus decisiones importantes; juega la espiritualidad un papel en su vida, cómo la entiende;

cúando siente emociones positivas; cómo ha logrado superar adversidades en su vida; cuál es su

definición de la felicidad, cómo ha variado a través de su vida… Así como los investigadores en

el mundo académico exploran y tratan de entender la felicidad, las experiencias de flow, los

talentos y fortalezas personales, las emociones positivas, etcétera, los terapeutas pueden hacer

una especie de etnografía con sus clientes, interesándose por conocer estos aspectos de sus vidas.

El estilo de preguntas que hagamos puede variar de acuerdo con el abordaje terapéutico que

prefiramos, pero la Psicología Positiva “pone el reflector” en ciertas áreas que son importantes y

que muchos procesos terapéuticos simplemente no exploran. Esto me recuerda la famosa historia

(derivada de un cuento sufí) del hombre que a media noche está en la calle, buscando algo bajo

una farola. Se acerca otro hombre y le pregunta:

—¿Qué hace?

—Pues, busco una llave que se me perdió.

—Ah, ¿se le cayó aquí?

—No, se me cayó por allá, pero este es el único lugar en el que hay luz.

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Si nuestros modelos solo “dan luz” en las áreas que están mal, probablemente no encontraremos

las llaves para el florecimiento de nuestros clientes.

Claro que, como bien apuntan Seligman et al. (2006), es importante que los clientes puedan

hablar de sus problemas, preocupaciones y experiencias dolorosas. Si solo les preguntáramos

sobre lo que va bien, es posible que se sintieran ignorados o no comprendidos. Sin embargo, es

diferente hablar casi exclusivamente de lo doloroso que hablar de las dificultades en un contexto

más amplio que incluya los aspectos positivos de la vida de la persona. En términos de la terapia

narrativa, hablar solo de lo problemático sería fortalecer una “historia dominante saturada de

problemas”, o tener una “descripción delgada” de la persona, mientras que explorar también

otros ámbitos de su vida nos puede hablar de acontecimientos que contradicen la historia

saturada de problemas, de posibles historias alternativas y darnos una descripción mas “gruesa” o

compleja de la persona, que incluya más facetas de esta y abarque más de su experiencia.

Si tenemos un “mapa” general de algunas de las áreas asociadas con el bienestar, podemos

visitar esos territorios cuando sean relevantes en las conversaciones con nuestros clientes. Por

ejemplo, una chica que en su tercera sesión me comentaba que sentía que muchas veces no

apreciaba todo lo que tenía y se enfocaba en lo que no había logrado, me hizo pensar en los

hallazgos sobre la gratitud, por lo que empezamos a hablar sobre ese tema.

Para sintetizar, la primera forma de incorporar la Psicología Positiva a práctica terapéutica es

ampliar el foco de nuestras preguntas para, además de preguntar sobre las dificultades, explorar,

con nuestro propio estilo, las áreas que se asocian con la felicidad y la “buena vida”: los placeres

y las emociones positivas, las experiencias de flow y las fortalezas de carácter, el sentido de

trascendencia y las relaciones interpersonales positivas.

2. La Psicología Positiva como fuente de información e inspiración para la psicoterapia

<título>

Otra manera de integrar la Psicología Positiva a nuestro trabajo como terapeutas sería ofrecer

ideas e información derivada de las investigaciones sobre el bienestar. Hoy en día contamos con

un importante acerbo de hallazgos científicos sobre los factores que contribuyen a la felicidad, el

bienestar y la satisfacción con la vida. Podemos poner estos conocimientos al servicio de

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nuestros clientes de diferentes maneras, dependiendo de sus preferencias y de nuestro estilo

terapéutico.

Podemos optar por un abordaje psicoeducativo e “instruir” a nuestros clientes sobre temas

relevantes para su situación, o recomendar libros o videos de Psicología Positiva. Desde una

postura colaborativa, me resulta interesante la postura de Harlene Anderson acerca de que las

ideas que aporta el terapeuta pueden ser material para el diálogo.1 Esto es, si lo que el cliente me

está contando me hace pensar en alguna investigación de PP, le puedo preguntar si le interesaría

que le comentara sobre el tema, de manera tal de poner esta información sobre la mesa para

explorar juntos su posible relevancia y utilidad.

La mayoría de los resultados de las investigaciones cuantitativas se reporta en términos de

medias, de distribuciones estadísticas, que pueden ser muy útiles para entender un fenómeno,

pero que no predicen nada sobre un individuo en lo particular. Así, comparto con mis clientes lo

que han encontrado ciertas investigaciones, pero no como “la última palabra” o la única

explicación, sino como una fuente interesante de información que puede ayudarlos a entender y

mejorar su situación. Tuve un cliente que vino a verme porque sentía que había perdido su

“chispa de la vida”. Mencionaba constantemente que se sentía aburrido. El escucharlo hablar de

cómo su trabajo ya no le resultaba interesante ni retador me hizo pensar en las investigaciones de

Csikszentmihalyi sobre el flow y el aburrimiento, y le pregunté si quería saber un poco sobre

estas cuestiones. Me dijo que sí y le conté sobre las ocasiones en las que estamos tan

concentrados en una actividad que parece que perdemos la noción del tiempo y que este tipo de

experiencias se producen cuando enfrentamos un reto relativamente alto y tenemos habilidades

bien desarrolladas para hacerlo. A mi cliente le interesó el tema; por casualidad yo tenía en la

oficina un ejemplar de Aprender a fluir (Csikszentmihalyi, 1998) y se lo presté. A la semana

siguiente regresó entusiasmado y me dijo que se había dado cuenta de que una de las cosas que le

hacían falta en su vida era tener más experiencias de flow. Esto sirvió de punto de partida para

explorar qué tipo de actividades le habían traído experiencias óptimas en el pasado y lo animó a

crear las condiciones para volver a tenerlas en su vida actual (Tarragona, 2008).

1 Ella dice “food for thought and dialogue”.

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Hay muchísima información derivada de las investigaciones en Psicología Positiva que puede ser

de utilidad a nuestros clientes. Para ofrecer solo algunos ejemplos, consideremos los siguientes.

Respecto de la vida placentera, las investigaciones indican que para maximizar el gozo de los

placeres podemos identificarlos, saborearlos (Bryantr y Veroff, 2006), crear recuerdos en torno a

ellos, compartirlos, describirlos detalladamente y dosificarlos. Podemos compartir esta

información con nuestros clientes y ayudarlos a identificar qué les brinda placer e intercambiar

ideas sobre cómo pueden disfrutar aún más.

Las investigaciones sobre las emociones están entre las que más pueden aportar a la promoción

del bienestar (véase el capítulo 3). Barbara Fredrickson habla de diez formas de positividad:

<ver diseño, puede ser simplemente una enumeración después de los dos puntos>

Gozo

Gratitud

Serenidad

Interés

Esperanza

Orgullo

Diversión

Inspiración

Asombro

Amor

Los estudios de Fredrickson sobre las emociones positivas han demostrado que éstas promueven

una mayor atención, mejor memoria, mayor fluidez verbal, mayor apertura a la información y

que “deshacen” los efectos fisiológicos de las emociones negativas. Fredrickson (2009) y sus

colaboradores han revisado todas las investigaciones realizadas sobre las emociones positivas

durante más de una década y concluyen que la positividad no solo se correlaciona con el éxito en

la vida, sino que lo predice. La positividad se correlaciona y predice la salud física, la

satisfacción marital y el salario, entre otras cosas.

Fredrickson (2009) ha encontrado que hay cierta proporción entre emociones positivas y

negativas que es muy importante para que las personas florezcan. Esta tasa o proporción de

positividad es de 3 a 1, o sea que las personas que florecen experimentan tres emociones

positivas por cada emoción negativa, mientras que quienes “languidecen” tiene una proporción

menor.

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Fredrickson ha creado un test para medir la tasa de positividad; incluido en su libro Vida positiva

(2009), también se puede contestar en línea (en inglés)2 en la siguiente página web:

www.positivityratio.com.

Podemos sugerirles a nuestros clientes que lleven un registro de su positividad durante varias

semanas para que se den cuenta de qué tipo de actividades, contextos y relaciones se asocian con

experimentar más emociones positivas. Más adelante, pueden hacer cosas específicas para

aumentar sus niveles de positividad. Fredrickson y Pawelski proponen crear “portafolios de

positividad”. Se trata de crear una especie de documento viviente para cada una de las diez

formas de positividad (gozo, gratitud, serenidad, interés, esperanza, orgullo, diversión,

inspiración, asombro y amor). Por ejemplo, si una persona quiere sentir más serenidad en su

vida, puede recortar fotos de lugares o personas que para ella evoquen esa sensación; puede

incluir también poesías o citas relacionadas con la serenidad, cartas o incluso música que la haga

sentir serena. El “portafolio” puede tomar diferentes formas: puede ser un álbum de fotos,

impresas o digitales, o una cajita en la que se guarden objetos que simbolicen esa emoción;

pueden ser imágenes y sonidos en una computadora que se usen como guarda-pantalla para

recordarnos la forma de positividad que queremos cultivar. Si los clientes traen a la sesión su

portafolio, este puede ser el punto de partida de conversaciones muy interesantes y significativas.

Fredrickson ha escrito un libro sobre cómo podemos aumentar la positividad en nuestra vida:

Vida positiva (2009). Entre las estrategias para reducir la negatividad, Fredrickson habla sobre

cómo cuestionar los pensamientos negativos, interrumpir el “rumiar”, desarrollar la conciencia

plena, evaluar los efectos de los medios de comunicación en nuestros estados de ánimo y revisar

nuestra “dieta de medios”. Para elevar la positividad, la investigadora recomienda encontrar

significados positivos, disfrutar lo bueno, contar nuestras bendiciones, ser amables, hacer lo que

nos apasiona, soñar con nuestro futuro, usar nuestras fortalezas, conectarnos con los demás y con

la naturaleza, y abrir la mente y el corazón. La obra de Fredrickson es una fuente invaluable de

ideas para el trabajo con clientes.

2 La versión en línea es más práctica porque reporta automáticamente la tasa de positividad, mientras que el test

de lápiz y papel se tiene que calificar manualmente.

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Las emociones positivas y los placeres son parte del primer pilar del bienestar. El segundo, el de

la vida comprometida (engagednt life), tiene que ver con las experiencias óptimas o de flow, y

con las fortalezas de carácter. Las investigaciones realizadas durante más de treinta años por

Mihaly Csikszentmihalyi y sus colegas en diferentes países han demostrado que las experiencias

óptimas (o de flow o flujo de la conciencia) se correlacionan altamente con el bienestar subjetivo

y la satisfacción con la vida (Csikszentmihalyi, 1998 y 2005; Csikszentmihalyi y

Csikszentmihalyi, 1998; Nakamura y Csikszentmihalyi, 2002). Aportar lo que sabemos sobre

estos temas puede ser sumamente útil en el proceso terapéutico. Podemos indagar, por ejemplo,

sobre las experiencias de flow de nuestros clientes a través de preguntas sencillas como:

¿Hay veces en las que está haciendo algo y...

o pierde la noción del tiempo?

o está totalmente concentrado en lo que hace?

o no se está juzgando en el proceso?

La mayoría de las personas pueden identificar rápidamente cuándo tienen experiencias de este

tipo: al pintar, tejer, cocinar, charlar con amigos, escribir, preparar una clase, hacer ejercicio…

Las posibilidades son ilimitadas y distintas para cada persona. Lo que a alguien le produce flow a

otro le puede parecer aburrido o frustrante.

Para hacer más claro qué es el flow, podemos compartir una gráfica que ilustra cómo estas

experiencias se producen cuando tenemos un nivel relativamente alto de habilidad para realizar

una tarea que representa un reto de moderado a alto. Con frecuencia comparto con mis clientes el

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siguiente diagrama:

Entusiasmo

Ansiedad

Preocupación

ApatíaAburrimiento

Relajación

Control

FLOW

bajas Habilidades altas

baj

os

Ret

os

alt

os

Diagrama 1: Tipos de experiencia en función de la relación entre habilidades y retos. Basado en

Csikszentmihalyi (2003).

Podemos ayudar a nuestros clientes a identificar qué les produce experiencias óptimas, bien sea a

través de una entrevista, o bien invitándolos a que lleven un diario durante un par de semanas en

el que escriban brevemente todo lo que hicieron cada día y observen cuándo tienen experiencias

de flow.

Una vez identificadas tanto sus experiencias de flow actuales como aquellas actividades que

solían traerles flow en el pasado y que tal vez han abandonado, pueden planear actividades que

promuevan el flow en su vida. Algunas personas tienen experiencias de flow en el trabajo, y esto

les trae muchas satisfacciones. Pero muchas personas suelen tener experiencias de flow en otros

momentos, fuera del trabajo, por ejemplo, dedicándose a sus pasatiempos o al deporte. Mihaly

Csikszentmihalyi (1998) sostiene que es importante planear nuestro tiempo libre con tanto

cuidado como nuestras horas de trabajo. “No hacer nada” de vez en cuando nos puede dar un

merecido descanso, pero en general, si estructuramos nuestro tiempo libre, tendemos a sentirnos

mejor. Uno de los aspectos interesantes del flow es que no se trata de algo estático, sino que

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depende de la relación dinámica entre el nivel de habilidad y el nivel de reto de una actividad.

Así, para lograr tener experiencias de flow podemos desarrollar nuestras habilidades y/o

aumentar los retos a los que nos enfrentamos.

Otro aspecto importante de la vida comprometida tiene que ver con las fortalezas de carácter

(Véase el capítulo 5). En español a veces usamos la palabra carácter para referirnos al mal

talante (“es de carácter muy fuerte”), pero el término carácter, en inglés, se refiere a las

cualidades morales o éticas de una persona. Peterson, Seligman y sus colaboradores (Peterson y

Seligman, 2004) se dieron a la tarea de revisar cuidadosamente diferentes fuentes (desde los

grandes textos religiosos de Oriente y Occidente, literatura de ficción, libros de autoayuda, ¡hasta

el manual de los boy scouts!) para ver si podían encontrar ciertas fortalezas de las personas que

cumplieran los siguientes requisitos: ser valoradas en casi todas las culturas; ser consideradas

cualidades valiosas por ellas mismas, no como medios para otros fines; y ser maleables,

susceptibles de desarrollo. Encontraron que, efectivamente, de fuentes muy diversas surgían una

y otra vez ciertas cualidades morales casi universalmente valoradas, que ellos clasificaron en

veinticuatro fortalezas de carácter, a su vez agrupadas en seis grandes virtudes:

Virtud Fortaleza

Coraje

Valentía

Persistencia

Integridad

Vitalidad

Justicia

Ciudadanía

Liderazgo

Imparcialidad

Humanidad Amor

Bondad

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Inteligencia social

Sabiduría

Perspectiva

Apertura mental

Amor por el saber

Curiosidad

Creatividad

Templanza

Clemencia

Humildad

Prudencia

Autorregulación

Trascendencia

Apreciación

Gratitud

Esperanza

Humor

Espiritualidad

Tras generar esta clasificación de fortalezas y virtudes, el equipo de Peterson y Seligman

desarrolló un instrumento para medirlas. Se trata de un test ipsativo, es decir que no compara a la

persona con otras, sino que indica el orden relativo de sus propias fortalezas. El inventario se

llama VIA (del inglés, Values in Action, o valores en acción) y se puede contestar en línea (en

español, en www.authentichappiness.com

En la terapia, pedirle al cliente que responda al cuestionario VIA y que vea impresas sus

fortalezas de carácter generalmente es una experiencia muy significativa que puede ser el punto

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de partida de muchas conversaciones terapéuticas. Me parece conveniente que sea el cliente

quien tenga la última palabra, así que generalmente le pregunto qué le parecieron los resultados,

si algo lo sorprendió o le corroboró lo que él esperaba. Se puede explorar de qué manera esas

fortalezas lo pueden ayudar a enfrentar la dificultad que lo trae a terapia, o a lograr sus objetivos

y metas. Podemos indagar sobre la historia de sus fortalezas y cómo las ha desarrollado.

También es interesante aprender sobre los aspectos interpersonales de las fortalezas: quiénes lo

ayudan a ejercerlas o a desarrollarlas, en cuáles de sus relaciones se hacen más evidentes ciertas

fortalezas personales. Suelo hacer una entrevista basada en las prácticas narrativas (Tarragona,

en prensa), que enfatizan que las cualidades de las personas no son “sustancias” que los

individuos contienen, sino que las fortalezas se ejercen, se implementan en la acción y en las

relaciones con otras personas.

Existen muchas intervenciones terapéuticas basadas en las fortalezas de carácter. Algunas, las

llamadas “intervenciones positivas”, se han estudiado de manera sistemática, por lo que se

discuten en detalle en la siguiente sección. Sin embargo, hay otros ejercicios basados en las

fortalezas, pero cuya efectividad no se ha estudiado de manera rigurosa, como los que se

mencionan a continuación

Contar “historias de fortalezas” (Pawelski, 2008) es un ejercicio originalmente concebido como

una actividad educativa, pero se puede adaptar al consultorio. Consiste en lo siguiente: se le pide

al cliente que escoja una de sus fortalezas personales, pero que no nos diga cuál es. Durante unos

minutos, tiene que contarnos sobre alguna ocasión en la que haya usado bien esta fortaleza

personal (otra manera de invitar el relato es pedirle que nos cuente una historia de él o ella “en su

mejor faceta”). Mientras tanto, el terapeuta escucha con atención, poniendo especial interés en

las fortalezas. Cuando la historia termina, ayuda al cliente a saborearla y comparte con él las

fortalezas que observó.

Otro ejercicio propuesto por Pawelski (2008), que se puede convertir en tarea terapéutica, es la

“cita de fortalezas”: se les pide a los miembros de una pareja (o a un par de amigos) que planeen

una cita en torno a una fortaleza especial de uno de ellos. Para la siguiente vez tendrán que

planear una actividad o salida relacionada con alguna fortaleza del otro. Por ejemplo, si una de

las fortalezas de Juan es la apreciación de la belleza y la excelencia, él y su esposa Carla pueden

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planear una visita a un museo. Si una de las fortalezas principales de Carla es la bondad y la

generosidad, podrían acordar pasar el domingo siguiente como voluntarios en una organización

caritativa. A veces se pueden encontrar actividades que nutran las fortalezas de ambas partes.

Nansook Park (Park, 2009) propone una actividad familiar similar: que las familias planeen

salidas o actividades relacionadas con las fortalezas de uno de sus miembros, que se irán

turnando. Seligman y colaboradores (Seligman, Rashid y Parks, 2006) también usan un ejercicio

sobre las fortalezas de los diferentes miembros de la familia: cada uno responde al cuestionario

VIA y después dibujan un árbol genealógico con las fortalezas de cada integrante y organizan

una reunión familiar para hablar sobre ellas. Elena Fernández y yo (Fernández y Tarragona,

2005) hacemos algo similar: usamos el familiograma o genograma con un giro positivo. Bien sea

en el entrenamiento de terapeutas familiares, o en la terapia, podemos hacer un genograma que

se centre en las fortalezas y valores que se han transmitido en una familia a través de las

generaciones. En muchos programas de formación de terapeutas familiares es un requisito que

los terapeutas en entrenamiento hagan “trabajo de familia de origen”. En nuestra experiencia,

este tipo de trabajo generalmente se centra en encontrar las disfunciones y déficits de la familia

de origen del terapeuta, y proponemos, como lo hace la Psicología Positiva, un trabajo más

balanceado, que también contemple los legados positivos de las familias.

La tercera vertiente de la buena vida tiene que ver con el sentido y la trascendencia, con aquello

que le da le da significado a nuestra vida. La vida con significado generalmente tiene que ver con

el sentirnos conectados con algo superior a nosotros y con ser parte de proyectos y actividades

que aportan algo a los demás. Algunos de los ejemplos más evidentes son la espiritualidad, el

contacto con la naturaleza, la religión, la política, la familia y las actividades prosociales, como

el trabajo voluntario o el “buen trabajo” (aquel que no solo se hace bien, sino que hace el bien)

(Gardner, Csikszentmihalyi y Damon, 2001).

Las investigaciones de Michael Steger y sus colaboradores (Bryan J. Dik, 2008) y de A.

Wrzesniewski, entre otras, han estudiado la importancia del trabajo, del significado que le

otorgamos y cómo se relaciona con el bienestar. Wrzesniewski (Wrzesniewski, McCauley, Rozin

y Schwartz, 1997) ha encontrado diferencias significativas en las actitudes personales y laborales

de quienes ven su trabajo como un “empleo”, como una “carrera” o como una “vocación”. Los

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que ven su trabajo como una vocación tienden a estar más satisfechos. Hablar con nuestros

clientes sobre cómo conciben su trabajo y cómo pueden hacerlo más significativo puede llevar a

descubrimientos muy interesantes en la terapia.

Seligman y su equipo (Seligman, Rashid y Parks, 2006) estudiaron la correlación entre la

sensación de falta de significado en la vida y la depresión, y encontraron que sus sujetos

deprimidos reportaban niveles considerablemente menores de significado que otras personas no

deprimidas, tanto entre pacientes psiquiátricos no deprimidos como en una población no

psiquiátrica no deprimida. Descubrieron también que la búsqueda de significado y la vida

involucrada se correlacionaban de manera importante con el sentirse más satisfecho en la vida y

tener menos depresión. Un ejercicio desarrollado por Seligman, Rashid y Parks (2006) que ayuda

a las personas a pensar en el sentido de su vida consiste en que cada una escriba su obituario. Se

les pide que imaginen que han muerto tras tener una vida fructífera y satisfactoria. ¿Qué querrían

que dijera su obituario? Se recomienda que escriban un ensayo de una o dos páginas al respecto.

Cada vez hay más evidencia, proveniente tanto de la Psicología Positiva como de otras

disciplinas, sobre los beneficios de la meditación (Ben Shahar, 2008; Lyubomirsky, 2008).

Barbara Fredrickson (2009) ha documentado cómo la meditación Metta (o Loving Kindness

Meditation) eleva los niveles de positividad. Podemos explorar con nuestros clientes,

especialmente si se sienten deprimidos o ansiosos, si practican alguna forma de meditación y

poner a su servicio recursos para aprender a meditar, por ejemplo, sitios web que ofrecen

meditaciones guiadas.

El cuarto pilar del bienestar, según Seligman (2009), es el de las relaciones interpersonales

positivas. La Psicología Positiva en general ha tenido un enfoque individual (o individualista),

pero recientemente ha aumentado el interés por estudiar y comprender las relaciones

interpersonales que tanto influyen sobre el bienestar. Durante años, Christopher Peterson ha

tenido como mantra la frase “other people matter” (“los demás importan”) y dice que esas tres

palabras realmente son el resumen de la PP (Peterson, 2006).

Algunas de las investigaciones más sólidas sobre las relaciones interpersonales positivas son las

hechas por el psicólogo John Gottman en su “laboratorio del amor” en la Universidad de

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Washington. Gottman y su equipo pueden predecir con una confiabilidad sorprendente si una

pareja seguirá junta felizmente o se separará, y han encontrado que la clave está en la proporción

de interacciones positivas a negativas que tienen los integrantes de la pareja. Las parejas felices

tienen una tasa de 5 a 1, es decir, cinco interacciones positivas por cada interacción negativa.

Gottman y sus colaboradores (Gottman y Silver, 1999) han desarrollados una serie de ejercicios,

basados en sus investigaciones, para ayudar a las parejas a reparar y mejorar sus relaciones. En

nuestro trabajo terapéutico con parejas podemos compartir los hallazgos de Gottman e

implementar sus ejercicios, por ejemplo, el de fortalecer los “mapas del amor”, nutrir el cariño y

la admiración, o dejar que nuestro cónyuge influya sobre nosotros.

Shelley Gable ha realizado investigaciones sobre las respuestas de las personas ante las noticias

que les dan sus parejas. Ante una noticia buena, por ejemplo, un ascenso en el trabajo, hay cuatro

tipos de respuesta: la activa-constructiva (una respuesta entusiasta como “¡Qué bueno, ¡te lo

merecías!”); la respuesta activa-destructiva (“¡Ay! seguro vas a tener que pasar más horas en la

oficina ahora…”); la respuesta pasiva-constructiva (“Ah, qué bien”), y la pasiva-destructiva (no

responder o hablar de otra cosa, “Cómo me duele la cabeza”). Como es de esperarse, las parejas

que usan más las respuestas activas-constructivas tienen relaciones más felices. Seligman y su

equipo usan una intervención en la que les enseñan a los clientes a responder de manera activa-

constructiva y a aplicar esto en sus relaciones con los demás (Seligman, Rashid y Parks, 2006).

Nosotros podemos hacer lo mismo con nuestros clientes.

3. Las “intervenciones positivas” o ejercicios de Psicología Positiva validados

empíricamente <título>

La tercera forma de incorporar la Psicología Positiva en la terapia tiene que ver con utilizar

actividades terapéuticas cuya efectividad ha sido comprobada. Las “intervenciones positivas”

son ejercicios basados en los hallazgos de la PP, que han sido diseñados específicamente para

promover el bienestar psicológico y que han sido “probados”, es decir que su efectividad ha sido

demostrada a través de experimentos científicos rigurosos. James Pawelski (2008) define una

intervención positiva como un “acto intencional, basado en la evidencia, diseñado para aumentar

el bienestar en poblaciones no clínicas” (a pesar de estar pensadas para poblaciones no clínicas,

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resulta que algunas de estas intervenciones son de gran utilidad también para las personas que

sufren de depresión, como se menciona más adelante).

A mí no me gusta mucho el término intervención. El propio Pawelski (2008) señala las

limitaciones de esta palabra: puede tener la implicación de que alguien de afuera le hace algo a la

persona o que se entromete, y además la palabra se puede asociar con una serie de prácticas

relacionadas con el tratamiento de las adicciones.3 Pero varios autores, como Seligman

(Seligman, Steen, Park y Peterson, 2005), Lyubomirsky (Lyubomirsky, 2008), Pawelski y sus

colaboradores usan la palabra intervención para describir los ejercicios diseñados para promover

el bienestar.

Algunas de las intervenciones positivas más estudiadas tienen que ver con las fortalezas de

carácter. Incluyen el diario de gratitud (también conocido como “las tres bendiciones”), la visita

de gratitud y el uso de una fortaleza de una manera distinta.

El diario de gratitud consiste en que la persona escriba cada noche, antes de irse a dormir, tres

cosas buenas que le hayan sucedido ese día y por qué sucedieron. Es recomendable hacerlo

durante una semana y al final de esta repasar la lista para ver si se identifican ciertos patrones

(Pawelski, 2008).

Existen variaciones de este ejercicio. Los autores con una orientación cognitiva conductual,

como Seligman, incluyen la parte de explicar por qué sucedieron las cosas buenas en el día, para

que la persona se dé cuenta de que tiene una influencia sobre su entorno. Otros autores, como

Emmons (2008) –con una visión más espiritual, en mi opinión–, no ponen ese requisito, más bien

sugieren que hay cosas que simplemente nos suceden sin haber hecho nada para merecerlas y

que son realmente “regalos”. También hay opiniones distintas sobre cuánto tiempo es deseable

hacer el ejercicio. Lyubomirsky (2008) enfatiza que es importante que el diario de gratitud no se

vuelva una rutina y señala que para muchas personas hacerlo una vez a la semana parece ser lo

óptimo, pero que cada uno tiene que encontrar la “dosis” y la forma ideal de hacerlo.

3 El término intervención se usa cuando la familia y un profesional se reúnen y sorprenden a la persona con un

problema de adicción, exigiéndole que entre a tratamiento. Este no es el significado que se le asigna a la idea de intervención en Psicología Positiva.

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Otra intervención basada en la importancia de la gratitud es la llamada “visita de gratitud”.

Pawelski (2008) la describe de esta manera:

<cita a bando>

Piensa en alguien que haya hecho algo importante por ti, pero a quien no le hayas dado

bien las gracias. Puede ser tu padre/madre, un amigo, un mentor, etcétera. Escribe en una

carta qué es exactamente lo que esta persona hizo por ti y las consecuencias específicas

que esto tuvo en tu vida. Pule la carta. ¡Hazla brillar! Es recomendable que tenga una

bonita presentación: escrita a mano en una tarjeta, usando caligrafía, enmarcada, etcétera.

Sin decirle a la persona por qué, haz una cita para reunirte con ella, por ejemplo, para

desayunar o tomar un café. Cuando se reúnan, léele tu carta de gratitud en voz alta.

Esta visita de gratitud suele ser una experiencia muy conmovedora, tanto para la persona que

escribe la carta como para el receptor.

Otra intervención relacionada con las fortalezas de carácter consiste en que la persona identifique

una de sus fortalezas más importantes (por ejemplo, una de las tres primeras en los resultados de

su cuestionario VIA), que describa cómo la usa normalmente, que haga una lluvia de ideas sobre

cómo podría implementarla de distintas maneras y que se comprometa a utilizar esa fortaleza de

una forma diferente durante una semana, dando ejemplos específicos y concretos sobre cómo lo

hará (Pawelski, 2008). Por ejemplo, si una de las fortalezas de Pedro es su sentido del humor y se

da cuenta de que lo usa mucho en casa y con los amigos, se podría comprometer a usar su

sentido del humor en el trabajo, contándoles un chiste a sus compañeros de la oficina cada día

durante una semana.

Seligman y colaboradores (Seligman, Steen, Park y Peterson, 2005) compararon

experimentalmente la efectividad de varias intervenciones positivas, entre ellas: el recordar

eventos tempranos de la vida (esta era la intervención placebo), las tres bendiciones o diario de

gratitud, la visita de gratitud y el usar una fortaleza de manera diferente. Diseñaron pruebas de

ensayos controlados aleatorios con más de 500 personas que participaron a través de internet.4

Los participantes completaron medidas de depresión y de felicidad, realizaron los ejercicios

durante una semana y tuvieron seguimiento a la semana, al mes y seis meses después del

experimento. Sus resultados indican que el recordar experiencias tempranas tuvo un efecto

4 Los autores explican que hay evidencia de que las muestras obtenidas y que participan a través de internet no

difieren significativamente de las muestras experimentales tradicionales.

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benéfico inmediato (tras la semana de realizar el ejercicio), pero que este no se mantiene más

tiempo. Realizar la visita de gratitud tiene un fuerte impacto positivo: se correlacionó

significativamente con un marcado aumento en la felicidad, que se mantuvo un mes después de

la intervención. El llevar el diario de gratitud también tuvo un efecto positivo: aumentó el nivel

de felicidad de los participantes con un efecto que se empezó a notar a un mes de haberlo

realizado y que duró seis meses más. La intervención sobre la fortaleza de carácter tuvo un

impacto similar: cuando los participantes usaron una de sus fortalezas de manera diferente a la

habitual, los efectos inmediatos no fueron tan pronunciados como con el diario de gratitud, pero

después de uno, tres y seis meses, estaban menos deprimidos y más felices que al iniciar la

investigación.

Los autores de esta investigación –Seligman, Steen, Park y Peterson (2005)– señalan que los

efectos positivos de las intervenciones se produjeron sin que participara terapeuta alguno, lo que

sugiere que puede haber “ingredientes” específicos para elevar el bienestar muy importantes que

no dependen de la relación terapéutica. Pero piensan que no sería raro que en manos de

terapeutas experimentados, este tipo de intervenciones tuvieran resultados aún mejores.

En una investigación posterior, Seligman y sus colegas (Seligman, Rashid y Parks, 2006)

estudiaron los efectos de las intervenciones positivas específicamente con personas con

depresión moderada y severa. Implementaron un programa de terapia de Psicología Positiva

(PPT) de grupo en el que participaron cuarenta estudiantes universitarios que cumplían con los

criterios de depresión moderada. El tratamiento consistía en seis sesiones semanales de dos horas

cada una, en las que los participantes tenían que realizar un ejercicio de PP por semana. Los

ejercicios eran: usar una fortaleza de manera diferente, llevar el diario de gratitud, hacer la visita

de gratitud, escribir su obituario, responder de manera constructiva y activa al menos una vez al

día y saborear. También aplicaron la terapia de Psicología Positiva de manera individual, a

personas con depresión severa, durante un promedio de doce sesiones, y encontraron que los

síntomas depresivos mejoraban y había más remisiones que con el tratamiento “normal” y que

con la terapia normal más medicamentos. La terapia de Psicología Positiva en grupo, que se

ofreció a estudiantes con depresión moderada, tuvo éxito en la reducción de los síntomas y se

correlacionó con aumentos significativos en la satisfacción con la vida en los participantes,

Page 23: Psicologia Positiva y Psicoterapia

23

comparada con el grupo control. La mejoría en ambos casos (terapia de Psicología Positiva

grupal e individual) duró, por lo menos, un año después del tratamiento.

Como se ve, los resultados obtenidos con las intervenciones positivas son sumamente

prometedores, pues logran mejorías equivalentes o incluso superiores a las terapias tradicionales.

4. La Psicología Positiva como una forma de autoayuda acompañada <título>

La cuarta posibilidad de incorporar la Psicología Positiva a la terapia es como una forma de

biblioterapia o lo que llamo “autoayuda acompañada”. Los libros de autoayuda constituyen una

verdadera industria, pero hasta hace poco ha sido muy poco confiable. Algunos autores pueden

ser muy buenos, pero muchos otros ofrecen consejos sin ninguna base. La PP está contribuyendo

a cambiar este estado de cosas, porque afortunadamente varios de los investigadores más

importantes de este campo, así como distinguidos profesionales de la PP, han escrito libros

excelentes. Sus obras tienen un sustento científico y están escritas para que el público en general

pueda beneficiarse de lo que la PP ofrece. Algunos de mis favoritos son: La ciencia de la

felicidad, de Sonja Lyubomirsky (2008); La vida positiva, de Barbara Fredrickson (2009); Ganar

felicidad, de Tal Ben-Shahar (2008); La auténtica felicidad, de Martin Seligman (2002);

Creating your Best Life, de Caroline Miller y Michael Frisch (2009); ¡Gracias!, de Robert

Emmons (2008) y Aprender a fluir, de Mihaly Csikszentmihalyi (1998).

Podemos aprovechar estos magníficos libros de diferentes maneras: como complemento de lo

que hablamos en alguna sesión, o como proyectos que nuestros clientes pueden emprender y que

le pueden dar estructura a nuestro trabajo conjunto. Por ejemplo, pueden escoger experimentar

con algunas de las actividades propuestas por Fredrickson, Lyubomirsky o Ben-Shahar durante

la semana y cuando nos veamos podemos hablar de cómo fue la experiencia para ellos: qué les

funcionó, qué les hizo sentir y pensar, qué reflexiones tienen al respecto.

También podemos aprovechar los recursos en línea, como el test para dar seguimiento a los

niveles de positividad, de Fredrickson (www.positivityratio.com); los diarios de gratitud y listas

de metas, de Caroline Miller (www.carolinemiller.com), o los tests de felicidad, satisfacción y

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24

otros disponibles en www.authentichapiness.com, para darle continuidad al trabajo terapéutico

fuera de las sesiones.

A modo de cierre <título>

En este capítulo he propuesto que hay un continuum de estructura o dirección en el que el

terapeuta se puede mover al aplicar la Psicología Positiva en su trabajo. En el extremo menos

interventivo estaría la exploración de las experiencias del cliente, simplemente teniendo los oídos

y los ojos bien abiertos para escuchar y ver lo relacionado con el bienestar, para explorarlo de

manera conjunta. Un nivel más estructurado podría ser preguntar deliberadamente sobre los

cuatro pilares de la felicidad. Un punto intermedio de influencia por parte del terapeuta podría

ser el introducir a la conversación terapéutica información derivada de la PP, bien sea con un

estilo psicoeducativo o como material para el diálogo. Y el extremo más directivo sería el uso de

intervenciones positivas, estrategias prediseñadas que se le pide al cliente que siga para lograr

ciertos resultados esperados.

Como en este capítulo se mencionó la metáfora de Pawelski sobre las hierbas y las semillas; la

analogía de los injertos en el cultivo de las rosas, de Seligman, y la noción del florecimiento

humano, de Fredrickson, he quedado sensibilizada al reino vegetal y se me ocurre otra imagen

para resumir este trabajo: cuando hablamos de la Psicología Positiva como una orientación

general para la terapia, podríamos pensar en el terapeuta como un buen botánico que explora el

terreno para conocer la flora local. Con cuidado y curiosidad, terapeuta y cliente caminan con los

ojos abiertos para conocer las flores y plantas que se dan en ese terreno (la vida del cliente),

sabiendo que hay algunas que no se ven si no se pone atención. La Psicología Positiva puede

ofrecer una guía o un mapa sobre algunas áreas que puede ser especialmente interesante visitar

junto con el consultante. Al hablar de la Psicología Positiva como fuente de información,

imagino a ese mismo botánico que no solo explora la flora, sino que ahora le “agrega” algo: la

riega o la abona. Si introducimos ideas derivadas de las investigaciones en PP, puede que las

plantas que ya están creciendo, se den todavía mejor. Al pensar en las intervenciones positivas, el

botánico asume más bien el papel de jardinero y hace cosas de manera propositiva para

Page 25: Psicologia Positiva y Psicoterapia

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modificar algunas de las plantas del lugar: las poda, o planta ciertas semillas nuevas o incluso

hace algún injerto. ¿Y respecto de la autoayuda acompañada? Digamos que sería como

recomendarle al dueño del jardín que lea un buen libro de horticultura.

Claro que esta analogía es muy limitada y simplista. Un botánico puede observar solo viendo y,

si es cuidadoso, puede que no modifique las plantas que estudia. Pero como terapeutas, nuestro

instrumento de indagación es la palabra y cuando hablamos con alguien, aunque nuestra

intención sea solo recabar información, las preguntas y la conversación van generando

experiencias tanto en el entrevistado como en nosotros mismos. Es inevitable que al hablar

tengamos un impacto el uno en el otro. Como dice William Madsen (2003), “cada interacción es

una intervención”. En este caso, simplemente preguntar sobre lo que una persona disfruta o

cuáles son sus fortalezas puede disparar nuevas ideas y emociones en el cliente.

Creo que la Psicología Positiva puede tener un impacto transformador no solo en la vida de los

clientes y de los terapeutas, sino también en la cultura de la psicoterapia y aun en la definición de

esta como profesión. Seligman, Steen, Park y Peterson (2005) afirman que durante años se ha

visto a la psicoterapia como el lugar al que la gente va a hablar de sus problemas, pero que la

psicoterapia del futuro tal vez puede ser también el sitio al que la gente va a hablar sobre sus

fortalezas.

Si exprimimos hasta el final las metáforas de las plantas, las rosas y el florecimiento que han

guiado este capítulo, tal vez podríamos imaginar que la terapia del futuro no se sentiría tanto

como un hospital, sino más bien como un invernadero.

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