Pulgarcita - Cuentos infantiles · 2020. 8. 30. · pantanosas; un verdadero cenagal, y allí...

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Pulgarcita ____________________________ Hans Christian Andersen

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Pulgarcita

____________________________ Hans Christian Andersen

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Érase una vez una mujer que anhelaba tenerunniño,peronosabíadónde irloabuscar.Alfin se decidió a acudir a una vieja bruja y ledijo:

—Me gustaría mucho tener un niño; dimecómolohedehacer.

—Sí,serámuyfácil—respondiólabruja—.Ahítienesungranodecebada;noescomolaquecreceenelcampodellabriego,nilaquecomenlos pollos. Plántalo en una maceta y verásmaravillas.

—Muchas gracias —dijo la mujer; dio docesueldosa laviejaysevolvióacasa;sembróelgrano de cebada, y brotó enseguida una florgrande y espléndida, parecida a un tulipán,sólo que tenía los pétalos apretadamentecerrados,cualsifuesetodavíauncapullo.

—¡Qué flor tan bonita!—exclamó lamujer, ybesóaquellospétalosrojosyamarillos;yenelmismomomentoenquelostocaronsuslabios,abrióselaflorconunchasquido.Eraenefecto,untulipán,a juzgarporsuaspecto,peroenelcentro del cáliz, sentada sobre los verdesestambres,veíaseunaniñapequeñísima,linda

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ygentil,nomáslargaqueundedopulgar;poresolallamaronPulgarcita.

Ledioporcunaunapreciosacáscaradenuez,muybienbarnizada;azuleshojuelasdevioletafueron su colchón, y un pétalo de rosa, elcubrecama. Allí dormía de noche, y de díajugabasobrelamesa,enlacuallamujerhabíapuestounplatoceñidoconunagrancoronadeflores, cuyos peciolos estaban sumergidos enagua; una hoja de tulipán flotaba a modo debarquilla,enlaquePulgarcitapodíanavegardeunbordealotrodelplato,usandocomoremosdos blancas crines de caballo. Era unamaravilla.Y sabíacantar,además,convoz tandulceydelicadacomojamássehayaoído.

Unanoche,mientras lapequeñueladormíaensu camita, presentóse un sapo, que saltó poruncristalrotodelaventana.Erafeo,gordoteyviscoso; y vino a saltar sobre la mesa dondePulgarcitadormíabajosurojopétaloderosa.

«¡Seríaunabonitamujerparamihijo!»,dijoseelsapo,y,cargandoconlacáscaradenuezenquedormíalaniña,saltóaljardínporelmismocristalroto.

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Cruzabael jardínunarroyo,anchoydeorillaspantanosas;unverdaderocenagal,yallívivíaelsapocon suhijo. ¡Uf!, ¡yqué feoyasquerosoera el bicho! ¡igual que su padre! «¡Croak,croak, brekkerekekex!», fue todo lo que supodecir cuando vio a la niñita en la cáscara denuez.

—Hablamásquedo,novayasadespertarla—le advirtió el viejo sapo—. Aún se nos podríaescapar, pues es ligera como un plumón decisne. La pondremos sobre un pétalo denenúfarenmediodelarroyo;allí estarácomoen una isla, ligera y menudita como es, y nopodrá huir mientras nosotros arreglamos lasala que ha de ser vuestra habitación debajodelcenagal.

Crecíanenmediodelríomuchosnenúfares,deanchashojasverdes,queparecíannadaren lasuperficiedelagua;elmásgrandedetodoseratambién el más alejado, y éste eligió el viejosapoparadepositarencimalacáscaradenuezconPulgarcita.

Cuandosehizodedíadespertólapequeña,yalver donde se encontraba prorrumpió a lloraramargamente, pues por todas partes el agua

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rodeabalagranhojaverdeynohabíamododeganartierrafirme.

Mientras tanto, el viejo sapo, allá enel fondodel pantano, arreglaba su habitación conjuncos y flores amarillas; había que adornarlamuy bien para la nuera. Cuando huboterminadonadóconsufeohijohacialahojaenquesehallabaPulgarcita.Queríantrasladarsulindolechoalacámaranupcial,antesdequelanovia entrara en ella. El viejo sapo,inclinándoseprofundamenteenelagua,dijo:

—Aquítepresentoamihijo;serátumarido,yviviréismuyfelicesenelcenagal.

—¡Coax, coax, brekkerekekex! —fue todo loque supo añadir el hijo. Cogieron la graciosacamitayecharonanadarconella;Pulgarcitasequedósolaenlahoja, llorando,puesnopodíaavenirseavivirconaquelrepugnantesaponiaaceptarpormaridoasuhijo,tanfeo.

Lospececillosquenadabanporallíhabíanvistoal sapo y oído sus palabras, y asomaban lascabezas, llenosde curiosidadpor conocera lapequeña.Alverlatanhermosa, lesdio lástimay les dolió que hubiese de vivir entre el lodo,

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en compañía del horrible sapo. ¡Había queimpedirloa todacosta!Sereunierontodosenelagua,alrededordelverdetalloquesosteníala hoja, lo cortaron con los dientes y la hojasalióflotandoríoabajo,llevándoseaPulgarcitafueradelalcancedelsapo.

Ensubarquilla,Pulgarcitapasópordelantedemuchasciudades,ylospajaritos,alverladesdesus zarzas, cantaban: «¡Qué niña máspreciosa!». Y la hoja seguía su rumbo sindetenerse,yasísalióPulgarcitadelasfronterasdelpaís.

Una bonita mariposa blanca, que andabarevoloteando por aquellos contornos, vino apararse sobre la hoja, pues le había gustadoPulgarcita.Éstasesentíaahoramuycontenta,libreyadelsapo;porotraparte,¡eratanbelloelpaisaje!Elsolenviabasusrayosalrío,cuyasaguas refulgíancomooropurísimo.Laniñasedesatóelcinturón,atóunextremoentornoalamariposayelotroalahoja;yasílabarquillaavanzabamuchomásrápida.

Más he aquí que pasó volando un granabejorro, y, al verla, rodeó con sus garras suesbelto cuerpecito y fue a depositarlo en un

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árbol, mientras la hoja de nenúfar seguíaflotando amerced de la corriente, remolcadaporlamariposa,quenopodíasoltarse.

¡QuésustoeldelapobrePulgarcita,cuandoelabejorro se la llevó volandohacia el árbol! Loque más la apenaba era la linda mariposablanca atada al pétalo, pues si no lograbasoltarse moriría de hambre. Al abejorro, encambio, le tenía aquello sin cuidado. Posóseconsucargaenlahojamásgrandeyverdedelárbol,regalóalaniñaconeldulcenéctardelasfloresyledijoqueeramuybonita,aunqueennada se parecía a un abejorro. Más tardellegaronlosdemáscompañerosquehabitabanenelárbol;todosqueríanverla.Ylaestuvieroncontemplando, y las damitas abejorrasexclamaron,arrugandolasantenas:

—¡Sólo tiene dos piernas; quémiseria!—¡Notieneantenas!—,observóotra.—

¡Qué talla más delgada, parece un hombre!¡Uf,quefea!—decíantodaslasabejorras.

Y, sinembargo,Pulgarcitaera lindísima.Así lopensaba también el abejorro que la habíaraptado; pero viendo que todos los demás

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decíanqueerafea,acabóporcreérseloyyanola quiso. Podía marcharse adonde leapeteciera.Labajó,pues,alpiedelárbol,y ladepositó sobre una margarita. La pobre sequedó llorando, pues era tan fea que ni losabejorros querían saber nada de ella. Y laverdadesquenosehavistocosamásbonita,exquisita y límpida, tanto como el más bellopétaloderosa.

Todo el verano se pasó la pobre Pulgarcitacompletamente sola en el inmenso bosque.Trenzóseuna cama con tallos dehierbas, quesuspendió de una hoja de acedera, pararesguardarse de la lluvia; para comer recogíanéctardelasfloresybebíadelrocíoquetodaslas mañanas se depositaba en las hojas. Asítranscurrieronelveranoyelotoño;peroluegovino el invierno, el frío y largo invierno. Lospájaros, que tan armoniosamente habíancantado,semarcharon; losárbolesy lasfloresse secaron; la hoja de acedera que le habíaservido de cobijo se arrugó y contrajo, y sóloquedóun tallo amarillo ymarchito. Pulgarcitapasaba un frío horrible, pues tenía todos losvestidos rotos; estaba condenada a helarse,

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frágilypequeñacomoera.Comenzóanevar,ycada copo de nieve que le caía encima eracomo si a nosotros nos echaran toda unapalada, pues nosotros somos grandes, y ellaapenasmedíaunapulgada.Envolvióseenunahoja seca, pero no conseguía entrar en calor;tiritabadefrío.

Juntoalbosqueextendíaseungrancampodetrigo; lo habían segado hacía tiempo, y sóloasomaban de la tierra helada los rastrojosdesnudos y secos. Para la pequeña era comoun nuevo bosque, por el que se adentró, y¡cómo tiritaba! Llegó frente a la puerta delratóndecampo,queteníaunagujeritodebajode los rastrojos. Allí vivía el ratón, biencalentito y confortable, con una habitaciónllena de grano, una magnífica cocina y uncomedor.LapobrePulgarcitallamóalapuertacomo una pordiosera y pidió un trocito degrano de cebada, pues llevaba dos días sinprobarbocado…

—¡Pobrepequeña!—exclamóelratón,queeraya viejo, y bueno en el fondo—, entra en micasa, que está bien caldeada y comerásconmigo. —Y como le fuese simpática

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Pulgarcita, le dijo—: Puedes pasar el inviernoaquí, si quieres cuidar de la limpieza de micasa, y me explicas cuentos, que me gustanmucho.

Pulgarcitahizo loqueelviejo ratón lepedíaylopasólamardebien.

—Hoytendremosvisita—dijoundíaelratón—. Mi vecino suele venir todas las semanas averme. Es aúnmás ricoqueyo; tienegrandessalones y lleva una hermosa casaca deterciopelo negro. Si lo quisieras por maridonada te faltaría. Sólo que es ciego; habrás deexplicarlelashistoriasmásbonitasquesepas.

Pero a Pulgarcita le interesaba muy poco elvecino,pueserauntopo.

Éste vino, en efecto, de visita, con su negracasaca de terciopelo. Era rico e instruido, dijoelratóndecampo;teníaunacasaveintevecesmayorquelasuya.Cienciaposeíamucha,masnopodíasufrirelsolni lasbellasflores,de lasque hablaba con desprecio, pues no las habíavistonunca.

Pulgarcita hubo de cantar, y entonó «Elabejorroechóavolar»y«El frailedescalzova

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campoatravés».Eltoposeenamoródelaniñapor su hermosa voz, pero nada dijo, pues eracircunspecto.

Poco antes había excavado una larga galeríasubterránea desde su casa a la del vecino einvitó al ratóny aPulgarcita apasearporellasiempre que les viniese en gana. Advirtiólesquenodebíanasustarsedelpájaromuertoqueyacíaenelcorredor;eraunpájaroentero,conplumasypico,queseguramentehabíafallecidopoco antes y estaba enterrado justamente enellugardondehabíaabiertosugalería.

Eltopocogióconlabocaunpedazodemaderapodrida, pues en la oscuridad reluce comofuego, y, tomando la delantera, les alumbrópor el largo y oscuro pasillo. Al llegar al sitiodondeyacíaelpájaromuerto,eltopoapretóelanchohocico contra el techo y, empujando latierra,abrióunorificioparaqueentraraluz.Enel suelo había una golondrina muerta, lashermosas alas comprimidas contra el cuerpo,las patas y la cabeza encogidasbajo el ala. Lainfeliz avecilla había muerto de frío. APulgarcitaseleencogióelcorazón,puesqueríamucho a los pajarillos, que durante todo el

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veranohabíanestado cantando y gorjeandoasu alrededor. Pero el topo, con su corta pata,diounempujónalagolondrinaydijo:

—Éstayanovolveráachillar.¡Quépena,nacerpájaro!ADiosgracias,ningunodemishijos loserá.¿Quétienenestosdesgraciados,fueradesuquivit,quivit?¡Vayahambrelaquepasaneninvierno!

—Habláiscomounhombresensato—asintióelratón—. ¿De qué le sirve al pájaro su cantocuandollegaelinvierno?Paramorirdehambreyde frío,éstaes la verdad;perohayquien loconsideraunagrancosa.

Pulgarcita no dijo esta boca es mía, perocuando los otros dos hubieron vuelto laespalda, se inclinó sobre la golondrina y,apartandolasplumasquelecubríanlacabeza,besósusojoscerrados.

«¡Quiénsabesiesaquéllaquetanalegrementecantabaenverano!»,pensó.

«¡Cuántos buenos ratos te debo, mi pobrepajarillo!».

El topo volvió a tapar el agujero por el queentrabalaluzdeldíayacompañóacasaasus

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vecinos. Aquella noche Pulgarcita no pudopegarunojo; saltó,pues,de la camay trenzóconhenounagrandeybonitamanta,quefueaextender sobre el avecilla muerta; luego laarropóbien,conblancoalgodónqueencontróenelcuartodelarata,paraquenotuvierafríoenladuratierra.

—¡Adiós,mipajarito!—dijo—.Adiósygraciaspor las canciones con que me alegrabas enverano, cuando todos los árboles estabanverdesyelsolnoscalentabaconsusrayos.

Aplicó entonces la cabeza contra el pechodelpájaro y tuvo un estremecimiento; pareciólecomo si algo latiera enél. Y, enefecto, era elcorazón,pueslagolondrinanoestabamuerta,ysísóloentumecida.Elcalorlavolvíaalavida.

En otoño, todas las golondrinas semarchan aotras tierras más cálidas; pero si alguna seretrasa, se enfría y cae como muerta. Allí sequedaenel lugardondehacaído, y laheladanievelacubre.

Pulgarcita estaba toda temblorosa del susto,pueselpájaroeraenormeen

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comparación con ella, que nomedía sino unapulgada.Perocobróánimos,pusomásalgodónalrededordelagolondrina,corrióabuscarunahojadementaqueleservíadecubrecama,ylaextendiósobrelacabezadelave.

Alanochesiguientevolvióaverlaylaencontróviva, pero extenuada; sólo tuvo fuerzas paraabrir los ojos y mirar a Pulgarcita, quien,sosteniendoen lamanoun trocitodemaderapodrida a falta de linterna, la estabacontemplando.

—¡Gracias,milindapequeñuela!—murmurólagolondrinaenferma—.Yaheentradoencalor;pronto habré recobrado las fuerzas y podrésalirdenuevoavolarbajolosrayosdelsol.

—¡Ay! —respondió Pulgarcita—, hace muchofríoalláfuera;nievayhiela.

Quédateentulechocalentitoyyotecuidaré.

Le trajo agua en una hoja de flor para quebebiese.Entonceslagolondrinalecontóquesehabíalastimadounalaenunamataespinosa,yporesonopudoseguirvolandoconlaligerezadesuscompañeras,lascualeshabíanemigradoa las tierras cálidas. Cayó al suelo, y ya no

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recordabanadamás,nisabíacómohabíaidoapararallí.

El pájaro se quedó todo el invierno en elsubterráneo, bajo los amorosos cuidados dePulgarcita, sin que lo supieran el topo ni elratón, pues ni uno ni otro podían sufrir a lagolondrina.

Nobien llegó laprimaverayel sol comenzóacalentar la tierra, lagolondrina sedespidiódePulgarcita, la cual abrió el agujero que habíahecho el topo en el techode la galería. Entróporélunhermosorayodesol,y lagolondrinapreguntó a la niñita si quería marcharse conella; podría montarse sobre su espalda, y lasdos se irían lejos, al verde bosque. MasPulgarcitasabíaquesiabandonabaal ratón lecausaríamuchapena.

—No,nopuedo—dijo.

—¡Entoncesadiós,adiós,milindapequeña!—exclamó la golondrina, remontando el vuelohacia la luzdel sol. Pulgarcita lamirópartir, ylaslágrimaslevinieronalosojos;pueslehabíatomadomuchoafecto.

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—¡Quivit, quivit! —chilló la golondrina,emprendiendo el vuelo hacia el bosque.Pulgarcita sequedósumidaenhonda tristeza.No le permitieron ya salir a tomar el sol. Eltrigo que habían sembrado en el campo deencima creció a su vez, convirtiéndose en unverdadero bosque para la pobre criatura, quenomedíamásdeunapulgada.

—En verano tendrás que coserte tu ajuar denovia—ledijoundíaelratón.Eraelcasoquesuvecino,elfastidiosotopodelanegrapelliza,había pedido su mano—. Necesitas ropas delanaydehilo;hasdetenerprendasdevestidoydecama,paracuandoseaslamujerdeltopo.

Pulgarcita tuvoqueecharmanodelhuso,yelratón contrató a cuatro arañas, que hilaban ytejíanparaelladíaynoche.Cadaveladaveníade visita el topo, y siempre hablaba de lomismo:quecuandoterminaseelverano,elsolno quemaría tanto; que la tierra dejaría dearderydeestardura comounapiedra; yqueentoncessecelebraría laboda.MasPulgarcitanosealegrabanipizca,puesnopodíasufriralaburridotopo.Cadamañana,alahoradesalirel sol, y cadaatardecer,a lahoradeponerse,

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sedeslizabafuera,sinhacerruido,ycuandoelviento separaba las espigas, descubriendo elcielo azul, la niña pensaba en lo precioso quedebíasertodoaquelmundodeluz,ysentíaungran deseo de volver a ver a su golondrina;pero ésta nunca acudía; indudablemente,estaríamuylejos,enelverdebosque.

Al llegar el otoño, Pulgarcita tenía listo suajuar.

—Dentro de cuatro semanas será la boda —dijoel ratón.Pero lapequeña,prorrumpiendoa llorar, manifestó que no quería al pesadotopo.

—¡Tonterías! —replicó el ratón—. No tepongas terca o te morderé con mi dienteblanco. ¡Despreciar a un hombre tan guapo!¡Nilareinatieneunabrigodeterciopelonegrocomoelsuyo!Ynohablemosdesucocinaysudespensa, que son lo mejor de lo mejor.Tendrías que dar gracias a Dios por la suertequetienes.

Llegó el día de la boda. El topo se presentó abuscaraPulgarcita,parallevárselaavivirconéldebajodelatierra,dondeyanovolveríaaver

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la luz del día, a la que él tenía horror. Lapobrecilla estaba desolada. Quiso salir adespedirse del sol, que bañaba aún la puertadelacasadelratón.

—¡Adiós, sol de mi vida! —exclamó—, y,levantando al cielo los brazos, avanzó unospasos por el campo, segado ya y cubiertosolamenteporlossecosrastrojos

¡Adiós, adiós! —repitió, abrazando unaflorecita roja que crecía en el lugar—. Saludade mi parte a mi querida golondrina siacertaresaverla.

—¡Quivit, quivit! —oyó en aquel mismoinstanteencimadesucabeza,y,allevantarlosojos, divisó a la golondrina que pasabavolando. ¡Quéalegría ladePulgarcita, cuandola reconoció! Le contó cuán a disgusto secasaba con el feo topo, y cómo tendría quevivirbajotierra,dondenoveríajamáslaluzdelsol. Ymientras hablabanopodía contener laslágrimas.

—Se acerca el frío invierno —dijo lagolondrina—,memarchoapaísesmáscálidos.¿Quieres venirte conmigo? ¡Móntate en mi

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espalda!Teatasconelcinturónyhuiremosdelhorrible topo y de su oscura madriguera;cruzaremos las montañas en busca de tierrascalurosas, donde el sol es aún más brillanteque aquí, donde reina un eterno verano ycrecen flores magníficas. ¡Vente conmigo, miquerida Pulgarcita, que me salvaste la vidacuando yacía como muerta en el tenebrososubterráneo!

—¡Sí, me voy contigo! —dijo Pulgarcita. Sesentó sobreel dorsodel pájaro, apoyando lospiesensusalasdesplegadas,atóelcinturónauna de las plumas más resistentes y lagolondrina echó a volar, remontándose en elaire,a travésdebosquesymares,porencimademontañaseternamentecubiertasdenieve.La niña tiritaba en aquel aire tan frío, por loque se escurrió bajo las calientes plumas delave, asomando únicamente la cabeza parapoder seguir admirando las bellezas que sedesplegabanalfondo.

Y llegaron a las tierras cálidas, donde el solbrilla mucho más esplendoroso que aquí, elcieloparecemuchomásalto,yenlosribazosysetos crecen hermosísimos racimos verdes y

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rojos. En los bosques penden limones ynaranjas, impregna el aire una fragancia demirtos y menta, y por los caminos correteanniños encantadores, jugando con grandes yabigarradas mariposas. Pero la golondrinaproseguía su vuelo, y cada vez era elespectáculo más bello. En mitad de unbosquecillo demajestuosos árboles verdes, albordedeunlagoazul,levantábaseunsoberbiopalacio de mármol blanco, construido entiempos antiguos. Trepaban parras por susaltas columnas, y en la cima de ellas habíamuchos nidos de golondrina; uno era lamoradadelaquetransportabaaPulgarcita.

—Ésta es mi casa —dijo el ave—. Pero siprefieresbuscarteunaparatienlasfloresquecrecen en el suelo, te bajaré hasta él y lopasarásalasmilmaravillas.

—¡Qué hermosura! —exclamó Pulgarcita,dando una palmada con sus manitasminúsculas.

Yacía allí una gran columna blanca, que sehabía desplomado y roto en tres pedazos,entre los cuales crecían exquisitas flores,blancas también. La golondrinadescendió con

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Pulgarcitaacuestasyladepositósobreunodesus anchos pétalos. Pero ¡qué sorpresa! En elcáliz de la flor había un hombrecillo blanco ytransparente, como de cristal; llevaba en lacabeza una lindísima corona de oro, y de sushombros salían dos diáfanas alas; y elpersonajillonoeramayorquePulgarcita.Eraelángel de la flor. En cada unamoraba uno deaquellosenanitos,varónohembra;peroaqueleraelreydetodos.

—¡Dios mío, y qué hermoso! —susurróPulgarcitaaloídodelagolondrina.Elprincipitotuvounsustoalveralpájaro,queeraenormeencomparaciónconél,tanmenudoydelicado;pero al descubrir a Pulgarcita quedóencantado: era la muchacha más bonita decuantas viera jamás. Se quitó de la cabeza lacoronadeoroylapusoenladeella,altiempoque le preguntaba su nombre y si queríacasarse con él. Si aceptaba, sería la reina detodas las flores. ¡Qué diferencia entre estepretendienteyelhijodelsapo,yeltopodelapelliza negra! Dijo, pues, que sí al apuestopríncipe, y entonces salió de cada flor unadama o un caballero, tan gentiles que daba

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gozo verlos. Cada uno trajo un regalo aPulgarcita, pero elmejor de todos fue un parde hermosas alas que le ofreció una granmosca blanca; las aplicaron a la espalda dePulgarcita, y en adelante también ella pudovolar de flor en flor. Hubo gran regocijo, y lagolondrina, desde sunido, les dedicó susmásbelloscantos,aunqueenelfondoestabatriste,pues quería de todo corazón a Pulgarcita y laapenabatenerquesepararsedeella.

—Yano te llamarásPulgarcita—dijoa laniñaelángeldelasflores—.Esunnombremuyfeo,ytúeresmuybonita.TellamaremosMaya.

—¡Adiós, adiós! —cantó la golondrinaemprendiendodenuevoelvueloconrumboaDinamarca,dondeteníaunniditoencimadelaventanadelacasadeaquelhombrequetantoscuentos sabe. Saludólo con su «¡quivit,quivit!», y así es como conocemos toda estahistoria.

FIN

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