Pulpbooks_Medulas_muestra

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Juan, de camino, fuma, la velocidad, 180, ya no debe de quedar mucho, 70 km, lo marca el coche, el ordenador, aumenta un poco la velocidad, un coche delante, al carril de la derecha, ponte en el carril de la derecha, mamón, se acerca, el otro se retira y él lo mira de verdad con odio, esa gente que no sabe que tiene que ponerse a la derecha. Se pone en ese carril en cuanto lo pasa, los que van a mucha velocidad hacen eso, cumplen, van por el carril de la derecha cuan- do hay que ir por el carril de la derecha. Mira alrededor dándose cuenta de que ya ha cambiado el paisaje, hay montañas a los lados, no muy altas, pero hay montañas, de repente, una más alta y una cruz blanca pintada en la cumbre, una cruz inmensa. ¿Quién subiría ahí a pintar una cruz de esas dimensiones? No le encuentra sentido, solo un cortafuegos estrecho y muy empinado para lle- gar. Le ha impresionado de algún modo, siente el pecho un poco oprimido y se quita el jersey y apaga el cigarrillo y cambia de música y aumenta la velocidad. Y cuando aparece el desvío, CL-536, entonces una piedra y otra vez la pintura blanca, un teléfono. Para el coche, se pone a un lado. Jardinero 921 475 892. Otra vez la pintura blanca sobre una piedra. ¿Por qué le impresiona? Nun- ca habría imaginado un anuncio así, puede ser alguien desesperado, alguien que ni siquiera es jardinero. Su nuevo mundo empieza en esa carretera y el anuncio de bienvenida, el número de teléfono de un jardinero. Así que enciende otro cigarrillo y echa un vistazo, coge una 9

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Primeras páginas de la novela 'Las Médulas', de Silvia Bardelás. La obra completa se puede adquirir en las librerías, a través de UDL, y también en formato electrónico en Amazon.

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Juan, de camino,fuma, la velocidad, 180, ya no debe de quedar mucho, 70 km, lo marca el coche, el ordenador, aumenta un poco la velocidad, un coche delante, al carril de la derecha, ponte en el carril de la derecha, mamón, se acerca, el otro se retira y él lo mira de verdad con odio, esa gente que no sabe que tiene que ponerse a la derecha. Se pone en ese carril en cuanto lo pasa, los que van a mucha velocidad hacen eso, cumplen, van por el carril de la derecha cuan-do hay que ir por el carril de la derecha. Mira alrededor dándose cuenta de que ya ha cambiado el paisaje, hay montañas a los lados, no muy altas, pero hay montañas, de repente, una más alta y una cruz blanca pintada en la cumbre, una cruz inmensa. ¿Quién subiría ahí a pintar una cruz de esas dimensiones? No le encuentra sentido, solo un cortafuegos estrecho y muy empinado para lle-gar. Le ha impresionado de algún modo, siente el pecho un poco oprimido y se quita el jersey y apaga el cigarrillo y cambia de música y aumenta la velocidad. Y cuando aparece el desvío, CL-536, entonces una piedra y otra vez la pintura blanca, un teléfono. Para el coche, se pone a un lado. Jardinero 921 475 892. Otra vez la pintura blanca sobre una piedra. ¿Por qué le impresiona? Nun-ca habría imaginado un anuncio así, puede ser alguien desesperado, alguien que ni siquiera es jardinero. Su nuevo mundo empieza en esa carretera y el anuncio de bienvenida, el número de teléfono de un jardinero. Así que enciende otro cigarrillo y echa un vistazo, coge una

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hoja en el asiento de al lado, CV-191-3, en una esquina apunta el teléfono no sabe por qué, por si acaso. Se pone en marcha y espera a llegar. Es invierno o algo así, es casi invierno, al campo le da igual, va a estar ahí pase lo que pase, solo que ya cayeron las hojas y él esperaba otra cosa, esperaba algo verde y se encuentra con una bruma que distancia ramas mojadas.

Llega. ¿Por qué ha ido hasta ese lugar fuera del mundo, absolutamente fuera del mundo? Por el nombre y porque le han dicho que solo es un lugar, Voces.Baja del coche, aunque no es ahí adonde va, la casa está enfrente, tendrá que continuar el camino en solita-rio, estrecho, bordeando montaña, precipicio, un poco de precipicio y nada, nada más que árboles y tierra, ni siquiera animales. Es el lugar perfecto, lo que él quería, o cree que quería. Ahora es diferente, el silencio es de verdad y mientras recorre la aldea, cree que está abando-nada, pero no, sale humo de una casa, se asoma a la ven-tana y descubre estancias mínimas de techos muy bajos, fuera todas tienen escaleras torcidas. Un gato salta y se coloca a su altura mirándolo fijamente, qué tendrán esos gatos que odia, cómo pueden mirar así con esa frialdad que parece que dice márchate, tú no eres de aquí, aquí hay un orden y tú no participas de él. Otro gato da un rodeo y maúlla, no mira, maúlla, ese no se percata de nada, simplemente es una pieza más del engranaje, de esa especie de sociedad de silencio de una aldea que se lla-ma Voces. Hasta aquí hay lo de siempre, los que se dan cuenta y dirigen y los que están sin saber de dónde vie-nen las cosas. De pronto le angustia tanto silencio, o le angustia su respiración, la ansiedad que sale por su boca

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cada vez que suelta el humo. Tira el pitillo al suelo, que-da un poco rara la colilla entre la hierba verde y con gotas de agua todavía colgando del borde, hierba húmeda nada más, un pitillo, lo pisa por si acaso, aunque hay mucha humedad, imposible un incendio, allí las casas arderían como cerillas, las vigas torcidas y llenas de agujeros, sería suficiente una colilla en verano para que toda la aldea se quemase. Vuelve al coche y mira al frente, donde debe de estar la casa. El dolor en el pecho otra vez. No tiene horizonte, las montañas salen de todas partes como hon-gos para tapar el horizonte, es lo que se llama estar fuera del mundo, vas por la carretera, tomas una curva y una montaña tapa lo que has dejado atrás, ahora, lo de atrás no está y lo que hay delante solo es delante porque no puede ser detrás, la siguiente montaña la aleja del otro lado.

Cruza por arriba ese extraño valle retorcido y llega a la casa.Ha pasado miedo, es una tontería pero tiene vértigo. Nunca le ha pasado nada, pero no puede mirar hacia abajo desde cierta altura. La casa no es de piedra, el trozo de pared que iluminan las luces es color crema y está un poco desconchada, si es piedra, es una piedra caliza. No podrá salir de esa casa, no puede volver a cruzar ese cami-no ahora que conoce el precipicio, no podría volver a pasarlo. Una casa abandonada, aunque las ventanas están bien, ni un cristal roto, y la puerta está cerrada y barniza-da. Puertas y ventanas conservadas, el padre de Sara, una vez al año, va con un par de albañiles y pone la casa a punto, revisa los cuartos de baño, que funcione el agua, revisa la cerradura de puertas y ventanas, revisa humeda-des y se lleva algo, siempre se lleva un libro, o un cuadro,

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incluso alguna cosita de marfil. Por supuesto no puede dormir ahí, la casa no está habitable, lo único que hace es mantenerla para que siga existiendo como casa y no se caiga y termine poco a poco confundiéndose con el pai-saje. Confundiéndose con el paisaje, acaba de salir de Madrid y ya es capaz de tener algunos pensamientos incontrolados, puede mirar de alguna manera. En el camino se encontró un castillo, cambió de rumbo y subió hasta la pequeña colina, se detuvo y tuvo la suerte de que una familia saliese en ese momento guardando las cáma-ras y subiéndose al coche para ponerse los cinturones, miró y la verdad es que le pareció curioso, todos con sus cinturones allí metidos, apuntando hacia el único cami-no que podían seguir. Subió y se metió en el castillo, estaba solo, lo único que quedaba eran ruinas, siempre estaba solo, pero ahí estaba solo de verdad. Se metió, se sentó en una esquina apoyado en el muro y sintió el rui-do del viento al otro lado de las murallas que ya no eran murallas, solo piedras abandonadas. Dios creó al hombre y luego a la mujer. Y un árbol y luego otro y peces, divi-dió las aguas y creó fronteras, miles de minúsculas fron-teras. Sentado contra una piedra que se unía a un resto de muralla, no podía ver al otro lado de la otra muralla de enfrente. Una frontera contra el aire, así pudo estar quieto y oír el viento sin sentirlo, la frontera lo separaba de él. El hombre intenta evitar guerras, hacer puentes, unir parejas, crear una vida fluida hasta el final, pero vive en la frontera. Ante las ideas hay una frontera, ante los otros hay una frontera, siempre hay una frontera que es la existencia, como si fuera una ruptura con lo único que fluye y que desconoce las fronteras: la eternidad, la infi-nitud. Cerró los ojos, la eternidad, la infinitud, el viento

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podía meterse dentro del oído y quedarse en una línea de sonido agudo. Ahora hay silencio dentro del coche, es de noche. Baja y solamente ve lo que iluminan las luces, un trozo de enrejado verde, está cerrado, piensa en el padre de Sara siempre cerrando y abriendo, cuando él se va cie-rra, que no entre nadie si yo no estoy. Vuelve al coche y busca los llaveros de colores, verde, entrada principal, será ese, porque no hay garaje, sale, mete la llave en la cerradura y gira dos vueltas, absurdo cerrar una puerta que se puede saltar sin ningún esfuerzo, imagina al padre de Sara razonando el hecho de que tener una puerta cerrada significa que esa casa está de algún modo habita-da, que aunque no haya alguien allí físicamente hay alguien en algún lugar con una llave que la abre, en defi-nitiva, es de alguien. Abre los dos lados del enrejado y mete el coche, las hierbas han comido el camino, pero el coche puede rodar y rodar tranquilamente hasta la puer-ta de entrada de la casa. Es oscura, eso siente al ver la negrura de los cristales de las pocas ventanas. Qué pocas ventanas. Un balcón sale de la pared como suspendido, en realidad lo sujetan unas vigas de madera. Le da vérti-go pensar en estar ahí metido con posibilidades de caer, ¿podrá con el peso de alguien? En realidad parece un bal-cón de mentira, cree que no cabría en él. Las paredes están desconchadas, puede que sea piedra, pero caliza, se deshace, debe de pegar duro la lluvia cuando cae, el vien-to. Mete la misma llave que pone entrada principal, no duda respecto a eso, sabe que el padre de Sara, en ese mantenimiento de dos días anual que hace, habrá cam-biado las cerraduras y puesto una misma llave para las dos entradas, seguir la lógica, nada más que eso, la vida es pura lógica. Abre la puerta y encuentra un suelo de

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barro, se fija en eso, pero lo que primero siente es un frío gélido, un congelador, una vez había entrado en un con-gelador gigante, estaba vacío y sintió la misma sensación, era casi una presencia, la presencia del frío. No aguanta bien el frío, en realidad es de Madrid, siempre ha tenido calefacción, ha estado en la nieve, pero es un frío distin-to, vas disfrazado de frío y después te espera una inmensa chimenea y un cuarto con calefacción ardiendo. Pero recuerda el fin de semana en casa de Luis Méndez, hace mucho, qué frío, pero tenían alcohol, si estuviese Luis diría que habían bebido un número de botellas que no se lo cree nadie, pero sí, sí, diría, fue espectacular, salimos de allí al día siguiente como si estuviésemos en la guerra, íbamos en el coche sin poder hablar, yo conducía con ganas de potar y pensando en que no podía manchar el coche de la vieja. ¿Qué será de Luis? ¿Cómo ha dejado de verlo? El otro día sintió un gran alivio al encontrarse con la madre de otro amigo de los que no ve. Y le dijo a la madre, no lo veo nada, la verdad, y eso que vivimos casi al lado, y quiso tener una explicación a eso, sintió culpa, pero no había hecho nada, por más que había intentado recordar algo raro, no se daba cuenta. La madre, como si estuviese visualizando perfectamente su cabeza, dijo con tranquilidad absoluta, lleváis vidas diferentes. ¿Se pue-den llevar vidas diferentes en un mundo como este? Sí, claro, su hijo hacía carrera, pero no valoraba eso, al decir vidas diferentes parecía referirse a otra cosa. Dónde esta-rá el cuadro de la luz, es lo que piensa en realidad, dónde está el cuadro de la luz de una casa tan antigua, piensa siguiendo el razonamiento del padre de Sara, supone que en la entrada, a la izquierda de la puerta, quizá como en todas las casas. Se da la vuelta, palpando, porque al estar

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detrás de la puerta no ve, debería llevar una linterna en el coche, pero no la lleva. Hay un mueble con un cajón en la pared, abre el cajón y aparece una linterna, el padre de Sara se está haciendo ya una presencia y no fue allí para encontrarse con el padre de Sara. Coge la linterna, la enciende y descubre un cuadro, un bodegón oscuro con la pintura hendida, parece un melón verde oscuro, todo es oscuro, lo abre sabiendo ya con seguridad que detrás estará el cuadro de luz. Sí, levanta el principal, vuelve a la puerta, le da al interruptor y todo se hace visible. Es el primer paso. Lo siguiente es encontrar la caldera de car-bón de la que le han hablado, algo que pueda calentar. Enciende la luz y se encuentra con un salón de verdad con alfombras, cortinas, libros, plata, porcelana, cenice-ros, cajas de puros, cuadros, candelabros. Chimenea, por fin iba a tener chimenea, siempre había querido tener una chimenea, algo le ha hecho ilusión, estará solo delan-te de la chimenea viendo pasar las llamas, más que el tiempo, tiempo aquí no, por favor. No puede dejar de tener frío, busca algo, hay otra puerta de entrada al final del pasillo, está cerrada con llave pero tiene la misma cerradura que el resto de puertas de entrada, el padre de Sara otra vez con su orden, abre, las piedras blancas lle-gan hasta sus pies y las hierbas altas también, llegan hasta su rodilla y lo ocupan todo, son ramas duras y firmes, seguras de sí mismas, nada de temblar, las hojas cortas y duras. Hay árboles, la luz del pasillo ilumina un camino recto, no ve el fondo, una fila de malas hierbas duras y altas lo sobrecoge, verdaderamente, haber enfocado ese camino recto, ancho, invadido por aquellas hierbas que ya son palos, lo sobrecoge. Hay mucho silencio, las hier-bas parece que han surgido por el silencio, en cualquier

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caso el silencio del abandono no tiene nada que ver con otros silencios, prefiere cerrar la puerta porque de noche no va a ver nada, lo que está claro es que en algún momento fue un jardín pensado, bonito, pensado para sentir algo. Y el anuncio del jardinero le parece increíble, mete la mano en el bolsillo y siente el trozo de papel, tal vez sí que sea un viaje especial. Es todo coincidencia, pero qué coincidencia tener ese jardín abandonado des-pués de ver un jardinero que se anuncia. Sara no le habló del jardín, el padre de Sara no le habló del jardín, lo más increíble de la casa. Es una casa con escudo, una casa noble, el padre de Sara los invitó a cenar para hablar del tema del viaje, la casa, la estancia, en fin, una reunión para concentrarse en el tema. No había más remedio que ir, todavía tenía las llaves y no se las daría hasta tener cla-ro que aquel viaje era conveniente. Así que Mohamed había preparado una mesa íntima para tres con una cena ligera porque desde hacía un año cenaba ligero para cui-darse un poco. Ahí estaban, en el comedor sin ventanas con paredes enteladas y la luz de una lámpara que caía sobre la mesa y hacía brillar las copas. Las crisis existen-ciales se producen cuando uno no ha crecido y tenía que crecer. Eso siempre fue así, no es que ahora haya unas causas extrañas de crisis existenciales, lo que hay son muchos individuos que no toman decisiones cuando las tienen que tomar y que terminan en crisis existencial. Vosotros habéis sido criados de una manera ridícula, creo yo, es decir, pretendíamos que no sufrieseis nada, porque todos nosotros hemos sufrido mucho, y lo único que hemos conseguido es que no entendáis que en la vida no se puede tener todo lo que uno quiere, hay que elegir, hay que asumir consecuencias malas y buenas, y

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así, mirando la copa, dándole vueltas al cristal fino, a Juan le pareció que intentaba calcular el grosor exacto del cristal, seguía y seguía articulando un discurso que ya había contado muchas otras veces, pero que no era cons-ciente de que lo había hecho, Juan pensó, ¿será cierto que con la edad uno no se acuerda de lo que ha dicho y repite las cosas como si empezase a vivir a cada momen-to? Le pareció interesante ese presente continuo. Hacía unas pocas semanas que, sin que nadie le dijese nada, los había colocado en la misma mesa, y había soltado el mis-mo discurso. De repente él y Sara se miraron para pre-guntarse, o echarse en cara, y se dijeron no, yo no le dije nada. Él los había convocado por su cuenta para comen-tar las razones de las crisis existenciales de su generación. Por ejemplo, el caso de Jaime Portón, en ningún momen-to supo que su hijo se quería suicidar, en ningún momen-to tuvo la menor idea de que no funcionaba su vida, y es que nosotros, que trabajamos tanto el tema del diálogo con los hijos, por esa carencia, repito, que tenemos, no podemos entender que de repente uno se encuentre con un hijo que se suicida, que sale de su trabajo, se va a casa y se tira por la ventana, sin una depresión aparente. ¿Qué significa eso? Que os hemos dado una libertad que no sabéis utilizar, os movéis por todo el mundo, conocéis todo tipo de gente, os metéis droga si surge la ocasión, pero no lo vivís con orden. Este chico, por continuar con el mismo ejemplo, estudia su carrera de Económicas, sobresaliente, máster sobresaliente, trabajo, una fiera, según todo el mundo, sale con una chica majísima y de repente, se suicida, ¿por qué?, porque os educamos sin daros la posibilidad de sufrir un poquito, solo un poqui-to para poder sobrevivir más tarde. Se servía el vino y

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seguía con su discurso como si los convocase exactamen-te para eso, para que lo escuchasen, me vais a oír, iba aumentando el tono conforme bebía y hablaba, me vais a oír, fantoches.

Juan no se siente con fuerzas para dar más vueltas por la casa, está verdaderamente cansado, esos discursos que puede repetir en la memoria una y otra vez lo dejan exhausto, sale por la otra puerta, arrastrando los pies, le pesan las botas de montaña que se ha puesto, era inne-cesario, le pesan también los brazos, respira corto pero varias veces seguidas buscando aire, pobre chico, el que se tiró por la ventana, los dedos con uñas cuidadas del padre de Sara cogiendo la copa le dan escalofríos al lado del chico aplastado en la acera, no hace comentario algu-no, intenta respirar para quitarse el dolor en el abdomen, abre el coche, coge una manta que siempre lleva, es una manta Gore-Tex, nunca la ha utilizado, nunca ha tenido ocasión de hacerlo y se la pone en la espalda y vuelve a entrar en casa y se tumba en el sofá, se vuelve a levantar para apagar la luz, una araña de ocho bombillas, dema-siado fuerte, se vuelve a acostar, se oye respirar y al otro lado de la ventana hay algo de luz, no hay luz, es solo la luna, pero puede distinguir troncos fuertes, duros, anchos, quietos. Ahí están. Él, respira polvo.

Y llega el día siguiente. La luz ha entrado por la ventana, pero ya hace tiempo.Cuando Juan se despierta, ya es la una, la mañana ya ha pasado, el sol llega hasta el fondo del cuarto, ni siquie-ra eso lo ha despertado, pero él no se da cuenta, no tie-ne conciencia de lo que significa dormir de esa manera, de que es una alarma, de que algo no debe ir bien, él

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