Quark_maque

32

description

Un libro de relatos

Transcript of Quark_maque

Page 1: Quark_maque
Page 2: Quark_maque

© Fernando Sorrentino, 2011© etgar Keret, 2011Paseo de Heriz, 9520008 donostia-San Sebastiá[email protected]

Maquetación: iñigo Viñas Fernándezimpresión: Ceinpro, S.a.

Page 3: Quark_maque

Para elixabet

Page 4: Quark_maque
Page 5: Quark_maque

el espíritu de emulación

existe un hombre que tiene la costumbre de pegarme con un paraguas en la cabeza

Una cruzada psicológica

el truco del sombrero

el gordito

romper el cerdito

Page 6: Quark_maque
Page 7: Quark_maque

el espíritude

emulaciónFernando Sorrentino

Page 8: Quark_maque

8

es bastante intenso el espíritu de emula-

ción que existe entre los habitantes del

edificio de la calle Paraguay en que vivo.

es cierto que durante mucho tiempo todos ellos se

limitaron a rivalizar en perros, gatos, canarios o

loros. el más exótico de ellos nunca fue más allá de

las ardillitas o de una tortuga. Yo mismo tenía un

hermoso perro de policía, que era un poco más

chico que el departamento y se llamaba Josecito.

Pero, además de Josecito –y esto se ignoraba–,

vivía con mi mujer y conmigo una bella araña de

la especie Lycosa pampeana.

Una mañana, a las nueve, cuando le estaba

dando de comer a mi mascota, el vecino del 7º C

–a quien ni siquiera había visto nunca– vino, no sé

por qué confusa razón, a pedirme el diario por un

instante. después, sin atinar a irse, se quedó un

buen rato con el periódico en la mano. Contem-

plaba fascinado a gertrudis, y en su mirada había

algo que me hizo estremecer: era el espíritu de

emulación.

al día siguiente me llamó para mostrarme el escor-

pión que acababa de comprar. en el pasillo, la mu-

cama de los del 7º d sorprendió nuestro diálogo

sobre la vida, los hábitos y la alimentación de ara-

ñas, alacranes y garrapatas. esa misma tarde sus

patrones adquirieron un cangrejo.

Luego, durante una semana, no hubo novedad al-

guna. Hasta una noche en que coincidí en el as-

censor con una de las vecinas del tercer piso: una

joven lánguida, rubia y de mirada perdida. Lle-

vaba un gran bolso amarillo cuyo cierre relám-

pago estaba parcialmente fallado: por una de las

roturas se asomaba cada tanto la cabecita de un

lagarto overo.

al mediodía siguiente, cuando regresaba del al-

macén, por poco no se me caen las bolsas de la

mano al toparme a boca de jarro con el oso hor-

miguero que bajaban de un camión con destino

a la portería. Uno de los tantos mirones que se ha-

bían congregado murmuró —en voz lo suficiente-

mente alta para ser oída— que un oso hormiguero

no era, en realidad, un verdadero oso. La mujer del

abogado tuvo un sobresalto y corrió, trémula, a re-

fugiarse en su departamento: sólo la vi reaparecer

unos días más tarde cuando, con desdén y con la

faz radiante, salió a firmar el recibo a los fleteros

que acababan de traerle el oso pardo americano.

Page 9: Quark_maque

9

una cruzada psicológica

La situación ya se me hacía insostenible. Los veci-

nos me negaron el saludo, el carnicero ya no me

quiso fiar, todos los días recibía anónimos insultan-

tes. al fin, cuando mi mujer me amenazó con la se-

paración, comprendí que no podría sobrellevar un

solo día más una insignificante Lycosa pampeana.

desarrollé entonces una actividad sin precedentes.

Pedí dinero prestado a varios amigos, hice econo-

mías indescriptibles, dejé de fumar... así pude com-

prar el leopardo más maravilloso que pueda

concebirse. de inmediato, el del 7º C, que no me

perdía pisada, pretendió abrumarme con un ja-

guar. Y, aunque parezca ilógico, lo consiguió.

Lo que más me lastima es tratar con gente que ca-

rece de sensibilidad estética, gente que no per-

cibe la cualidad, gente meramente cuantitativa.

no hubo un solo vecino que se inclinase ante la su-

perior belleza de mi leopardo; el mayor tamaño

del jaguar les había cegado el entendimiento. en-

seguida, todos los vecinos, azuzados por el aire jac-

tancioso del propietario del jaguar, se dieron a la

tarea de renovar sus animales. Yo debí reconocer

que mi humilde leopardo ya no me proporcionaba

el status de otrora.

ante sigilosas conversaciones que mi mujer soste-

nía por teléfono con un caballero anónimo, advertí

que la disyuntiva era de hierro. Sin ningún remordi-

miento, vendí los muebles, la heladera, el lavarro-

pas, la enceradora. Hasta vendí el televisor. Vendí,

en fin, todo lo que se podía vender y compré una

descomunal boa anaconda.

es dura la vida del pobre: sólo durante tres días fui

el héroe del edificio.

Mi anaconda rebasó todos los diques, destruyó

toda mesura, echó por tierra las convenciones más

respetables. en todos los departamentos fueron

multiplicándose leones, tigres, gorilas, cocodrilos...

algunos hasta tenían panteras negras, esas pante-

ras que ni siquiera posee el Jardín Zoológico. La

casa entera resonaba en rugidos, aullidos, parlo-

teos. Pasábamos las noches en vela, resultaba im-

posible dormir. Los olores entreverados de felinos,

cuadrumanos, reptiles y rumiantes tornaban irres-

pirable la atmósfera. grandes camiones traían to-

neladas de carne, de pescado, de vegetales. La

vida en el edificio de la calle Paraguay se hizo un

poco peligrosa.

Page 10: Quark_maque

10

Fue una experiencia inquietante la que tuve

cuando volví, después de tanto tiempo, a compar-

tir el ascensor con la joven y lánguida vecina del

tercer piso, que ahora sacaba a su tigre de Ben-

gala a dar una vuelta a la manzana para hacer

pis. recordé el lagarto que había asomado la ca-

becita por la abertura del cierre relámpago. Me

enternecí. ¡Qué lejos habían quedado aquellos pri-

meros, difíciles y quijotescos tiempos de los escor-

piones y de los cangrejos!

Finalmente llegó un momento en que no se pudo

confiar en nadie. el portero, ante la tensa mirada

de varios copropietarios, lavó en la vereda con

agua y jabón a su rinoceronte de dos cuernos, y

luego –como si allí no hubiera pasado nada– lo

hizo penetrar en su departamento. esto era más de

lo que estaba acostumbrado a soportar el del 5º

a: unas horas más tarde subió triunfalmente las es-

caleras llevando de la brida a su hipopótamo.

el edificio se halla ahora inundado y semidestruido.

Me encuentro redactando este informe en la azo-

tea, en condiciones desfavorables. Cada tanto me

sobresaltan los plañideros barritos del elefante que

vive con los del 7º a. escribo con el reloj a la vista,

pues, a intervalos de ocho minutos, debo guare-

cerme entre las ruinas de la escalera para que no

estropee estas páginas el chorro de vapor que

lanza la ballena azul del 7º C. Y escribo con cierta

inquietud, estando, como estoy, bajo la suplicante

mirada de la jirafa del 7º d, que, asomando la ca-

beza por sobre la tapia, no cesa ni por un segundo

de pedirme galletitas.

Page 11: Quark_maque

existe un hombreque tiene la constumbre

de pegarme con un paraguas en la cabezaFernando Sorrentino

Page 12: Quark_maque

existe un hombre que tiene la costumbre

de pegarme con un paraguas en la ca-

beza. Justamente hoy se cumplen cinco

años desde el día en que empezó a pegarme con

el paraguas en la cabeza. en los primeros tiempos

no podía soportarlo; ahora estoy habituado.

no sé cómo se llama. Sé que es un hombre común,

de traje gris, levemente canoso, con un rostro

vago. Lo conocí hace cinco años, en una mañana

calurosa. Yo estaba leyendo el diario, a la sombra

de un árbol, sentado pacíficamente en un banco

del bosque de Palermo. de pronto, sentí que algo

me tocaba la cabeza. era este mismo hombre

que, ahora, mientras estoy escribiendo, continúa

mecánicamente e indiferentemente pegándome

paraguazos.

en aquella oportunidad me di vuelta lleno de indig-

nación (me da mucha rabia que me molesten

cuando leo el diario): él siguió tranquilamente apli-

cándome golpes. Le pregunté si estaba loco: ni si-

quiera pareció oírme. entonces lo amenacé con

llamar a un vigilante: e imperturbable y sereno,

continuó con su tarea. después de unos instantes

de indecisión y viendo que no desistía de su acti-

tud, me puse de pie y le di un terrible puñetazo en

el rostro. Sin duda, es un hombre débil: sé que, pese

al ímpetu que me dictó mi rabia, yo no pego tan

fuerte. Pero el hombre, exhalando un tenue que-

jido, cayó al suelo. en seguida, y haciendo al pa-

recer, un gran esfuerzo, se levantó y volvió

silenciosamente a pegarme con el paraguas en la

cabeza. La nariz le sangraba, y, en ese momento,

no sé por qué, tuve lástima de ese hombre y sentí

remordimientos por haberle pegado de esa ma-

nera. Porque, en realidad, el hombre no me pe-

gaba lo que se llama paraguazos; más bien me

aplicaba unos leves golpes, totalmente indoloros.

Claro está que esos golpes son infinitamente mo-

lestos. todos sabemos que, cuando una mosca se

nos posa en la frente, no sentimos dolor alguno:

sentimos fastidio. Pues bien, aquel paraguas era

una gigantesca mosca que, a intervalos regulares,

se posaba, una y otra vez, en mi cabeza. o, si se

quiere, una mosca del tamaño de un murciélago.

de manera que yo no podía soportar ese murcié-

lago. Convencido de que me hallaba ante un

loco, quise alejarme. Pero el hombre me siguió en

silencio, sin dejar de pegarme. entonces empecé

12

Page 13: Quark_maque

a correr (aquí debo puntualizar que hay pocas per-

sonas tan veloces como yo). Él salió en persecu-

ción mía, tratando infructuosamente de asestarme

algún golpe. Y el hombre jadeaba, jadeaba, jade-

aba y resoplaba tanto, que pensé que, si seguía

obligándolo a correr así, mi torturador caería

muerto allí mismo.

Por eso detuve mi carrera y retomé la marcha. Lo

miré. en su rostro no había gratitud ni reproche. Sólo

me pegaba con el paraguas en la cabeza. Pensé

en presentarme en la comisaría, decir: «Señor ofi-

cial, este hombre me está pegando con un para-

guas en la cabeza». Sería un caso sin precedentes.

el oficial me miraría con suspicacia, me pediría do-

cumentos, comenzaría a formularme preguntas

embarazosas, tal vez terminaría por detenerme.

Me pareció mejor volver a casa. tomé el colectivo

67. Él, sin dejar de golpearme, subió detrás de mí.

Me senté en el primer asiento. Él se ubicó, de piel,

a mi lado: con la mano izquierda se tomaba del

pasamanos; con la derecha blandía implacable-

mente el paraguas. Los pasajeros empezaron por

cambiar tímidas sonrisas. el conductor se puso a

observarnos por el espejo. Poco a poco fue ga-

nando al pasaje una gran carcajada, una carca-

jada estruendosa, interminable. Yo, de la ver-

güenza, estaba hecho un fuego. Mi perseguidor,

más allá de las risas, siguió con sus golpes.

Bajé –bajamos– en el puente del Pacífico. Íbamos

por la avenida Santa Fe. todos se daban vuelta es-

túpidamente para mirarnos. Pensé en decirles:

«¿Qué miran, imbéciles? ¿nunca vieron a un hom-

bre que le pegue a otro con un paraguas en la ca-

beza?». Pero también pensé que nunca habrían

visto tal espectáculo. Cinco o seis chicos nos em-

pezaron a seguir, gritando como energúmenos.

Pero yo tenía un plan. Ya en mi casa, quise cerrarle

precipitadamente la puerta en las narices. no

pude: él, con mano firme, se anticipó, agarró el pi-

caporte, forcejeó un instante y entró conmigo.

desde entonces, continúa golpeándome con el

paraguas en la cabeza. Que yo sepa, jamás dur-

mió ni comió nada. Simplemente se limita a pe-

garme. Me acompaña en todos mis actos, aun en

los más íntimos. recuerdo que, al principio, los gol-

pes me impedían conciliar el sueño; ahora, creo

que, sin ellos, me sería imposible dormir.

existe un hombre que tiene la costumbre de pegarme con un paraguas

13

Page 14: Quark_maque

Con todo, nuestras relaciones no siempre han sido

buenas. Muchas veces le he pedido, en todos los

tonos posibles, que me explicara su proceder. Fue

inútil: calladamente seguía golpeándome con el

paraguas en la cabeza. en muchas ocasiones le

he propinado puñetazos, patadas y –dios me per-

done– hasta paraguazos. Él aceptaba los golpes

mansamente, los aceptaba como una parte más

de su tarea. Y este hecho es justamente lo más alu-

cinante de su personalidad: esa suerte de tranquila

convicción en su trabajo, esa carencia de odio.

esa, en fin, certeza de estar cumpliendo con una

misión secreta y superior.

Pese a su falta de necesidades fisiológicas, sé que,

cuando lo golpeo, siente dolor, sé que es débil, sé

que es mortal. Sé también que un tiro me libraría

de él. Lo que ignoro es si, cuando los dos estemos

muertos, no seguirá golpeándome con el para-

guas en la cabeza. tampoco sé si el tiro debe ma-

tarlo a él o matarme a mí. de todos modos, este

razonamiento es inútil: reconozco que no me atre-

vería a matarlo ni a matarme.

Por otra parte, últimamente he comprendido que

no podría vivir sin sus golpes. ahora, cada vez con

mayor frecuencia, tengo un presentimiento horri-

ble. Una profunda angustia me corroe el pecho: la

angustia de pensar que, acaso cuando más lo ne-

cesite, este hombre se irá y yo ya no sentiré esos

suaves paraguazos que me hacían dormir tan pro-

fundamente.

14

Page 15: Quark_maque

una cruzadapsicológica

Fernando Sorrentino

Page 16: Quark_maque

Para conocer facetas ignoradas del

hombre, un buen sistema consiste en

colocar al examinando frente a situa-

ciones inéditas y observar sus reacciones. Quiero

decir: si yo llamo por teléfono y del otro lado de la

línea me llega una voz que dice «Hola», esta expe-

riencia carece de todo valor científico e informa-

tivo, pues el sujeto no ha hecho más que

reaccionar de una manera rutinaria ante una situa-

ción igualmente rutinaria. de modo que no me

sirve para averiguar aspectos ocultos de su perso-

nalidad.

¿Cómo saber, por ejemplo, si tal comerciante –

todo amabilidad y sonrisas en el momento de mis

compras– no sería capaz de estrangularme por

una cuestión de moneditas? Lo mejor será, en-

tonces, provocar las reacciones imprevisibles

del hombre: éstas nos pueden enseñar mu-

chas cosas.

Yo propongo unos pocos ejemplos.

1. Pago el exiguo importe de medio kilo de pan

con el billete de mayor valor que haya en circula-

ción, y me niego de plano a recibir el vuelto. ob-

servo con atención la codicia del panadero,

dispuesto a sacar ventaja de mi presunta demen-

cia. Me retiro. Cinco minutos después vuelvo a pre-

sentarme en el comercio, ahora acompañado por

un agente de policía, y acuso al panadero de no

haber querido entregarme el vuelto. estudio su ira

ante mi mala fe: su desilusión ante el hurto frus-

trado. temeroso, perplejo, balbucea incomprensi-

bles excusas ante la mirada suspicaz del policía,

quien, desde luego, descree que alguien se niegue

a recibir tan cuantioso vuelto. Me entrega humil-

demente el dinero faltante y yo declaro con mag-

nanimidad que prefiero dar por concluido el

desagradable episodio. el agente, un poco de-

fraudado, dice «Como usted guste». Contemplo

con fruición el inmenso alivio que gana el rostro del

panadero...*

2. invito a cenar en casa a un amigo mío. Cuando

se presenta, le impido la entrada, con la acusación

de haberme quitado –doce o catorce años atrás–

una novia de la que yo, por supuesto, estaba per-

didamente enamorado. observo su asombro (sólo

hace unos pocos meses que nos conocemos), sus

dudas (¿acaso yo no sería aquel que...?), su escar-

nio, su cólera...

16

Page 17: Quark_maque

3. Subo al colectivo, digo «a tal parte». Cuando el

chofer –que sólo tiene ojos para el tránsito– abre la

mano para recibir el dinero, deposito entre sus

dedos una torre de ajedrez y un ramito de perejil.

La pregunta es: ¿cómo interpretará el colectivero

–persona de nervios habitualmente inestables–

esta enigmática ofrenda?

4. Viajo a Mar del Plata, me hospedo en uno de los

más lujosos hoteles. apenas me dejan solo, saco la

cama al pasillo y duermo allí una siesta repara-

dora, especialmente merecida después de tan

cansador viaje.

5. entro, ganzúa mediante, en una casa cual-

quiera, cuando sus dueños se hallan ausentes. Los

espero: plácidamente sentado, fumando, be-

biendo whisky, mirando televisión. Llegan los sujetos

y entonces los increpo con dureza, los amenazo

con el puño, les digo «Señores, ¿cómo han osado

ustedes entrar en mi casa?», desatiendo sus expli-

caciones, o las atiendo (es lo mismo), les exijo me

muestren el título de propiedad de la casa, no les

permito abrir el cajón donde ridículamente afirman

que el título se encuentra, ya que tal cajón es parte

inalienable de tal mueble, que, a su vez, es parte

inalienable de mi casa y, en consecuencia, mal

podría contener el título de propiedad de una

casa de personas desconocidas, sospechosas y

acaso delincuentes y miembros conspicuos del

hampa, etcétera, etcétera.

6. Conozco a una muchacha remilgada, más bien

tonta y supongamos que bastante bonita. La invito

a salir, le declaro mi amor, me convierto en su novio

y llega la fecha de nuestro compromiso, cuya

fiesta tiene lugar en su casa. Hay un brindis. Hay

otro brindis. Sobreviene, por fin, el esperado mo-

mento en que el novio –muchacho modosito, si lo

hay– ofrecerá a su prometida el hermoso regalo

sorpresa de que tanto se ha venido hablando. Con

una sonrisa de amor y de felicidad le entrego un

paquete de dimensiones considerables. La novia

tantea su peso, que le parece grande. La curiosi-

dad más viva se apodera de los presentes. todos

hacen ronda y las mujeres se apretujan en torno

de la novia dichosa. Vuela el elegante papel de

envolver, vuela el moño con que está adornado.

Surge ahora una fina caja forrada en gamuza

negra. «¡Una joya valiosa!», piensa mi novia, y ese

destello de codicia que advierto en sus ojos me jus-

una cruzada phicológica

17

Page 18: Quark_maque

tifica por anticipado. Sus dedos se precipitan a ac-

cionar el cierre automático. La tapa se alza con un

brusco pero afelpado sonido, y, entre los ebúrneos

brazos de mi novia, se desliza sinuosamente, en

busca de su libertad, una bella, multicolor, alegre,

venenosísima víbora de coral.

7. espero que el gerente de la empresa donde tra-

bajo se halle en su alfombrado e impresionante

despacho conversando con un nuevo cliente,

quien está a punto de concertar una compra por

cifras siderales. golpeo tímidamente con los nudi-

llos en la puerta; oigo «adelante»; entro con paso

discreto y pudoroso; digo, con una sonrisita reca-

tada, «Permiso, señor»; me dirijo al imponente ar-

mario, lo abro y orino torrencialmente sobre

carpetas, libros, útiles, contratos, documentos y pa-

peles que se juzgan importantes o no.

Claro que hay también algunas variantes más sen-

cillas, que lego a quienes aún carezcan de la sufi-

ciente práctica y quieran iniciarse en esta cruzada

psicológica. He aquí unas cuantas:

decirles piropos apasionados y aun eróticos a

miembros del ejército de Salvación, sin distinción

de edad ni de sexo. ocupar la balanza de la far-

macia y quedarse todo el día allí, sin consentir que

nadie se pese. Comprar doscientos gramos de sa-

lame, cortado bien pero bien finito; abrir el pa-

quete y, con las rodajas hermosamente rojas,

dibujar un corazón y escribir te aMo en el mostra-

dor de la fiambrería. Viajar, en el colectivo, sen-

tado del lado del pasillo; esperar que el vecino, o

la vecina, que necesita descender, diga «¿Me per-

mite?»; contestarle, rotundamente, «no», y, en

efecto, no permitirle pasar.

La cruzada psicológica causa ciertos desvelos

(como toda cruzada), exige duros sacrificios

(como toda cruzada), implica verse envuelto en

serias dificultades (como toda cruzada). Pero,

¿qué significan estos inconvenientes, comparados

con la deleitosa observación de las reacciones

que la cruzada psicológica suscita?

esto, al menos, es lo que yo imagino, pues –lo con-

fieso– no soy más que un mero teorizador y es pro-

bable que nunca ponga en práctica mis ideas.

Pero ustedes pueden –y deben– hacerlo.

18

Page 19: Quark_maque

el trucodel

sombreroEtgar Keret

Page 20: Quark_maque

al final de la función saco un conejo

del sombrero. Siempre lo dejo para el

final, porque a los niños les encantan

los animales. a mí, por lo menos, me encantaban

cuando era pequeño. así se puede poner fin a la

representación en su momento cumbre, que es

cuando paseo al conejo por entre los niños y estos

pueden acariciarlo y darle de comer. antes, las

cosas, realmente eran así; hoy en día a los niños les

impresiona menos pero de todos modos dejo lo del

conejo para el final. ese es el truco que, por

mucho, más me gusta, es decir, el que más me gus-

taba. Mantengo todo el rato los ojos fijos en el pú-

blico, la mano entra en el sombrero y tantea en sus

profundidades hasta que encuentra las orejas de

Kasam, mi conejo. Y entonces:

—¡alabím alabám, Kasam va!— Y lo saco.

Siempre nos vuelve a sorprender, al público y a mí.

Cada vez que mi mano roza esas orejas tan cómi-

cas dentro del sombrero me siento como un mago.

Y a pesar de que sé cómo funciona, de que hay

un hueco oculto en la mesa y todo eso, lo vivo

como si se tratara de verdadera magia.

también aquel sábado en L. deje el truco del som-

brero para el último. Los niños del cumpleaños se

mostraban especialmente apáticos. algunos de

ellos estaban sentados de espaldas a mí mirando

una película de Schwarzenegger en la televisión

por cable. el anfitrión de la fiesta incluso se encon-

traba en otra habitación jugando ante la pantalla

un juego nuevo que le habían regalado. Mi pú-

blico se reducía a unos cuantos niños. era un día

especialmente caluroso y yo, empapado como es-

taba bajo el traje, lo único que deseaba era termi-

nar de una vez y marcharme a casa. Me salté tres

números de malabarismo con cuerdas y pasé di-

rectamente a lo del sombrero. La mano desapa-

reció en sus profundidades y clavé los ojos en los

de una niña gorda y con lentes. el agradable con-

tacto de las orejas de Kasam volvió a sorpren-

derme como siempre:

—¡alabím alabám, Kasam va!

Un minuto más en el despecho del padre, y me

largo con un cheque de trescientos shekels. tiré de

Kasam de las orejas y noté algo un poco diferente,

más ligero. Y entonces, de repente, esa sensación

de humedad en la muñeca y la niña gorda de los

lentes que se pone a gritar. Mi mano derecha sos-

20

Page 21: Quark_maque

tenía la cabeza de Kasam, con sus largas orejas y

sus ojos de conejo muy abiertos. Sólo la cabeza, sin

ningún cuerpo. La cabeza, y mucha, muchísima

sangre. La gorda seguía gritando. Los niños senta-

dos de espaldas a mí que miraban la tele se dieron

vuelta y se pusieron a aplaudir. de la otra habita-

ción vino el niño del videojuego. al ver la cabeza

decapitada dio un silbido de entusiasmo. noté

cómo la comida del mediodía me subía a la gar-

ganta. Vomité en mi sombrero de mago y el vomito

desapareció. Los niños me rodearon enloquecido

de felicidad.

La noche que siguió a la función no logré conciliar

el sueño. revisé todo el equipo cientos de veces.

no conseguía encontrarle explicación alguna a lo

que había sucedido. tampoco pude encontrar el

cuerpo de Kasam. Por la mañana me encaminé a

la tienda de magia. tampoco ahí supieron expli-

cárselo. Compré un conejo. el dependiente intentó

convencerme de que me llevara una tortuga.

—Lo de los conejos está pasado de moda —me

dijo—, ahora lo que se usa son las tortugas. dígales

que es una tortuga ninja y se caerán de la silla.

a pesar de todo me quedé con el conejo. a él

también le puse Kasam. en casa me esperaban

cinco mensajes en el contestador automático.

todos eran ofertas de trabajo. todas de niños que

habían visto la función. en uno de ellos el niño in-

cluso me proponía que le dejará luego en su casa

la cabeza decapitada tal y como lo había hecho

en la fiesta de él. Sólo entonces me di cuenta de

que no me había llevado la cabeza de Kasam.

Mi siguiente función tenía que representarla el

miércoles. Para el décimo cumpleaños de un niño

de ramat, aviv guimel. estuve muy nervioso du-

rante toda la función. en absoluto concentrado. el

truco de las reinas me salió mal. no hacía más que

pensar en el sombrero. Finalmente llegó el mo-

mento:

—¡alabím alabám, Kasam va!

La mirada fija en el público, la mano dentro del

sombrero. no conseguía encontrar las orejas, pero

el cuerpo tenía exactamente el peso que debía.

estaba pelón, pero con el peso correcto. Y enton-

ces volvió a producirse el griterío. gritos mezclados

con aplausos. no era un conejo lo que tenía en la

mano, sino un bebé muerto.

el truco del sombrero

Page 22: Quark_maque

Ya no soy capaz de hacer ese truco. Hubo un

tiempo en que me gustaba, pero hoy, sólo con

pensar en él me tiemblan las manos. Sigo imagi-

nándome las terribles cosas que voy a sacar y que

me están esperando dentro. ayer soñé que metía

la mano y que la mandíbula de un monstruo me la

atrapaba. Me cuesta entender que antes tuviera

el valor de introducir la mano en ese lugar tan te-

nebroso. Que antes tuviera el valor de cerrar los

ojos y dormirme.

He dejado por completo de hacer magia, pero la

verdad es que no me importa. no gano dinero, me

parece bien. a veces todavía me pongo el traje

así, sin más, en casa, o examino el hueco secreto

de la mesa del sombrero, y me basta. aparte de

eso no toco la magia y, por lo demás, no hago

nada de nada. Me limito a quedarme tendido en

la cama pensando en la cabeza del conejo y en

el cadáver del bebé. Como si fueran una especie

de pistas para un acertijo, como si alguien inten-

tara decirme algo, quizá que no corren buenos

tiempos para los conejos ni tampoco para los

bebés. Que no corren tiempos nada buenos para

los magos.

22

Page 23: Quark_maque

el gordito

Etgar Keret

Page 24: Quark_maque

¿Sorprendido? Pues claro que estaba

sorprendido. Sales con una chica. Una

primera cita, una segunda cita, un res-

taurante por aquí, una película por allá, siempre en

sesiones matinales, exclusivamente. empiezan a

acostarse, el sexo es espectacular y después llega

también el sentimiento. Cuando de pronto, un

buen día, viene a ti llorando, tú la abrazas y le dices

que se tranquilice, que no pasa nada, y ella te

contesta que ya no puede más, que tiene un se-

creto, pero no un secreto cualquiera, que se trata

de algo tenebroso, de una maldición, un asunto

que ha querido revelarte todo este tiempo pero no

ha tenido valor para hacerlo. Porque se trata de

algo que la oprime constantemente como si de un

par de toneladas de ladrillos se tratara. algo que

te tiene que contar, porque tiene que hacerlo,

aunque también sabe que desde el momento en

que te lo revele la vas a dejar, y con razón. Y al mo-

mento vuelve a ponerse llorar.

—no te voy a dejar—le dices—, yo no, yo te quiero.

Puede que parezca que estés algo emocionado,

pero no, y aunque lo estés es porque ella sigue llo-

rando, no por el secreto en sí. La experiencia te ha

enseñado que esos secretos que repetidamente

llevan a las mujeres a hacerse trizas son la mayoría

de las veces algo de la importancia de haberse

echado un palo con un animal, con un familiar o

con alguien que les dio dinero a cambio.

—Soy una puta —acaban diciendo siempre.

—no, que no —insistes tú abrazándolas, o—

Shshshsh —si siguen llorando.

—de verdad que es algo muy gordo —insiste ella,

como si hubiera descubierto esa despreocupación

tuya que tanto has intentado ocultar.

—Puede que dentro de ti suene espantoso —le

dices—, pero es por la acústica. Ya verás cómo, en

cuanto lo saques, de repente te parecerá mucho

menos grave.

ella casi se lo cree y tras dudar un instante dice:

—¿Si te dijera que por las noches me convierto en

un hombre peludo y enano, sin cuello y con un ani-

llo de oro en el meñique, entonces también segui-

rías queriéndome? Y tú le dices que por supuesto,

porque qué vas a decirle, ¿que no? Lo único que

está intentando es ponerte a prueba para ver si la

quieres incondicionalmente, y tú siempre has es-

24

Page 25: Quark_maque

tado soberbio ante cualquier prueba. además, la

verdad es que en cuanto se lo dices ella se derrite

y ya están cogiendo, así, en el salón. después se

quedan abrazados y ella llora, porque se siente ali-

viada, y tú también lloras, sin saber por qué.

Pero a diferencia de otras veces ella no se marcha.

Se queda a dormir contigo. Y tú te quedas des-

pierto en la cama, mirando su hermoso cuerpo, el

sol que se está poniendo ahí afuera, la luna, que

aparece de repente como de la nada, la luz pla-

teada que le toca el cuerpo acariciándole el vello

de la espalda. Y en menos de cinco minutos te en-

cuentras con que a tu lado, en la cama, tienes a

un hombre bajito y regordete. el hombre en cues-

tión se levanta, te sonríe y se viste algo turbado.

Sale del dormitorio, y tú tras él, hipnotizado. ahora

ya está en el salón, pulsando con sus rollizos dedos

los botones del control de la tele, dispuesto a ver

los deportes. Futbol, un partido de la Liga de Cam-

peones. Cuando fallan el tiro maldice y con los

goles se levanta y hace la ola. después del partido

te dice que tiene la garganta seca y el estómago

vacío. Que se le antojan unos bocadillos, de ser

posible de pollo aunque también podrían ser de

res. así que te subes con él en el coche y lo llevas

a un restaurante cercano que conoce. La nueva

situación te tiene preocupado, muy preocupado,

pero no sabes muy bien qué hacer porque la cen-

tral neuronal de la decisión está paralizada. La

mano cambia las marchas mientras bajas hacia

ayalon, como la de un robot, y él, en el asiento de

al lado, tamborilea en el tablero con el anillo de

oro que lleva en el meñique; cuando en el semá-

foro que hay junto al cruce de Beit dagon baja la

ventanilla electrónica, te guiña un ojo y le grita a

una soldado que está haciendo autoestop:

—Chata, ¿quieres que te subamos atrás como una

cabra?

después, en azor, te pones a comer carne con él

hasta reventar mientras lo ves disfrutar de cada bo-

cado y reírse como un niño. Y todo el rato te dices

a ti mismo que no es más que un sueño, un sueño

extraño, es verdad, pero de esos de los que ense-

guida te vas a despertar.

a la vuelta le preguntas dónde se quiere bajar,

pero él se hace el sordo y pone cara de pobrecito.

así que te ves volviendo a tu casa con él. Son casi

las tres de la mañana.

el gordito

25

Page 26: Quark_maque

—Me voy a dormir —le comunicas, y él te dice

adiós con la mano desde el puf y sigue con la mi-

rada clavada en el canal de la moda.

Por la mañana te despiertas cansado, con un

poco de dolor de estómago y la encuentras en el

salón, todavía dormitando. Pero en cuanto has ter-

minado de bañarte se levanta, te abraza con

cierto aire de culpabilidad y tú te sientes dema-

siado confuso como para decirle nada. el tiempo

pasa y siguen juntos.

el sexo no hace más que mejorar día con día, ella

ya no es tan joven, ni tú tampoco, así que un buen

día te encuentras hablando de tener un hijo. Por la

noche tu gordito y tú se la pasan en grande

cuando salen, como nunca te la habías pasado

en la vida. te lleva a restaurantes y a bares de los

que antes no te sonaba ni el nombre, bailan juntos

encima de las mesas y rompen platos y más platos

como si el mañana no existiera. el gordito es un

poco grosero, sobre todo con las mujeres. a veces

tú no sabes dónde esconderte por las majaderías

que hace. Pero, aparte de eso, la verdad es que

está muy bien estar con él.

Cuando se conocieron, a ti el futbol no te intere-

saba demasiado, mientras que ahora ya conoces

a todos los equipos y cada vez que el equipo del

que son hinchas gana te sientes como si hubieras

pedido un deseo y éste se hubiera cumplido, un

sentimiento tan poco frecuente, especialmente en

alguien como tú, que normalmente no sabes ni lo

que quieres. Y así, todas las noches, te duermes

con él cansado viendo los partidos de la liga ar-

gentina y por la mañana vuelves a despertarte al

lado de una mujer guapa y comprensiva a la que

también amas a rabiar.

26

Page 27: Quark_maque

romper el cerdito

Etgar Keret

Page 28: Quark_maque

Mi padre no accedió a comprarme

un muñeco de Bart Simpson. Y eso

que mi madre sí quería, pero mi

padre no cedió y dijo que soy un caprichoso.

—¿Por qué se lo vamos a tener que comprar, eh?

—le dijo a mi madre—. no tiene más que abrir la

boca y tú ya te pones firme a sus órdenes.

Mi padre añadió que no tengo ningún respeto por

el dinero, que si no aprendo a tenérselo ahora que

soy pequeño, ¿cuándo voy a hacerlo? Los niños a

los que les compran sin más muñecos de Bart Simp-

son se convierten en mayores en unos maleantes

que roban en las tiendas porque se han acostum-

brado a conseguir todo lo que se les antoja de la

forma más fácil. así es que en vez de un muñeco

de Bart Simpson me compró un cerdito feísimo de

cerámica con una ranura en el lomo, y ahora sí

que me voy a criar siendo una persona de bien,

ahora ya no me voy a convertir en un maleante.

Lo que tengo que hacer a partir de hoy, todas las

mañanas, es tomarme una taza de cacao, aun-

que lo odio. el cacao con nata es un shekel; sin

nata, medio shekel, pero si después de tomármelo

voy directamente a vomitar, entonces no me dan

nada. Las monedas se las voy echando al cerdito

por el lomo, de manera que si lo sacudo hace

ruido. Cuando en el cerdito haya tantas monedas

que al sacudirlo no se oiga nada, entonces me re-

galarán un muñeco de Bart Simpson en patineta.

Porque como dice mi padre, eso sí que es educar.

el caso es que el cerdito es muy lindo, tiene el ho-

cico frío cuando uno se lo toca y, además, sonríe

al meterle el shekel por el lomo, lo mismo que

cuando sólo se le echa medio shekel, aunque lo

mejor es que también sonríe cuando no se le echa

nada. además le he buscado un nombre, le he

puesto Pesajson, como el hombre que tuvo nuestro

buzón antes que nosotros, un buzón del que mi

padre no consiguió arrancar la etiqueta. Pesajson

no es como mis otros juguetes, es mucho más tran-

quilo, sin luces ni resortes, y sin pilas que le derra-

men su líquido por la cara. Lo único que hay que

hacer es tenerlo vigilado para que no salte de la

mesa.

—¡Pesajson, cuidado que eres de cerámica! —le

digo cuando me doy cuenta de que se ha aga-

chado un poco y mira al suelo, y entonces él me

sonríe y espera pacientemente a que yo lo baje.

28

Page 29: Quark_maque

Me encanta cuando sonríe; es sólo por él que me

tomo el cacao con la nata todas las mañanas,

para poderle echar el shekel por el lomo y ver que

su sonrisa no cambia ni una pizca.

—te quiero, Pesajson —le digo después—, y para

ser sincero te diré que te quiero más que a papá y

a mamá. además siempre te querré, pase lo que

pase, aunque atraque tiendas. ¡Pero si llegas a sal-

tar de la mesa, pobre de ti!

ayer vino mi padre, agarró a Pesajson y empezó a

sacudirlo salvajemente boca abajo.

—Cuidado, papá —le dije—, a Pesajson le va a

doler la panza –pero mi padre siguió como si nada.

—no hace ruido, ¿sabes lo que quiere decir eso,

Yoavi? Que mañana vas a tener un Bart Simpson

en patineta.

—¡Qué bien, papá! —le dije—. Un Bart Simpson en

patineta, genial. Pero deja de sacudirlo, porque

haces que se sienta mal.

Papá dejó a Pesajson en su sitio y fue a llamar a mi

madre. Volvió al cabo de un minuto arrastrándola

con una mano y agarrando un martillo con la otra.

—¿Ves cómo yo tenía razón? —le dijo a mi

madre—, ahora sabrá valorar las cosas, ¿a que sí,

Yoavi?

—Pues claro —le respondí —le respondí, porque la

verdad es que así era, pero a los pocos minutos mi

padre se impacientó y me espetó:

—¡Venga, rompe el cerdito de una vez!

—¿Qué –exclamé yo—. ¿romper a Pesajson?

—Sí, sí, a Pesajson —insistió mi padre—. anda,

venga, rómpelo. te mereces ese Bart Simpson, te

lo has ganado a pulso.

Pesajson me brindó la melancólica sonrisa de un

cerdito de cerámica que sabe que ha llegado su

fin. al diablo con el Bart Simpson, ¿cómo iba a

darle un martillazo en la cabeza a un amigo?

—no quiero un Simpson —dije, y le devolví el mar-

tillo a mi padre—, me basta con Pesajson.

—no lo has entendido —me aclaró entonces mi

padre—, no pasa nada, así es como se aprende,

ven, lo voy a romper yo. alzó el martillo mientras yo

miraba los ojos desesperados de mi madre y luego

la sonrisa fatigada de Pesajson, y entonces supe

que todo dependía de mí, que si no hacía algo,

Pesajson iba a morir.

romper el cerdito

29

Page 30: Quark_maque

—Papá —le dije sujetándolo de la pernera.

—¿Qué pasa, Yoavi? —me respondió con el marti-

llo todavía en alto.

—Quiero un shekel más, por favor —le supliqué—,

deja que le eche otro shekel, mañana, después del

cacao, y entonces lo rompemos, mañana, lo pro-

meto.

—¿otro shekel? —sonrió mi padre, dejando el mar-

tillo sobre la mesa—. ¿Ves, mujer?, he conseguido

que el niño tome conciencia.

—eso, sí, conciencia —le dije—, mañana—. Y eso

que las lágrimas ya me ahogaban la garganta.

Cuando ellos ya habían salido de la habitación

abracé con mucha fuerza a Pesajson y di rienda

suelta a mi llanto. Pesajson no decía nada, sino

que muy calladito temblaba entre mis brazos.

—no te preocupes —le susurré al oído—, te voy a

salvar.

Por la noche me quedé esperando a que mi padre

terminara de ver la tele en la sala y se fuera a dor-

mir. entonces me levanté sin hacer ruido y me es-

cabullí con Pesajson por la galería. Caminamos

juntos muchísimo rato en medio de la oscuridad,

hasta que llegamos a un campo lleno de ortigas.

—a los cerdos les encantan los campos —le dije a

Pesajson mientras lo dejaba en el suelo—, especial-

mente los campos de ortigas. Vas a estar muy bien

aquí.

Me quedé esperando una respuesta, pero Pesaj-

son no dijo nada, y cuando le rocé el morro como

gesto de despedida, se limitó a clavar en mí su me-

lancólica mirada. Sabía que nunca más volvería a

verme.

30

Page 31: Quark_maque
Page 32: Quark_maque